A MI HIJO ARTURO LO MATARON SIN DARLE
NINGUNA OPORTUNIDAD.
Para tratar un problema psicológico, una neurosis obsesiva a mi hijo Arturo en la Clínica DEXEUS le vendieron el “tratamiento del futuro”: “¡Háztelo, Arturo, háztelo! ¡No te arrepentirás! ¡Si te lo haces será la mejor determinación que habrás podido tomar nunca en tu vida! ¡Lo peor que te puede pasar es que te quedes como estás, pero vale la pena probar!”, insistieron los médicos una y otra vez; mi hijo les creyó y ellos le mataron. Una sola sesión de “rayos gamma”, una sola de tres horas y cuarto en la cual, “dos horas y veinte minutos” fueron destinados a irradiarle el cerebro (a achicharrárselo como sentenció la señora Fiscal en las vistas orales del juicio), fue mortal de necesidad.
Pero, para su desgracia, mi hijo no murió cuando todos esperaban y sin que nadie lo pudiera entender, vivió muriendo lentamente cuatro años y seis meses más. Fuerte que era y sano que había estado.
Su
lucha para intentar salvar su vida, que él, ¡pobre hijo mío! ignoraba que la
tenia perdida para siempre, fue titánica, sobrehumana…Murió convertido en un
demente senil, destrozado por dentro y por fuera y no sin antes tener que pasar
por una terrible operación para descomprimir el gran edema cerebral producido
por la radiación. La intención de los médicos que le ayudaban en esta terrible desgracia, era intentar que sufriera lo menos posible en
aquel camino infernal e imparable hacia la muerte. No se consiguió aminorar sus
sufrimientos. Cómo solía decir su psiquiatra, persona más sana que Arturo, mi
hijo, no había otra, pero tuvimos la gran desgracia de encontrar en nuestro
camino a unos seres malditos y miserables, que a través de un atroz engaño, a
mi hijo lo mataron y a la familia nos ha arruinado la vida para siempre.
Mi querido hijo Arturo, aquel niño primero y joven después, que fue tan
especial.
Este
Blog, ha sido creado para que el crimen cometido contra la persona de mi hijo Arturo no
quede en el silencio ni pase al olvido. Y, en esta ocasión, lo haré transcribiendo los textos del
nuevo libro en elaboración dedicado a mi hijo, a su impuesta muerte y a la gran
injusticia judicial recibida. Negligencia
e injusticia que han impactado a una parte importante de la sociedad así
como a una gran parte de los colectivos médicos de distintos países del mundo.
El libro será editado en papel; ignoro
cuando quedará finalizado ni el libro ni este blog, pero tengo la esperanza de
quien esté interesado en este dramático suceso, lo siga.
De entrada, el lector puede encontrar
textos ya escritos, que creo le harán comprender la importancia de la denuncia
escrita y del porqué me resisto a pasar página como muchos me aconsejan por mi
bien no lo dudo. Pero, las injusticias no pueden quedar impunes, ni nuestros
queridos hijos muertos por actuaciones criminales médicas caer en el olvido.
El
escándalo de este proceso judicial, entre otros, es el hecho de que los jueces
para proteger a los médicos acusados, Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio
García, hasta han llegado a contradecir las declaraciones de éstos en las vistas orales del juicio. A pesar de
que los médicos declararan en el juicio que “no avisaron a mi hijo del riesgo
que corría porque de avisar nadie se lo haría”, los jueces contradicen su
declaración y en sus sentencias afirman, que por la forma de ser del paciente,
que era muy meticuloso en sus preguntas, “se sobreentiende” que sí le avisaron.
Los jueces
olvidan que, el “se sobreentiende” o el,
“se presupone”, en los razonamientos jurídicos no son válidos y mucho menos
cuando existe un riesgo de muerte: los hechos punibles se han producido o no, y esto es
lo único que cuenta.
Los
jueces también encuentran muy bien, que “los rayos de vez en cuando den una
broma”, y maten a las personas, como declaró el propio doctor Enrique Rubio
García, o que se apliquen por “el ojo clínico”, como declaró el doctor Benjamín
Guix Melcior. La señora Fiscal, que preguntó al doctor Rubio, si creía que era
una broma el que muriera una persona, los
acusó de imprudencia temeraria profesional con resultado de muerte, solicitando
cuatro años, dos meses y un día de cárcel para cada uno de los culpables,
inhabilitación especial y cincuenta millones de las antiguas pesetas de
indemnización, parte de la cual debería de haber satisfecho la Clínica DEXEUS
como responsable civil subsidiaria. Pero, a pesar de las pruebas irrefutables
presentadas y de las declaraciones de los médicos que descubrieron el horror
cometido y se mantuvieron firmes en sus afirmaciones, los jueces han hecho
oídos sordos y con sentencias que han sido calificadas por gente de la propia
judicatura de “alarma social”, los dejan impunes.
Todo,
violando el derecho más sagrado que tenemos los seres humanos: un bien
protegido por la Ley, como es nuestro DERECHO A LA VIDA.
Quiero
adelantar, que antes no pude ver sentados en el banquillo de los acusados a los
Dres. Guix y Rubio, tuvieron que pasar siete años desde que se presentó la
querella y ésta fuera admitida a trámite. Los procesos se eternizan. Hay quien enferma y
muere esperando justicia. Todo explicado en este mismo Blog.
Es importante el tema del “Consentimiento informado”, en el qué, los jueces,
de forma descarada, han violado flagrantemente. El consentimiento que dicen
firmó mi hijo, se lo hicieron firmar de forma fraudulenta, y aunque cómo
reconocen los propios jueces no dice nada en concreto, todo y así, se inventan,
atribuyendo a mi hijo dotes de adivino, que sí aceptó el riesgo, y esto, sin
decírselo ni estar escrito en ninguna parte. Pregunto: ¿Alguien puede creer que
un muchacho lleno de vida que quiere solucionar su problema para no tener
problemas de salud en el futuro va a aceptar que le quemen el cerebro
(achicharren) y le condenen a muerte de forma irreversible y cruel? Esto sólo
lo pueden proponer unos locos peligrosos como muy bien reflejan algunos medios
de comunicación, y sólo aceptarlo otro loco, y mi hijo no era ningún loco.
Es
importante también, ver la noticia aparecida en “La Vanguardia” del día 28 de
abril de este mismo año 2014 sobre una negligencia médica condenada por la mala
forma de conseguir el “Consentimiento informado”, insertada más adelante. Si
bien el protocolo que se debe seguir sobre el “Consentimiento informado” ya lo he
publicado en diferentes escritos, es interesante ver cómo en este caso el juez
lo expone claramente. Vean la diferencia que existe entre este caso y el de mi
hijo, que además quedó claro, en el juicio, que ellos, Guix y Rubio, sabían que lo podían
matar y no lo evitaron. El “Abuso de confianza” que está tipificado en el
Código Penal como agravante del delito criminal, los jueces, que en desgracia
nos han tocado a la hora de juzgar, se lo han pasado, descaradamente como todo,
por la suela de los zapatos. Y luego, los del Tribunal Supremo nos amenazan a
mi abogado y a mí cuando denunciamos las irregularidades cometidas por los
jueces en las sentencias y la prevaricación
clara a más no poder. Esta es la
“Justicia” que tenemos, de momento, en nuestro tan cacareado “Estado de
Derecho”.
Aunque
he de decir, que quizás el menos malo del regimiento de jueces que han pasado
por el caso de mi hijo, sea José María Assalit Vives, el primero en juzgar a
los médicos, pues a pesar de las barbaridades que esgrime en su sentencia,
reconoce el daño y me deja la vía civil abierta, pero…
No
queriendo ser injusta, recordar a los jueces de la Audiencia provincial de Barcelona, Modesto Ariñez Lazaro, Elena Guindulain Oliveras y Nuria Zamora Perez, quienes la primera
vez que recurrimos y alegamos que había “indicios de criminalidad” en la
actuación de los médicos Guix y Rubio, nos dieron la razón. La cuarta jueza de
Instrucción, Doña Montserrat Arroyo Romagosa, ordenó la apertura de las vistas orales del juicio que había sido
cerrado cautelarmente de forma chapucera.
En
el caso de mi hijo, se han producido hechos muy especiales, muy tristes y,
sobre todo inimaginables. Mi hijo, aficionado a la música desde niño, de hecho
estudiaba la carrera de piano pues tenía un don especial para poder llegar a ser
un gran concertista de piano como explico más adelante, era un gran admirador de
Joan Manuel Serrat; tenía todos sus discos y cancioneros. Canciones que mi hijo
cantaba muy bien. Lo que nunca se hubiera podido imaginar mi hijo, ni nadie, es
que después de su fallecimiento se hiciera una película para las Televisiones
Autonómicas sobre su muerte y, que, como tema musical se hubiera elegido “Penélope”,
una de las famosas canciones de Serrat y que él, mi hijo, había cantado en
repetidas ocasiones. ¡Todo muy triste!
Entretanto
se va elaborando el libro y transcribiendo en el Blog los textos, se
encontraran anotaciones en el mismo allí donde se crea más acertado para dar
facilidad al lector interesado, por ejemplo: En el INDICE, se van detallando
todos los pasos de los procesos seguidos, desde el inicio hasta nuestros días,
y si bien hasta estar terminado el Blog no se podrá acceder a todos los
enunciados, si se podrá en aquellos que vayamos insertando marcados con un asterisco.
Al final se pondrá la numeración, pues de momento ignoro cuantas páginas me van
a llevar cada capítulo.
Podrán
ver al final del Blog-libro, las páginas dedicadas a los “Agradecimientos”, importante
para mí este reconocimiento. Se verá también el texto de la solapa de la
contraportada: es el mimo texto de la solapa de la Portada, pero en catalán.
Seguirá la Contraportada para la cual he utilizado la última fotografía que
desgraciadamente pudo hacer mi hijo del ya, Templo de la Sagrada Familia. Nosotros,
su padre, él y yo, solíamos viajar bastante, recuerdo que mi hijo, un gran
enamorado de su ciudad natal Barcelona, solía decirme: “Mira, mamá, que hemos visto ciudades bonitas, pero ninguna tiene un
barrio gótico como el de Barcelona ni una iglesia tan extraordinaria y especial
como es la Sagrada familia”. Y lo decía
emocionado. Mi querido y, él, sí, ¡Extraordinario
hijo!
Antes de empezar con los textos del que
será el nuevo libro empezando por la Portada y el texto de la solapa, una
dedicatoria a mi querido y añorado hijo:
(La rosa…)
(Traducción)
Dedicado a mi hijo Arturo con todo
mi corazón:
Gracias, hijo mío, gracias por haber nacido. Gracias por ser un buen hijo y habernos querido tanto. Gracias por ser un buen nieto. Gracias por ser un buen amigo de tus amigos. Gracias por tu música. Gracias por la Rosa y el Libro que cada año me regalabas por el día de Sant Jordi. Gracias por todos tus regalos y, ¡por tantas cosas más!...Pero, sobre todo, gracias por ser una buena persona: Una persona honesta, cariñosa, respetuosa y tolerante. ¡Gracias! Hijo mío. ¡Gracias, por todo!
Gracias, hijo mío, gracias por haber nacido. Gracias por ser un buen hijo y habernos querido tanto. Gracias por ser un buen nieto. Gracias por ser un buen amigo de tus amigos. Gracias por tu música. Gracias por la Rosa y el Libro que cada año me regalabas por el día de Sant Jordi. Gracias por todos tus regalos y, ¡por tantas cosas más!...Pero, sobre todo, gracias por ser una buena persona: Una persona honesta, cariñosa, respetuosa y tolerante. ¡Gracias! Hijo mío. ¡Gracias, por todo!
<<Madre,
¡si supierais cuánto sufro!
Si
no fuera por vosotros no lo podría resistir.>>
<<Madre,
la gente que puede levantase cada mañana
para
poder ir a trabajar, ¡no sabe la suerte que tiene!>>
<<¡Cuánto
siento madre, todo lo que tienes que hacer por mí.
Te
prometo, madre, que cuando está bien te resarciré por todo.
¡Te
lo prometo, madre!>>
<<¿Qué
me pasa, madre? ¿Por qué no estoy bien?
Madre,
¡Tengo miedo!>>
<< ¡Dios mío! ¡Dios mío!
¡Ayúdame!>>
Estas son algunas de las frases que mi hijo me decía con su
cerebro quemado y su cuerpo destrozado por culpa de los malditos médicos
Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García, quienes después de haberle
condenado a muerte de forma irreversible
y cruel, aún se burlaron de él y no quisieron verle ni una sola vez.
Ellos, me acusan de dañar su imagen y de dañarlos
económicamente.
Ellos, han arruinado mi vida para siempre.
El doctor Guix, me acusa de haber causado un gran dolor e
indignación a él y a su esposa, por lo que sintieron sus hijas al ver la foto de
su padre en un cartel pegado en una de las calles de Barcelona.
Con carteles o sin carteles, ellos pueden disfrutar de sus
hijos porque están vivos.
Yo no puedo, porque al mío, ellos lo mataron.
Mientras escribo estos párrafos, veo la imagen de mi hijo,
que lleno de sufrimientos, desesperación y apenas sin ver, como con las manos en la
cabeza le pedía a Dios, que le ayudara.
¿Cómo esta gente todavía tiene el valor y el cinismo de hablarme a mí de dolor e indignación?
Creo, que esta gente, me tendría que estar agradecida por
haberme decidido por la pegada de carteles en lugar de decantarme por lo que en
realidad se merecen.
AVANCES
TESTIMONIO
“Ellos”, los médicos Benjamín Guix
Melcior y Enrique Rubio García en la
fotografía, sabían que podían matar a mi hijo y no lo evitaron. Lo mataron y
nada les importó haberlo hecho. Ni un “lo sentimos”, o “en qué la podemos
ayudar señora”. Sólo dijeron: “Si nos quieren denunciar que nos denuncien
porque a nosotros nos da igual”. A ellos, tan sólo les importó el dinero que
cobraron y del cual no nos dieron recibo
ni comprobante de pago. El doctor Guix, profesor de Universidad y poseedor de
grandes títulos, nos pidió los honorarios en efectivo o con un talón al
portador y sin barrar. Debía de pensar que si éramos un par de imbéciles, él no
tenía la culpa. Pero nosotros no éramos
un par de imbéciles, éramos gente de buena fe que confió en unos médicos
que se presentaron como amigos y resultaron ser unos estafadores sin
sentimientos humanos.
Recuerde el
lector, que cuando al doctor Valverde, en el juicio, los abogados de los
acusados quisieron desmentirle diciéndole que en aquel “inespecífico” de su
informe, podían caber muchas cosas, como un tumor, por ejemplo, que el doctor
Valverde, levantándose del asiento, declaró: “Si he escrito inespecífico, ahora digo que es específico. Y yo que he
estudiado el cerebro de este muchacho milímetro a milímetro, puedo asegurar que
si no hubiera sido por la radiación, el cerebro de este muchacho, no tenía
nada, era un cerebro sano”. Recuerdo que añadió muy indignado por todo lo
que allí oía: “Y las radiaciones
ionizantes mal aplicadas matan y esto es lo que ha sucedido con este muchacho”.
AVANCES
*<<…Si
esto se lo hacen a un hijo mío, esos dos hijos de puta ya no estarían en este
mundo.>> La mayoría de las personas, incluidos médicos, después de
visitar a mi hijo Arturo y ver lo que le habían hecho.
*<<…Es tan grande lo que le han
hecho a su hijo que nunca le van a dar la razón. Esto les obligaría a cambiar
el sistema y no lo van a permitir.>> Una persona desconocida y sencilla a
la que nunca he podido olvidar.
*<<…Sí: ya lo sé madre, ellos son
los médicos, los que saben, pero se trata de mi salud y de mi vida. Tengo que
estar muy seguro de lo que van a hacer y del resultado que pueda obtener.>>
*<<…¡Háztelo,
Arturo! ¡Háztelo, no te arrepentirás! Lo peor que te puede pasar es que te
quedes como estás, pero ¡vale la pena probar!>>
<<…Mamá,
¿tú qué harías?>>
<<…Si el doctor te dice que te
puede ir muy bien o de lo contrario no te puede pasar nada, yo me lo haría ya
que por probar no se pierde nada.>>
*<<… ¿Qué me pasa, madre? ¿Por
qué estoy tan mal? ¿Qué quizás he tenido un accidente con el coche, con la
moto? ¿Una caída esquiando?>>
La confianza que mi hijo depositó en el
doctor Benjamín Guix, hizo que todo lo relacionado con la Clínica DEXEUS
quedara borrado de su subconsciente. Además de condenarlo a muerte en un camino
infernal, lleno de sufrimientos inimaginables, ¡además!, le convirtieron en un
demente senil, algo a lo que él tenía tanto terror…
*<<…Tómeselo por el lado bueno
señora Navarra. ¡Pobrecito, ha terminado de sufrir!>>Me dijeron los
médicos del Hospital del Mar cuando mi hijo murió. Médicos que se preocuparon
con tanto cariño de mi hijo durante los cuatro años y seis meses que impensable
duró su agonía y que lo pasaron muy mal al ver que nada podían hacer por aquel
bondadoso muchacho que luchaba desesperadamente para salvar su vida.
*<<…La radiaciones ionizantes mal
aplicadas matan y esto es lo que ha sucedido con este muchacho>>Declaración
del Jefe de Servicio del Instituto Nacional de Toxicología en el juicio, quien
estudió el cerebro de mi hijo.
*… En el juicio, a la pregunta de la
señora Fiscal al doctor Enrique Rubio García de que si habían avisado a Arturo
Navarra Ferragut que se podía quedar en una silla de ruedas o morir, éste,
cínicamente, contestó: “¡Hombre, no! Porque nadie se lo haría”. Añadiendo, más
cínicamente todavía: “Los rayos de vez en cuando dan una broma y si la dan es imprevisible”.
La señora Fiscal le preguntó, si creía que era una broma el que muriera una
persona. Él, agacho la cabeza y no contestó. El juez José María Assalit Vives contradice
su declaración y dice, entre otros, “…no cabe duda de que el paciente recibió
información ya que por su forma de ser debió exigir todo tipo de explicaciones”. El acusado estaba diciendo que no le avisaron!!! Los jueces restantes para no
contradecir a su colega, prevaricando, dicen lo mismo sin importarles que para
tratar un problema psicológico maten a una persona físicamente sana y fuerte.
*<<…Madre, si algo de lo que me han
hecho no ha salido bien, no quiero que les pase nada a los médicos. ¡Pobres! lo
habrán hecho sin querer, lo estarán pasando muy mal. No quiero que les pase
nada: ¡Prométeme, madre, que no les pasará nada!>> Mi hijo no sabía de
qué médicos estábamos hablando pero todo y así sentía pena por unos médicos que
lo podían estar pasando mal y…”ellos”, malditos, no quisieron verle ni una sola
vez y se burlaron de él en el juicio. Mis amigos me dice que Arturo era una muy
buena persona, pero que no era tonto y si hubiera sabido lo que le habían
hecho… No sé… Pero cuando él preguntaba nunca le pudimos decir la verdad, y
aquel “¿Por qué? ¿Por qué, madre?”, quedó sin respuesta.
*…
Mi hijo que nunca había estado físicamente enfermo, persona más sana que él no
había otra como solía decir su psiquiatra, murió destrozado por culpa de la
radiación. Incluso antes de morir, tuvo que pasar por una terrible operación
para descomprimir el gran edema cerebral provocado por la radiación. Le
extirparon un pedazo de cerebro quemado con la buena intención de que padeciera
lo menos posible en su camino imparable hacia la muerte. Pensaron, que menos quemado menos daño, pero no se consiguió aminorar
sus sufrimientos.
<<…No sea usted tozuda señora
Ferragut y vaya por la vía civil que la tiene ganada.>> D. Ramón Sáez,
Magistrado Vocal encargado de la Inspección de los Tribunales del Consejo
General del Poder Judicial.
*… Arturo era un muchacho que
necesitaba a su familia y amigos. Solía decir: “Madre, no entiendo como hay
personas que pueden vivir sin su familia y sin amigos, yo no podría!”. Hubiera
sido un buen esposo y un buen padre, porque era una buena persona. Mi hijo, un
buen hijo, un muchacho extraordinario aunque creo que nunca supe demostrárselo
como se merecía de lo que no pasa un solo día que no me arrepienta.
*…..
JUDICIALES: Juez José María Assalit Vives: “Por lo indicado en el anterior
apartado este juzgador ha llegado a la convicción que la radiación suministrada
por los acusados causó un proceso necrótico no deseado en el hemisferio
izquierdo del cerebro de Arturo Navarra Ferragut con causación de un edema con efecto masa que
necesariamente debía ser tratado mediante altas dosis de corticoide de forma
permanente, lo que duró más de cuatro años, y lo que le causó automáticamente
una enfermedad denominada síndrome de Cushing yatrogénico cuya más grave y
necesaria consecuencia era el fallecimiento por una infección lo que así
ocurrió”.
CAUSA EFECTO: Sin radiación, no hubiera habido
necesidad de suministrar corticoide, sin corticoide, no hubiera aparecido el
síndrome de Cushing, ni infección –infecciones-, ni le hubieran tenido que
extirparle un trozo de cerebro quemado ni nada de nada. Arturo ya estaba condenado a
muerte, con corticoide y sin corticoide a partir del momento en que terminaron
de aplicarle la radiación en la Clínica DEXEUS.
*… <<Si no hubiera sido por la
radiación que los acusados, doctores Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio
García aplicaron en el cerebro de Arturo Navarra Ferragut, Arturo estaría vivo
y sería un muchacho feliz.>> Conclusión de la señora Fiscal en las vistas
orales del juicio.
*…La Jueza María Eugenia Alegret
Burgues, dice, contradiciendo incluso la sentencia dictada por el Juez Assalit
Vives quien, aunque de mala manera reconoce el daño, que la muerte fue debida a
la “radiofrecuencia” contradiciendo también de forma descarada la Ciencia
Médica, e inventando una historia que nada tiene que ver con la realidad.
Cuando denunciamos la prevaricación en que incurrió esta jueza, en lugar de
investigar lo que denunciamos, desde el Supremo nos intentaron intimidar, a mi
abogado y a mí, diciéndonos que, “con nuestras actuaciones podemos incurrir en
el fraude de la ley” El llamado Tribunal de los Derechos Humanos de
Estrasburgo, como se puede ver mas adelante, dice que mi caso no es
admisible. Y, así, una actuación de las más brutales y criminales cometidas a
través del “abuso de confianza” y violación de la ley, ha quedado impune.
*… <<¡Ayúdeme, por favor!¡Ayúdeme!>>
La imagen de mi hijo, abrazado a su médico pidiéndole ayuda después de la
terrible operación, para descomprimir el edema producido por la radiación, con su rostro pálido como un muerto, llorando y con la
sonda nasogástrica puesta, quizás dándose cuenta por primera vez de que iba a
morir, fue aterradora, no creo que los médicos que estaban presentes puedan
olvidarlo jamás. Mi hijo que había sido un muchacho tan sano, tan fuerte, que
nunca había estado enfermo… Él, que cuando veía a una persona con discapacidad
que necesitaba ayuda de los demás, siempre me decía: “Mamá, para estar así, preferiría estar muerto”, y cómo terminó
por culpa de unos mal nacidos que tuvimos la gran desgracia de encontrar en el
camino de la nuestra vida. Los jueces no han querido cumplir con la justicia, y
yo, aunque no he tenido valor para
sacarlos de este mundo, que es lo que se merecen, mientras me quede un hálito
de vida, los perseguiré… Creo, como creen muchas personas, que si los jueces
les hubieran condenado les hubieran hecho un gran favor.
*…Me preguntan, si los médicos me
hubieran pedido perdón, mi actitud
hubiera sido la misma. No lo sé. Sólo sé que cuando los médicos que
descubrieron la “lesión cerebral por radionecrosis diferida profunda e
inoperable” (mortal), y estos les pidieron a Guix y a Rubio que por lo menos
dieran una explicación a la familia, ellos respondieron: “Nosotros no tenemos
porque dar ninguna explicación, si nos quieren denunciar que nos denuncien
porque a nosotros nos da igual”. Ni un, “lo sentimos”, ni un, “en qué podemos
ayudarla señora”…
*…Yo interferí en la vida de mi hijo.
Si aquel día no hubiera encontrado aquel amigo, no hubiéramos sabido nada de la
Clínica DEXEUS ni de los malditos que le mataron.
*… Al gran dolor que produce la muerte
de un hijo, en casos como el de mi hijo se suma el dolor que supone la
injusticia… la indefensión… el silencio…y, al final, el olvido....
En el capítulo correspondiente se
encontrará el informe del “Hospital Noruego de Radio”, en el que se dice, que
no hay nada escrito que avale este tipo de tratamiento (radiaciones) para casos
como el de mi hijo.
También
se encontrará, a partir de que se confirmara la “lesión cerebral por
radionecrosis diferida profunda e inoperable”, la que
conducía a mi hijo a la muerte, la entrevista que mantuve, acompañada
por el psiquiatra de mi hijo, con el Profesor Erik Olaf Backlund en el Hospital
Haukeland de Noruega. El Profesor Backlund trabajaba en el Hospital Karolinska
de Suecia, pero en aquella fecha ostentaba el cargo de Catedrático en este
hospital. Sin poder aceptar yo, que nada se pudiera hacer para salvar la vida
de mi hijo, quise hablar con el mejor especialista en radiaciones que hubiera
en el mundo; me desplazaría allí donde fuera necesario. Uno de los mejores, me
indicaron, era el Profesor Backlund.
Cuando vio los TACS y resonancias magnéticas que le mostramos del cerebro de mi
hijo, con las manos en la cabeza, dijo que, “Nunca había visto una lesión como
aquella”. Nos confirmó que mi hijo no tenía solución. Apuntó la posibilidad de
operar pero automáticamente la rechazó: la lesión era demasiado extensa La poca
luz de esperanza que mantenía, se apagó para siempre…
Recuerdo al Profesor como un hombre atento,
sencillo e incluso muy cariñoso conmigo. Nos preguntó, qué era lo que nos
habían dicho los médicos que habían hecho aquello a mi hijo. Le contestamos, la
callada por respuesta, es decir, peor: dijeron: “Si nos quieren denunciar que
nos denuncien porque a nosotros nos da igual”. Respondió:”Es lo que suele hacer
la gente que hace este tipo de cosas”.
No
quisiera que se olvidara que cuando hizo su aparición la radiación mortal mi
hijo ya estaba bien debido al tratamiento del doctor Burzaco. El supuesto
tratamiento de la DEXEUS ya estaba olvidado y la neurosis también. Recuperamos
una vida normal, y a pesar de la tristeza que sentíamos por la muerte de su padre, mi querido esposo, iba siguiendo recuperando
la ilusión. Pero, desgraciadamente, la radiación que le habían aplicado en la
Clínica DEXEUS, quince meses antes, quedó oculta en el cerebro como una bomba mortal de relojería haciendo
su aparición de forma destructiva, mortal, cuando ya nadie se acordaba de este
maldito tratamiento ni de los médicos que se lo aplicaron: Benjamín Guix
Melcior y Enrique Rubio García.
Ignoramos si la neurosis le hubiera
vuelto a aparecer: No nos dieron tiempo para saberlo.
La
muerte de nuestros seres más queridos nos causa un gran dolor; un dolor indescriptible, pero si la muerte se produce por
un hecho gratuito que corta el ciclo natural de la vida, resulta imposible de
asumir, sobre todo, si es el hijo el que muere.
Entre
las muertes, se produzcan por la causa que se produzcan, nunca pueden establecerse
comparaciones: la muerte es la muerte y la ausencia que causa la muerte, siempre
es la misma, pero, todo y así, pueden producirse añadidos que aumenten este
gran dolor: entre otros, la muerte causada por negligencia médica. Ver padecer
y morir a un ser querido, a un hijo, por un, “tanto se nos da” de unos médicos
que no han respetado su vida, y después que no se encuentre justicia por un,
“tanto se nos da” de unos jueces que tampoco respetan los derechos de tu hijo,
resulta muy duro de soportar: La muerte de un hijo, la mayor de las injusticias
humanas.
“….ellos
sabían que podían matar a mi hijo y no lo evitaron. Lo mataron y nada les
importó haberlo hecho. Hasta se rieron de su sufrimiento, de su dolor y de la
muerte que le provocaron. Pasar página por la muerte de mi hijo como hay quien
me aconseja, es del todo imposible. Pasar página cuando la Justicia en lugar de
condenar a los culpables condena a las víctimas: ¡NUNCA!”.
ESTE NUEVO LIBRO CONSTA DE 2 PARTES:
La
Primera parte, explica cómo era mi querido hijo Arturo, y la dramática lucha
que se vio obligado a llevar a cabo hasta su muerte debido a una brutal
negligencia médica. Y el dolor de la familia, especialmente de su abuela, mi
querida madre, a la qué, ¡pobre mujer! le costó la vida.
La
Segunda parte, recoge la lucha de siete años que me vi obligada a soportar
hasta ver sentados en el banquillo de los acusados a los que tan cruelmente
mataron a mi hijo: a los médicos Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García.
Relata, también, el recorrido judicial,
endureciéndose a partir de la sentencia dictada por el Juez José María Assalit
Vives, el primero que dictó sentencia.
Un recorrido de años dolorosos y llenos
de injusticias inacabables.
Relata
la lucha contra un sistema judicial injusto, descaradamente partidista y contra
toda lógica moral y humana.
Un recorrido en busca de justicia, que
se inició en el año 1989, con todas las pruebas en la mano para poder condenar
sin paliativo alguno a los culpables, ha finalizado judicialmente de la peor
manera posible, impactando a propios y a extraños en
el año 2013.Un crimen terrible, puesto que en el caso de mi hijo de un hecho
criminal se trata, y más de 25 años de lucha sin cuartel, han sido borrados de
un plumazo por el llamado “Tribunal de los Derechos Humanos de Estrasburgo”.
El Tribunal Supremo y el Consejo
General del Poder Judicial españoles, primero, y después, los Tribunales de
Derechos Humanos, avalan con su proceder, un tratamiento comparado con los
experimentos atroces que llevaron a cabo los médicos de la Alemania Nazi. Todos
estos experimentadores, llamados “médicos del infierno”, famosos médicos,
profesores de Universidades y Directores de grandes Hospitales, lo mismo que
los que mataron a mi hijo, y, ello, aunque comporte quemar – “achicharrar”,
como lo calificó la señora Fiscal - el cerebro físicamente sano de un muchacho
que tan sólo pretendía solucionar un problema psicológico y confío en los
adelantos que le ofrecieron en nombre de la Ciencia Médica, los doctores
Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García.
Un
caso, que si bien en un principio los defensores de los acusados culpables nos
ofrecieron, a mi abogado y a mí, todo lo que quisiéramos si retirábamos la
querella, ha terminado violando descaradamente el Pacto Internacional de las
Naciones Unidas: “El derecho a la vida, un bien protegido por la Ley”.
INDICE
- Solapa:"Madre si supierais...
- Foto: ¿Dos médicos locos?
- Avances
- Fotografía de Arturo
- Testimonio
- Este nuevo libro consta de dos partes
- Carta Universal de los Derechos Humanos
- EN RECUERDO DE…
- INTRODUCCIÓN “El tiempo que pasa”.
PRIMERA PARTE
CAPITULO I. La muerte de un hijo.
- Hoy, hijo mío…
- Plasmar en unas hojas de papel…
CAPÍTULO II. Mi hijo Arturo
- En memoria de mí querido hijo Arturo.
- Para una madre…
- Cómo era mi hijo Arturo.
- Lucha contra la neurosis obsesiva
- Servicio Militar.
- Retorno del Servicio Militar.
- Aquí empezó todo
- Primera entrevista con el doctor Pedro Nogués. (Amigo de mi amigo. Hospital Valle de Hebrón).
- Primera y única entrevista con el Dr. Enrique Rubio García. (H. Valle de Hebrón).
- Primera y única entrevista con el doctor Gallart. (Psiquiatra del H. Valle de Hebrón).
- Segunda y última entrevista con el Dr.Pedro Nogués.
- Clínica DEXEUS. Despacho del Dr. Benjamín Guix Melcior. (Dónde se remataria el cruel engaño).
- Subterráneo de la Clínica DEXEUS. 3 de Marzo de 1988. (Entrada a las seis de la tarde. Salida sobre las diez de la noche).
- Una visita inesperada: Doctor Enrique Rubio García.
- De la media hora, máximo cuarenta y cinco minutos que debía de durar el tiempo empleado, incluida la preparación, se pasó a tres horas y cuarto de las cuales dos horas y veinte minutos fueron destinados a irradiarle el cerebro. Un cerebro físicamente sano. A pesar de todo seguíamos confiando.
- Condiciones en que salió Arturo de la Clínica DEXEUS.
- El tratamiento de la Clínica DEXEUS pasa al olvido. (Dr. Burzaco).
- A los tras días de haber regresado de Madrid.
- Y en eso estábamos: Buscando el nuevo local para ampliar nuestro negocio y preparando las vacaciones de agosto de 1989.
- Última cena con mi hijo estando él aparentemente bien como todos creíamos.
- En el Hospital del Mar me dan la trágica noticia: mi hijo se está muriendo. Es irreversible.
- Mi hijo quedó ingresado en el hospital sin esperanza ninguna.
- Los médicos del Hospital del Mar me piden el informe de lo que le hicieron a mi hijo en la Clínica DEXEUS.
- El doctor Enrique Rubio no nos quiere entregar el informe
- Conversación telefónica con el doctor Benjamín Guix.
- Sólo lo entregan cuando les amenazo con solicitarlo por vía judicial.
- Informe del doctor Enrique Rubio. Cava su propia fosa, pero…
- Mi hijo iba resistiendo sin que nadie pudiera explicarse cómo.
- Porque y cómo salió mi hijo del hospital la primera vez.(Salió porque los médicos ya no podían hacer nada más por él. Mi hijo se moría y el tiempo que impensable resistió, necesitó una persona que le cuidara las veinticuatro horas del día, y el juez tiene el cinismo de decir que salió pudiendo hacer una vida prácticamente normal).
- Llega el día de llevarme a mi hijo a casa.
- Viaje a Bergen (Noruega). Entrevista con el Profesor Erik Olaf Backlund. Confirma que mi hijo no tiene solución.
- Cuatro años y seis meses de resistencia inimaginable.
- Un viaje increíble a Andorra.
- Los ingresos en el Hospital del Mar se iban sucediendo.
- Otro viaje inimaginable. Esta vez a Madrid.
- Episodios dramáticos.
- Concierto de Lluís Llach.
- Comienzan las caídas aparatosas. Más sufrimientos.
- Ya vamos hacia el final de la vida de mi hijo
- Arturo, mi querido hijo, vuelve a ingresas en el Hospital del Mar. Sería su último ingreso y también su última salida.
- LA OPERACIÓN.
- SU TRÁGICO FINAL.
- Después de la muerte.
- Algunas fotografías de la vida de mi hijo.
- Sentimientos y pensamientos. ARTURO.
- Recuerdos: Dominicales, música…
SEGUNDA PARTE (Recorrido Judicial)
CAPÍTULO IV. En busca de justicia
- En busca de justicia.
- Encuentro con el que sería mi abogado Don Javier Selva.
- Dos entrevistas con el doctor Jordi Jornet Lozano, médico forense del Juzgado de Instrucción número 8 de Barcelona. Actuación vergonzosa.
- Tres jueces de Instrucción, un Recurso a la Audiencia y un cuarto juez de Instrucción. En este caso una jueza, quién dio la orden de apertura de las vistas orales del juicio.
- Después de pasados siete años desde que se presentó la querella y ésta fue admitida a trámite, se celebran las vistas orales del juicio. Tres en total.
- Lista de peritos de parte: de parte de los acusados.
- Desarrollo de las vistas orales del juicio.
- Visto para sentencia.
FOTOGRAFÍA DE LOS MÉDICOS BENJAMÍN GUIX MELCIOR Y
ENRIQUE RUBIO GARCÍA SENTADOS EN EL BANQUILLO Y APARECIDAS
EN DISTINTOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN.
CAPÍTULO V. Documentación
- Informes médicos.
- TACS cerebrales de antes y después de aplicar la radiación.
- Informe del doctor Rubio.
- Informe del doctor Valverde, Jefe del Instituto Nacional de Toxicología.
- Acusación del Ministerio Fiscal con las anotaciones correspondientes. Solicita cárcel para cada unos de los médicos Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García.
- Sobre la neurosis obsesiva compulsiva.
- Introducción a la sentencia dictada por el Juez José María Assalit Vives.
- Derechos del enfermo.
- Sentencia y contrasentencia.
CAPÍTULO
VI. Recorrido judicial
- Recurso a la Audiencia por tan escandalosa sentencia.
- Nueva sentencia absolutoria. Se van añadiendo más violaciones de la ley.
- Querella contra el Juez José María Assalit Vives por pevaricación. Viene desestimada de mala manera. Era de esperar.
- Recurso de Amparo ante el Tribunal Constitucional.
- Viene desestimado.
- Entrevista con el Presidente del Tribunal Constitucional, entonces señor Rodríguez Bereijo. Acompaña Carmen Flores, presidenta de la Asociación “El Defensor del Paciente”.
- Por consejo del señor Presidente solicitamos entrevista con el señor Presidente del Consejo General del Poder Judicial quien es el mismo Presidente del Tribunal Supremo.
- Nos recibe, en nombre del Presidente, Don Ramón Sáez, Magistrado Vocal encargado de la Inspección de los Tribunales del Consejo.
- Recurso de Amparo ante el Tribunal de los Derechos Humanos de Estrasburgo.
- Perdemos. (Los argumentos que esgrimen son vergonzosos. Como dice mí abogado nunca había visto un caso igual en materia judicial. Llegan a la provocación).
- Recurrimos ante el Tribunal de los Derechos Civiles y Políticos de la ONU. (El Presidente de este Tribunal es el mismo que el de Estrasburgo. Perdemos).
- Me queda la Vía Civil, la que estaba ganada de antemano si no hubiera sido tan tozuda como me dijo el señor Ramón Sáez.
- Vía Civil. Sobre la sentencia dictada por el Juez José Manuel Martínez Borrego Borrego del Juzgado de lo Civil de Barcelona. (Sobre la película “Mi hijo Arturo”, basada en el caso de la muerte mi hijo).
- Ante la incredulidad de propios y extraños, Perdemos.
- Recurso ante la Audiencia Provincial de Barcelona.
- Presidenta de la Sala: María Eugenia Alegret Burgues. (Después, Presidenta del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, y, actualmente, ex-presidenta).
- Perdemos. (Se llega a la violación más absoluta de la ley, de la defensa de la vida y a las falsedades y prevaricación más condenable. No olvidemos que las hijas del doctor Guix y los hijos de la señora jueza, han ido a la misma escuela hasta que la señora Alegret dictó sentencia).
- Recurrimos al Tribunal Supremo. Perdemos.
- Presentamos querella contra la jueza Alegret, y contra las dos juezas que conformaban la Sala, señoras Marta Font Marquina y Rosa María Argulló Berenguer. (No solamente viene desestimado sino que desde el Supremo nos intentan intimidar a mi abogado y a mí diciéndonos que “con muestras actuaciones podemos incurrir en el fraude de la ley”).
- Para poder querellarnos contra la jueza Alegret, antes teníamos que habernos querellado contra el juez Martínez Borrero Borrego, y así lo habíamos hecho.
- Nuevo Recurso ante el Tribunal de los Derechos Humanos de Estrasburgo.
- Contestación de Estrasburgo. Se adjunta “impreso” recibido. (Juzga un solo juez. No preguntes el por qué, porque ya te advierten que no te contestarán).
- Noticia: “El sistema aplasta 26 años de lucha judicial”. (Página web: “Datecuenta”).
CAPÍTULO VII. Campaña pública de información y denuncia
- Campaña en la Rambla de las Flores de Barcelona, ante la Audiencia, Hospital del Valle del Valle de Hebrón, ante la DEXEUS, por toda Barcelona, pueblos y extranjero.
- Al tiempo de llevar a cabo la campaña, los médicos Guix y Rubio se querellan contra mí por injurias y calumnias, dicen. Me condenan.
- Sentencia y contrasentencia.
- Se recurre: Rebajan la cuantía. Se vuelve a recurrir.
- Rebajan más la cuantía
- Un hecho curioso que demuestra que los jueces no saben lo que tienen entre manos.
- Por la declaración del doctor Rubio en este juicio, se presenta querella contra él por perjurio. Curiosa la contestación de la justicia.
- Página web. Nueva denuncia por injurias y calumnias.
- En esta ocasión es sólo el doctor Guix quien me denuncia. El doctor Rubio ya no quiere saber nada.
- Me condenan. Se recurre. Me vuelven a condenar.
- Mi contestación a esta sentencia.
- Se recurre al Constitucional.
- Pendiente de resolución.
CAPÍTULO VIII. Escritos enviados a políticos
- Escritos enviados a políticos y contestaciones.
- Escrito enviado al Tribunal Europeo de Luxemburgo quien condenó a España por no cumplir con las normas que exige la Unión Europea en cuanto la aplicación de los rayos X. Su contestación. (Por lo menos son amables y me envían la sentencia que condena a España por si puede serme de utilidad).
- Conclusión.
- Derechos Humanos.
- Médicos.
- Jueces.
- Y…
- Recuerdo a las víctimas compañeros de vivir años de injusticias inimaginables.
- Reflexión: Si yo fuera Juez.
- “¡Arturo, hijo mío! Nunca más…
- Agradecimientos.
Solapa de la contraportada: “Mare, si sabéssiu el que pateixo…
Contraportada: Iglesia de la Sagrada Familia en el momento en que mi hijo pudo hacer la fotografía. Hubiera disfrutado de
poderla contemplar en el momento actual
convertida ya en Templo.
Todo se los negaron
los malditos que le mataron, ¡todo!:
Los malditos y
peligrosos sociales los médicos Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García: ¡Malditos sean!
¡Malditos sean por siempre!
Queda claro que yo no soy una persona tan bondadosa como era mí hijo.
Queda claro que yo no soy una persona tan bondadosa como era mí hijo.
INTRODUCCIÓN
“El tiempo que pasa es la verdad que huye”.
Cita de Edmon Locard, médico y
criminalista francés.
Llevando ya años de lucha contra
sentencias judiciales que iban dejando impunes a los médicos que mataron a mí
único y querido hijo Arturo, leí la frase de Edmon Locard que encabeza este
escrito. (Facebook a menudo nos recuerda este tipo de citas). Con profunda
tristeza, me dije: ¡Cuánta verdad encierra!
Y, aunque la verdad auténtica, la verdad
comprobada, siempre está ahí, no la supuesta verdad de unos u otros, la ¡auténtica!
porque de verdad sólo hay una, el tiempo que pasa cuando no hay justicia, hace
que ésta se vaya diluyendo, quedando en el silencio, en la ignorancia…,
y, casos terribles que han impactado a
propios y a extraños, casos como el de mi hijo Arturo que ha traspasado
fronteras por su crueldad, que ha impactado, incluso, a la clase médica de
distintos países del mundo, y que ha llamado poderosamente la atención de los
más importantes medios de comunicación, tanto escritos como televisivos y
radiofónicos, medios, que repetidamente han ido denunciando el dramático
suceso, invitándome, además, en repetidas ocasiones y permitiéndome explicar
todo lo sucedido, vayan quedando en el olvido, incluso en la incredulidad de
algunos, o si acaso, algunos rescoldos. Y, si las victimas indirectas, porqué
las directas ya están muertas, no dejan su vida reclamando esta justicia que
por ley les pertenece, la cita de Locard, se convierte en una realidad
palpable, y los crímenes cometidos contra nuestros seres más queridos, contra
nuestros hijos, serían como si nunca se hubieran cometido.
El tiempo que pasa implacable,
lógicamente te envejece, hace que la salud, ésta sí “huya” de ti, hace que vayas perdiendo las fuerzas que
necesitas para seguir luchando, que te arruines, pierdas la esperanza en una
justicia justa y, que, a veces, te sientas vencida por la
prepotencia, las amenazas, burlas y
provocaciones por parte de
quienes tienen el deber de defender nuestros derechos, y, sobre todo, nuestra
vida: los jueces.
Sabemos que en los juicios unos ganan y
otros pierden, no todos podemos tener la razón, y esto hemos de aceptarlo, pero
cuando los jueces violan descaradamente las leyes, tus derechos, inventan
hechos que nada tienen que ver con la realidad, contradicen incluso la Ciencia
médica y las declaraciones de los propios acusados cuando ellos mismos con sus
declaraciones cavan su propia fosa, todo para
protegerlos de los crímenes cometidos, por más tiempo que pase y por más
agotado que uno esté, no puede desfallecer; nuestro deber es seguir. El daño
que han causados a nuestros hijos, la vida que les han arrebatado gratuita y
miserablemente, no puede quedar impune por más que se empeñen los jueces, que,
por desgracia, nos tocan en mala suerte a la mayoría de las víctimas de
negligencias médicas en el bombo de una mala lotería que forma parte de un
sistema judicial y político injusto, y la mayoría de las veces, inmoral e
inhumano. Pasar página por la muerte, por el asesinato de mi hijo cuando no se
ha hecho justicia como me aconsejan algunos, por mi bien, no lo dudo, es
imposible. Pasar página cuando condenan a las víctimas en lugar de condenar a
los verdugos, ¡Nunca!
Este nuevo libro, escrito en memoria de mi único y querido hijo Arturo,
explica y recuerda una vez más y con mucho dolor, la historia de su trágico
destino. Es la historia de un muchacho, que teniendo terror a las enfermedades,
al sufrimiento, a la vejez y a la muerte, un día unos médicos sin alma, sin
ninguna compasión ni escrúpulos, le vertieron encima todos estos terrores de la
forma más brutal que nunca imaginar se pueda.
Es la historia de una lucha desesperada y sobrehumana, para intentar
sobrevivir a un horror al cual no le habían dejado ninguna salida.
Pero, es también, un recuerdo a la bondad de mi hijo, a su forma ser,
una persona generosa, honesta, cariñosa, tolerante… Un recuerdo a su espíritu
luchador, a su corta vida, la vida que él amaba tanto y que para protegerla y
poderla vivir con plenitud, no dudó en confiar plenamente en aquellos, que por
ironías del destino se la segaron de cuajo, sin piedad en plena juventud.
Al mismo tiempo, es un testimonio donde queda gravada la denuncia
pública de una de las actuaciones médicas más salvajes que se hayan podido
cometer nunca dentro del mundo de la medicina
de nuestro país. La denuncia pública de una actuación, que si bien ha
escandalizado a personas de distintas partes del mundo, siendo comparada,
incluso, por muchos, con las atrocidades experimentales que llevaron a cabo los
médicos de la Alemania nazi, aquí, en nuestro país, ha sido silenciada y
protegida de forma feroz, precisamente por las Autoridades Sanitarias, por el
Poder Judicial y por la Clase Política, “los Pilares” de nuestra sociedad
encargados de velar para la protección de la salud, el bienestar y la vida de
las personas.
En definitiva, y en su conjunto, este
nuevo libro pretende ser, una vez más, una contundente denuncia pública hacia
las mencionadas administraciones, y, de forma muy especial, hacia los
magistrados-jueces que han juzgado este dramático suceso y, que para defender
lo que nunca podrá ser defendido dentro de la justicia legal, no han dudado en
ignorar todas las pruebas presentadas claramente acusatorias, e, incluso, las
declaraciones autoinculpatórias de los propios acusados, los médicos Benjamín
Guix Melcior y Enrique Rubio García; no han dudado en dictar sentencias llenas
de contradicciones, falsedades, errores judiciales, llenas de mala fe, prevaricadoras
y provocadoras, demostrando, con ello, el más descarado partidismo, además de
intentar confundir a la opinión pública para dejar impune, con un cinismo y una
prepotencia difícil de comprender, un hecho sobre el cual debía de haber
recaído todo el peso de la ley: “Quemar el cerebro físicamente sano de un
muchacho condenándole a muerte de forma irreversible y cruel, cuando él tan
solo intentaba solucionar un problema psicológico para poder vivir una vida sin
preocupación en cuanto a su salud y a su futuro”. Quizás éste fue el gran
pecado que cometió mi hijo: confiar en los adelantos que nos ofrece la Ciencia
médica: “Mamá, cuando uno tiene un
problema y una posible solución a mano, creo que es absurdo no aprovecharla”.
Aunque empecé a escribir este libro hace
unos años - el tercero en memoria de mi hijo -, diversas razones me han
impedido terminarlo y darlo a conocer en el momento deseado. Razones cómo, por
ejemplo, la dificultad y tristeza que encierra vivir con la ausencia de tú hijo
muerto, el recuerdo de los terribles sufrimientos a los que le abocaron que
martillean continuamente en mi cabeza…, la impotencia ante la injusticia…, la
salud que se va minando… ¡En fin!, con el paso de los años todo se va haciendo
mucho más difícil… Ahora, con los ánimos un poco renovados – con mucho
esfuerzo, eso sí -, he reemprendido el trabajo. No obstante, ello no significa
una sustitución, o mejor dicho, una prueba de renuncia a seguir con la lucha
judicial que ya hace casi veintiséis años llevo a cabo con la finalidad
exclusiva de conseguir la justicia que mi hijo muerto se merece. Y, si bien se
podría creer, porqué… después, y hasta el momento de haberlo perdido todo, lo
mejor sería dedicarme a escribir para mantener vivo su recuerdo y dejar pasar
el tiempo… ¡Esto, de ninguna de las maneras! La lucha judicial continúa. ¿Hacia
dónde cuándo ya se ha perdido todo, ¡todo!? ¿Cuándo desde el mismo Tribunal
llamado de los Derechos Humanos de Estrasburgo nos lo desestiman por segunda
vez, ésta por vía civil, a través de un
impreso vergonzoso sin dar opción a que preguntes nada, porque ya te
advierten que no te van a contestar? Un impreso, que envían a todos por igual
cuando no les interesa impartir justicia. Cuando este tipo de tribunales en los
que confías actúan con tal desfachatez y deshumanización, uno se pregunta: ¿qué
representan estos tribunales para la mayoría del ciudadano común y corriente
que se ve obligado a recurrir a ellos porque ya han sufrido todo tipo de
vejaciones de los tribunales anteriores?: ¿Una broma? ¿Una burla? ¿Una estafa?
¿Una provocación? ¡Yo no lo sé! Pero…, la verdad sigue ahí, y el crimen
cometido contra mi hijo sin condena, también… ¡Algo habrá qué hacer!
Este nuevo libro, dedicado a la memoria de
mi hijo, a su lucha para intentar salvar su vida que él, ¡pobre, hijo mío!
ignoraba que la tenía perdida para siempre, y la gran injusticia judicial
recibida, además de los libros titulados, “Arturo,
mi querido hijo”, editado en el años 1995, y “Arturo”, subtitulado, “Una
muerte en manos de los médicos Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García”,
este último escrito con la cola-boración especial de mi querida y entrañable
amiga Domi Moreno Gómez, editado en el año 2003 con testimonios incluidos de
otras víctimas, además de la gran cantidad de panfletos, folletos y testimonios
que también, en forma de libro he ido haciendo y repartiendo a los largo de
todos estos años – el último escrito en catalán con los testimonios de
victimas, también, titulado: “La mort d’un fill” -, es una prueba más de la
revuelta de los sentimientos de indignación y desesperación, ante el dolor, la
impotencia, la injusticia!... Sentimientos que empujan y empujan día tras día.
La revuelta del puñal, que un día unos seres sin alma me clavaron en el corazón
y que no puedo arrancarme por más esfuerzos que haga… El puñal que clavaron de
forma cobarde y vil a mi hijo, cuando su corazón estaba lleno de proyectos, de
ilusiones, de esperanza!...
Y… ¿por qué no?: Escribir, denunciar la
injusticia a través de la escritura, es una forma diferente de hacer justicia
cuando la instituida falla estrepitosamente; una justicia natural que ningún
juez, ¡ninguno!, por más poderoso que se crea, por más que quiera pisotear los
derechos de las personas, por más que quiera proteger a gente indeseable, gente
que merecería estar en la cárcel o mejor dicho, no haber nacido, dejando a las
víctimas indefensas, nunca podrá impedir que siga su curso; una justicia y un
curso natural que viaje por todo el mundo proclamando la verdad de unos hechos
delictivos que se han querido tapar inventándose mentiras incuestionables, y la
verdad sobre un sistema judicial que avasalla y provoca. Al menos en mi caso y
en otros muchos que he conocido a través de los años, y conozco actualmente. Un
sistema, que no permite querellarse contra los jueces por más razón que tengas,
porque si lo haces, te amenazan desde los estamentos superiores y ya lo tienes
todo perdido y, esto, aunque denuncies
un hecho criminal que está a la vista protegido por los jueces querellados.
Hecho, que desgraciadamente, he vivido en primera persona junto con mi abogado
por parte del Tribunal Supremo. Todo explicado en este mismo libro
Debido a mis campañas de información y
denuncia pública, y a las cartas que he enviado a los políticos de cada momento
– la campaña pública empezó recién fallecido mi hijo en el año 1993 y, que
tristemente no me han permitido parar – siempre he ido recibiendo
contestaciones de políticos, cartas de conduelo, de compromiso, de
solidaridad. He mantenido entrevistas con muchos de esos políticos, a veces me
han llamado personalmente por teléfono para hablar conmigo, hasta intentando
buscar una solución a mi caso que les ha impactado y preocupado. Nunca he
dudado de la buena voluntad de todos aquellos que se han interesado por mí,
pero…
Estas denuncias públicas, que derivaron en
una denuncia social importante, lo trataré en el apartado correspondiente. Pues
no deja de ser interesante y demuestra una vez más, la indefensión en que nos
encontramos y la lucha a la que nos obligan a llevar a cabo aún cuando nuestra
mente, corazón y cuerpo estén destrozados por tan terrible pérdida: ¡La pérdida
de nuestros queridos hijos! ¡La peor de las pérdidas!
Adelanto, que la jueza, señora María
Eugenia Alegret Burgues, ex presidenta del Tribunal Superior de Justicia de
Cataluña, en el momento de dictar sentencia en el caso de mi hijo, magistrada
de la Audiencia y ponente, dice: “Nada puede consolar a una madre de la muerte
de un hijo, ni una resolución judicial”. Es cierto: nada ni nadie puede
devolver la vida a un hijo muerto, pero una resolución judicial justa, sin
mentiras, violaciones de la ley, sin hechos inventados, hechos que nunca han
sucedido, prevaricadora y provocadora, y sobre todo, sin proteger actuaciones criminales, como la dictada por ella misma, dejaría descansar el
puñal que se lleva clavado en el corazón, y que se revuelve con rabia cada vez
que se dicta una sentencia de esta naturaleza; dejaría descansar el puñal, el
mismo, que un día le clavaron a mi hijo
unos salvajes sin alma que tuvimos la gran desgracia de encontrar en el camino
de la nuestra vida.
Cómo podrá ver el lector, en el contenido
de este nuevo libro, se van detallando los principales pasos que se han ido
siguiendo en este dramático proceso. Pasos, algunos, que si no se explican con
claridad, cuesta bastante creer que el caso de mi hijo haya sido una realidad.
Por ello, mis escritos, mis libros, resulten siempre ser más extensos de lo que
era mi intención al empezarlos. No obstante, tengo que decir, que si hubiera
escrito todo lo vivido día a día, hubiera resultado una especie de enciclopedia
de no sé cuantos volúmenes: Ya, más de veinticinco años, años, casi veintiséis,
primero viendo morir a mi hijo lentamente durante cuatro años y seis meses
preso de terribles sufrimientos sin poder hacer nada, ¡Nada!, para poderle
ayudar, siguiendo con la llamada “justicia”, para conseguir, esto, ¡justicia!;
sufriendo amenazas hacia mi madre, hacia los amigos que me ayudaban en mis campañas,
hacia a mí, investigación de bienes, negocios…, patrimonio…,¡todo, todo
perdido!... condenas… Y, ¡todo! sufriéndolo durante las veinticuatro horas del
día en una lucha sin cuartel, durmiendo poco y mal, da para mucho y,… también,
para volverse loco. Y con todo, la última resolución del llamado “Tribunal de
los Derechos Humanos”.
No es mi intención, ni mucho menos,
relatar una historia lastimera, muy al contrario, mi intención, como queda
constancia a partir de mi primer escrito-denuncia que publicité recién fallecido mi hijo, es para denunciar la
crueldad de una gente - unos y otros - que roban gratuitamente vidas humanas
sin importarles la vida robada ni el hundimiento al que abocan a unos padres
sin posibilidad de recuperación alguna, y, esto, entretanto, ellos – unos con
su bata blanca y otros con su bata negra y sus puñetas -, siguen su vida como
si nada hubieran hecho como si nada hubiera pasado.
En el capítulo correspondiente, se encontrará
una explicación sobre la neurosis obsesiva (manías como se les llamaba antes, o
TOC,-trastorno obsesivo compulsivo, como se le llama ahora; un trastorno cómo
dice, no una enfermedad). Este trastorno puede ser más o menos importante según
el carácter de la persona, o si ésta se ha complicado con el alcohol o la
droga. En muchos casos, con fuerza de voluntad se suele salir del problema y,
en todo caso, como le dijo un psiquiatra a mi hijo al ver su gran preocupación
por lo que le pasaba: “el mundo está lleno de neuróticos obsesivos y no pasa
nada”. Todo y así, mi hijo luchó sin descanso para salir de su situación y lo
consiguió, pero, desgraciadamente, cuando fue demasiado tarde.
Mi hijo, a pesar de que los que le mataron
intentaron hacer creer que era un pastillero y un alcohólico, o un “borracho”,
aunque después pidieran perdón por haberlo dicho, no le gustaba el alcohol y se
sometió a este tipo de tratamiento para “evitar las pastillas” que con el
tiempo le pudieran perjudicar su salud cómo solía decir, todo lo contrario de
lo que quieren hacer creer los médicos Guix y Rubio y, que además, ni siquiera
conocían cómo era mi hijo ya que sólo le vieron una sola vez antes de que le
aplicaran el supuesto tratamiento, y ni tan siquiera les interesó ver el
informe de su psiquiatra en el que dice, que no se le conoce abuso del alcohol
ni la toma de fármacos a no ser los que él le recetaba. Los problemas
psicológicos tienden a confundir a la opinión pública, pero sean como sean,
nunca los jueces pueden justificar la muerte través de “terapias” tan
peligrosas que no dejan ninguna esperanza de vida una vez mal aplicadas. En nuestro caso, ruego que se lea con
atención, cómo era mi hijo, cómo llegó a manos de los médicos Guix y Rubio, lo
que declararon los médicos que descubrieron la “lesión cerebral por
radionecrosis diferida profunda e inoperable”, lesión que le segó la vida, y
las sentencias dictadas por los jueces que juzgaron el caso y que han dejado
impunes a unos médicos, “peligrosos sociales, como les han calificado muchos,
para que puedan seguir matando como ha sucedido en repetidas ocasiones.
Mi querido hijo, como ya he explicado, con
su empeño, a través de otro tratamiento, había conseguido resolver su problema,
su neurosis obsesiva; recuperó una vida
llena de proyectos que se iban convirtiendo en realidad, pero cuando ya
nadie se acordaba de aquel “extraordinario tratamiento del futuro”, que es como
se lo vendieron y que lo curaba todo o te dejaba como estabas - que fue lo
único que aceptó mi hijo, quedarse como estaba -, aplicado en la “famosa”
Clínica DEXEUS, hizo su aparición de forma brutalmente mortal no dejándole ni
la más mínima posibilidad de esperanza de vida: Una sola sesión de “rayos
gamma”, una sola, en la que durante dos horas y veinte minutos le estuvieron
irradiando su cerebro físicamente sano, fue mortal de necesidad.
La prepotencia malvada de unos médicos sin
ética moral ni profesional, y sin ningún tipo de escrúpulos, ante el indefenso.
Guix y Rubio, ante un chico que no podía defenderse entretanto le colocaban en
su cabeza una cantidad de rayos, que ellos sabían que le matarían de forma
inevitable y cruel.
La agonía de mi hijo, impensable e
incomprensible para todos, principalmente para los médicos que le atendieron en
esta sí su gran desgracia y que decían que nadie podía vivir con lo que le
habían hecho en su cerebro, duró cuatro
años y seis meses: cuatro años y seis meses padeciendo sufrimientos
inenarrables, dolores terribles, de lucha contra la demencia que le provocaron… la diabetes que nunca había tenido... contra todo !!!, llevando a cabo una lucha titánica, que a mi pobre hijo no le sirvió de
nada, pues su vida ya la tenía perdida a partir del momento que los malditos
médicos Guix y Rubio le pusieron las manos encima. ¡Toda su lucha resultó
inútil! Incluso antes de morir tuvo que
pasar por una terrible operación para descomprimir el gran edema resultado de
la radiación. No ya para intentar salvar su vida, esto ya era un imposible, era para intentar que sufriera lo
menos posible en su camino imparable e infernal hacia la muerte.
¡Desgraciadamente, no se consiguió aminorar sus sufrimientos!...
Quiero señalar, antes de empezar mi
relato, que a través del Capítulo
dedicado a los médicos y jueces, se encontrará un recordatorio de los padres
que he conocido a través de estos años dolorosos que me ha tocado vivir, y que
también han sufrido el horror sangrante de perder a sus hijos por culpa de unos
seres malditos, desposeídos de alma, de
ética moral y profesional, llamados médicos. Unos seres, que nos han abocado a
vivir en un profundo pozo sin salida,
lleno de angustia infinita, desesperación y miseria. Padres cuyo testimonio se encuentras en los
libros y Testimonios ya citados.
Este nuevo libro, contiene párrafos y
partes enteras entresacados de los anteriores libros y del Testimonio escrito
en catalán, “La mort d’un fill”. En este caso, encaminado hacia el final de una
lucha justa, pero aplastada por un sistema injusto en un llamado “Estado de
Derecho”.
Es posible, que quien vaya siguiendo mis
escritos, encuentre algunas diferencias en la forma de relatar los hechos entre
unos y otros libros o Testimonios. Aunque parezca que conforme van pasando los
años y vas escribiendo pueda resultarte todo más fácil, puesto que se repite
siempre lo mismo, no es así, cada vez resulta más difícil y según los estados
de ánimo y también los nuevos acontecimientos, los hechos se ubican en un
contexto o en otro; los hechos siempre están ahí, los escribas dónde los
escribas.
Cuando se habla de tantos años de lucha
judicial, puede parecer que es una exageración o que te ha cogido la manía de
ir denunciando sin razón alguna, pero si tenemos en cuenta que para llegar a
juicio y poder ver sentados en el banquillo de los acusados a los médicos
Benjamín Guix Melcior y a Enrique Rubio
García, tuvieron que pasar siete años, que para recibir la sentencia a cada
recurso, cuatro años, y, que para recibir una simple contestación, dos o tres
años, primero por la vía penal, después por la civil, como ha sido en mi caso, ¡Pues!…
Hay quien enferma, envejece y muere esperando justicia…
Quiero pedir disculpas por si algún lector se siente molesto por las
palabras mal sonantes que utilizo. Tengo amigos que me dicen que no hace falta
que los descalifique, porque ellos mismos – médicos y jueces - se descalifican
por sí solos. Y, lo entiendo, pero, recordando cómo era mi hijo, y recordando
lo que hicieron con él, en lo que le convirtieron y en lo que le hicieron
padecer, y cómo murió… resulta muy difícil no decir: “¡Cómo odio a esos dos
hijos de la gran puta!”.
Yo nunca había utilizado expresiones de este tipo, y recuerdo que mi
querida madre cuando me oía, solía decirme: “Nena,
no hables así ¡por favor!”. Pero después de lo que le hicieron a mi hijo,
¿cómo no voy hablar así? Si otras personas, incluidos médicos, lo decían
refiriéndose a los médicos Guix y a Rubio después de saber o ver lo que le
habían hecho a mi hijo, ¿cómo no voy a decirlo yo? Muchos son los padres de
víctimas de negligencias médicas que nunca habían dicho una mala palabra,
y, después…
También hay quien creé, que si no hubiera
expresado mi dolor, mi odio y mi rabia a través de estas expresiones, quizás me
hubiera cogido un infarto y ya estaría muerta. No sé!… No sé!…
Bien: Dicho esto, una vez más y con mucho
dolor, el relato sobre cómo era mi único y querido hijo Arturo, su lucha, su
muerte, y sobre la injusticia judicial recibida: una de las más partidistas,
escandalosas y punzantes.
Empecé
a escribir el primer capítulo de este libro hace algunos años y en uno de
aquellos días en que entraba en la habitación de mi hijo recién fallecido; me quedaba un buen rato hablando con él, ¡cómo
si me pudiera escuchar!.... Pero cada vez que intentaba avanzar, tenía que dejarlo
porque la gran pena me impedía seguir, así que cada vez que lo intentaba, tenía,
prácticamente, que empezar de nuevo, y aunque en algún libro que he escrito
puede dar la sensación que me fue fácil hacerlo, nada más lejos de la realidad.
La habitación de mi hijo, era una
habitación muy bonita, amplia, soleada… Daba a una terraza llena de flores y
plantas, parecía un jardín. En su habitación tenía una biblioteca llena de
libros muy escogidos, recuerdos de viajes… de regalos de sus amigos y amigas, un buen equipo de música con
un sinfín de discos… Tenía su mesita de despacho, unas butacas, todo muy bonito
y de muy buen gusto. Alegre, pero… ahora, sin mi hijo, ¡qué triste y desolada
me parecía! Pero tenía que escribir, tenía que hacerlo y, en uno de aquellos
días, con mucho esfuerzo, empecé a escribir:
“Avui, fill meu,
com altres dies, estic asseguda als peus del teu llit vuit. Tinc a les meves
mans un llibre i una cinta gravada amb la teva veu de quan tenies uns dos
anyets, parlant i cantant aquelles cançons que tant t’agradaven.
Vaig gravar aquesta
cinta un dia que estaves molt parlador i “cantarín”; anaves d’un costat a
l’altre de la casa transportant les teves joguines i amb les teves grans
conversacions. Vaig pensar que seria un bon dia: altres vegades no volies. Et
vaig aixecar del terra i et vaig pujar a una cadira. Vaig posar la gravadora en
marxa. Et vaig dir que el primer que havies de fer era dir el teu nom perquè el
qui ho escoltés, sabés que eres tu el qui cantava. Ràpidament, vas dir: “Artuo
Navava Ut”. Eixís acabaves més rapit.
Vas començar a
cantar trossets de cançons de l’època. Una era aquella que parlava del “Ángel
de la guarda que de niño nos cuidaba con amor”. Tu deies: “E ángel a guada que niño cudaba con amot. E angel!!!...”. Acabaves
am un gran agut com si fossi un gran tenor.
O, aquella que es va posar tan de moda de, “Yo soy una chica yeye”. Tu
deies, “jo sóc un chico yeye, ye y ye!!!”.
Mig català y mig castellà. I...aquell “Pirineu” de la sarsuela catalana “Cançó
d’Amor i de Guerra” que diu: “Pirineu
serra estimada fins al cel aixeca el front perquè ets tu muntanya aimada la més
bella d’aquest món. Si d’aquí em traieu un dia fora i tant el meu sofrir.
