PARTE 1




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A MI HIJO ARTURO LO MATARON SIN DARLE NINGUNA OPORTUNIDAD.

Para tratar un problema psicológico, una neurosis obsesiva a mi hijo Arturo en la Clínica DEXEUS le vendieron el “tratamiento del futuro”: “¡Háztelo, Arturo, háztelo! ¡No te arrepentirás! ¡Si te lo haces será la mejor determinación que habrás podido tomar nunca en tu vida! ¡Lo peor que te puede pasar es que te quedes como estás, pero vale la pena probar!”, insistieron  los médicos una y otra vez; mi hijo les creyó y ellos le mataron. Una sola sesión de “rayos gamma”, una sola de tres horas y cuarto en la cual, “dos horas y veinte minutos” fueron destinados a irradiarle el cerebro (a achicharrárselo como sentenció la señora Fiscal en las vistas orales del juicio), fue mortal de necesidad.

Pero, para su desgracia, mi hijo no murió cuando todos esperaban y sin que nadie lo pudiera entender, vivió muriendo lentamente cuatro años y seis meses más. Fuerte que era y sano que había estado.

Su lucha para intentar salvar su vida, que él, ¡pobre hijo mío! ignoraba que la tenia perdida para siempre, fue titánica, sobrehumana…Murió convertido en un demente senil, destrozado por dentro y por fuera y no sin antes tener que pasar por una terrible operación para descomprimir el gran edema cerebral producido por la radiación. La intención de los médicos que le ayudaban en esta terrible desgracia, era intentar que sufriera lo menos posible en aquel camino infernal e imparable hacia la muerte. No se consiguió aminorar sus sufrimientos. Cómo solía decir su psiquiatra, persona más sana que Arturo, mi hijo, no había otra, pero tuvimos la gran desgracia de encontrar en nuestro camino a unos seres malditos y miserables, que a través de un atroz engaño, a mi hijo lo mataron y a la familia nos ha arruinado la vida para siempre.


Mi querido hijo Arturo, aquel niño primero y joven después, que fue tan especial.


Este Blog, ha sido creado para que el crimen cometido contra la persona de mi hijo Arturo no quede en el silencio ni pase al olvido. Y, en esta ocasión, lo haré transcribiendo los textos del nuevo libro en elaboración dedicado a mi hijo, a su impuesta muerte y a la gran injusticia judicial recibida. Negligencia  e injusticia que han impactado a una parte importante de la sociedad así como a una gran parte de los colectivos médicos de distintos países del mundo.

El libro será editado en papel; ignoro cuando quedará finalizado ni el libro ni este blog, pero tengo la esperanza de quien esté interesado en este dramático suceso, lo siga.

De entrada, el lector puede encontrar textos ya escritos, que creo le harán comprender la importancia de la denuncia escrita y del porqué me resisto a pasar página como muchos me aconsejan por mi bien no lo dudo. Pero, las injusticias no pueden quedar impunes, ni nuestros queridos hijos muertos por actuaciones criminales médicas caer en el olvido.

El escándalo de este proceso judicial, entre otros, es el hecho de que los jueces para proteger a los médicos acusados, Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García, hasta han llegado a contradecir las declaraciones de éstos  en las vistas orales del juicio. A pesar de que los médicos declararan en el juicio que “no avisaron a mi hijo del riesgo que corría porque de avisar nadie se lo haría”, los jueces contradicen su declaración y en sus sentencias afirman, que por la forma de ser del paciente, que era muy meticuloso en sus preguntas, “se  sobreentiende” que sí le avisaron.

Los jueces olvidan que, el “se  sobreentiende” o el, “se presupone”, en los razonamientos jurídicos no son válidos y mucho menos cuando existe un riesgo de muerte: los hechos punibles se han producido o no, y esto es lo único que cuenta.

Los jueces también encuentran muy bien, que “los rayos de vez en cuando den una broma”, y maten a las personas, como declaró el propio doctor Enrique Rubio García, o que se apliquen por “el ojo clínico”, como declaró el doctor Benjamín Guix Melcior. La señora Fiscal, que preguntó al doctor Rubio, si creía que era una broma el que muriera una persona, los acusó de imprudencia temeraria profesional con resultado de muerte, solicitando cuatro años, dos meses y un día de cárcel para cada uno de los culpables, inhabilitación especial y cincuenta millones de las antiguas pesetas de indemnización, parte de la cual debería de haber satisfecho la Clínica DEXEUS como responsable civil subsidiaria. Pero, a pesar de las pruebas irrefutables presentadas y de las declaraciones de los médicos que descubrieron el horror cometido y se mantuvieron firmes en sus afirmaciones, los jueces han hecho oídos sordos y con sentencias que han sido calificadas por gente de la propia judicatura de “alarma social”, los dejan impunes.

Todo, violando el derecho más sagrado que tenemos los seres humanos: un bien protegido por la Ley, como es nuestro DERECHO A LA VIDA.

Quiero adelantar, que antes no pude ver sentados en el banquillo de los acusados a los Dres. Guix y Rubio, tuvieron que pasar siete años desde que se presentó la querella y ésta fuera admitida a trámite.  Los procesos se eternizan. Hay quien enferma y muere esperando justicia. Todo explicado en este mismo Blog.

Es importante el tema del “Consentimiento informado”, en el qué, los jueces, de forma descarada, han violado flagrantemente. El consentimiento que dicen firmó mi hijo, se lo hicieron firmar de forma fraudulenta, y aunque cómo reconocen los propios jueces no dice nada en concreto, todo y así, se inventan, atribuyendo a mi hijo dotes de adivino, que sí aceptó el riesgo, y esto, sin decírselo ni estar escrito en ninguna parte. Pregunto: ¿Alguien puede creer que un muchacho lleno de vida que quiere solucionar su problema para no tener problemas de salud en el futuro va a aceptar que le quemen el cerebro (achicharren) y le condenen a muerte de forma irreversible y cruel? Esto sólo lo pueden proponer unos locos peligrosos como muy bien reflejan algunos medios de comunicación, y sólo aceptarlo otro loco, y mi hijo no era ningún loco.

Es importante también, ver la noticia aparecida en “La Vanguardia” del día 28 de abril de este mismo año 2014 sobre una negligencia médica condenada por la mala forma de conseguir el “Consentimiento informado”, insertada más adelante. Si bien el protocolo que se debe seguir  sobre el “Consentimiento informado” ya lo he publicado en diferentes escritos, es interesante ver cómo en este caso el juez lo expone claramente. Vean la diferencia que existe entre este caso y el de mi hijo, que además quedó claro, en el juicio, que ellos, Guix y Rubio, sabían que lo podían matar y no lo evitaron. El “Abuso de confianza” que está tipificado en el Código Penal como agravante del delito criminal, los jueces, que en desgracia nos han tocado a la hora de juzgar, se lo han pasado, descaradamente como todo, por la suela de los zapatos. Y luego, los del Tribunal Supremo nos amenazan a mi abogado y a mí cuando denunciamos las irregularidades cometidas por los jueces en las sentencias  y la prevaricación clara a más no poder.  Esta es la “Justicia” que tenemos, de momento, en nuestro tan cacareado “Estado de Derecho”.

Aunque he de decir, que quizás el menos malo del regimiento de jueces que han pasado por el caso de mi hijo, sea José María Assalit Vives, el primero en juzgar a los médicos, pues a pesar de las barbaridades que esgrime en su sentencia, reconoce el daño y me deja la vía civil abierta, pero…

No queriendo ser injusta, recordar a los jueces de la Audiencia provincial de Barcelona, Modesto Ariñez Lazaro, Elena Guindulain Oliveras y Nuria Zamora Perez, quienes la primera vez que recurrimos y alegamos que había “indicios de criminalidad” en la actuación de los médicos Guix y Rubio, nos dieron la razón. La cuarta jueza de Instrucción, Doña Montserrat Arroyo Romagosa, ordenó la apertura de las vistas orales del juicio que había sido cerrado cautelarmente de forma chapucera.

En el caso de mi hijo, se han producido hechos muy especiales, muy tristes y, sobre todo inimaginables. Mi hijo, aficionado a la música desde niño, de hecho estudiaba la carrera de piano pues tenía un don especial para poder llegar a ser un gran concertista de piano como explico más adelante, era un gran admirador de Joan Manuel Serrat; tenía todos sus discos y cancioneros. Canciones que mi hijo cantaba muy bien. Lo que nunca se hubiera podido imaginar mi hijo, ni nadie, es que después de su fallecimiento se hiciera una película para las Televisiones Autonómicas sobre su muerte y, que, como tema musical se hubiera elegido “Penélope”, una de las famosas canciones de Serrat y que él, mi hijo, había cantado en repetidas ocasiones. ¡Todo muy triste!

Entretanto se va elaborando el libro y transcribiendo en el Blog los textos, se encontraran anotaciones en el mismo allí donde se crea más acertado para dar facilidad al lector interesado, por ejemplo: En el INDICE, se van detallando todos los pasos de los procesos seguidos, desde el inicio hasta nuestros días, y si bien hasta estar terminado el Blog no se podrá acceder a todos los enunciados, si se podrá en aquellos que vayamos insertando marcados con un asterisco. Al final se pondrá la numeración, pues de momento ignoro cuantas páginas me van a llevar cada capítulo. 

Podrán ver al final del Blog-libro, las páginas dedicadas a los “Agradecimientos”, importante para mí este reconocimiento. Se verá también el texto de la solapa de la contraportada: es el mimo texto de la solapa de la Portada, pero en catalán. Seguirá la Contraportada para la cual he utilizado la última fotografía que desgraciadamente pudo hacer mi hijo del ya, Templo de la Sagrada Familia. Nosotros, su padre, él y yo, solíamos viajar bastante, recuerdo que mi hijo, un gran enamorado de su ciudad natal Barcelona, solía decirme: “Mira, mamá, que hemos visto ciudades bonitas, pero ninguna tiene un barrio gótico como el de Barcelona ni una iglesia tan extraordinaria y especial como es  la Sagrada familia”. Y lo decía emocionado. Mi querido y, él, sí,  ¡Extraordinario hijo!

Antes de empezar con los textos del que será el nuevo libro empezando por la Portada y el texto de la solapa, una dedicatoria a mi querido y añorado hijo:


(La rosa…)




(Traducción)
Dedicado a mi hijo Arturo con todo mi corazón: 
Gracias, hijo mío, gracias por haber nacido. Gracias por ser un buen hijo y habernos querido tanto. Gracias por ser un buen nieto. Gracias por ser un buen amigo de tus amigos. Gracias por tu música. Gracias por la Rosa y el Libro que cada  año  me regalabas por el día de Sant Jordi. Gracias por todos tus regalos y,  ¡por tantas cosas más!...Pero, sobre todo, gracias por ser una buena persona: Una persona honesta, cariñosa, respetuosa y tolerante. ¡Gracias! Hijo mío. ¡Gracias, por todo!