Pirineu que d’enyorança no trigaria a morir. Pirineu dolça terra tota plena de
neu, Pirineu...”. Tu en sabies una mica d’aquesta cançó, perquè l’avia te la cantava, i amb la teva forma de parlar,
parant per escoltar el que jo t’anava apuntant baixet i posant-te de puntetes
per arribar als aguts, eres tan divertit, que les meves rialles van quedar
també gravades.
I...aquella altre
cançó, “El tren pinxo de Banyoles...”, o, aquella tan divertida també que diu: “M’enfilo a la muntanya amb el gos al meu costat, l’escopeta penjada
a l’esquena i un barret foradat al cap, al cor no hi porto cap pena i allà a l’horitzó,
brilla el sol. Brilla el sol, crida el gos, canto jo i tot és de primera! I tot
és de primera!...”. Et feies un embolic amb l’escopeta, el barret y el gos.
I, era cert, fill meu, tot era de primera!... I, i...quant explicaves el conte
d’en Patufet?... Erets un nen tan encantador, tan dolç!...
Hoy, hijo mío,
como otros días, estoy sentada en los pies de tu cama vacía. Tengo en mis manos
un libro y una cinta gravada con tu voz de cuando tenías unos dos añitos,
hablando y cantando aquellas canciones que tanto te gustaban.
Gravé esta
cinta un día que estabas muy hablador y “cantarín”; ibas de un lado para otro
de la casa transportando tus juguetes y con tus grandes conversaciones. Pensé
que sería un buen día, otras veces no querías. Te levanté del suelo y te subí a
una silla. Puse la grabadora en marcha. Te dije que lo primero que tenias que
hacer era decir tu nombre para que, quien escuchara, supiera que eras tú el que
cantaba. Rápidamente, dijiste: “Artuo Navava Ut”, así terminabas antes.
Empezaste
cantando trocitos de canciones de la época. Una era aquella que hablaba del
“Ángel de la guarda que de niño nos cuidaba con amor”.
Tú, decías: “E ángel a guarda que niño cudaba con amot. E ángel!!!...”. Y terminabas con un gran agudo como si fueras
un gran tenor. O, aquella que se puso tan de moda, “Yo soy una chica yeyé”. Tú,
decías, medio en catalán medio en castellano: “Jo sóc un chico yeyé, ye y ye!!!”. I, aquel “Pirineo” de la
zarzuela catalana “Canción de Amor y de Guerra”, que dice: “Pirineo, sierra querida hasta el cielo levanta la frente, porque eres
tú montaña amada, la más bella de este mundo. Si de aquí me sacarais algún día,
Pirineo de añoranza no tardaría en morir. Pirineo, dulce tierra toda llena de
nieve, Pirineo…”. Tú sabías un poco de esta canción porque la yaya te la
cantaba, y con tu forma de hablar, parándote para escuchar lo que yo te iba
cantando bajito y poniéndote de puntillas para poder llegar a los agudos, eras
tan gracioso y divertido, que mis carcajadas quedaron también gravadas. Y,
tantas otras canciones que tú cantabas y que nos hacías reír tanto. Eras un
niño tan encantador, tan dulce!!!...
Sobre el
libro, fue muy curioso, porque este libro vino a mis manos entretanto buscaba
otro libro. Estaba en la biblioteca, no en la de tu habitación, si no en la del
despacho de papá. No sé si lo compraste tú, papá o nos lo regalaron, porque no
recuerdo haberlo comprado yo, pero allí estaba: “El Drama de la ausencia”, de
José María Comas Roca. No sé si tú llegaste a leerlo.
Al abrirlo por una de
sus páginas leo:
<<La
separación de los seres queridos, arrancados de nuestra vida por la distancia y
sobre todo, por la muerte, constituye unos de los mayores dramas sentimentales de mayor alcance y de más hondo
raigambre en el corazón humano.
He aquí el bello tema,
conmovedor y delicado, de este libro. El autor no lo ha imaginado, no lo ha
inventado, sino que lo ha vivido con toda su intensidad, lo que comunica en
estas páginas es un gran acento de sinceridad, de auténtica emoción, y le
confiere un gran valor humano y universal.>>
En otra página, leo: <<Dolor de padres: La muerte del
hijo, crueldad contra natura que el Destino descarga contra no pocos mortales,
y que se lleva clavada en el corazón como un dardo que no puede arrancarse
nunca, se agrava, todavía, cuando la carne de nuestra carne es tronchada en
fresco, la vida del que es continuidad de nuestro ser, cortada en esa edad
florida en que el cuerpo semeja una flor lozana y fragante…, en que las risas
suenan a fiesta en el hogar…en que, no extinguido todavía el encanto de la
infancia, hay en los ojos ingenuo mirar y brota el entusiasmo al más leve soplo,
y la incipiente fantasía tiene siempre en ejecución un programa de gozo, y por
las rosadas mejillas corre ardorosa la sangre, y hay en los gráciles
movimientos un canto a la alegría de vivir.
¡Cuántos proyectos no
se habían levantado con el hijo arrancado temprano de la vida! En adelante, la
mejor música parecerá oírse a través de un disco gastado y roto, y los más
sabrosos manjares parecerán sazonados con salsa amarga.>>
Sigo leyendo:
<<He
aquí unas bellas estrofas del malogrado bate brasileño Fagundo Varela,
dedicadas a la muerte de su hijo:
“Y, tú, tan joven, tan
puro todavía, aún en la alborada, ave bañada en mares de esperanza, crisálida
entre luces, el elegido fuiste de la tremenda siega”.>>
<<Carlos
Bonilla: “La muerte de mi hija: ¿Por qué a la juventud hiere la muerte cuando
tan solo a la vejez gastada debiera conducir
fría e inerte a la sepulcral morada?”.>>
El autor también
explica: “La inútil espera”.
<<Frente
al Liceo donde deba mis clases, había un colegio de niñas que, uniformadas,
veía frecuentemente correr a pelotones por la calle.
Más de una vez me
había llamado la atención una enlutada mujer que, a la hora de salida de las
colegialas, se apostaba en la acera a corta distancia, y seguía con la mirada a
las que salían, como buscando a alguien, y cuando todas se habían ido,
continuaba esperando un rato hasta que, por fin se marchaba e iba preguntando a
los transeúntes que se encontraba al paso: ¿No ha visto usted a mi hija?
Llevaba un uniforme azul con un cuello
blanco y unas trenzas en que colgaban dos lazos. ¿No la ha visto usted?”… Los
interpelados, de momento sorprendidos, pronto se daban cuenta en su mirada
extraviada de que la infeliz estaba loca. Un día, a la hora de ir a recoger a
su hija y al atravesar ésta la calzada para ir a reunirse con su madre, un
camión había aplastado sus tiernos miembros y salpicado con sangre el asfalto.
La pobre madre, completamente trastornada la razón, se aferraba a la idea de
volver a verla en el mismo sitio donde tantas veces la encontraba. Y, cada día,
a la hora de salida del colegio, hacia el mismo recorrido. Y, aguardaba, como
el último día que la había visto aparecer
entre el enjambre de las otras colegialas, correr hacia ella, llena de
vida… Y, escrutaba, en su tenaz y obstinado deseo de encontrarla, entre las que
salían. Y, una a una las miraba. Hasta que, despejada de niñas la calle, se
daba cuenta de su vana e inútil espera”.>>
Una historia muy
triste esta. Personalmente he vivido algunas de estas triste y dramáticas
historias, aunque, desgraciadamente, pasan a menudo.
La primera fue cuando yo
tenía catorce años. Un amiguito mío de mi misma edad. Un día, al ir a la
escuela y coger el tranvía se cayó, y no sabemos cómo, quedó enganchado y fue
arrastrado unos cuantos metros, los suficientes para dejarlo destrozado. Antes,
los jóvenes, inconscientes, aunque el tranvía estuviera lleno por poco que
pudieran poner un pie en el escalón del mismo, se agarraban cómo podían y subían, quedando colgados en el tranvía. Yo, que era una persona muy cobarde para esas cosas, en alguna ocasión también lo había hecho.
Esta fue la
primera muerte que me impacto y que no he podido olvidar nunca. A los padres no
les dejaron ver el cuerpo de su hijo, y a su herma y amigos tampoco. Nunca
olvidaré a aquella familia tan destrozada por el dolor de padecer tan terrible
pérdida y en las condiciones en que la perdieron.
La segunda, aunque no
me produjo un dolor emocional profundo porque no me unía ningún lazo afectivo, me dio mucha
pena por la madre y, naturalmente, por el hecho de la muerte del muchacho.
Yo, ya era
mayor, joven pero mayor. Una clienta mía, una mujer joven, elegante y, porque
no decirlo, una muy buena cliente, un aciago día, encontró a su hijo en la
calle cuando iba a casa de unos amigos a realizar un trabajo de la escuela. Le
dio un beso y le dijo, “luego nos vemos en casa, mamá”. Seguidamente vio que,
al cruzar la calle, paso un coche a toda velocidad saltándose el semáforo,
atropellando al hijo y dejándolo muerto en el acto. Durante algún tiempo, no la
vi. Más tarde, sí, vino a visitarme. Después lo hacía a menudo. Se sentaba un rato y me hablaba de su hijo.
Ya no parecía la misma. La vida de aquella pobre madre terminó el día en que
murió su hijo.
Otro caso, el
de Pedro Álvarez, muerto por un policía en una absurda discusión de tráfico y
que se ha convertido en un clamor social. Pedro acompaña a su novia a su casa. Se
despide antes de cruzar la calle para coger los Ferrocarriles Catalanes. La
novia cruza delante mismo de su casa, pasa un coche a toda velocidad, la novia
le dice algunas palabras, el coche para, se baja un “energúmeno”, la increpa y
la tira al suelo. Pedro al verlo acude en su ayuda y empieza la discusión. El
hombre parece que se ha calmado y se va, pero ¡no! entra en el coche y sale con
una pistola y apuntando a Pedro en la sien, le dispara y lo deja prácticamente
muerto: Falleció antes de entrar en el hospital. El caso está explicado en la página web de
“Pedro Álvarez”. Los padres de Pedro, queridos amigos de muchos años, no han
dejado de luchar un solo día buscando justicia para su hijo que,
escandalosamente, no se ha conseguido.
Y, otro caso
que me causó un gran dolor, pues a la madre la quería mucho, fue el de una mujer
muy, muy mayor, que entretanto nos estaba contando lo bueno y extraordinario que era su hijo, le
comunicaron que acaba de fallecer… era mi querida suegra.
En aquellos
años de joven, ¿cómo podía imaginar yo que entraría a formar parte del grupo de
madres condenadas a padecer el gran dolor, la desesperación de tener que ver a
su hijo muerto?...
Siempre que
estoy inmersa en todos mis pensamientos, sobre todo los que tanto me hacen
padecer, pienso, ¡hijo mío!, que si tú me pudieras hablar me dirías que no me
torturara más, que lo dejara correr todo, que viviera en paz el resto que me
quede de vida, que no me hiciera tanto daño… Pero, tú sabes que no puedo, y tú,
que eras el de la “justicia”, lo sabes muy bien. No intentar que se haga
justicia cuando es necesario, es como colaborar con la “injusticia”. Además, tú
que eras una persona tan bondadosa, sé que no querrías que otras personas pasaran
por el horror que tu tuviste que pasar, por todos aquellos sufrimientos y
muerte tan cruel como la que te obligaron a padecer.
No olvido,
cuando ya casi al final de tu vida, me dijiste que no querías que les pasara
nada a los médicos si creíamos que podían haber hecho algo mal. “¡Pobres!”, dijiste, “si es así, lo habrán hecho sin querer. Lo
estarán pasando muy mal. ¡Prométeme que
no les pasará nada”. ¡Pobre hijo mío! Pero sabes qué no decir nada es colaborar a que esta mala gente, porque
“ellos”, estos médicos que tanto te preocupaban, son muy mala gente, en que continúen haciendo
daño y sé que esto, tú, no lo permitirías.
Quisiera tener
fe, y quisiera también, creer que estás en aquel otro lugar que dicen algunos
existe en el más allá; que estás bien y que eres feliz, quisiera creerlo con
toda el alma, pero… Si es cierto que este lugar existe, no quiero que padezcas
por mí, no sufras, ¡hijo mío! bastante te hicieron padecer aquella mala gente.
¡Descansa en paz! Ya sabes que tu madre te lleva siempre en el corazón, un
corazón destrozado por el dolor, pero que sigue latiendo por ti y para que se
haga justicia.
Plasmar en
unas hojas de papel los sentimientos que surgen ante la muerte de un hijo,
resulta muy difícil por no decir imposible. He utilizado para este libro
algunos de los párrafos del libro “El drama de la ausencia”, porque me ha
parecido que el autor al no haberlo imaginado, al haberlo vivido en su propia
carne, dentro de las dificultades que encierra expresarlo, se acerca bastante,
con sus palabras, en transmitir la cruel experiencia que representa la muerte
de un hijo.
El libro “El
drama de la ausencia”, contiene pensamientos y sentimientos de poetas, otros
escritores, pensadores…Todos compartiendo el dolor por la pérdida del hijo tan
querido. Escritos profundos, llenos de tristeza infinita que te llegan al alma
como se puede ver en los pocos ejemplos que he transcrito.
¡La pérdida de
un hijo!... De aquel hijo tan esperado y ya tan querido antes de nacer; es
decir, de nacer al mundo exterior, porque él ya vive desde el principio de su
tiempo en su casa que es el vientre de su madre donde se le protege de todo
mal. Y esperas con gran ilusión su llegada a tus brazos. Una llegada que llena
de alegría y gozo el hogar de unos padres amantes y protectores. ¡La llegada de
un hijo! ¡Qué gran tesoro! El primer beso que le das en su frente tan tibia…
Aquel contacto con su piel, la piel de un angelito… Aquel olor tan especial,
diferente a todos los olores…¡Qué emoción más inolvidable! Una emoción tan
inolvidable, que la mayoría de los padres podrán compartir con alegría durante
toda su vida. Otros…, desgraciadamente, el “Destino” les tiene reservada esta
crueldad “contra natura” como es la pérdida del hijo tan querido. Y, si es bien cierto que el recuerdo del primer
beso y de otros tantos les acompañara durante toda su vida, la ausencia que
produce la muerte de un hijo, se hará insoportable. Es el puñal que se llevará
clavado en el corazón por siempre.
Hay padres
que, para que se les entienda o comprendan quien les escucha ante un hecho tan
doloroso, te explican: “Aparece un
sentimiento tan desconocido, que parece más bien un fantasma salido de las
tinieblas más profundas; un fantasma
cruel que se ríe de tu dolor y de tu impotencia por no poder recuperar el ser
motivo de tu vida”… “Es como si te
hubieran vaciado por dentro”… “Sólo
siento frío y solo hay obscuridad dentro de mí”… “Me he quedado como un animal
abandonado; desorientado sin saber a dónde ir”… “Es como una mano gigante que
me oprime las entrañas”…”Es como ti te hubieran lanzado a un pozo profundo,
caes, caes y nunca llegas al final”. Otros, sólo dicen: “No puedo vivir sin mi hijo”… Otros, se
han vuelto locos, otros se han suicidado porque se han sentido culpables de la
muerte de su hijo. Y, otros… En fin, son tantas las frases que te dicen los
padres, que buscan para expresar sus sentimientos, parece que si lo pueden
compartir, de momento, se aligera su sufrimiento y agradecen que les escuches.
Y, la gente les escucha con interés, y muestran su empatía, pero… Pero, ¿de verdad se puede transmitir con toda
su crudeza el sentir ante la muerte de un hijo? ¡NO! Porqué no existen las
palabras. Por más que te esfuerces, nunca quien te escucha, por más sensible
que sea, podrá entenderlo. Para ello tendría que pasar por el mismo trago amargo
y uno no es tan cruel para desear eso a nadie. Como decía una madre ante el
hijo muerto: “Por ley de vida son los
hijos quienes deben llorar a los padres, no los padres a los hijos. Tener que
padecer la muerte de un hijo es la mayor de las injusticias de una existencia”.
Si bien todas
las muertes de las personas queridas, sobre todo la de los hijos son crueles,
el hecho de la muerte ya es cruel en sí mismo, siempre pueden haber añadidos
que agraven lo que parece ya no puede ser más doloroso. Las muertes no pueden
compararse entre sí: la muerte es la muerte y la ausencia que causa siempre es
la misma, pero…
Cuando la
muerte de un hijo se produce por una enfermedad a la que todos podemos estar
expuestos, un cáncer por ejemplo y que lo produce la propia naturaleza humana y
que, a pesar de hacer todo lo imposible no puedes salvar la vida porque la
ciencia médica, desgraciadamente, todavía no ha encontrado todas las respuestas
que necesita, no hay duda que uno se revela contra la enfermedad, contra lo que
llaman “destino”, incluso contra la medicina que no ha sabido salvarle la vida, uno se revela contra todo.
Ver morir a un hijo sin poder hacer nada para arrancarlo de la muerte que espera inmóvil, impasible, el momento de llevárselo para siempre, es para volverse loco. Pero si encima le añadimos el hecho de que el hijo no muere por una enfermedad incurable, sino que muere por un accidente de tránsito o por cualquier otro, provocado por gente que no siente ningún respeto por la vida de los demás, entonces ¿Qué puede pasar por la cabeza de los padres? Y, ¿si encima no encuentran justicia como ocurre en la mayoría de los casos?
Ver morir a un hijo sin poder hacer nada para arrancarlo de la muerte que espera inmóvil, impasible, el momento de llevárselo para siempre, es para volverse loco. Pero si encima le añadimos el hecho de que el hijo no muere por una enfermedad incurable, sino que muere por un accidente de tránsito o por cualquier otro, provocado por gente que no siente ningún respeto por la vida de los demás, entonces ¿Qué puede pasar por la cabeza de los padres? Y, ¿si encima no encuentran justicia como ocurre en la mayoría de los casos?
Todo y así,
hay otra causa muy dolorosa añadida, y que, en la mayoría de las veces suele quedar
en el silencio, y es la muerte del hijo por una negligencia médica, por un
“tanto se nos da” médico. Por un menosprecio a la vida, que hace, como dice,
también, el libro “El drama de la ausencia”,
que habla del hijo que llenaba la casa, de la madre que llenaba al hijo,
del amor que llenaba el corazón: “La
reacción instantánea del que se ve robado, desposeído de esos bienes por un
enemigo cobarde y vil es la de lanzarse impetuosamente contra el usurpador para
despedazarlo”.
Cuando se
trata de las negligencias médicas, resulta difícil entender el que significa
una negligencia médica o un error, que es como más se le conoce: Un “error”.
“Los médicos ¡pobres! son humanos, hacen lo que pueden y si no ha salido bien,
que se le puede hacer”… Pero la realidad no funciona así. Sólo tenemos una vida
para existir, una vida que es un milagro extraordinario, un tesoro, el más
valioso de la propia Naturaleza, y si nos la arrebatan ya se ha terminado todo:
no tenemos otra de recambio.
Los médicos
han de tener mucho cuidado con sus pacientes, y una cosa es morir porque la
ciencia no ha dado más de sí, y otra muy distinta es que te mueras porque el
médico que te ha tocado en “suerte” sea una muy mala persona y vulnere sin
ningún tipo de pudor la ética moral y profesional que se requiere para ser un
buen médico; que vulnere sin ningún tipo de pudor el Código Odontológico Médico
y las leyes que protegen nuestra salud y nuestra vida: “Ningún acto médico puede causar más daño del que se intenta reparar”.
Ésta es la auténtica ciencia de la
medicina y quien la vulnera tiene que pagar con todo el peso de la ley.
Pero, el tema
de los “médicos”, y de las víctimas de negligencias médicas, lo trataré en el
capítulo: “Médicos”, pues requiere un capítulo aparte lo mismo que los jueces
que protegen las injusticias, que protegen a gente que roba vidas humanas sin temor ni
remordimiento. Jueces que tachan a las víctimas de, “caprichosos que buscan en las negligencias una forma fácil de
enriquecerse”. Declaración del Juez André Montalbán, Magistrado de la
Audiencia Provincial de Murcia en el “Diario Médico”, 27/3/2009. Según este
Magistrado, quien pasa un verdadero calvario es el médico denunciado.
Los padres,
después de ver padecer y morir a un hijo por un hecho gratuito y cruel, se tienen que enfrentar, la mayoría de las veces, a
personajes como el Magistrado Montalbán que, como un inquisidor,
revuelve y revuelve el puñal que se lleva clavado en el corazón. Un hecho tan
escandaloso, injusto, inmoral e inhumano, sólo se da y se repite en las malas
prácticas médicas. En los asesinatos médicos.
Mucho se ha
escrito sobre la muerte de un hijo, mucho. ¡Y cuántas madres y padres expresan
su dolor por medio de las redes sociales (Internet), sentimientos que se lanzan
al aire recordando al hijo desaparecido, parece que así lo mantienen vivo en
algún lugar del Universo. Hay personas que prefieren que no hables del hijo
muerto, a su manera quieren protegerte del dolor que te puede causar el
hacerlo. Se agradece, pero… lo único que nos queda es recordarlo hablando de
él, de sus reacciones, de su carácter, de sus ilusiones… ¿Verdad que cuando
están vivos, hablamos de sus cosas?: “Mira, mi hijo me ha dicho o ha hecho tal
o cual cosa… Se ha ido de viaje y ha traído unas fotografías preciosas…Ha
ganado un premio en su especialidad…”. ¿Por qué cuando están muertos no podemos
recordar sus cosas, hablar de ellos? ¿Es qué hemos de hacer como si nunca
hubieran existido? Se agradece pero, déjenos hablar de nuestros queridos hijos
muertos, es lo que nos queda.
Yo hablo mucho
de mi querido hijo Arturo y escribo mucho sobre él. ¿Es que quizás me ha
llevado a hacerlo las mentiras que se han dicho y las barbaridades que se han
vertido sobre él tanto por parte de los médicos como por parte de los jueces
para “justificar” algo que nunca podrá justificarse?… No lo sé…
Pero como podrán leer en el capítulo que sigue, Capítulo II, “Mi hijo Arturo”, lo hago, porqué, como podrán entender, también se lo debía.
Pero como podrán leer en el capítulo que sigue, Capítulo II, “Mi hijo Arturo”, lo hago, porqué, como podrán entender, también se lo debía.
Para una madre, explicar cómo es su
hijo, resulta fácil: su hijo es el más guapo, el más bueno, el más inteligente,
el más de todo. ¡Qué ha de decir una madre de su hijo! Después será verdad o
serán imaginaciones suyas lo que dice, y tan solo podrán corroborarlo quienes
conocieron al hijo si es verdad o no lo que dice. Entonces ¿qué sentido tiene
que la madre hable de su hijo si ya se sabe lo que dirá? No obstante esto, en
nuestro caso, me veo obligada hablar de mi hijo, y aunque lo hago con mucho
gusto, ¿cómo no? lo hago, porqué, como digo, me siento obligada o, mejor dicho,
se lo debo.
A mi hijo, no tan solo le arrebataron la
juventud y la vida, sinó que para cubrir el crimen que cometieron con él, han
querido tirarle tierra sucia encima cómo si fuera un “desecho” de la
humanidad, diciendo mentiras terribles sobre su persona, tanto los médicos que
le mataron como, y esto es mucho mas grave, los jueces que han juzgado el caso.
Jueces que no han sentido ningún temor en falsear los hechos y en violar la ley,
como ya he explicado en la Introducción. Y aunque no se trata de justificar
nada, porque nada hay que justificar, si que he de explicar un poco como era mi
hijo, para dejar a cada uno en el lugar que le corresponde y demostrar la mala
fe que tienen y de la mala pasta que están hechos unos y los otros: médicos y
jueces, y que de aplicarse la ley en un país con un auténtico Estado de
Derecho, tendrían que estar en la cárcel unos y otros. Y si se lee este
capítulo con interés y después los argumentos que esgrimen los jueces en sus
sentencias para absolver a los médicos,
se darán cuenta de la mezquindad de todos estos individuos.
De todas maneras, queda al criterio del lector o lectores, en valorar un caso tan sangrante y doloroso para la familia, especialmente, apuntaré una vez más, para su abuela, mi querida madre, que a la pobre mujer le costó la vida.
De todas maneras, queda al criterio del lector o lectores, en valorar un caso tan sangrante y doloroso para la familia, especialmente, apuntaré una vez más, para su abuela, mi querida madre, que a la pobre mujer le costó la vida.
COMO ERA MI QUERIDO HIJO ARTURO
Empezaré este capítulo, como tantos
otros escritos en los que he explicado el caso de mi hijo: contando como era de
pequeño y como se fue haciendo mayor. Y, en realidad, aunque poco o nada
importa como fuera o dejara de ser para que los médicos Benjamín Guix Melcior y
Enrique Rubio García le sometieran a una sesión mortal de radiación, porqué,
aunque mi hijo hubiera sido un esquizofrénico, un paranoico, un loco… nunca
¡Nunca! ningún médico tiene derecho de aplicar un “tratamiento” irreversiblemente
mortal y por añadidura que provoque sufrimientos espantosos y tortura cruel, a pesar de eso, quiero explicar cómo él era:
primero, porque como digo en una líneas más arriba, dejar a cada uno en el
lugar que le corresponde, y porqué no podría escribir un libro dedicado a su
persona y a la tragedia que le obligaron a vivir, sin hablar de cómo él era. Y,
segundo, para poder desmentir todas las falsedades que se han vertido, tanto
por parte de los médicos que lo mataron, sus abogados, los peritos de parte de
los acusados, y como ya he apuntado también y que es lo peor de lo peor, por parte de los jueces
que han juzgado a los médicos. Una vez dicho esto, empezaré a explicar cómo era
mi hijo Arturo.
Arturo, mi querido hijo, nació sano y
fuerte; y fue creciendo sano, fuerte, vital, alegre, cariñoso, inteligente…, soy
la madre ¿qué he de decir? No obstante, aparte de lo que yo pueda decir,
existen unos comportamientos en las personas que dejan bien claro si uno tiene
buenos sentimientos o no, si es una persona honesta o no, si es generosa o no… Y
creo que, mi hijo, aparte de mis consideraciones, tenía unos comportamientos
que dejaban bien claro como él era.
Mi hijo nunca había estado enfermo,
algún constipado de vez en cuando, pero pocos. Era travieso y también cogía sus rabietas como
la mayoría de los niños, pero se le pasaban enseguida, no era nada rencoroso. Cualquier
chuchería le hacía ilusión, era dicharachero y muy simpático, pero, sobre todo,
y esto lo demostró ya siendo un niño muy pequeño, tenía muy buenos sentimientos,
tanto hacia las personas como hacia los animales. Y, así, fue haciéndose mayor, y
se convirtió en una persona sana de cuerpo y de mente: respetuoso, honesto y
tolerante; amante de la familia. Era un buen hijo, un buen nieto y un buen
amigo que conservó a todos sus amigos de la infancia. Era un buen deportista,
practicaba el esquí con asiduidad, su deporte favorito aunque también
practicaba de otros como basquetbol, patinaje sobre hielo, montañismo… Era un
amante de las Bellas Artes en todas sus manifestaciones, aunque desde muy
pequeño sintió una especial inclinación hacia la música carrera que estudiaba
para ser concertista de piano, pues tenía dotes especiales para poderlo ser. También
amaba la Naturaleza y le gustaba la fotografía. Detallista en extremo, no se
olvidaba de las fiestas señaladas, especialmente de las onomásticas de la
familia y amigos; era un muchacho que le gustaba ver feliz a las personas y
compartir los momentos de felicidad, en este sentido era igual que su padre: Su
padre!... Una buena y extraordinaria persona.
Arturo escogía los regalos que quería
hacer con extremada atención, pues quería que fueran del agrado de la persona
que lo iba a recibir: era una forma de demostrarles cariño, su estima o
agradecimiento. Y cuando se los hacían a él los regalos, los agradecía en gran
manera, tanto si eran valiosos o de lo más sencillo. Siempre decía que el valor
del regalo estaba en la persona que te
lo hace, no en el precio del regalo. Arturo era una persona muy culta: Tenía
una buena biblioteca con mucho libros de Arte… Buenas colecciones… Buena
música…; el jazz le apasionaba, las habaneras, la música Brasilera… Bien, la
Ópera. Tenía un buen equipo de música y de fotografía, aparte de sus dos
órganos y piano.
Nosotros solíamos viajar bastante: unos
viajes cortos durante el año, y uno importante una vez al año. Solíamos
disfrutar de las visitas a los Museos, de algún concierto – un concierto en
casa de Mozart, por ejemplo, constituye un extraordinario recuerdo. Paseábamos
por lugares pintorescos, disfrutábamos
de los paisajes que nos ofrecía la Naturaleza de cada lugar que visitábamos, de
su arquitectura. En algunos de los viajes nos llevábamos el coche, lo
embarcábamos, lo que nos facilitaba acceder a lugares que de otra forma nos
hubiera resultado más difícil poder acceder y contemplar, a no ser lugares a
los que se accedía con teleféricos u otros medios de transporte. Es cierto que
el coche se puede alquilar, ya lo habíamos hecho en alguna ocasión, pero,
bueno, el tuyo siempre te resulta más cómodo. Además, si el viaje se hace con
barco hacia un lugar lejano y luego te viene de gusto regresar por carretera si
la hay, pues también va bien. En fin!...
En algunos viajes se suelen hacer
amistades, principalmente en viajes en los que sueles convivir durante días con
las mismas personas, como en los cruceros, por ejemplo. En nuestro caso, quien
solía hacer más amistades era Arturo. Su conversación amena - sabía tratar
cualquier tema-, su atención puesta al interlocutor, su forma de discutir los
temas y los diferentes puntos de vista y su sencillez, hacia que su compañía
fuera muy agradable e incluso requerida, y esto ya siendo muy jovencito.
A mí, que era una persona discutidora y siempre
o casi siempre quería tener la razón, me reprendía de forma cariño, igual que
su padre, y me decía: “Madre, has de ser
un poco más comprensiva; no puedes pretender que todo el mundo piense como tú.
Ponte un poco en el lugar de los demás. Defiende tus convicciones pero sin imposiciones
que es lo que tú haces aunque quizás no te des cuenta”. Y muchas veces tenía
que darles la razón a los dos.
Las personas que conocía a mi hijo
solían decirnos a su padre y a mí, que teníamos un hijo encantador. Años más
tarde, me lo repetirían más de una vez su psiquiatra doctor Ros , doctor
Burzaco, y otros médicos que le
conocieron, primero en su lucha contra la neurosis y después contra la
radiación: Todos repitieron más de una vez que era encantador y un caso muy
especial. Realmente lo era. No lo era únicamente porque era un muchacho atento
y obsequioso. No se limitaba solamente a comprar regalos para la familia y los
amigos, era también muy solidario. Ya siendo muy pequeño, parte del dinero que
se le daba para guardar en la hucha, lo separaba para dar a “los niños que
tenían hambre y sus papás no podían comprarles comida”.
Este sentimiento de pensar en los demás,
siempre estuvo presente en él, tanto que, incluso, ya estando destrozado por
los efectos de la radiación, le salió de forma espontánea cuando la Generalitat
le concedió una paga de invalidez que yo había solicitado por consejo de mi
abogado; para poder aportar en el juicio la prueba de que, además de haberlo
condenado a muerte de forma irreversibles, entretanto ésta no se producía, lo
habían convertido en un inválido y en un demente senil. Solicité la pensión que avales lo que
decíamos. La pensión le fue concedida.
Cuando
comunique a mi hijo que la Generalitat le habían concedido una pensión, sorprendido me preguntó: “Madre ¿por qué me la dan esta pensión? ¿Qué
razón hay? Además, no está bien que yo la acepte. Yo no la necesito y si me la
dan a mí pueden dejar de dársela a otra persona que la necesite de verdad. No
está bien que la acepte”.
Cómo no podía explicarle el motivo real
de esta donación, me inventé una historia que si él hubiera estado totalmente
lúcido, aunque en aquel momento era coherente consigo mismo, le hubiera
extrañado. Para sacarle la angustia que sentía por no entender el motivo de
aquella pensión, le dije, que la Generalitat daba aquellas pensiones a los
muchachos que, unos porque estaban estudiando y otros porque no se encontraban
bien o estaban enfermos y no podían trabajar; y que cuando unos terminaban los
estudios o los otros ya se habían recuperado del todo y tuvieran trabajo, se
las retiraban y, ya estaba! Triste, me dijo: “Sabes, madre, hubiera sido mejor que no me hubieran tenido que dar
nada!" Le dije que lo entendía porque significaría que él estaría bien. ¡Me
daba tanta pena mi hijo! ¡Tanta! Por un lado, seguía siendo el Arturo de
siempre, con sus sentimientos intactos, por el otro, un muchacho con una
demencia senil provocada gratuitamente que hacía que no entendiera nada de lo
que le estaba pasando. Él que había sido tan fuerte… tan inteligente…
Mi hijo, era tan buena persona, que ya
estando destrozado por los efectos de la radiación y por los efectos de la
medicación que inútilmente intentaban mantenerlo con vida, un día me dijo: “Madre, oigo que estáis hablando de médicos
y jueces, ¿es que han hecho alguna cosa que no ha salido bien? Si es así madre,
no quiero que les pase nada a los médicos, ¡Pobres! Lo habrán hecho sin querer,
lo estarán pasando muy mal ¡Prométeme que no les pasará nada! ¡Prométemelo,
madre!”.
Arturo no recordaba nada de lo que le
habían hecho; en su subconsciente quedó borrado el “tratamiento” de la Clínica
DEXEUS. Nunca habló de esta clínica, tal fue la confianza que le dio; ni sabía
de qué médicos estábamos hablando, pero cómo lo estaba pasando tan mal, alguna
cosa debía de haber pasado y quizás creía que yo estaba dando la culpa a los
médicos que lo estaban tratando por no saber solucionarlo más rápidamente. ¡No
sé! ¡No sé, lo que podía estar pensando mi hijo en aquellos momentos con el mal
tan terrible que le habían hecho en su cabeza. Todo y así, se estaba
preocupando por unos médicos que no conocía ni sabía quiénes eran pero que lo
podían estar pasando muy mal…
Para sacarle dramatismo a aquella
situación tan dolorosa, le dije, con un toque bromista: “escucha tío, así si tu
madre, que soy yo, se cae, se rompe una pierna y el chapuza del médico en lugar
de curar la rota le “estropicia” la sana, ¿tú todavía vas a dar la razón al
chapuza del médico?”. Muy triste, me contestó: “Claro que no, mamá, pero debe de ser muy triste y duro para un médico que le pase una cosa así!”
Él, ¡pobre hijo mío! sentía pena por
unos médicos que no les importó para nada llevarse la vida de aquel bondadoso
muchacho que un día confió tanto en ellos, y que ni tan solo una sola vez,
después de haberle causado el daño criminal, ni una sola, se interesaron por
él. Al contrario, se burlaron de su dolor y hasta de la muerte que le
provocaron. El cinismo y el menosprecio
que demostraron hacia mi hijo en las vistas orales del juicio aquel par
de bestias, nos dejó helados a todos.
Mi hijo, ignorante de su realidad,
siempre nos hacia las mismas preguntas: “Madre,
¿qué es lo que me ha pasado? ¿Por qué estoy así? ¿Qué quizás he tenido un
accidente con el coche, con la moto? ¿Una caída esquiando?...”. Preguntas
que nadie le pudo responder con la verdad.
Algunas veces, me han preguntado, si es
que Arturo murió sin saber el por qué moría. Pero… ¿Cómo podíamos decirle la
realidad de su terrible situación? Él luchaba y luchaba para vencer aquel mal
que le torturaba, pero siempre con la esperanza que lo podría vencer. Por eso
su última mirada estuvo tan llena de terror, sufrimientos,
interrogantes…Preguntas que quedaron sin respuesta. Una última mirada que tengo
gravada en mi cabeza y en mi corazón como si hubiera estado marcada con un
hierro candente.
¡Tengo tan buenos recuerdos de mi hijo!
Siempre alegre, todo le hacía ilusión… Cuando era pequeño y preparábamos una de
aquellas fiestas en las que se reúne toda la familia y amigos, ya se pasaba
toda la noche sin dormir. Se levantaba pronto y quería ayudar en todo, no
paraba de ir de un lado para otro de la casa, arreglando los “detalles” con
aquella vitalidad y simpatía que le caracterizaban; era un “charlatán”, no callaba,
era como un viejo sabio. La verdad es que de pequeño era muy divertido y de
mayor, poseía un buen sentido del humor que hacía que quien estuviera con él se
lo pasara bien, aunque a la vez, fue un niño y después un muchacho muy sencillo y humilde
lo que la gente agradecía.
Aunque mi hijo nació con un don especial
para la música, en casa a todos nos gustaba la música, lo mismo por la parte de
su padre como por el mío. Por la parte del padre, mi querido esposo, tenía un
tío que era profesor de música, y otros tíos – hermanos - que cantaban muy
bien. Por mi parte, yo tenía una tía –tieta como le llamaba, hermana de mi
madre -, que cantaba muy bien. Hubiera podido ser una gran cantante de ópera,
pero en aquella época las circunstancias no se lo permitieron, los
demás, hacíamos lo que podíamos. Y uno más de los buenos recuerdos que tengo
con mi hijo, es cuando los dos íbamos a la escuela de música. Él, empezaba las
clases de solfeo y piano, y yo
aprovechaba para aprender a tocar la guitarra. Yo de joven también había
aprendido solfeo y tomado clases de canto, había ganado algún que otro
concurso de canto, más tarde ya lo dejé, pero con lo de mi hijo reemprendí un
poco el asunto de la música y lo pasábamos muy bien. Después, Arturo, con los
amigos de la escuela formaron un conjunto de música; él era el organista, ahora
ya sabía mucho de música – iba al Conservatorio -. Tocaba el órgano y el piano
muy bien. Recuerdo que en el “conjunto”, había el cantante del grupo que
cantaba muy bien, tenía un poco la voz de tenor; la verdad es que todos lo
hacían muy bien. Recuerdo que el debut del grupo ante un público muy numeroso,
lo hicieron en uno de los pabellones del
Paseo de Montjuïc. Había un gran teatro, no sé si todavía existe. Hace mucho
tiempo que no voy por allí, pero supongo que sí. Fue un festival en beneficio
de la Cruz Roja. Un Capitán de la Cruz Roja, amigo nuestro, le pidió a Arturo
para tocar en el festival, él lo preguntó a sus compañeros, y todos aceptaron
encantados.
El teatro estaba lleno a rebosar con grandes
personalidades. Lo hicieron muy bien y tuvieron gran cantidad de aplausos. Como
cabeza de grupo, a Arturo le hicieron una entrevista ante tan numeroso público.
Su padre estaba muy nervioso pues nunca lo había oído hablar en público. Salió
muy bien parado, tuvo muchos aplausos. Su padre estaba emocionado. Después,
Arturo acompañó al órgano, como música de fondo, al Capitán amigo, quien recitó
unas poesías muy emotivas. Fue un Festival muy bonito.
Arturo estaba siempre al día de todo. De
jovencito ya había ganado algún que otro concurso de baile con una amiguita
jovencita como él en la Fiesta Mayor del barrio de Gracia. También había
participado en algunos concursos de sardanas; cuando se pusieron de moda las
“sevillanas” fue a aprender a bailarlas… Arturo cantaba muy bien, no tenía una
gran voz pero lo hacía muy bien, y también bailaba muy bien, especialmente los
bailes rusos para los cuales se necesita una gran fortaleza, agilidad y
vitalidad. Pienso que todo formaba parte del maravilloso mundo del Arte de la
música y de la escena.
Muchos de los espectáculos de los que
disfrutábamos, era debido a mi hijo. A veces nos decía: “Esto no nos lo podemos perder de ninguna de las maneras”:
conciertos, obras de teatro, óperas!... “La Bohéme”, “Pagliacci”, “Norma”…,
eran sus preferidas aunque todas le emocionaba… Artistas como “The Rolling Stones”, que actuaron en la plaza de toros de
La Monumental de Barcelona; el gran organistas “Rick Wickman”, en el Deportivo
de Badalona; el guitarrista Santana que tocó en la plaza de toros Las Arenas de
Barcelona con Paco de Lucia, y, bien, y tantos y tantos otros como vimos y
disfrutamos debido a mi hijo. Y… de Joan Manuel Serrat, Lluís Llach, Marina
Rosell, Miguel Ríos… ¡qué he de decir!… Mi hijo, por poco que pudiera, no se
perdía ninguno de estos conciertos.
Recuerdo el concierto en el que actuó Miguel Ríos, junto a otros famosos
cantantes, al final de las Rambla de Barcelona- fiesta de bienvenida al Mundial
82 -, 200.000 personas la abarrotaron. En casa nos hacían padecer este tipo de
conciertos porque con tanta gente en la calle pueden producirse problemas. Creo
que hubo unos momentos críticos pero Miguel Ríos los supo resolver muy bien.
Mi hijo, admirador de otros conjuntos
como Pink Floyd, su música la tocaba muy bien al órgano; “Europa” de Santana,
extraordinariamente bien, y tastas y tantas otras. De “The Beatles” puedo decir
que fueron los únicos músicos de los que mi hijo copio la estética: se dejó el
pelo un poco largo. La fotografía que incluyo en los recuerdos de su vida, y
que lleva el batín de yoga, es de la época. Y aunque cuando se formó el grupo
de “The Beatles”, Arturo no había nacido, su música estaba presente en casi
todos los hogares. Bien, de todos los
otros grupos y cantantes que a mi hijo le gustaba, haría una lista
interminable. Sobre Michael Jackson y su música, se que a mi hijo hubiera
sentido mucho su muerte. Lo cierto es que a mí también me supo muy mal. Nos
acompañó desde tan pequeño…. Quiero resaltar Elvis Presley, del que decíamos
que era uno de los pocos cantantes que tenía música en su voz. De los cantantes
de ópera, quien decíamos que tenía voz de ángel, era Beniamino Gigli. Bien, si
siguiera, no terminaría…
Guardo la mayoría de los disco de mi
hijo, partituras, libros de solfeo, de la Historia de la Música, de Teoría de
la Música, bastante complicada…, en fin, como tantas otras pertenencias… Aunque
muchas de ellas las regalé a sus amigos: esquíes… Mesa de ajedrez con figuras
muy bonitas… Objetos valiosos que habíamos comprado en los viajes… sabía que lo
agradecerían y los guardarían con mucho cariño. Los dos órganos importantes los
regalé a unas iglesias.
Quiero hacer una especial mención de los
conciertos que “The Rolling Stone” dieron en España, el mes de junio del año
2007. La Televisión hizo un recordatorio
de cuando vinieron por primera en el año 2976. Arturo tenía 13 años. A mí me impresionó mucho y me produjo una
inmensa tristeza cuando las cámaras enfocaron al público de la “Monumental”:
Nosotros estábamos allí, los tres: mi marido, Arturo y yo. Este sentimiento,
como es lógico, siempre lo tengo cuando por la televisión recuerda festivales,
conciertos o hechos en los que sé que mi hijo se encontraba allí y, a veces,
los tres y también con algunos amigos. Referente al concierto de “The Rolling”,
recuerdo que el padre de Arturo, no le hacía gracia llevarlo a este tipo de
conciertos, porque la gente suele alborotarse mucho y pueden pasar accidentes,
pero le pudimos convencer. La verdad es que suerte que estábamos sentados en
las gradas, porque los “Roling” empezaron a tirar cubos de agua sobre el
público y quedaron bien empapados.. Pero nos lo pasamos muy bien.
Recuerdo a mi hijo, tan pequeño, y ya
sufriendo por los demás: Cuando le parecía que alguien maltrataba a un niño o a
un animal, se le llenaban los ojos de lágrimas, y decía que, “tenía que ir a decirles cuatro cosas a
aquella gente: que a los niños no se les maltrataba y a los animalitos
tampoco”. Como que no había ningún maltrato, sólo que el niño era tozudo y
la madre le reñía, y al perro le tiraban de la cadena para que siguiera, a la
gente le llamaba la atención que un niño tan pequeño saliera en defensa de los
que creía que no podían defenderse por sí solos. Siempre alguna que otra
persona, me decía: “Señora, si su hijo no
cambia ¡cuánto padecerá en la vida”.
Cuantas veces recuerdo también que me
decía refiriéndose a las corridas de toros” y otros espectáculos tan llenos de
crueldad: “Mamá, nunca podré entender como hay personas que pueden disfrutar
viendo como torturan a un animal y viendo como muere. ¿Qué no se dan cuenta del
drama que se desarrolla en la plaza? ¿Del sufrimiento de aquel pobre ser? No
podré entenderlo nunca”
Quiero destacar, que, cuando en casa
alguien se encontraba mal, él se preocupaba de hablar con el médico, para tener
la seguridad de que todo se hacía bien, sobre todo cuando se trataba de su
abuela. Recuerdo que cuando su abuela sufrió una operación y le pareció que el
médico que la llevaba no lo hacía suficiente bien puesto que se presentaron
algunas complicaciones y la familia nos hizo dudar de la profesionalidad del
médico que la operó, él se angustió
mucho y quiso hablar con los mejores especialistas para que su abuela tuviera
la mejor asistencia y, es que él adoraba a su abuela y, ¡pensar que la podría
perder!… Y, su abuela, hubiera dado la vida por él.
Cuando me refiero a la abuela, me
refiero a mi madre. Él también quería mucho a su otra abuela, la paterna, la
“abuelita” como le llamaba, una persona bondadosa y cariñosa a la que queríamos
mucho, pero es que mi madre vivía con nosotros, casi le hizo de madre y con
mucha más paciencia que yo, que lo cierto es que nunca he tenido demasiada
paciencia.
También he de decir, que cuando la
gatita que teníamos parecía que no se
encontraba demasiado bien o que parecía que estaba enferma, no se lo pensaba,
cogía el coche y con su novia la llevaba al veterinario.
Referente a su padre, siempre le estaba
encima porque fumaba demasiado y le podría hacer daño, cómo así fue
desgraciadamente. Y sobre mí, porque decía que no cuidaba mi salud. Siempre
preocupándose por todos.
Quien podía imaginar, que mi hijo, tan
bueno, con tantas ilusiones e intereses en la vida, una vida llena de cosas buenas, de proyectos que se iban
convirtiendo en realidad, tan inteligente… Un niño primero y un joven después
tan feliz, alegre y tan extraordinario
que prácticamente lo tenía todo, tuviera un final tan trágico y doloroso por
culpa de gente ignorante y cruel como no
hay otra. Pero…,¿mi hijo lo tenía todo, o no tenía nada? Una pregunta que
después de muerto me he hecho muchas veces. A él todo le hacía ilusión, era
feliz con lo que tenía, era agradecido, sabía disfrutar de las cosas buenas de
la vida, pero… a veces los hijos nos piden ayuda a gritos y nosotros no les
oímos, y esto…
¿Qué quizás tengo remordimientos? Está
claro, lo mismo que otros padres con los que he hablado. Por muchas cosas,
pero, sobre todo, en el tema médico, que confiando en las palabras de los
médicos han animado a sus hijos para que se trataran de tal o cual cosa - una
operación de estética por ejemplo -, y después el hijo ha resultado con daños
irreparables o muerto. Pero, todo esto
nada tiene que ver con mi lucha ni la denuncia pública, porque, con
remordimientos o sin remordimientos, a mi hijo lo mataron gratuitamente,
salvajemente, y esto merece un castigo ejemplar, un castigo de los más severos,
y aunque cuando estoy escribiendo este nuevo libro no se ha producido, tiene
que llegar el día en que se produzca. ¡Tiene que llegar el día!...
LUCHA CONTRA LA NEUROSIS OBSESIVA
o contra el TOC (trastorno obsesivo
compulsivo)
o manías como se les llamaba antes
Nuestra vida se iba desenvolviendo
normalmente, pero un día, cuando mi hijo tenía 19 años, nos sorprendió a su
padre y a mí, cuando nos dijo que quería visitar a un psicólogo porque creía
que tenía problemas. Nosotros nunca le habíamos notado nada y le preguntamos el
por qué. Nos dijo que creía que padecía
una neurosis obsesiva, porque tenía manías que le angustiaban, que tenía
necesidad de lavarse las manos repetidamente, cosa que le podría complicar su
carrera ya que de seguir así le quedarían las manos impresentables para tocar
el piano en público, tenía dudas, en fin, una cantidad de cosas que no eran
normales y tenía que “solucionarlas antes
de que fueran a más”. Como digo, nos
quedamos muy sorprendidos, pero como le vimos tan animado y decidido a
tomar las medidas necesarias contra lo que le pasaba, dentro de lo que cabía,
nos quedamos bastante tranquilos. Él mismo buscó a un psicólogo que encontró a
través de unos conocidos y empezó la terapia.
Nosotros esperábamos a que el psicólogo
nos llamara para que nos explicara lo que le pasaba exactamente a nuestro hijo,
aunque, al parecer, estuvo acertado en el diagnóstico que Arturo se hizo a sí
mismo. Pero el psicólogo, a través de Arturo, nos dijo que nos llamaría más
adelante. Con toda seguridad todo se hubiera resuelto sin problemas, si no
hubiera sucedido en la familia un hecho dramático que trastocó nuestras vidas:
la muerte repentina de su padre, mi querido esposo.
Y, aquí, me veo obligada a explicar un
hecho que no sería necesario porqué forma parte de la intimidad de la familia y
no tiene nada que ver con la muerte de mi hijo, pero como a través de este
hecho se produjo otro que ellos, los médicos que le mataron y los jueces lo han
utilizado para inventarse una enfermedad que no existía como tal, y así hacer
creer que mi hijo padecía una enfermedad casi incurable – como si eso diera
derecho a matar a una persona impunemente -, me veo obligada a explicarlo para
aclarar lo que hizo mi hijo en unos momentos puntuales que fueron sus dos
intentos de suicidio que, aunque de escaso riesgo o de ningún riesgo, como dijo
su psiquiatra, nos dieron un gran susto.
Cuando Arturo empezó la terapia, dio la
casualidad de que estábamos a punto de inaugurar un negocio de hostelería en
Canarias. Habíamos de irnos todos juntos, pero como que también teníamos otro
negocio – ropa de niño, mobiliario infantil y juvenil y futura mamá -, a última
hora nos vinieron unos encargos que no podíamos desatender y me quedé para
librarlos. Arturo se quedó conmigo para ayudarme. Mi marido se marchó con su
hermano, su cuñada, los socios y unos amigos de la familia. Nosotros nos
reuniríamos con ellos lo más pronto posible. Pero…, desgraciadamente, ya no volveríamos
a ver a mi esposo con vida. El día antes de que nos comunicaran su muerte, mi
esposo me había llamado por teléfono para preguntarme cuando íbamos a ir y
decirnos que no tardáramos porque la inauguración ya estaba encima. Le dije que
dentro de un par de días ya salíamos para allá. También le recordé que no
fumara, porque ya sabía que no le convenía. Me dijo que estuviera tranquila que
todo iba bien… Murió de un infarto de miocardio. Sí que fuimos a Canarias pero
para recoger su cuerpo. ¡Un viaje muy doloroso! Yo me sentí culpable por no
haber estado junto a mi esposo, y sin darme cuenta, hice sentir culpable a mi
hijo, él, ¡pobre! que se había quedado
para ayudarme.
La muerte de mi esposo nos dejo
destrozados. Mi esposo era una persona muy querida por toda la familia y
amigos. Todo y así, mi hijo hacia todo lo que podía para ayudarme en el negocio
y para ayudarme en salir de una depresión que me cogió de las llamadas
“silenciosas”, porque nadie se da cuenta de que la tienes; mi hijo fue el
único. Estaba más cariñoso que nunca si ello era posible, pero todo fue
haciendo mella en él. El psicólogo le aconsejó que visitara a un psiquiatra y
aunque él era antipastillas, lo aceptó. Pero cuando llevaba unos pocos días con
el psiquiatra, mi hijo hizo una cosa totalmente impensable en él: los dos
intentos de suicidio. Dos intentos que, según su psiquiatra de escaso riesgo
porque se fu tomando las pastillas una a una, y antes de tomarse las que
necesitaba para que surtieran efecto, se quedó dormido.
Se dice que los intentos de suicidio en
las personas que padecen una neurosis obsesiva, nunca llegan a materializarse;
que son un forma de pedir ayuda. Ante eso, yo me quedé muy desorientada, porque
mi hijo era un muchacho muy abierto y sincero, nos teníamos mucha confianza y
no creía que él tuviera que llegar a una cosa así para pedir ayuda. No lo sé…
Esto me ha hecho pensar, que cuando
vemos a los hijos tan sanos, fuertes, autosuficientes y que nos parece que lo
tienen todo solucionado,
independientemente de lo sensible que sea cada uno – siendo sensible
nunca se puede ser feliz del todo -, que
en realidad los hijos no son tan fuertes como nos parece, y que quizás, como ya
he dicho, nos estén pidiendo ayuda y nosotros no les oímos. Y esto me tiene muy
angustiada, no haberme dado cuenta de las necesidades de mi hijo, ni de sus
angustias. Pero… es que mi hijo llenaba
tanto la casa, nos daba tanta seguridad, eran tan positivo!… No sé…
Bien, volviendo a los intentos de
suicidio, explicaré como se produjeron para desmentir todas las barbaridades
que se han dicho sobre este hecho, médico y jueces, y, aunque hubiera sido
cierto lo que han querido hacer creer, no les daba ningún derecho a acabar con
su vida. Cuando uno tiene un problema de este tipo o de cualquier otro, el médico está para ayudarle o al menos intentarlo, nunca
para matarlo.
Los dos intentos los realizó estando en
casa. Una muestra de que no estaba muy seguro de lo que quería hacer. El
primero se debía producir al atardecer. El me dijo que iba a su habitación a
dormir un poco y que si le llamaba por teléfono algún amigo que le dijera, eso,
que estaba durmiendo. Entrada la noche, como que no había cenado, le entré un
vaso de leche. Estaba como dormido. Le espabilé para que se tomara la leche. Se
levanto, se tomó la leche y se volvió a acostar. Para mí, estaba medio dormido.
Esta primera vez, si por la mañana no le pregunto que significaban aquellas pastillas tiradas por
el suelo y no rompe a llorar, no nos hubiéramos enterado de nada.
La segunda vez pasó, lo mismo. Pero a
media tarde. Estaba en su habitación. No había comido y le entré un vaso de
leche, esta vez, con cola cao. Al tomar el primer sorbo, vomito. Vi restos de
pastillas revueltas con el vómito y antes de que yo pudiera protestar, me dijo:
“Ya lo sé, madre. No te enfades conmigo:
Te prometo que esto no volverá a ocurrir nunca más”. Le dije que aquello no
podía seguir así, que se vistiera porque íbamos a ver a su psiquiatra. En
silencio se lavó, se vistió y fuimos a la consulta de su psiquiatra. El
psiquiatra no estaba. Su enfermera le dijo a Arturo que, aunque estaba segura
de que ya nada tenia en el estómago, seria buenos que fuera al Hospital del Mar
– donde trabajaba su psiquiatra -, para que le hicieran un lavado de estómago.
Él, ante el temor de que algo malo le pudiera pasar, estuvo conforme. La
doctora que le realizó el lavado, nos dijo que no hubiera sido necesario porque ya
no tenía nada en el estómago. Él dijo que si hubiera sabido lo mal que se
pasaba, se lo hubiera pensado mucho antes de acceder.
Estos fueron los grandes intentos de
suicidio que tuvo mi hijo. Según “ellos” se inventan, siete u ocho, y que tanto
han utilizado, médicos y jueces para poder justificar un crimen propio de los
médicos de la Alemania nazi como lo han calificado tantas personas.
Mi hijo cumplió la promesa de que nunca
más volvería a intentar un suicidio, y se prometió que lucharía con todos los
medios que tuviera a su alcance para solucionar su neurosis obsesiva. Mi hijo fue haciendo todo lo que le indicaba
su psiquiatra, el único que ha tenido - es falso lo que dice el juez Assalit
Vives en su sentencia cuando quiere hacer creer que mi hijo estuvo en manos de
más de un psiquiatra como se verá más adelante -, y así fue pasando el tiempo.
Entre tratamiento y tratamiento, mi hijo
iba desarrollando su vida que consistía en sus estudios y, en su carrera de
piano. – la carrera de piano para dedicarse a ella, es dura, requiera mucha
memoria, concentración, ejercicios continuados… , al tener negocio propio,
ayudaba en todo lo que se le necesitaba, nunca tenía un ¡no! Hacia algún que
otro viaje… Como no me cansaré de repetir, Arturo, mi hijo, era un buen hijo y
una persona extraordinaria. Y… si hemos de hablar de su padecimiento propio de
la neurosis, ¡claro! que padecía. Recuerdo que una vez, su psiquiatra, le
propuso, por ser él como era, una persona con mucha paciencia y muy
comprensiva, un trabajo en un centro de día con muchachos con problemas
psicológicos, algunos un poco complicados, él podría ayudarlos. Me dijo, muy triste, “qué más quisiera yo que
poder ayudar a otros muchachos, pero si no me puedo ayudar a mí mismo, ¿cómo el
doctor pretende que ayuda a los demás?”. No obstante, él nunca desfalleció ni
en los momentos más bajos, y luchó con todas sus fuerzas contra la neurosis,
que creo va quedando evidente a través de mi relato.
Uno de los casos que recuerdo de las personas
que padecen neurosis obsesiva y que leí en un libro de psiquiatría, es el de un
hombre que yendo a trabajar con su coche, por la carretera se cruza con un
ciclista y le entra la duda de que podría haberle dado un golpe y no haberse
dado cuenta. Se angustió y tuvo que volver atrás para cerciorarse de que todo
estaba bien. Vio alejarse al ciclista y se quedó tranquilo. No hay duda de que
tener que ir comprobando todo para tener la seguridad de que todo se ha hecho
bien, produce una gran angustia y desazón, pero por eso se buscan soluciones.
Cuando explico que mi hijo se
diagnosticó él mismo la neurosis obsesiva, algunos periodistas me han
preguntado si es, que mi hijo estudiaba la carrera de medicina. Cómo he
explicado, estudiaba la carrera de piano, pero consultando con libros de
psiquiatría y con amigos que sí estudiaba la carrera de medicina, no le resultó
difícil descubrir lo que le pasaba.
Cuando el juez Assalit Vives en su
sentencia dice que, “las personas que padecen esta “enfermedad” reniegan de su
curación”, demuestra una gran ignorancia, si es que en realidad solo de
ignorancia se trata. Son las personas que más soluciones buscan para solucionar
su problema, y si no lo consiguen, llegando a viejos se siguen tratando con la
esperanza de que van a conseguir
resolverlo. Mi hijo con su gran empeño, consiguió solucionarlo, pero desgraciadamente
cuando ya fue demasiado tarde.
SERVICIO MILITAR
Explicar lo que hace referencia al
servicio militar, tampoco sería necesario, por qué, ¿qué importancia puede
tener que mi hijo hiciera o no el servicio militar con su muerte que era lo que
se estaba juzgando? Pero, como el juez Assalit Vives necesita desvirtuar toda
la verdad para, aunque de forma chapucera, proteger a sus “clientes”, puesto
que más bien parece su abogado defensor que un juez dispuesto a juzgar con
rectitud, me veo obligada a explicarlo para poner, una vez más, las cosas en su
lugar. En todo caso, el hecho del servicio militar, hubiera tenido que servir
al juez para darse cuenta de que mi hijo era un chico fuerte con una gran
fuerza de voluntad digna de tener en
consideración, pero…
El juez Assalit Vives quiere hacer creer
el absurdo de que la familia “escondió la enfermedad” para que pudiera hacer el
servicio militar, cómo si hacer este servicio, que gracias a Dios o a quien sea
ya está abolido, fuera sinónimo de “hombría”, inventándose, además, que “mi
hijo realizaba sus actos no controlando la mente”. Una afirmación, que según el
Código Penal en cuanto a la Administración de Justicia, como toda la sentencia,
le podría haber costado años de retirada de su función como juzgador. Pero como
la justicia funciona como funciona – los jueces pueden mentir, humillarte,
violar el derecho a tu propia imagen, violar el derecho a tu propia vida,
inventarse la película que más les convenga para defender sus propios intereses
o los de los demás si les conviene -, nunca pasa nada.
Si bien el escrito de querella dice que
“Arturo era tan responsable de sus actos que ocultó su estado para poder hacer
el servicio militar”, mi hijo no ocultó nada; llegó el tiempo de cumplir con
este servicio y consideró que lo tenía que hacer como la mayoría de los
muchachos y nada más. Esta fue una frase que el abogado utilizó para demostrar
que Arturo no se escaqueaba de lo que consideraba sus obligaciones, además te
obligaban y él no pertenecía a los “objetores de conciencia”. Ni remotamente mi
abogado podía imaginar que el juez utilizaría esta frase para ir tejiendo una
tela de araña llena de errores y mala
fe.
Al contrario de lo que dice el juez en
su sentencia, yo pregunté a su psiquiatra si no le podríamos librarle de este
servicio. Su psiquiatra me dijo que, siendo como era Arturo, los Mandos Militares
nos dirían “si era que les queríamos tomar el pelo”. Su psiquiatra me dijo que
la neurosis obsesiva, para los Mandos Militares, no era eximente del servicio,
más bien consideraban que las manías que padecían haciendo el servicio se les
pasaría. No era así, pero ellos lo creían. Referente al interés por hacer el
servicio militar, de no ser muchachos con aficiones militares, la mayoría de
los jóvenes de aquella época se inventaban problemas que les pudiera liberar.
Si mi hijo hubiera podido también lo hubiera hecho, pero no pudo, porqué pasó
todas las revisiones médica sin problema.
Mi hijo, enemigo de las armas de fuego o
de cualquier otro tipo de arma, solicitó entrar en la Banda de Música, pero
como necesitaban conductores y Arturo conducía muy bien, lo destinaros a lo que
llamaban “caballería”. Todo el tiempo que duró el servicio militar fue
conductor de un vehículo tipo tanque, como podrán ver en las dos fotografías
que, entre otras inserto en este libro. ¿Cómo, pues, el juez tiene el valor de
inventarse que mi hijo “no controlaba la mente”, cuando, además, no hay ningún
informe de su psiquiatra que diga tal
cosa? Y, ¿en qué lugar deja a los Mandos Militares en el caso de que hubiera
sido cierto lo que se inventa que dan a un muchacho que “no controla la mente”
un fusil y un tanque para que vaya disparando y atropellando a derecha y a
izquierda? Una burla tan burda resulta difícil de poder creer. Arturo finalizó
el servicio militar con todo el tiempo establecido, con una hoja perfecta de
servicio, pasando a la reserva.
Arturo cumplió el servicio militar en
Ceuta, entonces una plaza bastante dura. A pesar de que los muchachos no se lo
pasaban muy bien, las cartas de Arturo eran divertidas. Tiempo después, explicó
que había muchachos a los que el servicio les había arruinado la vida. Yo
conocí a unos de esos muchachos.
Me alargaré un poco con el tema del
servicio militar, porqué con la mala fe que tienen los médicos que le mataron,
sus abogados y los jueces que han juzgado el caso, no digan que voy escondiendo
cosas para sacarle importancia a la “enfermedad” como ellos dicen, como si
según la importancia se pudiera matar más o menos, mejor o peor.
Cuando Arturo vino de permiso, lo
encontramos más delgado y bastante desmejorado. Su psiquiatra le dijo que sería
bueno que le escribiera una carta al Capitán médico para que le relevara un
poco de tantas guardias y conducción que por lo que nos contaba eran
continuadas. Mi hijo no quería porque decía que todos pasaban por lo mismo,
pero al final le convencimos y lo aceptó. He de decir, que Arturo a partir de
que ingresó a filas dejó de tomar sus medicamentos, porque decía que “no podía
exponerse a quedarse dormido mientras conducía o hacia guardia”. Esto demostraba
que era un muchacho muy cabal y responsable. Por eso su psiquiatra insistió en
escribir una carta al Capitán médico solicitando un poco de descanso para él.
Pero sin demasiadas explicaciones por eso el Capitán se sorprendió.
Un
día, mi hijo me llamó por teléfono para decirme que estaba en el hospital. Me
dijo que no me asustara, que no pasaba nada, que era debido a la carta de su
psiquiatra. Aunque me dijo que no me asustara, me desplacé a Ceuta. No es que
no creyera a mi hijo, pero es que oía decir tantas cosas de la "mili" que
estábamos asustados.
Cuando
le pregunté al Capitán médico, que era lo que le pasaba a mi hijo, me dijo: “Esto
es lo que yo quisiera saber, señora, porque aquí su hijo ha cumplido con todo
perfectamente y nadie le ha notado nada”. Le conté el problema de la neurosis,
que al llegar al cuartel dejó la medicación para no quedarse dormido y poder
causar problemas, la muerte de su padre que trastocó a la familia, en fin, le
fui contando cosas. Me escuchaba muy interesado, y cuando terminé me dijo:
“Señora, tiene usted un hijo muy fuerte, otros con mucho menos no aguantan. Yo
le hice ingresar porque me pareció que estaría más bien en el hospital que
deambulando por el cuarte. Pero si quiere marcharse ya puede, el hospital no es
lugar para él.” Nos despedimos y me felicitó por tener un hijo como Arturo. Al
salir del despacho vi a Arturo un poco disgustado, por el número que habíamos
montado, “ya os dije que la carta no hacía falta”. Yo: pero bien que te ha ido
el descansillo, haces mejor cara. Se sonrió pero como diciendo, “però no és ben
bè aixó."
Arturo,
como muchos, vivió situaciones muy duras. Durante las maniobras en San
Fernando, los pies se les quedaban destrozados por más botas que llevaran. Ésta, como otras situaciones, me lo contaban otros muchachos, él nunca contaba nada,
no se quejaba de nada. Lo que sí conseguí, con esfuerzo, que me contara la
novatada que le habían hecho a él. En San Fernando (Cádiz), donde Arturo hizo
la Jura de Bandera, las “novatadas” estaban prohibidas. Los Mandos Militares
llegaron a recibir tanta presión de los padres por la crueldad de las mismas,
que se vieron obligados a prohibirlas y con severos castigos a los que las
hacían. Pero en Ceuta… en Ceuta ya era distinto…
Cuando estuve en el cuartel y pude saber
todo lo que les hacían los soldados
veteranos, llamados “abuelos”, a los “novatos”, me asusté tanto que le dije a
mi hijo que no creía que a él no le hubieran hecho nada, que lo tenía que
saber. Bueno, es que eran cosas terribles: intentos de violación y no sé
cuantas cosas más terrible. Con mucho trabajo conseguí que me lo contara. Me
explicó: “¿Recuerdas aquel día que te
llamé por teléfono para decirte que me había caído y roto las muñecas, pero que
no te preocuparas porqué ya estaba solucionado? Pues no fue verdad que me caí.
Vinieron unos soldados veteranos de otro cuartel y me subieron entre todos a la
taquilla para que bailara. Les dijo que si fueran mis abuelos que todavía
bailaría, pero no siéndolo y además de otro cuartel no bailaría se pusieran
como se pusieran. Y, entones me tiraron de la taquilla y es cundo me rompí las
muñecas”. Le dije que no entendía la actitud de los soldados, que en lugar
de ayudarse se hicieran daño unos a otros. No lo entiendo, le dije. Y también
le dije, que no creía que él, hubiera humillado ni hubiera hecho daño a nadie.