<<Madre, ¡si supierais cuánto sufro!
Si no fuera por vosotros no lo podría resistir.>>
<<Madre, la gente que puede levantase cada mañana
para poder ir a trabajar, ¡no sabe la suerte que tiene!>>
<<¡Cuánto siento madre, todo lo que tienes que hacer por mí.
Te prometo, madre, que cuando está bien te resarciré por todo.
¡Te lo prometo, madre!>>
<<¿Qué me pasa, madre? ¿Por qué no estoy bien?
Madre, ¡Tengo miedo!>>
<< ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Ayúdame!>>

Estas son algunas de las frases que mi hijo me decía con su cerebro quemado y su cuerpo destrozado por culpa de los malditos médicos Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García, quienes después de haberle condenado a muerte  de forma irreversible y cruel, aún se burlaron de él y no quisieron verle ni una sola vez.

Ellos, me acusan de dañar su imagen y de dañarlos económicamente.

Ellos, han arruinado mi vida para siempre.

El doctor Guix, me acusa de haber causado un gran dolor e indignación a él y a su esposa, por lo que sintieron sus hijas al ver la foto de su padre en un cartel pegado en una de las calles de Barcelona.

Con carteles o sin carteles, ellos pueden disfrutar de sus hijos porque están vivos.

Yo no puedo, porque al mío, ellos lo mataron.

Mientras escribo estos párrafos, veo la imagen de mi hijo, que lleno de sufrimientos, desesperación  y apenas sin ver, como con las manos en la cabeza le pedía a Dios, que le ayudara.

¿Cómo esta gente todavía tiene el valor  y el cinismo de hablarme  a mí  de dolor e indignación?

Creo, que esta gente, me tendría que estar agradecida por haberme decidido por la pegada de carteles en lugar de decantarme por lo que en realidad se merecen.




“Ellos”, los médicos Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García  en la fotografía, sabían que podían matar a mi hijo y no lo evitaron. Lo mataron y nada les importó haberlo hecho. Ni un “lo sentimos”, o “en qué la podemos ayudar señora”. Sólo dijeron: “Si nos quieren denunciar que nos denuncien porque a nosotros nos da igual”. A ellos, tan sólo les importó el dinero que cobraron y  del cual no nos dieron recibo ni comprobante de pago. El doctor Guix, profesor de Universidad y poseedor de grandes títulos, nos pidió los honorarios en efectivo o con un talón al portador y sin barrar. Debía de pensar que si éramos un par de imbéciles, él no tenía la culpa. Pero nosotros no éramos  un par de imbéciles, éramos gente de buena fe que confió en unos médicos que se presentaron como amigos y resultaron ser unos estafadores sin sentimientos humanos.










Recuerde el lector, que cuando al doctor Valverde, en el juicio, los abogados de los acusados quisieron desmentirle diciéndole que en aquel “inespecífico” de su informe, podían caber muchas cosas, como un tumor, por ejemplo, que el doctor Valverde, levantándose del asiento, declaró: “Si he escrito inespecífico, ahora digo que es específico. Y yo que he estudiado el cerebro de este muchacho milímetro a milímetro, puedo asegurar que si no hubiera sido por la radiación, el cerebro de este muchacho, no tenía nada, era un cerebro sano”. Recuerdo que añadió muy indignado por todo lo que allí oía: “Y las radiaciones ionizantes mal aplicadas matan y esto es lo que ha  sucedido con este muchacho”. 



AVANCES

*<<…Si esto se lo hacen a un hijo mío, esos dos hijos de puta ya no estarían en este mundo.>> La mayoría de las personas, incluidos médicos, después de visitar a mi hijo Arturo y ver lo que le habían hecho.

*<<…Es tan grande lo que le han hecho a su hijo que nunca le van a dar la razón. Esto les obligaría a cambiar el sistema y no lo van a permitir.>> Una persona desconocida y sencilla a la que nunca he podido olvidar.

*<<…Sí: ya lo sé madre, ellos son los médicos, los que saben, pero se trata de mi salud y de mi vida. Tengo que estar muy seguro de lo que van a hacer y del resultado que pueda obtener.>>

*<<…¡Háztelo, Arturo! ¡Háztelo, no te arrepentirás! Lo peor que te puede pasar es que te quedes como estás, pero ¡vale la pena probar!>>

<<…Mamá, ¿tú qué harías?>>
<<…Si el doctor te dice que te puede ir muy bien o de lo contrario no te puede pasar nada, yo me lo haría ya que por probar no se pierde nada.>>

*<<… ¿Qué me pasa, madre? ¿Por qué estoy tan mal? ¿Qué quizás he tenido un accidente con el coche, con la moto? ¿Una caída esquiando?>> 

La confianza que mi hijo depositó en el doctor Benjamín Guix, hizo que todo lo relacionado con la Clínica DEXEUS quedara borrado de su subconsciente. Además de condenarlo a muerte en un camino infernal, lleno de sufrimientos inimaginables, ¡además!, le convirtieron en un demente senil, algo a lo que él tenía tanto terror…

*<<…Tómeselo por el lado bueno señora Navarra. ¡Pobrecito, ha terminado de sufrir!>>Me dijeron los médicos del Hospital del Mar cuando mi hijo murió. Médicos que se preocuparon con tanto cariño de mi hijo durante los cuatro años y seis meses que impensable duró su agonía y que lo pasaron muy mal al ver que nada podían hacer por aquel bondadoso muchacho que luchaba desesperadamente para salvar su vida.

*<<…La radiaciones ionizantes mal aplicadas matan y esto es lo que ha sucedido con este muchacho>>Declaración del Jefe de Servicio del Instituto Nacional de Toxicología en el juicio, quien estudió el cerebro de mi hijo.

*… En el juicio, a la pregunta de la señora Fiscal al doctor Enrique Rubio García de que si habían avisado a Arturo Navarra Ferragut que se podía quedar en una silla de ruedas o morir, éste, cínicamente, contestó: “¡Hombre, no! Porque nadie se lo haría”. Añadiendo, más cínicamente todavía: “Los rayos de vez en cuando dan una broma y si la dan es imprevisible”. La señora Fiscal le preguntó, si creía que era una broma el que muriera una persona. Él, agacho la cabeza y no contestó. El juez José María Assalit Vives contradice su declaración y dice, entre otros, “…no cabe duda de que el paciente recibió información ya que por su forma de ser debió exigir todo tipo de explicaciones”. El acusado estaba diciendo que no le avisaron!!! Los jueces restantes para no contradecir a su colega, prevaricando, dicen lo mismo sin importarles que para tratar un problema psicológico maten a una persona físicamente sana y fuerte.

*<<…Madre, si algo de lo que me han hecho no ha salido bien, no quiero que les pase nada a los médicos. ¡Pobres! lo habrán hecho sin querer, lo estarán pasando muy mal. No quiero que les pase nada: ¡Prométeme, madre, que no les pasará nada!>> Mi hijo no sabía de qué médicos estábamos hablando pero todo y así sentía pena por unos médicos que lo podían estar pasando mal y…”ellos”, malditos, no quisieron verle ni una sola vez y se burlaron de él en el juicio. Mis amigos me dice que Arturo era una muy buena persona, pero que no era tonto y si hubiera sabido lo que le habían hecho… No sé… Pero cuando él preguntaba nunca le pudimos decir la verdad, y aquel “¿Por qué? ¿Por qué, madre?”, quedó sin respuesta.

 *… Mi hijo que nunca había estado físicamente enfermo, persona más sana que él no había otra como solía decir su psiquiatra, murió destrozado por culpa de la radiación. Incluso antes de morir, tuvo que pasar por una terrible operación para descomprimir el gran edema cerebral provocado por la radiación. Le extirparon un pedazo de cerebro quemado con la buena intención de que padeciera lo menos posible en su camino imparable hacia la muerte. Pensaron, que menos quemado menos daño, pero no se consiguió aminorar sus sufrimientos.

<<…No sea usted tozuda señora Ferragut y vaya por la vía civil que la tiene ganada.>> D. Ramón Sáez, Magistrado Vocal encargado de la Inspección de los Tribunales del Consejo General del Poder Judicial.

*… Arturo era un muchacho que necesitaba a su familia y amigos. Solía decir: “Madre, no entiendo como hay personas que pueden vivir sin su familia y sin amigos, yo no podría!”. Hubiera sido un buen esposo y un buen padre, porque era una buena persona. Mi hijo, un buen hijo, un muchacho extraordinario aunque creo que nunca supe demostrárselo como se merecía de lo que no pasa un solo día que no me arrepienta.

*….. JUDICIALES: Juez José María Assalit Vives: “Por lo indicado en el anterior apartado este juzgador ha llegado a la convicción que la radiación suministrada por los acusados causó un proceso necrótico no deseado en el hemisferio izquierdo del cerebro de Arturo Navarra Ferragut con causación  de un edema con efecto masa que necesariamente debía ser tratado mediante altas dosis de corticoide de forma permanente, lo que duró más de cuatro años, y lo que le causó automáticamente una enfermedad denominada síndrome de Cushing yatrogénico cuya más grave y necesaria consecuencia era el fallecimiento por una infección lo que así ocurrió”.

CAUSA EFECTO: Sin radiación, no hubiera habido necesidad de suministrar corticoide, sin corticoide, no hubiera aparecido el síndrome de Cushing, ni infección –infecciones-, ni le hubieran tenido que extirparle un trozo de cerebro quemado  ni nada de nada. Arturo ya estaba condenado a muerte, con corticoide y sin corticoide a partir del momento en que terminaron de aplicarle la radiación en la Clínica DEXEUS.

*… <<Si no hubiera sido por la radiación que los acusados, doctores Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García aplicaron en el cerebro de Arturo Navarra Ferragut, Arturo estaría vivo y sería un muchacho feliz.>> Conclusión de la señora Fiscal en las vistas orales del juicio.

*…La Jueza María Eugenia Alegret Burgues, dice, contradiciendo incluso la sentencia dictada por el Juez Assalit Vives quien, aunque de mala manera reconoce el daño, que la muerte fue debida a la “radiofrecuencia” contradiciendo también de forma descarada la Ciencia Médica, e inventando una historia que nada tiene que ver con la realidad. Cuando denunciamos la prevaricación en que incurrió esta jueza, en lugar de investigar lo que denunciamos, desde el Supremo nos intentaron intimidar, a mi abogado y a mí, diciéndonos que, “con nuestras actuaciones podemos incurrir en el fraude de la ley” El llamado Tribunal de los Derechos Humanos de Estrasburgo, como se puede ver mas adelante, dice que mi caso no es admisible. Y, así, una actuación de las más brutales y criminales cometidas a través del “abuso de confianza” y violación de la ley, ha quedado impune.