Me contó: “Mamá, cuando eres abuelo, te
obligan hacer algo a los soldados novatos”. Yo insistí en que no me creía
que él hubiera humillado ni hecho daño a nadie. Muy compungido, me explicó: “Cuando ya abuelo, le dije a un novato que me
limpiara las botas, pero me dio tanta pena que le dije que lo dejara correr que
ya me las limpiaría yo. No tenemos
derecho ni a humillar ni hacer daño, pero aquí se hace, yo no puedo, pero la
mayoría lo hace”. Este era Arturo, incapaz de humillar ni hacer daño a
nadie ni obligado.
Aquí conocí a uno de los muchachos de
los que Arturo hacía referencia en cuánto la “mili” les había hundido la vida.
Era un muchacho catalán muy religioso que se intentó suicidar porqué no pudo resistir
las novatadas tan crueles de las que fue víctima. Estaba esperando que sus
padres fueran a buscarlo. El hecho de haber tomado mezcladas las pastillas que
fue recogiendo de enfermería, le salvó la vida. Esto se lo dijo la monja
enfermera delante de mí. Este muchacho era hijo único, tenia negocio propio y
era un muchacho muy feliz antes de llegar al cuartel. Le explicó a mi hijo, que
lo peor de todo fue que hubieran conseguido que intentara quitarse la vida
cuando en la religión católica esto es un grave pecado. También lo mal que le
hacían sentir por lo que les pudiera pasar a los muchachos denunciados por los
abusos. Después del servicio militar, este muchacho escribió a mi hijo,
diciéndole que el tema del servicio le había hecho tanto daño que estaba en
manos de psiquiatra, cuando nunca había tenido ningún problema. Mi hijo comentó, que no era el único.
A partir de cierto momento, a los
soldados les dejaban bastante tiempo libre. Arturo lo aprovechaba para
perfeccionar su idioma natal, el catalán, también el inglés el que hablaba
bastante bien, había estudiado unos cursos en las dos Universidades de
Inglaterra con su escuela. Después ya lo practicó en sus viajes a Londres.
Aprovechaba para leer, escuchar música, para pasear… A él le gustaba mucho pasear
por las ciudades que visitaba. Nos decía que Ceuta a pesar de ser una ciudad
muy pequeña, que era bonita y muy viva…, como pude comprobar…
Las cartas de Arturo, como ya he
apuntado, aunque con un toque de añoranza, eran divertidas. En aquello del
“vaso medio lleno o medio vacío”, era el de medio lleno, es decir, siempre
buscaba las cosas positivas, y aprovechaba cualquier cosa que le pudiera
aportar algún conocimiento tanto en los aspectos profundos como en los que le
pudieran pasar ratos agradables. Por ejemplo, el primer “Cús Cús” que comí fue
en Ceuta, en uno de los lugares que me recomendó mi hijo: uno de los mejores
lugares que cocinaban este típico plato Marroquí.
Mi hijo, a pesar de su problema, como
queda evidente, intentaba disfrutar de todas aquellas grandes o pequeñas cosas
que nos ofrece la vida y nos pueden dar un poco de felicidad o bienestar. Por
eso me indigna que no se valore todo su esfuerzo y los jueces, sin querer saber
nada de él, lo traten como si fuera un “loco” que va por el mundo “no controlando
la mente”. Es indignante que un juez o jueces tengan que inventarse tantas
mentiras para proteger a unos seres, ellos sí, peligrosos sociales que no
merecerían vivir.
Para
terminar con el tema del servicio militar, explicaré un hecho absurdo a más no poder
pero que podía costar la vida a los soldados.
Casi
al final del servicio, a los muchachos que se habían “portado bien” o que
habían cumplido con su deber de forma correcta, les premiaban enviándoles a unos barracones que se
encontraban junto a la frontera con Marruecos. Allí no tenían ningún mando que les controlara
y podían hacer lo que quisiera, pero lo que quisieran con mucha cautela, porque
por poco que se alejaran de sus puestos estaban expuesto a recibir un disparo
del otro lado de la frontera por alguien que no aceptara la presencia de
soldados españoles. De esto nos enteramos pasado bastante tiempo después de que
Arturo regresara de cumplir con el servicio cuando entre familia y amigos se
explican “historias de la mili”. Arturo nos dijo, que ningún muchacho lo contaba
a sus padres para no preocuparles.
Qué premiaban de aquella extraña manera,
también me enteré por una madre que su hijo también hizo el servicio militar en
Ceuta y fue premiado de aquella manera. La mujer estaba aterrorizada de pensar
lo que le hubiera podido pasar a su hijo en aquel lugar tan peligroso.@
REGRESO DEL SERVICIO MILITAR
Cuando Arturo regresó de cumplir con el
servicio militar, siguió tratándose con su psiquiatra al que llegó a apreciar
mucho, lo mismo que su psiquiatra a él.
Arturo fue combinando sus tratamientos
con su vida de siempre, con sus altos y bajo cómo era lógico. Pero un día, por
aquello de su “filosofía” de vida de que, “si uno tiene un problema y una
posible solución a mano es absurdo no aprovecharla”, preguntó a su psiquiatra si no había alguna
otra cosa, a parte de las pastillas y curas de sueño, para solucionar la
neurosis con más eficacia y rapidez y no tener que estar perdiendo tanto el
tiempo. Su psiquiatra, por primera vez, le habla de la técnica que utiliza el
doctor Juan Antonio Burzaco en Madrid. El doctor Burzaco era un neurocirujano
considerado una eminencia mundial en temas cerebrales, tanto psicológicos como neurológicos. El doctor
Burzaco era, y digo era, porque desgraciadamente ya está muerto lo que he
sentido mucho, era al único doctor que yo aconsejaba cuando alguien me pedía
consejo sobre estos temas. Ahora, una vez él muerto, ya no aconsejo a
nadie.
Bien:
si se trataba de tocar el cerebro mi hijo no quería saber nada, pero cuando su
psiquiatra le explicó de que se trataba, fue despertando su interés.
La técnica que utilizaba el doctor
Burzaco se llama “psicocirugía esteriotáxia”, realizada por medio de la
“radiofrecuencia”. Mi hijo, después de asegurarse de que no podía correr ningún
riesgo y de que le podría ir muy bien, se decide en ponerse en manos del
doctor. De toda formas nunca hemos sabido de nadie que resultara dañado o
muerte a través de esta técnica. De todas formas si hubiera existido el más
mínimo riesgo, su psiquiatra ya no se lo hubiera aconsejado.
Pero su psiquiatra, también le dice que
espere, que no tenga prisa, y le aconseja que hable con una muchacha, paciente
suya, que había padecido una neurosis obsesiva mucho peor que la de él, que se
lo había hecho, le había ido muy bien, y le podría explicar su experiencia.
Esta muchacha era maestra, pero a raíz de padecer la neurosis, perdió el
trabajo, su novio y su calidad de vida. La muchacha le aconsejó a mi hijo que
se lo hiciera y cuanto más pronto mejor. Yo hablé con la madre, y también me lo
aconsejó. Lo último que supimos de esta muchacha, es que había recuperado su
calidad de vida, se había casado, había sido mamá de un niño precioso y era muy
feliz.
Mi hijo animado, se decide. Pero cuando
lo pone en conocimiento de la familia y amigos, sobre todo los amigos, le dicen
que si es que está loco de querer hacerse una cosa así. Principalmente, se lo
saca de la cabeza un amigo suyo que es médico y padecía una neurosis obsesiva
como la suya. Le dice que no se deje hacer cosas “extrañas” que te dicen que es
una cosa y después resulta que no es nada de lo que te han dicho”. Le dice que
aprenda a vivir con lo que tiene y en sus horas bajas busque soluciones que las
encontrará. Entre unos y otros, lo deja correr, y su psiquiatra respeta su
voluntad y no insiste. Si bien la intención del amigo médico y de los demás
amigos era muy buena al aconsejar a Arturo que no se fiara de este tipo de
tratamiento, en este caso fue una muy mala decisión la que tomó mi hijo de
dejar correr lo del doctor Burzaco, porque de no haberlo hecho, de haberse
decidido con la técnica del doctor Burzaco, Arturo, mi hijo, estaría vivo y
sería un muchacho feliz, como después de unos años diría la señora Fiscal en las vistas orales
del juicio.
Aunque para ser sincera, he de decir que
la desgracia de mi hijo, tristemente, le llegó de mis manos, porque yo
interferí en su destino: ¡Maldita la hora! ¡Maldita yo!
Después de que mi hijo tomara la
decisión de dejar correr lo del doctor Burzaco, Arturo siguió como siempre con
su psiquiatra haciendo todo lo que él le indicaba. Su vida, la nuestra vida, a
pesar de la tristeza que nos embargaba por la muerte de su padre, intentando
sobreponernos, seguía lo mejor que podíamos.
Mi hijo, en sus momentos de --- aparte
de salir con sus amigos, siempre dedicaba una parte de su tiempo a invitarme a
comer o a cenar en un restaurante típico que descubría en la ciudad o también a
las afueras; él seguía como siempre había sido, ya desde jovencito queriendo
compartir aquello agradable que nos pudiera dar unas horas de felicidad. Íbamos
a conciertos… a ver algunas obras de teatro que pudieran ser interesantes… una
buena película… Cuando descubría algún restaurante bien típico, o algo muy
especial, también quería compartirlo con la familia y amigos. Todo y con su
problema, Arturo, nunca perdió el interés por las cosas, al contrario, por eso
luchaba contra la neurosis para poder disfrutar de la vida que él tanto quería
y de las cosas que ésta le ofrecía, y que la neurosis le restaba todo aquel
tiempo que tanto necesitaba para poder tirar adelante todos sus proyectos.
Como ya he apuntado, Arturo era un
enamorado de su ciudad natal, Barcelona; conocía todos sus típicos rincones. Lo
podías encontrar, a veces, con su cámara de fotografiar por los rincones más
pintorescos. Siempre encontraba cosas bonitas y detalles para poder plasmar en
una buena fotografía; detalles que quizás pasaban inadvertidos por otras
personas pero no para él. Referente a su querida ciudad, recordaré lo que ya he
expuesto anteriormente en este mismo Blog, pero que viene bien, recordarlo de nuevo: “Mira, mamá, que hemos visto ciudades bonitas en nuestros viajes, pero
ninguna tiene un barrio gótico como el de Barcelona ni una iglesia tan extraordinaria y
especial como es la Sagrada Familia”. Y lo decía con ¡admiración!
Recuerdo que, cuando mi hijo estaba bien
–ahora tengo que diferenciar cuando estaba bien de cuando estaba mal: cuando
estaba bien con su neurosis, cuando estaba mal con los efectos de la radiación
-, lo podías encontrar, también, los domingos por la mañana en el “Mercado de
San Antonio”. Mercado donde puedes encontrar todo tipo de libros que a veces no
puedes encontrar en las librerías de siempre; colecciones especiales… objetos
también especiales… cosas antiguas, curiosidades… Y también lo podías encontrar
en la “Plaza del Pino”, en donde muchos escultores y también pintores exponen sus
obras. Arturo, había comprado algunas obras a estos artistas e incluso había hecho
amistad con algunos de ellos. Algunos de estos artistas cuando se enteraron
de que Arturo había muerto, a más de uno
se le saltaron las lágrimas. Mi hijo era una persona tan agradable y tan noble
que se hacía apreciar así que se le conocía.
AQUÍ, DESGRACIADAMENTE, EMPEZÓ TODO
Un día, desgraciado día para mi hijo,
tan desgraciado que le costaría la vida, encontré a un amigo que, hablando de
la familia y de los hijos, me preguntó cómo estaba Arturo. Le dije que, con sus
más y sus menos, pero cómo era un muchacho fuerte y luchador, no se rendía
nunca. Tenía la ilusión de que algún día resolvería su problema. Entonces, con
toda la buena fe del mundo, no lo he dudado nunca, me habló de un amigo suyo
médico que trabajaba en el Hospital del Valle de Hebrón y que pertenecía a un grupo
que eran muy entendidos en los temas de mi hijo. Me dijo que si quería nos
concertaría una entrevista con su amigo para que nos explicara que era
realmente lo que hacían por si nos podía interesar. Le dije que se lo agradecía
pero que lo tenía que consultar con mi hijo porqué era él quien tenía que
decidir. Quedamos en que ya le diría alguna cosa. Al llegar a casa, le conté a
mi hijo el encuentro que había tenido y lo que me había explicado, y, mi hijo,
que ya había decidido, de momento, no probar con todo aquello que no fuera lo
tradicional –pastillas y curas de sueño -, se le despertó el interés, y, como
que no nos teníamos que desplazar fuera de Barcelona, por curiosidad, sólo por
curiosidad, vamos a ver al amigo de mi amigo, doctor Pedro Nogués. Aquí,
tristemente, podríamos aplicar aquel antiguo refrán, que dice; “La curiosidad
mató al gato”. Fuimos sólo por curiosidad.
PRIMERA ENTREVISTA CON EL DR. PEDRO NOGUES
El
doctor Pedro Nogués era un hombre muy joven, y como que Arturo también era tan
joven, y el amigo que nos recomendaba también era muy joven, pues se estableció
una corriente de cordialidad y confianza que hizo que se tutearan como si se
conocieran de años.
Le dijimos al doctor Nogués, que
únicamente queríamos información sobre lo que allí hacían por si nos podía
interesar. El doctor, muy rápidamente, nos empezó a explicar las ventajas de la operación cerebral, puesto que de una
operación se trataba. Operación con bisturí cortante – recalco este punto por
lo que se inventaran más tarde los abogados de los médicos acusados –, pero
omitiendo el peligro que comportaba
como, incluso, el peligro de muerte. Ante este tipo de operación, mi
hijo pone todas las pegas del mundo, pero el doctor nos lo puso tan fácil que
Arturo se interesó, y, aunque parezca
que nada puede ser fácil cuando se trata de tocar el cerebro, no sabes cómo se
lo hacen los médicos, que siempre acaban convenciéndote, y como no se trataba
de operar un tumor, una malformación u otro problema grave, pues al final te lo
crees.
Nos
explicó que se trataba de tocar el “punto” en donde se las pastillas hacían su
efecto y, como por lo que veía Arturo padecía una de las neurosis más fáciles
de resolver, le podría ir muy bien, y así le iba convenciendo. Aunque me hijo
iba insistiendo en la posibilidad de algún riesgo imprevisto, según el doctor
era como aquello de “coser y cantar”, porque los avances eran los avances y hoy
día la neurocirugía no tenía ningún secreto. Y te crees lo que te dice porque,
de lo contrario, ¿cómo podría alegremente ofrecerte un tratamiento peligroso
para tratar un problema psicológico? ¿Y cuando estás físicamente tan sano? La
confianza que depositas en los médicos te la convierten en ignorancia; te hacen
sentir como un gran ignorante por más que estudies la situación.
Para
someterte a este tipo de operación, se necesitaban dos requisitos: una, era que
el cerebro de Arturo tenía que estar sano, perfecto. El cerebro de Arturo
estaba sano, perfecto, como demuestra el TAC cerebral realizado en la Clínica
Quirón de Barcelona a instancias del propio doctor Nogués; el segundo, era que
aparte de su psiquiatra, le visitara otro psiquiatra para que diera su opinión.
Le dijimos que no había ningún problema y si en el hospital había alguno que
nos quisiera atender que a nosotros ya nos estaba bien. El psiquiatra del
hospital era el doctor Enrique Gallart. Solicitamos una entrevista con él.
Quedamos
con el doctor Nogués que volveríamos a vernos para ultimar los detalles.
Primero teníamos que poner al día al psiquiatra de mi hijo que de todo esto
estaba ignorante. En un principio se extrañó de que en el Hospital del Valle de
Hebrón hicieran este tipo de tratamientos, y también de que Arturo lo aceptara
habiendo rechazado lo del doctor Burzaco, pero poniéndose en contacto con los
médicos del hospital, parece ser que le convencieron de lo bien que le podría
ir y como que parecía que Arturo estaba animado… Aunque creo que nunca estuvo
muy de acuerdo con este tipo de operaciones.
PRIMERA
Y ÚNICA ENTREVISTA CON EL DR. ENRIQUE RUBIO
GARCÍA
JEFE DE SERVICIO DE NEUROLOGÍA DEL HOSPITAL DEL
VALLE DE HEBRÓN
El
doctor Nogués también nos había dicho que teníamos que entrevistarnos con el
doctor Enrique Rubio García porque era él quien tenía que dar el “visto bueno”.
El
doctor Rubio nos recibe en su despacho del mismo hospital y nos canta las
mismas excelencias de la operación que nos había cantado el doctor Nogués,
incluso, explicándonos de forma extensa las dificultades que habían tenido al
principio, pero asegurando que todas estas dificultades ya estaban
solucionadas: podía operarse con total tranquilidad. Nos estaba animando pero a
la vez engañando miserable te como se verá seguidamente.
Mi
hijo, ¡pobre! con la seguridad que quería tener de que, no fuera a correr
ningún riesgo, hacia las mil y una preguntas. Y, a mí que me parecía que se
ponía pesado con tastas preguntas le llamaba la atención diciéndole que ellos
eran los médicos los que sabían. Recuerdo que mi hijo muy serio, me decía: “Sí mamá, ellos son los médicos, los que
saben, pero se trata de mi salud y de mi vida, he de estar muy seguro de lo que
van a hacer y del resultado que pueda obtener. Tocar el cerebro no es como
extirpar una apendicitis”.
La
familia y los amigos siempre estuvieron en contra de este tipo de
“tratamientos”, yo era la única que le animaba. Después pensé que, ¿cómo no me
di cuenta de la cara de cínico que tenía aquel hombre que sentado detrás de su
mesa nos estaba engañando como si fuéramos un par de idiotas?
Bien:
Mi hijo salió más o menos convencido para volver a la consulta del doctor
Nogués, pues por lo que habíamos hablado parecía que era él quien tenía que llevar
a cabo la intervención , pero antes, como también habíamos quedado con el
doctor Nogués, teníamos que ir a la consulta del doctor Gallart. El doctor
Gallart nos podía haber recibido en el mismo hospital porque esta intervención
la cubría la Seguridad Social, pero nos recibió en su consulta particular
teniendo que desembolsar unos dineros que no eran necesarios, pero no le di
importancia en aquellos momentos.
PRIMERA
Y ÚNICA ENTREVISTA CON EL DOCTOR GALLART
Una síntesis de la conversación con el
doctor Gallart.
-Arturo: “¿Qué le parece a usted lo que me ofrecen en el Hospital del Valle de
Hebrón?”.
-Respuesta del doctor: “Te puede ir
bien”.
-Arturo: “Pero, ¿no cree que con el tiempo se pueden abrir nuevas vías y volver
las obsesiones?”.
-Dr.: “Puede ser pero nunca serán tan
fuertes”.
-Ar:
Entonces, ¿usted cree que vale la pena
pasar por una operación para volver a lo mismo aunque no sea tan fuerte?
Después de unas preguntas más por parte
de Arturo y por parte mía y de respuestas por parte del doctor, el doctor
termina diciéndole a mi hijo:
-“Mira,
chico, si te lo quieres hacer te lo haces y si no, no te lo hagas. El mundo
está lleno de personas que padecen neurosis obsesiva y no pasa nada”.
Esta
fue la primera y la última entrevista que mantuvimos con el doctor Gallart. Después
ya no le volveríamos a ver más. Es importante tener en cuenta este hecho, por
todas las falsedades que se dirán sobre el mismo, y, porque, como salió en
algunos medios de comunicación: “Un
equipo de psiquiatras del Hospital del Valle de Hebrón aconsejaron antes los
intentos de suicidio la radioterapia en la Clínica DEXEUS”. Este fue el
“equipo de psiquiatras”, y con él no se habló de la radioterapia porque el
cambio de planes todavía no se había producido, ni nada hablamos de los
intentos de suicidio, porque éstos ya habían pasado a la historia. El doctor
Gallart no se enteró de los cambios de planes por parte nuestra, esto también
vale la pena tenerlo en cuenta porque el juez Assalit Vives, quiere hacer creer
en su sentencia, que mi hijo fue paciente del doctor Gallart.
Cuando
salimos de la consulta del doctor Gallart, mi hijo estaba un poco desorientado,
no sabía qué decidir, pero como el doctor Nogués, era el amigo del amigo de su
madre, como él decía, creyó que el doctor no le engañaría y que le podría ir
bien. ¿Entonces, por qué no confiar? Eso de la amistad fue una muy mala cosa
para mi hijo, depositamos una confianza en el doctor Nogués que quizás no
hubiéramos depositado en otro médico. Volvemos a su consulta.
SEGUNDA
Y ÚLTIMA ENTREVISTA CON EL DR PEDRO NOGUÉS
Ese día teníamos que decidir el día y la
hora de la intervención, y yo a arreglar los papeles de la Seguridad Social.
Pero mi hijo, pregunta una vez más al doctor Nogués e insistiendo mucho: “¿Estáis bien seguros de lo que vais a
hacer? Sobre todo no debéis de olvidar que yo venga a curar una neurosis
obsesiva y no a buscar lo que no tengo”. Con gran sorpresa por nuestra
parte, el doctor Nogués, titubeando, nos dice que, “nos tiene que decir algo:
que sí, que existe un riesgo de un 3% de poderse quedar imposibilitado y un 1%
de riesgo de muerte”. Ante esta nueva información, nos quedamos petrificados.
Naturalmente, le recordamos que aquello
no era lo que nos había dicho, y qué, como comprenderá, no nos interesaba de
ninguna de las maneras. Le recriminamos el que no nos hubiera informado antes
de estos graves riesgos y todavía porque Arturo insistió tanto sobre la
seguridad de la intervención. Es más, le dijimos que aquel tipo de cosas para
tratar problemas psicológicos deberían de estar prohibidas. Todo y así, mi hijo
le pregunta el por qué de un peligro de muerte, si una persona no padece ningún
mal que le pueda llevar a eso, a la muerte. Y, el doctor nos explica una cosa tan
extraña, que más bien parece sacada de película de terror, y, que si no es
porque nos pasa a nosotros no lo hubiéramos creído: Nos explica que puede pasar,
que entretanto buscan el “punto” a tratar, se puede tener “un temblor de pulso”
y tocar lo que no se debe. Entonces se puede producir una hemorragia que si es
poca no pasa nada, pero si es abundante se puede producir la muerte. La verdad
es que le estábamos escuchando con cara de imbéciles, pero es que no había para
menos. Mi hijo todavía le preguntó: “¿Pero,
es que alguien se atreve a exponerse a una cosa así, a dejarse operar?”.
La verdad es que no podíamos entender
que el éxito de una operación dependiera del pulso del operador, se supone que
si tiene este problema ya no puede ejercer de cirujano, pero… Damos por
terminada la conversación no sin antes recriminarle también el tiempo que nos
había hecho perder. Y, aquí sucedió algo muy “raro”. Cuando ya nos levantamos
para marcharnos, le llaman por teléfono. Habla, cuelga y, seguidamente, nos
dice: “Esperen un momento que me llaman de quirófano”, y, dirigiéndose a Arturo,
le dice: “Ves, aquello que te decía, un muchacho que tiene lo mismo que tú, le
están operando y se le ha provocado una hemorragia: Esperen que en seguida
vuelvo”. ¡Qué casualidad, en aquel momento estaban operando a un muchacho y…! Sin
poderlo creer, le digo a mi hijo que nos vayamos ya, que no hace falta esperarlo,
que aquello parece un laboratorio de experimentación pero de miedo. Pero mi
hijo con su bendita educación, me dice: “Mamá,
vamos a esperarle para despedirnos, no vaya a creer que somos uno mal educados,
y sobre todo no hagamos quedar mal a tu amigo que tanto se ha preocupado por
nosotros”. Y esta fue la gran fatalidad que le costaría la vida a mi hijo: esperarlo. Si no le
hubiéramos esperado no habríamos sabido nada de la Clínica DEXEUS, del doctor
Guix, y de nada de nada y mi hijo estaría vivo y seria un muchacho feliz como
dijo la Fiscal años después en las vistas orales del juicio que se celebrarían.
Pero, desgraciadamente, le esperamos para despedirnos.
Cuando el doctor regresó, mi hijo le
pregunto qué iba a pasar con el muchacho. Parecía que al doctor no le
preocupaba demasiado; le contestó que ya se lo diría la próxima vez. Le dijimos
que no habría próxima vez, que si era que no se acordaba que nos habíamos
despedido. Nos despedimos de nuevo, y, cuando ya estamos a punto de cruzar el
umbral de la puerta de su despacho, nos dice: “Esperen: no se vayan”. Y
dirigiéndose a Arturo, le dice: “Espera Arturo, no te vayas, quiero proponerte
algo que esto sí que te puede ir muy bien y puedo asegurarte que no correrás
ningún riesgo, lo que ocurre es que no lo cubre la Seguridad Social. Se hace en
una Clínica privada, la DEXEUS, y te vendrá a costar unas trescientas mil
pesetas. Estarás ingresado entre veinte y treinta minutos pudiendo regresar a
casa de inmediato y seguir con tu vida habitual. Lo peor que te puede pasar es
que te quedes como estás, pero ¡Créeme¡ ¡Vale la pena probar!”. Todo esto dicho
de carrerilla y con tanta seguridad, después de saber que mi hijo ni yo, íbamos
a aceptar ningún tipo de riesgo por ínfimo que éste fuera, nos llama la atención
y volvemos a sentarnos. Parecía una propuesta atractiva. Mi hijo no quería
perder ninguna oportunidad mientras no comportara riesgo alguno. Además, él era
una persona muy sana y fuerte como ya he contado, ¿qué sentido iba a tener
perder la salud física e incluso la vida para intentar solucionar “sus manías”
por más que le angustiaran?
El
doctor nos explica que se trata de una nueva técnica que se aplica con mucho
éxito en el Hospital Karolinska de Suecia; se trata de aplicar una dosis de
“rayos gamma” en el lugar adecuado, sin tener que abrir el cráneo, sin
anestesia, sin tener que hacer cama, sin tener que padecer ninguna de las
incomodidades que comporta cualquier operación; unos minutos y para casa. Con
la nueva técnica, los rayos eran eficaces o eran inocuos. Ahora pienso que
debía pensar que éramos un par de imbéciles profundos.
Sobre el Hospital Karolinska, hablé con
uno de los médicos de este hospital (Profesor Backlund), pero desgraciadamente
cuando ya fue demasiado tarde.
Mi hijo escuchaba con mucha atención al
doctor Nogués y yo también, naturalmente. Y después de que nos explicara las
ventajas de la nueva técnica con mucha satisfacción, mi hijo como poniendo en
duda la seguridad de la misma, le dijo: “Me estás proponiendo un tratamiento
que, por lo que parece no hace tantos años que lo aplicáis. ¿Sabéis lo que me
puede pasar cuando tenga cuarenta o cincuenta años? Sabéis que con los rayos
nunca se sabe”. El doctor Nogues, le dijo que si bien en parte tenía razón pero
que en estos casos se habían hecho las suficientes pruebas y tratado a
suficientes pacientes para poderle asegurar que no podía correr ningún riesgo.
Todo y con tanta seguridad como nos daba el dcotor Nogués, mi hijo le pidió que
le dibujara la esquema de un cerebro y le explicara como entraban los rayos en
el cerebro y desarrollaban su función. El doctor se lo dibuja e insiste una y
otra vez, en que no puede correr ningún riesgo.
Explico estos detalles para que se vea
que mi hijo no aceptaba los tratamientos “alegremente”, como, entre otros,
quiere hacer creer la jueza Maria Eugenia Alegret en su sentencia. El engaño
estuvo muy bien orquestado para que mi hijo, siendo como él era, aceptara
someterse a un tratamiento que, ignorantes nosotros, de forma brutal y criminal
le llevaría a la muerte.
Quiero llamar la atención sobre el hecho
extraño de la llamada de teléfono que recibió el doctor Nogués cuando estaba
hablando con nosotros, es decir, cuando ya nos habíamos despedido. Muchos han
sido, incluidos médicos, que creen que aquello estaba planeado, porque nadie le
dice a un posible paciente que lo que le están ofreciendo, está poniendo en
peligro la vida de otro paciente a través de una hemorragia por un temblor del
pulso del cirujano. Pero… la maldita ignorancia o la buena fe…
Una vez Arturo estuvo convencido, el doctor
nos dio un papel de presentación para entregar al docto Benjamín Guix Melcier
en la Clínica DEXEUS. Y si a mi hijo le quedaba alguna duda, el doctor Guix se
la supo disipar muy bien.
Quiero recordar dos aspectos que me
comentó mi hijo con respecto al peligro de los tratamientos para solucionar
problemas psicológicos con riesgo. Él decía: “No entiendo como la gente se somete a este tipo de tratamientos sin
saber lo que va a pasar. Pienso que si uno está tan mal que no lo puede
resistir en mejor que se suicide, por lo menos sabrá cómo va a morir que con
esto…”. También me decía sobre la radioterapia: “Me pregunto, mamá, si esto va tan bien, ¿por qué más gente no se los
hace?”. Pero esta duda, como digo, el doctor Guix, que se presentó como un
gran amigo, se la supo disipar muy bien.
YA ESTAMOS EN LA CLINICA DEXEUS,
DESPACHO DEL DOCTOR GUIX DONDE SE REMATARIA
EL CRUEL ENGAÑO
Mi hijo tenía veinticinco años, y el
doctor Guix unos treinta, más o menos como el doctor Nogués, y lo mismo que
pasó con el doctor Nogués, pasó con el doctor Guix: entraron en una
conversación amigable, llena de confianza y simpatía – que en el caso de mi
hijo fue sincera -, tuteándose, como si también se conociera de toda la vida.
Les recuerdo como si fueran dos viejos
amigos, que uno le cuenta al otro con toda la confianza del mundo todos sus
problemas y preocupaciones, y el otro le dice que no se preocupe, que esté
tranquilo, que él le ayudará. Y lo mismo que el doctor Nogués, le canta las
“excelencias” de aquel “extraordinario” tratamiento que convertía los rayos en
curativos o de lo contrario era inofensivos y que por eso, valía la pena
probar.
Todo y con la confianza que mi hijo
depositó en el doctor Guix, empezó con
el rosario de preguntas para no dejar nada al azar sobre cualquier imprevisto
que pudiera surgir. Aunque, como he repetido tantas veces, nunca puedes pensar
que para tratar un problema psicológico te ofrezcan un tratamiento en el que
puedas perder la vida, después de lo que nos había explicado el doctor Nogués
sobre la cirugía convencional, todas precauciones eran pocas y por eso tantas
preguntas. Aunque en nuestro caso, quiero insistir en que, aunque Arturo
hiciera tantas preguntas lo cierto es que si estábamos en la Clínica DEXEUS era
porque nos ofrecía todas las garantías de seguridad, no de éxito pero sí de
seguridad, por qué, de lo contrario qué sentido tendría correr riesgos pagando
cuando los tenias sin pagar - o ya
desembolsados de años antes -, en el
Hospital del Valle de Hebrón que como recordaré nos lo cubría la Seguridad
Social. Mi hijo prefería vivir con su problema toda su vida de no encontrar
solución, a exponerse a correr riesgos, porque como él decía, “nunca sabrías
cómo podrías acabar”. Y por eso mi indignación va en aumento, cuando aparecen
sentencias en que los jueces, entre otros, como la señora María Eugenia Alegret
Burgues, ya ex presidenta del Tribunal
Superior de Justicia de Cataluña, que tratan a mi hijo como un
irresponsable que, “seguramente minimizó los riesgos”.
Para minimizar los
riesgos, primero te han de informar de que éstos existen, porque si no te
informan difícilmente se pueden minimizar. Y, pregunto: ¿Algún médico le puede
decir al paciente que le puede “achicharrar” el cerebro - recordando siempre la
expresión que utilizó la señora Fiscal –
y el paciente aceptarlo? ¡No! ¡Claro que no! Pero sigamos con la
entrevista con el doctor Guix.
El doctor Guix, con palabras que
parecían calcadas del doctor Nogués, pero quizás con mucho más énfasis, le
repetía: “¡Háztelo, Arturo! ¡Háztelo, no te arrepentirás…”. Exactamente lo
mismo.
Mi hijo, como ya explicado, era un chico
muy culto, muy inteligente, y con el doctor Guix hablaron de muchas cosas. También
parecía que el doctor era aficionado a la ópera, al menos esto fue lo que nos
hizo creer cuando hablaron del tema, parecía que tenían gustos en común y
aprovecharse de esta circunstancia fue muy cruel por parte del doctor Guix, ya
que a través de lo que mi hijo le explicaba, el doctor Guix lo iba utilizando
para animarlo y convencerlo para que aceptara el tratamiento sin pensarlo. Le
decía que, él que tenia tantos intereses en la vida, poder viajar, su carrera
de piano, negocios…, ya no tendría que perder más el tiempo con visitas al
psiquiatra, ni curas de sueño, ni tomar pastillas… Le decía que su tiempo era
demasiado valioso para perderlo de aquella manera y, cuando Arturo, ya se
decidió, el doctor le dijo muy satisfecho: “Es la mejor determinación que
habrás podido tomar nunca en tu vida”. Todo y así, mi hijo me preguntó: “Madre, ¿tú qué harías?”. Y yo
desgraciada de mí, le dije que si el doctor le decía que le podría ir muy bien
o de lo contrario no le podría pasar nada malo, que yo me lo haría ya que por
probar no se perdía nada. ¡Pobre hijo
mío y maldita de mí! Le dije que por probar no se perdía nada y perdió la vida.
Bien, una vez ya decidido del todo, el
doctor le dice a mi hijo: “Ya sabes que no te puede pasar nada, ya te lo he
dicho, pero tendrías que firmar una autorización de tratamiento – autorización
de tratamiento no de riesgo que es muy distinto -, para que no se vayan a creer
que tu madre y yo te hemos cogido a la fuerza y…”. Y mi hijo, con cara de
sorpresa y medio sonriendo como preguntando ¿quién va a creer una cosa así de
mi madre y de ti?, le dice: “Qué
exagerado eres: Trae, hombre, trae que te firmo no hay ningún problema”. Y,
mi hijo con toda la buena fe del mundo, confiando en aquel doctor, también
amigo del amigo del amigo, y que parecía tan buena persona, ignorante de su
maldad, firmó su sentencia de muerte, puesto que fue una sentencia de muerte.
Mi hijo le había preguntado al doctor, que efectos secundarios podría tener, y
el doctor le respondió, dos o tres días de dolor de cabeza y quizás ni eso, y
eso fue lo que mi hijo creyó que firmaba, aunque ni siquiera estaba escrito.
Seguidamente de haber firmado, el doctor
nos pidió los honorarios, dijo que eran normas de la clínica pagar antes de
realizar el tratamiento. En aquel momento no llevaba tal cantidad encima –
trescientas mil pesetas de la época -, ni el talonario. Quedamos en que iría al
día siguiente a pagar. Cuando le pregunté a nombre de quien extendía el talón,
ya que pagué con un talón, si a nombre de la clínica o de él, me dijo: “Al
portador y sin barrar”. Cuando le pedí el comprobante de pago no me lo dio
poniendo una excusa. No recuerdo exactamente lo que me dijo pero no le di
importancia en aquel momento, pensé que ya me lo daría otro día pero no lo hizo
ni yo lo reclamé nunca, aunque han aparecido algunas noticias que dicen que yo
lo reclamé y que me lo dieron. Este aspecto también lo refleja la película
sobre su muerte, no sé porque lo dicen.
Cuando alguien me pregunta el por qué no
exigí el recibo, me pareció un absurdo en aquel momento crear una situación,
digamos un poco violenta, tampoco me pareció tan importante. Si hubiéramos
intuido que aquella gente, es decir, el doctor Guix, era una especie de
estafador, ya no hubiéramos ido a esta clínica, aunque me tenía que haber dado
cuenta de que aquella actitud no era la más normal en una clínica de tanto
prestigio. La gente no vamos por el mundo con tanta mala fe y confías, aunque
parezcas tonto.
El doctor nos da día y hora, primero
para que le tomen las medidas del casco o de lo que sea, que ponen para aplicar
la radiación, y segundo, día y hora para aplicarla: 3 de mayo a las seis de la
tarde.
Es muy importante tener en cuenta esta
entrevista, porque a través de la cual, los jueces más falsearan los hechos al
hacer caso únicamente de las declaraciones del doctor Guix que, pudiendo ser la
palabra del uno contra la del otro puesto que los jueces no estaban presentes,
por lo tanto no sabían de qué hablamos, los jueces únicamente dan credibilidad
a las del doctor Guix y compañía. Nosotros, las víctimas, siempre somos lo que
mentimos!!!
No
obstante, aparte de la credibilidad que se quiera dar a unos o a otros, hay dos
cuestiones que son irrefutables y que vale la pena tener en cuenta:
- Primera: No existe ningún informe escrito donde conste que Arturo fue avisado del riesgo de muerte que corría ni de ningún otro tipo de riesgo, por lo tanto él no podía aceptar nada.
- Segunda: Resulta imposible y va en contra de toda Ciencia Médica y de cualquier Código Deontológico Médico, aparte de la Constitución, que para solucionar un problema psicológico te expongan al peligro más grande que existe como es el peligro de muerte. Y, esto, a través de unos rayos que una vez mal aplicados te condenan a muerte sin dejarte ni la más mínima esperanza de vida. Es decir: ¡que te matan! Por eso si no es a través de un engaño brutal “nadie se lo haría” como declaró el propio doctor Rubio en las vistas orales del juicio.
El engaño fue brutal, todavía recuerdo a
mi pobre hijo tan bondadoso, cuando a la salida del despacho del doctor Guix,
me dijo: “Sabes, mamá, el doctor Guix me
cae muy bien, se ve que es una buena persona”. Qué lejos estaba mi hijo de
pensar que aquella buena persona como él creía, acabaría con su vida no sin
antes burlarse de él, de sus sufrimientos, como supimos después y pude
constatar en las vistas orales del juicio. Burla que quedó reflejada en algunos
medios de comunicación.
SUBTERRANÉO DE LA CLINICA DEXEUS:
3 de marzo de 1988 a las seis de la tarde.
Como habíamos quedado con el doctor Guix,
nos personamos en la Clínica DEXEUS. Nos acompaña su psiquiatra, mi hermano y
mi cuñada.
Un
hecho muy sorprendente:
Entretanto esperamos que nos atendiera
el doctor Guix, como nos creíamos, a los pocos minutos aparece el doctor Rubio
que se va a hacer cargo de Arturo. Nosotros muy sorprendidos, le preguntamos
qué es lo que tiene que ver él con mi hijo, si con él no hablamos nada de la
radioterapia, si con él sólo hablamos de la neurocirugía que como debía saber
la desestimamos por la peligrosidad de la misma… Nos da unas explicaciones no
sé si demasiado convincentes para terminar diciéndonos que aquellos caso los
lleva él conjuntamente con el doctor Guix. Nos dice que nos esperábamos unos
minutos que no tardarían, que estuviéramos tranquilos y se lleva a mi hijo para
dentro de la sala de radioterapia. Mi hijo me mira, como diciendo, bueno, ¿qué
vamos a hacer? Muy tranquilos no sé si nos quedamos pero…Cómo que estábamos en
la Clínica DEXEUS!!!
Ya sé que muchas personas no entienden
cómo pudimos llegar a ser tan confiados. Y, ahora, yo tampoco lo entiendo. Y,
tampoco entiendo que, siendo cómo era mi hijo que cualquier cambio de
medicación o cualquier tratamiento nuevo se lo miraba con lupa, que aceptara una
cosa así con todo lo que nos había pasado y nos estaba pasando. Pienso que, él
¡pobre! también confió en mí y si a mí me parecía bien… Pero, ahora por más
vueltas que le dé, por más golpes de cabeza que me dé contra la pared, ya es
demasiado tarde. “Ellos” siempre disponen de medios para convencerte, y algunos
son tan malas personas, como desgraciadamente los que nos tocaron a nosotros,
que incluso quieren dar la culpa al paciente de su propia muerte.
Bien, tanto el doctor Nogués como el
doctor Guix, no habían dicho que la sesión con la preparación incluida, duraría
entre veinte minutos y media hora, con lo cual el tiempo de radiación
sería de unos diez a doce minutos que hubiera
sido lo adecuado, y esto también en el caso de que este tratamiento hubiera
sido el adecuado para un caso como el de mi hijo. Pero… el tiempo pasaba y
Arturo no salía… Y esperas impaciente pero no dices nada para que no te digan
que eres una impertinente ¡Siempre
callados para que no digan… Al fin y al cabo tú no entiendes y todo lleva su
tiempo!!!
Al cabo de una hora y media, tiempo en
el que nadie nos había dicho nada, viene hacia nosotros el doctor Rubio para
decirnos que no nos preocupemos, que había habido un pequeño problema en la
máquina pero que ya estaba solucionado y Arturo enseguida saldría. Pero hemos de esperar otra hora larga. En
total tuvimos que esperar tres horas y cuarto, ante la media hora máximo que
nos habían asegurado, aunque aceptaras que pudieran pasar unos minutos más.
También hay quien nos dice, que como no
nos dimos cuenta de que algo extraño ocurría, que algo no marchaba bien. Y,
Ahora, ahora yo también me lo pregunto, y también me pregunto, que cómo es que
mi hijo con lo decidido que era, no dijo: “¡Basta! ¡No quiero seguir con
esto!”. O ¿porqué no fui yo la que no llamó a la puesta donde estaba y les
pregunté porque tardaban tanto o no me lo llevé? Pero… una vez estás allí que
has de hacer, estás en sus manos, tú no entiendes y piensas que si interfieres
puede ser mala cosa… No tienes más remedio que seguir esperando.
Pasado
ese tiempo, el doctor Rubio nos dijo que todo había ido muy bien y que fuéramos
a verle dentro de tres meses y se marchó. Ya nos estaba engañando porque él ya
sabía muy bien lo que iba a ocurrir…
Al doctor Guix, no le vimos en ningún
momento. Para nosotros no se encontraba en la clínica, pero, sí que estaba como
supimos años después. Cuando el doctor Rubio tuvo que ir a declarar ante el
Juez de Instrucción, dijo que se le estaba acusando de algo que él no había
hecho, que quien había irradiado era el doctor Guix, que él se limitó a indicar
el lugar donde debían de ir dirigidos los rayos. Nosotros esto no lo supimos
hasta ese mismo momento, cuando el doctor Rubio declaró, por eso la querella
fue solo en contra del doctor Rubio. Después la ampliaría el Ministerio Fiscal
que acusó también al doctor Guix y a la Clínica DEXUS, ésta como responsable
civil subsidiaria, como ya he indicado en los “avances”.
Seguimos en la Clínica DEXEUS: A los
pocos minutos de haberse marchado el
doctor Rubio, salió de la sala de radioterapia mi hijo, solo, dando tumbos de
una lado para otro, muerto de frio, estornudando por el fuerte constipado que
había cogido, cayéndole los mocos, con un fuerte dolor de cabeza y con unos
hilillos de sangre que le caían por la sien debido a la forma bestial en que le
habían apretado el casco o lo que fuera. ¡En fin! Salió hecho un desastre.
Nosotros, ante esta situación empezamos
a llamar para que alguien nos atendiera, pero en aquel sótano y a aquella hora,
casi las diez de la noche, no había nadie. El psiquiatra de mi hijo de todo
esto no sabía nada, se lo explicamos después, porque él se tuvo que marchar
mucho antes porque tenía pacientes que atender.
Y, nosotros llamando y buscando a
alguien para que nos atendiera, hasta que Arturo, dijo: “Madre, no puedo resistirlo más. Vámonos para casa ¡por favor! Déjalo
correr, vámonos para casa, ¡por favor!”. Y añadió: “Y no quiero volver a
ver más a este médico porque es un bestia, le he pedido por favor una manta porque
tenía frio y me la negado diciéndome ¡cállate burro!”.
Aunque no era la forma de Arturo, pensé
que se expresaba de aquella manera porque no había resultado como nos habían
dicho, porque se lo pasó muy mal y se lo estaba pasando muy mal, pero después,
¡siempre después! pudimos constatar por gente del entorno del propio doctor
Rubio, que no solamente era un bestia, sino que era un ser sin sentimientos
humanos, un verdadero ¡cafre!
Pensar en el tiempo que mi hijo, una
persona tierna, educada, incapaz de hacer daño ni molestar a nadie, estuvo en
manos de aquel par de eso, de cafres, con aquella especie de casco oprimiéndole
la cabeza, inmóvil, entretanto le metían en su cerebro aquellos rayos
venenosos, sin dejarle ninguna posibilidad de esperanza de vida, me desespera y
cada día que pasa el odio que siento hacia esa maldita gente, va en aumento,
hacia ellos y hacia los jueces que crueles como ellos les protegen
desaforadamente.
El hecho que acabo de explicar y que
parece que no pueda pasar en una clínica de tanto, y tanto prestigio, y que
incluso puede parecer que me lo invento, se repitió al cabo de dos años, y esto
que sepamos, con el joven José Antonio. El caso de José Antonio explicado en el
capítulo dedicado a los médicos, salió de las manos de los doctores Guix y
Rubio, en las mismas condiciones que Arturo. Dijo al salir: “Antes de volver a
pasar por este infierno preferiría morir”.
Después de haber pasado unos días de
aquel malestar provocado por la forma de aplicar la radioterapia en la DEXEUS,
mi hijo se fue recuperando. Pero lo que no sabinos nosotros, lo que no podíamos
imaginar de ninguna de las maneras, era que mi hijo ya estaba condenado a
muerte, que no le habían dejado ni la más mínima posibilidad de esperanza de
vida, de que lo habían asesinado aunque nosotros no podíamos intuirlo ni más
remotamente.
EL
SUPUESTO TRATAMIENTO DE LA DEXEUS PASA AL
OLVIDO
IGNORANTES NOSOTROS DE LA GRAN TRAGEDIA
QUE
NOS AGUARDABA. (Doctor
Burzaco)
Pasó el tiempo y, aparentemente, todo
seguía igual, ni mejor ni peor. Arturo siguió tratándose son su psiquiatra,
haciendo algún que otro viaje, ayudando en el negocio familiar, sus carrera de
piano, nuestras salidas…Bien, como siempre…
Como que tanto el doctor Nogué como el
doctor Guix nos habían asegurado que en el caso de no dar resultado, se
quedaría como estaba, que fue lo único
que aceptó mi hijo, no quisiera que se olvidara, pues, eso es lo que veíamos,
que todo seguía igual y en esta confianza seguíamos. Pero pasados ocho meses del tratamiento de la
DEXEUS, mi hijo, dentro de su lucha contra la neurosis y por su filosofía de
vida de que “entretanto exista una posibilidad no hay que desaprovecharla”, me
dice: “Sabes que he pensado, mamá, que
como el tratamiento de la DEXEUS no me ha dado ningún resultado y tan solo ha
sido una pérdida de tiempo y de dinero, que voy a probar con la técnica del
doctor Burzaco, que al fin y al cabo era mi primera intención, y si no me va
bien, tendré que confórmame con lo que tengo y nada más, pero antes quiero
probar para no decir que he dejado algo que me hubiera podido ir bien y
quedarme siempre con la duda”. Ya nadie se lo saco de la cabeza.
Quizás puede dar a pensar que con las
decisiones que tomaba Atturo, se lo pasaba tan mal que no lo podía resistir. Yo
no negaré que se lo pasara mal, pero ni más ni menos que las personas que
padecen una neurosis de sus mismas características: una neurosis limpia, es
decir, sin condicionamientos que le pudieran complicar su vida: Arturo no
bebía, no le gustaba el alcohol, alguna cerveza de vez en cuando pero casi
siempre con gaseosa, no tomaba drogas de ninguna clase – algo que su psiquiatra
destaca en su informe -, llevaba una vida sana, practicaba varios deportes,
pero uno en especial, era su preferido, el esquí. Lo que ocurre es que si los
médicos te ofrecen posibles soluciones por aquello de los avances de la
ciencia, uno que es más lanzado o, porque no decirlo, con más dinero, que en este
caso fue una desgracia tenerlo, lo quieren probar y, ¿por qué no? Para eso
están los adelantos ¿no? Y, Arturo se pone en manos del doctor Burzaco.
A LOS TRES DÍAS DE HABER REGRESADO DE MADRID
Las cosas nos iban muy bien, tanto, que pensamos en ampliar el negocio
y, con este pensamiento empezamos a buscar un nuevo local para una segunda
tienda.
Si bien Arturo ya sabía de antemano que
la técnica que empleaba el doctor Burzaco era inofensiva, ya estaba bien
seguro, ya se había informados anteriormente de lo contrario no se hubiera
desplazado a Madrid, ni su psiquiatra le hubiera hablado de ello, otra cosa fue
que en su momento lo dejara correr, todo y así le hizo un montón de preguntas
al doctor, como por ejemplo: “¿Cuánto
tiempo tardará en cicatrizar la herida de la intervención?”. Tres meses le
contestó el doctor. “¿La operación en sí
misma no me limitará en nada? Se lo pregunto porque no sea caso que al estar operado y recibir algún golpe
practicando algún deporte pueda tener más problemas que no estando operado”.
“La operación no te limitara en nada”, le dijo el doctor, y así una cuantas
preguntas más.
Cómo podrán ver, las preguntas que hacia
Arturo, no iban encaminadas a si la técnica comportaba riesgo o no, esto ya
estaba descartado, iban encaminadas a que si debía tomar alguna precaución o
estar pendiente de ciertas cosas en casos, pues como esos, al practicar
deportes, ya que él practicaba bastantes como ya he contado. Pero lo que sí le
preocupaba en gran manera, era el que le pudiera cambiar de alguna manera el
carácter, su forma de ser, sus cualidades artísticas, su forma de ser… Él
quería seguir siendo el mismo de
siempre, lo único que quería era sacarse de encima sus manías, sus angustias…
Recuerdo que el doctor Burzaco le dijo: “Lo que tú me preguntas, que sería una
forma de cambiar las personas, yo no lo hago. Yo lo único que intento es
ayudarlas. Espero poderte ayudar a ti también”.
El doctor Burzaco era un hombre muy
meticuloso en su trabajo y muy cuidadoso con sus pacientes; y no tan solo era
una eminencia como médico, sino que era una un hombre muy honesto, como pude
constatar después en las vistas orales
del juicio, y un buen hombre que intentó ayudarme en todo lo que pudo cuando se
descubrió lo que le habían hecho a Arturo en la Clínica DEXEUS.
Antes de continuar, quiero explicar un
hecho muy importante que los jueces, siempre con mala intención, han querido
pasar por alto, cerrando los ojos y haciendo oídos sordos a las realidades más
evidentes.
Así como en la vía penal, los jueces no
han negado la realidad del daño producido
por la radiación, otra cosa es que se inventaran subterfugios e inmoralidades
para dejar sin responsabilidad penal a los médicos Guix y Rubio, los jueces que
han juzgado la vía civil, incluso han tenido el valor, abiertamente, de dar la
culpa de la muerte de mi hijo a la “radiofrecuencia”, inventándose unos
disparates propios de gente ignorante que contradice frontalmente la Ciencia
Médica. Existe un TAC cerebral solicitado por el doctor Burzaco antes de
aplicar la radiofrecuencia, en el cual se apreciaba un “reblandecimiento” de la
parte izquierda del cerebro, signo inequívoco que la radiación alguna cosa
había hecho. Como me dijo el doctor Buzaco, “vio como si fuera una pequeña
duricia o quemada de un cigarrillo, por lo que no quiso tocar aquella parte del
cerebro, todo y siendo la más efectivo”. Nadie podía imaginar lo que resultaría
de aquella pequeña “cosa”. Si los jueces hubieran querido juzgar con la verdad hubieran
tenido una prueba más de que el mal venía sin duda alguna de la radiación y,
“que no podía venir de otra causa” como dicen las cartas de algunos
especialistas insertadas en la segunda parte de este libro. Una prueba inequívoca.
Bien,
como que el doctor Burzaco no quiso tocar aquella parte, le preguntó a Arturo
que si quería podrían probar con la parte derecho que, aunque no es tan
efectiva también le podría mejorar. Arturo dijo, que ya que estábamos allí, que
se lo hiciera y así ya no tendría que pensar más en ello. Arturo estuvo ocho
días ingresado en la clínica para su recuperación Clínica Concepción -. Fue
muy apreciado por el personal sanitario que me decía, como todo aquel que le
conocía, que Arturo era un muchacho encantador. El doctor Burzaco me lo repitió
más de una vez.
Arturo, tan obsequioso, como siempre,
quiso agradecer las atenciones recibidas y compró unos regalos para el personal
y también para el doctor.
A la salida de la clínica, nos quedamos
unos días más en Madrid; en esta ocasión en plan “turista”, así era de fuerte y
animado mi hijo. Aunque ya habíamos estado algunas veces en Madrid, en esta
ocasión aprovechamos para visitar lugares que todavía no habíamos visto y nos
lo pasamos muy bien.
Un gesto que me chocó de mi hijo, fue
cuando en un restaurante al que fuimos a comer, tuvo necesidad de ir al
servicio. Cómo a mi me pareció que tardaba, me preocupé, de hecho acabábamos de
salir de la clínica, y pensé que le podía haber pasado algo. Le pedí a un
camarero que, por favor, fuera a ver si mi hijo necesitaba alguna cosa. Parece
que les estoy viendo ahora mismo: Vino con el camarero sonrientes los dos, él
con aquel sonreír tan bonito que tenía, me dijo: “Pero, madre, que exagerada eres. Estoy bien. No quiero que te preocupes
tanto por mí. Estoy bien”. El camarero seguía mirándonos y sonriendo, era
muy simpático. Como que se había quitado el gorro que llevaba en la cabeza para
cubrir el corte de pelo que le faltaba
debido a la intervención, le pregunté el por qué se lo había quitado. Me
respondió: “Porque me molestaba. Estoy
más cómodo sin él”. Me pareció una buena cosa, no estar pendiente de nadie.
Él tenía un poco exagerado el sentido del ridículo, así como de la perfección.
Era un perfeccionista. En algunas ocasiones su psicólogo me había dicho que no
me quejara que yo también lo era… No sé…
IGNORANTES
DE LA GRAN TRAGEDIA QUE NOS AGUARDABA, ANIMADOS Y CONTENTOS REGRESAMOS A CASA.
Arturo
decía, que los psiquiatras solían asociar los problemas que uno padece de mayor
con problemas o situaciones que le habían hecho padecer cuando era un niño,
pero que él no recordaba nada que le hubiera hecho padecer tanto para que ahora
tuviera que padecer las consecuencias, es decir, su neurosis obsesiva. “En todo caso – también decía -, lo que me interesa es solucionar lo que
me pasa ahora y no estar buscando quien sabe qué cosas de años atrás”.
Supongo que esta visión del problema junto con su buen carácter y su “lógica
aplastante”, - como decía su psiquiatra
que tenía -, ayudaron a que su problema se solucionara más “fácilmente” que a
otras personas. Aunque no podemos olvidar, que una persona sensible como era mi
hijo, solidario con las penas de los demás… nunca se puede ser feliz del todo.
Arturo era una persona que disfrutaba
cuando veía a la gente feliz… En este sentido era igual que su padre.
A
partir de aquí, ruego que el lector o lectores presten especial atención,
porque es donde el juez José Manuel Martínez Borrego Borrego, primero, y
después la jueza Maria Eugenia Alegret Burgues más mentirán dando la vuelta a
la realidad más evidente, contradiciendo incluso al juez José María Assalit
Vives y a los jueces de la Audiencia quienes no niegan el daño provocado por la
radiación, y se inventan que mi hijo vino de Madrid “muy mal debido a todas las
complicaciones propias de la radiofrecuencia”.
Si
se aplicara con rigor el artículo 447 del Código Penal, estos dos jueces
tendrían que haber sido condenados no solamente por las sentencias injustas que
han emitido sino por la ignorancia que demuestran y todas las falsedades que se
inventan, superando en mucho a sus colegas anteriores.
A LOS TRES DÍAS DE HABER REGRESADO DE MADRID
A los tres días de haber regresado de Madrid, mi hijo me dice: “Madre, he probado todo lo que tenía que
probar y ahora solo depende de mí. Mañana empiezo a trabajar
ininterrumpidamente contigo. Puedes contar conmigo para todo, y si no te
importa terminaré lo que me queda pendiente de piano. Aunque he hecho tarde para
dar conciertos podré sacarme el título de profesor y podré combinar el negocio
con dar algunas clases de música y piano”. Cómo que Arturo ya tocaba muy
bien – ya había tocado varias veces en público -, le dije que podía terminar lo
que le faltaba sin esfuerzo y dedicarse plenamente a su carrera y a dar
conciertos que era lo suyo. Yo siempre le decía que si no aprovechaba aquel don
que Dios le había dado no tenía perdón. Me dijo que ya lo decidiría porque lo
que decidiera ahora tenía que ser lo definitivo. Los profesores que había
tenido Arturo, tanto el profesor particular como los del Conservatorio, me
decían que, muchos de los chicos que tenían tanta facilidad para la música solían
terminar la carrera más tarde que otros, porque como podían interpretarlo todo
con, eso, con tanta facilidad, pues… Pero creo que con Arturo influyó su
problema. No sé…
Arturo también me dijo que ya no quería continuar con su psiquiatra
porque ya no lo necesitaba ni tomar más pastillas porque tampoco las
necesitaba. A mí me pareció que iba demasiado deprisa pero me dijo que, “había
perdido demasiado tiempo y era hora de recuperarlo”.
Arturo dejó de visitar a su psiquiatra como paciente, no como amigo
pues quedo una buena amistad entre ellos y la familia, dejó de tomar pastilla, lo
cierto es que no las necesitó ni siquiera para dormir, y se fue encontrando
bien y siguió como, por decirlo de alguna manera, si nada hubiera pasado.
La verdad es que nunca podremos saber si el cambio de Arturo se debió
al tratamiento del doctor Burzaco, o como él dijo: “He probado todo lo que tenía que probar y ahora solo depende de mí”.
No pudimos saber si más adelante le hubieran vuelto las obsesiones,
desgraciadamente, no nos dieron tiempo a comprobarlo. De todas formas como
siempre decía su psiquiatra, Arturo era un caso muy especial, porque la gente
no suele ponerse bien tan deprisa. Arturo era un caso tan especial que nunca su
psiquiatra ni su psicólogo entendieron como siendo Arturo como era, se le
hubiera podido desarrollar una neurosis obsesiva.
Bien, el primer día en la tienda después de la intervención del doctor
Burzaco, yo estuve muy pendiente de él. Cuando llegamos a la tienda, él abrió
las puestas de hierro, tres, teníamos unos escaparates muy grandes; después las de cristal y empezó a ponerse al
día de la contabilidad. Ya había llevado la contabilidad antes. Ese día dio la
casualidad de que llegó el camión de transporte a traernos unos muebles encargo
de unos clientes el comercio era de ropa y mobiliario infantil y juvenil y
también de decoración y futura mamá. Él, antes, cuando venía a la tienda,
después de abrir las puertas o desembalar algunos muebles o paquetes, estaba
rato y rato lavándose las manos por aquello de si podía tener polvo. Ese día,
lógicamente se lavó las manos después de levantar las puertas, pero es que
después de ayudar al transportista a bajar los muebles y desembalarlos, que en otra ocasión hubieran
estado una eternidad lavándose las manos, salió rápidamente. Yo que estaba esperando
a ver lo que hacía, al salir del lavabo sonriendo me dijo: “Pero, mamá, estate tranquila que todo va bien”.
Tenía tan buen carácter mi hijo… Tenía clientas que siempre
preguntaban por él. Había una abuela, que cuando no lo veía, me preguntaba:
“¿Qué no ha venido hoy su hijo?”. A veces, si estaba en el despacho o en el
almacén, yo le llamaba y se estaba un buen rato hablando con mucho cariño con
aquella abuela que le enseñaba fotografías de sus nietos y le contaba un montón
de cosas.
Cómo que Arturo era el que iba a las fábricas con el coche a buscar
alguna pieza de género cuando no nos la habían servido y la necesitábamos con
urgencia, a veces se presentaban encargos de improviso, si pasaban algunos días que no iba las
muchachas de los despachos de las fábricas
llaman por teléfono a la tienda, y preguntaban: “¿Qué está Arturo? Era para saber si necesitaban
alguna cosa especial?”. A mí me hacían reír, tenían ganas de verlo.
Y
EN ESTO ESTÁBAMOS: BUSCANDO EL LOCAL QUE NOS PUDIERA INTERESAR Y PREPARANDO LAS
VACACIONES DE AGOSTO DE 1989
Como que el recorrido de las vacaciones
era un poco largo – Méjico, en donde tenemos familia y amigos, algunas ciudades
de Estados Unidos, , en donde también tenemos amigos, Canadá, también en donde
tenemos familia -, empezamos a prepararlo con tiempo.
Habían pasado quince meses desde el
tratamiento de la DEXEUS – meses en que, científicamente, los rayos suelen
estar silenciosos, pasados este tiempo ya suelen manifestarse -, y seis desde
el tratamiento del doctor Burzaco. Durante este tiempo – los seis meses -,
Arturo no faltó un solo día al trabajo. Era vital y enérgico y nuestra vida
llenas de ilusiones y proyectos.
Una tarde en que teníamos un poco de
calma en la tienda, pero que Arturo iba entrando y saliendo del almacén
preparando los pedidos que teníamos que entregar al día siguiente, con el mapa
marcado con el recorrido que queríamos hacer encima de uno de los mostradores,
íbamos comentando cosas. Cuando Arturo terminó lo que era más urgente, me dijo
con aquella sonreír que le caracterizaba: “Madre,
como veo que hoy estamos un poco en plan festivo, que te parece si terminamos
el día de fiesta. Te invito al teatro y a cenar en un restaurante que sé que te
gustará. Hoy pago yo”. A mí me pareció muy bien, ¿cómo no? Como que ya era
un poco tarde, él se adelantó para ir a sacar las entradas del teatro. Íbamos a
ver una obra interpretada por el gran actor Josep María Flotas, un actor que
nos gustaba mucho.
Quisiera
que no se pensara que estoy explicando un hecho superfluo con esto de la
tienda, de las vacaciones, del teatro de la cena y que me estoy distrayendo del
que nos ocupa, que es su muerte. Pero no es ningún hecho superfluo, es el
preludio del que, ignorantes y felices nosotros, iba a ser, a través de una
sorpresa cruel, el principio de nuestro final.
Un hecho que los jueces, no por falta de
sensibilidad como se suele decir cuando se les quiere reprobar alguna cosa,
sino por falta de honestidad, por puro partidismo y por una gran dosis de mala
fe y crueldad, han querido ignorar. Recuerden a los jueces José Manuel Martínez
Borrego Borrego y la jueza María Eugenia Alegret Burgues que se inventan que mi
hijo vino de Madrid muy mal debido a las complicaciones de la
“radiofrecuencia”.
ULTIMA
CENA CON MI HIJO ESTANDO APARENTEMENTE BIEN COMO TODOS CREÍAMOS
Aquella noche mi hijo y yo disfrutamos
de la obra de teatro y de la cena. Durante la cena hablamos de muchas cosas,
por ejemplo, sobre los locales que habíamos visitado después de patearnos las
calles de Barcelona y de cual nos podría interesar más. Mi hijo me habló de sus
proyectos personales… Me habló de su intención de recuperar a su antigua novia.
Fue él el que lo dejó correr. Me dijo que lo había dejado porque las personas
que tienen problemas como los que Él padeció hacen sufrir a las personas que
tienen a su lado y él no quería eso para la que fuera a ser su esposa. Ahora
como ya lo tenía solucionado, quería intentar si ella quería empezar de nuevo.
Ellos se querían, pero desgraciadamente no le dejaron tiempo para intentarlo y
ella creyendo que Arturo no quería saber nada de ella, se marchó al extranjero.
Esto lo supe después, él, ¡pobre hijo mío! Ya no pudo enterarse de nada…
En fin… Aquella noche nos lo pasamos muy
bien. Teníamos mucho proyector… el viaje… Pero lo que yo ni nadie se podía
llegar a imaginar, era que aquella noche, aquella cena, sería la última noche y
la última cena que pasaría con mi hijo estando tan bien como todos creíamos.
A los jueces les puede parecer que lo
que explico no tiene relevancia, porque el interés que tienen en defender a
sus protegidos está por encima de
cualquier lógica y justicia, pero a pesar de sus intereses en relación a los
acusados, sí que tendría que tener relevancia para ellos – los jueces -, por
qué y pregunto: “¿Cómo se piensan que se puede soportar que hoy estés pasando
una velada tan agradable con tu hijo, que lo veas feliz, ilusionado, y a los
tres días te digan que se muere y que nada se puede hacer por él? Y cómo creen
que se puede soportar cuando no es el resultado de una enfermedad a la que
todos podemos estar expuestos que ya sería duro, sino que es el resultado de
una ignominia médica sin precedentes en nuestro país?
Saben, mi hijo estaba bien, era un buen
hijo, teníamos proyectos de futuro en común que se iban convirtiendo en realidad. Él tenía
sus propios proyectos, casarse, tener hijo, le gustaban mucho los niños, le
hubiera gustado tener hermanos… su carrera de piano… Esta salida era una de las
muchas que disfrutaba con mi hijo y que demostraba nuestro bienestar, y aunque
como he repetido tantas veces encontrábamos a faltar tanto a su padre al que
llevábamos siempre en nuestro corazón, seguíamos con ilusión.
Pero a los tres días de esta salida en
el Hospital del Mar me comunican que mi hijo se muere y que nada pueden hacer
por él, confirmándome más tarde que era debido o por culpa de la radiación que
indiscriminadamente le habían aplicado en la Clínica DEXEUS. Supuesto
tratamiento que ya estaba olvidado. Pues… ¿cómo creen los jueces que
esto se puede soportar y que encima
vengan con mentiras, burlas, amenazas y provocaciones?...
Al día siguiente de esta salida tan
agradable, mi hijo se levantó como cada día las siete de la mañana para ir a
trabajar. Él me llevaba con el coche. Yo también conducía, pero prefería que lo
llevara él. Pero ese día se levantó extraño; con un ojo un poco cerrado, la
boca un poco torcida y los pies un poco arrastrando. Al verle de aquella
manera, le dije que tenía que verle un médico urgentemente. Él me contestó que
ya iría otro día porque hoy había mucho trabajo en la tienda que no se podía
desatender; le dije que ya nos ocuparíamos las dependientas y yo, que no se preocupara
y fuera al médico. Insistí, pero era un poco tozudo y no podía llevarlo
arrastrando como si fuera un niño pequeño. Creo que no se estaba dando cuenta
de lo que le estaba pasando.
Durante todo el día las dependientas y
yo estuvimos pendientes de él. Aunque parecía que aquello síntomas con las
horas se suavizaron, él ya no se movía con la misma rapidez que acostumbraba,
con su energía… De vez en cuando se paraba como desorientado. Yo insistía con
lo del médico pero él repetía que ya iría y que no me preocupara tanto… Y así
pasaron tres días, y como que era tan fuerte y tenía tanta resistencia nadie
podía llegar a imaginar lo que podía estar pasando en su cabeza.
A los tres días de haber aparecido estos
síntomas que ya apenas se notaban, fuimos a comer invitados a casa de un
matrimonio amigo. Si bien Arturo de carácter estaba como siempre, con su rostro
alegre y su buen sentido del humor y quiso ir a comprar unas flores y unos
pasteles para los amigos –siempre detallista -, y empezaron a hablar de varias
cosas con los amigos- al matrimonio lo conocíamos de años, eran unos buenos
amigos -, todo y así, ellos, que conocían a Arturo desde que nació, le vieron
diferente. Les conté lo que estaba pasando. Arturo, después de alabar la buena
comida presentada, felicitando a los “cocineros”, al ponerse la primera
cucharada de comida en la boca, vomitó, ya no pudo comer nada. Yo ya me puse
dura con lo del médico: le dije que aquello ya no podía esperar más; los amigos
también le insistieron. Dijo que aquella misma tarde iría a verle. Nosotros
terminamos de comer deprisa para irnos también deprisa. Mi hijo sintió habernos
estropeado la comida y quedamos para otro día. Arturo me dejó en la tienda y se
fue al médico a que le viera. Aparentemente tampoco hacía pensar que le pudiera
pasar nada grave…
Cuando los abogados de los médicos que mataron
a mi hijo, dicen que yo “soy una tía loca con un amor desmedido por su hijo”,
pienso que he sido más bien una madre muy
despreocupada. Lo más normal hubiera sido que yo acompañara a mi hijo al médico
en esta circunstancia, pero Arturo siempre había sido tan fuerte, había estado
tan sano – lo de la neurosis era otra cosa, además ya estaba solucionada -, era
autosuficiente, que… en fin, ¡nada malo le podía pasar!
Arturo me dijo que iría a que le viera
la que había sido su psicóloga. En un momento dado cambió el psicólogo por la
psiquiatra, porque tenía la consulta al lado de su psiquiatra y además eran del
mismo grupo. Le dije que la psicóloga no era la persona indicada. Me dijo que
ella ya le podría avanzar alguna cosa y que como hacía mucho tiempo que no la
veía, así la saludaría y llevarle el regalo que le debía. Él siempre con sus
atenciones. La psicóloga, doctora Carmen Hernández, era una persona muy atenta
y bondadosa, además de muy cariñosa. Y, desgraciadamente, en nuestro caso,
pudimos constatar también que era una buena amiga, pues así se comportó en el
terrible proceso que seguiría y que nadie ni más remotamente se podía llegar a
imaginar. Su ayuda nunca la podré olvidar y siempre la recordará con gratitud.
Como digo,
Arturo me acompañó a la tienda y cuando se fue creí que iría directamente a ver
a la psicóloga. Pero al rato que se había ido, me llamó mi madre por teléfono
muy preocupada para decirme que Arturo había hecho una cosa muy extraña. Me
dijo que primero había ido a casa pero al no encontrarla, la señora que nos
atendía la casa y que era como de la familia, le dijo que la yaya estaba en el
restaurante y fue a encontrarla allí.
Cuando a
veces mi hijo y yo, para aligerar el trabajo nos quedábamos a comer en algún
restaurante cerca de la tienda, mi madre también iba a comer a este restaurante
cerca de casa que era muy familiar. Mi madre me contó que le preguntó a Arturo
si quería comer algo, y él dijo que no. Pero la dueña del restaurante, le dijo
a mi madre sin que él la oyera: “Su nieto ha pedido todos los platos expuestos
en el mostrador y ahora no se acuerda”. Le dije a mi madre que estuviera
tranquila que aquella misma tarde iba a ir al médico y que yo le llamaría para
contarle lo sucedido.
Ante lo que
me dice mi madre llamé rápidamente a la psicóloga. Su secretaria me dice que no
habían llegado ninguno de los dos, que así que llegara la doctora ya la pondrá
al corriente. A los pocos minutos me llama la doctora. Me dice que Arturo está
en la sala de espera. Me dice que está contenta de verle, que estaba contenta
de que su problema se hubiera resulto con éxito, pero que ahora lo veía muy mal
y que nada tenía que ver con aspectos psicológicos. Que no sabía lo que le
podía pasar pero que era urgente que le viera un neurólogo porque le veía muy
mal, reìtió. También me dijo que ella conocía a un neurólogo, que además de ser
un buen profesional era muy buena persona y que si quería le llamaría para que
le viera aquella misma tarde. Le dije que sí, ¡claro! También se ofreció para acompañarnos.
Fui a buscar a Arturo a la consulta de la doctora para ir a la consulta del neurólogo
que ya estaba dispuesto a recibirnos.
Cuando fui a
buscar a Arturo, la doctora nos dijo que esperáramos unos quince minutos porque
estaba terminado de atender a un paciente. Arturo quiso aprovechar para ir a
comprar un disco a una tienda que estaba enfrente mismo de la consulta y como
todavía nos quedaban unos minutos, nos sentamos en un bar que también estaba
allí mismo a tomar un refresco. El disco se le cayó de las manos un par de
veces, el vaso también y, si al principio se angustió, después no le dio
importancia, también lo vi bastante desorientado. Con lo que veía yo ya tenía
que haberme inquietado mucho, pero cómo seguía con una conversación tan
animada… La verdad es que no se estaba dando cuenta de su realidad… ni yo que
pudiera llegar a ser tan grave. ¡Tan grave! Aquella situación tan extraña
empeoró muy rápidamente lo que me hizo preguntar: ¿Cómo Arturo pudo llegar solo
a la consulta de la psicóloga?
Fuimos a
buscar a la doctora y, ya en el taxi, camino de la consulta del neurólogo,
Arturo ya no sabía en dónde se encontraba, y eso que estábamos cerca del
colegió que había ido unos años antes allá a la Avenida del Tibidabo.
Preguntaba en dónde estábamos, a dónde íbamos, si íbamos al cine…o, a dónde…
Cuando
llegamos a la clínica donde tenía la consulta el doctor – Policlínica Tibidabo
-, al bajar del coche ya no tenía estabilidad, fue de un lado para otro y si no
le hubiéramos cogido con rapidez, hubiera caído al suelo. Todo iba muy deprisa.
Cuando
estamos en la consulta, lo primero que hace el doctor es hacerle unas
preguntas. Arturo no pudo contestar a ninguna o a casi a ninguna. No se
acordaba de nada. El doctor le enseñó el anillo de casado que llevaba en el
dedo, la alianza, le preguntó si sabía lo que era; Arturo no supo que
contestar. Yo para ver si reaccionaba, le dije al doctor que le preguntara algo
en ingles, ya que lo hablaba muy bien. Respondió alguna cosa pero sin llamarle
la atención. Al final el doctor le dijo que escribiera alguna cosa, lo que
quisiera, aunque solo fuera su nombre. Arturo, eso sí lo entendió, pero no pudo
escribir; trazó una línea más o menos recta, se quedó pensativo, y dijo para
sí: “Qué extraño, no puedo escribir”… No
dijo nada más.
El doctor me
hizo salir un momento de la consulta y se quedó con Arturo y la doctora
Hernández. Al cabo de un ratito, me llama y me dice que no me preocupe, que
creen saber lo que le pasa a Arturo: creen que se trata de un virus que se
aloja en la parte del cerebro que regula la parte motora y de la memoria
alterándola; que es aparatoso pero que no me preocupe porque hoy en día no
reviste ningún problema; anteriormente sí, pero hoy día con los antibióticos de
los que disponemos no hay ningún problema, repite. Me dice también que ya le podría
recetar porque el tratamiento se puede seguir
desde casa, no obstante quisiera hacerle unas pruebas antes para estar bien seguro
y poder recetar sin temor a equivocarse. Me dice que si quiero las pruebas se
las podrían realizar en el Hospital del Mar que es donde él trabaja y si ingresaba
aquella misma tarde ya se las podrán hacer y así al día siguiente ya dispondrá
de ellas y podrá recetar con toda seguridad. Como que el psiquiatra de Arturo
también trabajaba en este hospital, me pareció muy bien. Aunque le quería hacer
las pruebas yo ya estaba muy tranquila con lo que me había dicho del virus.
Recordaré que, aunque Arturo a partir del tratamiento del doctor Burzaco ya no
necesitó seguir ningún tipo de terapia, la amistad con su psiquiatra doctor Ros
Montalbán, siguió, pues recordaré que quedo una buena amistad entre ellos dos y
la familia. Por tanto cuando me refiera al doctor Ros lo seguiré haciendo como psiquiatra
de Arturo el único que tuvo.
Bien, al
salir de la consulta del doctor, la doctora Hernández acompañó a Arturo al
hospital y yo me fui a casa a buscar
cuatro cosas para pasar la noche ya que de una sola noche se trataba.
El doctor
Carlos Oliveras Ley, que así se llamaba el neurólogo, nunca podía llegar a imaginar en aquel
momento, que sería él quien atendería a mi hijo en un camino tan doloroso hacia
la muerte y quien la testificaría.
EN EL HOSPITAL DEL MAR ME DAN LA TRAGICA NOTICIA:
MI HIJO SE ESTA MURIENDO.
MI HIJO SE ESTA MURIENDO.
Cuando llegué al hospital, empezaban a
quitarla la ropa a mi hijo para hacerle
las pruebas. Estaba muy asustado. No entendía nada de lo que le estaba pasando
y me miraba interrogante. Intenté tranquilizarlo pero cada vez estaba más
asustado y más desorientado. Creo que hasta ya no me reconocía. Me daba una
gran pena mi hijo viéndolo en aquel estado. No quería dejarlo solo, pero tenían
que hacerle las pruebas… Terminé riñéndolo como si fuera un niño pequeño: Le
dije: “Venga, hombre, tan valiente que eres y ahora hacer este papel”… Pero él,
¡pobre! ya no entendía nada, se encontraba totalmente perdido. Tuve que
dejarlo. Me quedé toda la noche en la sala de espera del hospital. La doctora
Hernández se quedó un buen rato con él, lo que le agradeceré mientras viva.
Pero tuvo que marcharse. Me quedé esperando con la confianza de que al día
siguiente nos iríamos para casa.
Durante toda la noche nadie me dijo
nada, pero yo estaba tranquila: no podía tener nada grave mi hijo, porque la
gente no se pone tan mala de la “noche a la mañana”, y él no tenía nada:
¡Estaba muy sano! ¡Nunca había estado enfermo!
Sobre las ocho de la mañana, vino mi
cuñada, la mujer de mi hermano. Mi madre les había dicho que estábamos en el
hospital. Le dije que estaba esperando al médico para que me diera la
medicación y que ya nos iríamos para casa. También le dije que no hacía falta
que le dijera nada a mi hermano que estaba esperando nuestra llamada para saber
lo que tenía que hacer. Cuando estoy escribiendo este libro, mi hermano
desgraciadamente ya ha fallecido: una gran pérdida para la familia.
Sobre las ocho y media, me llaman por
megafonía. Decididas vamos a la consulta del doctor Oliveras. Me dará la
medicación, recogeré a Arturo y, para casa!!! Pero… pero, inesperadamente
recibo el golpe más terrible que le pueden dar a una madre: el rostro del
doctor Oliveras denotaba preocupación, pero sobre todo tristeza. El doctor con
voz muy grave y con la cabeza baja, me dice que me tiene que dar una muy mala
noticia. De momento no le entendí. No entendía lo que me quería decir con
aquello de la “muy mala noticia”, si mi hijo estaba tan sano. Le pregunté por
el virus. Me dijo que ojalá hubiera estado acertado con lo del virus, pero que
no lo estuvo y que lamentaba mucho tener que darme aquella mala noticia: tenia
que decirme que mi hijo estaba muy mal, muy mal, repetía con la cabeza baja.
Yo, incrédula y con aquel media sonrisa de… eso, de incredulidad y de pensar,
“este hombre no sabe lo que se dice”, le dije: “Bien, muy mal, muy mal, pero
algo se podrá hacer, mi hijo es una persona muy sana, si hace exactamente
cuatro días que estuvimos al teatro y a cenar y estaba tan bien, le ha pasado
esto de ahora pero… Me iba escuchando y diciendo que no con la cabeza. Yo, ya
muy nerviosa, le pregunté: “¿No me dirá usted que mi hijo se está muriendo?”,
con la seguridad de que me diría: ¡No, mujer!... pero me dijo que sí con la
cabeza baja. Sin poder entender nada de lo que estaba pasando, el mundo se
hundió bajo mis pies.
Mi cuñada, también incrédula, le
preguntó al doctor: “¿No se estarán ustedes equivocando?”. Con toda seguridad,
le respondió que no.
Pregunté
al doctor, que era lo que tenía mi hijo para no habernos dado cuenta de su
gravedad y no poder hacer nada para salvarle la vida. Me contestó que, aunque
no estaban seguros de la causa de su gravedad, podría tratarse de de un cáncer;
en la gente joven, a veces, cuando da señales ya es demasiado tarde, podría ser
el caso de mi hijo. Pero, fuera lo que fuera, era irreversible.
Hay quien cree que fueron muy duros al
darme la noticia de aquella manera. Pero la situación era demasiado grave para
que fueran con engaños: tenía que estar preparada.
MI HIJO QUEDO INGRESADO EN EL HOSPITAL DEL MAR SIN ESPERANZA NINGUNA Y NOSOTROS HUNDIDOS PARA SIEMPRE
A mí me parecía que todo lo que estaba
pasando era irreal: que mi hijo no era mi hijo, que yo no era yo, que todo
aquello no iba con nosotros!... Pero, sí: él era mi hijo y todo iba con
nosotros. Y, así, tan de repente, en un abrir y cerrar de ojos, nos encontramos
lanzados en un espacio donde solo había tinieblas, desolación y en donde nos
aguardaba la muerte.
¡Mi pobre hijo se moría! Qué injusticia
y crueldad más grande era lo que le estaba pasando a mi hijo. Cómo podría
superar su pérdida y, su abuela, pobre mujer, pobre madre mía, cómo lo podría
resistir, Y, él, todos los esfuerzo que hizo para resolver su problema, toda su
lucha, sus ilusiones, esperanzas, proyectos…Todo perdido así de cuajo, sin dar
tiempo a nada. ¡A nada! Me pregunto: ¿Quién decidió que mi hijo tenía que morir
siendo tan joven y sin que nada ni nadie pudiera ayudarle? Sentí un frío gélido
y una soledad indescriptible.
Fui al lado de mi hijo; lo miraba y
parecía que estaba profundamente dormido. El día antes todavía habíamos tomado
un refresco en aquel bar… Hacía cuatro días que estábamos cenando juntos y
hablando de las vacaciones, de los locales que habíamos visitado para ampliar
el negocio y de cual nos podía interesar… de tantos proyectos… contentos y, ahora…
Le pusieron un tratamiento, pero
hicieran lo que hicieran no había nada que hacer, tal era el estado en que se
encontraba mi hijo. Me dijeron que aquel tratamiento era “un arma de doble
filo” en un caso como el de mi hijo que no tenía solución, pero ¿qué podían
hacer? Era muy duro decir: “Como que no tiene solución que se muera ya”.
Pasaban los días… No me movía de su lado
ni de día ni de noche. Su abuela venia cada día a estar un ratito con él; lo
acariciaba y le hablaba, le explicaba las cosas que harían cuando saliera del
hospital; no sé si en aquellos momentos él la podía oír, yo creo que no, pero
mi madre creía que sí la escuchaba. Mi madre no quería aceptar de ninguna de
las maneras que su adorado nieto fuera a morir. Cada día llevaba flores a la
imagen de la Virgen del Mar que había por aquel entonces en una capillita en el
jardín del hospital. Le pedía a la Virgen que cuidara a su querido “hijito”
como a veces también le decía. Qué pena tan grande me daba mi madre: Mi hijo y
mi madre…
El tiempo iba pasando lento y
angustiante; tiempo de dolor, de miedos… Oía como en voz baja el personal
sanitario decía: “Este pobre chico se muere, ¡qué pena da!”. Lo cierto es que
empezó a tener unos vómitos que parecía que se estaba deshaciendo por dentro.
Todo y así, mi hijo no murió cuando todos esperaban, pero la verdad, si yo
hubiera sabido lo que resistiría y el calvario, el infierno que le esperaba
para nada, para morir igualmente puesto que ya estaba condenado a muerte, no
hubiera permitido que le hubiera puesto nada y lo hubieran dejado morir
entonces, por duras que puedan parecer mis palabras. Sentimiento que creo ha
compartido conmigo más de un médico que lo trató en su camino cruel, infernal
hacia la muerte. Camino sin posibilidad de retorno…
RESISTENCIA FRENTE A LA MUERTE
Arturo con toda su gravedad, seguía,
para mí, como dormido, aunque de vez en cuando vomitaba con aquellos vómitos
que parecía le hacían padecer tanto, después volvía a quedarse como dormido.
Entretanto le iban haciendo las pruebas que pudieran determinar con exactitud
su diagnóstico. Cuando terminaron de hacérselas, se descubrió lo que nadie
nunca se hubiera podido llegar a imaginar: el terrible mal que llevaba a mi hijo
a la muerte, era debido a la radiación que le aplicaron en la clínica DEXEUS. El
diagnóstico fue contundente: “Lesión cerebral por radionecrosis diferida
profunda e inoperable”. Diagnóstico que nos dejó aterrados a todos.
Cuando los médicos pudieron diagnosticar
con toda certeza, me comunicaron el motivo del porque se estaba muriendo mi
hijo, y seguidamente me preguntaron en dónde le habían irradiado. Me quedé
sorprendida y de momento parada, pensando… Insistieron preguntando: “¿Dónde le
irradiaron? En algún lugar tuvieron que irradiarle, porque lo que tiene su hijo
es un exceso de radiación”. Me vino a la
cabeza el tratamiento del doctor Burzaco y les empecé a explicar… Pero los
médicos me cortaron diciéndome que la técnica que utilizaba el doctor Burzaco
que era a base de “radiofrecuencia”, no tenía nada que ver con lo que le pasaba
a mi hijo. Le podía haber ido bien o no para resolver su problema pero que no
le podía haber causado ningún mal porque era una técnica inofensiva. Volvieron
a insistir: “¿A qué lugar fue su hijo para que lo irradiaran? ¿En algún lugar
tuvo que ir?”. Entonces me vino a la memoria lo que ya hacía tiempo estaba
olvidado: el tratamiento que hacía quince meses le habían aplicado en la
Clínica DEXEUS. Pero insistí en que aquello no podía ser porque nos habían
asegurado que no podía correr ningún riesgo. Precisamente, les dije, fuimos a
esta clínica por la seguridad que nos dieron y por el prestigio que tenia. Los
médicos del Hospital del Mar, siguieron preguntando: “¿Qué tipo de rayos le
aplicaron?”. Respondí: “Rayos gamma”, lo que nos habían vendido.
Cuando les expliqué como fue que llegamos
a esta clínica, que fue a través del Hospital del Valle de Hebrón, de las manos
del doctor Pedro Nogués, amigo de un amigo mío, y de todo lo que había pasado,
me preguntaron que después de todo lo que les explicaba, cómo seguimos
confiando en aquella gente. Les contesté que, ellos eran los médicos y que
nosotros confiábamos en ellos, y que no podíamos creer de ninguna de las
maneras, que no nos podía pasar por la cabeza, que el doctor Nogués nos hubiera
propuesto un tipo de tratamiento con riesgo de muerte cuando sabía que Arturo
no estaba dispuesto aceptar ni el más mínimo de los riesgos, y por supuesto,
menos de muerte. Como él decía: “Iba a
curar una neurosis obsesiva y no a buscar lo que no tenía”.
Sin duda alguna, los médicos del Hospital
del Mar me dijeron que mi hijo moría por causa del exceso de radiación. Oí como
un médico comentaba: “Este pobre chico está más que muerto”. Otro, al bajar por
el ascensor del hospital me dijo: “Le han dicho que le aplicaron rayos gamma
que son tan peligrosos, pero vaya a saber lo que este gente le ha puesto a su
hijo!”… Este sentimiento es el que despertaban aquellos que le hicieron un daño
de muerte a mi hijo.
El exceso de radiación suele aparecer a
los quince meses de su aplicación tal y como pasó con mi hijo. En algunos casos
tarda más, incluso años, y hasta puede convertirse en un cáncer, pero los
quince meses es lo más corriente.
Siempre que se habla de radiación, se
habla de erradicar tumores cancerosos, porque por los casos de problemas
psicológicos – neurosis obsesiva -, no se aplica la radiación por lo peligroso
que puede resultar. Otra cosa es que tengas un tumor y no haya otro tratamiento
para intentar erradicarlo, pero todo y así hay que aplicarla con extremo
cuidado sin pasarse de lo estrictamente necesaria. En el caso de mi hijo, quedó
claro que fue víctima de un brutal engaño, de una brutal estafa, y, de un
brutal experimento.
EL DOCTOR RUBIO NO NOS QUIERE ENTREGAR EL INFORME DE LO QUE LE HABIAN HECHO A ARTURO EN LA CLINICA DEXEUS, A PESAR DE SABER QUE LOS MEDICOS DEL HOSPITAL DEL AR LO NECESITABAN CON URGENCIA
Una vez descubierta la lesión que
llevaba a mi hijo a la muerte, los médicos me pidieron el informe de la Clínica
DEXEUS para saber la cantidad de radiación que le habían aplicado. Les dije que
no me lo habían entregado. La doctora Hernández, que estaba con nosotros
siguiendo todo el dramático proceso, se ofreció para solicitarlo. Se solicitó
al doctor Rubio porque fue el médico que atendió a Arturo en la Clínica Dexeus
y parecía ser el único responsable, ya que el doctor Guix como ya he explicado
no le vimos en ningún momento. La
doctora lo solicitó hasta seis veces, y no nos lo entregó. Ante la actitud del
doctor Rubio, le dije a la doctora Hernández que lo dejara correr que ya haría
la petición por vía judicial. Antes confiaba en la justicia.
Me
puse en contacto con un abogado amigo mío para que hiciera la gestión. Me dijo
que antes de pedir la orden judicial que sería correcto hablan antes con los
responsables de la Clínica DEXEUS que al fin y al cabo fue allí donde se lo
hicieron. Al doctor Rubio se le intentaba localizar en el Hospital del Valle de
Hebrón porque es donde tenía su trabajo fijo y era más fácil localizarlo. Me
pareció correcta la indicación del abogado. Pero a la hora que le dicen de
hablar con el doctor Guix, ya que tenía que hablar con él como Jefe del
servicio de radioterapia, mi abogado tenía un juicio fuera de Barcelona y me
dijo que si no me importaba hacer yo la llamada y según lo que me dijeran,
haríamos. Como creía que el doctor Guix no tenía nada que ver con lo que le
pasaba a mi hijo, dije que no me importaba.
CONVERSACION TELEFONICA CON EL DOCTOR GUIX
Llamo a la clínica a través del teléfono
de enfermería del Hospital del Mar de donde continuaba sin moverme ni de día ni
de noche. De la centralita de la clínica me pasan directamente con el despacho
del doctor Guix. Se pone él mismo al teléfono. Le digo quien soy y le recuerdo
que soy la madre de Arturo Navarra Ferragut, y le pregunté si se acordaba de
nosotros. Se dio prisa en decirme, con una voz que apenas si se le oía, que sí.
Le pregunté si sabía lo que estaba pasando con mi hijo; me dijo que sí y que lo
sentía, y seguidamente me dice: “es que se trataba de hacer una pequeña
lesión…”, y me empezó a explicar. Le corte diciéndole que ahora ya no
necesitaba explicaciones que esto era antes, ahora ya era demasiado tarde. Pero de todos modos de lo
que no se trataba era de matar a mi hijo que era lo que le habían hecho. Y sin
darle tiempo a que me explicara nada más, le dije: Y dile al doctor Rubio que
si mi hijo se muere tengo muy claro lo que voy a hacer. En mi subconsciente me
resistía a creer que no hubiera ninguna esperanza para mi hijo. Eso de la
amistas, tuteándonos y de tanta confianza, fue una mala cosa.
El doctor Guix me repetía que lo sentía
dejándome creer en todo momento que el único culpable de lo que le pasaba a mi
hijo era el doctor Rubio, cuando en realidad, como supimos después, fue él el
único que irradió a Arturo. ¡Un gran cínico y cobarde este doctor Guix!
Le reclame el informe que el doctor
Rubio no nos quería dar, diciéndole que aunque poco o nada de valor podía tener
aquel informe, porque podían poner lo que les diera la gana, que lo quería. Le
advertí que si no nos lo entregaban rápidamente, lo solicitaría por vía
judicial. Al día siguiente de esta conversación, la doctora Hernández, recibía
el informe firmado por el doctor Rubio que confirmaba que a Arturo lo habían
estado irradiando durante “dos horas y veinte minutos”. Dos horas y veinte
minutos sobre un cerebro físicamente sano. ¡Una salvajada! como tantos han dicho.
Como que únicamente vimos al doctor
Rubio, él fue quien se llevó a mi hijo dentro de la sala de radioterapia, como
que el doctor Guix me dejó creer en todo momento que el único responsable era
el doctor Rubio y el informe estaba firmado por el doctor Rubio, pues la
querella fue dirigida únicamente contra el doctor Rubio. Después, como ya
explico más adelante, el Ministerio Fiscal la ampliaría: aparte del doctor
Rubio quedaron implicados el doctor Guix y la Clínica DEXEUS ésta como
responsable civil subsidiaria.
En el informe del doctor Rubio, como
podrán ver en el capítulo donde se recogen informes médicos, solicita una
biopsia del cerebro de Arturo, porque, según dice, podría tratarse de un tumor.
El tumor ya estaba descartado y los médicos del Hospital del Mar no quisieron
tocar el cerebro de Arturo porque estaba tan mal debido al exceso de radiación,
que se les podía quedar muerto al tocarlo y no quisieron correr este riesgo.
Además, la radionecrosis estaba más que comprobada.
Los médicos del Hospital del Mar también
me pidieron el informe del doctor Burzaco. Les dije que lo tenía pero con los
nervios no lo encontraba. Tuve que pedirlo. A diferencia del doctor Rubio, el
doctor Burzado lo envió rápidamente a través de la Empresa “Seur”.
Cuando los médicos del Hospital del Mar
me confirmaron que mi hijo no tenía solución, desesperada llamé al doctor
Burzaco. Él no se encontraba en la clínica. Su secretaria, una chica muy maja
que ya nos conocía, me dijo que trasladara
a Arturo a Madrid porque ya sabía que el doctor Burzaco era el mejor en
estos temas, pero – añadió -, si se trata de un exceso de radiación… no sé… Le
agradecí el ofrecimiento, pero le dije que no podía trasladar Arturo a Madrid
porque se me podría morir por el camino.
El doctor Burzaco, todo y sabiendo que
nada se podía hacer por mi hijo, se puso a disposición de los médicos del
Hospital del Mar para ayudarles en todo lo que fuera necesario. Un “caballero”,
como dijeron los médicos, y una actitud que yo siempre agradeceré
ARTURO IBA RESISTIENDO SIN QUE NADIE PUDIERA EXPLICARSE COMO.
Una de las veces que me pareció que mi
hijo ya no podía resistir más, al no encontrarse el doctor Olivera en el
hospital, al que yo le tenía toda la confianza y cualquier cambio se lo
comunicaba inmediatamente, fui a encontrarle a la Policlínica Tibidabo, donde
se recordará visitó por primera vez a mi hijo, y como también he explicado
nunca en aquel momento podía llegar a imaginar que sería él el que atendería a
mi hijo hasta su muerte pasando por un calvario tan inimaginable. Todavía
recuerdo su rostro lleno de tristeza cuando le dije llena de desesperación:
“Creo que mi hijo se está muriendo”. Me miró, y me dijo: “Es que su hijo se
está muriendo”, como queriendo decir ¿es que todavía no se ha dado cuenta?
Sabía que el doctor lo decía con mucha pena y él sabía que yo no quería que me
engañaran, pero… a veces… estas confirmaciones…
El psiquiatra de mi hijo, que cuando
empezó todo, él se encontraba fuera de Barcelona, cuando llegó y le comunicaron
lo que estaba pasando, no se lo podía creer; quedó hundido. Vino en seguida al
hospital, yo al verle, desesperad, autoinculpándome y llorando, le dije:
“¡Maldita ignorancia! ¡Maldita! ¡Cómo pudimos caer en una cosa así! ¡Pobre
Arturo! Tanto luchar, tanto y tanto confiar en los “adelantos” de la ciencia
para terminar así! ¡Qué gran desgracia! ¡Qué injusticia más grande!”. El doctor
Ros y todos los médicos que estaban conmigo, quisieron calmarme diciéndome que
no me diera la culpa, porque nadie podía imaginar que “aquella gente” pudiera
hacer una cosa como aquella. Pero, después, desgraciadamente, siempre después,
salió mucha gente que ya sabían lo que eran aquel par de individuos: unos
sinvergüenzas, mala gente y peligrosos en extremo.
Mi hijo, para su desgracia, no murió
entonces: era joven y fuerte y, aunque su muerte era inevitable, él no quería
morir.
Arturo salió de aquel estado en que
parecía inminente su muerte, y fue recuperando una precaria conciencia. Toda la
conciencia que podía recuperar una persona con un cerebro ampliamente quemado
o, “achicharrado” recordando la expresión que utilizaría la señora Fiscal en
las vistas orales del juicio que se celebrarían años más tarde, y, con una
demencia senil provocada por la misma radiación. Aunque… tuvo días de todo.
Pasados unos días de su ingreso, en lo
que, como ya he explicado antes oía como el personal sanitario decía en voz
baja: “Este pobre chico se muere. ¡Qué pena da!”, Arturo abrió los ojos, me
miró y me sonrió, y hasta creo que me reconoció, aunque no estoy muy segura.
Pero… qué pena tan grande me daba mi hijo: la boca torcida, un ojo casi
cerrado, su sonrisa era más bien un gesto extraño… quería hablar y no podía;
sus esfuerzos eran angustiantes… Yo procuraba estar serena, pero par mis
adentros, me decía: ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Qué han hecho contigo, hijo mío?
¡¿Qué han hecho con mi hijo ese par de bestias sin alma?!
Fueron pasando los días con gran
angustia, sin saber cómo y cuando se podría producir el desenlace final. La
medicación que lo mantenía de momento artificialmente con vida – recordemos que
no era una medicación para curar sino para mantenerlo con vida el máximo tiempo
posible (gran error) -, podía dejar de surtir sus efectos en cualquier momento
o terminar con él del todo. Pero… él resistía y resistía. I… nosotros sin
vivir. Es muy duro ver a una persona joven, y más si es tu hijo, como resiste,
como se aferra a la vida, sabiendo que no tiene salvación. Esto es muy cruel,
primero para él, y después para la familia.
Pero, pasados unos días, Arturo, ante la
mirada expectante de todos y con incredulidad, con grandes esfuerzos, eso sí,
pudo pronunciar unas palabras; pedía cosas, no sabíamos el qué, era difícil
entenderlo. Hacía gestos extraños, decía algunas palabras sueltas, sin sentido…
Tuve que aprender a descifrar aquellos gestos y aquellas palabras. Arturo no
paraba de mirarme, con una mirada llena de tristeza, como… no sé, como si se
encontrara en un mundo desconocido para él. A veces me preguntaba si en
realidad me conocía. En aquellos primeros episodios no lo pude saber con
certeza.
Explicaré tan solo un ejemplo para
ilustrar un poco la forma de expresión o de la manera que mi hijo intentaba que
se le entendiera. Pienso que debe ser la primera forma de expresarse de las
personas que sufren diferentes tipos de daños cerebrales.
Un día empezó a mirarme con insistencia
y a hacer movimientos con las manos. Intentaba decirme alguna cosa. Las
palabras eran incoherentes. Yo empecé a hacerle preguntas por si acertaba
alguna cosa. En un momento determinado me pareció entender que quería decir
algo sobre las palomas. ¿Palomas? Le pregunté. Me dijo que sí, con la cabeza.
Siguió y con mucha dificultad entendí, volar. Las palomas vuelan, ¿es eso? Le
pregunté de nuevo. Y, él con la cabeza, me dijo que sí. Otro gran esfuerzo para
hacerme entender, fuente. Al final pude entender lo que mi hijo quería decir:
“Las palomas vuelan a la fuente para
beber”. Mi hijo quería decirme que tan solo quería un poco de agua.
Al principio tan solo le entendía yo,
después fueron entendiéndole los médicos, su abuela… Después empezó a hablar
con más claridad, aunque decía tantos disparates que sin ganas nos hacía reír a
todos. Curiosamente, mi hijo estando tan mal, no perdió su buen sentido del
humor, y cuando algunas veces se deba cuenta de los disparates de que decía se
reía de él mismo. Su rostro que no parecía el de Arturo, todo y así, nunca
perdió su encanto y su dulzura. Los médicos le llegaron a apreciar mucho,
enseguida se dieron cuenta de que se trataba de una persona muy noble… muy
bondadosa… Mi hijo era una persona extraordinaria y un hijo maravilloso.
Y, Arturo fue resistiendo con muchos
esfuerzos y con muchos sufrimientos. Prestándose a todas las pruebas que le
hacían que, en realidad, pobre hijo mío, ni sabía el por qué se las hacían ni
el por qué estaba en el hospital. La situación de mi hijo era muy triste, muy
dramática, recuerden que había sido un chico muy fuerte, muy inteligente…
Fueron pasando días de vigilancia
extrema…, noches de vigilia…, visitas de familiares, amigos… También algunos
médicos de otros hospitales y clínicas que, cuando se enteraron del caso de
Arturo quisieron conocerle. Todos, sin excepción, al salir de la habitación y
después de ver lo que le habían hecho, decían lo mismo: “¡Si esto se lo hacen a
un hijo mío, los mato!”. Otros: “¡Esos hijos de puta ya no estarían en este
mundo!”. Tal era la indignación que despertaba lo que le habían hecho a mi
hijo.
Vino a verle su amigo médico y que
padecía una neurosis obsesiva como la que él había padecido y que le decía que,
“no se dejara hacer cosas extrañas que te dicen que es una cosa y después no es
nada de lo que te han dicho y pasa lo que pasa”. En parte tenía razón. Cuando
me vino a saludar, con profunda tristeza me dijo: “Señora Isabel, ¡si Arturo me
hubiera hecho caso!… ¡Si me hubiera hecho caso!”...
En aquel tiempo, a los pacientes del
Hospital del Mar, los llevaban a la Clínica Quirón cuando les tenían que hacer
algún TAC. La Clínica Quirón fue la
primera que le hizo un TAC cerebral antes de aplicarle la radiación y que
constataba que el cerebro de Arturo estaba sano, perfecto como he contado anteriormente (Dr. Nogués), y
como verán en el informe que publicitaré en el capítulo correspondiente.
Ese día en que a Arturo lo llevaron a la
clínica para hacerlo un TAC, digamos de control, para saber qué era lo que
estaba haciendo la radiación, un médico
joven con el TAC de Arturo en las manos, me dijo: “Señora, quiero hablar con
usted”. Y muy serio e indignado me preguntó: Dígame ¿en dónde le han hecho esto
a su hijo?”. Le contesté: en la Clínica DEXEUS. Siguió preguntando: “Y quién se
lo hizo?”. Contesté: el doctor Enrique Rubio García. Todavía estábamos
ignorantes de que el doctor Guix también estaba implicado. Me preguntó de
nuevo, si estaba dispuesta a denunciarlo. Le dije que sí. Su consejo fue:
“Busque a un buen abogado y a ver si podemos acabar con esta gente de una vez
por todas”. Otros médicos que también le hicieron pruebas a mi hijo o
simplemente le conocieron en este trágico suceso, también me dijeron lo mismo.
EL PORQUE Y EL COMO SALIO MI HIJO DEL HOSPITAL DEL MAR LA PRIMERA VEZ
Mi hijo Arturo, se mantenía vivo
momentáneamente debido al corticoide
Dexametasona que le suministraban a través del suero. Si se lo retiraban
moriría con rapidez. Según me explicaron los médicos, el corticoide
Dexametasona intentaba desinflamar y frenar la expansión del edema producido
por la radiación y proteger las pocas células sanas que le quedaban. Digamos
que el corticoide hacia de muro protector, pero el daño era tan grande que para
contenerlo, la cantidad de corticoide que le tenían que suministrar era tal que
éste podía causarle su propio daño, un daño tan grande que también le podía
causar la muerte. Por eso los médicos me decían que mi hijo no tenía salida.
Por eso me dijeron que el corticoide Dexametasona, en el caso de mi hijo, era
“un arma de doble filo”. Cosas de los medicamentos que no acabas de entender.
Aunque uno se puede preguntar, ¿si era tan peligroso este medicamento porque se
lo administraban? Si: es correcta la pregunta; pero Arturo era un muchacho muy
joven, y como ya he comentado en más de una ocasión, era muy duro decir, así
sin más: “Como ya no hay nada que hacer, que se muera”.
Y… Arturo iba resistiendo. Un día los
médicos me dijeron que ya no podían mantener a Arturo en aquellas condiciones,
es decir suministrándole el corticoide a través del suero o también por vía
endovenosa porque era muy peligroso. Yo, esto de peligroso, no lo acabé de
entender muy bien, porque si ya estaba condenado a muerte, ¿qué podía ser más
peligroso que esto?... Me dijeron que intentarían suministrárselo por vía
bucal, es decir con pastillas. También me dijeron que si lo aceptaba podría
vivir un poco más, y si no lo aceptaba… ya no podían hacer nada más. Y, Arturo
con su fortaleza, una fortaleza que parecía venido de otro mundo, como algunos
comentaban, asimiló la medicación y sin saber lo que sería de él, al día
siguiente de cada día, seguía viviendo, muy mal, pero viviendo.
Y, llegó un día en que los médicos me
propusieron lo siguiente: si me veía con ánimo de llevarme a mi hijo a casa, ya
podía. Ellos ya no podían hacer nada más de lo que hacían, y creían que siendo
como era mi hijo, que a pesar de estar tan mal, cuando tenía sus momentos de
lucidez no había perdido las ilusiones, que pensaban que estaría mejor en su
casa con todas sus cosas, sus posibles recuerdos… que no en una fría habitación
de un hospital.
Recuerdo que mi hijo, en medio de la
pérdida de memoria y del caos que había en su cabeza, a veces, le venían
recuerdos, y, entonces, a los médicos, le hablaba de música, de viajes que
había hecho, de cosas que recordaba…eso sí, todo tan revuelto que yo tenía que
ir aclarando lo que intentaba explicar porque de lo contrario no se entendía nada
de lo que explicaba o intentaba explicar. A él, como me dijeron los médicos, le
pasaba lo mismo que a los abuelos con demencia senil: ahora recordaba cosas
pasadas que mezclaba con cosas presentes… ahora ya no las recordaba… ahora
explicaba cosas inventadas que él creía que eran reales… Su cabeza era una
mezcla de hechos que no podía precisar ni colocar en su lugar y que cuando, a
veces, sí se daba cuenta, le hacía padecer mucho. Pero… ¡Pobre hijo! a pesar de
estar tan, tan mal, todavía le veías ilusionado, aunque había momentos que su
mirada me angustiaba mucho, una mirada llena de interrogantes y de tristeza… Me
daba la sensación que su mirada me preguntaba lo que más de una vez me
preguntaría a lo largo de su inimaginable calvario: “Madre, ¿por qué estoy en esta situación? No me decís nada con
claridad. Me tratáis como si fuera un tonto y sabes madre que no lo soy”. ¡Qué
difícil me resultaba ver a mi hijo en aquellas condiciones, él que siempre
había dicho que antes de ser un deficiente mental o un tullido que tuviera que
depender de otras personas preferiría estar muerto!
Como que tan solo se trataba de
suministrarle el corticoide Dexametasona y otra medicación complementaria… ¡Si
me veía con ánimos!... Ellos vendrían a controlarlo… Ello quería decir que me
lo llevar para terminar sus días en casa. El corticoide Dexametasona no
tardaría demasiado en dejar de surtir efecto o también tener que retirarlo
por los daños que le causaba, con lo
cual, el resultado era el mismo Con corticoide o sin corticoide, mi hijo iba a morir.
El caso es que, llena de terror, dije que sí, que me lo llevaba.
Es importante que se tenga en cuanta,
que si yo no hubiera tenido valor para llevarme a mi hijo a casa, Arturo
hubiera seguido o, mejor dicho, vivido en el hospital hasta su muerte, porqué
en aquel momento nadie podía llegar a imaginar lo que viviría cuando en realidad
tenía que estar muerto, como me decían algunos médicos. Y, aunque después
llegara a hacer cosas inesperadas e inimaginables, impensables en una persona
en su estado, esto nadie lo sabía. Nadie podías llegar a imaginar que Arturo
fuera una persona tan fuera de lo corriente. De una fortaleza increíble.
De todas formas, si después contamos el
tiempo que estuvo en casa y las veces que tuvo que ingresar en el hospital y
los días que estuvo en cada ingreso, puedo decir que vivió más tiempo en el
hospital que en casa. Desgraciadamente el Hospital del Mar se convirtió en
nuestra segunda casa, porque aunque los médicos me dijeron que no podían hacer
nada por él, a mi me resultaba muy difícil aceptarlo y cuando ya me parecía que
llegaba a su final, llamaba a un ambulancia y, aunque sin ninguna esperanza,
lo volvía a ingresar.
También he de decir, que nuestra casa se
convirtió en una anexo del Hospital del Mar como se verá a través de mi relato,
hecho que, por extraño que parezca, a los jueces no les interesó para nada
cuando en realidad lo debían de haber tenido muy presente.
A Arturo lo convirtieron, ellos sí, los
malditos que lo llevaron a la muerte – que lo mataron -, en un ser inválido
llenos de sufrimientos, y con una demencia senil que a veces llegaba a cotas de
un dramatismo aterrador. Me lo llevé a casa sufriendo grandes paralizaciones, diabético cuando nunca había
sido diabético, con el cuerpo todo destrozado, tenía extensas zonas del cuerpo
con los tejidos rotos que le causaban mucho dolor; su musculatura antes tan
fuerte, recuerden que había sido un buen deportista, ahora la tenia totalmente
debilitada, a veces sin ayuda no se podía tener en pie. Se le tenía que
medicar, lavar, vestir, atenderlo de sus necesidades más íntimas. Lo que cuando
él se daba cuenta le hacía padecer mucho, no podía hacer nada por sí solo. En
fin, mi pobre hijo quedó convertido en un ser lleno de sufrimientos, totalmente
incapacitado y sin esperanza ninguna y, así me lo llevé para casa.
Y, estando así, en esas terribles
condiciones, el Juez José María Assalit Vives, entre otros disparates
totalmente punibles esgrimidos en su sentencia, tiene el valor de decir, que “mi
hijo con el corticoide Dexametasona mejoraba tanto que incluso podía dejar el
centro médico y hacer una vida prácticamente normal”. Mayor burla y provocación
por parte de este juez, parece imposible de superar, pero… sí! Ha habido otros
como él y hasta peores. Al fin y al cabo él, todavía tuvo la honradez de
reconocer el daño que le causaron los médicos Guix y Rubio, aunque después…
LLEGA EL DÍA EN QUE ARTURO VUELVE A CASA
Después de tantos días de permanecer en
el hospital y sin saber si podría salir con vida volver a casa, todo y sabiendo
lo que había, fue como un gran acontecimiento. Vinieron a despedirse de él, los
enfermeros y enfermeras, señoras de la limpieza que también llegaron a
apreciarle mucho, los enfermos que se podían levantar de la cama y sus familiares,
a los enfermos que no podían levantarse de la cama fue Arturo el que quiso ir a
despedirse de ellos, y ¿cómo no? los médicos. Después de estar tantos días en
la misma planta se conocían todos, aunque a mi hijo venían a visitarle médicos
y enfermeras de otras plantas. El caso de mi hijo era muy conocido y comentado
y, quizás también por la forma de ser de mi hijo que despertaba mucha compasión
y tristeza, también mucho aprecio. Bien: me dieron toda la medicación con las
pautas a seguir. La ambulancia ya nos estaba esperando.
Pero, si bien Arturo agradecía todas
aquellas muestras de cariño y se mostraba muy contento, en realidad no sabía el
porqué de todo aquello. Él no sabía o no entendía que se iba a casa. Él creía
que se iba a otra dependencia del hospital. Aunque él conseguía recordar
vagamente algunas cosas, su memoria no era solamente precaria sino que le
fallaba estrepitosamente y esto añadido a las desorientaciones que sufría,
pues…
Cuando la ambulancia nos dejó en casa,
los porteros de la finca, un matrimonio que hacía muchos años que los teníamos,
y, unos vecinos que se encontraban en el vestíbulo, saludaron a Arturo con
muchas muestras de afecto y alegría por volverlo a tener en casa. Arturo
también respondió con muestras de mucho cariño y alegría, pero lo cierto es que
en aquellos momentos no reconocía a nadie. Pero él, disimulaba y hacia ver que
si los recordaba para que no se sintieran mal. Eran cosas muy de Arturo que
siempre estuvieron presentes: no herir los sentimientos de las personas, ser
solidario y con un alto sentido de la justicia. Esta forma de ser de mi hijo
nunca se la pudieron arrebatar por más perdida que tuviera la cabeza como en
aquellos momentos.
Cuando Arturo entró en el piso, no lo
reconoció, estaba muy desorientado. Se creía que estaba en otra dependencia del
hospital. Lo llevamos directamente a su habitación porque estaba muy agotado.
Me pidió que llamara a las enfermeras y a los médicos…
Poco a poco, digamos que Arturo fue
recuperado la “memoria”, aquella memoria
que le hacía cosas tan extrañas. Cuando había recuperado un poco las fuerzas,
lo acompañamos por la casa… lo llevamos a la terraza que era como un jardín y
estaba lleno de plantas y flores. Recordaba que él prefería regalar plantas que
no flores cortadas… ¡cosas de él!... Se paró pensativo delante del piano,
levantó la tapa y se sentó, intentó tocar, pero sus manos no tenían fuerza…Más
adelante podría tocar un poco.
También se paró ante la mesa de despacho
de su padre; yo le había dejado toda su correspondencia. Él también tenía una
mesita de despacho en su habitación, pero se la había dejado en la mesa de su
padre. Tenía cartas de amigos a os que no habíamos tenido tiempo de avisarles
de lo que pasaba, invitaciones a fiestas, a conciertos, programas de estudios… Mirando
los sobres, dijo: “Yo lo leeré otro día.
Hoy no puedo”. Y, así, fueron pasando los días, días llenos de angustia,
aunque a mi pobre hijo se le añadió otro sufrimiento a parte del físico y
también muy doloroso: darse cuenta de su situación sin poder entender el por
qué de la misma. Nos dijimos: Ojalá no hubiera recuperado nunca la menoría o la
consciencia de lo que le pasaba; no de la causa, ésta no la supo nunca.
Aquellas, digamos, mejoras que tenía,
rebajándole el corticoide, iba directamente hacia su final, pero como yo me
resitúa a aceptar la realidad, cada vez que esto pasaba, llamaba rápidamente al
doctor Oliveras, que venía lo más rápido que podía, le aumentaba la dosis y,
casi milagrosamente, se recuperaba del que podía ser su muerte. Otras veces
llamaba a la ambulancia y lo llevaba directamente al hospital, y, sí volvía a
salir de aquel posible final más muerto que vivo, pero… ¿qué podía hacer?
Recuerdo el día en que el doctor
Oliveras vino a ver a Arturo y se encontró con su psiquiatra que también le
había venido a ver. Nos quedamos en la terraza para hablar un poco, era verano
y se estaba bien. Nos quedamos en la parte más alejada de la habitación de
Arturo que también daba a la terraza, para que no nos pudiera escuchar. Él, a
veces, agarrándose como podía, se levantaba de la cama y salía de la habitación
para escuchar. Él quería saber ya que nadie le explicaba nada que él pudiera
entender. Siempre teníamos que estar pendientes, porque la verdad no la podía
saber, le hubiera hundido del todo aparte de que no sabemos si lo hubiera
podido entender. En fin, no la podía saber.
Aquel día, el doctor Oliveras me confesó
que, aunque con lo que le habían hecho a mi hijo en el cerebro nadie podía
vivir, en su caso, que veían que tenía una resistencia fuera de lo normal,
habían cogido esperanzas; pensaron que quizás la radiación se detendría, que
seguiría viviendo, mal, eso sí, pero viviendo, pero al ver cómo reaccionaba
cuando le rebajaban el corticoide, ya vieron que, en realidad, nada se podía
hacer. No me lo habían dicho antes por si eran esperanzas fallidas como
resultaron ser.
Yo, antes, había hablado con el
psiquiatra de Arturo, doctor Ros, para decirle que, aunque confiaba plenamente
con los médicos del Hospital del Mar, sobre todo con el doctor Oliveras, que
quería otra opinión; que quería buscar al mejor especialista del mundo en el
tema de las radiaciones; que iría a verle allí donde fuera para verle, pero que
no quería que los médicos que le llevaban se sintieran menospreciados. El doctor Ros me dije que él les hablaría,
pero aquella ocasión fue un buen momento para decirle al doctor Oliveras
personalmente lo que quería hacer. El doctor Oliveras, aparte de ser un
excelente médico, es una muy buena persona que entendió perfectamente mi
necesidad.
VIAJE A BERGEN (NORUEGA)
Me informé de cual pudiera ser el mejor
especialista que me pudiera dar su opinión e incluso ayudarme. Y, aunque me dieron diferentes nombres, me
aconsejaron al Profesor Erick Olaff Backlund.
El Profesor Backlund pertenecía al
Hospital Karolinska de Suecia, pero en aquello momentos ostentaba la Cátedra en
el Hospital Haukeland de Bergen. Me puse en contacto con el hospital para
solicitar una entrevista con el Profesor: me la dieron sin poner ningún tipo de
problema. Le pregunté al psiquiatra de mi hijo, doctor Ros, si podría
acompañarme. Me dijo que sí y que lo haría con mucho gusto. Se lo agradecí
mucho como se puede comprender.
En aquellos días, mi hijo, dentro de lo
que era posible, se encontraba un poco estable; de lo contrario no me hubiera
arriesgado a marcharme. Pero, cuando le notifique que me iba un par de días
fuera de Barcelona, se angustió mucho y me preguntó el por qué. Le expliqué que
íbamos a ver a un doctor en el extranjero que era un gran especialista para que
le diera una medicación para sus llagas y esguinces de su piel que tanto le
hacían sufrir. Le fije que estuviera tranquilo porque me acompañaba el doctor
Ros. De momento se quedó sorprendido, pero después quedó conforme y recordó que
el doctor Ros era una buena persona y agradeció que se preocupara tanto por él.
Cuando nos despedimos, mi hijo,
ignorante siempre de su gravedad, y ahora, a veces, como un niño pequeño, pero
que se debía dar cuenta de lo muy preocupada que yo estaba, quiso tranquilizarme
a su manera, y lleno de cariño hacia mí, me dijo: “Madre, vete tranquila, no tengas pena por nada, yo ya cuidare a la
yaya. ¡Vete tranquila!”. Él, pobrecito, cuidaría de la yaya… Se creía que
yo estaba preocupada por dejar a su yaya, a mi madre… ¡Me daba tanta pena mi
hijo! ¡Pero, tanta!...
Dejé a una persona de mucha confianza
para que ayudar a mi madre, aparte de la señora que cuidaba de la casa desde
hacía años y quería mucho a Arturo. También tenía a la familia que estaría
pendiente por si se presentaba algún imprevisto, amigos que también se
ofrecieron… Y, sobre todo me podía ir tranquila porque sabía que el doctor
Oliveras estaría pendiente por si mi madre le pudiera necesitar. Todo y así, me
fui con una gran angustia pensando en si hacia bien en marcharme, por qué… ¿y
si mi hijo empeoraba entretanto yo me encontraba fuera de España? Él hacia unos
cambios, a veces muy bruscos. No sabía muy bien qué hacer, pero el Profesor
Backlund nos esperaba y yo necesitaba verle y saber.
Cuando llegamos a Bergen, contraté a una
intérprete. Una chica que, junto con su marido, resultaron ser unas personas
encantadoras. Incluso nos invitaron a comer a su casa y nos presentaron a su
hija, una niña también encantadora, y a una de sus abuelas. ¡Gente estupenda¡
Pero lo cierto es que después de haber mantenido la entrevista con el Profesor
Backlund… Ellos también se entristecieron mucho.
El Profesor era un hombre muy sencillo y
sumamente amable que nos atendió con mucho interés dedicándonos todo el tiempo
que quisimos o necesitamos. Después de explicarle todo lo sucedido y de
mostrarle los TACS y resonancias magnéticas del cerebro de mi hijo, aterrado se
puso las manos en la cabeza diciéndonos que nunca había visto una lesión como
aquella. Apuntó la posibilidad de operar pero rápidamente la desechó: la lesión
era demasiado extensa. La verdad es que no nos pudo decir nada que no
supiéramos. Los médicos del Hospital del Mar, estaban acertados. MI hijo no
tenia solución, nada ni nadie le podía ayudar.
Después de una larga conversación en la
que el Profesor se quedo muy afectado por lo de mi hijo, nos preguntó que era
los que nos habían dicho los médicos que había hacho aquello a mi hijo. Le dije
que la callada por respuesta, es decir, no, peor, nos dijeron que si les queríamos
denunciar que les denunciáramos porque a ellos les daba igual. Contesto que era
lo que solían hacer la gente que hacia aquel tipo de cosas.
El Profesor nos dijo que nos agradecía
mucho que le hubiéramos ido a visitar, pero que teníamos que saber que en España
teníamos a un especialista muy bueno un número 1, que también nos hubiera
podido recibir: Doctor Burzaco. Le dijimos que ya habíamos ido pero
desgraciadamente cuando ya fue demasiado tarde. Era el doctor que atendió a mi
hijo después de haber recibido la radiación. Fue una gran lástima, nos dijo.
Quedó a nuestra disposición para todo aquello que nos pudiera ser de utilidad,
y nosotros le quedamos sumamente agradecidos por su atención. Regresamos a
Barcelona con el alma destrozada. La poca luz de esperanza que tenía se apagó
para siempre.
Mi hijo, afortunadamente, se encontraba
en casa cuando llegué, se había levantado de la cama. Lo recuerdo como si fuera
ahora mismo: Cuando me vio, con una cara de sorpresa y de alegría en el rostro
me dijo: “¡Hombre! ¡Ya has llegado,
madre! ¡Qué alegría más grande me da el verte!”. Y, dirigiéndose a su
abuela: “¿Veritat yaya que ens dona una
gran alegría?”. Y, me dio un gran abrazo que aun lo siento dentro de mi
cuerpo; aunque fue un abrazo tembloroso, sin fuerza, porque él, no tenia nada
de fuerza… Pero, él siempre tan cariñoso. Le recordaba que, cuando estaba bien,
cuantas veces se había puesto en medio de mi madre y yo y cogiéndonos por los
hombros decía: “Aquí tengo a las dos
mujeres más guapas del mundo y a las que más quiero”. (“Aquí tinc a les dues dones
més maques del món y a les que mes estimo”.)
Mi madre,
contestando a su pregunta, le dijo; “Claro
que si, hijo, claro que estamos contentos”. Pero mi madre estaba impaciente
por saber, y aunque yo intentaba disimular, mi madre se dio cuenta de la
terrible realidad, aunque después no la quiso aceptar. Mi madre nunca quiso
aceptar que mi hijo iba a morir.
En el
aeropuerto habíamos comprado algunas cosas, y viniendo de Noruega, no podía
faltar el salmón. A mi hijo le hizo gracia porque era bastante grande y además
estaba envuelto en un paquete muy especial, llamativo, curioso. Un envoltorio
muy bonito. Pero cundo Arturo lo cogió para intentar desenvolverlo sin
romperlo, se le cayó de las manos y se rompió; sus manos sin fuerza le jugaban
malas pasadas. Entonces se puso a llorar amargamente diciéndonos que no serbia
para nada, solo para darnos trabajo. Intentamos tranquilizarlo. Le enseñé las
pomadas que el doctor extranjero me había dado para sus esguinces… Se quedo
más animado y agradeció al doctor
extranjero su atención. Eran las pomadas de siempre que yo me había guardado en
mi bolso antes de marcharnos.
Cuando hacía
unos pocos días de haber llegado de Bergen, mi querido hijo volvía a ingresar
en el Hospital del Mar…
CUATRO AÑOS Y SEIS MESES DE RESISTENCIA
INIMAGINABLE
Explicar cómo fue la vida de mi hijo
durante estos cuatro años y seis meses de resistencia inimaginable ante la
muerte, resulta muy difícil y también, como se puede comprender, muy doloroso.
Pero resulta muy difícil, por qué, ¿cómo explicas que un muchacho que te lo
llevas a casa porque en el hospital ya no pueden hacer nada por él, y te dicen
que es mejo que termine los días que le puedan quedar en su casa, en su
ambiente, con todos su cosas, sus posibles recuerdos y no en la fría habitación
de un hospital, y después digas que vivió durante cuatro años y seis meses?
¿Cómo lo explicas? Resulta muy difícil y más difícil por la forma en que él fue
luchando esperanzado contra la demencia impuesta, sus males impuesto, sus
sufrimientos impuestos, soportando sus grandes dolores impuestos, ignorante del
terrible final que le aguardaba? Una lucha que únicamente la saben quienes le
acompañaron, día a día, minuto a minuto hasta el último suspiro de su vida.
En los cánceres, como tantas veces he
explicado en mis diferentes escritos a los largo de todos estos años, puedes ir
resistiendo porqué vas siguiendo un tratamiento cuya finalidad es tener una
respuesta positiva y, aunque no siempre se consiga, puedes tener esperanza de
curación porque suficientes pruebas tenemos de finales felices. Pero con el exceso de radiación, no hay
ninguna esperanza porque no hay ningún tipo de medicamente que pueda curar la
radiación ni siquiera pararla. Solo aguantas hasta que la radiación dice basta.
El exceso de radiación matas las células cerebrales por reacción en cadena. Al
final siempre es la muerte, por eso desde el primer día me dijeron que Arturo
se moría y que no tenía ninguna salida. Así funciona y así es de duro el exceso
de radiación. Una cosa que los jueces hubieran tenido que tener muy en cuenta,
no les ha importado para nada ni nada les importa. Quizás si hubieran sido sus
hijos…
Entonces ¿por qué Arturo aguantó tanto?
Nadie se lo explica, pero una cosa si queda clara, y es que era una persona muy
fuerte y muy sana; otra cosa que su psiquiatra doctor Ros destacaba siempre:
“Persona más sana que Arturo no hay otra”.
Arturo se mantenía vivo subiendo y
bajando la dosis de corticoide Dexametasona: subiendo cuando caía en picado,
bajándosela cuando se estabilizaba o se recuperaba un poco, aunque los efectos
del corticoide también lo estaban matando. Tanto fue así, que, en una de
aquellas entradas en el hospital en que yo lo ingresaba sin esperanza, pero…
¿qué podía hacer?...los médicos me dijeron, “que ya no le iban a suministrar
más corticoide Dexametasona porque no querían que Arturo se les muriera a ellos
por una cosa que habían hecho otros”. Lo comprendí ¿cómo no? Fue muy duro tomar
aquella determinación, y no es que lo dejara morir sin asistencia, ¡no! Es que
no había tratamiento para mi hijo. ¡No lo había!
Cuando se tomó esta determinación,
Arturo llegó al hospital sin
consciencia, estaba como dormido, ya en casa se quedó sin conocer a nadie.
Recuerdo que amigos de mi madre y míos nos decían que lo dejáramos morir en
paz, que no le hiciéramos nada más porque lo único que conseguíamos con
aquellas falsas recuperaciones era hacerlo padecer más. Yo les decía que si sabía
que retirándole la medicación moriría si sufrimientos que lo haría, pero no era
así; Arturo padecía mucho, se quedaba sin poder orinar lo que le causaba un
gran dolor, todos sus males que eran mucho se le agudizaban, aunque en algunos
casos se quedara como en aquella ocasión, en la que ya se decidió que
descansara para siempre, es decir no alargarle aquella vida de dolor y
sufrimiento sin esperanza ninguna. Pero… pero cuando ya se había tomado esa
dura, durísima decisión, Arturo, volvió en sí, abrió los ojos y mirándonos con
una mirada llena de una tristeza que no se puede explicar con palabras y con
una voz tan débil que débil que apenas se le oía, preguntó, dirigiéndose al doctor Oliveras: “¿Saldré de esta verdad?”.
Nos miramos angustiados, inquietos, con
una pena tan grande, y los médicos, también, con una responsabilidad tan
grande… Pero, ¿qué podíamos hacer? ¿Qué podíamos hacer? Muy a pesar nuestro,
volvimos a suministrarle el tan temido corticoide, pero es que estando allí con
mi hijo, viendo las ganas de vivir que tenia, que duro era decir ¡Basta! ¡Se ha
terminado todo! ¡Era imposible!
Se volvió con el tratamiento por vía
endovenosa, el pobre ya no tenía venas donde pincharle, pero la radiación
estaba diciendo hasta aquí. Aún que antes de llegar a su final, mi hijo tuvo
que pasar por lo peor, por un hecho que de no haber vivido tanto, como todos
esperaban, se lo hubiera podido ahorrar: “La operación”. Operación cerebral
para descomprimir el gran edema producido por la radiación e intentar que
padeciera lo menos posible en aquel final que se acercaba.
La buena
intención fue vaciarle el edema para evitarle sufrimientos mayores,
desgraciadamente, no se consiguió aminorar sus sufrimientos y al contrario se
le añadieron de nuevos. Hecho
extremadamente doloroso que explicaré en el capítulo “la operación”.
Todo esto para que los jueces que lo han querido ignorar lo tengan muy
presente.
Si algunas
personas que lean este libro - en este caso Blog -, y ha leído mis anteriores
libros o escritos, puede ver que hay unas diferencias en el orden de la
explicación; también puede ver que en algunos explico cosas que en otros no he
explicado o viceversa. Aunque, como digo en la “Introducción”, en este hay
parágrafos trascritos y traducidos de
otros libros, he intentado resumirlos lo más que me ha sido posible, porqué no
cabe duda que ir repitiendo el mismo drama que padeció mi hijo, día tras día,
año tras año, entrando y saliendo del hospital con todos sus sufrimientos sin
esperanza ninguna, resulta muy, muy duro. Por ello he intentado suprimir o
reducir en parte la forma de contar los
hechos referente a mis anteriores libros: pensamientos, sueños, formas…
Cuando
se escribe un testimonio dramático como es en el caso de mi hijo y que te va
arrancando la poca vida que te queda cada vez que lo escribes de nuevo, tienes
que hacer un gran esfuerzo para mantenerte serena y fría, y unas veces los
consigues y otras no, depende del estado de ánimo de cada momento y por eso
también vas escribiendo según te va dictando el alma.
El lógico:
Hay quien me pregunta, que si escribir me hace padecer tanto, por qué sigo.
Contesto, porqué la injusticia me obliga. Porque lo que no se puede hacer de
ninguna de las manera, es que los sufrimientos a los que abocaron a mi hijo, la
actuación criminal que lo condenó a muerte, toda su lucha, toda su
desesperación, su dolor… todo, quede en el silencio: ¡Eso, nunca! Por más dolor
que me cause, yo seguiré escribiendo y denunciando su muerte, los que tan
cruelmente la provocaron y los jueces amigos que les han protegido. Como digo
en una de las primeras páginas de este libro en papel, y en algunos escritos
más: “La injusticia no puede quedar impune pero si esto sucede nunca hemos de
permitir que quede en el silencio ni pase al olvido”.
He intento en
este nuevo escrito, que la lectura sea sencilla, no demasiado larga: No sé si
lo habré conseguido. Pero es que en el caso de mi hijo hay episodios que no
puedo dejar de explicar si como dice el Capítulo que se refiere a su lucha contra
la radiación y contra su muerte. Episodios que si no se explican, resulta muy
difícil de creer que hayan sucedido. N los episodios que siguen se verá que mi
hijo era una persona muy especial, como también decía siempre su psiquiatra:
“Un caso muy especial y una persona encantadora. Una persona con un sentido de
una lógica aplastante y con una gran fuerza de voluntad”. Aunque creo que con
lo que he ido contando de él, se puede dar una idea.
Cogiendo unos
cuantos episodios al azar, empezaré con:
UN VIAJE INCREÍBLE A ANDORRA
Cuando mi hijo sobrevivís a aquellos
momentos que parecía inminente la muerte, y volvía a salir del Hospital del Mar
para regresar a casa –siempre más muerto que vivo -, si él se sentía un poco
más fuerte, me pedía para ir a dar una vuelta por la calle. Siempre me decía
que el hecho de poder salir a la calle y ver a la gente le ayudaba a sentirse
mejor. Y no es que fuera un chico de pasarse horas en la calle, en absoluto, pero
le gustaba la compañía de la gente. Estaba tan mal, que el hecho – me decía -,
de ver a la gente caminar arriba y abajo con su vitalidad, a él le daba fuerza,
le daba vida… Lo mismo que cuando, desde la terraza de nuestra casa, miraba a
la gente de la calle y me decía: “Madre,
la gente que puede levantarse cada mañana para poder ir a trabajar no sabe la
suerte que tiene”. Le recuerdo con su bata de estar por casa, sus
zapatillas, y tan pálido… él que siempre había tenido un color tan bonito. Hay
que recordar que había practicado mucho deporte, sobre todo de nieve…
Los médicos le decían que siempre que se
viera con ánimos de caminar que lo hiciera, porque le sería muy bueno. ¡Pobres!
¿Qué le podían decir para animarlo un poco, para mantenerle la esperanza, para
que no se hundiera) Y, mi hijo, esforzándose más de lo que su cuerpo maltrecho
le permitía, hacía todo lo que le sugerían los médicos. Aunque a veces se
desesperaba preguntándose el por qué no se ponía bien si él hacia todo lo que
le indicaban los médicos.
En una ocasión – según su estado
cogíamos las muletas, el bastón o la silla de ruedas -, salimos a dar un corto
paseo. Caminábamos muy lentamente, él con el bastón en una mano y con la otra,
cogido a mi brazo. Nos paramos delante de una agencia de viajes cerca de
nuestra casa. Hoy día todavía existe. Empezamos a mirar los viajes que
anunciaban. Recordaré que nosotros viajábamos bastante, y Arturo tanto con
nosotros, su padre y yo, o también con sus amigos cuando ya fue más mayor. Y
una cosa muy inesperada para mí, en unos de aquellos momentos de claridad que
la demencia senil le procuraba, me preguntó: “Mamá ¿tú yo no teníamos un viaje pendiente? ¿No teníamos que ir a? …
No sé, no lo recuerdo muy bien…”. A mi hijo, aunque de forma confusa, le
vino a la mente aquel viaje que estábamos preparando con tanta ilusión para las
vacaciones de 1989. Aquel año que resultó fatídico para mi pobre hijo.
Le dije que sí, que teníamos un viaje
pendiente pero que lo haríamos cuando él estuviera bien del todo. Y sin pensármelo
mucho, con una gran inconsciencia por mi parte, le dije: “Pero si quieres,
ahora podemos hacer uno de cortito. Si quieres podemos irnos unos días a
Andorra”. Mi hijo quedó muy sorprendido, pero su rostro se le iluminó y me
dijo: “Madre, ¡qué alegría más grande me
das¡”, dándome un beso y una abrazo. Pero, dándose cuenta de cómo estaba,
rápidamente reaccionó, y me preguntó: “Pero,
¿eso lo dices de verdad?”. Caro que sí, le respondí. Lo había decidido:
iríamos a pasar unos días a Andorra!
No hace falta decir que cuando le conté
a mi madre la idea de irnos unos días a Andorra, se quedó aterrada y rompió a
llorar. Me dijo, entre lágrimas: “Nena, ¿te lo has pensado bien? Ya sabes lo
que puede pasar. Sabes que si te lo llevas yo ya no vuelva a verlo más con
vida”. ¡Mi pobre madre! Le dije: “Pero,
madre, si le hace tanta ilusión… qué más da donde termine”… Quizás me volví muy
dura. No lo sé, pero lo cierto es que no quería pensar. ¡No quería¡
Cuando les conté a los médicos lo que
quería hacer, me dijeron que ya sabía a los que me exponía, pero Arturo era un
caso tan especial, y si le hacía tanta ilusión ¡adelante! Si él pobrecito ya no
tenía nada que perder. Otra cosa era que si él lo podría resistir y cuantos
días. Era una de las incógnitas que presentaba mi hijo. Él ya había traspasado
todas las barreras posibles.