*… <<¡Ayúdeme, por favor!¡Ayúdeme!>> La imagen de mi hijo, abrazado a su médico pidiéndole ayuda después de la terrible operación, para descomprimir el edema producido por la radiación, con su rostro pálido como un muerto, llorando y con la sonda nasogástrica puesta, quizás dándose cuenta por primera vez de que iba a morir, fue aterradora, no creo que los médicos que estaban presentes puedan olvidarlo jamás. Mi hijo que había sido un muchacho tan sano, tan fuerte, que nunca había estado enfermo… Él, que cuando veía a una persona con discapacidad que necesitaba ayuda de los demás, siempre me decía: “Mamá, para  estar así, preferiría estar muerto”, y cómo terminó por culpa de unos mal nacidos que tuvimos la gran desgracia de encontrar en el camino de la nuestra vida. Los jueces no han querido cumplir con la justicia, y  yo, aunque no he tenido valor para sacarlos de este mundo, que es lo que se merecen, mientras me quede un hálito de vida, los perseguiré… Creo, como creen muchas personas, que si los jueces les hubieran condenado les hubieran hecho un gran favor.

*…Me preguntan, si los médicos me hubieran pedido perdón, mi  actitud hubiera sido la misma. No lo sé. Sólo sé que cuando los médicos que descubrieron la “lesión cerebral por radionecrosis diferida profunda e inoperable” (mortal), y estos les pidieron a Guix y a Rubio que por lo menos dieran una explicación a la familia, ellos respondieron: “Nosotros no tenemos porque dar ninguna explicación, si nos quieren denunciar que nos denuncien porque a nosotros nos da igual”. Ni un, “lo sentimos”, ni un, “en qué podemos ayudarla señora”…

*…Yo interferí en la vida de mi hijo. Si aquel día no hubiera encontrado aquel amigo, no hubiéramos sabido nada de la Clínica DEXEUS ni de los malditos que le mataron.

*… Al gran dolor que produce la muerte de un hijo, en casos como el de mi hijo se suma el dolor que supone la injusticia… la indefensión… el silencio…y, al final, el olvido....

En el capítulo correspondiente se encontrará el informe del “Hospital Noruego de Radio”, en el que se dice, que no hay nada escrito que avale este tipo de tratamiento (radiaciones) para casos como el de mi hijo.

También se encontrará, a partir de que se confirmara la “lesión cerebral por radionecrosis diferida profunda e inoperable”, la  que  conducía a mi hijo a la muerte, la entrevista que mantuve, acompañada por el psiquiatra de mi hijo, con el Profesor Erik Olaf Backlund en el Hospital Haukeland de Noruega. El Profesor Backlund trabajaba en el Hospital Karolinska de Suecia, pero en aquella fecha ostentaba el cargo de Catedrático en este hospital. Sin poder aceptar yo, que nada se pudiera hacer para salvar la vida de mi hijo, quise hablar con el mejor especialista en radiaciones que hubiera en el mundo; me desplazaría allí donde fuera necesario. Uno de los mejores, me indicaron, era el  Profesor Backlund. Cuando vio los TACS y resonancias magnéticas que le mostramos del cerebro de mi hijo, con las manos en la cabeza, dijo que, “Nunca había visto una lesión como aquella”. Nos confirmó que mi hijo no tenía solución. Apuntó la posibilidad de operar pero automáticamente la rechazó: la lesión era demasiado extensa La poca luz de esperanza que mantenía, se apagó para siempre…

Recuerdo al Profesor como un hombre atento, sencillo e incluso muy cariñoso conmigo. Nos preguntó, qué era lo que nos habían dicho los médicos que habían hecho aquello a mi hijo. Le contestamos, la callada por respuesta, es decir, peor: dijeron: “Si nos quieren denunciar que nos denuncien porque a nosotros nos da igual”. Respondió:”Es lo que suele hacer la gente que hace este tipo de cosas”.

No quisiera que se olvidara que cuando hizo su aparición la radiación mortal mi hijo ya estaba bien debido al tratamiento del doctor Burzaco. El supuesto tratamiento de la DEXEUS ya estaba olvidado y la neurosis también. Recuperamos una vida normal, y a pesar de la tristeza que sentíamos por la muerte de  su padre, mi querido esposo, iba siguiendo recuperando la ilusión. Pero, desgraciadamente, la radiación que le habían aplicado en la Clínica DEXEUS, quince meses antes, quedó oculta en el cerebro  como una bomba mortal de relojería haciendo su aparición de forma destructiva, mortal, cuando ya nadie se acordaba de este maldito tratamiento ni de los médicos que se lo aplicaron: Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García.

Ignoramos si la neurosis le hubiera vuelto a aparecer: No nos dieron tiempo para  saberlo.



TESTIMONIO
La muerte de nuestros seres más queridos nos causa un gran dolor; un dolor  indescriptible, pero si la muerte se produce por un hecho gratuito que corta el ciclo natural de la vida, resulta imposible de asumir, sobre todo, si es el hijo el que muere.

Entre las muertes, se produzcan por la causa que se produzcan, nunca pueden establecerse comparaciones: la muerte es la muerte y la ausencia que causa la muerte, siempre es la misma, pero, todo y así, pueden producirse añadidos que aumenten este gran dolor: entre otros, la muerte causada por negligencia médica. Ver padecer y morir a un ser querido, a un hijo, por un, “tanto se nos da” de unos médicos que no han respetado su vida, y después que no se encuentre justicia por un, “tanto se nos da” de unos jueces que tampoco respetan los derechos de tu hijo, resulta muy duro de soportar: La muerte de un hijo, la mayor de las injusticias humanas.

“….ellos sabían que podían matar a mi hijo y no lo evitaron. Lo mataron y nada les importó haberlo hecho. Hasta se rieron de su sufrimiento, de su dolor y de la muerte que le provocaron. Pasar página por la muerte de mi hijo como hay quien me aconseja, es del todo imposible. Pasar página cuando la Justicia en lugar de condenar a los culpables condena a las víctimas: ¡NUNCA!”.


ESTE NUEVO LIBRO CONSTA DE 2 PARTES:
La Primera parte, explica cómo era mi querido hijo Arturo, y la dramática lucha que se vio obligado a llevar a cabo hasta su muerte debido a una brutal negligencia médica. Y el dolor de la familia, especialmente de su abuela, mi querida madre, a la qué, ¡pobre mujer! le costó la vida.

La Segunda parte, recoge la lucha de siete años que me vi obligada a soportar hasta ver sentados en el banquillo de los acusados a los que tan cruelmente mataron a mi hijo: a los médicos Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García.

Relata, también, el recorrido judicial, endureciéndose a partir de la sentencia dictada por el Juez José María Assalit Vives, el primero que dictó sentencia.

Un recorrido de años dolorosos y llenos de injusticias inacabables.
Relata la lucha contra un sistema judicial injusto, descaradamente partidista y contra toda lógica moral y humana.

Un recorrido en busca de justicia, que se inició en el año 1989, con todas las pruebas en la mano para poder condenar sin paliativo alguno a los culpables, ha finalizado judicialmente de la peor manera posible, impactando a propios y a extraños en el año 2013.Un crimen terrible, puesto que en el caso de mi hijo de un hecho criminal se trata, y más de 25 años de lucha sin cuartel, han sido borrados de un plumazo por el llamado “Tribunal de los Derechos Humanos de Estrasburgo”.

El Tribunal Supremo y el Consejo General del Poder Judicial españoles, primero, y después, los Tribunales de Derechos Humanos, avalan con su proceder, un tratamiento comparado con los experimentos atroces que llevaron a cabo los médicos de la Alemania Nazi. Todos estos experimentadores, llamados “médicos del infierno”, famosos médicos, profesores de Universidades y Directores de grandes Hospitales, lo mismo que los que mataron a mi hijo, y, ello, aunque comporte quemar – “achicharrar”, como lo calificó la señora Fiscal - el cerebro físicamente sano de un muchacho que tan sólo pretendía solucionar un problema psicológico y confío en los adelantos que le ofrecieron en nombre de la Ciencia Médica, los doctores Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García.

Un caso, que si bien en un principio los defensores de los acusados culpables nos ofrecieron, a mi abogado y a mí, todo lo que quisiéramos si retirábamos la querella, ha terminado violando descaradamente el Pacto Internacional de las Naciones Unidas: “El derecho a la vida, un bien protegido por la Ley”.




INDICE


  • Solapa:"Madre si supierais...
  • Foto: ¿Dos médicos locos?
  • Avances
  • Fotografía de Arturo
  • Testimonio
  • Este nuevo libro consta de dos partes
  • Carta Universal de los Derechos Humanos

  • EN RECUERDO DE…
  •  INTRODUCCIÓN  “El tiempo que pasa”.

PRIMERA PARTE
CAPITULO I. La muerte de un hijo.
  • Hoy, hijo mío…
  • Plasmar en unas hojas de papel…
CAPÍTULO II. Mi hijo Arturo
  • En memoria de mí querido hijo Arturo.
  • Para una madre…
  • Cómo era mi hijo Arturo.
  • Lucha contra la neurosis obsesiva
  • Servicio Militar.
  • Retorno del Servicio Militar.
  • Aquí empezó todo
  • Primera entrevista con el doctor Pedro Nogués. (Amigo de mi amigo. Hospital Valle de Hebrón).
  • Primera y única entrevista con el Dr. Enrique Rubio García. (H. Valle de Hebrón).
  • Primera y única entrevista  con el doctor Gallart. (Psiquiatra del H. Valle de Hebrón).
  • Segunda y última entrevista con el Dr.Pedro Nogués.
  • Clínica DEXEUS. Despacho del Dr. Benjamín Guix Melcior.  (Dónde se remataria el cruel engaño).
  • Subterráneo de la Clínica DEXEUS. 3 de Marzo de 1988.  (Entrada a las seis de la tarde. Salida sobre las diez de la noche).
  • Una visita inesperada: Doctor Enrique Rubio García.
  • De la media hora, máximo cuarenta y cinco minutos que debía de durar el tiempo empleado, incluida la preparación, se pasó a tres horas y cuarto de las cuales dos horas y veinte minutos fueron destinados a irradiarle el cerebro. Un cerebro físicamente sano. A pesar de todo seguíamos confiando.
  • Condiciones en que salió Arturo de la Clínica DEXEUS.
  • El tratamiento de la Clínica DEXEUS pasa al olvido.  (Dr. Burzaco).
  • A los tras días de haber regresado de Madrid.
  • Y en eso estábamos: Buscando el nuevo local para ampliar nuestro negocio y preparando las vacaciones de agosto de 1989.
  • Última cena con mi hijo estando él aparentemente bien como todos creíamos.
CAPÍTULO III. Lucha contra la radiación y cómo ésta se Manifestó. Su dramático final.
  • En el Hospital del Mar me dan la trágica noticia:  mi hijo se está muriendo. Es irreversible.
  • Mi hijo quedó ingresado en el hospital sin esperanza ninguna.
  • Los médicos del Hospital del Mar me piden el informe de lo que le hicieron a mi hijo en la Clínica DEXEUS. 
  • El doctor Enrique Rubio no nos quiere entregar el informe
  • Conversación telefónica con el doctor Benjamín Guix.
  • Sólo lo entregan cuando les amenazo con solicitarlo por vía judicial.
  • Informe del doctor Enrique Rubio. Cava su propia fosa, pero…
  • Mi hijo iba resistiendo sin que nadie pudiera explicarse cómo.
  • Porque  y cómo salió mi hijo del hospital la primera vez.(Salió   porque los médicos ya no podían hacer nada más por él. Mi hijo se moría y el tiempo que impensable resistió, necesitó una persona que le cuidara las veinticuatro horas del día, y el juez tiene el cinismo de decir que salió pudiendo hacer una vida prácticamente normal).
  • Llega el día de llevarme a mi hijo a casa.
  • Viaje a Bergen (Noruega). Entrevista con el Profesor Erik Olaf Backlund. Confirma que mi hijo no tiene solución.
  • Cuatro años y seis meses de resistencia inimaginable.
  • Un viaje increíble a Andorra.
  • Los ingresos en el Hospital del Mar se iban sucediendo.
  • Otro viaje inimaginable. Esta vez a Madrid.
  • Episodios dramáticos.
  • Concierto de Lluís Llach.
  • Comienzan las caídas aparatosas. Más sufrimientos.
  • Ya vamos hacia el final de la vida de mi hijo
  • Arturo, mi querido hijo, vuelve a ingresas en el Hospital  del Mar. Sería su último ingreso y también su última salida.
(Durante los cuatro años y seis meses que duró su agonía, el hospital se había  convertido en la segunda casa de mi hijo y nuestra casa en una dependencia del hospital. Sus grandes esfuerzos  para intentar salvar su vida y soportar tantos sufrimientos no le sirvieron para nada).
  • LA OPERACIÓN.
  • SU TRÁGICO FINAL.
  • Después de la muerte.
  • Algunas fotografías de la vida de mi hijo.
  • Sentimientos y pensamientos. ARTURO.
  • Recuerdos: Dominicales, música…
SEGUNDA PARTE (Recorrido Judicial)
CAPÍTULO IV. En busca de justicia
  • En busca de justicia.
  • Encuentro con el que sería mi abogado Don Javier Selva. 
  • Dos entrevistas con el doctor Jordi Jornet Lozano,  médico forense del Juzgado de Instrucción número 8 de Barcelona. Actuación vergonzosa.
  • Tres jueces de Instrucción, un Recurso a la Audiencia  y un cuarto juez de Instrucción. En este caso una jueza,  quién dio la orden de apertura de las vistas orales del juicio.
  • Después de pasados siete años desde que se presentó  la querella y ésta fue admitida a trámite, se celebran  las vistas orales del juicio. Tres en total.
  • Lista de peritos de parte: de parte de los acusados.
  • Desarrollo de las vistas orales del juicio.
  • Visto para sentencia.
FOTOGRAFÍA DE LOS MÉDICOS BENJAMÍN GUIX MELCIOR Y
ENRIQUE RUBIO GARCÍA SENTADOS EN EL BANQUILLO Y APARECIDAS EN DISTINTOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN.

CAPÍTULO V. Documentación
  • Informes médicos. 
  • TACS cerebrales de antes y después de aplicar la radiación.
  • Informe del doctor Rubio.
  • Informe del doctor Valverde, Jefe del Instituto Nacional  de Toxicología. 
  • Acusación del Ministerio Fiscal con las anotaciones correspondientes. Solicita cárcel para cada unos de los médicos Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García.
  • Sobre la neurosis obsesiva compulsiva.
  • Introducción a la sentencia dictada por el Juez José María Assalit Vives.
  • Derechos del enfermo.
  • Sentencia y contrasentencia.
CAPÍTULO VI. Recorrido judicial
  • Recurso a la Audiencia por tan escandalosa sentencia.
  • Nueva sentencia absolutoria. Se van añadiendo más violaciones de la ley. 
  • Querella contra el Juez José María Assalit Vives por pevaricación. Viene desestimada de mala manera. Era de esperar.
  • Recurso de Amparo ante el Tribunal Constitucional.
  • Viene desestimado.
  • Entrevista con el Presidente del Tribunal Constitucional, entonces señor Rodríguez Bereijo. Acompaña Carmen Flores, presidenta de la Asociación “El Defensor del Paciente”.
  • Por consejo del señor Presidente solicitamos entrevista con el señor Presidente del Consejo General del Poder Judicial quien es el mismo Presidente del Tribunal Supremo.
  • Nos recibe, en nombre del Presidente, Don Ramón Sáez, Magistrado Vocal encargado de la Inspección de los Tribunales del Consejo.
  • Recurso de Amparo ante el Tribunal de los Derechos Humanos de Estrasburgo.
  • Perdemos. (Los argumentos que esgrimen son vergonzosos. Como dice mí abogado nunca había visto un caso igual en materia judicial. Llegan a la provocación).
  • Recurrimos ante el Tribunal de los Derechos Civiles y Políticos de la ONU. (El Presidente de este Tribunal es el mismo que el de Estrasburgo. Perdemos).
  • Me queda la Vía Civil, la que estaba ganada de antemano si no hubiera sido tan tozuda como me dijo el señor Ramón Sáez.
  • Vía Civil. Sobre la sentencia dictada por el Juez José Manuel Martínez Borrego Borrego del Juzgado de lo Civil de Barcelona. (Sobre la película “Mi hijo Arturo”, basada en el caso de la muerte mi hijo).
  • Ante la incredulidad de propios y extraños, Perdemos.
  • Recurso ante la Audiencia Provincial de Barcelona.
  • Presidenta de la Sala: María Eugenia Alegret Burgues. (Después, Presidenta del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, y, actualmente, ex-presidenta).
  • Perdemos. (Se llega a la violación más absoluta de la ley, de la defensa de la vida y a las falsedades y prevaricación más condenable. No olvidemos que las hijas del doctor Guix y los hijos de la señora jueza, han ido a la misma escuela hasta que la señora Alegret dictó sentencia).
  • Recurrimos al Tribunal Supremo. Perdemos. 
  • Presentamos querella contra la jueza Alegret, y contra las dos juezas que conformaban la Sala, señoras Marta Font Marquina y Rosa María Argulló Berenguer. (No solamente viene desestimado sino que desde el Supremo nos intentan intimidar a mi abogado y a mí diciéndonos que “con muestras  actuaciones podemos incurrir en el fraude de la ley”).
  • Para poder querellarnos contra la jueza Alegret, antes teníamos que habernos querellado contra el juez Martínez Borrero Borrego, y así lo habíamos hecho.
  • Nuevo Recurso ante el Tribunal de los Derechos Humanos de Estrasburgo. 
  • Contestación de Estrasburgo. Se adjunta “impreso” recibido. (Juzga un solo juez. No preguntes el por qué, porque ya te advierten que no te contestarán).
  • Noticia: “El sistema aplasta 26 años de lucha judicial”. (Página web: “Datecuenta”).
CAPÍTULO VII. Campaña pública de información y  denuncia
  • Campaña en la Rambla de las  Flores de Barcelona, ante la Audiencia, Hospital del Valle del Valle de Hebrón, ante la DEXEUS, por toda Barcelona, pueblos y extranjero.
  • Al tiempo de llevar a cabo la campaña, los médicos Guix y Rubio se querellan contra mí por injurias y calumnias, dicen. Me condenan.
  • Sentencia y contrasentencia.
  • Se recurre: Rebajan la cuantía. Se vuelve a recurrir.
  • Rebajan más la cuantía
  • Un hecho curioso que demuestra que los jueces no saben lo que tienen entre manos. 
  • Por la declaración del doctor Rubio en este juicio, se presenta querella contra él por perjurio. Curiosa la contestación de la justicia.
  • Página web. Nueva denuncia por injurias y calumnias.
  • En esta ocasión es sólo el doctor Guix quien me denuncia. El doctor Rubio ya no quiere saber nada.
  • Me condenan. Se recurre. Me vuelven a condenar.
  • Mi contestación a esta sentencia.
  • Se recurre al Constitucional.
  • Pendiente de resolución.
CAPÍTULO VIII. Escritos enviados a políticos
  • Escritos enviados a políticos y contestaciones.
  • Escrito enviado al Tribunal Europeo de Luxemburgo quien condenó a España por no cumplir con las normas que exige la Unión Europea en cuanto la aplicación de los rayos X. Su contestación. (Por lo menos son amables y me envían la sentencia que condena a España por si puede serme de utilidad).
  • Conclusión.
CAPÍTULO IX. Derechos Humanos, médicos, jueces, y…
  • Derechos Humanos.
  • Médicos.
  • Jueces.
  • Y… 
  • Recuerdo a las víctimas compañeros de vivir años de injusticias inimaginables. 
  • Reflexión: Si yo fuera Juez. 
  • “¡Arturo, hijo mío! Nunca más
  • Agradecimientos.
Solapa de la contraportada: “Mare, si sabéssiu el que pateixo…

Contraportada: Iglesia de la Sagrada Familia en el  momento en que  mi hijo pudo hacer la fotografía. Hubiera disfrutado de poderla contemplar en el momento actual convertida ya en Templo.
Todo se los negaron los malditos que le mataron, ¡todo!:
Los malditos y peligrosos sociales los médicos Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García: ¡Malditos sean! ¡Malditos sean por  siempre! 

Queda claro que yo no soy una persona tan bondadosa como era mí hijo.





INTRODUCCIÓN


“El tiempo que pasa es la verdad que huye”.
Cita de Edmon Locard, médico y criminalista francés.
    
Llevando ya años de lucha contra sentencias judiciales que iban dejando impunes a los médicos que mataron a mí único y querido hijo Arturo, leí la frase de Edmon Locard que encabeza este escrito. (Facebook a menudo nos recuerda este tipo de citas). Con profunda tristeza, me dije: ¡Cuánta verdad encierra!