Empezamos a preparar el equipaje: él sus
“bártulos” y yo los míos. Aunque a mi hijo le hacía ilusión prepararse él mismo
su ropa y todo lo que quería llevarse, como que no tenía fuerza en sus manos –
nunca tenía presente que él ya no podía hacer las cosas como antes -, le tenía
que ayudar porque de lo contrario todo se le caía al suelo y entonces se
angustiaba y se entristecía mucho, y llorando desconsoladamente, se preguntaba
el por qué le pasaban aquellas cosas. Curiosamente sus manos tan torpes y si
fuerza, a veces, a veces, no siempre, no lo eran tanto cuando intentaba tocar
el peino, cosa que había conseguido alguna vez y que a él mismo le sorprendía y
le emocionaba.
Bien: mis “bárturlos” consistían
especialmente en sábanas para proteger a las sabanas del hotel de las pomadas
que le ponía a Arturo para sus llagas, esquinces que era marrón y lo manchaba
todo; otras para las uñas de las manos y de los pies, se le rompían todas y
aunque las llevara muy recortadas se le enganchaban en los calcetines, otra
para el pelo, para su caída y las “pupas” que se le hacían. Las pastillas del
corticoide Dexametasona que ya sabíamos
lo que hacía pero de momento le mantenía con vida, el protector de estómago, el
calcio, un exprimidor y naranjas por si por el camino tenía sed y no
encontrábamos ningún bar cerca o le resultaba difícil en aquel momento bajar
del coche. Las naranjas eran mejor que cualquier otro líquido. Tenía que estar
muy pendiente porque a la mínima se deshidrataba. Contraté a un taxi de
aquellos que hacen viajes continuados a Andorra – salen de la Plaça del Pí de
Barcelona -, y nos preparamos para marcharnos.
Mi madre, disimulando la gran
preocupación y tristeza que la embargaba, sonriendo, le dijo: “Té, fillet,
aquests dinerets perque et compris una cosa per a tu i per a mi em compris
aquella colonia que tan bé em va per les cames”. (Toma, hijito mío, estos
dineritos para que te compres una cosa para ti
y para mí me compres aquella colonia que tan bien me va para las
piernas). Cuando Arturo, antes, cuando estaba bien e iba a esquiar a Andorra,
le compraba a su abuela una colonia que para aquel entonces solo la vendían en
Andorra. Hoy día no lo sé. Hacerle aquel encargo, era como darse confianza a
ella misma de que lo volvería a ver. ¡Sentimientos muy encontrados! Y mi hijo
con un gesto de complicidad y muy bajito, me dijo: “Qué tonta es la yaya, se creía que no me acordaría de comprarle la
colonia. Si ya lo tenía en mente comprársela. Cómo me iba a olvidar”. Y,
curiosamente, en aquel momento, Arturo, se acordó de aquella colonia que le
compraba a su abuela cuando iba a esquiar a Andorra y que todo y con su
problema psicológico podía disfrutar tanto. Arturo tenía sus propios dineros
pero no quería despreciar los que su abuela le daba con tanta ilusión.
Cuando nos despedimos, le dije a mi madre que rezara por nosotros. Me dijo: “Nena que piensas que soy como tú. Tú
sabes que rezar más ya no puedo”. Me decía esto porque sabía que no era, que no
soy, creyente, aunque lo he intentado.
¡Pobre abuela! Se despidió de su nieto,
dándole besos y abrazos como si fuera la última vez que le pudiera besar y
abrazar; como si fuera una despedida definitiva. Yo no quería pensar… Pero, mi
hijo, ignorante de su realidad, al ver a su abuela tan angustiada le dijo: “Pero, yaya ¿por qué te pones así? Si
Andorra está aquí mismo. Si dentro de unos pocos días estaremos de nuevo en
casa. ¡No te pongas así que me iré muy triste!”. Los recuerdos a los dos
abrazados…
Al poco rato de estar por el camino, a
mi hijo ya se le cambió el rostro, denotaba malestar y dolor. Le pregunté si quería
volver a casa, pero él dijo que no, que estaba bien y que no me preocupara.
Todavía hicieron unas bromas con el taxista que lógicamente se dio cuenta
enseguida de que no estaba bien ni física y psicológicamente, porque aunque
había momentos que podía mantener una conversación coherente, en medio de la
conversación se le iba lo que estaba contando o se confundía.
Era tan compresivo Arturo, que cuando las enfermeras le pedían perdón por
el daño que le pudieran hacer al ponerle la inyección o el catéter – a veces el
catéter se lo ponía en una arteria ya que no tenía venas por donde pinchar -,
les decía: “Perdonarme vosotras por el
trabajo que os doy. Sé que me he vuelto un quejica”. ¡Pobre hijo mío! Con
tanto dolor, y preocupándose por el trabajo que daba a las enfermeras. A veces
me recrimino tanto el mal que le hacía pasar a mi hijo para intentar ayudarlo.
¿Ayudarlo?...
Aquel “edema”, aquellos rayos que
llevaba en su cabeza como una bomba mortal de relojería, jugaba con él una
partida muy cruel.
Al llegar a Andorra nos fuimos a un
hotel que nos aconsejó el taxista, una persona muy amable y con mucha paciencia
que ayudó a Arturo a bajar del taxi, poniéndose a nuestra disposición en todo lo que pudiéramos necesitar. Después
de tantos años de haber estado en Andorra podía haber reservado una habitación
en uno de los hoteles de los que habíamos estado y que ya nos conocían, pero
con los nervios no atiné y fuimos directamente al que nos aconsejó el taxista.
No hace falta decir que mi hijo llegó
extenuado, y así que entró en la habitación cayó sobre la cama sin fuerza. Pensé
que había sido una mala cosa proponerle aquel viaje, pero ya era demasiado
tarde. Me quedé sentada en una butaca contemplándolo y pensando… ¡Pensando en
tastas cosas!… Estaba segura que a la mañana siguiente no se podría levantar.
Pero, con un esfuerzo titánico, como todos sus esfuerzos, se levantó. Le dije
que aquel día se quedar en la cama, que descansara, pero él se quiso levantar
para ver Andorra que, “hacia tanto tiempo que no la veía”, me dijo. De eso, en
este momento se acordó.
A Arturo, desde muy pequeño, lo habíamos
llevado a Andorra para esquiar. Fue el primer lugar donde empezó a practicar;
la conocía muy bien. Siendo muy pequeño, una vez me dijo: “Saps, mama, m’agrada molt Andorra. Em sembla que me l’estimaré!”
(Sabes, mamá; me gusta mucho Andorra. Me parece que la querré!) Así era de
apasionado Arturo.
Yo iba siguiendo un poco, como una
autómata, los pasos de mi hijo, además, no sabía qué hacer. Me daba tanta pena
mi hijo, ¡tanta! que, ¿cómo no iba a seguirlo en todo aquello que él creía que
podía hacer por más contraproducente que pareciera? ¿Contraproducente? ¡Qué
podía ser contraproducente para él si ya lo tenía todo perdido!
Ese día se levantó y le ayudé a lavarse
y a vestirse; bien, como siempre. Después, él, con sus manos temblorosas, se
repasó los bolsillos para asegurarse que no le faltara nada de lo que él creía
que podía necesitar, su cartera, por ejemplo y un pañuelo. Sus ganas de vivir y
de disfrutar de las cosas de cada día por más pequeñas que fueran, le hacían
sacar fuerzas de donde apenas le quedaban. Sus médicos me dijeron después que
si no hubieran visto con sus propios ojos de lo que era capaz de hacer mi hijo,
no se lo hubieran creído.
Dentro de los pocos días que pudimos
estar en Andorra, mi hijo tuvo días de todo. Había días que no se veía con ánimos
de salir del hotel, otros, se levantaba muy animado queriendo ir desayunar
fuera del hotel y dar un paseo; quería ver aparadores para comprar regalos… Nos
llevamos las muletas, pero la mayoría de las veces se cogía de mi brazo.
Algunos días de los que salía con tanta
ilusión porque decía que se encontraba muy bien, al poco teníamos que regresar
al hotel: le fallaban las piernas, se mareaba, los dolores se le agudizaban,
sus esquinces…la confusión mental no le dejaba concentrarse y todo se le hacía
irresistible. Entonces le invadía la desesperación, se ponía a llorar y con
gran amargura me preguntaba: “Madre, ¿por
qué me pasa esto? Yo no lo entiendo. Si me he levantando con tanta ilusión y
con ganas de hacer tantas cosas. ¿Por qué me está pasando esto, Dios mío? ¿Por
qué?”. Se me rompía el alma al ver a mi hijo tan desesperado; no sabía qué
hacer ni qué decirle… Sin embargo, otros días, siempre con esfuerzos que me
hacían padecer tanto, pues temía que de un momento a otro se cayera desmayado, sentándose aquí o allá, apoyándose en la
pared o en donde pudiera, resistía todo el día. Incluso consiguió hacer buenas fotografías.
Cómo había días que sus piernas no le
llevaban pero su mente estaba “lúcida”,
un día me dijo: “Madre, ¿por qué
no nos apuntamos en algunas de las excursiones que hacen con el jeep? Así
podremos ver las montañas de cerca como antes”. Creo que nos apuntamos a
todas las excursiones, si las podríamos hacer o no, era una cuestión en la que
no pensábamos.
La primera excursión que hicimos, fue
amarga y dolorosa para mi hijo. Nos llevaron al final de un camino donde
empezaba una pista de esquí por la que mi hijo había bajado tantas veces con la
velocidad del rayo. Yo me creía que no se acordaría. Pero, sí!
Bajamos del jeep, ayudados siempre por
un par de personas, tanto para subir como para bajar, nosotros solos no
hubiéramos podido, cosa que ya había concertado con la agencia de excursiones.
Los malditos que le hicieron aquel daño lo convirtieron en una especia de
“espectáculo” aunque no sea esta la expresión correcta, pero es que llamaba la
atención, pasaba que cómo Arturo era una persona tan amable, atenta y cariñosa,
la gente lo trataba con mucha deferencia e incluso con afecto. Se daban cuenta
enseguida que era un buen muchacho que había sufrido una gran desgracia.
Cuando Arturo bajó del jeep, empezó a
dar señales de un gran cansancio; el camino para él fue pesado, todo y así,
participó de las conversaciones divertidas de los excursionistas – no hay que
olvidar que Arturo siempre había tenido un buen sentido del humor que por poca
clara que tuviera la cabeza lo conservaba. También disfrutó del paisaje, y
también pudo hacer algunas fotografías.
Al bajar del jeep, se sentó en una gran piedra o roca y se quedó
pensativo un buen rato mirando a lo alto de la pista. Lo veía tan acabado, era
tan joven y parecía un viejo decrépito…
Arturo no se podía considerar una
persona muy alta, pero tenía una estatura correcta, era más bien delgado, pero
fuerte, lleno de energía, con un rostro siempre agradable, juvenil… Y,
¡ahora!... Pensaba, ¡los hijos de puta que le han hecho esto a mi hijo, lo
pagaran!
Al cabo de un rato en que Arturo seguía
con la mirada puesta en lo alto de la pista, con una voz que transmitía un
sentimiento muy profundo de, incertidumbre?… miedo?… quizás de pensar cómo
sería su futuro y sí tendría futuro?…, me preguntó: “Madre, ¿tú crees que algún día podré volver a esquiar como antes?”.
Y, continuó: “Te lo pregunto, madre,
porque veo que esto que me pasa no acaba nunca, no acaba nunca…”.
Mi hijo me dejó muy sorprendida e inquieta
y con un gran dolor en el corazón, porque cuando parecía que estaba ausente,
que no se daba cuenta de la situación,
no era así, y él que había sido un chico fuerte, independiente que decía que
antes de tener que depender de los demás preferiría estar muerto, y ahora verse
como estaba!… Le contesté: Claro que si hijo mío, claro que podrás volver a
esquiar como entes, es solo cuestión de paciencia...
Arturo llegó al hotel agotado. Una vez
más vi como lloraba en silencio; las lágrimas le caían por su rostro pálido y
cansado…
En otra excursión a una de las montañas
más altas de Andorra, antes de llegar al final del trayecto, paramos a medio
camino para almorzar. Paramos en una casa de campo que era muy conocida por sus
costilladas a la brasa, sus espléndidas ensaladas, su pan con tomate… Arturo,
siempre con su rostro alegre y dicharachero – dentro de lo que cabía, ¡claro!
Su dolor siempre que podía se lo guardaba para él para no molestar a nadie-, no comió a penas ni apenas bebió. No era
persona de comer grandes platos, pero disfrutaba de la comida especialmente en
salidas de este tipo. ¡Una mala seña! Esto quería decir que la cosa podía ir
con rapidez para mal. Todo y así, disfrutó del día como pudo.
El conductor del jeep era un experto en
dar sustos a los excursionistas con sus maniobras un poco “descabelladas”.
Formaba parte de la excursión para hacer el viaje más divertido. ¿…? A lo alto
de la montaña pudimos disfrutar de un silencio que impresionaba y del vuelo de
un águila majestuosa; parecía que la podíamos haber tocado con las manos… Allí
a lo alto de la montaña pudimos disfrutar de la belleza de la naturaleza… Nos
prometimos que cuando él estuviera recuperado del todo, volveríamos…
Al regresar, en el coche Arturo ya
empezó a desorientarse mucho. Llegamos al hotel y se quedó en la cama sin fuerza
ninguna, ¡pobre! medio desmayado. Hasta me costó ponerle las pomadas y darle la
medicación. Me planteé llamar al taxista para regresar a Barcelona lo antes
posible. Pero, mi hijo, como un ser de
otro mundo que parecía, como decían algunos de los médicos que conocieron a mi
hijo en esta su gran desgracia, a la mañana siguiente, como pudo, se levantó y
quiso continuar con su visita a Andorra.
Mi madre, tenía una amiga que vivía en
“Les Escaldes”, y cuando supo que estábamos en Andorra, nos invitó a comer.
Cuando le hablé a mi hijo de esta invitación, se alegró; cogimos un taxi y nos
fimos a casa de la amiga de mi madre.
Pero dio la casualidad que la casa, que era un chalet de montaña de dos
plantas, estaba en obras, y a mi hijo le resultó muy difícil subir por las
escaleras que es donde más obras había. Al sentirse tan inútil, tan acabado, se
entristeció mucho. Y, él, siempre tan atento, pidió disculpas por el trabajo
que nos había dado, y aunque a penas comió, alabó la comida que la amiga de mi
madre había preparado con tanto cariño para él. Siempre queriendo hacer sentir
bien a las personas que estuvieran con él.
Este mismo día, por la tarde, después de
la comida, siempre con esfuerzos que impactaban, quiso entrar en un
polideportivo donde había una pista de hielo. Nos sentamos en las gradas. Había
un par de jóvenes patinando. Él los miraba en silencio y con mucha tristeza,
debía preguntarse si se podría volver a calzar las botas de patinar sobre
hielo. No le dije nada porque parecía que al poco de nada podía romper a
llorar. Recuerdo que me decía que se había vuelto muy llorón, que esperaba que
se le pasara. Sus botas especiales de patinaje sobre hielo las tengo guardadas
en el armario.
Arturo iba aguantado un día y otro pero
de tal manera que me tenía el alma encogida, apenas se tenía en pie, daba
trompicones…, pero todavía tuvo fuerzas para, con un taxi, ir a visitar los
lagos, algunas ermitas y la Iglesia de Meritxell, Patrona de Andorra. Arturo,
mientras estuviera consciente, por más mal que se encontrara e incluso por más
perdida que tuviera la cabeza, nunca dejo de admirar las maravillas que nos
ofrece la Naturaleza, y las maravillas hechas por la mano del hombre:
arquitectura… pintura… música… Bien, la música era lo suyo. Recuerdo que en la Iglesia de Meritxell recé
por mi hijo… Como ya he contado no soy creyente, pero… recé…
Agotando las pocas fuerzas que le
quedaban, quiso ir a visitar un camping que, recordaba había estado algunas
veces con sus amigos en verano. No los encontró. Me dijo que lo sentía mucho,
que le hubiera gustado mucho volverlos a ver. Los amigos a los que él se
refería, amigos de toda la vida, estaban en Barcelona, unos estudiando, otros
trabajando, y él no se acordaba.
Para rematar la visita a Andorra, quiso
ir a comprar los regalos. Le dije que lo dejara correr, si era que ya no podía
más! Pero me dijo que los tenía que comprar. Y con las muletas y apoyándose en
la pared de la calle o allá donde podía aparte de mi brazo para descansar,
fuimos a comprar los regalos. Primero de todo, la colonia para su abuela, la
vendía solo en una farmacia. Después los regalos para los amigos y familia.
Todavía tuvo ilusión para comprarse unas cosas para él: una figura muy bonita y
unas copas de champan de diseño. Tenía muy buen gusto, Arturo. Y, para mí me
compró unos regalos muy bonitos. Cuando le dije que no quería nada, que no se
gastara el dinero conmigo, que se lo guardara, me dijo unas palabras que las
tengo gravadas en mi corazón. Me dijo: “Madre,
no me desprecies los regalos. Ya sé que lo que tú haces por mí no se puede
pagar con regalos por más valiosos que estos sean, pero mientras no pueda
pagártelo de otra manera, no me los desprecies ¡por favor!”.
Los malditos que mataron a mi hijo,
nunca podrán entender la crueldad que cometieron con él. Si se me rompía el
alma cuando la demencia senil que le provocaron gratuitamente le llevaba a
aquellas situaciones que no sabía quién era ni en donde se encontraba, que lo
veías tan perdido, tan indefenso, tan
destrozado… Cuando lo veías con aquella lucidez, como en aquel momento,
sabiendo que en cualquier momento también podría volver a lo mismo de antes…
Resulta muy difícil para mí explicar los sentimientos que me envolvían. ¡Muy
difícil!... A no ser, ¡claro! lo de siempre: ¡Los mataré! ¡Los mataré!
Regresamos a Barcelona antes de lo que
hubiéramos deseado, pero Arturo ya no podía aguantar más.
Muchas veces me he preguntado si valió
la pena aquel viaje. No lo sé; por un lado pienso que sí, que él disfrutó de buenos
momentos, por otro, sufría tanto… ¡No lo sé!
A la mañana siguiente de la llegad a
Barcelona, vino a verle el doctor Oliveras. A verle y a controlarle un poco la
“medicación”. Arturo estaba agotado, pero todo y así, tuvo ganas de contarle al
doctor lo que recordaba del viaje. Se quedaron solos un momento. El doctor
Oliveras le dedicaba siempre un tiempo para hacerle compañía y hablarle un poco
de las cosas que sabía que le podían hacer bien: el estreno de una película que
le podría interesar… la inauguración de algún restaurante especial, quedando
incluso para ir a comer o a cenar todos juntos cuando él estuviera recuperado
del todo… ¡Algunas mentiras piadosas!... El doctor Oliveras, era, un buen
hombre que hacia lo que podía para mantener la ilusión a mi hijo, a aquel pobre
muchacho al que le habían hecho aquella “gran putada”, como muchos decían.
LOS INGRESOS EN EL HOSPITAL
DEL MAR SE IBAN REPITIENDO
Los ingresos en el Hospital del Mar se
iban repitiendo y también las pruebas, análisis, TACS cerebrales… Siempre lo
mismo y siempre esperando. Era como un ritual. Por qué y para qué si ya se
sabía lo que había… Es difícil decirlo… Arturo era un caso muy especial…
A veces, cuando Arturo llevaba unos días
en casa después de aquellas “milagrosas” pero falsas recuperaciones, me decía
lleno de angustia y desesperación: “Madre,
no sé qué es lo que me pasa, pero creo que tendré que ingresar otra vez en el
hospital”. No sé lo que debía sentir mi hijo, pero lo cierto es que tenía
que ingresar, siempre sin saber si saldría con vida. Le aumentaban la dosis de
Dexametasona y sí, volvía a remontar, pero como el corticoide lo “machacaba”
tanto, así que lo veían un poco estables, se lo volvían a rebajar con lo cual a los pocos días volvía a recaer.
Algunas veces se quedaba sin poder hablar… otras no nos conocía…otras… y así
sucesivamente. Mi pobre hijo vivía una auténtica tortura, pero todo y así, como
que era como un ser de otro mundo, su calvario no terminaría todavía.
OTRO
VIAJE: ESTA VEZ A MADRID
Aunque, como ya he contado, yo confiaba
plenamente en los médicos del Hospital del Mar, ¿cómo no?, siempre me había
quedado la idea de que le viera el doctor Burzaco. Como que mi hijo a pesar de
todos sus males, cuando se encontraba un poco con “fuerza”, siempre quería
hacer cosas - mantenía una lucha constante consigo mismo -, decía que así se
pondría bien más deprisa, yo intentaba ayudarle de la mejor manera que me
parecía. A mi manera intentaba mantenerle la ilusión, sus esperanzas… No sé,
ahora pienso que lo hice de la peor manera. ¡No lo sé!
Un día le pregunté a mi hijo si quería
que fuéramos a Madrid a visitar al doctor Burzaco que tan bien se había portado
con nosotros. Él, siempre dispuesto a todo, me dijo sin pensarlo que sí. Mi
madre, pobre mujer, ya no me dijo nada sobre este viaje; como veía que mi hijo
iba resistiendo, llegó a la creencia de que los médicos estaban equivocados y
que mi hijo no moriría. Mi madre creía en los milagros, y recuerdo que me decía
a menudo: “Ya verás, nena, como Arturo se pondrá bien. Los médicos están equivocados.
¡Él no morirá!”. En esta ocasión no se opuso porque creía también que sería
bueno que el doctor Burzaco le viera. Otras voces, sí que me dijeron si era que
estaba loca de llevare a Arturo a Madrid en las condiciones en que se
encontraba. Los médicos del hospital, como siempre, si a él le hacía ilusión y
podía aguantar… Preparamos de nuevo los “bártulos” que consistieron en lo mismo
que nos llevamos cuando fuimos a Andorra y emprendimos el viaje.
Una anécdota: En el aeropuerto al pasar
por el control del equipaje, vieron la imagen de un cuchillo en la maleta.
Rápidamente nos apartaron de los otros viajeros y no hicieron abrir la maleta.
El cuchillo estaba debajo de todo, en un rinconcito; para llegar al cuchillo
tuvimos que vaciar toda la maleta: primero de todo salieron las naranjas. Mi
hijo al ver las naranjas dentro de la maleta, se me quedó mirando con cara de
sorpresa como preguntando…, después las bolsas que contenían la ropa de la
cama, las bolsas de la ropa de vestir, las de los zapatos, las bolsas de los
medicamentos, y, el exprimidor, y en una bolsita aparte el cuchillito que era
para pelar las naranjas.
Mi hijo, que desconocía el contenido de mi maleta, me
seguía mirando sonriente y extrañado a la vez.
La policía me miró y miró a mi hijo y se dieron cuanta enseguida que no
estaba enfermo. Le dije que el cuchillo era para pelar las naranjas, que no era
para matar a nadie aunque ganas no me faltaba. La policía sonrió y nos hizo
pasar. Mi hijo sonriendo y divertido me dijo: “Madre, eres la coña. ¿Cómo se te ocurre llevar naranjas metidas en la
maleta?”. Arturo no acostumbraba a decir palabrotas, pero coña, es una
palabra muy corriente en catalán que es como decir, eres única, que es lo que
me decía cuando hacia alguna cosa que no se entendía muy bien el porqué la
hacía.
La verdad es que no tenía necesidad de llevar naranjas, porque al salir
del aeropuerto nos iríamos directamente al hotel, no era como en Andorra que
por el camino quizás hubiera tenido sed y no hubiéramos encontrado ningún bar.
De todas formas fue divertido. Le dije a mi hijo: “Quizás se creían que con
este cuchillo íbamos a atracar a los pasajeros”. Dentro de la pena,
preocupación y angustia que sentíamos, teníamos estos momentos de “buen humor”.
Llegamos al hotel, que a diferencia de
Andorra, fuimos directamente al que ya conocíamos. De hecho no era un hotel,
era una pensión familiar, regentada por un matrimonio y su hijo. Era la pensión
que habíamos estado y nos habían recomendado la primera vez que Arturo fue
atendido por el doctor Burzaco. Eran unas personas muy amables y estuvieron muy
contentos de volvernos a ver y de que Arturo estuviera bien aunque cuando les
conté la realidad sintieron una gran pena. Siempre me decían refiriéndose a
Arturo: “¡Qué buen muchacho se ve, y es tan atento, educado y simpático!”.
Hacia el atardecer, salimos a dar una
vuelta. Nos quedamos a cenar en un restaurante. Él tenía esperanzas… Me contaba
sus planes de futuro… En aquellos momentos era el Arturo de siempre aunque no
consciente de su realidad. Al día siguiente todavía fuimos a pasear por el
Parque del Retiro y a visitar algún lugar más que no conocíamos. Bueno, ya he
contado que mi hijo era algo muy especial.
Bien, ya estamos en la consulta del
doctor Burzaco. Se saludaron entrañablemente. Después de comentar las primeras
impresiones, mi hijo me dejó muy sorprendida una vez más por la coherencia con
que le hablaba al doctor Burzaco. Aunque el doctor no ignoraba la terrible
realidad de mi hijo, incluso él también se sorprendió por lo bien que lo veía.
Le dijo que ahora ya tendría que empezar con un poco de ejercicio, que el yoga
le podría ir muy bien…
Mi hijo, como si no pasara nada, le dijo que ya lo tenía
en mente y que pronto empezaría. Lo dijo tan convencido que hasta creo que el
doctor se lo creyó. El doctor le dio
consejos, él los aceptaba y contestaba correctamente… Yo tenía que hablar
aparte con el doctor pero para no angustiar a mi hijo, quedamos en que nos
llamaríamos. Nos despedimos y aparentemente todo muy bien. Lo que no se si el
doctor llego a saber que al salir de su consulta en el ascensor, Arturo ya no
se acordaba de a quien habíamos visitado ni de lo que hacíamos allí. Así le
pasaban las cosas a mi hijo por la cabeza. El doctor Burzaco todo y sabiendo lo
que había, quedó desorientado.
En este cortito viaje, en muchos
momentos me pareció el Arturo de siempre, a pesar de su mal, alegre…
ilusionado… Pero, Arturo empezó a dejar de comer y beber. Dejar de beber era lo
más grave porque se deshidrataba rápidamente. Yo intentaba de todas las manera
de que bebiera, pero me decía que no es que no quisiera beber, es que no podía.
Nos sentamos en una cafetería de la gran Vía. Mi hijo, me comentó: “Madre, veo la Rambla distinta. ¿Qué quizás
están haciendo obras?”. Mi hijo se creía que estábamos en la Rambla de
Barcelona. Tuvimos que regresar rápidamente a Barcelona. Ingresó directamente
al hospital.
Estaba totalmente deshidratado. Por más pendiente que yo
estuviera, no conseguía evitarlo. En esta ocasión, creíamos que ya no saldría
con vida. Pero, desgraciadamente para él, no sería la última vez que ingresaría
ni la última vez que saldría con vida.
Recuerdo, en una ocasión que ingresé a
mi hijo en el hospital todo y sabiendo que no podían hacer nada por él, que un
médico de los que estaba en urgencia y ya nos conocía de otras veces -
desgraciadamente éramos “famosos” en el hospital -, me dijo: “Ya sabe señora
Navarra que en una de estas entradas su hijo no saldrá vivo. Nadie puede
entender que con lo que le hicieron en su cerebro todavía siga vivo. Su hijo
tenía que haber muerto el primer día que ingresó en este hospital. Nadie
entiende como sigue vivo”. Y esto
también lo comentaban entre los dos o tres médicos que estaban de urgencia. Yo
les decía que ya lo sabía, pero ¿qué podía hacer?
Había un médico muy joven en el hospital,
que también llegó a apreciar mucho a mi hijo y hacia algunas “escapadas” para
estar junto a él y contarle cosas divertidas; esto, claro!, en sus momentos más
estables. Este joven doctor, también me aconsejaba y me decía que fuera su
hijo haría tal o cual cosa… consejos,
que sabía inútiles, pero bueno que podían ayudarle en su triste caminar. Cuando le conté al joven doctor lo que me
habían dicho los de urgencia, se enfado mucho y casi gritando, me dijo: “¡Esto
ya lo sabemos todos pero no hace falta que te lo digan cada vez que vienes al
hospital!”.
Puede parecer que los médicos de
urgencia fueran personas crueles al decirme lo de mi hijo con tanta
dureza, pero no eran malas personas, les
conocía y eran buenas personas, lo que ocurre es que no querían que tuviera
falsas esperanzas por no haber de padecer más después. Yo les decía que no se
preocuparan, porque la muerte de mi hijo ya la tenía asumida. Pero… no era
cierto aunque yo me lo quería creer. Lo que ocurre es que la muerte de un hijo
no puede asumirse nunca y menos cuando se produce por un hecho incomprensible,
terrorífico, cruel como era en el caso de mi hijo. Sólo me iban confirmando lo
que legalmente nadie podía negar, pero… que los jueces como se verá…
EPISODIOS DRAMATICOS INCREIBLES
Resultándome
imposible recordar los hechos cronológicamente, ya que estos pasaban con tanta
rapidez que únicamente se podrían situar en su justo lugar si una cámara los
hubiera gravada desde un principio hasta el final, y eso… explicaré los recorridos lo mejor que
me sea posible, al azar lo mismo que cuando el viaje a Andorra.
Para que se
entienda un poco la situación, pondré un ejemplo que, aunque pueda parecer un
poco “peliculero”, desgraciadamente, era como nos sentíamos, es decir, como me
sentía yo, porque mi hijo, ¡pobrecito!... La situación era como si nos
estuvieran persiguiendo todo el tiempo y nosotros intentando escapar… escapar…
que era la realidad de lo que estábamos haciendo: Intentar escapar de lo que
perseguía implacable a mi hijo: la muerte. Puede parecer “peliculero”, pero era
así, y cada día que pasaba era un intento de burlar a la muerte. Aunque, como
se sabe, nadie puede burlas a la muerte porque al final siempre tiene la partida
ganada, y con mi hijo, la tenía ganada con creces.
A veces, la
sensación era como si nos hubieran lanzado dentro de un corredor con todo de
puertas cerradas pero que teníamos que cruzar sin saber lo que nos
encontraríamos detrás de cada una de ellas. Y si habría un precipicio que nos llevaría
al final de todo. Era una situación tan desesperada que no sabes cómo
explicarlo para que se pueda comprender con toda su intensidad y crudeza. Cada
día intentando vivir un día más, pero lo peor de todo sin esperanza…
Quizás si mi
hijo no hubiera sido un chico tan vital por naturaleza, sin tantos intereses en
la vida, quiero decir que no hubiera estado interesado en disfrutar de todas
aquellas cosas que formaban parte de su vida, de su propia naturaleza, no sé,
quizás su lucha no hubiera sido tan intensa, tan desesperada… Quizás se hubiera
quedado todo el tiempo en la cama sin ánimos para hacer nada, sin ningún
interés, ninguna motivación… No lo sé… O, que no hubiera sido tan fuerte.
Pienso que la lucha que llevó a cabo mi hijo contra la radiación, fue como de
ciencia ficción, al menos esto es lo que decían muchos de los médicos que lo
trataron en esta gran desgracia, en esta gran putada que le habían hecho como oía
repetir tantas veces. También decían que si Arturo se hubiera quedado en el
hospital quizás no hubiera vivido tanto porque las atenciones especiales que
tuvo en casa en el hospital no se las hubieron podido dar. Esto me lo dijeron
algunos médicos. Siempre me he preguntado si hice bien llevándome a mi hijo a casa.
Como que
Arturo cada vez menos tiempo se podía mantener en pie, para que no quedara
invalido y confinado a una silla de ruedas antes de morir que hubiera sido una
cosa terrible añadida para él – aunque ya padecía a menudo paralizaciones,
después se recuperaba, malamente, pero con muletas o bastos, podía mantenerse
un poco en pie -, pues se le animaba a que andará e hiciera recuperaciones, y
él con el dolor que sentía lo hacía. Siempre dispuesto a todo por más mal que
se lo pasara, aunque después, los esfuerzos, lógicamente, le pasaban factura.
En una de
las veces que a Arturo le dieron el “alta” en el Hospital del Mar, en una de
aquellas salidas tan llenas de angustia por lo que pudiera pasar, fuimos directamente al Hospital Pere Camps,
porque nos dijeron que era uno de los mejores centros para hacer recuperación.
Antes
habíamos ido al Instituto Gütman, centro especializado en todo tipo de
paralizaciones, especialmente para personas tetrapléjicas debido a accidentes
de tránsito o a malas caídas. Pero a mi hijo no lo quisieron admitir porque
dijeron que el caso de mi hijo “era terminal” y ellos aquellos casos no los
trataban. Cuando les conté el porqué mi hijo estaba en aquellas condiciones
quedaron aterrados, me dijeron que nunca habían oído una cosa tan terrible como
aquella. Bien, como todo el mundo.
Mi hijo, me
preguntó por qué no lo aceptaban, le tuve que contar una mentira piadosa,
claro, no tenía otra opción. Le dije que no lo aceptaban porque él estaba
demasiado bien para estar allí. Siempre mintiéndole, él que nunca había
aceptado las mentiras, ahora…
El primer
día que llegamos al Hospital Pere Camps, cuando llegó la hora de ir a dormir –
dormir, ¡otro martirio! -, me dispuse a lavar a mi hijo y a ponerle las pomadas
que le aplicaba cada día. Vino la enfermera, y enfadada me dijo que aquello le
correspondía a ella. Lógicamente era así, le correspondía a ella. Le entregué
unos paños de hilo que empleaba para lavarlo y el jabón especial que me dieron
en el Hospital del Mar. Enfadada todavía, me dijo que ellos tenían sus propios
jabones y esponjas. Bien, me callé, pero cuando le saque la chaqueta del pijama
a mi hijo y vio todos los tejidos de su cuerpo llenos de esquinces y llagas, se
echo par atrás asustada. Me dijo que, aquello ellos no lo trataban, que mi hijo
estaba allí para su recuperación muscular. Le contesté, que como ya lo sabía por eso iba preparada.
La enfermera
quiso saber lo que le había pasado a mi hijo; cuando le conté como todos, se
quedó impactada. No lo podía creer, dijo que ¿clamaba al cielo! Resultó ser una
chica muy amable. Pero tuve que seguir lavando a mi hijo y poniéndole yo las
pomadas. Siempre me he preguntado: ¿Qué hubiera pasado si mi hijo no hubiera
tenido a nadie que le atendiera?
Estuvimos
muy pocos días en ese hospital, porque aparte de que las recuperaciones no le
servían para nada, corría el riesgo de que se cayera y se rompiera algún hueso.
El médico que se ocupaba de las recuperaciones era, digamos, un poco
“especial”. Un día le pregunté, cómo veía a mi hijo. Una pregunta, creo, bien
normal. Le hice saber el temor que yo tenía debido a lo mal que tenia los
huesos y la musculatura. Y, sin venir a cuento, me dijo: “Lo que tiene su hijo
es demasiada madre. Si se cae ya se levantará”. Bien, me planté, y le dije: si
tiene demasiada madre va por todos los que no la tienen. Y si mi hijo se cae innecesariamente
y se rompe algún hueso, ya veríamos lo que pasaría. Me pidió disculpas. Después
deje de verlo. En el hospital se comentó que alguien le había dado una paliza.
No me extrañó.
Otro día, en
este mismo hospital, le quitaron una de las medicaciones que estaba obligado a
tomar. Cuando pregunté a una de las hermanas, me dijo que como ahora estaba en
este hospital tenía que seguir sus pautas. ¡Siempre peleando! Le dije a la
hermana que mi hijo tenía que seguir las pautas de sus médicos del Hospital del
Mar, que si era que todavía no se habían enterado de lo que tenía mi hijo. Me
volvieron a pedir disculpas diciéndome que tenía razón. La prepotencia de
algunos médicos la pagan los pacientes, y esto habrían que cortarlo, pero…
Quizás como me dijo la Jefa de Servicio, una persona muy maja y luchadora, la
culpa la tenemos los pacientes, nosotros, por no denunciar todo lo que se debe
de denunciar. Creo que tenía toda la razón.
Las
recuperaciones también se intentaron con corriente eléctrica en un centro de
mucho prestigio. No pudo resistir más de un par de veces. No sé porqué me
obstinaba…
Como que él,
siempre estaba dispuesto a todo, yo con mi afán de ayudarle y mi obstinación,
contrate a un especialista que venía a casa a ponerle unas “férulas” para
intentar que los huesos se le reforzaran y se pudiera mantener más tiempo de
pie. Todo de los más absurdo, porque sus huesos ya no se podían regenerar y
todo este tipo de recuperaciones lo único que conseguían era hacerle sufrir
más. Físicamente porque su estado eran tan caótico que por más fuerza de
voluntad que le pusiera, a veces casi se desmayaba; psicológicamente, porque
veía que todos sus esfuerzos no le servían para nada. Con todo se entristecía
mucho, y yo, no sé cómo no me daba cuenta de lo inútil que resultaba todo.
Cuando mi
hijo quedaba ingresado en el Hospital del Mar en uno de sus múltiples ingresos,
y se recuperaba un poco, la fisioterapeuta del hospital, señora María Rosa, una mujer encantadora, le
hacía unos masajes muy suaves, le resultaban reparadores. Como que el hospital se convirtió por
desgracia en la segunda casa de Arturo durante los cuatros años y seis meses
que impensable viviría, pues la señora Rosa ya le conocía. Le propuse que si
podía venir a casa dos o tres veces por semana para darles aquellos masajes que
parecía que le mantenían las piernas un poco más vivas. Esto, claro, si Arturo
podía salir del hospital. Me dijo que sí, y atendió a mi hijo hasta su muerte.
Se convirtió en una buena amiga de mi hijo y de la familia.
A veces,
cuando veía a mi hijo tan acabado, que era casi siempre, le decía: si hoy no te
ves con ánimo de hacer los ejercicios, déjalo correr. Eran muy suaves, pero
como tenía el cuerpo tan destrozado… Pero él, pobre hijo mío! siempre tan
agradecido, me decía: “No, madre, porque
María Rosa hace un sacrificio viniendo y lo hace con mucha ilusión. Sería un
gran desprecio por nuestra parte decirle que no venga”. Ella le explicaba
cosas divertidas y él soportando el dolor como podía, se distraía. Sé que
cuando mi hijo murió, María Rosa tuvo un gran disgusto. Se lo llegó a querer
mucho a Arturo, como él a ella. En más de una ocasión fuimos las dos a la
Catedral para rezar por el alma de mi hijo. La tengo siempre en mi recuerdo con
un gran cariño y agradecimiento.
Los días que mi hijo necesitaba la silla de ruedas para poder salir a dar
un paseo y le venían ganas de orinar, como no podíamos entrar en los lavabos de
los bares con la silla, siempre necesitábamos la ayuda de algún camarero, produciéndose
una situación embarazosa y angustiosa para mi hijo. Para buscar una solución,
recurrí a un centro de disminuidos físicos que además eran propietarios de un
servicio de ambulancias. Les expliqué el caso y lo mismo que todo aquel que se
enteraba dejeron lo mismo, que era un caso que “clamaba al cielo”. Me
preguntaron si la lo había denunciado; les dije que sí, y me dieron ánimos para
tirar adelante sin desfallecer. “Quienes habían hecho aquello tan terrible a mi
hijo, no podían quedar impunes”.
Para el problema de las salidas, me dieron la solución que ellos
utilizaban: era como un preservativo bastante grande con la punta cortada que a
la vez iba unido a un tubo unido también a una bolsa que se ataba a la pierna.
Nos pareció que podría ser una buena solución, si a ellos les iba bien por qué
no a mi hijo. Peo Arturo tenía los tejidos tan mal y las partes genitales tan
delicadas, que cualquier roce no lo podía soportar. Sólo se pudo intentar una
vez. Cuando salíamos con la silla de ruedas rogábamos para que no le vinieran
ganas de ir al lavabo. Era una angustia constante para mi querido hijo. Aunque
él, ya saben, con su gran fuerza de voluntad, así que podía cogía el bastón,
las muletas o se cogía a mi brazo y así salíamos a dar una vuelta.
Desde la primera vez que mi hijo salió del Hospital del Mar, como
recordaré, mi hijo ya no pudo hacer nada por sí solo: Ya he explicado el por
qué y el cómo salió. Y le recuerdo tan lleno de tristeza cuando me decía: “Madre, no sabes cuánto siento todo lo que
has de hacer por mí. Te prometo que cuando esté bien te recompensaré por todo.
¡Te lo prometo madre!”. Y, ¡recuerdo tanto lo que me dijo en Andorra cuando
yo no quería aceptarle los regalos que me hizo! Aunque el pobre, como también
he contado, a veces no se acordaba de lo que había hecho segundos antes. Pero,
un día, por una de aquellas cosas extrañas que le pasaban a mi hijo en su
cabeza, y por aquella necesidad que tenia de no rendirse nunca, de no parar de
aprovechar su tiempo que para él era tan importante cuando la demencia le
procuraba aquello momentos de claridad, una de las veces que estaba más estable
me sorprendió y me angustió a la vez cuando me dijo: “Mamá, me gustaría asistir a una academia que hay muy buena de “Sonido
e imagen” para perfeccionar la fotografía. ¿Qué te parece si me apunto?”. De momento
me quede sin saber que responder. Me asustaba cuando me proponía cosas como
esta y me hablaba con tanta claridad y tan convencido de lo que quería hacer.
Lógicamente si no hubiera sido por la demencia que le provocó la radiación,
hubiera sabido que no lo aguantaría, pero no era consciente.
Este era un curso caro como suelen ser estos cursos especiales y que
además se ha de pagar por adelantado. Fuimos a que lo apuntaran. No faltaron
voces que me dijeron que aparte de tirar el dinero a él no le haría ningún
bien, pues cuando se diera cuenta de que no podía seguir como los demás, se
derrumbaría. Sé que me lo decían de buena fe, pero el dinero era de la herencia
de su padre y de la parte del dinero que le correspondía de los negocios, y,
aunque él, buen y espléndido hijo que era, me decía que él del dinero de la
herencia ni de los negocios no quería nada, que todo era para mí que bastante
trabajo me daba, yo no podía privarle de aquellos momentos de ilusión aunque
después resultaran fallidos o más doloroso para él. De todas formas aunque él
no hubiera tenido dinero, yo se lo hubiera pagado, como creo que así se puede
entender.
En este caso, tristemente pasó lo mismo que en otros casos que también
intentó hacer cosas y no pudo. Se desesperaba y me decía: “No sé qué es lo que
me pasa pero, sabes, madre, parece como si nunca hubiera aprendido nada”. Y
arrancaba a llorar desconsoladamente. Todo y así, todavía consiguió hacer unas
buenas fotografías de estudio y otras de interesantes. ¡Nunca se rendía!
Como se puede comprender solo pudo asistir a la clase unos pocos días y
haciendo un esfuerzo sobrehumano. Yo lo llevaba, claro. Lo esperaba en una
cafetería y lo recogía. Lo recuerdo bajando los pocos escalones que separaban
la academia del vestíbulo que daba a la calle. Bajaba despacio, con su cuerpo maltrecho pesado, con una mano
cogiéndose a la barandilla y con la otra la cartera y el bastan, la máquina
colgada de un hombro. Todos los demás muchachos y no tan muchachos bajaban
deprisa delante de él. Él se iba quedando sólo. Ya se habían marchado todos y él
seguía bajando los cuatro escalones… En otro tiempo, seguramente, hubiera
bajado con los demás muchachos y quizás hubieran ido a tomar todos juntos un
refresco para comentar sus trabajos, sus experiencias… Pero, ahora, ¡tan solo!…
Yo le hacia una señal por si quería que fuera a ayudarle, pero él con una
sonrisa y guiñándome un ojo, hacia un gesto como queriendo decir: “Y, qué vamos a hacer: Paciencia como tú
dices”.
Algún día, si no estaba demasiado agotado, nos sentábamos en alguna
cafetería del Paseo de Gracia, ya que la academia estaba junto al edificio de
la “Pedrera”- calle Provenza-Paseo de Gracia. Según el día, me contaba sus
esperanzas, desesperanzas, sus dudas sobre lo que le estaba pasando, preguntas
difíciles de responder…Al llegar a casa se tenía que tumbar en la cama
rápidamente porque no se aguantaba. Cuantas veces veía como las lágrimas le
caían por su rostro tan pálido; lloraba bajito, en silencio para que no le
oyera. Siempre intentaba que yo no le oyera. Creo que mi hijo no me explicaba
todo lo que podía sentir ante su situación, sus miedos, su incertidumbre ante
lo que pudiera venir…
Lo habían convertido en un demente senil, pero como él
decía con toda la razón y con mucha tristeza: “Madre, no me habléis como si fuera un tonto porque tú sabes que no lo
soy”. Seguramente, a veces, para no entrar en profundidad sobre algunas de
las preguntas que nos hacía, le contestábamos ligeramente, como si no nos
esteráramos demasiado de lo que nos preguntaba. No me daba cuenta, pero le
hacía sentir muy mal. ¡Me daba tanto miedo que pudiera descubrir, o se diera
cuenta de la verdad!
Otras veces, también, cuando mi hijo se encontraba un poco más fuerte y
claro de mente, al menos momentáneamente, íbamos al cine o al teatro. Arturo
había sido una persona muy crítica y profunda en sus convicciones. A él le
gustaba discutir los temas y llegar a la raíz de los problemas que se
planteaban y como lo resolvía el guionista si se trataba de una película u obra
teatral sacada de una novela literaria. También disfrutábamos con las películas
de Walt Disney; la última que vimos fue “Fantasía”, muy interesante por la
música. Muchas de las buenas películas que he visto han sido recomendadas por
mi hijo. Algunas veces todavía podíamos comentar algunas cosas, otras… cuando
salíamos del cine o de cualquier otro lugar, me cogía del brazo, y bajito y
como encogido, me preguntaba: “Madre,
¿qué hacemos aquí?”, o: “¿De dónde
venimos?”. Era trágico…
Otro episodio muy duro, fue en una de aquellas idas y venidas con la
ambulancia. Mi hijo con una expresión de dolor difícil de describir, mirándome
fijamente me dijo: “Madre, ¡tengo
miedo!”. Aquel ¡tengo miedo! dicho en aquella forma, mi hijo que siempre se
mostraba fuerte por más mal que estuviera, que siempre decía que todo iba bien,
disimulando claro, fue como una losa que me dejo sin poder respirar. Era la
primera vez que mi hijo me decía que tenía miedo y de una forma que te
destrozaba el alma. ¿Qué quizás mi hijo se estaba dando cuenta de que estaba en
un verdadero peligro? No sé si otras veces también se había dado cuenta, yo
creo que sí, pero nunca me lo había manifestado de aquella forma. Parecía que
era una de aquellas veces que íbamos definitivamente hacia el final de su vida,
pero ¡no!. A mi pobre hijo todavía le faltaba lo peor.
Otra vez, también en la ambulancia, mi hijo empezó a mirarme fijamente, como escudriñándome. Al cabo de un
rato de no sacarme los ojos de encima, me preguntó: “Madre, ¿dónde está aquella chica que venía con nosotros y estaba tan
triste?” Para mi hijo, en un momento dado, yo fui aquella chicha triste que
venía con nosotros en la ambulancia. Me dije que tenía que disimular más mi
pena para no asustarle. Le dije a mi hijo que, “aquella chica se había ido a su
casa y que ya no estaba tan triste, Qué estuviera tranquilo”. Hizo un gesto,
como diciendo, “está bien”. Le cogí las manos fuertemente, y él también hasta
donde pudo. Las cosas estañas que le hacia la radiación o sus consecuencias en
la cabeza de mi hijo.
Una noche que tuvo que ingresar de urgencia en el Hospital del Mar, de
allí lo enviaron a la Clínica Quirón para que le realizaran un TAC de urgencia.
Su psiquiatra, doctor Ros, cuando lo supo vino rápidamente a estar con
nosotros. Los médicos que estaban atendido a mi hijo, le dijeron al doctor:
“Esta vez, este muchacho, ya no saldrá con vida. Nadie puede vivir tanto tiempo
con el cerebro como él lo tiene. Nadie entiende como puede sobrevivir tanto”. Me
preparé para lo peor, pero… Arturo, sobrevivió otra vez.
Arturo era tan delicado y atento, que incluso estando en el hospital que
siempre que ingresaba era par lo mismo, porque deshidrataba, por subida extrema
de sodio, infecciones de orina muy dolorosas, paralizaciones, perdida de
conocimiento… el edema que se descontrolaba…en fin, todo lo que le podía llevar
a la muerte. Como digo, era tan atento y delicado, que así que se recuperaba un
poco, y recuperaba la conciencia, me decía: “Verdad
madre que estas enfermeras son muy atentas y buenas personas? Hemos de hacer
alguna cosa. Mira, me dejas dinero que ya te lo devolveré cuando lleguemos a
casa, y les compras unos ramos de flores bien bonitos”. Lo recuerdo
queriendo escribir las tarjetitas de dedicatoria; no podía, solo hacia
garabatos, el bolígrafo le caía de las manos, pero cuando le decía que lo
dejara que ya lo haría yo, no quería porque decía, “Qué sería una falta de atención por su parte”. ¡Siempre tan
detallista! Las enfermeras lo agradecían mucho, después de años de entradas y
salidas del hospital, las más antiguas le conocían mucho y le apreciaban y las
nuevas enseguida le cogían aprecio también.
Cuando Arturo ingresaba
en el hospital con fiebre muy alta, y casi deshidratado, como ya he comentado
se deshidrataba con mucha facilidad, yo le insistía para que bebiera, agua,
zumos, lo que fuera. Si bebía se ahorraría el suero y las vías que ya no se le
aguantaban por ninguna parte. Las venas se le rompían y el suero se le iba por
todas partes poniéndole los brazos como una bota. Le hacía padecer porque yo
insistía e insistía para que bebiera; quería a toda costa evitarle el catéter y
le reñía como si fuera un niño pequeño. No me daba cuenta de lo que hacía y me
maldigo por ello. Le recuerdo con aquel rostro tan pálido, tan acabo, como sin
poder contener el llanto me decía: “Madre,
por favor, no te enfades conmigo: No es que no quiera beber, es que no puedo.
Entiéndelo, por favor”. Los médicos me decían que no era cuestión de querer
o no querer; era cuestión de que el cerebro ya no tenía capacidad para dar la
orden de beber. Al final siempre terminaban poniéndole el catéter. Pero, mi querido
hijo, sin poder ya más, él, no quería morir y entretanto mantuviera la cabeza
un poco clara, hacía todo lo que los médicos le indicaban.
En otro de los
numerosos ingresos en el hospital del Mar sin saber lo que podría ser de él,
cuando lo estabilizaron se quedó sin poder andar nada. Permaneció unos días en
cama sin moverse. Pero pasados unos
días, las enfermeras le dijeron, que tenía que empezar a levantarse un poco,
que tenía que andar, que era para su bien. Le dijeron: “Hoy espabila Arturo,
que te vamos a poner bajo la ducha”. Y él, con una expresión de sorpresa, pero
siempre dispuesto, exclamó: “¿Sí? ¡Hombre! ¡Muy bien!”. Entre dos enfermeras lo
pusieron debajo de la ducha, como que no se aguantaba, las piernas se le
doblaban, pues se iba agarrando por donde podía, y él con una gran preocupación
les iba diciendo: “¡Perdonadme!
¡Perdonadme!”. Una de las enfermeras, en plan de broma le dijo: “Te aseguro
Aturo que ni mi marido me dado un repaso como el que tú me estás dando”.
Terminaron riendo. Hicieron un poco de broma…
Después, ya arreglado,
le dijeron que tenía que andar un poco. No puedo describir la pena tan grande
que me daba mi hijo. Lo llevaban entre las dos enfermeras, él, sus brazos sobre
las espaldas de las muchachas. Era muy de agradecer el esfuerzo que hacían
aquellas enfermeras. Él iba arrastrando sus pies…Por el pasillo encontramos a
un hombre – un paciente -, con el que ya habíamos coincidido otras veces. Era
un buen hombre. Al ver a Arturo le dijo: “Arturo, ¿otra vez tú por aquí?”. Y Arturo,
con cara de sorpresa y sonriente, le contestó: “¡Hombre! ¿Cómo está? ¡Qué alegría me da volver a verle!”. Pero
como que no podía hablar demasiado porque las pobres chicas no podían aguantar
demasiado “cargando” a Arturo, le dijo: “Yo
ya lo ve, otra vez por aquí ¡Qué le vamos a hacer! ¡Ánimo, hombre! ¡Hay que
seguir! ¡Qué le vamos a hacer!”, repetía. Y se despedía con aquella
expresión tan bonita que tenía medio sonriente, medio de tristeza. Aquel buen
hombre, les explicaba a las personas que se encontraban en el pasillo,
familiares de los enfermos, que miraban y saludaban a mi hijo con pena y
también con ternura, lo que le habían hecho a Arturo un par de médicos
miserables: “¡Pobre muchacho! ¡Pobre muchacho!”, decían…
Y mi hijo, volvía a la
habitación arrastrando todo su mal, con un rostro agotado que no parecía el
suyo, denotando su gran sufrimiento pero en silencio. ¡Cómo maldecía a aquellos
hijos de la gran puta que habían hecho aquel daño a mi hijo! ¡Cómo los
maldecía!
A pesar de sufrir
auténticas paralizaciones, estando en el hospital, más de una vez, mi hijo me
había pedido para salir a dar una vuelta
por el Paseo Marítimo, para ver a los viandantes, me decía. En estas ocasiones
no teníamos más remedio que coger la silla de ruedas, de lo contrario, bueno,
ya no nos hubiera pasado por la cabeza salir. En una de las ocasiones, me pidió
que le llevara la máquina de fotografiar. También quiso que le llevara a pasear
por el jardín del hospital. Era un jardín muy bonito, con árboles frondosos y
algunos espectaculares traídos expresamente del Brasil hacía muchos años. Eran
árboles centenarios…
Arturo, fotografió el
jardín desde diferentes ángulos y la capillita donde se encontraba una imagen
de la Virgen del Mar, en la que su abuela le llevaba flores… Los médicos se
quedaban impactados ante la actuación de mi hijo, de la capacidad que tenía de
sobreponerse a sus momentos críticos y,
todavía de su capacidad de disfrutar del mar, de los viandantes, del jardín… Sé
que los médicos se desesperaban viendo que nada podían hacer por aquel muchacho
que ignorante del final que le
estaba aguardando, todavía luchaba y
disfrutaba de lo que la demencia la permitía.
El jardín y los
árboles, desaparecieron cuando remodelaron el hospital para convertirlo en,
“Hospital Olímpico”. Todo fue tirado al traste a pesar de las voces que se
levantaron para salvar a los árboles, tanto desde el mismo hospital, como de
los visitantes. A estas voces también se unieron las de mi hijo y mi madre, por
aquello de la capillita.
Recuerdo que el
capellán del hospital, un buen hombre que cada día venia a ver a mi hijo,
estaba muy disgustado por todo aquello. Un día, cuando vio todos los árboles
cortados tirados por el suelo, los nidos también por el suelo y los pajarillos
buscando a sus crías, exclamó: “¡Se ha cometido una auténtica masacre!”. Y,
tenía razón. Con buena voluntad se hubieran podido salvar a todos aquellos
árboles, que según nos contaron, traerlos del Brasil en aquella época costaron
una fortuna, Además, es que era especies muy específicas, hoy día creo que
están protegidos. No había necesidad de cortarlos de mala manera y dejarlos
tirados como si fueran basura. Este nuestro país, tan “respetuoso” con la
Naturaleza…
¡CUANTOS SUFRIMIENTOS DE MI HIJO SE ESCONDEN EN ESTE
HOSPITAL DEL MAR!
Cuatro años y seis
meses de lucha desesperada, de esperanzas y desesperanzas, de entradas y
salidas interminables, con las ambulancias arriba y abajo. De soportar
sufrimientos y dolores terribles… Miedos, esfuerzos sobrehumanos… Y, todo ¡tan
inútil!...
Recuerdo aquellas
noches en las que mi hijo se quedaba un poco adormecido debido a tanto
agotamiento, que yo aprovechaba para salir un poco a la terraza del hospital:
iba a pensar… a pensar… ¡Siempre pensando! El qué… No sé…
La terraza daba al
Paseo Marítimo, delante tenia al mar. Aquel Mar Mediterráneo tan nuestro y que
siempre había encontrado tan bonito con sus salidas de sol… Recordaba que
cuando Arturo era un niño algunas veces lo habíamos llevado a la playa para que
viera salir el sol… Él ya se pasaba toda la noche sin dormir pensando en la
salida del sol… Y, ¡ahora!... ¡Qué triste me parecía!...
Desde aquella terraza
vimos como empezaba las obras de la Villa Olímpica. Decíamos que no las
terminaría a tiempo. Cuatro años duraron las obras del Puerto; Arturo vivió
cuatro y seis meses. Recuerdo, ¿cómo no?, que mi hijo tenía una gran ilusión
para asistir a los JJOO. Me dijo que no dejara de comprar las entradas para no
perdernos ni uno de juego. No pudo asistir ni a uno. Los médicos que asistieron
a la inauguración, le contaron cómo había sido. Él se los agradeció mucho.
Cuando se dio cuenta de
que no podrías asistir a ningún juego, sin perder el ánimo, me dijo: “A ver,
madre, si con un poco de suerte podemos asistir a la clausura”. ¡Pobre hijo
mío! Sólo pudo ver desde su cama de refilón el resplandor de los juegos
artificiales de la clausura. Arturo
había ingresado de nuevo en el hospital sin saber, una vez más, lo que sería de
él. Siempre expectantes, siempre llenos de terror… Pero Arturo salió una vez
más con vida, regresó de nuevo a casa. Él seguía recibiendo cartas de sus
amigos, algunos en el extranjero, cartas que quedaban sin contestar porque cuando
intentaba abrir los sobres se le caían de las manos, decía que ya les
contestaría otro día… También recibía programas de música, invitaciones a
conciertos… Un día, por casualidad, quedó abierto encima de la mesa del
despacho, un programa en el que se anunciaba un concierto: el de Lluís Llach,
en el Moll de la Fusta.
CONCIERTO DE LLUIS LLACH.
Arturo se fijó en el programa que estaba encima de la mesa, y con cara de
sorpresa, lo miró, estuvo un rato pensativo y, espontáneamente y decidido, me
preguntó, si le podría acompañar al concierto, porque él solo no se veía con
fuerzas. Me espantó, porque yo tampoco me veía con fuerzas y no quería
contratar a nadie para que le acompañara. Cuando había contratado a un acompañante
me hacia padecer mucho, porqué… pensaba:
¿Y si por el camino le pasa algo malo? En su situación cualquier cosa podía
pasar de un momento a otro.
De momento puse una excusa por si podía sacárselo de la cabeza, pero, me
dijo: “Madre, tú sabes que si pidiera ir
solo no te molestaría, pero sabes que no puedo, y, ¡hace tanto tiempo que no
voy a ningún concierto!… ¡Hazme este favor, madre!”. Y, yo, ¿cómo podía
negarme si con toda seguridad sería el último concierto al que podría asistir?
Pero… ¿cómo llegaríamos con la silla de ruedas en medio de tanta gente que con
toda seguridad habría? Cuando llegó el día del concierto, Arturo no quiso coger
la silla de ruedas: dijo que se sentí fuerte. Todavía me asusté más, pero tenía
que disimular porque si no lo hacia él enseguida me preguntaba si era que
pasaba alguna cosa mala o si no me encontraba bien, y, entonces él también se
asustaba. Además, no podía hacerle aquella mala pasada, si aquella salida le
podía dar un poco de ilusión a su atormentada vida.
El día del concierto, estaba más sereno y animado. Valía la pena probar y
si podía disfrutar un poco del concierto!... Cogimos las muletas, y yo una
silla plegable – no sabía si allí encontraríamos sillas vacías, con toda
seguridad que no -, y el número de teléfono de la ambulancia. La verdad es que
no sabía lo que podrías pasar; no estaba segura de que pudiera aguantar todo el
concierto. Bien, nos emocionamos con las canciones de Lluís Llach, y su orquesta. Incluso al terminar el
concierto, mi hijo quiso dar una vuelta por el recinto que estaba en fiestas.
Hasta cantó bajito, ¡claro!, unas canciones de Llach que la tenía olvidadas y
le vinieron a la memoria y que precisamente Llach no había cantado. Era una de
aquellas cosas tristes que le pasaban en la cabeza de mi hijo: de aquí aquí, no
se acordaba de nada, de aquí aquí se acordaba de las letras de canciones, de
poesías… Y, eso, era “una gran putada”, porque cuando él se daba cuenta le
hacía padecer mucho y se preguntaba desesperado el por qué le pasaban aquellas cosas.
Cuántas veces habíamos pensado que hubiera sido mejor dejarlo del todo como un
deficiente mental sin memoria… ¡En fin!...
A menudo la ilusión que todavía tenía mi hijo, no le hacía darse cuenta
de los grandes esfuerzos físicos que tenía que hacer, que como siempre le
pasaban factura. Llegamos a casa – siempre encontrábamos taxistas muy amables
dispuestos a ayudarnos, Él, como se puede comprender, totalmente agotado. Al
llegar cayó casi desmayado en la cama.
Todo y así, con voz que apenas si se le oía, al darse cuenta de mi
preocupación, me dijo: “No te preocupes por mí, mamá, estoy bien y he estado
muy feliz!...
Él, ¡pobre hijo mío!, siempre que le preguntabas cómo se encontraba,
respondía, que bien. Cuando yo le decía que no tenía porque disimular, que cuando
uno está mal, pues está mal, me decía: “Sí,
ya lo sé madre. Pero no tengo porque amargar la vida a los demás con mis
historias. Bastante las tenéis que aguantar vosotros. Qué ganas tengo de que
todo esto se acabe. ¡Qué ganas tengo, madre!.”. Él, todavía tenía
esperanzas de que todo lo que le pasaba, acabaría bien… Hasta el final, ¡un
gran luchador!
EMPIEZAN LAS CAÍDAS APARATOSAS
UN SUFRIMIENTO MAS AÑADIDO
Siempre que le era
posible, Arturo, intentaba dejar la silla de ruedas y sujetarse en mi brazo, en
el bastón… o con el bastón y mi brazo, según su estado.
Si bien podemos decir
que las crisis de paralizaciones las teníamos controlada, algo muy importante,
porque tal y como tenia los huesos si se
caía se le podían romper con mucha facilidad, algo que ya he explicado en el
episodio desagradable con el médico del Hospital Pere Camps, y sólo le hubiera
faltado esto, en un momento dado lo que le empezó a fallar estrepitosamente fue
su musculatura. Huesos y musculatura que él había tenido tan fuertes, ¡tanto!,
recordaré había practicado mucho deporte desde niño. La musculatura le empezó a
fallar y no valía que estuviera apoyado en cualquier lugar seguro, que
estuviera cogido a mi brazo, y de nos estar en la silla de ruedas, las rodillas
se le doblaban y caía al suelo con todo su peso sin dar tiempo a cogerlo. Estas
caídas eran muy peligrosas para él, se había engordado mucho y caía como un
peso muerto. Otro sufrimiento añadido. Entonces ya no valían recuperaciones, ni
ejercicios ni nada de nada, aunque se le continuaban haciendo las mismas cosas
para que él viera que se le atendía como siempre, y aunque, como sabíamos desde
el principio nada podido recuperar lo ya perdido, el no lo sabía…
Al principio yo dormía en
una habitación cerca de la habitación de mi hijo dejando la puesta abierta,
pero después lo trasladé a la habitación de matrimonio que era muy gran para
poderlo vigilar mejor, porque como que él no era consciente o no se acordaba
que podía caer, se levantaba por la noche, se desorientaba, se daba golpes
contra los muebles y se caía, o si se quejaba como que apenas se le oía, yo no
me entera, y de esta forma le podía vigilar más y a la vez estar más tranquila.
Todo y así, algunas veces me vencía el sueño y me quedaba dormida. A veces me
despertada sobresaltada por los golpes que se deba y que desorientado se
quejaba asustado. Los malditos le habían convertido en un niño pequeño
asustadizo… Cuando le preguntaba el por qué no me llamaba, él, siempre tan
cariñoso, me decía: “Es que, madre, te
veo tan cansada que no quería despertarte”. Pero las caídas debido a la
debilidad de la musculatura ya eran diferentes.
Una noche que también
me quede dormida, me despertó un ruido muy fuerte. Arturo se había levantado
silenciosamente y se había caído. ¡Qué cuadro más doloroso! Estaba en el suelo
todo lo largo que era de cara hacia
arriba, no se podía mover, y con las manos en la cabeza, llorando, iba
diciendo: “¡Dios mío! ¡Dios mío, ayúdame!
¡Ayúdame, por favor!”.
Otra noche, escuche
unos gemidos, abrí la luz y otro cuadro doloroso.
Quiso levantarse y se quedó
medio colgado de la cama y medio retorcido: no se podía mover, tan solo gemía.
Estaba tan pálido, tan acabado… Maldije una y mil veces más a aquellos malditos
de Guix y Rubio, aquel par de seres sin alma ni conciencia que ni una sola vez
quisieron ver lo que le habían hecho a mi hijo. Ni una sola vez quisieron saber
de sus sufrimientos. Al día siguiente llamé al doctor Oliveras. Bien, de hecho
siempre le estaba llamando que siempre venía lo más rápido que podía. Pero, ¿qué
le podía hacer el pobre hombre? Darle ánimos. Se le intensificaron un poco las
“recuperaciones”. Intentando todo lo que se pudiera aunque se supiera inútil,
pero es que Arturo eran un caso tan especial, como todos decían… Pero, por más
especial que fuera, a mi hijo ya se le acaba el tiempo…
A pesar de las recuperaciones, Arturo se
caía allí donde se encontrara: a veces en medio de la calle. Por aquello de que
los médicos le decían que andar era un bien para él, aún sin apenas fuerza él
quería salir a dar un paseo por corto que éste fuera. Aunque fuera fuertemente
sujetado a mi brazo, no te dabas cuenta y ya estaba en el suelo. No te nada
tiempo a sujetarlo. Lógicamente la gente de la calle venía enseguida a
ayudarnos, era un cuadro muy triste… Y, él, siempre tan educado y agradecido,
le decía: “¡Gracias! ¡Muchas gracias!
¡Pero no se molesten, estoy bien!”. Me daba tanta pena mi hijo. ¡Tanta! El
que había sido tan fuerte, tan independiente, y ahora velo así, por unos
malditos hijos de puta…
La gente nos miraba, como preguntándose
qué sería lo que le habría pasado a aquel muchacho que se veía tan bondadoso;
no se atrevían a preguntar… Cuando se marchaba, mi hijo, me decía: “¡Qué amable es la gente ¿verdad, mamá?”.