Y, aunque la verdad auténtica, la verdad comprobada, siempre está ahí, no la supuesta verdad de unos u otros, la ¡auténtica! porque de verdad sólo hay una, el tiempo que pasa cuando no hay justicia, hace que ésta se vaya diluyendo, quedando en el silencio, en la ignorancia…, y,  casos terribles que han impactado a propios y a extraños, casos como el de mi hijo Arturo que ha traspasado fronteras por su crueldad, que ha impactado, incluso, a la clase médica de distintos países del mundo, y que ha llamado poderosamente la atención de los más importantes medios de comunicación, tanto escritos como televisivos y radiofónicos, medios, que repetidamente han ido denunciando el dramático suceso, invitándome, además, en repetidas ocasiones y permitiéndome explicar todo lo sucedido, vayan quedando en el olvido, incluso en la incredulidad de algunos, o si acaso, algunos rescoldos. Y, si las victimas indirectas, porqué las directas ya están muertas, no dejan su vida reclamando esta justicia que por ley les pertenece, la cita de Locard, se convierte en una realidad palpable, y los crímenes cometidos contra nuestros seres más queridos, contra nuestros hijos, serían como si nunca se hubieran cometido.

El tiempo que pasa implacable, lógicamente te envejece, hace que la salud, ésta sí “huya” de ti,  hace que vayas perdiendo las fuerzas que necesitas para seguir luchando, que te arruines, pierdas la esperanza en una justicia justa y, que, a veces, te sientas vencida  por la  prepotencia, las amenazas, burlas y  provocaciones  por parte de quienes tienen el deber de defender nuestros derechos, y, sobre todo, nuestra vida: los jueces.

Sabemos que en los juicios unos ganan y otros pierden, no todos podemos tener la razón, y esto hemos de aceptarlo, pero cuando los jueces violan descaradamente las leyes, tus derechos, inventan hechos que nada tienen que ver con la realidad, contradicen incluso la Ciencia médica y las declaraciones de los propios acusados cuando ellos mismos con sus declaraciones cavan su propia fosa, todo para  protegerlos de los crímenes cometidos, por más tiempo que pase y por más agotado que uno esté, no puede desfallecer; nuestro deber es seguir. El daño que han causados a nuestros hijos, la vida que les han arrebatado gratuita y miserablemente, no puede quedar impune por más que se empeñen los jueces, que, por desgracia, nos tocan en mala suerte a la mayoría de las víctimas de negligencias médicas en el bombo de una mala lotería que forma parte de un sistema judicial y político injusto, y la mayoría de las veces, inmoral e inhumano. Pasar página por la muerte, por el asesinato de mi hijo cuando no se ha hecho justicia como me aconsejan algunos, por mi bien, no lo dudo, es imposible. Pasar página cuando condenan a las víctimas en lugar de condenar a los verdugos, ¡Nunca!    

Este nuevo libro, escrito en memoria de mi único y querido hijo Arturo, explica y recuerda una vez más y con mucho dolor, la historia de su trágico destino. Es la historia de un muchacho, que teniendo terror a las enfermedades, al sufrimiento, a la vejez y a la muerte, un día unos médicos sin alma, sin ninguna compasión ni escrúpulos, le vertieron encima todos estos terrores de la forma más brutal que nunca imaginar se pueda.  Es la historia de una lucha desesperada y sobrehumana, para intentar sobrevivir a un horror al cual no le habían dejado ninguna salida.

Pero, es también, un recuerdo a la bondad de mi hijo, a su forma ser, una persona generosa, honesta, cariñosa, tolerante… Un recuerdo a su espíritu luchador, a su corta vida, la vida que él amaba tanto y que para protegerla y poderla vivir con plenitud, no dudó en confiar plenamente en aquellos, que por ironías del destino se la segaron de cuajo, sin piedad en plena juventud.

Al mismo tiempo, es un testimonio donde queda gravada la denuncia pública de una de las actuaciones médicas más salvajes que se hayan podido cometer nunca dentro del mundo de la medicina  de nuestro país. La denuncia pública de una actuación, que si bien ha escandalizado a personas de distintas partes del mundo, siendo comparada, incluso, por muchos, con las atrocidades experimentales que llevaron a cabo los médicos de la Alemania nazi, aquí, en nuestro país, ha sido silenciada y protegida de forma feroz, precisamente por las Autoridades Sanitarias, por el Poder Judicial y por la Clase Política, “los Pilares” de nuestra sociedad encargados de velar para la protección de la salud, el bienestar y la vida de las personas.

En definitiva, y en su conjunto, este nuevo libro pretende ser, una vez más, una contundente denuncia pública hacia las mencionadas administraciones, y, de forma muy especial, hacia los magistrados-jueces que han juzgado este dramático suceso y, que para defender lo que nunca podrá ser defendido dentro de la justicia legal, no han dudado en ignorar todas las pruebas presentadas claramente acusatorias, e, incluso, las declaraciones autoinculpatórias de los propios acusados, los médicos Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García; no han dudado en dictar sentencias llenas de contradicciones, falsedades, errores judiciales, llenas de mala fe, prevaricadoras y provocadoras, demostrando, con ello, el más descarado partidismo, además de intentar confundir a la opinión pública para dejar impune, con un cinismo y una prepotencia difícil de comprender, un hecho sobre el cual debía de haber recaído todo el peso de la ley: “Quemar el cerebro físicamente sano de un muchacho condenándole a muerte de forma irreversible y cruel, cuando él tan solo intentaba solucionar un problema psicológico para poder vivir una vida sin preocupación en cuanto a su salud y a su futuro”. Quizás éste fue el gran pecado que cometió mi hijo: confiar en los adelantos que nos ofrece la Ciencia médica: “Mamá, cuando uno tiene un problema y una posible solución a mano, creo que es absurdo no aprovecharla”.

Aunque empecé a escribir este libro hace unos años - el tercero en memoria de mi hijo -, diversas razones me han impedido terminarlo y darlo a conocer en el momento deseado. Razones cómo, por ejemplo, la dificultad y tristeza que encierra vivir con la ausencia de tú hijo muerto, el recuerdo de los terribles sufrimientos a los que le abocaron que martillean continuamente en mi cabeza…, la impotencia ante la injusticia…, la salud que se va minando… ¡En fin!, con el paso de los años todo se va haciendo mucho más difícil… Ahora, con los ánimos un poco renovados – con mucho esfuerzo, eso sí -, he reemprendido el trabajo. No obstante, ello no significa una sustitución, o mejor dicho, una prueba de renuncia a seguir con la lucha judicial que ya hace casi veintiséis años llevo a cabo con la finalidad exclusiva de conseguir la justicia que mi hijo muerto se merece. Y, si bien se podría creer, porqué… después, y hasta el momento de haberlo perdido todo, lo mejor sería dedicarme a escribir para mantener vivo su recuerdo y dejar pasar el tiempo… ¡Esto, de ninguna de las maneras! La lucha judicial continúa. ¿Hacia dónde cuándo ya se ha perdido todo, ¡todo!? ¿Cuándo desde el mismo Tribunal llamado de los Derechos Humanos de Estrasburgo nos lo desestiman por segunda vez, ésta por vía civil, a través de un  impreso vergonzoso sin dar opción a que preguntes nada, porque ya te advierten que no te van a contestar? Un impreso, que envían a todos por igual cuando no les interesa impartir justicia. Cuando este tipo de tribunales en los que confías actúan con tal desfachatez y deshumanización, uno se pregunta: ¿qué representan estos tribunales para la mayoría del ciudadano común y corriente que se ve obligado a recurrir a ellos porque ya han sufrido todo tipo de vejaciones de los tribunales anteriores?: ¿Una broma? ¿Una burla? ¿Una estafa? ¿Una provocación? ¡Yo no lo sé! Pero…, la verdad sigue ahí, y el crimen cometido contra mi hijo sin condena, también… ¡Algo habrá qué hacer!

Este nuevo libro, dedicado a la memoria de mi hijo, a su lucha para intentar salvar su vida que él, ¡pobre, hijo mío! ignoraba que la tenía perdida para siempre, y la gran injusticia judicial recibida, además de los libros titulados, “Arturo, mi querido hijo”, editado en el años 1995, y “Arturo”, subtitulado, “Una muerte en manos de los médicos Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García”, este último escrito con la cola-boración especial de mi querida y entrañable amiga Domi Moreno Gómez, editado en el año 2003 con testimonios incluidos de otras víctimas, además de la gran cantidad de panfletos, folletos y testimonios que también, en forma de libro he ido haciendo y repartiendo a los largo de todos estos años – el último escrito en catalán con los testimonios de victimas, también, titulado: “La mort d’un fill” -, es una prueba más de la revuelta de los sentimientos de indignación y desesperación, ante el dolor, la impotencia, la injusticia!... Sentimientos que empujan y empujan día tras día. La revuelta del puñal, que un día unos seres sin alma me clavaron en el corazón y que no puedo arrancarme por más esfuerzos que haga… El puñal que clavaron de forma cobarde y vil a mi hijo, cuando su corazón estaba lleno de proyectos, de ilusiones, de esperanza!...       

Y… ¿por qué no?: Escribir, denunciar la injusticia a través de la escritura, es una forma diferente de hacer justicia cuando la instituida falla estrepitosamente; una justicia natural que ningún juez, ¡ninguno!, por más poderoso que se crea, por más que quiera pisotear los derechos de las personas, por más que quiera proteger a gente indeseable, gente que merecería estar en la cárcel o mejor dicho, no haber nacido, dejando a las víctimas indefensas, nunca podrá impedir que siga su curso; una justicia y un curso natural que viaje por todo el mundo proclamando la verdad de unos hechos delictivos que se han querido tapar inventándose mentiras incuestionables, y la verdad sobre un sistema judicial que avasalla y provoca. Al menos en mi caso y en otros muchos que he conocido a través de los años, y conozco actualmente. Un sistema, que no permite querellarse contra los jueces por más razón que tengas, porque si lo haces, te amenazan desde los estamentos superiores y ya lo tienes todo perdido y, esto, aunque denuncies  un hecho criminal que está a la vista protegido por los jueces querellados. Hecho, que desgraciadamente, he vivido en primera persona junto con mi abogado por parte del Tribunal Supremo. Todo explicado en este mismo libro

Debido a mis campañas de información y denuncia pública, y a las cartas que he enviado a los políticos de cada momento – la campaña pública empezó recién fallecido mi hijo en el año 1993 y, que tristemente no me han permitido parar – siempre he ido recibiendo contestaciones de políticos, cartas de conduelo, de compromiso, de solidaridad. He mantenido entrevistas con muchos de esos políticos, a veces me han llamado personalmente por teléfono para hablar conmigo, hasta intentando buscar una solución a mi caso que les ha impactado y preocupado. Nunca he dudado de la buena voluntad de todos aquellos que se han interesado por mí, pero…

Estas denuncias públicas, que derivaron en una denuncia social importante, lo trataré en el apartado correspondiente. Pues no deja de ser interesante y demuestra una vez más, la indefensión en que nos encontramos y la lucha a la que nos obligan a llevar a cabo aún cuando nuestra mente, corazón y cuerpo estén destrozados por tan terrible pérdida: ¡La pérdida de nuestros queridos hijos! ¡La peor de las pérdidas!

Adelanto, que la jueza, señora María Eugenia Alegret Burgues, ex presidenta del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, en el momento de dictar sentencia en el caso de mi hijo, magistrada de la Audiencia y ponente, dice: “Nada puede consolar a una madre de la muerte de un hijo, ni una resolución judicial”. Es cierto: nada ni nadie puede devolver la vida a un hijo muerto, pero una resolución judicial justa, sin mentiras, violaciones de la ley, sin hechos inventados, hechos que nunca han sucedido, prevaricadora y provocadora, y sobre todo, sin proteger actuaciones criminales, como la dictada por ella misma, dejaría descansar el puñal que se lleva clavado en el corazón, y que se revuelve con rabia cada vez que se dicta una sentencia de esta naturaleza; dejaría descansar el puñal, el mismo,  que un día le clavaron a mi hijo unos salvajes sin alma que tuvimos la gran desgracia de encontrar en el camino de la nuestra vida.

Cómo podrá ver el lector, en el contenido de este nuevo libro, se van detallando los principales pasos que se han ido siguiendo en este dramático proceso. Pasos, algunos, que si no se explican con claridad, cuesta bastante creer que el caso de mi hijo haya sido una realidad. Por ello, mis escritos, mis libros, resulten siempre ser más extensos de lo que era mi intención al empezarlos. No obstante, tengo que decir, que si hubiera escrito todo lo vivido día a día, hubiera resultado una especie de enciclopedia de no sé cuantos volúmenes: Ya, más de veinticinco años, años, casi veintiséis, primero viendo morir a mi hijo lentamente durante cuatro años y seis meses preso de terribles sufrimientos sin poder hacer nada, ¡Nada!, para poderle ayudar, siguiendo con la llamada “justicia”, para conseguir, esto, ¡justicia!; sufriendo amenazas hacia mi madre, hacia los amigos que me ayudaban en mis campañas, hacia a mí, investigación de bienes, negocios…, patrimonio…,¡todo, todo perdido!... condenas… Y, ¡todo! sufriéndolo durante las veinticuatro horas del día en una lucha sin cuartel, durmiendo poco y mal, da para mucho y,… también, para volverse loco. Y con todo, la última resolución del llamado “Tribunal de los Derechos Humanos”.

No es mi intención, ni mucho menos, relatar una historia lastimera, muy al contrario, mi intención, como queda constancia a partir de mi primer escrito-denuncia que  publicité recién  fallecido mi hijo, es para denunciar la crueldad de una gente - unos y otros - que roban gratuitamente vidas humanas sin importarles la vida robada ni el hundimiento al que abocan a unos padres sin posibilidad de recuperación alguna, y, esto, entretanto, ellos – unos con su bata blanca y otros con su bata negra y sus puñetas -, siguen su vida como si nada hubieran hecho como si nada hubiera pasado.

En el capítulo correspondiente, se encontrará una explicación sobre la neurosis obsesiva (manías como se les llamaba antes, o TOC,-trastorno obsesivo compulsivo, como se le llama ahora; un trastorno cómo dice, no una enfermedad). Este trastorno puede ser más o menos importante según el carácter de la persona, o si ésta se ha complicado con el alcohol o la droga. En muchos casos, con fuerza de voluntad se suele salir del problema y, en todo caso, como le dijo un psiquiatra a mi hijo al ver su gran preocupación por lo que le pasaba: “el mundo está lleno de neuróticos obsesivos y no pasa nada”. Todo y así, mi hijo luchó sin descanso para salir de su situación y lo consiguió, pero, desgraciadamente, cuando fue demasiado tarde.

Mi hijo, a pesar de que los que le mataron intentaron hacer creer que era un pastillero y un alcohólico, o un “borracho”, aunque después pidieran perdón por haberlo dicho, no le gustaba el alcohol y se sometió a este tipo de tratamiento para “evitar las pastillas” que con el tiempo le pudieran perjudicar su salud cómo solía decir, todo lo contrario de lo que quieren hacer creer los médicos Guix y Rubio y, que además, ni siquiera conocían cómo era mi hijo ya que sólo le vieron una sola vez antes de que le aplicaran el supuesto tratamiento, y ni tan siquiera les interesó ver el informe de su psiquiatra en el que dice, que no se le conoce abuso del alcohol ni la toma de fármacos a no ser los que él le recetaba. Los problemas psicológicos tienden a confundir a la opinión pública, pero sean como sean, nunca los jueces pueden justificar la muerte través de “terapias” tan peligrosas que no dejan ninguna esperanza de vida una vez mal aplicadas.  En nuestro caso, ruego que se lea con atención, cómo era mi hijo, cómo llegó a manos de los médicos Guix y Rubio, lo que declararon los médicos que descubrieron la “lesión cerebral por radionecrosis diferida profunda e inoperable”, lesión que le segó la vida, y las sentencias dictadas por los jueces que juzgaron el caso y que han dejado impunes a unos médicos, “peligrosos sociales, como les han calificado muchos, para que puedan seguir matando como ha sucedido en repetidas ocasiones.  

Mi querido hijo, como ya he explicado, con su empeño, a través de otro tratamiento, había conseguido resolver su problema, su neurosis obsesiva; recuperó una vida  llena de proyectos que se iban convirtiendo en realidad, pero cuando ya nadie se acordaba de aquel “extraordinario tratamiento del futuro”, que es como se lo vendieron y que lo curaba todo o te dejaba como estabas - que fue lo único que aceptó mi hijo, quedarse como estaba -, aplicado en la “famosa” Clínica DEXEUS, hizo su aparición de forma brutalmente mortal no dejándole ni la más mínima posibilidad de esperanza de vida: Una sola sesión de “rayos gamma”, una sola, en la que durante dos horas y veinte minutos le estuvieron irradiando su cerebro físicamente sano, fue mortal de necesidad.

La prepotencia malvada de unos médicos sin ética moral ni profesional, y sin ningún tipo de escrúpulos, ante el indefenso. Guix y Rubio, ante un chico que no podía defenderse entretanto le colocaban en su cabeza una cantidad de rayos, que ellos sabían que le matarían de forma inevitable y cruel.  

La agonía de mi hijo, impensable e incomprensible para todos, principalmente para los médicos que le atendieron en esta sí su gran desgracia y que decían que nadie podía vivir con lo que le habían hecho  en su cerebro, duró cuatro años y seis meses: cuatro años y seis meses padeciendo sufrimientos inenarrables, dolores terribles, de lucha contra la demencia que le provocaron… la diabetes que nunca había tenido... contra  todo !!!,  llevando a cabo una lucha titánica, que a mi pobre hijo no le sirvió de nada, pues su vida ya la tenía perdida a partir del momento que los malditos médicos Guix y Rubio le pusieron las manos encima. ¡Toda su lucha resultó inútil!  Incluso antes de morir tuvo que pasar por una terrible operación para descomprimir el gran edema resultado de la radiación. No ya para intentar salvar su vida, esto ya era un  imposible, era para intentar que sufriera lo menos posible en su camino imparable e infernal hacia la muerte. ¡Desgraciadamente, no se consiguió aminorar sus sufrimientos!...

Quiero señalar, antes de empezar mi relato, que a través del  Capítulo dedicado a los médicos y jueces, se encontrará un recordatorio de los padres que he conocido a través de estos años dolorosos que me ha tocado vivir, y que también han sufrido el horror sangrante de perder a sus hijos por culpa de unos seres malditos, desposeídos  de alma, de ética moral y profesional, llamados médicos. Unos seres, que nos han abocado a vivir en un  profundo pozo sin salida, lleno de angustia infinita, desesperación y miseria.  Padres cuyo testimonio se encuentras en los libros y Testimonios ya citados.

Este nuevo libro, contiene párrafos y partes enteras entresacados de los anteriores libros y del Testimonio escrito en catalán, “La mort d’un fill”. En este caso, encaminado hacia el final de una lucha justa, pero aplastada por un sistema injusto en un llamado “Estado de Derecho”.

Es posible, que quien vaya siguiendo mis escritos, encuentre algunas diferencias en la forma de relatar los hechos entre unos y otros libros o Testimonios. Aunque parezca que conforme van pasando los años y vas escribiendo pueda resultarte todo más fácil, puesto que se repite siempre lo mismo, no es así, cada vez resulta más difícil y según los estados de ánimo y también los nuevos acontecimientos, los hechos se ubican en un contexto o en otro; los hechos siempre están ahí, los escribas dónde los escribas.

Cuando se habla de tantos años de lucha judicial, puede parecer que es una exageración o que te ha cogido la manía de ir denunciando sin razón alguna, pero si tenemos en cuenta que para llegar a juicio y poder ver sentados en el banquillo de los acusados a los médicos Benjamín Guix Melcior  y a Enrique Rubio García, tuvieron que pasar siete años, que para recibir la sentencia a cada recurso, cuatro años, y, que para recibir una simple contestación, dos o tres años, primero por la vía penal, después por la civil, como ha sido en mi caso, ¡Pues!… Hay quien enferma, envejece y muere esperando justicia…

Quiero pedir disculpas por si algún lector se siente molesto por las palabras mal sonantes que utilizo. Tengo amigos que me dicen que no hace falta que los descalifique, porque ellos mismos – médicos y jueces - se descalifican por sí solos. Y, lo entiendo, pero, recordando cómo era mi hijo, y recordando lo que hicieron con él, en lo que le convirtieron y en lo que le hicieron padecer, y cómo murió… resulta muy difícil no decir: “¡Cómo odio a esos dos hijos de la gran puta!”.

Yo nunca había utilizado expresiones de este tipo, y recuerdo que mi querida madre cuando me oía, solía decirme: “Nena, no hables así ¡por favor!”. Pero después de lo que le hicieron a mi hijo, ¿cómo no voy hablar así? Si otras personas, incluidos médicos, lo decían refiriéndose a los médicos Guix y a Rubio después de saber o ver lo que le habían hecho a mi hijo, ¿cómo no voy a decirlo yo? Muchos son los padres de víctimas de negligencias médicas que nunca habían dicho una mala palabra, y,  después…

También hay quien creé, que si no hubiera expresado mi dolor, mi odio y mi rabia a través de estas expresiones, quizás me hubiera cogido un infarto y ya estaría muerta. No sé!… No sé!…


Bien: Dicho esto, una vez más y con mucho dolor, el relato sobre cómo era mi único y querido hijo Arturo, su lucha, su muerte, y sobre la injusticia judicial recibida: una de las más partidistas, escandalosas y punzantes. 