Siempre tan agradecido… Todo y las caídas,
cuando le decía de coger la silla de ruedas, él me decía que por poco
que pudiera andar, él andaría… ¡Poder caminar!... A veces se tenía que recostar
en la pared de algún edificio y pálido a más no poder y cayéndole el sudor de
debilidad, iba resbalando hasta quedarse sentado en el suelo; entonces tenía
que dejarlo e ir a buscar la silla de ruedas. Cuando esto pasaba, lógicamente,
estábamos cerca de casa y algún que otro vecino se quedaba con él entretanto
iba a buscar la silla.
Contaré una cosa que quizás parezca
absurda pero que hubiera sido mi ilusión: que el sueño que tenía repetido y a
veces sigo teniendo se hubiera convertido en realidad. A menudo soñaba que
corríamos los dos porque íbamos de viaje y se nos escapaba el avión. Le veía
corriendo tan bien… tan fuerte…
Si se encontraba un poco más fuerte – ya
se va viendo que los cambios eran continuados; nunca sabías como acabaría el
día -, aprovechábamos aquellas salidas para ir a comer o a cenar en algún sitio
pintoresco, en alguno de aquellos sitios que él cuando estaba “bien con su
neurosis”, descubría y me invitaba. También íbamos a algunos de los que había en
el Paseo Colón de Barcelona. La mayoría ya han desaparecido, sólo queda la
“Gamba” de Mariscal. Ha sido una pena que quitaran todos aquellos restaurantes,
porque todo aquello era muy bonito especialmente en la noche…
Pero, desgraciadamente, para mi hijo, y
de aquellos pocos placeres podía disfrutar: la comida que tanto le gustaba se
le tornaba con un gusto amargo, tan desagradable que hacía que no la pudiera
tragar. Entonces me decía desesperado: “Pero,
¿ahora que es lo que me pasa? Yo no lo entiendo, si esta comida antes me
gustaba tanto. Es que esto no se acaba nunca, cuando no es una cosa es otra.
¿Cuándo se terminará?”. Su cerebro por la maldita radiación, le jugaba
malas pasadas, tanto era así, que en más de una ocasión, estando sentados en la
terraza de una cafetería, él quiso pedir los refrescos: no pudo, no le salían
las palabras, se quedó sin poder hablar. Fue dramático y muy doloroso para mi
hijo.
Como que Arturo se pasaba la mayoría de
las noches sin poder dormir a causa de sus dolores y malestar, cuando durante
el día me parecía que descansaba, que estaba dormido, le dejaba la puerta
abierta de la habitación y aprovechaba para hacer alguna cosa o para estarme un
ratito en el salón con mi madre. Pero al poco se presentaba en el salón
acompañado de sus muletas, y nos decía, haciéndose el enfadado: “Me creía que os habíais ido y me habíais
dejado solo”. Pero esto lo decía sonriendo, para gastarnos una broma porque
él lógicamente sabía que ni por un momento lo íbamos a dejar solo en casa. Es
que no se podía. Pero, como he contado tantas veces, por poco clara que tuviera
la cabeza, su sentido del humor no lo perdía, a no ser situaciones extremas en
las que ni siquiera nos conocía.
Yo, cuando hacia aquellas cosas le
reñía, porque le decía que nos llamara, porque un día la “íbamos a bailar
todos”. Como no me ponía “dura”, él siguió en lo que consideraba una broma y se
puso a bailar: fue de un lado para otro, se dio contra la biblioteca de la
sala, tuve que levantarme rápidamente para cogerlo, y, bien, ¡pobre! la broma
que nos quería hacer acabo siendo un gran susto. Todo era dramático en mi hijo;
como ya he explicado antes, Arturo bailaba muy bien, especialmente los bailes
rusos en los que se necesita una gran fuerza y vitalidad… Él a veces creía que
podía hacer las mismas cosas que hacía antes…
Recuerdo que algunas veces se miraba en
el espejo, y se decía con profunda tristeza: “¡Quien me tenía que decir a mí
que me pasaría una cosa así!”.
Todo el tiempo estaba maldiciendo
interiormente a los que habían condenado a mi hijo a morir y además haciéndole
padecer tanto. Pero había situaciones en que tenía que decirlo gritando, y una
de esas situaciones fue en un día, en el que creía que creía, como otras veces,
que estaba descansando, dormido, salí de
la habitación y me quede en la sala con mi madre. De vez en cuando iba a verle.
Dejé pasar un rato más largo en la creencia de que seguía dormido. La
habitación estaba un poco alejada del salón. En la otra parte de la casa, pero
se me ocurrió ir a buscar un libro en la biblioteca del despacho de su padre,
que es cuando encontré el libro “El drama de la ausencia”. Desde aquí, cuando
tuve el libro en mis manos, escuche unos débiles quejidos, fui rápidamente a la
habitación y el espectáculo que vi, me dejó aterrada: Mi hijo se había querido
levantar de la cama y cayó al suelo; quedó sentado con su espalda apoyada en la
mesita de noche, con la cabeza caída hacia delante, como un deficiente total;
se había orinado encima, todo mojado y helado. Grité, viendo reflejadas las
carotas de los malditos Guix y Rubio: ¡Hijos de la gran puta os mataré os
mataré!
Levante a mi hijo que no se ajuntaba, y
cuando le pregunté: ¿Però fill meu, per qué no em cridaves?. (¿Pero hijo mío
porque no me llamabas?). Él respondió con un hijo de voz: “Jo ja et cridava, mare, però tu no em senties”. (Yo ya te llamaba, madre, pero tú no me
oías). No puedo sacarme de la cabeza lo que debió de padecer mi hijo
pidiendo ayuda y sin que nadie le oyera, ni puedo describir la pena que me daba,
ni el odio cada vez mayor que siento por los malditos una y mil veces malditos
Guix y Rubio. Mi hijo que había sido un chico tan sano, tan fuerte, tan
inteligente…
Recordaba cuando mi hijo decía, que antes de ser un invalido o
deficiente mental que necesitara del cuidado de otra u otras personas,
preferiría estar muerto, y ahora…
Recordaba cuando me decía que si alguna
cosa de lo que le había hecho no hubiera salido bien, que no hiciera nada en
contra de los médicos porque ¡pobres! lo habrían hecho sin querer y lo estarían
pasando muy mal!”. ¿Muy mal? Sinvergüenzas asesinos. Ni una sola vez le
quisieron ver y ni una sola vez preguntaron por él a los médicos que le estaban
tratando. ¡Malditos! ¡Malditos por siempre!
YA
VAMOS HACIA EL FINAL DE LA VIDA DE MI HIJO
HABÍAN PASADO 4 AÑOS Y TRES MESES DESDE
EL
PRIMER INGRESO EN EL HOSPITAL DEL MAR
Arturo se encontraba en casa como otras
veces. Llamé al doctor Oliveras porque lo veía muy mal, también como otras
veces, pero ésta… y no quería ingresarlo otra vez al hospital porque él
últimamente se asustaba mucho y yo tenía miedo de que si lo ingresara no
volviera a salir con vida: ¡Qué grandes contradicciones me pasaban por la
cabeza!... ¡Tenía tanto miedo de que llegara aquel momento!…
El doctor Oliveras vino con una
enfermera del hospital para que le sacara sangre para hacerle una analítica de
urgencia. Esta enfermera lo hacía muy bien y como que Arturo ya se le rompían
todas las venas, pues como digo, lo hacía muy bien, y es una atención que yo
tengo que agradecer mucho al docto Oliveras: evitar al máximo los sufrimientos
a mi hijo. Al doctor Oliveras y también a su psiquiatra doctor Ros que enviaba
a su enfermera para que le hiciera las extracciones que también era una gran
profesional. Aunque ya se sabía lo que había, el doctor Oliveras quiso saber
cómo estaba analíticamente en aquellos momentos. La misma noche de aquel día,
también llamé a su médico internista. El doctor vino a verle y también lo
encontró ya muy mal. Me dijo: “Qué le puedo decir si ya sabemos lo que hay.
¡Pobre muchacho!”. Se quedó un ratito con él y me dijo que esperáramos el
resultado del análisis.
Sin tener todavía el resultado del
análisis, a la tarde siguiente de las visitas de los doctores, mi hijo con un
estado de desasosiego no conocido en él, me pidió, ¡por favor! que lo llevara a
la calle; me pidió concretamente que lo llevara a la Plaza de Cataluña. ¿Quizás
quería hacer como una despedida? No lo sé, lo pienso, pero algo muy malo debía
de estar pasando por su cabeza. Yo, en su estado tenía que haberme negado, pero
no dije nada y, en silencio, le ayude a lavarse y a vestirse. Llamé a un taxi y
fuimos a la Plaza de Cataluña tocando a la Rambla. Ese día, él que estaba terriblemente mal, sólo quiso coger el
bastón. Yo permanecía en silencio porque no sabía que iba a resultar de todo
aquello. Mi hijo, por aquellas cosas tan extrañas e incomprensibles que hacía,
sin atender a nada empezó a “caminar”; iba de un lado para otro, no se dejaba
coger, cruz´por delante de un autobús dándonos un susto de muerte, digo
dándonos por ese día nos acompañaba una amiga de años que estaba aterrada de
ver como estaba Arturo, incluso estaba de mal humor, cosa no habitual en él que
por más mal que se encontrara, nunca le veías de mal humor. Siguió hasta que no
pudo más y le cogió como un desmayo. Cogimos un taxi y me lo llevé a casa, no
quería ingresarlo en el hospital. Una
vez en la cama, agotado, quedó medio dormido. Me recriminaron el que hubiera
accedido a su petición en su estado, pero no quería prohibirle una cosa que en
aquel momento necesitaba tanto.
Cuando me llamó el médico internista
para saber cómo se encontraba Arturo y le conté lo que había pasado aquella
tarde, primero se quedó en silencio, después… después dijo que no se lo podía
creer que cuando lo vio era para ingresarlo en el hospital pero que no me lo
quiso decir para no asustarme. Prosiguió: “No cabe duda de que la resistencia
que tiene su hijo es irreal”.
Del laboratorio me llamaron para que
fuera a buscar el análisis. Me dijeron que lo llevara rápidamente a su médico.
Les pregunté que veían para darme tanta prisa, me consternaron: “el doctor les
dirá”. Se lo llevé a toda prisa al doctor Oliveras. El resultado del análisis
era de gravedad extrema, bien, cómo otras veces, pero en aquella ocasión lo
ingresé otra vez al hospital. ¿Por qué? ¿Si ya sabía lo que me dirían? Pero
aquella situación tan difícil, dramática y dolorosa, estaba llegando a su
final.
Arturo ingresó de nuevo en el hospital:
sería su último ingreso y también su última salida. El tiempo ya se le estaba
acabando a mi hijo, aunque ¡pobre hijo mío!, su calvario tardaría unos dos
meses más en terminar.
ARTURO VUELVE A INGRESAR EN EL HOSPITAL DEL MAR
SERÍA SU ÚLTIMA ENTRADA Y TAMBIÉN SU ÚLTIMA SALIDA
ME COMUNICAN QUE SERÍA NECESARIO OPERAR
Arturo se encontraba
nuevamente ingresado. Mi hijo estaba asustado y yo también. Por más que durante
todos estos años pasados dijera que tenía asumida la muerte de mi hijo, no era
cierto. Me preguntaba si en esta ocasión mi hijo era consciente de su grave
realidad, y si era así, pensaba: qué cruel sería para él después de tantos
esfuerzos, de tanta lucha, de soportar tantos sufrimientos y de no perder nunca
la esperanza, ver que iba a morir sin que nadie pudiera hacer nada por él!
Además, para su gran desgracia, en esta ocasión estaba mucho más consiente que
otras veces y con la mente más clara. Esas cosas extrañas que le hacia la
radiación en su cerebro, por qué si estaba tan mal, que el edema ya lo estaba
invadiendo todo, si el corticoide Dexametasona ya no serbia para nada, ¿por qué
no se quedó como otras veces qué, primero se quedaba sin conocernos y después
casi sin conocimiento? Pero, ¡no! Fue tan cruel lo de mi hijo que hasta el
último momento tuvo que estar padeciendo tanto física como mentalmente lo
indecible.
El doctor Oliveras vino
a ver a Arturo, y me dijo que quería
hablar conmigo; que me esperaba en su despacho. Mi hijo lo oyó y me preguntó
inquieto: “¿Què passa alguna cosa, mare?”
(“Qué pasa algo, madre?)” Le contesté
que estuviera tranquilo, que no pasaba nada. Recuerdo su mirada angustiosa y
resignada a la vez, como preguntándome en silencio lo que tantas otras veces me
había preguntado: “¿No me estáis
engañando, madre? porque a veces me habláis como si fuera un tonto”. Y cómo
otras veces con tanta tristeza: “Y tú
sabes que no lo soy”. Y era verdad, mi hijo seguía siendo el chico
inteligente había sido siempre, lo que le pasaba no tenía nada que ver con la
inteligencia, lo que le pasaba era la destroza que le habían hecho en su
cerebro.
Pero, aunque yo le
dijera que estuviera tranquilo, él se fue angustiando más y más, fue decayendo
deprisa y cuando no me veía en la habitación, sin apenas fuerza se levantaba de
la cama y como podía salía al pasillo a buscarme. Las enfermeras tenían que
correr a cogerlo para evitar que se cayera al suelo.
Fui al despacho del
doctor Oliveras que me estaba esperando. Quería ponerme al tanto de lo que
estaba pasando en el cerebro de mi hijo: me dijo que el edema – efecto de la
radiación -, se había llenado de tal cantidad de líquido encefaloraquiïdeo,
que si no le operábamos, es decir, si no lo vaciábamos, mi hijo podría empezar
a sufrir fuerte dolores de cabeza. Habían pensado que si lo operaban podrían
sacarle la presión y su final ser menos doloroso. También habían pensado
extirparle las células quemadas que pudieran: menos quemado menos daño.
El corticoide
Dexametasona, durante todos estos años, había intentado hacer de muralla protectora de las células
sanas que le quedaban; al desinflamar el edema evitaba que éste dañara el resto
de células y como mi hijo era una persona tan fuerte, pues resistió lo que
nadie se podía imaginar que resistiera. Pero, ahora ya, el edema, la radiación
podían más que el corticoide. Ahora mi hijo ya había agotado todas sus
reservas para poderse defender. De todas
formas sobre el mecanismo del corticoide Dexametasona, el doctor Oliveras no me
contó nada nuevo que ya no me hubiera
contado antes de alguna manera.
El doctor Oliveras,
lógicamente, me dijo que yo era la única que podía decidir si se operaba a mi
hijo o no. Ya sabía que no era para salvarle la vida, aquello ya era un
imposible, pero sí para evitar que sufriera lo menos posible en aquel camino
doloroso hacia la muerte. Entendía que era una decisión muy difícil y muy dura
de tomar, pero era la única que lo podía decidir.
Entretanto escuchaba al
doctor con mucha atención, la cabeza me empezó a bullir y a dar vueltas. En
medio de aquella negra nebulosa que me
iba envolviendo, me pregunté: ¿Es que mi hijo no ha tenido, tiene, bastante
sufrimiento para tener que pasar ahora por una cosa así? El doctor Oliveras me
dijo que lo pensara y le comunicara mi decisión.
Antes de volver a la
habitación para estar al lado de mi hijo, fui a pasear por el Paseo Marítimo,
para pensar y decidir lo que tenía que hacer. Pero, ¿qué podía decidir? ¿Qué?
Pero, ¿quién era yo para decidir una cosa tan terrible sin el consentimiento de
mi hijo? Y, ¿cómo se lo íbamos a decir sin contarle la verdad que lo único que
hubiéramos conseguido era provocarle más dolor y desesperación y sin que esto
cambiara nada su final? Y, si no lo operaban, ya que había llegado su hora…
Pero, ¿y si no dejaba que le operaran y empezara a tener dolores de cabeza que
quizás le podrían volver loco? Estuve rato y rato andando como si estuviera
perdida. Pero, tenía que tomar una decisión: una cosa o la otra.
Después de pasado un
buen rato de estar andando por el Paseo, con una angustia que no puedo
describir, con un dolor en el pecho que me asfixiaba, volví al hospital
decidida a dar mi consentimiento. Todo y así, me asaltó una duda que le planteé
al doctor Oliveras: Y, si mi hijo resiste la operación y se le vuelve a llenar
el edema, ¿se tendrá que operar otra vez, y así una y otra vez? El doctor
Oliveras, ¡pobre hombre! ya no supo que contestarme. La verdad que con mi
pregunta, debía pensar que yo todavía tenía esperanzas y que después de tantos
años todavía no me daba cuenta de la auténtica situación. Pero, también me
pregunté: ¿Cómo le explicaríamos a mi hijo lo de la operación si como él creía
no tenía nada para operarse?
El doctor Oliveras y
yo, le explicamos, como pudimos, lo de la operación; la verdad es que no
recuerdo exactamente como se lo planteamos. Lo que si recuerdo es que mi pobre
hijo no entendía nada de lo que le explicábamos, pero al final pensó que si el
doctor Oliveras creía que sería bueno para él, pues él también lo creyó y de
momento se quedó conforme. Pero, después
mi hijo empezó a llorar amargamente y aterrado, empezó a hacer preguntas:
Preguntaba, que era en realidad lo que tenía, lo que le pasaba, que si no le
estábamos engañando, la más persistente. ¡Qué difícil me resultaba engañar a mi
hijo! ¡No poderle decir la verdad cuando, quizás ni siquiera saldría con vida!
Pero, ¿qué le tenía que decir, que aquella operación tan solo era para que no
sufriera tanto para morir? Era lo único que le podía decir si era cuestión de
decirle la verdad, pero… ¡esto!
Intentamos calmarle,
animarlo y convencerlo para que se dejara operar. Pero… ¿convencerlo de qué, si
él no podía decidir nada? Le recuerdo con aquella mirada interrogante y
profunda hasta el tétano, una mirada todavía inteligente, preguntándome: “¿Por
qué, madre? ¿Por qué de todo esto?. ¡Yo no lo entiendo!”. Y yo no le podía
decir la verdad, tan solo mentiras piadosas?... Él que había sido una persona
que no aceptaba el engaño, y, ahora yo tenía que mentirle en lo que era más
doloroso de una vida y en lo que tan sólo uno mismo es el que tiene derecho a
decidir. Él quizás no saldría vivo de la operación, no habían garantías, pero,
¡Dios mío! ¿Qué podíamos hacer? Aunque ahora, pasados los años, me arrepiento
de haber dado mi consentimiento, pero entonces…
Una vez dado mi
consentimiento, se produjo una situación extraña, quizás vista desde fuera del
hospital. Un médico de confianza, me dijo que en el hospital se les había
presentado un problema, y era que debido a lo mal que estaba Arturo ningún
médico le quería tocar el cerebro por miedo a que se le quedara muerto en la
sala de operaciones y nadie quería asumir este riesgo. Pregunté, que era lo que
se hacía en un caso como este. En un caso así es el Juez el que tiene que
decidir. Me quedé muy sorprendida, pero lo entendí. No obstante al final los
médicos del Hospital de Mar consideraron que si durante todos estos años habían
estado atendiendo a mi hijo, que no estaría bien ahora dejarlo en manos de
otros médicos de otro lugar que no lo conocieran. Y, asumieron la
responsabilidad. El día de la operación, tranquilicé a la doctora que iba a
hacerse cargo de Arturo. Le dije que estuviera tranquila, que no se angustiara,
que si no salía bien, que yo sabía que no sería su responsabilidad. Yo se lo
decía muy serena, pero estaba desecha por dentro. Mi pobre hijo, tanto luchar,
para terminar…
LA OPERACIÓN:
UN HECHO DURO, DOLOROSO Y
DRAMÁTICO QUE PRECEDIÓ
A LA MUERTE, TENÍA QUE HABER TENIDO VALOR PARA DEJARLO MORIR SIN OPERAR
A LA MUERTE, TENÍA QUE HABER TENIDO VALOR PARA DEJARLO MORIR SIN OPERAR
Los pocos días que precedieron a la operación, mi hijo estuvo angustiado,
intranquilo, nervioso y aquel “por qué se tenía que operar”, se repetía
constantemente. Arturo ahora era una mezcla de niño pequeño asustado y adulto
desvalido, se le veía tan frágil y tan a mercé de cualquiera, sin capacidad para
poder decidir y sin entender bien bien lo que pasaba que estaba aterrorizado.
No me sacaba la vista de encima, él que había sido un chico fuerte y valiente.
Era tan triste y tan duro, pero tan triste y tan duro ver a mi hijo en aquel
estado…
Llegó el día tan temido: el día de la operación. Fui animándole y
tranquilizándole, demostrando por mi parte una actitud de “cómo si no pasara
nada”, la cual cosa no sé si a mi hijo le hacía bien, pues podía pensar que yo
no me enteraba de sus sufrimientos ni de sus miedos. No lo sé. En realidad no
sé si es que quería dar valor a mi hijo o dármelo a mí misma, porque también
estaba muerta de miedo. Después he pensado que fui una gran egoísta.
Acompañé a mi hijo con la camilla hasta la puerta que precedía a la sala
de operaciones. Por el camino, él me miraba insistentemente con una tristeza
infinita. No me decía nada, solo me miraba. Yo también lo miraba pero quizás
con demasiada firmeza, quería hacerle entender que todo iría bien, pero él era
una persona tierna y muy cariñosa, no sé si mi actitud le hizo bien. Le apreté
las manos, él también hasta donde pudo. Antes de entrar en la sala, le di un
beso y le dije: “Fins desprès, fill meu”.
(“Hasta luego, hijo mío”.) Él también
me dio un beso. Se lo llevaron y él me fue siguiendo con la mirada hasta que la
puerta se cerró tras él.
Me senté en un banco que había delante de la puerta por donde había
entrado mi hijo, a esperar. No pensaba en nada, no podía pensar, estaba
aturdida. Pasó el tiempo, esperaba de un momento a otro que alguien me dijera
alguna cosa, no sabía si saldría con vida, pero nadie me decía nada.
Al cabo de mucho rato, casi dos horas, salió un enfermero de la sala. Era
una persona a la que le teníamos mucha confianza, ya le conocíamos de tantos
años, además había cogido mucho afecto a mi hijo. Le pregunté angustiada, si ya
estaban terminando. Me dijo, que justo terminaban de empezar; Arturo tenia las
venas muy mal y hasta aquel momento no habían conseguido ponerla la vía. Me
quedé aterrada: mi hijo sin saber el porqué estaba, solo, muerto de miedo como
estaría y nadie me dijo nada. ¿Por qué no me comunicaron lo que estaba pasando?
Yo hubiera podido llamar al doctor Oliveras para que enviara a su enfermera o
yo qué sé, hacer alguna cosa para evitarle tanto sufrimiento añadido inútil.
¡Pobre hijo mío! Yo le hubiera podido hacer un poco de compañía, consolarlo,
quitarle la soledad y el miedo que debía sentir… Mi hijo allí solo, lleno de
terror como estaría y yo sin saber si lo volvería a ver más con vida. Cuando una
persona se tiene que operar y sabe el porqué, es una cosa, pero cuando una
persona se encuentra en una sala de operaciones y ni siquiera sabe el porqué,
ha de ser terrible. Él que había sido tan autosuficiente, que no aceptaba el
engaño, y ahora, allí, sin tener opción para decidir nada. Esto es una más de
aquellas cosas que tengo clavadas en mi corazón: haber decidido por él.
Los médicos y el personal sanitario del hospital, siempre se habían
portado muy bien con Arturo, incluso con gran deferencia diría yo, dándonos
todas las facilidades para todo. Desgraciadamente fue como nuestra segunda casa
durante más de cuatro años. Les daba mucha pena Arturo, primero por lo que le
habían hecho y después por lo bondadoso y atento que era con todos. Pero en
aquella ocasión no se portaron bien, sabían que Arturo se podía morir y por lo
menos me hubieran tenido que dejar estar junto a él delante de tanta dificultad,
al menos hasta que lo hubieran podido dormir.
Quizás sea un poco injusta con los médicos y las enfermeras que estaban
con Arturo en la operación; les conocía y eran buenas personas, no lo sé…, pero
eran momentos muy duros, podía ser el final de la vida de mi hijo y aunque yo
ya lo sabía, aquello de estar intentando
picharlo una y otra vez, una y otra vez durante dos horas y él con lo que
padecía… No sé… Si hubiera muerto
entonces, qué soledad más grande, que abandono más terrible para mi pobre hijo.
Todo esto es lo que tengo que agradecer a los malditos médicos Guix y Rubio.
Dentro de mi aturdimiento, entretanto esperaba y no queriendo pensar en
lo que podría pasar, me empezaron a pasar por la mente cosas… situaciones
vividas en el hospital y como el personal sanitario se había mostrado siempre
tan comprensivo. Ahora recordaba un hecho que alteró un poco la planta de donde
se encontraba Arturo en una de aquellos ingresos, en los que, como siempre, no
sabias lo que podría pasar: siempre un ¡ay! en el corazón.
Después de la muerte de su padre, Arturo que también fumaba aunque no
tanto como su padre, hizo los posibles para dejar de fumar y prácticamente lo
consiguió. Llevó a cabo un régimen
vegetariano que, cuando lo enseñó a los de casa y a sus amigos, se hicieron
apuestas asegurando que no lo podría seguir. En verdad era un régimen
“Draconiano”, muy extraño, pué él lo siguió al pie de la letra, con mucha
fuerza de voluntad, porque si no tenias fuerza de voluntad era imposible
seguirlo, y dejó de fumar totalmente, después un cigarrillo de vez en cuando. Cuando
hizo la aparición la radionecrosis, el tema del tabaco quedó olvidado. Pero en
el ingreso que nos ocupa, cuando se recuperó un poco, pidió un cigarrillo. Como
que estaba en la cama, no se podía levantar y estaba prohibido fumar en la
habitación, y menos en la cama, le pregunté al doctor Oliveras, si le dejaría
fumar aunque solo fuera un cigarrillo. El doctor Oliveras un buenísimo hombre,
me dijo: “Qué fume todo lo que quiera. Si… ¡pobrecito!”...
Arturo empezó a fumar de una forma compulsiva; un cigarrillo tras otro
aunque de cada uno solo hacia un par de pipadas, se le iban cayendo al suelo.
Las enfermeras que entraban y salían de la habitación, le decían para que
estuviera tranquilo: “Arturo, no sabemos lo que nos pasa cuando entramos en
esta habitación que no vemos nada, no nos enteramos de nada. Tú tranquilo”. Él,
en los momentos de más claridad, les hacia un guiño como de complicidad.
Entretanto, los enfermos de la planta que podían salir al pasillo y familiares
le venían a ver; le decían que era un “enchufado”, y que si a ellos no les
dejaban fumar cuando se encontraban en la cama, harían una protesta.
Lógicamente lo decían de broma y él les correspondía con una sonrisa, o según
el día diciendo y según lo que le dijeran, él respondía con un: “¡Hombre! Puès em sembla molt bé!”. (“¡Hombre! Pues me parece muy bien!”. En
realidad no sé si, en algunas ocasiones, sabía muy bien lo que le decían. Después,
algunos enfermos y familiares de quedaban un ratito para hacerle compañía; era
muy de agradecer. De eso sí que era consciente.
Recordaba una de tantas otras ocasiones en que Arturo ingresó en el
hospital en que se quedó sin poder orinar, ni con la sonda lo conseguían, y si
no lo conseguían mi hijo moriría en poco tiempo. Los médicos creían que la
radiación estaba tocando puntos vitales sin que la Dexametasona pudiera
retrasarlo. Pero cuando al final se consiguió que mi hijo orinara, hubo una
movida de alegría: los médicos de planta y de otras plantas y las enfermeras
iban diciendo, en voz alta: “¡Arturo ya ha orinado! ¡Arturo ya ha orinado!”. Pensaba, todas estas personas tan preocupadas
por mí hijo y los que le hicieron este daño tan monstruoso, ni una sola vez
preguntaron por él.
Entretanto estaba absorba en mis pensamientos, me comunicaron que mi hijo
había salido con vida de la operación. Me dieron una gran alegría, ¿cómo no? Me
explicaron que ten solo tocar el cerebro les salió a presión una cantidad de
líquido impresionante. Estaba deseando ver a mi hijo, pero también me surgió
una pregunta: ¿Qué pasará ahora? Me quedé en silencio, esperando…
Para su desgracia, Arturo era tan fuerte, que todavía viviría unos meses
más. Qué gran contrasentido decir para su desgracia cuando tendría que haber
dicho por suerte. Pero, ¡no! A mi hijo se le operó para evitarle sufrimientos
los días que le quedaran de vida, pero a pesar de la buena intención que se
tuvo, se le añadieron más sufrimientos. Dejó de comer y beber por sí sólo, se
le tuvo que alimentar a través de una sonda nasogástrica, sonda que, a veces,
inconscientemente se arrancaba. Volvérsela a poner era un martirio para él
porque tenía todos los tejidos tan mal que un pequeño roce hacia que se le
rompieran produciéndole un gran dolor. Una vez fue terrible volvérsela a poner,
no podían y empezó salirles borbotones
de sangre por la boca y la nariz; pobre hijo mío, me miraba desencajado,
asustado. A mí sólo se me ocurría decirle: ¡Aguanta! ¡Aguanta!.
Después de la operación, mi hijo perdió la alegría que siempre había
tenido así que se recuperaba un poco; perdió el buen sentido del humor que
había tenido incluso en sus momentos más difíciles…
Después de la operación, se produjo una escena tan ----- que incluso dejó
a los médicos que se encontraban con él en aquel momento, llenos de angustia y tristeza. Creo que fue el momento
en que mi hijo se dio cuenta de verdad que podía o iba a morir. Mi hijo, ya
pálido como un muerto, con la sonda nasogástrica puesta y llorando, se abrazó a
su médico, doctor Ros que había venido a verle, y con voz que te rompía el
alma, le dijo, más bien fue un ruego: “¡Ayúdeme!
¡Por favor! ¡Ayúdeme!”. Aquella súplica, dicha con tanta ternura a la vez
que desesperación, me hundió del todo.
La escena fue dramática a más no poder. Su médico que también le abrazó,
me miraba, lleno de profunda tristeza, ¿cómo no? Ya nadie ni nada podía ayudar
a mi hijo, ni el tan temido Dexametasona. Ya nada servía para nada. Sentí una
soledad inmensa, sentí que estábamos solos como abandonados y sentí un gran
helor interior. Todo se había acabado.
Pasados unos días, me lleve a mi hijo a casa. Ya no volvería a ingresar
en el hospital.
Arturo seguía con la sonda puesta, pero ni con la sonda podía
alimentarse; lo vomitaba todo, además acompañado de una gran mucosidad que le
ahogaba. Yo, para que no muriera por no comer ni beber, cuando estaba un poco
dormido, con mucho cuidado le introducía en la sonda un poco de caldo de carne,
zumo de fruta… Pero, rara era la vez que no se despertara y no me reprendiera. Su cabeza dentro de todo
el desastre que llevaba, a veces le respondía. Recuerdo sus ojos que habían
sido tan bonitos, tan luminosos, ahora tan tristes y apagados… Me reprendía y
con profunda pena, me decía: “Mare, això
que fas, no està bé, ya sé que ho fas pel meu bé, però no ho facis. Saps que no
es pot ulilitzar la voluntat de les persones quan aquestes no estan en poder de
decidir per elles mateixes. T’ho agraeixo, mare, però no ho facis. Una altra
vegada, avisem, per favor!”. (“Madre, esto no lo hagas, ya sé que lo
haces por mi bien, pero no lo hagas. Sabes que no se puede utilizar la voluntad
de las personas cuando éstas no están en disposición de decir por ellas mismas.
Te lo agradezco, madre, pero otra vez avísame, ¡por favor!”)
Me decía que no se podía utilizar la voluntad de las personas cuando no
estaban en disposición de decidir por ellas mismas, y yo decidí por él en aquella terrible operación.
¡Cuánto me arrepiento de haber dado mi consentimiento! ¡Cuánto! Se hizo con
buena intención, pero no sé… Tenía que haber tenido valor de dejarlo morir sin
operar…
Un día en que le estaba alimentando con un poco de zumo de carne
exprimida, se coló un trocito minúsculo de carne por el exprimidor lo que hizo
que la sonda se embozara. Ese día mi hijo estaba despierto y lo hice con su
consentimiento. Si es que mi hijo no quería morir y hacía todo lo que le decían,
pero esto de violar los derechos de las personas…Pensando en el día de los
borbotones de sangre en el Hospital del Mar, para volverle a poner la sonda que
inconscientemente se había quitado, me asusté mucho. Intenté desembozarla de
todas las maneras y no podía, Empecé a gritar a mi madre, que pobre mujer no
tenia culpa de nada por el nerviosismo que me cogió. Entonces, mi hijo, que
nunca dejaba de sorprenderme en su situación, me dijo: “Madre, escucha, no te pongas nerviosa, si no puedes solucionarlo llama
al Hospital del Mar que ellos te dirán lo que hemos hacer. ¡Tranquilízate!”.
Hice caso a mi hijo: llamé al hospital y, lógicamente me dijeron que si no
podía desembozarla ellos vendrían a cambiársela.
Mi hijo estaba sereno y como puede verse razonando muy bien. Le expliqué
lo que me habían dicho en el hospital y que iba a intentar una vez más a
desembozarla antes de llamar nuevamente al hospital. También le pregunté: Hijo mío, ¿si no pudo y
te la tengo que quitar, intentarás comer un poco sin la sonda, a ver si puedes?
Me dijo que sí, que lo intentaría.
Mi hijo estaba con la mente clara, y dispuesto a hacer lo que le dijera.
Pero no pude desembozar la maldita sonda y cuando me dispuse a quitársela,
cambió de pronto y aterrorizado me cogió las manos y me dijo: “Pero, ¿qué
haces, madre? ¡No ves que no la puedes quitar! ¡No ves que está clavada con
clavos!”. Al final pude desembozar la sonda; mi hijo se quedó tranquilo y
nosotros también. Pero él, tuvo que vivir la tortura de creer que tenia la
sonda clavada con clavos en el rostro. ¿Cómo
hay quien todavía se atreve a decirme que perdone a los malditos que hicieron
sufrir tanto a mi hijo?...
Otra noche, con que amargura la
recuerdo; con mi miedo de que se muriera por no comer, sin hacer caso de lo que
me había dicho, estando o pareciendo que estaba dormido, volví a ponerle un
poco de alimento a través de la sonda. Empezó a vomitar, la cabeza le caía, no
se le aguantaba, se ahogaba debido a la gran cantidad de mucosidad que se le
hacía. Era terrible ver a mi hijo tan débil y con aquellos vómitos… Fui a
buscar unas toallas al baño que estaba en la misma habitación. Sin pensar en
que mi hijo me podría escuchar, me dije, quizás más fuerte de lo que debía:
¡Qué gran desgracia, Dios mío! ¡Qué gran desgracia! Mi hijo, pobrecito, que me
oyó, me dijo llorando y lleno de desesperación: “Yo soy la desgracia, ¿verdad, madre? ¿Pero ¿por qué soy la desgracia?”.
Fue terrible. Me maldije tanto… Intenté calmarlo. Le dije: Pero, ¿cómo puedes
creer una cosa así?...
Durante el camino tan doloroso al que condenaron a mi hijo, él fue perdiendo la
vista. Cuando empezó a darse cuenta de
que para encontrar alguna cosa tenía que ir palpando para encontrarla, asustado me pregunto: “Madre, ¿qué quizás me quedaré ciego?”. Más y más sufrimiento. Yo,
como siempre, mintiéndole; le dije que no se preocupara, que aquello era una
cosa pasajera. Pero ¡no!, no era pasajero. El oculista nos dijo que “todo era
de lo mismo. De la radiación”.
Dentro de padecer tanto dolor,
sufrimientos y ya estando al límite de sus fuerzas, Arturo con aquella
fortaleza y fuerza de voluntad que parecía venidas de otro mundo y que se
resistía a dejar de luchar, me pidió que le ayudara para salir a la calle.
Siempre decía, como ya he contado, que salir a la calle y ver a la gente, le
ayudaba a sentirse mejor…
Salimos un par de veces; él con la silla
de ruedas y la sonda nasogástrica puesta. No hace falta decir lo que llamábamos
la atención, él ya tenía la muerte reflejada en el rostro. Las dos veces
tuvimos que regresar a casa al poco de haber salido. No se aguantaba, pero, él
se resistía a dejar de luchar. Su desesperanza era grande pero él, seguía con
su lucha de cada día…
Recuerdo que, dentro del poco tiempo que
le iba quedando, vinieron a visitarnos unas primas que viven en Méjico. Cada
año vienen. Cuando ya se tuvieron que marchar, Arturo quiso bajar al parquin de
casa donde tenía aparcado su coche y su moto para despedirse. Las primas habían dejado su coche en la plaza
de su padre que ya había quedado vacía. Al aparcamiento se accedía por el
ascensor desde el piso. No quiso coger la silla de ruedas, porque dijo que “estaba
bien”. Iba con bata y zapatillas.
Estuvieron hablando un ratito. Mi hijo, contento por la visita y con un
rostro alegre, le dijo: “Cómo que el año que viene cuando volváis yo ya estaré
bien, os acompañare con el coche por toda Barcelona como antes y volveremos a
visitar el Monasterio de Montserrat”. Y mi hijo, lo decía convencido. Nuestras
primas, tuvieron que hacer un gran esfuerzo para no romper a llorar. Sabían que
no lo volverían a ver más con vida. Lo abrazaron fuertemente…
Aquel día que estaba animado, no quiso
subir a la casa por el ascensor, quiso salir a la calle. Para entrar a la
puerta principal de la finca se tenía que dar una pequeña vuelta. Mi hijo,
cogido fuertemente de mi brazo quiso andar este pequeño tramo. Me dijo que quería respirar el aire de
Barcelona desde la calle; qué le hacía tanto bien… Siempre había estado un gran
enamorado de su ciudad natal Barcelona.
Le recuero, como cogido fuertemente de
mi brazo, sonriente me dijo: “Madre, es
que tú y yo somos la “coña”. ¡Mira que salir así a la calle”. Tan poquita
cosa le hacía feliz…
Cómo he escrito en la solapa de la
portada del que será el nuevo libro, ahora Blog, y como he escrito y he
repetido tantas veces, mi hijo ya estando muy mal, desde la terraza viendo
pasar a la gente, solía decir: “La gente
que puede levantarse cada día para poder ir a trabajar no sabe la suerte que
tiene”. Frase que repito por el significado que tiene. Él, lo hubiera dado
todo para poderse levantar cada mañana y poder ir a trabajar. Amigos y personas
que no llegaron a conocer a mi hijo pero que han leído mis libros o mis
escritos, esta frase les ha hecho reflexionar mucho, según me cuentan…
Pero, en medio de todo esto, los vómitos
no cedían, ni la mucosidad, ni los ahogos. Su médico internista, le recetó unas
pastillas que en aquel tiempo eran muy caras, me dijo que probara haber si la
Seguridad Social me las podía recetar. Cuando fui al médico para que me
extendiera la receta, me preguntó, que quien tenía cáncer en mi familia. Le
dije que no se trataba de cáncer. Le expliqué el caso. Tuve que enseñarla los
informes del Hospital del Mar, para que me creyera. Que se trataba de una
lesión cerebral por radionecrosis diferida profunda e inoperable y para tratar
un problema psicológico. Le costó creer que una cosa así hubiera pasado. Desde
entonces es mi médico de cabecera. Una buena persona.
Debido a que ni con estas pastillas ni
con nada los vómitos cesaban, nos planteamos con el doctor Oliveras, retirarle
la sonda; quizás la sonda le provocaba aquellos vómitos y las mucosidades que
tanto malestar añadido le provocaban. Dijo que haría venir a una enfermera del
hospital para que se la retirara, y que yo intentara alimentarlo con las pocas
cantidades que pudiera tragar, y… qué Dios no ayudara…Mi hijo ya estaba en la
recta final de su vida.
Cuando vino el doctor Oliveras para
decidir definitivamente lo que podríamos hacer, Arturo empezó a vomitar con
aquellos vómitos tan terribles; al verlo el doctor Oliveras, dijo que aquello
no podía ser y que no podíamos mantener por más tiempo a Arturo en aquellas
condiciones. Dijo que él mismo le iba a retirar la sonda. Pero cuando el doctor
se dispuso a retirársela, mi hijo le dijo que prefería que se lo hiciera yo.
Con tantos años cuidándolo, casi me había convertido en una “experta”
enfermera. ¿…? Algo que después destacaría mi abogado en el juicio.
Mi hijo con todo el respeto del mundo y
tan cuidadoso en no dañar a nadie en sus sentimientos, le dijo al doctor
Oliveras: “No se moleste, ¡por favor! Sé que usted lo haría muy bien, pero en
esta ocasión quisiera que lo hiciera mi madre”. El doctor le dijo que no se
preocupara y que estuviera tranquilo…
El doctor y mi hijo siempre se habían
entendido muy bien. El doctor Oliveras, ya lo he dicho otras veces, era una muy
buena persona y muy comprensiva con mi hijo; durante ya estos casi cuatro años
y medio, menos lógicamente los pocos días que estuvimos en Andorra o en Madrid
o en el hospital, venía cada semana a verle a casa, a veces hasta dos veces por
semana. Y, porque como también he contado, nuestra casa se convirtió en un
anexo del hospital del Mar, algo que los jueces, uno tras otro, han querido ignorar
llenos de mala fe.
Con mucho miedo de que pasara lo de la
otra vez que se creyera que tenia la sonda clavada con clavos en el rostro, me
dispuse a sacarle la sonda. Fui retirando la sonda despacio, despacio, pero
aquella sonda no terminaba nunca de salir. El último trozo, salió negro, negro…
Mi hijo quedó descansado y al menos aquellos vómitos terribles tan llenos de
mucosidad que le hacían padecer tanto, cesaron. El doctor Oliveras tenía razón:
en una ocasión me dijo que a veces las sondas provocan aquellas situaciones tan
malas… Una gran contradicción de la medicina…
En una noche en que vino a verle su
médico internista, Arturo tuvo un comportamiento que nos dejó impactados y
llenos de sorpresa. Cuando Arturo vio al doctor, se levantó de la cama y se quedó
sentado a los pies de la misma cama. Le saludó como siempre, sonriente y con
afecto. Cuando el doctor le preguntó cómo se encontraba, respondió que se
encontraba “muy bien”. Siempre queriendo disimular, pero, esta noche…
El doctor empezó a darle conversación
para ver cómo reaccionaba – él ya sabía lo mal que estaba, ¿cómo no? Hablaron
de muchas cosas y también de las noticias que aparecían en la prensa o
revistas. El doctor le dijo que algunas
eran tan interesantes, que las coleccionaba. Y Arturo le dijo, que él
también. Y era cierto. Cuando él podía
salir a la calle comprábamos los periódicos y revistas, cuando no podía salir,
se las compraba yo, aunque tristemente, según su estado, quedaban sin abrir.
Tampoco las podía leer todas, tan sólo las letras grandes, porque casi no veía
y las gafas ya no le servían, ya sabíamos que no era cuestión de gafas… De esta
revistas todavía guardo un montón. Más adelante, pondré algunas…
Durante unos minutos, Arturo estuvo
hablando muy bien, con mucha coherencia –aquellas cosas extrañas que le hacia
la demencia senil provocada por la radiación como ya sabemos. Pero, empezó a
angustiase mucho y cambió radicalmente. Demostrando un gran malestar, se
levantó y empezó a ir, deprisa, de una lado a otro de la habitación sin apenas
sostenerse en pié y dándose golpes contra los muebles y la pared. Me levanté
rápidamente para evitar que mi hijo se cayera al suelo, pero el doctor, me dijo
que esperara unos segundos. Entonces, Arturo hizo una cosa muy especial: empezó
a hacer unos gestos como si llevara un “florete” en una mano y con la otra en
la cintura, empezó a luchar como si tuviera un contrincante delante.
El doctor se quedó impresionado, y hasta
me preguntó si era que Arturo había tomado clases de esgrima, le dije que sí,
me dijo que se le veía un buen estilo. Cómo en aquel momento lo del estilo no
me importaba, me levante y cogí a mi hijo para evitar que se cayera, porque se
veía venir, y lo llevé a la cama. Estaba blanco como el papel y mareado, pero…
volvió a la realidad, y como si nada hubiera cambiado, le dijo al doctor: “Le agradezco mucho que haya venido a verme,
pero ahora me tendrá que perdonar, porqué hoy no me encuentro muy bien”. Le
ayudé a acostarse y se quedó como dormido. El doctor, una vez más, como todos,
me dijo: “¡Pobre muchacho! ¡Qué pena tan grande da! ¡Qué desgracia más grande
ha tenido!”.
Su médico internista, en una ocasión,
vino acompañado de su esposa. Quiso que su esposa conociera a Arturo y viera lo
especial que era.
Sin apenas comer ni beber, mi hijo
seguía luchando por su vida. Se levantaba de la cama… decía que tenía que hacer
cosas… Se sentaba delante del piano, tocaba un poco pero enseguida tenía que
dejarlo porque se mareaba… repasaba sus colecciones… las cartas que estaban sin
abrir y que tenía que contestar… los programas de música para ver cuál de los
conciertos que anunciaban le podría
interesar más… Me preguntaba si le acompañaría… Por aquel viaje que quedó
pendiente en el año 1989… ¡En fin! Fue una lucha constante y desesperada la de
mi pobre hijo para vencer todo lo que le estaba pasando. Unos sufrimientos y
una lucha terrible que ni los médicos que le causaron aquel sufrimiento tan
grande ni aquella muerte tan cruel, ni los jueces que los han juzgado, nada han
querido saber. Pero… algún día…
He de decir que durante estos años
pasado, Arturo consiguió tocar el piano, no una pieza entera, pero si un trozo
bastante importante, lo que hasta a él mismo le emocionó al ver que todavía
podía tocar, aunque cuando lo intentaba de nuevo y ya no podía seguir se entristecía mucho y a
veces rompía a llorar amargamente, preguntándose, el por qué le pasaban
aquellas cosas que no podía comprender.
Recuerdo que su psiquiatra, cuando lo
trataba de su neurosis, lo había oído tocar el piano. Recuerdo, también, que un
día que se encontró con el doctor Oliveras en casa – los dos habían venido a
ver a Arturo ya en plena radionecrosis, ¡claro!, antes creo que no se conocían
-, le preguntó si alguna vez había oído tocar a Arturo. El doctor Oliveras le
dijo que no. El doctor Ros, con admiración: “¡Toca muy bien!”.
Arturo viendo que todo se le hacía tan
difícil y viendo que lo que le pasaba “no se terminaba nunca”, como también me
decía, preguntaba una y otra vez: “Pero,
madre, ¿qué es lo que me pasa? ¡Por qué me encuentro tan mal? ¿Cuál es la causa
de todo esto? No me engañéis, ¡por favor! ¡Decirme la verdad!”. Y, yo…
Otras veces preguntaba: “¿Qué quizás he tenido un accidente con el
coche, con la moto? ¿Una caída esquiando?”. Preguntas que quedaron sin
respuesta. El tratamiento de la DEXEUS quedó borrado de su subconsciente. Tal
fue la confianza que depositó en el doctor Guix. Nunca habló de ello.
SU TRÁGICO FINAL
Arturo, todo y estando tan mal, después
del episodio que he contado con su
médico internista y el “florete”, quiso que le acompañáramos a la feria de Sata
Lucía que desde tiempo inmemorial se exponía en la explanada y alrededores de
la Catedral de Barcelona. Si parecía que después de aquella terrible operación
había perdido toda la ilusión, pues ¡no! Sus ganas de vivir y su capacidad,
digamos para recuperarse y de seguir
ilusionándose por la cosas, no se apagó; se anteponía a su gran dolor,
sufrimiento, situaciones extremas…; todo le seguía haciendo ilusión. Por eso
sus médicos decían, que Arturo era un caso excepcional.
Faltaban poco días para Navidad. Arturo
todavía tenía la ilusión de hacer la lista de regalos para la familia y amigos:
Navidad y Reyes. Se levantó de la cama y se dispuso a hacer la lista para no
olvidarse de nadie. Me dijo que notaba que la “memoria le fallaba”, y el
bolígrafo se le cayó de las manos tantas veces como lo cogió. Me preguntó si
podría qyudarlo a hacer la lista, y también si podría ir a la “Caixa” a sacar
dinero para los regalos. También me preguntó, si le podría acompañar a comprar
los regalos. Dijo que nos quería dar una sorpresa pero que ya veía que no
podría salir solo a la calle. No se acordaba que hacía años que no podía salir
solo a la calle, desde que hizo su aparición la maldita radionecrosis.
Aquel día, vino a vernos una amiga de mi
madre y le trajo una caja de polvorones, que él agradeció mucho. Bien, ya he
repetido que era una persona muy generosa, obsequiosa y también muy agradecida.
Cogió un polvorón y se le cayó de las manos, otro y también se le cayó, y así,
uno tras otro lo mismo que el bolígrafo. Entonces asustado y desesperado,
exclamó: “Pero, Dios mío ¿qué es lo que
me pasa ahora? Pero, ¿qué es lo que me pasa?”. Después de aquello, se quiso poner en la
cama. Ya estaba acabado mi hijo. Pero cuando estaba en la cama, se quiso volver
a levantar para terminar la lista. Él seguía con la ilusión. Era dramática la
situación de mi hijo, él se estaba muriendo y destrozado como estaba, seguía
con la ilusión de Navidad y de hacer los regalos… No sé si nunca tuvo la
certeza de que iba a morir: No lo sé… Yo creo que no, que él siempre tuvo la
certeza de que saldría de aquella situación tan mala, aunque ni siquiera sabía
el por qué se había producido. Aunque a veces… No sé. No sé…
Arturo se encontraba sentado en la silla
de ruedas delante de la mesa del comedor. Quería repasar la lista – casi no
veía, pero…- y escribir una tarjetitas de felicitación. No podía pero él lo
seguía intentando. Mi madre, le dijo: “Nen, fill, descansa una mica. Ja ho
faràs un altre día”. (“Nene, hijo,
descansa un poco. Ya lo harás otro día.”) Pero él, cariñoso como
siempre, le contestó: “Però, iaia, si no
ho faig ara no tindrem temps de fer res. Ja tenim les festes a sobre. No entenc
com m’he pogut retardar tant aquesta vegada!”. (Pero yaya, si no lo hago ahora no tendremos tiempo de hacer nada. Ya
tenemos las fiestas encima. ¡No entiendo cómo me he podido retrasar tanto esta
vez!”. No recordaba nada de su situación anterior. Pero se encontró muy
mal, quiso levantarse de la silla sin dar tiempo a que le pudiéramos ayudar. Se
cayó al suelo. Lo acostamos. Mi hijo ya no volvería a levantarse más. ¡Era su
auténtico final!
Todo esto que explicó de una forma más
bien rápida, no fue exactamente así, fue más lento y doloroso, él quería
entender el por qué le pasaban todas aquellas cosas extrañas que le pasaban y
que cuando se daba cuenta se exasperaba. Su lucha final fue muy desesperada, muy
triste… Pero después de ese día en el que cayó de la sillas de ruedas y tuvimos
que acostarlo, ya no habrían más falsas recuperaciones, ni más luchas
titánicas, ni más esfuerzos que se pudieran hacer, ni más esperanzas, ni más
nada de nada. Aquel ser, ¡pobre hijo mío! que parecía invencible, al final fue
vencido, humillado y machacado. La muerte dejó de jugar con él la macabra
partida que tenía ganada de antemano, desde el principio de todo: desde que,
aquellos malditos de Guix y Rubio con su experimento, le pusieron en su cabeza
a través de un engaño brutal y de una gran estafa, aquellos malditos rayos el
día 3 de marzo de 1988.
Le vinieron a ver sus amigos, los amigos
de siempre. Le trajeron una botella de champan, un par de barras de turrón y
unos bombones. Él estaba consciente y se alegró de verles. Y, les dijo, con
aquel tan suyo: “¡Hombre! ¡Tíos! ¡Qué
sorpresa más grande! ¡Gracias por haber venido!”. Y se saludaron como ahora
suelen saludarse los jóvenes, dándose unas palmadas con la mano. Después, les
pidió disculpas por no levantarse; les dijo que aquel día no se encontraba muy
bien. Comió un bombón; fue lo último que comió. Cerró los ojos… Sus amigos
habían venido a verle casi cada día, pero él no se acordaba.
Durante las horas que siguieron hasta su
muerte, Arturo con toda seguridad, debió sentir, miedo, terror, terribles
sufrimientos… Mi hijo estaba destrozado por dentro y por fuera, además, quería
hablar y no podía, quería moverse y tampoco podía, quedó totalmente paralizado,
aunque para su desgracia, en esta ocasión que tanto lo hubiera necesitado, no
inconsciente.
Tenía todos los teléfonos privados de
los médicos; me los habían dado por si los necesitaba con urgencia, pero,
estábamos en fiestas y no los encontraba. Sabía que podía ingresarlo en el
hospital, pero ya no quería molestarlo más, que no le pincharan más que tanto
dolor le causaba…y, además ya no le iba a servir para nada. Como siempre
habíamos dicho, si tenía que morir que muriera en casa. No quería que lo
hiciera padecer más. Pero la verdad, es que tampoco sabía qué hacer…
Vino a verle una amiga mía que a su vez
vino con una amiga suya que era médico. Cuando vio a Arturo, me confirmó que se
estaba muriendo. Me ofreció la posibilidad de ingresarlo en el Hospital Clínico
que era donde ella trabajaba; allí le podrían poner suero con alguna cosa para…
Lo podría ayudar a que el final fuera más suave, por decirlo de alguna manera.
Le dije que se lo agradecía mucho pero que yo esperaba a sus médicos. Siempre
los había tenido a mano y aquel día… Siempre me ha quedado la terrible duda de
si hice lo mejor para mi hijo. Los médicos siempre me han dicho que sí, pero yo
no lo sé…
La noche del 26 al 27 de diciembre de
1993, mi hijo vivió las últimas horas de su vida; estaba paralizado y, para mí,
como medio adormecido, pero súbitamente, su corazón empezó a latir con unos
latidos tan fuertes que hasta parecía que el corazón le iba a saltar del pecho.
Eran tan fuertes los latido, que a cada latido su cabeza le hacía un gesto como
de levantarse, y el brazo que tenía sobre su pecho, le saltaba. Le retiré el
brazo… Yo seguía intentando localizar a los médicos. El día 27 de diciembre, al
día siguiente de San Esteban, todavía se está de vacaciones, y aún que, como ya
he contado lo podía ingresar en el hospital, no quería marearlo más. Estaba
deseperada! Mi hijo se moría sin poder hacer nada para evitarlo. Y, el corazón
de mi hijo se resistía a dejar de latir… Un corazón tan fuerte… Yo ya
totalmente descontrolada, iba de un lado al otro de la habitación, diciendo:
¡Hijos de puta, os mataré! ¡Os mataré!
Sobre las ocho de la mañana, también,
súbitamente, el corazón de mi hijo, se fue apagando deprisa y su respirar
apenas se le oía. Mi madre, ¡pobre mujer! que siempre había mantenido la
esperanza de que su querido nieto no
moriría, al verlo de aquella manera palideció y empezó a temblar, tuve que
cogerla para que medio desmayada como estaba, no se cayera al suelo. Mi madre
siempre me había dicho: “Ja veuràs com el nen s’ensurtirà. És molt fort, a més,
els metges estan equivocats. Ell no morirà”.
(“Ya verás como el nene, saldrá de esta. Es muy fuerte, además los
médicos están equivocados. ¡Él no morirá!”). ¡Pobre madre mía!…
Aquella noche, viendo a mi hijo tan
destrozado y tan acabado, le rogué a Dios, y le dije, que si era cierto que
existía y no podía hacer nada para salvarle la vida a mí hijo, que lo sacara de
aquel infierno en el que lo habían abocado aquella mala gente; que no lo dejara
padecer más, que mi hijo era una buena persona y no merecía pasar por aquel tormento…
Qué lo dejara descansar en paz. Le dije: “¡Si es cierto que existes, atiende mi
ruego, te lo pido por favor!”. Y, Dios, si es que existe, en esta ocasión
atendió mi ruego.
Como que mi hijo había estado toda la
noche sin beber nada, yo, como una autómata y de forma absurda, sin saber
porqué, si mi hijo ya estaba casi muerto, cogí un vaso de agua, y levantándole
un poco la cabeza se lo acerque a la boca diciéndole: Arturo, hijo mío, has
estado toda la noche sin tomar nada, bebe un poco de agua”. Yo, que estaba
convencida de que mi hijo ya no me podría escuchar, abrió los ojos
desmesuradamente, intentó beber, y así con sus ojos clavado en los míos, con
una mirada llena de terror, de interrogantes, de preguntas que quedaron sin
responder, con su cabeza recostada en
mi mano, dejó de vivir.
Una mirada que parecía seguir
preguntando, aquel: “¿Por qué, madre?
¿Por qué?”. Una mirada que ha quedado gravada dentro de mi corazón y de mi
mente como si hubiera estado gravada con fuego candente.
Mi pobre madre, quedó destrozada, pero
reaccionó como pudo e intentó, llena de entereza, sobreponerse a su gran dolor
por mí. Sólo me preguntó: “Nena, ¿qué ya avisarás a los médicos y a la
familia?”. Le contesté, que esperaríamos un poco. Qué estaríamos un ratito a
solas con él. Mi madre me lo agradeció. Eran sobre las ocho y media de la
mañana o un poco más; no lo recuerdo exactamente.
Mi madre llenó de besos el rostro y las
manos de mi hijo. ¡Me daba tanta pena mi madre!...Yo me senté en la cama, al
lado de mi hijo. Lo estuve contemplando con tanto dolor en el alma… Ahora sí
que descansaba…Pero, que crueldad tan grande, después de tanta lucha, de
soportar tantos sufrimientos, tantos dolores, de no desfallecer nunca y de
mantener siempre la ilusión… Todo tan inútil. ¡Todo para terminar muriendo!
Qué sentimientos más contradictorios se
despiertan después de la muerte: Ruegas a Dios para que se lleve a tu hijo, y
después, cuando Dios ha atendido tu ruego, te maldices por habérselo pedido…
Yo, que siempre había sido de lágrima
fácil, que nunca podía contener las lágrimas o el llanto cuando sentía pena,
ahora no lloraba. Eso parecer ser que pasa a bastantes personas en situaciones
dramáticas como esta, pero, no cabe duda
de que esto es una cosa muy mala, porque este llanto que tenías que haber
dejado escapar de tu pecho el día de la muerte de tu hijo, te quedará apresado
dentro de ti, y siempre lo tendrás ahí, por más que llores después. Siempre
recordándote el momento justo de la muerte de tu hijo. Hay que intentar llorar…
Es extraña la medida del tiempo dentro
de la mente humana, y es extraño como, en pocos minutos, pueden pasar tantos
recuerdos, revivir tantos hechos… ¡Toda una vida!...
Mientras miraba a mí querido hijo, ya
sin vida, me vino a la memoria el recuerdo de su primer día de escuela. No
había cumplido todavía los dos añitos. En aquella escuela, que no era una
guardería, no lo querían por eso porque no tenía los dos años. Pero lo vieron
tan despierto y con tantas ganas de acudir que lo aceptaron.
Yendo por la calle, todo el mundo lo
miraba; tan decidido y tan deprisa para no llegar tarde como él decía: “¡Añem, añem, no ens tanquin la porta
aquella gent i no puguem entrar”. (“Vamos,
vamos, no nos cierren la puerta aquella gente y no podamos entrar.”) Tan
pulido como era, con su carterita, contento con su cuaderno, sus lápices de
colores… Iba muy contento por el camino, pero cuando llegamos y vio que lo iba
a dejar, empezó a hacer “pucheros”. Empezó el drama. La señorita con mucho
cariño, se lo llevó para dentro de la clase, pero ya me pareció que la cosa no
iría bien.
Estuve esperando una llamada de la escuela, pero no me dijeron nada
durante toda la mañana; pensé que estaba equivocada. Esperaba con impaciencia
el momento de irlo a buscar. Cuando me vio, entonces sí que fue un drama que
incluso extrañó a la señorita que me dijo que se había portado muy bien todo el
tiempo. Otras madres, decían: “Oh! pobret! Què li passa?”. Pero también les
hizo reír la forma en que me cogió de las manos para llevarme deprisa hacía la
puerta de salida, diciéndome entre llantos: “Añem,
añem a casa. Aquesta gent fa coses que son unes tonteries. No m’agrada gens”.
Pensé que si el ir a la escuela le tenía que hacer padecer siendo tan pequeño,
que no valía la pena. Lo cierto es que su padre y las abuelas no estaban
conforme en que lo llevara a la escuela siendo tan pequeño, pero el pediatra me
había dicho que como era tan vivaracho, que le haría bien. Pero, bien… ¡Qué
sorpresa!
A la mañana siguiente se levantó sin que nadie le llamara, para ir a la escuela. Le pregunté, ¿pero no dices que no te gusta nada lo que hacen en la escuela? Me contestó muy seguro: “Sí, pero hoy es otro día y yo tengo que ir a la escuela”. Y se repitió lo mismo: contento a la ida, “pucheros” al dejarlo, salida rápida para regresar a casa… Y, así unos pocos días, hasta que se constipó y ya lo dejamos correr. Empezó a ir a la escuela seguido a partir de los tres años. Él, quería ir a la escuela. Era un niño tan divertido y musical, que cuando lloraba ponía letra a la “cantinela” del llanto: Primero las a, e, i, o, u. Después, letras que él se inventaba. Era muy simpático y divertido, pobret Arturo!… Le recordando cantando y bailando aquel, “yo soy un chico yeyé”, tan divertido…
A la mañana siguiente se levantó sin que nadie le llamara, para ir a la escuela. Le pregunté, ¿pero no dices que no te gusta nada lo que hacen en la escuela? Me contestó muy seguro: “Sí, pero hoy es otro día y yo tengo que ir a la escuela”. Y se repitió lo mismo: contento a la ida, “pucheros” al dejarlo, salida rápida para regresar a casa… Y, así unos pocos días, hasta que se constipó y ya lo dejamos correr. Empezó a ir a la escuela seguido a partir de los tres años. Él, quería ir a la escuela. Era un niño tan divertido y musical, que cuando lloraba ponía letra a la “cantinela” del llanto: Primero las a, e, i, o, u. Después, letras que él se inventaba. Era muy simpático y divertido, pobret Arturo!… Le recordando cantando y bailando aquel, “yo soy un chico yeyé”, tan divertido…
Recordaba aquellos días de vacaciones en Empuries. Cada día, cuando íbamos a la playa todos le miraban divertidos, con
todos sus “estris” de paya: el flotador, el cubo, la pala, el “barret”
–sombrero -, era como un enanito, todo hacía más bulto que él. Pero lo que más
llamaba la atención, era que había una perrita perdida a la que él, cada día le
llevaba comida. Mi cuñado tenía un restaurante y, tanto a la hora de comer como
de cenar, recogía la comida y se la llevaba. La comida la escogíamos con mucho
cuidado; Arturo vigilaba que no contuviera nada que le pudiera hacer daño. La
perrita no se movía de la puerta de nuestro apartamento, y Arturo, cada mañana
la saludaba, diciéndole: “Hola, perla
sucrada, vols veni a platja amb mí?”. (“Hola,
perla azucarada, ¿quieres venir a la playa conmigo?”) Perla azucarada se lo
decía una tía a él; una tía que lo quería mucho. Bien… y la perrita lo seguía.
La gente del pueblo y los turistas se quedaban contemplándolo complacidos, y me
decían: “Qué niño tan bueno tiene usted”. Después fue un drama tener que dejar
a la perrita, pero se hicieron cargo unos vecinos del pueblo prometiéndole que
se la guardarían…
También llamaba la atención cuando
jugaba al futbol en la plaza del pueblo, siempre con niños mayores que él,
porque él todavía era muy pequeño. Parecía que iba para futbolista; los
“chutes” que daba eran con tanto nervio y tanta fuerza, que también la gente
del pueblo y los turistas se paraban para verlo. Después, con los años, dejó de
interesarle el futbol, aunque, lógicamente, prefería que ganara el “Barça”.
Y, ¿cuando fue a aprender a nadar? Una
parte de la piscina era a medida de los más pequeños, y él con los pies en el
suelo de la piscina, se agachaba y extendía los brazos como si fuera un gran
nadador, y con aquellos ojitos tan vivos que tenía, miraba a ver si lo podían
descubrir. Y, el profesor: “Arturo, que te veo. Levanta los pies del suelo! Y
él: “No puc, no puc, m’ofegarè!”. Las otras madres, fijándose en él, decían: “¡Mirad
aquel pequeñajo, qué gracioso es! Después, fue un buen nadador…
Arturo hacia reír cuando hablaba medio
catalán y medio castellano. Cuando íbamos con el coche con su padre y le
parecía que teníamos otro coche
demasiado cerca, decía: “Corre papa,
corre que lo tiene a la “buera”. (Cerca). O, cuando íbamos a visitar a la
familia de mi marido en Aragón, todo y subiendo los escalones de la casa que
iban a los dormitorios, cogiéndose con sus pequeñas manos escalón a escalón,
iba diciendo a su prima: “Carmen!!! ya
pujo!!! Carmen!!! ya pujo!!!”. Y así hasta arriba. Una vez arriba, haciendo
un gran suspiro: “¡Carmen, ya he pujao!”.
Nosotros lo seguíamos porque los escalones eran más bien altos como suelen ser
en las casa de pueblo y podía caer, pero él quería ir solo. Lo quería hacer
todo solo…
Me fueron pasando por la cabeza las
fiestas que con sus amiguitos hacían en casa, después cuando ya fueron un poco
más mayores, con el conjunto de música que formaron. La música formaba tanto
parte de la naturaleza de mi hijo, que cuando todavía iba con el andador –
empezó a andar antes de cumplir el año, pero a ratos lo poníamos en el andador
porque quería ir tan deprisa que se daba golpes contra los mueves y se podía
hacer daño-, estando en la cocina conmigo, en su habitación o allí donde
estuviera, si sentía tocar música por el televisor, especialmente clásica,
cogía el andador como si fuera un “miriñaque” y corría a ponerse delante del
televisor encantado y allí se quedaba hasta que terminaba. Una de las que más
le gustaba, era “El lago de los cisnes”, pero como a veces se trataba de un
anuncio publicitario, cuando él llegaba ya se terminaba, y con un gesto de
queriendo decir, “ya he llegado tarde”, volvía a coger el andador como un “meriñaque” y volvía a sus
“quehaceres”. Era muy divertido. El día de los Reyes, parecía que le podía coger
algo malo por la emoción. Le poníamos los juguetes repartidos por diferentes
lugares de la casa. Cada vez que encontraba uno, hacia un grito de la emoción
acompañado de unos movimientos, “ballaruques”, que hacían reír mucho. Y no es
que no tuviera juguetes, pero todo le hacía ilusión. Y así fue hasta el final
de su vida.
Y… ¿el primer día que lo llevamos a
visitar una galería de Arte? Bien, el primer día que él ya podía correr solo y
hablar más claro, porque cuando todavía no andaba, lo llevábamos en brazos o
con el cochecito y tan pequeño los ojitos se le iluminaban. A veces íbamos con la madre de mi marido – mi
querida suegra, una bondadosa persona muy querida por todos-, que le gustaba
mucho también la pintura – y la música -, y acostumbraba a visitar estas salas.