Empecé a escribir el primer capítulo de este libro hace algunos años y en uno de aquellos días en que entraba en la habitación de mi hijo recién fallecido;  me quedaba un buen rato hablando con él, ¡cómo si me pudiera escuchar!.... Pero cada vez que intentaba avanzar, tenía que dejarlo porque la gran pena me impedía seguir, así que cada vez que lo intentaba, tenía, prácticamente, que empezar de nuevo, y aunque en algún libro que he escrito puede dar la sensación que me fue fácil hacerlo, nada más lejos de la realidad.


La habitación de mi hijo, era una habitación muy bonita, amplia, soleada… Daba a una terraza llena de flores y plantas, parecía un jardín. En su habitación tenía una biblioteca llena de libros muy escogidos, recuerdos de viajes… de regalos de sus  amigos y amigas, un buen equipo de música con un sinfín de discos… Tenía su mesita de despacho, unas butacas, todo muy bonito y de muy buen gusto. Alegre, pero… ahora, sin mi hijo, ¡qué triste y desolada me parecía! Pero tenía que escribir, tenía que hacerlo y, en uno de aquellos días, con mucho esfuerzo, empecé a escribir:



“Avui, fill meu, com altres dies, estic asseguda als peus del teu llit vuit. Tinc a les meves mans un llibre i una cinta gravada amb la teva veu de quan tenies uns dos anyets, parlant i cantant aquelles cançons que tant t’agradaven.

Vaig gravar aquesta cinta un dia que estaves molt parlador i “cantarín”; anaves d’un costat a l’altre de la casa transportant les teves joguines i amb les teves grans conversacions. Vaig pensar que seria un bon dia: altres vegades no volies. Et vaig aixecar del terra i et vaig pujar a una cadira. Vaig posar la gravadora en marxa. Et vaig dir que el primer que havies de fer era dir el teu nom perquè el qui ho escoltés, sabés que eres tu el qui cantava. Ràpidament, vas dir: “Artuo Navava Ut”. Eixís acabaves més rapit.

Vas començar a cantar trossets de cançons de l’època. Una era aquella que parlava del “Ángel de la guarda que de niño nos cuidaba con amor”. Tu deies: “E ángel a guada que niño cudaba con amot. E angel!!!...”. Acabaves am un gran agut com si fossi un gran tenor.  O, aquella que es va posar tan de moda de, “Yo soy una chica yeye”. Tu deies, “jo sóc un chico yeye, ye y ye!!!”. Mig català y mig castellà. I...aquell “Pirineu” de la sarsuela catalana “Cançó d’Amor i de Guerra” que diu: “Pirineu serra estimada fins al cel aixeca el front perquè ets tu muntanya aimada la més bella d’aquest món. Si d’aquí em traieu un dia fora i tant el meu sofrir. Pirineu que d’enyorança no trigaria a morir. Pirineu dolça terra tota plena de neu, Pirineu...”. Tu en sabies una mica d’aquesta cançó, perquè l’avia  te la cantava, i amb la teva forma de parlar, parant per escoltar el que jo t’anava apuntant baixet i posant-te de puntetes per arribar als aguts, eres tan divertit, que les meves rialles van quedar també gravades.

I...aquella altre cançó, “El tren pinxo de Banyoles...”, o, aquella tan divertida també que diu: “M’enfilo a la muntanya  amb el gos al meu costat, l’escopeta penjada a l’esquena i un barret foradat al cap, al cor no hi porto cap pena i allà a l’horitzó, brilla el sol. Brilla el sol, crida el gos, canto jo i tot és de primera! I tot és de primera!...”. Et feies un embolic amb l’escopeta, el barret y el gos. I, era cert, fill meu, tot era de primera!... I, i...quant explicaves el conte d’en Patufet?... Erets un nen tan encantador, tan dolç!...

Hoy, hijo mío, como otros días, estoy sentada en los pies de tu cama vacía. Tengo en mis manos un libro y una cinta gravada con tu voz de cuando tenías unos dos añitos, hablando y cantando aquellas canciones que tanto  te gustaban.

Gravé esta cinta un día que estabas muy hablador y “cantarín”; ibas de un lado para otro de la casa transportando tus juguetes y con tus grandes conversaciones. Pensé que sería un buen día, otras veces no querías. Te levanté del suelo y te subí a una silla. Puse la grabadora en marcha. Te dije que lo primero que tenias que hacer era decir tu nombre para que, quien escuchara, supiera que eras tú el que cantaba. Rápidamente, dijiste: “Artuo Navava Ut”, así terminabas antes.

Empezaste cantando trocitos de canciones de la época. Una era aquella que hablaba del “Ángel de la guarda que de niño nos cuidaba con amor”. 

Tú, decías: “E ángel a guarda que niño cudaba con amot. E ángel!!!...”. Y terminabas con un gran agudo como si fueras un gran tenor. O, aquella que se puso tan de moda, “Yo soy una chica yeyé”. Tú, decías, medio en catalán medio en castellano: “Jo sóc un chico yeyé, ye y ye!!!”. I, aquel “Pirineo” de la zarzuela catalana “Canción de Amor y de Guerra”, que dice: “Pirineo, sierra querida hasta el cielo levanta la frente, porque eres tú montaña amada, la más bella de este mundo. Si de aquí me sacarais algún día, Pirineo de añoranza no tardaría en morir. Pirineo, dulce tierra toda llena de nieve, Pirineo…”. Tú sabías un poco de esta canción porque la yaya te la cantaba, y con tu forma de hablar, parándote para escuchar lo que yo te iba cantando bajito y poniéndote de puntillas para poder llegar a los agudos, eras tan gracioso y divertido, que mis carcajadas quedaron también gravadas. Y, tantas otras canciones que tú cantabas y que nos hacías reír tanto. Eras un niño tan encantador, tan dulce!!!...

Sobre el libro, fue muy curioso, porque este libro vino a mis manos entretanto buscaba otro libro. Estaba en la biblioteca, no en la de tu habitación, si no en la del despacho de papá. No sé si lo compraste tú, papá o nos lo regalaron, porque no recuerdo haberlo comprado yo, pero allí estaba: “El Drama de la ausencia”, de José María Comas Roca. No sé si tú llegaste a leerlo.

Al abrirlo por una de sus páginas leo:
<<La separación de los seres queridos, arrancados de nuestra vida por la distancia y sobre todo, por la muerte, constituye unos de los mayores dramas  sentimentales de mayor alcance y de más hondo raigambre  en el corazón humano.
He aquí el bello tema, conmovedor y delicado, de este libro. El autor no lo ha imaginado, no lo ha inventado, sino que lo ha vivido con toda su intensidad, lo que comunica en estas páginas es un gran acento de sinceridad, de auténtica emoción, y le confiere un gran valor humano y universal.>>
En otra página, leo: <<Dolor de padres: La muerte del hijo, crueldad contra natura que el Destino descarga contra no pocos mortales, y que se lleva clavada en el corazón como un dardo que no puede arrancarse nunca, se agrava, todavía, cuando la carne de nuestra carne es tronchada en fresco, la vida del que es continuidad de nuestro ser, cortada en esa edad florida en que el cuerpo semeja una flor lozana y fragante…, en que las risas suenan a fiesta en el hogar…en que, no extinguido todavía el encanto de la infancia, hay en los ojos ingenuo mirar y brota el entusiasmo al más leve soplo, y la incipiente fantasía tiene siempre en ejecución un programa de gozo, y por las rosadas mejillas corre ardorosa la sangre, y hay en los gráciles movimientos un canto a la alegría de vivir.
¡Cuántos proyectos no se habían levantado con el hijo arrancado temprano de la vida! En adelante, la mejor música parecerá oírse a través de un disco gastado y roto, y los más sabrosos manjares parecerán sazonados con salsa amarga.>>
Sigo leyendo:
<<He aquí unas bellas estrofas del malogrado bate brasileño Fagundo Varela, dedicadas a la muerte de su hijo:
“Y, tú, tan joven, tan puro todavía, aún en la alborada, ave bañada en mares de esperanza, crisálida entre luces, el elegido fuiste de la tremenda siega”.>>
<<Carlos Bonilla: “La muerte de mi hija: ¿Por qué a la juventud hiere la muerte cuando tan solo a la vejez gastada debiera conducir  fría e inerte a la sepulcral morada?”.>>
El autor también explica: “La inútil espera”.
<<Frente al Liceo donde deba mis clases, había un colegio de niñas que, uniformadas, veía frecuentemente correr a pelotones por la calle.
Más de una vez me había llamado la atención una enlutada mujer que, a la hora de salida de las colegialas, se apostaba en la acera a corta distancia, y seguía con la mirada a las que salían, como buscando a alguien, y cuando todas se habían ido, continuaba esperando un rato hasta que, por fin se marchaba e iba preguntando a los transeúntes que se encontraba al paso: ¿No ha visto usted a mi hija? Llevaba un uniforme azul  con un cuello blanco y unas trenzas en que colgaban dos lazos. ¿No la ha visto usted?”… Los interpelados, de momento sorprendidos, pronto se daban cuenta en su mirada extraviada de que la infeliz estaba loca. Un día, a la hora de ir a recoger a su hija y al atravesar ésta la calzada para ir a reunirse con su madre, un camión había aplastado sus tiernos miembros y salpicado con sangre el asfalto. La pobre madre, completamente trastornada la razón, se aferraba a la idea de volver a verla en el mismo sitio donde tantas veces la encontraba. Y, cada día, a la hora de salida del colegio, hacia el mismo recorrido. Y, aguardaba, como el último día que la había visto aparecer  entre el enjambre de las otras colegialas, correr hacia ella, llena de vida… Y, escrutaba, en su tenaz y obstinado deseo de encontrarla, entre las que salían. Y, una a una las miraba. Hasta que, despejada de niñas la calle, se daba cuenta de su vana e inútil espera”.>>

Una historia muy triste esta. Personalmente he vivido algunas de estas triste y dramáticas historias, aunque, desgraciadamente, pasan a menudo.
La primera fue cuando yo tenía catorce años. Un amiguito mío de mi misma edad. Un día, al ir a la escuela y coger el tranvía se cayó, y no sabemos cómo, quedó enganchado y fue arrastrado unos cuantos metros, los suficientes para dejarlo destrozado. Antes, los jóvenes, inconscientes, aunque el tranvía estuviera lleno por poco que pudieran poner un pie en el escalón del mismo, se agarraban cómo podían y subían, quedando colgados en el tranvía. Yo, que era una persona muy cobarde para esas cosas, en alguna ocasión también lo había hecho.