La galería que nos ocupa, exponía cuadros con colores muy vivos, un pintor
moderno que, sinceramente, no recuerdo su nombre. Bien, de hecho exponían
varios pintores. En esta ocasión, Arturo no tendría mucho más de dos años y
medio, no llegaba a los tres. Cuando entró y vio aquellos cuadros tan grandes -
había de dimensiones que ocupaban casi toda una pared -, y con tanto color,
empezó recorrer las salas – habían dos o tres -, y, una vez todo visto, se
quedó en medio de una de las salas e impresionado, exclamó con voz muy alta: “Caray! Caray! Quins payos aquesta gent.
Quines coses mès maques fan. Quin “cuyuridu” – quin colorit -, Quina “llumisitad” - lluminositat -. Tot és molt maco! Molt maco!. M’agrada
molt!”. (“Caray, caray que payos esta gente. Qué cosas más bonitas hacen. ¡Qué
colorido! ¡Qué luminosidad! ¡Todo es muy bonito! ¡Muy bonito! ¡Me gusta
mucho!”) Parecía un viejo entendido. La gente que se encontraba mirando los
cuadros dejaron de mirarlos y se fijaron el él, viéndolo y escuchándolo,
divertida. Aquellas expresiones de “Caray, quins payos”, o aquella otra de,
“soc catal i porto barretina i el que em digui res…”, bien dejémoslo aquí, se
las enseñaba su abuela, la yaya. Arturo, como ya he repetido tantas veces, de
pequeño era muy divertido… ¡Pobre hijo mío!...
Me pasó por la cabeza, el día de la
inauguración de la tienda. Aquí, Arturo ya tenía cuatro años. Lo recuerdo como
un pequeño sargento organizador. Como la tienda estaba tan bonita y todo era
muy delicado, él, que vigilaba para que no se ensuciara nada con las pastas y
bebidas de la inauguración, iba de un lado a otro de la tienda, pues eso,
vigilando. Yo, que me lo encontraba por todas partes, diciendo: “¡Cuidado! ¡Cuidado!”, o, “¡Correr chicos y chicas que vendrán los
invitados y esto no estará listo!”, y pasaba sin decirle nada, exclamaba. “No sé porque me preocupo tanto si nadie me
hace caso”. Y yo: “es que hijo eres una paliza”… Pobre, el solo quería
ayudar… ser útil…
Recuerdo que acompañado de su abuela, me
fue a comprar unos recortables ingleses de colección, con vestidos de niñas y
niños preciosos. Eran para decorar los escaparates, me dijo. Después, según pasaron los años, siempre que
veía una cosa bonita, especial para decorar, me la compraba.
Desde pequeño, su padre le asignó una
paga que él se administraba muy bien para que le llegara para todo, pero…
pobre, cuando no era el santo de uno lo era del otro, o cuando alguien se
encontraba mal, le llevaba flores, bombones o libros, con todo esto, casi
siempre estaba “escurat”, (esprimido). Todo y así se las arreglaba para que
siempre le quedaran algunos ahorrillos. Recuerdo, que a veces venía con un
“requeté” de niños de la escuela para que vieran la decoración de la tienda que
tan bonita había hecho su madre.
Recordaba cómo se fue haciendo
mayor…Todas sus ilusiones… Los viajes que disfrutábamos con su padre… ¡Tantos
proyectos!... ¡Tantas ilusiones!...Después, desgraciadamente la muerte de su
padre, y la gran desgracia de encontrar en el camino aquel par de malditas
bestias, que le arrebataron la vida de forma miserable y cruel.
Me vino también el pensamiento de unos
de aquellos días en que yo quería tener la misma ilusión que tenía mi madre, de
creer que Arturo no moriría. Y, es que tenia conversaciones con él, que me
hacia coger esta ilusión. Por ejemplo: unos de los días en que se encontraba un
poco más fuerte, quiso, como siempre, ir a dar una vuelta. Por el camino, entre
otras cosas, me preguntó por los negocios. Me preguntó, si todo iba bien y yo
podía con todo. Comentamos cosas. Le
expliqué las novedades. Me preguntó por la tienda en la que él “trabajaba”. Le
dije que iba todo muy bien… (La tienda me la tuve que vender cuando él cayó
enfermo por la radiación, pero no podía decírselo). Si alguien nos hubiera
estado escuchando durante aquella conversación, no hubiera podido imaginar
nunca que mi hijo estuviera tan mal con estaba y menos que padeciera una
demencia senil, provocada, ¡claro!
Recuerdo que ese día también me dijo: “Madre, si supieras las ganas que tengo de
ponerme bien para poderte ayudar. No creas que no me haces padecer, y mucho,
con tanto trabajo que tienes y yo sin poder hacer nada”. Le decía que no
sufriera, que él sabía que tenía toda la ayuda que necesitaba, tanto en casa
como en la tienda. Decía que ya lo sabía pero que él tenía que trabajar para
ayudarme. Le repetían que no se preocupara porque todo iba muy bien.
Este tipo de conversaciones con su mente
tan claro y razonando tan bien, era lo que me hacía pensar que mi madre podía tener
razón, que quizás la radiación se pararía, o mejor, recularía – cosa imposible
-, y que mi hijo no moriría. Pero… ¡No! De golpe y porrazo en esta misma
conversación cambió, y me dijo muy contento: “¿Sabes mamá a quien me encontré ayer en la calle? A Ramón. Me dio una
gran alegría. Fuimos a tomar un refresco al “Paris”. Estuve contento; las cosas
le van muy bien. La verdad es que me dio mucha alegría volver a verlo”.
Me dio tanta pena mi hijo: Él no podía
haber visto a Ramón, porque aparte de que él, como se sabe, no podía salir solo
a la calle, Ramón vivía fuera de Barcelona. Era un buen amigo de la infancia,
que también había estudiado músico con él, pero después se decantó por la
biología, ganó una beca, y se marcho a vivir fuera de Barcelona. Se veían
cuando Ramón venia a visitarlo a casa. Pero mi hijo se creía que lo había
encontrado en la calle. El “Paris” era, es, una cafetería donde solía reunirse
con los amigos, antes cuando estaba bien con su neurosis.
Cuando le preguntaba a su psiquiatra por
qué le pasaban aquellas cosas, me decía que el cerebro, a su manera, llenaba
los huecos que la radiación había provocado, con fantasías que él creía reales. Una
gran “putada” le hicieron a mi hijo, como todos decían. Al final, todo volvía a ser igual que siempre:
la ilusión se desvanecía.
LA
ROSA Y EL LIBRO
Siendo mi hijo muy pequeño, su padre se
lo llevaba cada año por Sant Jordi, a comprar la rosa para las abuelas, libros
para los amigos, y la rosa y un libro para mí. A, él, su padre le llenaba de libros de cuentos. Hasta el último año de su vida, Arturo nos compró la rosa; el libro ya no lo
pudo comprar. Él ya no podía con su alma, pero ese último día de Sant Jordi
para él, en el que todavía pudo comprar las rosas, no quiso coger la silla de
ruedas; salimos, él, cogido de mi brazo fuertemente por un lado y por el otro,
apoyándose en el bastón. Caminábamos tan despacio que creía que no íbamos a llegar
nunca. Me dijo que el libro ya me lo compraría otro día, porque “hoy se
encontraba un poco débil”. Además me dijo que tenía que comprar libros para los
amigos y que ya los compraría otro día todos juntos. Compró tres rosas, una
para su abuela - su otra abuela, la mamá de mi marido, desgraciadamente, ya
había fallecido -, otra para su prima, una persona ya mayor que lo quería
mucho, y otra para mí. A pesar de que
casi no se sostenía en pie, todavía quiso detenerse en una pastelería a comprar
el roscón de Reyes...
Detallista y obsequioso hasta el último momento. Además,
disfrutaba con las tradiciones de su querida tierra.
Algunas noches me decía: “Madre, ¿tienes ganas de hablar un poquito
conmigo?”. Le decía que sí, y entonces me contaba las cosas que haría
cuando estuviera bien; me decía lo mucho que me agradecía todo lo que hacía por
él, que me recompensaría por todo, que sufría tanto y que si no fuera por
nosotros no lo podía resistir… Pero que estaba seguro que pronto se pondría
bien. Lo miraba y, ¡le veía tan acabado! Y, que duro era escucharlo, sabiendo
lo que se le esperaba… Nadie que no haya vivido una experiencia como esta,
nadie, se puede llegar a imaginar…Y, ellos, unos y los otros, médicos y jueces,
sin querer saber nada. ¡Malditos! ¡Malditos!
Lo recordaba mirándose al espejo
aquellos esguinces que le bajaban desde debajo del brazo hasta las costillas,
le bajaban por el vientre, por las piernas, curvatura de las
rodilla…preguntándome: “Madre, ¿Tú crees
que esto tiene solución?”. Le decía que sí; que cuando estuviera bien
haríamos un tratamiento que se lo solucionaría: “Ojalá tengas razón, madre. Porque, aparte del dolor que me provoca, ¡hace
un efecto!”…
Me venían al pensamiento todas aquellas
entradas y salidas del hospital con las ambulancias arriba y abajo, siempre sin
saber lo que le podrá pasar a mi hijo, si saldría vivo o no cuando me decían
que mi hijo tenía que haber muerto el primer día que ingresó en el hospital…
Y… una de aquellas cosas que también
tengo clavadas en el corazón, es no haberle aceptado aquel regalo que hubiera
sido el último que él me hubiera podido hacer. Se trataba de una muñeca, es
decir, una marioneta de porcelana preciosa. Aquel día, mi hijo tan acabado,
también pe pidió para salir a dar un paseo; siempre por aquello que le decían
los médicos que, “andar le haría bien”. Iba fuertemente cogido de mi brazo, no
se podía soltar nada porque apenas se tenía en pie. Pero como tenía que andar no quería la silla
de ruedas… Nos paramos delante de la tienda en donde tenían expuesta la
marioneta. Yo dije: “¡Qué bonita es!”. Mi hijo al oírme, me dijo: “Madre, acompáñame dentro que quiero ver una
cosa”. Cómo que le vi la intención, le dije que no, que ya sabía lo que
quería hacer y yo no quería que se gastara el dinero en aquella muñeca que
valía un dineral.
Cuando él, dentro de lo mal que estaba,
todavía podía, por decirlo de alguna manera “soltarse” un poco, cuando
pasábamos por delante de un escaparate y yo hacia el comentario de que algo me
gustaba, no me daba cuenta y ya estaba dentro del comercio a comprármelo.
Recuerdo que las dependientes desde dentro me miraban como preguntando si se lo
podían vender… Yo con un gesto les decía que sí. Esto me hacía mucho daño,
porque Arturo que siempre había tenido un buen porte, con su aspecto de
deportista, que cuando entraba a comprar algo en una tienda las dependientas o
dependientes se desvivían para atenderlo, ahora!… Pero, en esta ocasión, no
podía “soltarse”, y lo hice sentir tan inútil, tan poca cosa, que los ojos se
le llenaron de lágrimas. Se quedó en silencio, muy triste, porque no le quise
aceptar el regalo… Él sólo quería demostrarme su agradecimiento, como podía…
Después, me maldije.
También me pasó por la cabeza, un día de
aquellos que todavía podía andar sin mi apoyo – no habían empezado las caídas
aparatosas y los fuertes episodios de paralizaciones todavía los teníamos
controlados -, como se obstino en
enseñarme un bar muy especial, que él
recordaba que había estado antes, pero que ahora no se acordaba muy bien donde
estaba ubicado. Entonces, resultaba difícil de encontrar. En estos casos es
cuando surgía la pregunta de siempre: Si era que yo y los médicos no le
estábamos engañando… porque no podía entender lo que le pasaba… Si era que le
escondíamos la verdad… Y, yo, lo de siempre: teniéndome que inventar cosas… Al
final, con muchos esfuerzos se pudo situar y como cosa especial, pudimos
encontrar el bar. Se llamaba el “Bar la Fira”. En realidad era un “Bar Museo”.
Era un bar muy especial, porque la
decoración, mesas, asientos… todo había sido de las atracciones de la “Sala
Apolo” del barrio del Paralelo, y a más, tenía expuestas unos autómatas y unas
marionetas antiquísimas. Era muy interesante. Nos sentamos a tomar un refresco
en un ambiente muy agradable. Siempre que mi hijo se obstinaba en enseñarme
alguna cosa, siempre era algo muy especial. Recuerdo que cuando estaba en el
hospital, hizo muy buena amistad con una enfermera que tenían gustos en común y
que también iba a ese bar, cosa que
comentaban con interés. El barrio del Paralelo que había sido muy “abandonado”,
lo han vuelto a revivir, pero ya no es lo mismo…
Mi hijo, nunca había perdido el interés
por contemplar y disfrutar de las cosas dignas de atención. Es posible que
cuando él estaba bien, sin neurosis o con neurosis, me invitara a visitar el
“Bar la Fira”, como tantas cosas
interesantes, y yo le dijera que, “ya iría otro día porque hoy no podía”. Esto
solía pasar.
Lo recuerdo con una pena inmensa, cuando
un día en el Hospital del Mar, estando
como ausente, en la cama, con los brazos levantados, iba haciendo gestos con
las manos como si sostuviera una batuta y dirigiera a una orquesta. ¡Era
Trágico!...
¡Recordaba tantas cosas!... Recordaba
que el día que se encontraba algo más fuerte, íbamos a pasear por la Rambla de
Barcelona y nos sentábamos en un café que hay delante mismo del Teatro del
Liceo a tomar un chocolate. Era, es, el “Café de la Ópera”, porque todavía
existe. Nos traía muy buenos recuerdos este café.
Le recordaba mirando las casetas de
artesanía, bien, de artesanía y otros objetos, que había en la misma Rambla. Mi
hijo siempre mirando de encontrar algo especial para mí. Le veía tan envejecido
con sus todavía no treinta años, con tanta dificultad para encontrar algo
especial para mí. Tengo muchas cosas bonitas de estas casetas regaladas por mi
hijo. Siempre queriendo compensarme lo que hacía por él… También le recuerdo
con un gran dolor, en la entrada del Liceo, intentado apuntase las obras que
anunciaban para la próxima temporada, para no olvidarse de ninguna. Él todavía
creía que podría asistir. Tenía todos los programas en casa, pero no se
acordaba…
Recordaba la capacidad que tenía de
emocionarse con lo acabado que estaba. Cuando le podía alguna disco de ópera
que el mismo me pedía, como aquel “Ríe Pallaso”, de Pagliagi… “Adiós a la
vida”, de Tosca…”La Bohéme”, su preferida, y tantas otras tan extraordinarias
como existen, se le humedecían los ojos y me decía emocionado: “Oh, madre, qué
bonito es todo esto. ¡Qué inspiración más grande tenía toda esta gente!”... Y
de nuestros cantautores, “Pare”, de Joan Manuel Serrat, o “Campanades a mort”,
de Luis Llach, entre otros, también se nos humedecían los ojos a los dos.
De “Campanades a mort”, recuerdo tanto
aquel pasaje que dice: “Assasins de
raons i de vides, que mai tigueu repòs al llarg dels vostres dies i que en la mort us persegueixin les nostres
memòries!”... Aunque mi hijo no hubiera querido eso para los médicos que le
mataron, yo sí lo he pensado más de una vez; es más: se lo deseo.
En medio de todo esto, también me vino a
la cabeza aquella canción de Nino Bravo que tantas veces habíamos cantado
juntos: “Al partir un beso y una flor, un te quiero, una caricia y un adiós”…
Ahora pienso que cuando mi hijo cantaba esta canción, podía ser como una
despedida y yo no me daba cuenta… No sé… Ahora pienso tantas cosas…
Recordaba el día que fuimos a pasar un
fin de semana a casa de un matrimonio amigo que tenía un chalet en San Pol de
Mar (provincia de Barcelona). Todavía no entiendo como lo pudo resistir. La
fuerza de voluntad que tenía, impresionaba… las ganas de vivir y de disfrutar
de lo que todavía podía, también.
Nuestros amigos cocinaron unos “calçots”
en la barbacoa del jardín junto a otros platos exquisitos. Si Arturo hubiera
estado bien, hubiera ayudado con aquella vitalidad que le caracterizaba a
cocinar los “calçots” y todo lo que hubiera hecho falta, pero ¡ahora!…Él quería
ayudar, pero no podía…
Lo recuerdo sentado junto a una mesa del
jardín debajo la sombra de un pino, de un pino centenario, disimulando su dolor
y su tristeza… No obstante comió los “calçots”, con ilusión y, como siempre,
agradeciendo la compañía y la invitación. Por poca clara que tuviera la cabeza,
era el Arturo de siempre.
A la mañana siguiente, todavía tuvo
ánimos para ir a la playa. ¡Pobre Arturo! Le recuerdo tan mal, apenas podía
andar. Le tuvimos que llevar entre dos y sentarlo en una silla en la arena,
todo y así disfrutó viendo la gente y el mar… Él que había sido un gran
nadador, tan solo le pudimos llevar a que se mojara los pies… Todo y así,
después, me dijo que “aquel día había sido un día bonito para recordar”.
Nuestros amigos lo tienen siempre en su
pensamiento. Quien ha conocido a mi hijo, no puede olvidarlo y solo tiene
buenas palabras para él.
Recordaba tantas y tantas cosas… Su querido
padre… Su muerte tan inesperada…
Del hospital, recuerdo que un día
estando en la silla de ruedas y volviendo de dar una vuelta por el Paseo
Marítimo, se mareó y sin darme tiempo a cogerlo como se fue escurriendo hasta
quedar en el suelo desmayado totalmente. Gritando llamé a los médicos que
vinieron rápidamente acompañados de las enfermeras. Lo cierto es que siempre
estuvieron muy pendientes de mi hijo. Aparentemente parecía que no podía sentir
nada hasta que volvió en sí, pero solo aparentemente, porque cuando mi hijo ya
pudo hablar, me dijo que lo había pasado muy mal; qué me oía como llamaba a los
médicos y a la gente y que no podía decir nada. Esto me ha hecho pensar mucho,
en que a veces, cuando vemos a personas desmayados, sin conocimiento o incluso
cuando se están muriendo y puede parecer que ya no sienten nada, que no es así,
qué quizás quieren hablar y no pueden y
esto ha de ser terrible y me angustia mucho.
Bien: Tenía que dejar de pensar. No
quería porque no tenía fuerzas de enfrentarme a la realidad del momento: a la
muerte de mi hijo y a lo que supondría
su ausencia… Pero, ¡tenía que afrontarlo!
Una vez, los médicos del hospital,
comentaron entre ellos: “Cuando esto termine, Isabel ya no se levantará”. Yo
que les oí, les dije: “Me levantaré, porque no permitiré que quienes han hecho
sufrir tanto a mi hijo, quienes les han arrebatado la vida miserablemente,
queden impunes”. Y, ¡ahora, cuánto me costaba!… Tenía que enfrentarme a su
muerte, empezar a llamar a los médicos, a la familia, amigos… a mi abogado… Mi
madre seguía dándole besos en el rostro y en la mano de su querido nieto... Era
un cuadro muy triste, muy doloroso… ¡Mucho!
A nosotros, las víctimas de
negligencias, o mejor dicho, de actuaciones criminales médicas, en este caso
indirectas, pero víctimas al fin y al cabo, no nos dejan descansar ni un solo
momento; no nos dejan llorar nuestro dolor a solas: ¡No! Con el puñal clavado
en el corazón, hemos de empezar otra lucha que, sin imaginarlo, se nos
presentará larga, llena de injusticias impensables, y de un gran dolor añadido.
Empecé a llamar a los médicos que ya los
encontré, a la familia, a los amigos, vecinos que tanto querían a mi hijo y,… a
mi abogado: tenían que hacerle la autopsia a mi hijo.
Mi pobre madre, cuando oyó que quería
hacerle la autopsia a mi hijo, le cogió una gran angustia, pero la pude
convencer diciéndole, que era la única forma de que los que habían matado a
Arturo, pagasen por su crimen. Todo y así, mi madre me preguntó: “Pero, ¿tú
crees que es necesario hacérsela. No hay otra forma?”. Le dije la que autopsia
era la única forma. Le recordé, que ya que era creyente, que sabía que Arturo
ya no estaba en su cuerpo, que él ya estaba en un lugar donde hay paz y amor.
Qué él ya no podía sentir ningún dolor.
Odié y maldije con todas mis fuerza a
los malditos Guix y Rubio, y los volví a maldecir por hacer padecer tanto a mi
madre, que era una mujer muy buena, positiva, alegre… e hicieron que el final
de su vida estuviera tan lleno de dolor. Y los odie, porque me obligaron a que
el cuerpo de mi hijo tuviera que pasar por una fría mesa de mármol de un centro
médico de autopsias.
Una vez avisados a todos, la casa se
empezó a llenar rápidamente de gente. El doctor Oliveras, vino enseguida que
supo que Arturo había fallecido. Me dijo que ya lo había visto muy mal el último
día que estuvo en casa, pero cómo que hacia aquellas “remontadas”… El doctor
Oliveras, con mucha tristeza me dijo, algo que se me quedó gravado; “Señora
Navarra, tómeselo por el lado bueno: Pobrecito, ha terminado de sufrir”.
Entretanto esperaba que me viniera mi
abogado para ir al juzgado a solicitar la autopsia, estuve atendiendo a la
gente – vecinos, pero también mucha gente del barrio quiso despedirse de mi
hijo -, pero sobre todo estuve al lado de mi hijo. Mi madre no se movió ni un
solo instantes de su lado, sosteniéndole la mano.
A media tarde vino mi abogado a
buscarme. Cuando solicitamos en el juzgado para hacer la autopsia, se
extrañaron mucho, porque como mi hijo había muerto en casa no terminaban de
entenderlo. Lógicamente tuvimos que explicar el motivo, enseñar el certificado
de defunción firmado por el doctor Oliveras y los informes sobre la radiación.
Se quedaron muy sorprendidos. Nos dijeron que hacia la noche vendrían a
buscarlo y así fue. Fueron momentos muy duros… ¡Muy duros!...
Desde que volvimos del juzgado, hasta
que vinieron a buscar el cuerpo de mi hijo, estuve acariciándolo, no podía
creer que estuviera muerto, parecía que iba a despertarse de un momento a otro,
incluso parecía que respiraba… ¡No! ¡No! ¡No podía creer que estuviera muerto!
Pensaba, si su padre lo hubiera podido ver, que amargura tan gran sentiría,
pero, he de decir, que si su padre hubiera estado vivo, todo esto no hubiera
sucedido y nunca mi hijo hubiera caído
en manos de los salvajes Guix y Rubio.
Al día siguiente de haberse llevado el
cuerpo de mi hijo, nos avisaron que su cuerpo ya se encontraba en el
“tanatorio” del Cementerio de Collserola. La sala en donde estaba mi hijo
rebosaba de flores, es decir, tuvieron que habilitar otra habitación. Estaban
todos sus amigos, ¿cómo no? El doctor Ros – el doctor que había sido el psiquiatra
de Arturo -, que todavía estaba de vacaciones con su esposa e hijas, se
desplazó para asistir al entierro de Arturo, aquí en Barcelona. Estaba muy
afectado. Ya he comentado que se apreciaban mucho. Al otro día incineraron el
cuerpo de mi hijo, y al otro fuimos a recoger las cenizas. Mi hermano me
acompañó. Tuve la necesidad de ir a dar una vuelta por la Sierra de Collserola…
Recordé lo mucho que a mi hijo le gustaba la Naturaleza… Mi querida madre no se
vio con fuerzas de venir al cementerio.
DESPUÉS DE LA MUERTE
Después
de los años
Tenía que esperar a que me dieran el
resultado de la autopsia.
Al principio de la muerte de mi hijo,
todo era silencio, incluso parecía que no hubiera pasado nada. Mi madre le
rezaba y le ponía flores junto a la urna que contenía sus cenizas. Mi madre que
era una persona tradicional, de ir al cementerio a visitar a sus muertos,
cuando le dije que iba a incinerar a mi hijo, también se angustió mucho, pero
después se conformó y dijo: ”Bien, así lo tendremos en casa”.
Recordé una cosa que me dijo mi hijo
referente a tener las cenizas de los muertos en casa. “Mamá, esto es como tener el cementerio en casa”. A él no le
gustaba hablar de estas cosas, y tenía razón. No sé si hubiera podido decidir,
lo que hubiera preferido, como he comentado, era bastante tradicional, pero…
¿cómo hemos de hablar con los hijos de esas cosas? Los padres no piensan en que los hijos pueden
morir antes que ellos. Nunca se puede pensar. Otra cosa es con el marido. Con
mi esposo nos prometimos que respetaríamos la voluntad de cada uno, y aunque a
él, con esto de la incineración no estaba de acuerdo, sé que hubiera respetado
mi deseo. Como yo respeté el suyo. Mi esposo, padre de Arturo, está enterrado
en el Cementerio de las Corts.
Los primeros días de la muerte, parece,
como digo, que no haya pasado nada, porque todavía no asumes la muerte. Te
parece que todo sigue igual y, que como cada día, tú hijo entrara por la puesta
y te dirá: “Madre, ya he llegado. ¿Dónde
estás”. O, como me decía después de
haber venido de la “Mili”: “Mather, el
Mustafá ja arribat”. En sus cartas
de la “Mili”, a veces se firmaba, “Mustafá”. No perdía nunca el buen humor.
A veces, la sensación de que estaba en
casa era tan fuerte, que incluso me parecía oír tocar el piano. Y tanto era
así, que tenía que ir a la sala de música para asegurarme de lo que pasaba. Por
si estaba. ¡Qué absurdo más grande! Si no soy creyente, ¿cómo podía pensar que
mi hijo nos podría venir a visitar como dicen algunos que creen en estas cosas?
Pero ¡oía las notas tan claras de aquellas piezas que tocaba tan bonitas!…
Recordaba las piezas tan maravillosas
que tocaba… Aquel “Sueños de Amor” de Frank Litz…o algunos de los nocturnos de
Chopin o otras tan bonitas como tocaba mi hijo. A veces me decía, tocando
algunos “arpegios” rápidos y difíciles; me decía: “Ves, esto que a la mayoría de las personas les parece tan difícil, es
lo más fácil que hay”. Personas que también estudiaban la carrera de
pianos, me decían: “Será fácil para él, porque no es nada fácil y se necesita
una gran agilidad y dominio”. La verdad es que Arturo tenía un don especial
para la música.
Con todo esto que nos pasaba a mi madre
y a mí, me preguntaba: ¿A ver si nos vamos a volver locas? Pero ¡No! Esto
parecer ser que pasa a la mayoría de padres que no acaban de aceptar que su
hijo haya muerto y que no podrán volver a verlos “nunca más”. Un “nunca más”
tan fatídico.
Mi pobre madre que intentaba de todas
las maneras disimular su pena por mí, y que como he contado era muy creyente,
aunque cuando vio que sus rezos y sus desplazamientos a la montaña tal o cual
donde le decían que había una Virgen que hacia milagros, allí iba hiciera frio
o calos, no habían servido para nada y que su nieto murió, quitó de su tocador
todos los santos, vírgenes y cristos que tenía.
Después, los volvió a poner: Pobre mujer, no sabía qué hacer ni en lo
que creer… A veces me decía que había hablado con el nene. Que había ido a
verla, y cuando me decía esto la veía muy en paz… Pero después también me decía
muy entristecida: “Nena, no es cierto que Arturo haya venido a verme. No puede,
y aunque me lo parece y hasta me parece que lo puedo tocar, no es verdad, son
imaginaciones mías!”…
Mi madre que siempre me había dicho:
“Nena, no seas tan incrédula. Ten un poco de fe, ¡ahora!”...
A pesar de que tienes que aceptar la
muerte de tu hijo, durante unos días vives como en una especie de “entremedio” sin
que te des cuenta del todo de lo que está pasando. Como que muchas personas,
unas porque lo creen en realidad, otras quizás para darte ánimos, para que no
te hundas, te dicen que tu hijo no se ha ido, que aunque nosotros no lo veamos,
sigue con nosotros, tú, que no crees en
nada, te dejas envolverte por lo que te dicen y empiezas a preguntarte: ¿Y, si
fuera cierto lo que te dicen y tu hijo te habla y tú con tu incredulidad no le
oyes? Y, así, con una gran angustia, vas tirando unos días haciéndote un sinfín
de preguntas y también ¿cómo no? de reproches. Incluso vas a visitar a
“videntes” para que te digan la forma de poder contactar con tu hijo. Yo, que
no creía en nada…
Pero, un día, no sabes cómo, de golpe,
sin avisar, notas como si unas manos gigantes te vapulearan, despertándote de
una especio de letargo o de aquella película que te habías montado, todo y no
siendo creyente, que hace que reacciones y vivas la terrible realidad de que tu
hijo está muerto, Que ya no existe. Qué ya no lo volverás a ver nunca más. ¡Nunca más! Y, entonces es cuando quieres
morir de verdad, desparecer de este mundo para siempre. A partir de aquí, ya no oyes más su voz…su
música…ya no notas su presencia… Ya no oyes nada. Solo sientes un gran vacío…
Hay quien dice que el tiempo cura todas
las heridas. Pero no es cierto. El tiempo puede curar ciertas heridas, no digo
que no, pero hay heridas que no solamente no se curan sino que sangran más cada
día que pasa.
Pensar que nunca más podrás volver oír
la voz de tu hijo, sus risas, ver su sonrisa que iluminaba su rostro tan guapo
para mí y también para otros que decían que Arturo era muy guapo…No poder
tocarlo nunca más… sentirlo vivo… disfrutar de sus alegrías, de lo que hubiera
podido ser su futuro con su esposa y sus hijos… con su música… No oírle decir
nunca más aquel: “!T’estimo, mare, i
molt!”. (“¡Te quiero, madre, y mucho!)”.
El vacio que produce la muerte de un ser
querido, es muy duro y difícil de soportar: la muerte del esposo…de los padres…
hermanos… Pero, si es la muerte del hijo, nunca más en la vida la podrás
soportar y rehacerte de esta tan terrible pérdida: Ni por más esfuerzos que hagas, ni por más sustitutos
que busques, ni por más que pienses que podrás reencontrarlo en otra vida. ¡No!
No hay nada que pueda suavizar el dolor que causa la muerte de un hijo, y mucho
menos en el caso de una negligencia médica, de “un tanto se nos da” de unos
médicos como h sido en el caso de mi hijo y en el caso de otros padres y madres
que conozco y que están hundidos por siempre sin posibilidad de recuperación.
Otros han muerto por no poder soportar tan querida perdido y la gran injusticia
judicial recibida.
A mi hijo le arrebataron su juventud, su
vida y con ella sus ilusiones, sus proyectos, casarse, tener hijos… a él le
gustaban muchos los niños, le hubiese gustado tener hermanos… Disfrutar de la
música, de los ----, de la Naturaleza… de aquellas madrugadas en el Pirineo
cuando íbamos a esquiar… de poder sentir en el rostro el aire fresco de la
mañana, de los primeros rayos del sol sobre la nieve inmaculada… De todo lo que
nos ofrece la vida con sus penas y alegrías… Poder respirar cada día el aire de
su querida Barcelona, de su querida Cataluña… Todo se lo arrebataron unos
malditos que no merecen vivir.
Nunca se puede pasar página por la
muerte de un hijo, por el asesinato de un hijo y mecho menos con el añadido de
que no se ha hecho justicia. ¿Justicia? Quizás si hubiera sido el hijo de algún
juez el muerto, se hubiera hecho
justicia. Lo que ocurre que no puedes desear la muerte de los hijos por las
maldades que hacen los padres.
Y, así fueron los últimos años de la
vida de mi hijo: Cuatro años y seis meses de lucha desesperada, sobrehumana,
titánica contra la radiación. Cuatro años y seis meses de padecer sufrimientos
continuados, inimaginables, cuatro años y seis meses de tener esperanzas sufrir
desesperanzas… de sentir miedos; de ir para arriba y para abajo con las
ambulancias; entrando y saliendo del Hospital de Mar, sin saber nunca si en una
de aquellas entradas, podría volver a salir vivo. Caminando por un camino doloroso
y cruel como nadie se puede llegar a imaginar , sólo pueden saberlo los que lo
han vivido… Un chico lleno de salud, fuerte, que nunca había estado enfermo,
termino gratuitamente desecho como una pobre “piltrafa” humana por culpa de
unos malnacidos que tendrían que terminar sus días en la cárcel ya que yo, no he tenido valor para acabar con
ellos como se merecían, Y por ello, ¡Me maldigo!
Nunca dejo de preguntarme: ¿Qué pasó
allí dentro de la sala de radioterapia? ¿Por qué, tú, hijo, muerto de fríos
como estabas, tú, que eras tan decidido, al ver que aquello no iba como nos
habían dicho no dijiste ¡BASTA! No quiero seguir con esto? O, ¿por qué no fui
yo, al ver qué pasaba tanto tiempo después de que el maldito Rubio me dijera
que había habido un problema en la máquina pero que ya estaba arreglado y que
enseguida saldrías y que todavía tardaste más de una hora en salir? Una sesión
de tres horas y cuarto en la que durante dos horas y veinte minutos te
estuvieron irradiando el cerebro ante la media hora máximo 45 minutos que nos
habían dicho… tiempo que fu mortal de necesidad… ¿Por qué no fui yo la que
dijo: ¡BASTA! ¡BASTA! ¡Vámonos de aquí! ¿Por qué no entré a buscarte? ¿Por qué,
Dios mío? Si lo hubiera hecho, con toda seguridad no hubieran tenido tiempo de
ponerte toda la cantidad de rayos que acabaron con tu vida. Estarías vivo y
seriamos felices. Pero… no lo hice…
Me dicen que era tu Destino, pero yo no
creo en el Destino. Creo que la maldad de unos y la indecisión de otros, hacen
que acaben con la vida de los inocentes, de los bondadosos, con la gente de
buena fe, esto es lo que pasa. Aunque, en los temas médicos, también se da el
hecho de que tú no entiendes y piensas que si interfieres todavía puede ser
peor y el que haces es esperar y confiar… Una muy mala combinación cuando
tienes la gran desgracia de encontrar en el camino a gente sin escrúpulos,
malvada y cruel.
Y después de todo esto, seguidamente, la
gran lucha judicial para conseguir, eso,
justicia para mi querido hijo muerto. La justicia que tanto se merece,
pero, que por interese propios o ajenos de los jueces, desgraciadamente no creo
que llegue a ver nunca por más increíble que pueda parecer.
Quizás después de los años, cuando yo ya
no esté en este mundo, las cosas cambien y, sí, haya justicia para las víctimas
más olvidadas como son las víctimas de negligencias médicas y de los abusos de
poder judicial. Y, lo más llamativo de
toda esta gran injusticia, es que las sentencia, incluso las más injustas y
violadoras de la ley, se dictan en nombre del Rey. Esperemos que el nuevo Rey
Felipe VI, lo tenga en consideración y no permita que en su nombre se cometan
tantas injusticias.
En este capítulo tengo que retroceder en
el tiempo: Cuando los médicos del Hospital del Mar me confirmaron que mi hijo
se estaba muriendo debido al exceso de radiación que le habían aplicado en la clínica DEXEUS.
Me aconsejaron que presentara una querella criminal lo antes posible porque me
podía prescribir.
Empecé a busca a un abogado que me
quisiera representar con la gran pena en el corazón de tener que dejar a mi
hijo en el hospital entretanto salía a hacer las gestiones. Salía para mantener
las entrevistas y volvía rápidamente al hospital para estar al lado de mi hijo,
esto, naturalmente cuando mi hijo salía de aquellos momentos en que parecía
inminente su muerte.
Contacté con diferentes abogados, que si
bien todos se quedaban incrédulos ante lo que les contaba, diciendo que nunca
habían oído un caso igual y que sin duda alguna “clamaba al cielo”, todo y así,
se ofrecían a llevarme el caso por la vía civil, no por lo penal porque me
decían que era muy difícil llevar los casos de negligencias médicas por la vía
penal. Me negué a aceptar esta vía porque el caso de mi hijo era de vía penal y
cómo tal debía ser juzgado y condenado. ¡Ilusa de mí!
Ante la situación de incredulidad que se
me presentaba, recurrí al “Sindic de Greuges”. En este Organismo en el que
había depositado todas mis esperanzas, me dijeron que si bien era un caso
terrible, que “clamaba al cielo”, como había sucedido en una clínica privada
ellos no podían hacer nada. La indefensión era grande. Nosotros teníamos amigos
abogados, pero no eran criminalistas y yo necesitaba a un buen criminalista.
Pero no encontraba al que se quisiera hacer cargo de mi caso. Con el tiempo las
cosas han cambiado un poco, ahora sí encuentras abogados que lleven los casos
por lo penal, aunque como he podido comprobar tristemente a través del tiempo,
no solamente son los jueces los que actúan según sus propios intereses sino
también algunos abogados que aparentemente defiendan a las víctimas y luego los
casos se pierden cuando deberían de ganarse…
ENCUENTRO CON EL QUE SERÍA MI ABOGADO
Después de haber visitado a unos cuántos
abogados y al “Sindic de Greuges”, un juez amigo nuestro, muy buena persona,
que los hay, me contactó con un abogado bastante influyente, que aunque él no
era criminalista podría indicarme a uno que me quisiera representar. El
indicado fue D. Javier Selva, perteneciente a un bufete de abogados que no
cogían casos que no tuvieran las mínimas garantías de éxito. “Si me cogía el
caso estaría en buenas manos”. Contacté
con el señor Selva, le llevé todos los informes de los que disponía, y a los
pocos días me llamaron de su bufete para comunicarme que accedían a
representarme.
Presentamos la querella contra el doctor
Enrique Rubio García, en aquel momento al único que creíamos culpable. Yo tenía
como apoyo a los médicos del Hospital del Mar, a los de la Clínica Quirón y a
los del Centro de Resonancia Magnética de la calle Monastir, que eran los que
iban tratando a mi hijo y los que descubrieron el exceso de radiación, y, ¿cómo
no? a su psiquiatra, doctor Salvador Ros Montalbán. No obstante esto, no encontrábamos
especialistas que quisiera comprometerse para hacer los informes
complementarios que necesitábamos: el caso era demasiado escandaloso para
comprometerse… También confié en ciertas personas que se comprometieron a buscarlos
y no hicieron nada. Después me enteré de que había unos especialistas que dijeron
que si yo les hubiera pedido los informes que necesitaba estaban dispuestos a
hacérmelos. No sé… Eran momentos tan confusos, tan desesperados. Mi hijo iba
entrando y saliendo del Hospital del Mar siempre con el ¡Ay! en el cuerpo por
lo que pudiera pasar… todo lo de la querella, inmersa en un mundo extraño y
desconocido para mí… Viendo padecer tanto a mi hijo, de retorno a mi pobre
madre… No sé… Pero tiramos adelante la querella, porque el tiempo iba pasando.
ENTREVISTA CON EL DOCTOR JORDI JORNET
LOZANO
El doctor Jordi Jornet Lozano era el
médico forense del Juzgado de Instrucción nº 8 de Barcelona. Sala en la que
recayó nuestro caso. Dicen que va por sorteo. Antes lo creía, ahora… Mi abogado
consideró que era importante visitar al forense doctor Jornet para poderle
explicar bien lo que había pasado y cómo había pasado. Pero el doctor Jornet
era amigo de los acusados, hecho que, al menos yo, desconocía pero que él mismo
se encargó de hacérnoslo saber, ¿entonces?...
Empezamos mal: El doctor Jornet nos
recibe en el despacho del Juzgado; concretamente a mí, de muy mala gana, y de
forma despectiva empieza a mirar los informes médicos que le entregamos. Los
mira de arriba para abajo, les da la vuelta, los vuelve a girar… como perdiendo
el tiempo. Al cabo del rato nos dice que falta un informe de la Clínica Quirón,
parece que importante. Este informe al que hacía alusión se encontraba junto
al pliego de los informes que le
entregamos, pero para no discutir, le dijo que ya iría a la Quirón a
solicitarlo de nuevo. Volví a la Quirón que me dieron el informe sin ponerme
ninguna pega. ¿Cómo me iban a poner pegas si fueron ellos los primeros que
hicieron el TAC cerebral de mi hijo cuando estaba bien con su neurosis y
después el TAC cerebral que ya apuntaba a la radionecrosis descartando
totalmente un tumor como los acusados pretendían que fuera?
Volvemos al Juzgado a ver al doctor
Jornet para entregarle el informe que según él faltaba. Esta segunda entrevista
fue indignante a más de cruel. Vuelve a hacer la misma comedia con los
informes: los vuelve a mirar de arriba abajo, vuelve a darles la vuelta, del
derecho y del revés… perdiendo el tiempo descaradamente. Después de hacer unos
comentarios sin sentido, decidido corta lo que estaba diciendo, y dejándonos
más que sorprendidos, nos dice: “Por la vía penal no vais a conseguir nada,
porque yo no voy a hacer nada que pueda meter en la cárcel a unos compañeros
míos”. Y, seguidamente, añadió: “Si retiráis la querella y vais por la vía
civil, os ayudaré, y pedir muchos millones, cuantos más mejor que para eso
pagamos tanto dinero a las compañías aseguradoras”.
Bien, terminó de convencerme de que
nosotros teníamos toda la razón, e indignada y alterada le dije, que él a mí no
tenía que ayudarme para nada. Qué él tenía que hacer su trabajo bien hecho y si
eran culpables, como así quedaba claro, que terminaran con sus huesos en la
cárcel. Ellos quizás acostumbrados a que todo el mundo les dijera “amén” ante
la prepotencia que a través de los años he visto que tiene toda esta
gente, sorprendido y también alterado,
le dijo a mí abogado: “¡Convéncela tú! ¡Convéncela tú! ¡Porque por la vía penal
no vais a conseguir nada!
Después de mucho discutir y de verme tan
firme en mi exposición y sobre la atrocidad cometida a mi hijo, reconoció que
teníamos razón y que no tenían que habernos engañado. Paro, en medio de la
conversación sin que viniera a cuento, nos empezó a hablar de sus virtudes,
diciéndonos que era tan buena persona que cuando los pacientes no podían pagar
no les cobraba y los pacientes tan agradecidos le regalaban cestos llenos de tomates, pimientos… ¿Mi hijo se
estaba muriendo y yo tenía que estar escuchando todas aquellas imbecilidades?
¡No lo podía creer!
Mi abogado, supongo, como amigo, no sé,
le pidió que fuera a ver al “chico”, que
en aquellos momentos volvía a estar ingresado en el hospital para que viera con
sus propios ojos lo que le habían hecho y pudiera hablar con los médico que le
estaban tratando que eran los que sabían más que nadie sobre el estado de mi
hijo debido a la radiación. Pero, el
doctor Jornet, de forma despectiva, nos dijo que “ya iría, pero que no nos
creyéramos que se lo iba a llevar a su casa para estudiarlo”. No puedo entender
cómo me pude contener y no le tiré por la cabeza lo primera que me viniera a
las manos.
El doctor Jornet, no fue a ver a mi
hijo; tampoco tenía ninguna obligación, pero él no sabía nada de mi hijo para
poder hacer un informe funesto, lleno de mentiras y mala fe como hizo para
entregar al juez. Cuando tuvo que ir a declarar en las vistas orales del juicio
como perito judicial, lo hizo como si fuera perito de parte, de parte de sus
amigos, los acusados doctores Guix y Rubio. Mintió descaradamente intentando
dejar a mi hijo como si fuera un despojo de la humanidad y, dejando al equipo
de médicos del Hospital del Mar y a todos aquellos médicos que diagnosticaron
la lesión cerebral por radionecrosis diferida, causante de la muerte, como
“chapuceros” y “embusteros” además de “incapacitados”, diciendo que lo de la
radiación “se lo habían inventado”. Este proceder debía de haberle costar el cargo
de forense dentro de la Administración de Justicia, cosa que no sucedió y
siguió como si nada, y resulta que es tan, tan buena persona que hasta ha
escrito un libro sobre la “Mal praxis médica”. Todo increíble y de una
inmoralidad extrema.
CUATRO JUECES DE INSTRUCCIÓN Y UN RECURSO A LA AUDIENCIA
ANTES DE LLEGAR A JUICIO.
El primer Juez de Instrucción que me
tomó declaración, parecía una persona comprensiva. Cuando le dije que nos
habían destrozado la vida, él mirándome fijamente, me dijo “¡Ya lo creo,
señora! ¡Ya lo creo!”. Me pareció que podía confiar en él. Cuando le dije que
hubiera sido un absurdo pagar en una clínica privada para correr riesgos cuando
los teníamos sin pagar en el Hospital del Valle de Hebrón - es decir, sin tener que desembolsar ningún
dinero, porque de pagar siempre pagamos -, también lo comprendió y me dio la
razón.
Para entrar en el despacho del juez,
tuve que pasar por delante del doctor Rubio. ¡Qué duro fue para mí encontrarme
con aquella mala persona que hacía padecer tanto a mi hijo y lo había condenado
a muerte!...
Con nosotros, en el despacho del juez,
había el abogado del doctor Rubio, quien me preguntó si yo había visto como el
doctor Rubio había irradiado a mi hijo. Tanto el juez como yo, al mismo tiempo,
preguntamos: “¿Qué dejan los médicos estar con ellos cunado operan?”. Como
diciendo, qué preguntan tan absurda. Después comprendí el por qué nos la había
hecho aquella pregunta. Seguí declarando y al terminar me fui directamente para
casa. Los médicos del Hospital del Mar, que se encontraban allí para declarar
esperaban que fuera a saludarles; no lo hice, estaba desecha. Siempre lo he
sentido.
Cuando ya hacía un buen rato que había
llegado a casa, me llamó por teléfono mi abogado para decirme que habían
quedado muy sorprendidos con la declaración del doctor Rubio, porque dijo que, “a
él se le acusaba de una cosa que no había hecho, que quien irradió a mi hijo
fue el doctor Guix, que él sólo indicó el lugar donde debían de dirigirse los
rayos”. No obstante, a partir de todas las declaraciones hechas en este juzgado
de Instrucción, quedaron implicados, además de el doctor Rubio, el doctor Guix
y la Clínica DEXEUS, ésta cómo responsable civil subsidiaria.
El juez que nos tomó declaración la
primera vez, en el Juzgado de Instrucción número 8 de Barcelona vía penal, el
que me pareció una persona comprensiva y honesta, se marchó del juzgado. Vino
otro juez, que dejó pasar el tiempo sin hacer nada y también se marchó, y vino
un tercero: Juan Pablo Gonzalo Gonzalo, quien cerró el caso cautelarmente, por
“falta de prueba”, según dijo. Este proceder indignó a los buenos profesionales
de la medicina que dijeron, que “en el caso de mi hijo, pruebas más claras no
había otras”.
Yo quería denunciar a este juez porque
su “Auto cautelar” era total y descaradamente partidista, pero mi abogado me
dijo que antes recurriríamos a la Audiencia y según lo que nos dijeran,
haríamos.
Presentamos Recurso a la Audiencia alegando,
que “había indicios de criminalidad en la actuación de los doctores Benjamín
Guix Melcior y Enrique Rubio García”. El Recurso fue admitido a trámite, y los
jueces de la Sala 5ª, Modesto Ariñez Lázaro, Elena Guindulain Oliveras y Nuria
Zamora Pérez, ordenaron la readmisión de la causa. Entretanto, el Juez Gonzalo
Gonzalo, ya había marchado del juzgado. Había ocupado el cargo la Jueza Doña
Montserrat Arroyo Romagosa, quien ordenó la “apertura de las vistas orales del
juicio”.
El Ministerio Fiscal, en esta ocasión,
acusó a los médicos de “Imprudencia temeraria profesional con resultado de
muerte”. Solicitó cuatro años, dos meses y un día de cárcel para cada médico y
cincuenta millones de las antiguas pesetas de indemnización, parte de la cual
debía de satisfacer la Clínica DEXEUS como responsable civil subsidiaria.
Siempre me he preguntado: ¿Qué hubiera pasado si el Juez Gonzalo Gonzalo no
se hubiera marchado del juzgado o no lo
hubieran cambiado?
DESPUÉS
DE PASADOS SIETE AÑOS DESDE QUE SE PRESENTÓ LA QUERELLA Y ÉSTA FUERA ADMITIDA A
TRÁMITE, SE CELEBRAN LAS VISTAS ORALES DEL JUICIO.
El juicio empezó el día cuatro de julio
de 1993, ante el Juez José María Assalit Vives, responsable del Juzgado de lo
Penal número 13 de Barcelona. Hacía tres años y seis meses que mi hijo había
fallecido.
Debido
a la gran cantidad de público que se concentró, las vistas orales se celebraron
en la Sala de Actos.
En el pasillo, antes de entrar en la
Sala, los médicos Guix y Rubio se iban escondiendo de los periodistas y
fotógrafos. Todo y así, en un momento determinado, el doctor Rubio, se plantó
delante de mí y con los brazos como en jarras, desafiante me miró esbozando una
sonrisa cínica y burlona. No pudiendo entender aquella actitud tan cruel, y no
pudiendo contenerme, le dije a mi
abogado, que después de esperar tantos años aquel juicio no se iba a celebrar
porque le iba a clavar en su maldito rostro aquellas gafotas que llevaba. Mi
abogado, al ver mi intención, me cogió por el brazo y me dijo: “¡Cálmate,
Isabel, cálmate! ¿No ves que te está provocando? ¿Qué está esperando que hagas
algo para interrumpir la vista?”. Una amiga mía que había venido a acompañarme,
se puso a llorar mientras me decía: “Per favor, Isabel, calmat! Calmat!”. No
insistí en mi deseo porque no me hubieran dejado llegar a él y él hubiera
conseguido, al menos, momentáneamente, parar el juicio.
Entretanto esperábamos en el pasillo a
que me llamaran para declarar, todavía tuve que soportar situaciones
indignantes, como, por ejemplo, la actuación del doctor Augusto Moragas
Redecilla, perito de parte de los
acusados, el que al pasar por delante de mí, preguntó a alguien en voz alta: “De
que va això avui?” (”¿De qué va esto hoy?”). Pregunto: ¿Era el perito que los
iba a defender y no sabía de qué se trataba? Quiso demostrar un gran desprecio
por la vida o la muerte de mi hijo, pero solo consiguió demostrar que era una
muy mala perdona. Pero… ¡me hizo daño!
El doctor Burzaco estaba llamado a
declarar, pero no llegaba. Nosotros nos preguntábamos el por qué no se
presentaba, entretanto, ellos, Guix y Rubio se las prometían muy felices, y se
las prometían felices, porque como intentaban culpar al doctor Burzaco de la
muerte de mi hijo, si no se presentaba, quedaría como culpable y ellos sin
cargos. Esto, aunque cueste de entender, en la justicia funciona así, aunque yo
no se los hubiera puesto tan fácil, porque los únicos culpables demostrado
científicamente eran ellos. Supimos que el doctor Burzaco no había recibido la
citación a tiempo. Lo citaron para la próxima vista.
Los doctores Guix y Rubio, llevaron como
peritos de parte “la flor y nata” de radiólogos y radioterapeutas de nuestro
país; los que se vendieron, ¡claro! Hay quien me ha dicho que sus buenos
dineros les costaron y hay muchos profesionales de la medicina, que todavía hoy
en día, no pueden entender como todos estos “profesionales” se prestaron a
defender a los acusados y formar parte del circo macabro en que convirtieron
las vistas orales del juicio.
LISTA DE PERITOS DE PARTE DE LOS ACUSADOS:
Santiago Millán Cebrián: Doctor en
Ciencias Físicas. Profesor Titular de Radiología de la Universidad de Zaragoza.
Juan Luís Barcia Saloriu: Catedrático
de medicina de la Universidad de Valencia y Jefe de Servicio de Neurocirugía
del Hospital Clínico Universitario de de Valencia.
Rafael Sancho Tomás: Profesor
Titular de Radiología y Medicina Física. Jefe de Radioterapia del Hospital Clínico Universitario de
Valencia.
Manuel Rodríguez Pazos: Catedrático
de Medicina Legal y Toxicología de la Universidad Autónoma de Barcelona. Médico
especialista en Medicina Legal y Forense así como en Anatomía Patológica.
José Samblás García: Médico de
la Unidad de Radiocirugía del Sanatorio de San Francisco de Asís.
Augusto
Moragas Redecilla: (el “de que va això avui?”). Doctor en
Medicina y Cirugía. Catedrático de Anatomía Patológica de la Facultad de Medicina de la Universidad Autonómica de
Barcelona y Jefe de Departamento de Anatomía Patológica de los Hospitales
Universitarios del Valle de Hebrón de Barcelona. (Se
ruega presente atención al comportamiento del doctor Moragas a la hora de
declarar).
(Actualmente el doctor Rodríguez Pazos
se ha pasado al otro bando, al de las víctimas de negligencias. ¿Tan mal le han
tratado sus compañeros para convertirse en su enemigo?).
Incluir en este libro los informes de
todos estos peritos de parte y sus descalificaciones, ocuparían un espacio que
resultaría largo y mal empleado. Todos vienen a decir lo mismo con más o menos
cinismo.
No obstante, quizás es importante
destacar el informe del perito de parte, de parte de ellos, ¡claro!, que no
asistió al juicio, neurocirujano, Félix Gastón Fernández, por ser un
compendio de mentiras, de ignorancia y de máximo cinismo.
Por mi parte, lamento mucho que su
informe estuviera basado en las mentiras de los doctores Guix y Rubio que por
otro lado, ¿qué tenían que decir? -, y no tuviera en cuenta los conocimientos y el buen saber de los médicos
que trataron a mi hijo, así como los artículos publicados en Revistas Médico-científicas, que
contradicen todas sus afirmaciones sobre los síntomas de la radionecrosis y los efectos de la
radiaciones ionizantes.
Me permito recomendarle al doctor Gastón, entre otras
publicaciones, que, lea: “Radionecrosis
Cerebral. Incidencias y Riesgo en Relación a la Dosis. Tiempo, Funcionamiento y
cantidad”, publicado por: James E. Marks, Robert J. Baglan y Satish, C. Par
Sad, División de Radiología Oncológica”, William F. Blank. Departamento de
Patología.
Estas publicaciones y algunas más que se
incluyen en mi anterior libro titulad: “Arturo”, y subtitulado, “Una muerte en
manos de los médicos Benjamín Guix Melcior Y Enrique Rubio García”, fueron
publicadas con anterioridad a la muerte
de mi hijo. Yo estas noticias científicas no las conocía y no tenía ni idea de
lo que podían hacer las radiaciones ionizantes mal aplicadas en medicina, pero,
en cambio, es inadmisible que en mil novecientos noventa y siete, que el doctor
Gastón y sus colegas, redactaran sus informes sobre la causa de la muerte de mi
hijo, al que dicho sea de paso, nunca conocieron ni se interesaron en ningún
momento por su trayectoria médica – aunque por sus declaraciones parecía que si
le conocían, una gran mentira más -, es
inamisible, repito, que todos estos “eminentes profesionales” no conocieran los
efectos de las radiaciones ionizantes y el resultado de una radionecrosis
cerebral así como los inevitables efectos de la operación que los médicos del
Hospital del Mar practicaron a mi hijo para descomprimir el gran edema resultado de la radionecrosis,
y sí los conocían, es inadmisible y condenable penalmente, que dijeran tantas
mentiras y negaran la realidad y la
evidencia tal como lo hicieron.
También
me permito recomendarle al doctor Juan Luis Barcia, la misma lectura que al
doctor Gascón, ya que el doctor Barcia, no solamente intentó demostrar que mi hijo no había muerto
a consecuencia de una radionecrosis,
sino que intentó, incluso, demostrar que no sufrió una radionecrosis,
afirmando, entre otras cosas, que “una verdadera radionecrosis no cursa con
fiebre”.
Aconsejo al doctor Barcia, que lea con
detenimiento, en la publicación de, “Radionecrosis
Cerebral, Incidencia y Riesgo en relación a la Dosis, Tiempo, Funcionamiento y
Cantidad”, los diferentes y variados síntomas que presenta la radionecrosis, así, en el
apartado: “Necrosis clínicamente
sospechada”, el ejemplo de la paciente número ocho. Dice así: “Mujer blanca, 32 años, presenta dolor de
cabeza, 39 de fiebre y visión borrosa…”.
Referente a la fiebre, diré que mi hijo,
diré que mi hijo presentó un cuadro febril a partir del momento en que hizo su
aparición o, se desarrolló la lesión por radionecrosis. Los médicos del
Hospital del Mar, le hicieron todo tipo
de pruebas para descubrir de donde podía provenir la fiebre, y nada se
encontró. Tan solo los efectos que
pueden producir un cerebro con amplias zonas quemadas que alteran todas las funciones
tanto psíquicas como físicas, entre ellas, como es fácil de comprender, la
temperatura corporal.
También quiero recordar, que existen
informes, en donde los especialistas aconsejan no aplicar radiaciones
ionizantes a niños ni a gente joven para evitar sufrir los efectos retardados
de la radiación, hecho que muchos médicos sin conciencia obvian. Tan sólo
pueden aplicarse en casos muy graves, pero nunca, por ejemplo, extirpar unas
amígdalas o malformaciones que se pueden resolver con las operaciones tradicionales.
Nunca tampoco en casos como el de mi hijo, que nadie en España las utilizaba
para tal fin y que como pueden ver en el informe del “Hospital Noruego de
Radio”, dice: “No hay nada escrito que
avale este tipo de tratamiento para casos como el de mi hijo”. Ha quedado
claro que en el caso de mi hijo, fue un experimento atroz.
DESARROLLO DE LAS VISTAS ORALES DEL
JUICIO
Me resulta difícil - y
para los lectores resultaría agotador si lo hiciera -, explicar todo lo que
pasó en las vistas orales del juicio y el orden exacto de las intervenciones.
Fueron tres vistas
agotadoras. La primera duró todo el día; desde las nueve de la mañana hasta las
dos de la tarde –paramos dos horas para comer -, y desde las cuatro hasta las
nueve de la noche. . La segunda vista duró toda la mañana y la tercera también.
Lo agotador no fue por las horas de duración, sino por la tensión con que se
vivieron: unas vistas cargadas de crueldad, de mofa, llenas de mentiras y llenas de una maldad que sin duda dejaron a
la vista de todos los asistentes, los instintos bajos y mezquinos de los acusados, sus abogados y sus peritos de
parte.
Mi abogado me había
advertido que oiría cosas terribles, pero que oyera lo que oyera, me mantuviera
en silencio; podrían expulsarme de la Sala. Intenté, mentalmente, ponerme una
coraza para soportar “aquello tan terrible”, que yo no creía que fuera así, por
qué… ¿Qué cosas terribles podían decir de mi hijo y de todo lo que pasó?
Pero…sí, fue terrible. Nunca podía imaginar que toda aquella gente – abogados y
peritos – fueran tan mala gente. Solo diciendo que no querían hacer daño a mi
hijo, que ellos solo querían ayudarlo… Pero… ¡No!
Justo al empezar la
primera vista, vi como los abogados de
los acusados y de la Clínica DEXEUS, doña Olga Tubau, don Julio Nuñez y don Juan
Manuel Domínguez Ventura, demostraban una actitud prepotente que a medida que
avanzaba la vista se convirtió en una actitud de auténtica crueldad.
Con gran sorpresa e
indignación por mi parte, observé que los abogados de los acusados y los
peritos intentaban hacer creer que mi hijo había muerto a consecuencia de su
“hígado graso” provocado por alguna otra enfermedad que ya padeciera; podía ser
incluso que mi hijo fuera un “borracho”, como intentó hacer creer el
sinvergüenza de doctor Rubio en su declaración.
La primera persona en
declarar fui yo misma. Y los últimos, los peritos a los que el juez les dejó
todo el tiempo que quisieron dejándolos, incluso, interrumpirse entre ellos
mismo – aquello parecía un gallinero -, no
así a los médicos que diagnosticaron la radionecrosis y atendieron a mi hijo
hasta el final de su vida. Los únicos que vivieron la realidad de los hechos.
Los médicos del
Hospital del Mar, de la Clínica Quirón y del Centro de Resonancia Magnética,
quienes eran de verdad los que sabían el porqué murió mi hijo y del doloroso proceso que precedió a la
muerte, el juez sólo los dejó declarar una vez, con lo cual no tuvieron la
oportunidad de rebatir, como hubiera
sido su deseo, todas las barbaridades y
falsedades que los abogados y peritos de
parte de los acusados dijeron y que eran
fáciles de rebatir. Pero el juez, no les llamó nuevamente, y no pudieron
hacerlo, algo que me consta, porque ellos mimos me lo dijeron, sintieron mucho.
Tampoco a mí el juez me
dejó explicar lo que yo consideraba necesario e importante. Por ejemplo: cuando
me hizo ciertas preguntas sobre el proceso de la muerte y empecé a explicarle,
se repensó, y cortándome, dijo que aquello pertenecía contestar a los peritos.
¿A los peritos? ¿A los peritos que no sabían nada de nada y que cuando les preguntó
a ellos, no sabían de qué les hablaba? ¿Cómo podían saber del proceso de la
muerte de mi hijo si ninguno de ellos quiso verle nunca? En este sentido, mi
abogado quería hacer entender al juez, que yo sabía de que hablaba porque
durante cuatro años y seis meses impensables que mi hijo mal vivió, me convertí
en una enfermera más; una enfermera que estuvo al cuidado de él las
veinticuatro horas del día, involucrándome totalmente en el tema de las
radiaciones y sus funestas consecuencias cuando son mal aplicadas y aplicadas,
además, innecesariamente. Pero el juez no me lo permitió, sólo me preguntó si
los médicos del Hospital del Mar me habían advertido del peligro de la
Dexametasona. Le contesté que me dijeron que en un caso como el de mi hijo que
no tenía salida era “un arma de doble filo”. Pero también le dije, que si no se
lo hubieran suministrado mi hijo hubiera
muerto a los dos o tres días de su primer ingreso en el hospital por efecto de
la radiación.
Los abogados de los
acusados me hicieron unas preguntas estúpidas. Por ejemplo, me preguntaron, que
cómo era la relación con mi hijo. Les contesté que era muy buena persona, un
buen hijo, que nos queríamos mucho y que tenía un carácter inmejorable. Me
pregunté, ¿qué tenía que ver que nuestra relación fuera buena o mala con lo que
allí se estaba juzgando que era su muerte? Las preguntas restantes que me
hicieron fueron igual de estúpidas.
El juez me enseñó un
consentimiento que ellos llaman informado, y que según ellos firmó mi hijo. El
juez me preguntó si yo había visto antes aquel informe; lo miré, y dirigiéndome
a mi abogado, le dije que no lo había visto antes, que no era el que firmó mi
hijo en el despacho del doctor Guix delante de mí, pero no le di importancia
porque aquel informe no hablaba de riesgos de muerte ni de ningún tipo de
riesgo. El juez me preguntó, si yo
reconocía la firma. Le dije que, aparentemente era la firma de mi hijo, pero
que para saberlo con seguridad tendría que examinarla un experto en grafología.
Todos mis testigos – médicos
-, sin excepción, a pesar de las presiones a las que fueron sometidos por parte
de los abogados de los acusados, se
mantuvieron firme en su diagnóstico de “lesión cerebral por radionecrosis
diferida profunda e inoperable”.
A parte del doctor
Buezaco, que fu muy presionado con preguntas retorcidas y llenas de mala fe,
como si él, no supiera que responder, fue muy presionada también la doctora
representante de la Clínica Quirón. Le preguntaron incitantemente tanto los
abogados de los acusados como la señora fiscal, el por qué estaba tan seguros
de que lo de mi hijo se trataba de una radionecrosis y no de otra cosa, como un
tumor, por ejemplo. La doctora firme, contestó: “Porque hay maquinaria y medios
suficientes para poder asegurar que se trataba de una lesión cerebral por
exceso de radiación y no por un tumor u otra causa”.
El doctor Ros,
psiquiatra de mi hijo, explicó en qué consistía la neurosis de mi hijo. Explicó la entrevista que
mantuvimos con el Profesor Erik Olaf Backlund en el Hospital Haukeland en
Bergen, resaltando que cuando el Porfesor vió los TACS del cerebro de mi hijo,
con las manos en la cabeza, dijo que nunca había visto una lesión por
radionecrosis como aquella, confirmando que mi hijo no tenia solución. La
fiscal le preguntó al doctor Ros, si las personas que padecen neurosis
obsesiva, termina suicidándose. El doctor le contestó, que por el hecho de
padecer una neurosis obsesiva, no; que los intestas de suicido en estas
personas es una forma de pedir ayuda. (Lo de los intentos de suicido, está
explicado en el Capítulo II).
Como he avanzado, el
doctor Burzaco fue el más presionado de todos por los abogados de los acusados,
además con malas formas, lo que arrancó alguna sonrisa del doctor Burzaco. Los
abogados de los acusados debían desesperadamente, buscar todas las fórmulas
para salvar a sus clientes del crimen que habían cometido, y otra, aparte del
“hígado graso”, era la de culpabilizar al doctor Burzaco por haber tratado a mi
hijo a los pocos meses del tratamiento de la Clínica DEXEUS, haciendo alusión a
las hemorragias que presentaba el cerebro de mi hijo.
El doctor Burzaco, que
algunos mal pensados creían que tiraría contra mí sin piedad para defender a
los médicos Guix y Rubio, explicó de una forma sencilla en qué consistía la
radiofrecuencia, quedando claro que era imposible que produjera los efectos que
sufrió mi hijo. El doctor Burzaco, señaló que en caso de producirse un efecto
negativo en la aplicación de la radiofrecuencia, sería debido por la mala
aplicación por una persona inexperta, y en este caso el daño sería inmediato,
no retardado como ocurre con la radiación. También aclaró, que la
radiofrecuencia se utiliza para cortar hemorragias, no para provocarlas.
Los abogados de los acusados
insistieron en que si el señor Arturo Navarra hubiera muerto por el exceso de
radiación, hubiera muerto enseguida o a los pocos días. El doctor Burzaco les
dijo que no era cierto lo que decían aclarando que: “Los rayos aplicados al señor
Navarra eran los mismos que en Chernóbil: unos murieron enseguida, otros al
cabo de unos meses y otros al cabo de unos años. El exceso de radiación mata
las células por reacción en cadena, pero con tiempo distinto según la
naturaleza de las personas y la cantidad de radiación recibida”. Con el
exceso de radiación, al final siempre se muere. Y no olvidemos que Arturo
aguantó porque era fuerte y soportó, con mucho sufrimiento el corticoide
Dexametasona, si no se lo hubieran aplicado, como ya le dije al juez, es cierto
que Arturo hubiera muerto a los dos o tres días de haber ingresado en el
hospital la primera vez.
La señora fiscal, le
hizo la misma pregunta al doctor Burzaco que había formulado al doctor Ros: si
las personas que padecen una neurosis obsesiva se terminan suicidando. El
doctor contestó que no, que era una forma de llamar la atención, de pedir
ayuda. Personalmente no encontré sentido a esta pregunta, porque, terminen
suicidándose o no, ningún médico puede someter a un paciente a tratamientos más
agresivos que la propia enfermedad que padece, y exponerlo a un peligro de
muerte para evitar que se suicide.
Cuando le toco el turno de declarar al
doctor Valverde - Jefe de Servicio del Instituto Nacional de Toxicología, y
persona muy respetada además -, los
abogados contrarios le llamaron la atención por el hecho de que en su informe,
dice: “… aún siendo inespecífico es
totalmente compatible con lesión por radionecrosis”. Le insistieron que, en
aquel “inespecífico” podían caber muchas cosas, como un tumor por ejemplo. En vista de la mala fe de los abogados que
casi lo quisieron ridiculizar, groseros y mal educados a más no poder que son,
el doctor Valverde se levantó del asiento y, con voz muy alta y llena de
indignación por todo lo que allí estaba pasando, dijo: “Si he dicho que era inespecífico, ahora digo específico”. Y
añadió: “Y, yo que he estudiado el
cerebro de Arturo Navarra milímetro a milímetro, puedo decir con toda
seguridad, que si no hubiera sido por la radiación el cerebro no tenía nada”.
Y, haciendo alusión a las declaraciones del doctor Burzaco, dijo “que no hacía falta irnos a Chernóbil, que,
aquí en Zaragoza, en el Hospital Miguel Servet, murieron siete personas por
exceso de radiación cuando se las estaba tratando de un cáncer”. Y
siguiendo con su tono de indignación terminó: “Y los rayos ionizantes mal aplicados matan y esto es lo que ha
sucedido con este muchacho”.
El doctor Vilacalveras, un perito
digamos de mi parte, radioterapeuta
también, estuvo justo y conciso. Dijo que él no aplicaba aquel tipo de
radiación, pero que no era extraño que se hubiera producido una radionecrosis
por la peligrosidad de los rayos gamma.
El doctor Jordi Jornet Lozano (recuerden
forense del juzgado), se inventó que mi hijo padecía una “psicosis suicida”.
Dijo que lo de la radionecrosis diferida se lo habían inventado los médicos del
Hospital del Mar, que cómo no sabían de que se trataba dijeron, pues… ¡va!
vamos a decir esto. Quiso dejarlos como incapacitados y embusteros a todos, a
todos… Bien, ya he explicado un poco la conducta de este hombre cuando mantuve
la entrevista con él y mi abogado en su despacho del juzgado. Mirando al doctor
Jornet mientras declaraba, haciendo aquellos grandes y espectaculares
“espavientos”, para intentar reforzar sus mentiras y hacerse merecedor de lo
que le pagaron sus amigos, los acusados, la verdad es que el doctor Jornet
parecía, el sí, un pobre loco de atar.
A mí, me parecía que todo aquello que
estaba pasando no podía ser real. ¿Cómo podía aquel hombre decir aquellas cosas
de mi hijo si él nunca le conoció, si no
quiso verlo cuando todavía podía, si no existe ningún informe médico que diga
tal cosa? ¿Si los informes que le entregamos solo hablaba de neurosis obsesiva
sin más complicaciones, y especialmente de la radionecrosis y el daño que ésta le causó y que le llevó a
la muerte que era lo que se estaba juzgando?
Pero… extrañamente mi abogado no replicó, quedo en silencio ante
aquellas malintencionadas afirmaciones.
Recuero que a la salida de la Sala una
psicóloga amiga que había venido a estar en la vista, le recriminó a mi abogado
su silencio ante la afirmación del doctor Jornet. Mi abogado se limitó a decir
que había sido un lapsus, aunque en realidad no le dio importancia porque lo
que había dicho el doctor Jornet era una “metedura de pata” que ningún valor
podía tener a la hora de juzgar. Digamos
que el doctor Jornet, se retrató a sí mismo. Algunas personas opinaron,
después, que el doctor Jornet se estaba vengando de mí por no haber accedido a
sus pretensiones de retirar la querella contra los acusados, “sus
colegas-amigos”. No sé…
Uno de los espectáculos más vistosos de
este “circo”, lo protagonizaron los peritos de parte, de parte de los acusados,
¡claro! La imagen que dieron todos “aquellos grandes hombres de la medicina del
panorama español”, fu patética: Se levantaron del asiento, empezaron a hablar
todos a la vez, con grandes espavientos – un gallinero -, se interrumpían entre ellos, se contradecían
unos a los otros sobre el tema del “hígado graso” y las radiaciones, no sabían
nada de nada, pero ¡claro! debían de defender los intereses de quienes les
habían dado una buena paga. Pero formaron tal “guirigall”, que hasta el juez
les tuvo que llamar la atención, diciéndoles: “Señores, ¡compórtense, por
favor!”. Como digo, fue patético y vergonzoso. Se debían dar cuenta del
espectáculo que estaban dando, porque se calmaron…
El doctor Rodríguez Pazos – el que se ha
pasado al otro bando -, declaró que a mi hijo le avisaron del peligro. Cuando
la señora fiscal le preguntó, cómo lo sabía, él contesto, porque se lo había
dicho el doctor Guix. Y seguidamente añadió, que cuando el riesgo está por
debajo del diez por ciento, no se avisa al paciente del riesgo. Esto levantó un
murmullo de sorpresa e indignación entre los presentes.
El doctor Pazos, por aquel tiempo,
estaba denunciado ante la Fiscalía Anticorrupción, de falsear informes médicos
y otros actos posiblemente delictivos. Puedo dar fe porqué yo acompañé a la
persona que presentó la denuncia. Pero no pasó nada. Nunca les pasa nada a este
tipo de gente. Por eso se creen con derecho a manipularte, y a aplastar tus
derechos y tu vida. Pero sigamos con el
espectáculo con que nos obsequiaron estas desgraciadas vistas.
El doctor Augusto Moragas Redecilla – el
de “De que va això avui?”-, nos obsequió con una de las actuaciones más
vergonzosas e insultantes si cabe. Este individuo no sintió ningún tipo de
pudor en dejar al descubierto, una vez más,
el menosprecio que sentía por la vida o muerte de mi hijo. Quedó claro
que este tipo de juicios le aburrían, porque nada le importaba la vida de las
personas y se decía médico con un montón de títulos en su haber como ya se
habrá podido leer. ¡Pobre gente la que cae en sus manos!...
La señora fiscal, preguntó al doctor
Moragas, si había conocido a Arturo Navarra Ferragut en vida o si había tenido
acceso a su historial médico aparte del que obraba en poder de Su Señoría, el
juez. El doctor Moragas, quedó en silencio. Un silencio que llamó la atención.
Todos estábamos esperando a que contestara, pero no contestaba, incluso nos
creímos que se podía haber quedado dormido, pero… ¡no! Al cabo de un rato
contestó diciendo: “No la entiendo”. Parecía que nos estaba tomando el pelo.
Segunda vez. La señora fiscal vuelve a
hacerle la misma pregunta pero esta vez con un tono más alto de voz y de impaciencia. Contestó más deprisa pero
con la misma respuesta: “No la entiendo”.
Tercera vez. La señora fiscal con un
todo altísimo de voz y de acabársele la paciencia, preguntó de nuevo: ¿Conoció
usted en vida al señor Arturo Navarra Ferragut o tuvo acceso a su historial
médico aparte del que obra en poder de Su Señoría?”. En esta ocasión respondió
más deprisa, pero dijo preguntando: “¿Quién es este señor?”. La señora fiscal
le contestó: “Este señor es el de que, usted, supuestamente, ha hecho el
informe “. Y dirigiéndose el juez, le dijo: “No tengo nada más que decir,
Señoría”. Quedaba claro que la señora fiscal no podía dar credibilidad al
informe del doctor Moragas.
La señora fiscal, hizo la misma pregunta
de que si conocían a mi hijo a todos aquellos peritos que sí parecía que tanto
conocían o sabían de mi hijo. Se quedaron sorprendidos y uno a uno, fueron
diciendo. “Yo no!…Yo no!”… Como
comentamos después el único que tenía el historial médico de mi hijo era su
psiquiatra el doctor Ros Montalbán y a él, nadie le pidió el informe. La señora
fiscal les hizo quedar a todos en un gran ridículo.
El doctor Millán, se aventuró mucho en
su declaración al asegurar que los médicos acusados aplicaron la dosis correcta
de radiación. En primer lugar, él no estaba allí para poderlo asegurar, y en
segundo lugar, si un tratamiento
supuestamente bien aplicado mata, debe de suprimirse “ipso facto”.
El doctor Samblás, que personalmente
había dicho a los padres de José Antonio –otra víctima de los doctores Guix,
Rubio y la radiación -, que las radiaciones que aplicaban en la Clínica DEXEUS
era cosa de locos, en su declaración, dijo que “los acusados, los médicos Guix
y Rubio, lo habían hecho muy bien”. Esta declaración lleno de indignación a la
madre de José Antonio que estaba presente en la Sala.
Llegó
un momento en que empecé a marearme; tanto oír lo del “hígado graso” por aquí,
“hígado graso” por allá”… todos dando la vuelta a lo mismo. Pero de repente, el
Profesor Borondo, quien estudió el cerebro de mi hijo junto al doctor Valverde,
interrumpió al que estaba hablando del hígado graso de mi hijo, que no recuerdo
quien era, y levantándose del asiento y dirigiéndose al señor juez, le dijo de
forma clara, firme y contundente: “Señoría, no hay que olvidar que Arturo Navarra ingresó en el Hospital del
Mar por una radionecrosis cerebral diferida, que obligó, para mantenerlo con
vida a suministrarle altas dosis de corticoide Dexametasona y éste con el
tiempo produce un “hígado graso”. Agradecí sinceramente la declaración espontánea del
Profesor Borondo. Fue como si me hubiera venido un soplo de aire fresco que me
dio un poco de paz…
Cuando declararon los médicos Guix y
Rubio, a cada respuesta o explicación que daban, les seguía un murmullo de repudio
de la Sala. Así cuando la señora Fiscal preguntó al doctor
Guix, qué criterios siguió para aplicar la radiación, y, le contestó todo
decidido, como dando una contestación “gloriosa” “Por el Ojo clínico”, como he
contado al principio al oír tal contestación de un médico que se preciaba de
serlo, familiares o amigos, le gritaron con toda su alma: “¡¡BURRO!!”. Y cuando
la señora Fiscal, le preguntó al doctor Rubio si avisaron a Arturo Navarra
Ferragut que se podía quedar en una silla de ruedas o morir, el doctor Rubio,
éste, cínicamente y muy satisfecho, textualmente contesto: “¡Hombre! ¡No!
Porque de avisar nadie se lo haría”. Mi abogado me miró con una mirada de
satisfacción como queriendo decir, él mismo se ha condenado.
El doctor Rubio siguiendo con su cinismo
y prepotencia, añadió: “Y los rayos de vez en cuando dan una broma y si la dan
es imprevisible”. La señora Fiscal, le preguntó si creía que era una broma el
que muriera una persona”. Él agachó la cabeza y no contestó. ¡No avisan del
peligro y los rayos dan bromas que te matar!…Pero, todo y así, ¡no hay que
avisar! Pregunto: ¿No era eso lo que hacían los médicos de la Alemania nazi,
experimentar sin dar el derecho a que la
persona pudiera decidir sobre su vida”. Durante mis campañas muchas personas
comparaban lo que le habían hecho a ni hijo con los experimentos atroces qué
llevaban a cabo estos médicos locos, y, como locos también Guix y Rubio; locos
reflejado en la fotografía de la Portada
del “DIARIO 16”.
Pero, lo que quizás aún hizo que el
público se quedara más sorprendido fue cuando el doctor Rubio explicó: “Yo les
pregunto a mis pacientes: ¿qué quieres que te irradie o que te abra con un
pincho?”.
Según muchos profesionales de la medicina por todas las declaraciones tan bestiales vertidas por el doctor Rubio, que violan sin ningún tipo de pudor el derecho más inherente que tiene el ser humano, como es su derecho a la vida y por supuesto a su derecho a decidir para preservarla y que la medicina tiene el derecho de proteger, al doctor Rubio lo tenían que haber condenado en el acto.
Según muchos profesionales de la medicina por todas las declaraciones tan bestiales vertidas por el doctor Rubio, que violan sin ningún tipo de pudor el derecho más inherente que tiene el ser humano, como es su derecho a la vida y por supuesto a su derecho a decidir para preservarla y que la medicina tiene el derecho de proteger, al doctor Rubio lo tenían que haber condenado en el acto.
Las declaraciones del doctor Rubio son
las que más indignación, rabia y tristeza me produjeron:
Oyendo repetidamente lo del “hígado
graso” de mi hijo, con una frialdad y falta de respeto que helaba la sangre, no
pude evitar imaginarme a mi querido hijo seccionado en una fría mesa de mármol.
¡Qué final para aquel buen muchacho, lleno de vida como había estado!...¡Con
tantos proyectos!… ¡Qué final para aquel buen hijo mío!...Pero me vino,
también, el recuerdo de otra mesa de mármol en un tanatorio de las Islas
Canarias cuando embalsamaron a mi querido esposo. Mi hijo y mi esposo, los dos…
Aunque fue por dos muertes muy distintas, mi esposo por ser demasiado confiado
en él mismo y no hacer caso de los médicos cuando estos le dijeron que dejara de
fumar; él confió en unas pastillas que le recetó el doctor para que se la pusiera debajo de la lengua cuando
sintiera algún malestar. El creía que
esto era suficiente para solucionar su problema. Él intentaba dejar de fumar,
pero… Y, mi hijo, por no tener problemas de salud en el futuro y confiar
demasiado en unos médicos malditos y crueles… Pero, al final, los dos en una
fría mesa de mármol que ahora se entremezclaban dentro de mi cabeza.
Creía que no podría resistir más tiempo
y que me iba a desmayar, pero, ¡no! aguanté; me fui dejando caer, bien
recostada en el asiento, y las voces se convirtieron en murmullos lejanos…
Entonces la presencia de mi hijo cogió fuerza.
Le vi allí mismo, como si estuviera vivo, sano, con su aspecto de
deportista, sonriente, con sus ojos tan bonitos que tenía, con su mirada
limpia, transparente, noble…Le vi el día que ilusionados preparábamos las
vacaciones de agosto de 1989, aquellas
vacaciones que nunca pudimos llegar a realizar… Le vi el día, en que confiado y
sonriente le dijo al doctor Guix cuando éste le pidió que firmara “una
aceptación de tratamiento” para que no se creyeran que, “yo y tú madre te hemos
cogido a la fuerza y…” Mi hijo, tan confiado le dijo: “¡Que exagerat ets! ¡Porta, home, porta, que et firmo no hi ha cap
problema!”. (“¡Qué exagerado eres! ¡Trae, hombre, trae, que te firmo, no
hay ningún problema!”). Recuerden que el doctor Guix se le presentó como si
fuera un amigo de toda la vida. Todo una forma muy sucia y cruel de conseguir
su confianza… Después… después lo vi en lo que le habían convertido: en un ser
desvalido, en un viejo decrépito y tembloroso llenos de dolor y sufrimientos,
y… después en aquella fría mesa de mármol.
Estaba inmersa en aquellos pensamientos
tan llenos de dolor, cuando de golpe, un ruido me hizo volver a la realidad del
momento: fue la voz grotesca y endemoniada del doctor Rubio, que refiriéndose a
mi hijo dijo: “Los borrachos también tienen este hígado”, refiriéndose al
hígado graso de mi hijo. Y, siguió: “Este señor era un tomador de pastillas y
los pastilleros agreden su cuerpo”. Al oír aquel disparate quiso gritar: “¡Hijo
de puta! ¡Si has sido tú el que la agredido con maldad, si eres tú quien le ha matado!”.
Quise gritar muchas cosas, pero mi abogado me había dicho que oyera lo que
oyera que callara… ¡Ahora me arrepiento de haberle hecho caso y no haberle
dicho allí mismo todo lo que se merecía! La verdad es que esto me ha quedado
dentro.
Con los intentos del doctor Rubio para
hacer quedar a mi hijo como un despojo de la humanidad para justificar su
salvajada, lo único que consiguió, fue demostrar una vez más el monstruo de
maldad que era, él y su socio, doctor Guix.
No puedo sacarme de la cabeza aquella sonrisa maléfica de aquellos dos seres sin alma
cuando yo estaba declarando. Tanto fue así que la sonrisa se convirtió en una
risotada que me obligó a girar la cabeza hacia ellos y que fue motivo de que
saltara en los medios de comunicación, principalmente el doctor Guix. ¡Y pensar
que mi hijo, con toda la buena fe del mundo, le depositó toda su confianza
confianza!
No pudiendo resistir más todo aquel
espectáculo dantesco, salí de la Sala antes de finalizar la vista para respirar
un poco. Creía que ya había oído y visto bastante. Volví a entrar cuando ya
estaba finalizando, justo para oir al
juez que decía: “Queda visto para sentencia”. Dicho esto, el público empezó a
salir y yo me quedé de pie cerca del pasillo de salida. Los peritos de parte,
de ellos, tuvieron que pasar por delante de mí. Pasaron arrogantes, con la
cabeza tan alta para no verme que hasta alguno tropezó. No pude evitarlo, les
dije: “Pandilla de sinvergüenzas”. Alguno dijo que yo era una “mala puta”.
Familiares y amigos que se quedaron hasta el final de la vista,
me dijeron que no tenía que haber salido de la Sala, porque tenía que haber
oído los alegatos finales de los abogados de Guix, Rubio y de la Clínica
DEXEUS. Me dijeron que fueron terribles las cosas que llegaron a decir de mi
querido hijo. Cuántas veces me he
preguntado; ¿De dónde salen esta gente tan malvada?
Quiero
hacer alusión a un hecho que, incluso siendo tan simple, el juez obró de forma
contraria a la lógica judicial.
Al finalizar la primera vista en la que declararon las mayoría de los
peritos de parte de ellos, yo le dije a un juez amigo, que quería denunciar a
toda aquella gente por las atrocidades que habían dicho de mi hijo, todas las
mentiras y por faltar a su derecho al honor. Me aconsejó cómo lo tenía que
hacer. Tenía que hacer un escrito dirigido al juez explicando el motivo con los
nombres de los que quisiera denunciar y entregarlo antes de empezar la segunda
vista. Cómo que faltaba uno de perito de parte de ellos, puse que si éste
seguía la misma línea que lo añadiría al grupo. Así lo hice, le di el escrito a
la secretaria judicial que lo entrego al juez en la misma Sala y a punto de
empezar la segunda vista. El juez tenía que haber leído el escrito y
guardárselo sin más y más adelante comunicarme su decisión. Ahora este tipo de
denuncias se pueden hacer sin autorización del juez, pero antes… Y aquí se
produjo el hecho contrario que debe respetar todo juzgador que se precie.
El caso
es que cuando el juez terminó de leer mi escrito, en voz alta, dirigiéndose al
público, dijo: “La señora Ferragut me ha hecho entrega de un escrito en el que
me comunica su intención de…”, y leyó todo el escrito y además, pregunto a los
abogados de ellos, que les parecía.. Fue un golpe muy sucio porque él no podía
obrar en aquella forma, debía leerlo y guardárselo. No hace falta decir que se
formó un revuelo que dio alas a los abogados de los acusados para tirar contra
mí de mala manera. En fin, todo un despropósito.…
No podía sacarme de la cabeza la
actuación de aquel juez, José María Assalit Vives, tan baja hacía mí, ni de
aquellos “prestigiosos peritos” con sus montañas de cargos, comportándose tan
brutalmente, diciendo tantas mentiras, atropellando la memoria de un pobre
muchacho muerto y de su madre que lo
único que pedía era la justicia que por ley le pertenecía.
Tampoco me podía ni puedo sacarme de la
cabeza las palabras del doctor Rubio cuando quiso hacer creer que mi hijo era
un borracho y un pastillero, cuando él sí, es un gran consumidor de
ansiolíticos y bebedor de alcohol, y que más de una vez entró en el quirófano
más bebido de la cuenta según sus propios ”compañeros”. Hecho que se puso en
conocimiento de la Generalitat de Cataluña quien dijo que investigaría pero que
nada se hizo.
En una de las intervenciones de los
abogados de los acusados, pidieron disculpas por lo que había dicho el doctor Rubio
sobre mi hijo, lo de “pastillero” y “borracho”, pero fue demasiado tarde y
estas palabras saltaron a los medios de comunicación indignando a la familia y
amigos de Arturo que sabían que no bebía alcohol, aparte de alguna cerveza y
todavía con gaseosa como tantas veces he explicado.
Tampoco podía ni puedo sacarme de la
cabeza, como mi hijo ya estando al final de su vida lleno de bondad, me dijo: “Madre, oigo hablar de médicos y jueces, ¿es
que me han hecho alguna cosa que no ha salido bien? Si es así madre, no quiero
que les pase nada a los médicos, ¡pobres! lo habrán hecho sin querer, lo
estarán pasando muy mal. No quiero que les pase nada! ¡Prométeme, madre, que no
les pasará nada!”. Mi hijo no sabía nada de lo que le habían hecho, no
recordaba nada debido a la demencia senil que le provocaron con la radiación,
ni quiénes eran los médicos a los que nos referíamos, pero todo y así se estaba
preocupando por unos médicos que lo podían estar pasando mal… Y, ellos,
¡Malditos!...
Tantas cosas me venían a la mente… Y, cuando
el doctor Oliveras me dijo ante mi hijo muerto… “Tómeselo por el lado bueno
señora Navarra. ¡Pobrecito, ha terminado de sufrir!
Sí, era cierto, mi hijo en plena
juventud, había terminado de sufrir, de sufrir por culpa de nos canallas
malnacidos, pero yo tenía que tomarme por el lado bueno su muerte mientras
ellos, sus asesinos, disfrutaban de su vida, de sus hijos, de todos sus bienes
como si nada hubiera pasado mientras a mi hijo le habían arrebatado todo.
¡Todo! ¡Más ya era imposible!
Ya en el mismo Hospital del Mar,
personas que venían a ver a sus enfermos, se ofrecían por cuanto menos
romperles las piernas a aquellos canallas que le había hecho aquello tan
terrible a mi hijo; en mis campañas públicas que empecé recién fallecido mi
hijo, delante de la Audiencia, en la Rambla de las Flores, allí donde
estuviera, encontraba a buena gente que se indignaba ante lo que le habían
hecho a mi hijo y se ofrecían para lo que quisiera, pero yo nunca quise que les
hicieran daño en nombre de mi hijo ni en el mío, pero después de las vistas
orales del juicio… la verdad es que si hubiera tenido un arma hubiera disparado
sin titubear.
Para poder condenar a los médicos Guix y
Rubio, solo tenía que quedar demostrado que mi hijo murió por causa o efecto de
la radiación mal aplicada o incluso radiación innecesaria en su caso, donde la
aplicaron y quien se la aplicó, y esto quedo más que demostrado en todos los
informes aportados, en las declaraciones
de los médicos del Hospital del Mar, Quirón, Centro de Resonancia Magnética,
incluso en las propias declaraciones de
Guix y Rubio que cavaron su propia fosa y que los hubiera enterrado definitamente,
si el juez José María Assalit Vives, hubiera juzgado de forma imparcial,
honestamente y haciendo cumplir rigurosamente el Código Penal, como era su
obligación. Pero…
Impacientes esperamos la sentencia con
la seguridad de que mi hijo recibiría justicia y ellos su justo castigo. Una
mañana me llamó un periodista de Radio Rambla que había ido siguiendo todo el
proceso, para preguntar: “¿Habéis visto la sentencia? ¿Ya sabéis que habéis
perdido? Llama a tu abogado por si sabe alguna cosa. Pero aunque parezca increíble,
habéis perdido”. Llamé raídamente a mi
abogado. No sabía nada. Fue a buscar la sentencia, y efectivamente habíamos
perdido, pero si era una gran injusticia perder, como estaba redactada la
sentencia, no lo podíamos creer.
Uno puede pensar que se pierden los
casos, porque no se han aportado suficientes pruebas, el caso no quedó
plenamente demostrado, en casos como el de mi hijo, porque los “pobres médicos”
no lo hicieron queriendo con lo cual no se les puede condenar como a otro
agresor… ¡en fin!, conceptos que aunque no estés de acuerdo con la decisión tomada puedes comprender la dificultad en que se
puede encontrar el juez a la hora de juzgar.
Pero, lo que nadie puede
comprender, es que para proteger a los salvajes que mataron a mi hijo, con
todas las pruebas, con su comportamiento, con las leyes tan claras en la mano, se
tengan que inventar un montón de mentiras, de falsedades llenas de mala fe, y
violar la ley descaradamente como ha sido en el caso de mi hijo. Al leer la
sentencia, que nos dejó helados y que, verdaderamente es de “alarma social”
como la han calificado muchos, pensé: ¡Esto va para largo!
Seguidamente, el informe del Hospital Noruego de Radium, los derechos del enfermo,
y la sentencia y contrasentencia, para que el lector interesado en seguir este
proceso, juzgue por sí mismo.
Aquí empieza el auténtico calvario del recorrido judicial.
Recorrido impuesto por un sistema en muchos casos injusto e inhumano
La sentencia dictada por el juez José María Assalit Vives, lógicamente es recurrida ante la Audiencia Provincial de Barcelona. Sentencia, que como ya he comentado en más de una ocasión, ha sido considerada por gente de la propia judicatura como una de las más injustas además de ser calificada de, “alarma social”: Según esta sentencia, las negligencias médicas podrían quedar impunes por más atroces que fueran, ya que más atroz que lo que le hicieron a mi hijo ya es imposible, y sin embargo, el juez embutiéndose en el papel de abogado defensor, defiende “a capa y espada” a los médicos que mataron a mi hijo como si de sus propios clientes se tratara.
Recuerdo que una amiga de mi hijo que estudiaba para juez, cuando leyó la sentencia, dijo sin titubear: “Este juez se ha dedicado a juzgar la enfermedad de Arturo en lugar de juzgar a los médicos que le provocaron la muerte”. Y es cierto, conforme se va leyendo la sentencia, se ve que lo único que le preocupa al juez es hablar de la “enfermedad” deformándola, además, como si así pudiera justificar mejor a los médicos acusados. En realidad, para esta gente - los jueces -, las víctimas de negligencias médicas, casi siempre acaban siendo las culpables de su propia muerte.
Se recurre la sentencia: Mí abogado de entonces D. Javier Selva, convencido de que el caso estaba ganado, pues en la sentencia no se deja de reconocer el daño causado; requisito indispensable para poder condenar. Pero algo salió mal, y sí, fue mi actuación de denunciar al juez por prevaricación. Gente de la propia judicatura me advirtió: “Señora Ferragut, si usted se querella contra un juez, ya puede darlo todo por perdido. No hace falta que siga, porque nunca le van a dar la razón. Los jueces son vengativos”. No podía creerlo, pero, al final he tenido que dar la razón a quienes me advirtieron. Más tarde, el Magistrado Vocal Encargado de la Inspección de los Tribunales del Consejo General del Poder Judicial, D. Ramón Sáez, nos confesó, que “los jueces no quieren ir en contra de sus propios compañeros cuando éstos son denunciados”. Este hecho queda explicado durante el transcurso del “Recorrido Judicial”.
Recordaré, que tanto el doctor Jordi Jornet Lozano, como el abogado de la Clínica DEXEUS, en representación también de los médicos Guix y Rubio, nos ofrecieron a mi abogado D. Javier Selva y a mí, todo lo que quisiéramos si retináramos la querella. Al ver que nada podían hacer para convencerme, se rebotaron de mala manera contra mí, como queda demostrado tanto en las vistas orales del juicio como en todos sus escritos.
Entretanto esperábamos el resultado del recurso, leí y releí la sentencia una y otra vez, y pensé, que aunque ganara, en este caso por la vía civil, no podía permitir que una sentencia donde no había ni una sola verdad sobre mi hijo, con mentira tras mentira, una sentencia incluso cruel y elaborada con una mala fe incuestionable, sin condenar a los que tan cruelmente hicieron padecer y mataron a mi hijo, no podía quedar sin una respuesta judicial justa.
Para poder querellarse contra un juez por prevaricación, deben darse dos requisitos: uno, el de una resolución manifiestamente injusta, el otro, acompañada de mala fe. En la sentencia dictada por el juez José María Assalit Vives, se daban o se dan los dos requisitos indispensables: Sentencia manifiestamente injusta y manifiesta dosis de mala fe con el añadido, además, de muestras de una gran ignorancia, hecho que también está condenado en nuestro Código Penal en cuanto a la Administración de Justicia.
Le digo a mi abogado que quiero presentar una querella contra el juez por preva-ricación. No acostumbrados a que las víctimas de negligencias médicas adopten este tipo de posturas, me dice que no cuente con él para querellarme contra el juez.
Por aquel entonces, había conocido a un abogado que había sido víctima de una negligencia médica y que llevaba la defensa de su propio caso. Conocí a su esposa, que también llevaba a cabo una compaña en este sentido. Le pregunté si quería llevarme la querella contra el juez Assalit Vives, me respondió, que sí. El señor Selva consideró que sería mejor que lo llevara todo un solo abogado y se hizo cargo de los dos procedimientos el abogado D. Javier Bruna. Quedó una buena amistad con el señor Selva.
La querella contra el juez Assalit Vives, viene rápidamente desestimada, antes que el recurso que llevaba tiempo presentado. El Fiscal Jefe de Cataluña, D. José María Mena, en una sentencia de apenas una cuartilla, dice: “El Ministerio Fiscal no impugnó la sentencia que se pretende que sea prevaricadora, dada la precisión de su contenido y la extraordinaria pulcritud de su motivación”. ¡Echando más leña al fuego! Si se ha leído la sentencia con atención, pueden ver la precisión y pulcritud de su motivación.
Al cabo de un tiempo, de un tiempo bastante largo, viene desestimado el recurso a la sentencia dictada por el juez José María Assalit Vives. El hecho de que la Fiscal que actuó en el juicio y solicitó penas de cárcel para los acusados, no recurriera, ha dado mucho de qué hablar, pero esto lo dejo a la interpretación del lector. Mi abogado achacó la resolución nefasta para nosotros debido al haber presentado una querella contra el juez.
La sentencia de la Audiencia que absuelve a los médicos Guix y Rubio, la trataré en capítulo aparte, porque también merece una atención muy especial. Sólo adelantaré que los Magistrados que dictaron dicha sentencia, D. Fernando Valle Esqués, D. Jesús Mª Barrientos Pacho y Dñª María Pérez de Rueda, dentro de su maraña para defender a los médicos, incluso tienen el valor de entrar en la comparación del horror de quemar el cerebro de mi hijo – de “achicharrar”, recordando la expresión que utilizó la señora Fiscal en el juicio -, con la “infección rebelde que puede derivarse de una simple extracción dentaria”. ¡Echando más y más leña al fuego, y más y más dolor al dolor! La burla y la provocación de que son capaces esta gente, no tiene límites. La noticia que salió en “La Vanguardia” al respecto, también será comentada más adelante.
Antes de seguir con el recorrido judicial y a riesgo de ser repetitiva, no puedo evitar hacer mi descalificación personal de algunos de los párrafos de la sentencia dictada por el juez José María Assalit Vives que me han causado más que rabia, dolor e indignación. Quizás no debería porqué, como verán, la sentencia insertada en este Blog está perfectamente rebatida, pero tengo necesidad de hacerlo para descargar, conforme a mi modo, el dolor y la rabia tan grande que siento y en la indefensión tan atroz en que me encuentro ante tales manifestaciones; manifestaciones del todo condenables si viviéramos, de verdad, en un auténtico Estado de Derecho.
De todas formas, tengo la esperanza de que quien haya leído esta sentencia también haya leído los capítulos I, II y III de este Blog para que puedan comprender mejor el porqué de todas mis actuaciones y las expresiones que utilizo. Que, anquen, a veces pueden resultar viscerales, no por ello dejan de estar dentro del marco estricto de la ley.
Aunque mi deseo sería echar por tierra con mi rabia párrafo a párrafo toda la sentencia por lo indignantes y cínicos que son todos, sólo lo haré de unos pocos que, quizás sí, son los que más me han quemado.
Si bien al comienzo de este Blog hago alusión al “consentimiento informado” como uno de los aspectos más escandalosos de la sentencia debido a que el juez contradice la declaración de los propios acusados, hecho del todo punible en un juez, hay otros mucho más escandalosos y más que punibles.
Empezaré con un párrafo, que nunca, ningún juez, bajo ninguna circunstancia, debería de utilizar bajo pena de ser cesado de por vida de su función de juzgador, y esto por su crueldad y violación descarada del derecho sagrado de la vida que tiene todo ser humano.
- Cuando en nuestro país una persona enferma que va a morir y sufre, sufre tanto que ruega que la ayuden a morir, no pueden ayudarla porque practicar la eutanasia está prohibido, y si por aquella casualidad sale un médico de buen corazón que estaría dispuesto a ayudarla, a ayudarla a descansar de tanto sufrimiento, tampoco podría porque lo condenarían y encarcelarían: Considerarían que habría cometido un asesinato. En mi santo país, quien quiere morir no le dejan, y tiene que aguantar y reventar hasta que le toque. Pero, en mi santo país, quien quiere vivir, y vivir bien, como un muchacho sano fuerte, que tan sólo intenta solucionar un problema psicológico para no tener problema de salud en el futuro y confía en los adelantos que le ofrece la de la ciencia médica pero tiene la gran desgracia de encontrar en su camino a unos canallas y malditos llamados médicos, lo matan, y no solamente no pasa nada sino que los jueces protegen a los asesinos de forma cínica y en contra de toda ley moral y judicial. En uno de los párrafos de su sentencia el juez Assalit Vives, dice: “Cabe llegar a una primera conclusión fáctica, el paciente sufría una enfermedad que debía ser tratada de forma agresiva. Es decir, mediante métodos que pudieran incluso comportar riesgo para su vida o integridad física”.
Pregunto: Primero: ¿En qué Código Deontológico Médico este juzgador ha leído tal aberración? ¿Poner en peligro la vida de un muchacho físicamente sano que tan solo pretende solucionar un problema psicológico para poder vivir un futuro sin problemas de salud? ¡No existe ningún Código que diga tal aberración¡ ¡Ningunos!
Segundo: ¿Dónde ha leído este juez que mi hijo padecía esa cosa terrible de enfermedad que incluso fue lícito que lo pudieran matar gratuitamente, cuando ni siquiera la eutanasia está permitida en nuestro país? No existe ningún informe médico que diga tal cosa, solo existe el informe de su psiquiatra, que ni siquiera al juez le ha interesado leer, en el que dice, que “el paciente gozaba de una buena adaptación social interferida a veces por sus rituales: lavado de manos, comprobación, orden y limpieza. Esta es la cosa terrible que padecía mi hijo.
La carga cruel que contiene este párrafo, recuerda la ideología Nazi. Los Nazis, eran los que hacían desparecer de la faz de la tierra a las personas que habían cometido el gran “error” de padecer problemas psicológicos o mentales fueran graves o no. Según los Nazis, estas personas no merecían vivir.
El juez Assalit Vives, no tiene ningún reparo en aceptar, haciendo gala de una gran ignorancia y crueldad al mismo tiempo, que a un muchacho por padecer un problema psicológico ya se la pueda matar sin ningún tipo de temor, puesto que está aceptando de buen grado un tratamiento que él mismo califica de agresivo, tanto que incluso puede comportar riesgo para la propia vida o integridad física del paciente: de un muchacho físicamente sano, más sano que él no había otro como solía decir su psiquiatra. Espero que algún día este párrafo, como toda la sentencia, le pase factura al juez Assalit Vives.
Este juez debería recordar siempre la ley de la medicina: “Para que un tratamiento sea lícito, precisa que el riesgo que produzca sea menor que el daño que intenta reparar”. Y, la vieja sentencia, “primum non nocere que debe marcar siempre el límite de lo permitido en medicina: nada que implique daño”.
- Sobre el “Consentimiento informado”, también quiero decir algo de forma personal. El juez dice: “No cabe duda de que el paciente recibió información sobre la intervención y sobre los riesgos que comportaba, y ello no sólo por lo declarado por los acusados, sino que se deduce de que el paciente, por su forma de ser, debió requerir y exigir todo tipo de explicaciones. Los acusados no ocultaron la existencia de riesgos, seguramente sin darle importancia por ser menores, como ya se ha dicho, a la intervención alternativa de radiofrecuencia. El propio documento suscrito por el paciente hace mención expresa a posibles efectos secundarios y complicaciones debido al tratamiento mediante radiaciones ionizantes, aunque no especifique cuales”.
Primero: “No cabe duda de que el paciente (…)”. Si eran los acusados, ¿qué iban a decir? De no existir un consentimiento claro en el que se especifiquen todos los riesgos y peligros, lo que digan los acusados cuando les va la condena en ello ¿qué valor puede tener? Mentirán todo lo que puedan y más.
Segundo: “(…) de que el paciente por su forma de ser, debió requerir (…)”. Si a mi hijo no le importaba correr riesgos incluso de muerte, ¿a qué venía tanta exigencia a la hora de preguntar? ¿No sería una contradicción? Si mi hijo preguntaba tanto era porque quería tener la seguridad de que nada malo le podía pasar como era de esperar tratándose de un problema psicológico y no de una enfermedad que si no la tratabas te podía ir la vida como un cáncer, por ejemplo.
Tercero: “Los acusados no ocultaron la existencia de riesgos, seguramente sin darle importancia (…) ¿Existen riesgos, pero sin dar importancia, y esto cuando te puede ir la vida como así fue; la vida de una persona sana, fuerte y con enormes ganas de vivir y de vivir bien, con un buen estado de salud psicológico? Es como una burla a la inteligencia humana; este juez nos trata como imbéciles de primera sin enterarse siquiera que todas estas precisiones que él hace tan contrarias a la ciencia médica, que algún día podrán explotarle en la cara.
Cuarto: “El propio documento suscrito por el paciente (…)” ¿Qué dice el propio documento suscrito? ¡No dice nada en concreto! Además él mismo lo reconoce. Me pregunto si el juez que tanto da crédito a todo lo que dicen los acusados, si es que estaba con nosotros en la consulta del doctor Guix escondido debajo de la mesa del despacho, para saber de lo que hablamos. He de decir al juez Assalit Vives, que si de verdad hubiera podido escuchar lo que hablamos, hubiera oído como el doctor Guix animaba a mi hijo, ocultando cualquier peligro, cualquier peligro!!! Hubiera oído como el doctor Guix, amigo del amigo, le animaba diciéndole: “¡Háztelo, Arturo, háztelo, que no te arrepentirás!”, y así una y otra vez. Y, hubiera oído a mi hijo, preguntar una y otra vez, si estaban bien seguros de lo que le proponían; que no olvidaran que él iba a curar una neurosis obsesiva y no a buscar lo que no tenía. Léase, por favor el juez Assalit en el Capítulo II, esta entrevista, D. Guix y mi hijo Arturo. El engaño fue brutal, el abuso de confianza brutal y la forma de defender a los acusado por parte del juez, pues, ¡miren! más brutal todavía.
Quinto: El juez Assalit mezcla las radiaciones ionizante con la radiofrecuencia, como tratamiento alternativo. Aquí no hubo ningún tratamiento alternativo, La radiofrecuencia nada tiene ver con el tratamiento de la Clínica DEXEUS. La radiofrecuencia no estaba en la mente de mi hijo ni como alternativa ni nada, porque mi hijo cuando fue a la DEXEUS confiaba en este tratamiento y nada más. La radiofrecuencia es otra historia que queda bien explicada en el capítulo II.
Sexto: Pero hay más: El juez repite en sus párrafos. “El paciente realizaba sus actos no controlando la mente”. Aparte de que es una falacia, una invención que también por parte de alguna que otra persona de la judicatura, le hubiera podido costar su puesto de trabajo como juzgador, puesto que es una invención malévola aparte de demostrar una gran ignorancia (no hay ningún informe médico que diga tal cosa y una neurosis obsesiva nunca deja al paciente sin controlar la mente), si en realidad el juez está convencido de lo que dice, de que mi hijo “no controlaba la mente”, pone encima de la mesa otro acto delictivo por parte de los médicos Guix y Rubio, ya que a una persona que no controla la mente no se la puede presionar y hacer que firma un “llamado” consentimiento para ser luego utilizado en su contra. Cuando un muchacho no controla la mente, han de ser los padres si los tiene, si no los tiene un tutor y si no tiene tutor será el juez que decida sobre el tratamiento propuesto y nunca dará su permiso para que al mucho le apliquen tratamientos tan agresivos que puedan costale la vida. Va en contra de nuestra CONSTITUCIÓN, contra los DERECHOS HUMANOS.
No deja de ser llamativa y contradictoria la sentencia dictadas por este juez, aunque por un lado mi hijo estaba tan mal que no controlaba la mente y por otro, por su forma de ser debió de requerí todo tipo de explicaciones…
Sigamos con otro párrafo que viola flagrante y descaradamente, una vez más, el derecho de la propia decisión del paciente, el derecho que tiene o tenemos a decidir sobre nuestra vida: Un Derecho CONSTUTUCIONAL Parece como si mi hijo hubiera estado en un campo de concentración sin escapatoria posible.
Dice: “El hecho de que el tratamiento a realizar por los acusados tenía menor riesgo que la alternativa y que en todo caso debía llevarse a cabo uno de ellos, tenía como consecuencia que no era necesario enfatizar sobre dicho riesgo y si en cuanto al mayor porcentajes de falta de complicaciones y probable curación. Pues no debe angustiarse al enfermo innecesariamente, cuando en cualquier caso debe asumir un riesgo de un tipo o de otro para sanar su dolencia”.
Recalcitrante este juez: Vuelve con la alternativa. Le contaré por si no se ha enterado todavía de lo de la alternativa. La alternativa de la radioterapia, no de la radiofrecuencia, se la da a mi hijo en el Hospital del Valle de Hebrón el doctor Nogués. En aquella época la radiofrecuencia no se aplicaba en el Hospital del Valle de Hebrón. Y, esto, a pesar de que el abogado de la Clínica Dexeus diga que si, para dejar a mi hijo como un caprichoso que ahora cojo esto, ahora lo dejo y ahora lo vuelvo a coger.
Lo que me sorprende es que cosas tan claras y tan comprobables al juez no le interesa saber ni siquiera como curiosidad si esto era así o no. El juez sabe que mi hijo rechazó el tratamiento que le ofrecieron en el Hospital del Valle de Hebrón por el riesgo que corría como le confesó el doctor Pere Nogués después de que mi hijo insistiera una y otra vez sobre la posibilidad de correr algún riesgo (operación con bisturí a cráneo abierto), y así lo expuso en el juicio el propio doctor Nogués: que mi hijo no quiso asumir ningún riesgo. El juez, usted, señor Assalit, le preguntó al doctor Nogués, qué hizo el señor Navarra cuando le informó del riesgo, el doctor Nogués contestó, que nos fuimos, que el señor Navarra no quiso aceptarlo. Pero, usted señor juez, le replicó que todo y así le habló del tratamiento de la DEXEUS con rayos gamma. Para sacarse las pulgas de encima el doctor Nogués, un cobarde más, dijo que él no sabía nada, que era cosa del doctor Rubio, cuando fue él mismo, el amigo de mi amigo, quien nos lo vendió como el “tratamiento del futuro”. Él nos dio el papel para entregar al doctor Guix quien también se presentó como un gran amigo y convenció a mi hijo para que aceptar el tratamiento sin ningún temor. Si el juez de verdad hubiera podido oír la conversación incluso hubiera oído comentarios sobre la Ópera y algunos viajes. Parecía que el doctor Guix también era aficionado a la Ópera al menos esto fue lo que le hizo creer a mi hijo. Escuchándolos parecían que se conocieran de años.
¡Todos una pandilla de estafadores y sinvergüenzas a más no poder!
Dice: “No era necesario enfatizar (---) “No hay que angustiar al paciente (…)” ¿No era necesario enfatizar cuando saben que existe un riesgo de muerte? ¿No hay que angustiar al paciente cuando es una persona sana que de no haber tenido la gran desgracia de encontrar a esos dos hijos de puta por el camino mi hijo estaría vivo como así mismo lo dijo la señora Fiscal en las vistas orales del juicio? Me pregunto si este juez está en sus sanos cabales.
Dice: “En cualquier caso tenía que asumir un riesgo (…)”.
Pregunto nuevamente: ¿De dónde saca él que mi hijo en cualquier caso tenía que asumir un riesgo? ¿De dónde? Nadie está obligado a asumir riesgos innecesarios y menos cuando una persona está físicamente sana, recuerde señor juez, persona más sana que mi hijo no había otra como solía decir su psiquiatra. Y ni en los casos de gravedad extrema como puede ser un cáncer incluso terminal, nunca ningún médico lo expondrá a más sufrimientos a no ser que el enfermo se presta a un nuevo experimento que le pueda aportar alguna posibilidad de vida, pero es que este paciente ya está muy enfermo y él decidirá. Pero a un muchacho sano fuerte, con enormes ganas de vivir para tratar un neurosis obsesiva, manías como se les llamaba antes y, y ni aunque hubiera sido un loco, es inmoral, criminal por parte del juez dictar una sentencia en la que se puede llevar a la muerte gratuitamente personas sanas y fuertes. Sentencia de locos peligrosos, desde luego: exponer a un chico a la muerte para curar una dolencia que nunca le hubiera llevado a la muerte. Y si él lo aceptó fue por la gran seguridad que le ofrecieron de que no obtener los resultados esperados se quedaría como estaba que fue lo único que aceptó.
Los efectos secundarios que aceptó mi hijo, fueron de “dos o tres días de dolor de cabeza y quizás ni eso”, que fue lo que le contestó el doctor Guix cuando mi hijo le preguntó: “Dos o tres días de dolor de cabeza y quizás ni eso”.
El informe que ellos llaman consentimiento informado, si el juez hubiera querido impartir justicia de verdad, que de antemano no hubiera estado predispuesto a defender a los acusados –sus amigos -, hubiera visto que era un consentimiento fraudulento, pues se lo hicieron firma el mismo día de la intervención y en la misma sala de operaciones. El que firmo mi hijo delante de mí en el despacho del doctor Guix, no era un consentimiento informado, era una aceptación de tratamiento que es que es muy distinto, aunque el del consentimiento no dice nada en concreta se demuestra una mala fe propia de auténticos y malditos estafadores, gente de la peor calaña, y terroristas de la peor ralea.
Como se puede comprender, recordando cómo pasó todo y leyendo esta sentencia - después vendrán las otras, peor si caben -, es fácil que a uno se le vaya calentando la sangre y…
Sigamos con otro párrafo que viola flagrante y descaradamente, una vez
más, el derecho de la propia decisión del paciente, el derecho que tiene o tenemos a decidir sobre nuestra vida: Un
Derecho CONSTITUCIONAL. Parece como si mi hijo hubiera estado en un campo de
concentración sin escapatoria posible.
Dice: “El hecho de que el
tratamiento a realizar por los acusados tenía menor riesgo que la alternativa y
que en todo caso debía llevarse a cabo uno de ellos, tenía como
consecuencia que no era necesario
enfatizar sobre dicho riesgo y si en cuanto al mayor porcentajes de falta de
complicaciones y probable curación. Pues no debe angustiarse al enfermo innecesariamente, cuando en cualquier
caso debe asumir un riesgo de un tipo o de otro
para sanar su dolencia”.
Recalcitrante este juez: Vuelve con la alternativa. Le contaré por si no
se ha enterado todavía de lo de la alternativa. La alternativa de la
radioterapia, no de la radiofrecuencia, se la da a mi hijo en el Hospital del
Valle de Hebrón el doctor Nogués. En aquella época la radiofrecuencia no se
aplicaba en el Hospital del Valle de Hebrón. Y, esto, a pesar de que el abogado
de la Clínica Dexeus diga que si, para dejar a mi hijo como un caprichoso que
ahora cojo esto, ahora lo dejo y ahora lo vuelvo a coger.
Lo que me sorprende
es que cosas tan claras y tan comprobables al juez no le interesa saber ni
siquiera como curiosidad si esto era así o no.
El juez sabe que mi hijo rechazó el tratamiento que le ofrecieron en el Hospital
del Valle de Hebrón por el riesgo que corría como le confesó el doctor Pere
Nogués después de que mi hijo insistiera una y otra vez sobre la posibilidad de
correr algún riesgo (operación con bisturí a cráneo abierto), y así lo expuso
en el juicio el propio doctor Nogués:
que mi hijo no quiso asumir ningún riesgo. El juez, usted, señor Assalit, le
preguntó al doctor Nogués, qué hizo el señor Navarra cuando le informó del
riesgo, el doctor Nogués contestó, que nos fuimos, que el señor Navarra no
quiso aceptarlo. Pero, usted señor juez, le replicó que todo y así le habló del
tratamiento de la DEXEUS con rayos gamma. Para sacarse las pulgas de encima el doctor
Nogués, un cobarde más, dijo que él no sabía nada, que era cosa del doctor
Rubio, cuando fue él mismo, el amigo de mi amigo, quien nos lo vendió como el “tratamiento
del futuro”. Él nos dio el papel para entregar al doctor Guix quien también se
presentó como un gran amigo y convenció a mi hijo para que aceptar el
tratamiento sin ningún temor. Si el juez de verdad hubiera podido oír la
conversación incluso hubiera oído comentarios sobre la Ópera y algunos viajes.
Parecía que el doctor Guix también era aficionado
a la Ópera al menos esto fue lo que le hizo creer a mi hijo. Escuchándolos parecían que se conocieran de
años. ¡Todos una pandilla de estafadores y sinvergüenzas a más no poder!
Dice: “No era necesario enfatizar (---) “No hay que angustiar al paciente
(…)” ¿No era necesario enfatizar cuando saben que existe un riesgo de muerte?
¿No hay que angustiar al paciente cuando es una persona sana que de no haber
tenido la gran desgracia de encontrar a esos dos hijos de puta por el camino mi
hijo estaría vivo como así mismo lo dijo la señora Fiscal en las vistas orales
del juicio? Me pregunto si este juez está en sus sanos cabales.
Dice: “En cualquier caso tenía que
asumir un riesgo (…)”.
Pregunto nuevamente: ¿De dónde saca él que mi hijo en cualquier caso
tenía que asumir un riesgo? ¿De dónde? Nadie está obligado a asumir riesgos
innecesarios y menos cuando una persona está físicamente sana, recuerde señor
juez, persona más sana que mi hijo no había otra como solía decir su
psiquiatra. Y ni en los casos de gravedad extrema como puede ser un cáncer
incluso terminal, nunca ningún médico lo expondrá a más sufrimientos a no ser
que el enfermo se presta a un nuevo experimento que le pueda aportar alguna
posibilidad de vida, pero es que este paciente ya está muy enfermo y él
decidirá. Pero a un muchacho sano fuerte, con enormes ganas de vivir para
tratar un neurosis obsesiva, manías como se les llamaba antes y, y ni aunque
hubiera sido un loco, es inmoral, criminal por parte del juez dictar una
sentencia en la que se puede llevar a la muerte gratuitamente personas sanas y
fuertes. Sentencia de locos peligrosos, desde luego: exponer a un chico a la
muerte para curar una dolencia que nunca le hubiera llevado a la muerte. Y si
él lo aceptó fue por la gran seguridad que le ofrecieron de que no obtener los
resultados esperados se quedaría como estaba que fue lo único que aceptó.
Los efectos secundarios que aceptó mi hijo, fueron de “dos o tres días de
dolor de cabeza y quizás ni eso”, que fue lo que le contestó el doctor Guix
cuando mi hijo le preguntó: “Dos o tres días de dolor de cabeza y quizás ni
eso”.
El informe que ellos llaman consentimiento informado, si el juez hubiera
querido impartir justicia de verdad, que de antemano no hubiera estado predispuesto
a defender a los acusados –sus amigos -, hubiera visto que era un
consentimiento fraudulento, pues se lo hicieron firma el mismo día de la
intervención y en la misma sala de operaciones. El que firmo mi hijo delante de
mí en el despacho del doctor Guix, no era un consentimiento informado, era una
aceptación de tratamiento que es que es muy distinto, aunque el del
consentimiento no dice nada en concreta se demuestra una mala fe propia de
auténticos y malditos estafadores, gente de la peor calaña, y terroristas de la peor ralea.
Como se puede comprender, recordando cómo pasó todo y leyendo esta
sentencia - después vendrán las otras, peor si caben -, es fácil que a uno se
le vaya calentando la sangre y,…
Y, aquí termino con el remate final por parte del juez Assalit Vivez,
cuando dice, que, “el paciente con el corticoide Dexanetasona se recuperaba
tan bien que podía dejar el centro médico y hacer una vida para prácticamente
normal”. ¡MALDITO!!! Cómo se atreve a decir que mi hijo podía hacer una
vida prácticamente normal, si ya estaba condenado a muerte, con una demencia
senil que a veces alcanzaba cotas de gran dramatismo: en la silla de ruedas,
cayéndosele la cabeza de un lado para otro, cayéndole la baba…, sin saber quién
era… con paralizaciones, con sufrimientos espantosos, con una síndrome de
Cushing que ya por sí solo le producía grandes
padecimientos como ya he comentado; se le tenía que lavar, vestir, darle la
medicación, estar pendiente de él las veinticuatro horas del día , no podía
hacer nada por sí sólo. Y en los momentos que la demencia senil le procuraba
aquellos momentos de lucidez, como ya he explicado en los capítulos anteriores,
esto no implicaba que no tuvieras que seguir atendiéndolo; sus
desorientaciones, sus caídas, sus dolores físicos cada vez más intensos.
Hecho
un desastre salió mi hijo del Hospital del Mar de lo que pueden dar fe los
médicos que le atendieron, que como recordaré, nuestra casa se convirtió en un
anexo del Hospital del Mar, y el Hospital del Mar, desgraciadamente, en nuestra
segunda casa. Qué pregunte el señor juez al doctor Oliveras que cada dos por
tres tenía que venir a casa porque parecía que mi hijo ya se iba directamente
para el otro mundo y que le pregunte también cuantas veces tuvo que ingresar en
el hospital y el tiempo que esteba en cada ingreso y que le pregunte sobre la
terrible operación que tuvo que padecer para intentar que sufriera lo menos
posible en aquel camino imparable e infernal hacia la muerte. Porque no tuve
valor para filmar su trágico proceso, ahora me arrepiento y sólo me arrepiento
por no poderlo aplastar a la cara de los malditos jueces que en mala hora me
han tocado a la hora de juzgar.
Porque uno no tiene tan malos sentimiento para desear que los hijos paguen
por los pecados de los padres, pero si fueran sus hijos los agredidos de forma
tan atroz y muertos de forma tan terrible, veríamos como serian las sentencias
que dictarían los jueces.
Sólo deseo que los jueces que han dictados las sentencia que han dejado
impunes a unos malditos canallas asesinos, paguen, ellos sí, no sus hijos, que
la mayoría si los tienen, por la injusticia y el daño que ha cometido al dictar
sus sentencias.
En nuestro país, ganas o pierdes los juicios dependiendo de que el amigo
o amigos de los jueces sean los acusados o los acusadores. Recordaré que la
mujer del juez Assalit Vives, es médico y que su suegro tiene intereses en
negocios sanitarios importantes.
Antes de proseguir con la sentencia de la Audiencia Provincial de Barcelona, nº 70, he creído interesante traducir al castellano la noticia que se encontrará más adelante - original en catalán y traducida al inglés - de “El Triangle”, semanario catalán nº 399.
Las declaraciones del doctor-psiquiatra Don. Pescador González – que estuvo presente en el juicio -, recogidas en este seminario, me las hizo llegar en forma de informe una vez leída la sentencia absolutoria para que las utilizara según me conviniera, incluso para entregar al juez José María Assalit Vives, junto con el recurso que se iba a presentar, ya que como se verá es muy crítico con las afirmaciones utilizadas por el juez para exculpar a los médicos acusados. Como se verá, también, en sus declaraciones el doctor Pescador está totalmente en contra de cualquier tratamiento invasivo para tratar problemas psicológicos.
TITULO DE LA NOTICIA: FUE LA RADIACIÓN
SUBTÍTULO: Un informe concluye que el cerebro de Arturo Navarra fue irradiado en exceso
TEXTO DE LA NOTICIA:
Voces autorizadas del colectivo médico aseguran que la máquina nuclear de rayos gamma de la clínica Dexeus produjo la muerte del paciente Arturo Navarra (ver El TRIANGLE nº 398). La sentencia que hubo absuelto de responsabilidad a los médicos de la Dexeus Enrique Rubio García y Benjamín Guix es duramente cuestionada por los expertos en rayos ionizantes y en cirugía en radioterapia. A eso se añade el cinismo y frivolidad mostrada durante el juicio por los nombrados médicos, al parecer los auténticos responsables de las radiaciones que supuestamente llevaron a la muerte al joven Arturo. Dionisio Giménez (Autor del artículo)
Diversas autoridades médicas, entre ellas el psiquiatra Pescador González, así como dos facultativos del Instituto Nacional de Toxicología quienes practicaron la autopsia a Arturo Navarra, los doctores Juan Carlos Borondo y Juan Luís Valverde, éste último especialista en radiaciones nucleares (practico los análisis a los damnificados por la avería del acelerador de partículas de Zaragoza), atribuyen la muerte del joven a una sobredosis “al baño nuclear” que recibió el paciente, ya que la dirección de los rayos gamma “se manifestaron de forma difusa y no solo en la parte del cerebro en donde los médicos de la Dexeus, Rubio y Guix, habían asegurado dirigirlos…”. Por su parte, el psiquiatra, Pescador González, que asistió como especialista en el juicio, explica en un documento que la radiocirugía se aplicó en el lado del cerebro que no estaba afectado.
Destrucción cerebral legal
El doctor Pescador González, afirma en su informe que “si bien es cierto que Arturo Navarra Ferragut presentaba una neurosis obsesiva crónica, no está demostrado (como dice la sentencia judicial y los médicos de la Dexeus) que tuviera un carácter invalidante ya que Arturo realizaba una vida normal y fue admitido en el servicio militar sin que existan antecedentes que su conducta patológica lo llevara a su exclusión”. Este médico rebate en un informe, el texto de la sentencia que consideraba que Arturo no respondía a los tratamientos farmacológicos. “Es una afirmación gratuita – explica el texto – ya que por definición cualquier neurosis obsesiva tiene un curso crónico debido a la escasa respuesta terapéutica convencional”. El médico, que asistió a la vista judicial y tiene en su poder la documentación del sumario, se muestra muy crítico con la sentencia judicial que absuelve a los neurocirujanos de la Dexeus.
“Afirmar, como dice la sentencia, que la realización de reiterados intentos de suicidio presupone la necesidad de realizar terapéuticas agresivas que ponen en peligro la vida del paciente, constituye un absurdo en contra de todo conocimiento científico, ya que los intentos de suicidio de un neurótico tienen una escasísima probabilidad de concretarse ya que el mundo neurótico tiene definida la inseguridad y el miedo inminente, incontrolable, incomprensible y absurda ante la muerte. Y, es más – continua – los intentos de suicidio de estos enfermos es una forme de llamar la atención, de reclamar ayuda a los demás. Por lo tanto, entendemos que se ha realizado un mal diagnóstico para afrontar una acción terapéutica que nada tiene que ver con la neurosis obsesiva. Hablar de cirugía de electrocoagulación o radioterapia da lo mismo, porque el resultado es la destrucción (…) del sistema nervioso”.
El doctor Pescador González, advierte en este embrollo una multitud de contradicciones. Por ejemplo en relación con el escrito exculpatorio que firmó Arturo donde se leía: “Reconozco haber sido informado de los efectos secundarios…” y que al final fue la eximente de culpabilidad para los dos médicos procesados, el psiquiatra es categórico: “¿Cómo se puede admitir desde el punto de vista legal que se hable aquí de efectos secundarios y complicaciones que no están descritas? Atenta contra la dignidad humana decir que Arturo Navarra Ferragut admitió que no le daban seguridad sobre los resultados. Constituye una contradicción científica tratar así a un paciente por definición inseguro a quien no le dan ninguna seguridad y al que conducen a la muerte”.
Para el médico especialista, es un delito penal pretender – como recoge el texto judicial – que el origen de la muerte de Arturo fueron las complicaciones infecciosas posteriores a la intervención… La causa fundamental, no inmediata, fue la radionecrosis. Para el doctor Pescador, los médicos que irradiaron el cerebro de Arturo “cometieron un delito de imprudencia temeraria profesional” ya que “se ha de respetar el arte de la medicina cumpliendo el principio que el resultado terapeútico no puede ser peor que la enfermedad del paciente”. Y añade: “¿Cómo un juez sin conocimientos psiquiátricos suficientes puede hablar de la conciencia de la ritualidad de la pérdida de control y de un factor invalidante de la enfermedad cuando todo esto constituye la definición propia de cualquier neurosis obsesiva, independiente de quien la tenga? ¿Cómo es posible que diga que el mundo neurótico obsesivo hace que muchos pacientes renieguen de su curación? Es una conclusión que friega los límites de la incompresibilidad humana que un juez llegue a la conclusión fáctica de decir que se pueden utilizar terapéutica que pone en peligro la vida de un neurótico, cundo existe una necesidad imperiosa, ciega, patética en el neurótico de reafirmarse a la vida, nunca por la muerte…
Entendemos – concluye el informe – que una sentencia judicial se tiene que basar en los conocimientos científicos aportados por aquellas personas que así socialmente lo han demostrado. No hay lugar en la ciencia, no hay lugar en la medicina para la interpretación del libre albedrio de las pruebas aportadas bajo pena de incurrir en las mayores injusticias sociales”.
La noticia de “El Triangle” sigue con:
Carta de los trabajadores.
La madre de Arturo Navarra, Isabel Ferragut, ha recibido el soporte de buena parte del personal sanitario del Hospital del Valle de Hebrón en donde los médicos que practicaron la radiación tienen consulta y que, en este caso, recomendaron el tratamiento privado. En una carta, los trabajadores descalificaron con especial dureza y en términos reprobatorios la actuación de los neurocirujanos Rubio y Guix. El texto de la carta aclara: “Sabemos que el problema real de su hijo es un exceso de radiación”. El resto de la misiva habla del comportamiento personal del doctor Rubio en el hospital en términos tan difíciles de reproducir como fáciles para una querella.
No obstante, el director de Departamento del Instituto Nacional de Toxicología doctor Juan Luis Valverde en su conclusión final después de la autopsia, señala que “el cuadro lesional observado todo y siendo inespecífico, es en todo compatible con radionecrosis cerebral.
El fiscal estima que a Arturo Navarra se le diagnosticó (después de someterse a los rayos gamma) “una necrosis profunda e inoperable producida por la radiación a la que fue sometido por los acusados”. También el Centro de Diagnóstico Pedralbes de Resonancia Magnética es explícito en el diagnóstico de la muerte de Arturo: “Lesión por radioterapia…”. Como lo ha estado también el veredicto médico del que es considerado uno de los expertos en exposiciones radiológicas, el doctor Valverde, al escribir: “que suscribo el informe en el que se indica que las lesiones del cerebro del joven muerto son compatibles con la radiocirugía hecha por el neurocirujano Rubio y por el radioterapeuta Guix”.
Durante el proceso, uno de los médico acusados, el doctor Enrique Rubio García, explicó fregando el cinismo más cruel y absurdo que “los rayos de tanto en tanto dan una broma, y si la hacen es imprevisible”. La radiación de rayos gamma causó la lesión (necrosis del lado izquierdo). Rubio, con un cinismo propio de una persona faltada no solamente de sensibilidad sino de la elemental dignidad profesional, se refirió a “aquellas bromas del organismo, que hace lo que le da la gana. Es la biología. No lo sé. Pasa porque le da la gana”. Un tipo así, independiente de la sentencia, tendría que haber sido condenado por el mal gusto. Pero esta es otra historia.
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Así termina el artículo de “El Triangle”, uno de los interesantes que se han publicado. Gracias una vez más al periodista Dionisio Giménez por seguir todo el proceso y por todos sus artículos. Y como no, gracias una vez más al doctor Pescador por su informe valiente y sabio sobre los jueces, que en mi caso, han violado repetidamente y flagrantemente la ley que protege la salud y la vida humana.
El doctor Pescador cuando se enteró de mi caso se interesó en gran manera, le indignó el proceder de los médicos Guix y Rubio y más tarde la sentencia, en este caso, ya que fue la primera, dictada por el juez Assalit Vives.
Desearía que cuando se llegue a este punto de la lectura, el lector hubiera leído el Capítulo II en el que se explica cómo llegó mi hijo a manos de estos médicos y principalmente del doctor Guix, amigo del amigo de mi amigo. Como ya he comentado, muy mala cosa esta de la amistad pues con toda seguridad de no ser así, quizás no hubiéramos puesto tanta confianza en él o ellos.
La sentencia es cruel, como indica el doctor Pescador; utilizar los “reiterados” intentos de suicidio para justificar lo injustificable, es una aberración. “Reiterados”: dos y de escaso riesgo como dijo su psiquiatra, estando en casa y tomando unas pastillas de una a una que le hicieron quedar dormido antes de que éstas le pudieran llegar a hacer efecto. Pero aunque hubieran sido los “siete u ocho” que se inventan malévolamente los abogados defensores de los acusados, ¿cómo un juez puede justificar la muerte de un joven sano y fuerte que únicamente quiere solucionar su problema psicológico para no tener problemas de salud en el futuro por unos intentos de suicidio? Cuando llegamos a manos de los malditos que le mataron, los intentos de suicidio, que fueron en un momento muy concreto, ya habían pasado a la historia, y nada se habló de los intentos de suicidio con el doctor Guix ni Rubio.
Saben, recordar a mi hijo, tan lleno de buena fe sentado delante del doctor Guix, y recordando cómo éste le convencía diciéndole, “Háztelo, Arturo! ¡Háztelo, no te arrepentirás!”, añadiendo, “Y tú que eres un chico con tantas posibilidades, pudiendo dedicarte a tu carrera de piano, a viajar, que tú familia tiene negocios propios, que puede hacer lo que quieras, no tienes porque perder el tiempo con psiquiatras, ni curas de sueño, ni tomando pastillas, ni nada de nada; tu tiempo es muy valioso: “¡Háztelo, no te arrepentirás!”. Y cuando por fin mi hijo lo aceptó, el doctor Guix eufórico, exclamó: “¡Es la mejor determinación que habrás podido tomar nunca en tu vida!”. Los efectos secundarios, cuando mi hijo le preguntó, fueron de, “dos o tres días de dolor de cabeza y quizás ni eso”. Recuerdo que al salir de la consulta del doctor Guix, mi hijo, tan confiado, me dijo: “Sabes, mamá, me cae muy bien el doctor Guix, se ve que es una buena persona”. Pregunto: ¿Les ha interesado a los jueces saber algo de eso? ¿Del gran engaño? ¿De la gran estafa? Según el psiquiatra de mi hijo, Arturo era un caso muy especial y nadie entendía el por qué a Arturo se le había desarrollado una neurosis obsesiva. Pero fuera por lo que fuera, como él decía: “Los psiquiatras suelen relacionar los problemas que padecemos cuando somos mayores con hecho que nos han hecho padecer cuando éramos niños, pero a mí no me interesa estar buscando que cosa del pasado, a mí lo que me interesa es solucionar lo que ahora me pasa. No obstante, la verdad es que yo no recuerdo nada de cuando era niño que me haya hecho padecer tanto para sufrir ahora las consecuencias”. Como también decía su psiquiatra: “Arturo tenía una lógica aplastante”. Aunque he de recordar, que Arturo fue siempre muy sensible y desde pequeño sufría por los niños maltratados y también por los animales maltratados, siendo así nunca se puede ser feliz del todo.
Bien: todas las barbaridades que dice el juez Assalit Vives quedan desestimadas en la contrasentencia adjunta a la sentencia, pero todo y así, he de decir que ésta fue la primera y el principio de un sinfín de aberraciones judiciales que he tenido que soportar y que todavía estoy soportando y padeciendo.
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Empieza a partir de la
sentencia número 70 dictada por la Audiencia Provincial de Barcelona en
contestación al recurso presentado contra la sentencia dictada por el juez José
María Assalit Vives. Sentencia y contrasentencia.
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