Esta fue la primera muerte que me impacto y que no he podido olvidar nunca. A los padres no les dejaron ver el cuerpo de su hijo, y a su herma y amigos tampoco. Nunca olvidaré a aquella familia tan destrozada por el dolor de padecer tan terrible pérdida y en las condiciones en que la perdieron.

La segunda, aunque no me produjo un dolor emocional profundo porque no me unía ningún lazo afectivo, me dio mucha pena por la madre y, naturalmente, por el hecho de la muerte del muchacho.

Yo, ya era mayor, joven pero mayor. Una clienta mía, una mujer joven, elegante y, porque no decirlo, una muy buena cliente, un aciago día, encontró a su hijo en la calle cuando iba a casa de unos amigos a realizar un trabajo de la escuela. Le dio un beso y le dijo, “luego nos vemos en casa, mamá”. Seguidamente vio que, al cruzar la calle, paso un coche a toda velocidad saltándose el semáforo, atropellando al hijo y dejándolo muerto en el acto. Durante algún tiempo, no la vi. Más tarde, sí, vino a visitarme. Después lo hacía a menudo.  Se sentaba un rato y me hablaba de su hijo. Ya no parecía la misma. La vida de aquella pobre madre terminó el día en que murió su hijo.

Otro caso, el de Pedro Álvarez, muerto por un policía en una absurda discusión de tráfico y que se ha convertido en un clamor social. Pedro acompaña a su novia a su casa. Se despide antes de cruzar la calle para coger los Ferrocarriles Catalanes. La novia cruza delante mismo de su casa, pasa un coche a toda velocidad, la novia le dice algunas palabras, el coche para, se baja un “energúmeno”, la increpa y la tira al suelo. Pedro al verlo acude en su ayuda y empieza la discusión. El hombre parece que se ha calmado y se va, pero ¡no! entra en el coche y sale con una pistola y apuntando a Pedro en la sien, le dispara y lo deja prácticamente muerto: Falleció antes de entrar en el hospital.  El caso está explicado en la página web de “Pedro Álvarez”. Los padres de Pedro, queridos amigos de muchos años, no han dejado de luchar un solo día buscando justicia para su hijo que, escandalosamente, no se ha conseguido.

Y, otro caso que me causó un gran dolor, pues a la madre la quería mucho, fue el de una mujer muy, muy mayor, que entretanto nos estaba contando  lo bueno y extraordinario que era su hijo, le comunicaron que acaba de fallecer… era mi querida suegra.

En aquellos años de joven, ¿cómo podía imaginar yo que entraría a formar parte del grupo de madres condenadas a padecer el gran dolor, la desesperación de tener que ver a su hijo muerto?...

Siempre que estoy inmersa en todos mis pensamientos, sobre todo los que tanto me hacen padecer, pienso, ¡hijo mío!, que si tú me pudieras hablar me dirías que no me torturara más, que lo dejara correr todo, que viviera en paz el resto que me quede de vida, que no me hiciera tanto daño… Pero, tú sabes que no puedo, y tú, que eras el de la “justicia”, lo sabes muy bien. No intentar que se haga justicia cuando es necesario, es como colaborar con la “injusticia”. Además, tú que eras una persona tan bondadosa, sé que no querrías que otras personas pasaran por el horror que tu tuviste que pasar, por todos aquellos sufrimientos y muerte tan cruel como la que te obligaron a padecer.

No olvido, cuando ya casi al final de tu vida, me dijiste que no querías que les pasara nada a los médicos si creíamos que podían haber hecho algo mal. “¡Pobres!”, dijiste, “si es así, lo habrán hecho sin querer. Lo estarán  pasando muy mal. ¡Prométeme que no les pasará nada”. ¡Pobre hijo mío! Pero sabes qué no decir nada es  colaborar a que esta mala gente, porque “ellos”, estos médicos que tanto te preocupaban,  son muy mala gente, en que continúen haciendo daño y sé que esto, tú, no lo permitirías.

Quisiera tener fe, y quisiera también, creer que estás en aquel otro lugar que dicen algunos existe en el más allá; que estás bien y que eres feliz, quisiera creerlo con toda el alma, pero… Si es cierto que este lugar existe, no quiero que padezcas por mí, no sufras, ¡hijo mío! bastante te hicieron padecer aquella mala gente. ¡Descansa en paz! Ya sabes que tu madre te lleva siempre en el corazón, un corazón destrozado por el dolor, pero que sigue latiendo por ti y para que se haga justicia.

Plasmar en unas hojas de papel los sentimientos que surgen ante la muerte de un hijo, resulta muy difícil por no decir imposible. He utilizado para este libro algunos de los párrafos del libro “El drama de la ausencia”, porque me ha parecido que el autor al no haberlo imaginado, al haberlo vivido en su propia carne, dentro de las dificultades que encierra expresarlo, se acerca bastante, con sus palabras, en transmitir la cruel experiencia que representa la muerte de un hijo.

El libro “El drama de la ausencia”, contiene pensamientos y sentimientos de poetas, otros escritores, pensadores…Todos compartiendo el dolor por la pérdida del hijo tan querido. Escritos profundos, llenos de tristeza infinita que te llegan al alma como se puede ver en los pocos ejemplos que he transcrito.

¡La pérdida de un hijo!... De aquel hijo tan esperado y ya tan querido antes de nacer; es decir, de nacer al mundo exterior, porque él ya vive desde el principio de su tiempo en su casa que es el vientre de su madre donde se le protege de todo mal. Y esperas con gran ilusión su llegada a tus brazos. Una llegada que llena de alegría y gozo el hogar de unos padres amantes y protectores. ¡La llegada de un hijo! ¡Qué gran tesoro! El primer beso que le das en su frente tan tibia… Aquel contacto con su piel, la piel de un angelito… Aquel olor tan especial, diferente a todos los olores…¡Qué emoción más inolvidable! Una emoción tan inolvidable, que la mayoría de los padres podrán compartir con alegría durante toda su vida. Otros…, desgraciadamente, el “Destino” les tiene reservada esta crueldad “contra natura” como es la pérdida del hijo tan querido.  Y, si es bien cierto que el recuerdo del primer beso y de otros tantos les acompañara durante toda su vida, la ausencia que produce la muerte de un hijo, se hará insoportable. Es el puñal que se llevará clavado en el corazón por siempre.

Hay padres que, para que se les entienda o comprendan quien les escucha ante un hecho tan doloroso, te explican: “Aparece un sentimiento tan desconocido, que parece más bien un fantasma salido de las tinieblas  más profundas; un fantasma cruel que se ríe de tu dolor y de tu impotencia por no poder recuperar el ser motivo de tu vida”… “Es como si te hubieran vaciado por dentro”“Sólo siento frío y solo hay obscuridad dentro de mí”… “Me he quedado como un animal abandonado; desorientado sin saber a dónde ir”… “Es como una mano gigante que me oprime las entrañas”…”Es como ti te hubieran lanzado a un pozo profundo, caes, caes y nunca llegas al final”. Otros, sólo dicen: “No puedo vivir sin mi hijo”… Otros, se han vuelto locos, otros se han suicidado porque se han sentido culpables de la muerte de su hijo. Y, otros… En fin, son tantas las frases que te dicen los padres, que buscan para expresar sus sentimientos, parece que si lo pueden compartir, de momento, se aligera su sufrimiento y agradecen que les escuches. Y, la gente les escucha con interés, y muestran su empatía, pero…  Pero, ¿de verdad se puede transmitir con toda su crudeza el sentir ante la muerte de un hijo? ¡NO! Porqué no existen las palabras. Por más que te esfuerces, nunca quien te escucha, por más sensible que sea, podrá entenderlo. Para ello tendría que pasar por el mismo trago amargo y uno no es tan cruel para desear eso a nadie. Como decía una madre ante el hijo muerto: “Por ley de vida son los hijos quienes deben llorar a los padres, no los padres a los hijos. Tener que padecer la muerte de un hijo es la mayor de las injusticias de una existencia”.

Si bien todas las muertes de las personas queridas, sobre todo la de los hijos son crueles, el hecho de la muerte ya es cruel en sí mismo, siempre pueden haber añadidos que agraven lo que parece ya no puede ser más doloroso. Las muertes no pueden compararse entre sí: la muerte es la muerte y la ausencia que causa siempre es la misma, pero…

Cuando la muerte de un hijo se produce por una enfermedad a la que todos podemos estar expuestos, un cáncer por ejemplo y que lo produce la propia naturaleza humana y que, a pesar de hacer todo lo imposible no puedes salvar la vida porque la ciencia médica, desgraciadamente, todavía no ha encontrado todas las respuestas que necesita, no hay duda que uno se revela contra la enfermedad, contra lo que llaman “destino”, incluso contra la medicina que no ha sabido salvarle la vida, uno se revela contra todo. 

Ver morir a un hijo sin poder hacer nada para arrancarlo de la muerte que espera inmóvil, impasible, el momento de llevárselo para siempre, es para volverse loco. Pero si encima le añadimos el hecho de que el hijo no muere por una enfermedad incurable, sino que muere por un accidente de tránsito o por cualquier otro, provocado por gente que no siente ningún respeto por la vida de los demás, entonces ¿Qué puede pasar por la cabeza de los padres? Y, ¿si encima no encuentran justicia como ocurre en la mayoría de los casos?

Todo y así, hay otra causa muy dolorosa añadida, y que, en la mayoría de las veces suele quedar en el silencio, y es la muerte del hijo por una negligencia médica, por un “tanto se nos da” médico. Por un menosprecio a la vida, que hace, como dice, también, el libro “El drama de la ausencia”,  que habla del hijo que llenaba la casa, de la madre que llenaba al hijo, del amor que llenaba el corazón: “La reacción instantánea del que se ve robado, desposeído de esos bienes por un enemigo cobarde y vil es la de lanzarse impetuosamente contra el usurpador para despedazarlo”.

Cuando se trata de las negligencias médicas, resulta difícil entender el que significa una negligencia médica o un error, que es como más se le conoce: Un “error”. “Los médicos ¡pobres! son humanos, hacen lo que pueden y si no ha salido bien, que se le puede hacer”… Pero la realidad no funciona así. Sólo tenemos una vida para existir, una vida que es un milagro extraordinario, un tesoro, el más valioso de la propia Naturaleza, y si nos la arrebatan ya se ha terminado todo: no tenemos otra de recambio.

Los médicos han de tener mucho cuidado con sus pacientes, y una cosa es morir porque la ciencia no ha dado más de sí, y otra muy distinta es que te mueras porque el médico que te ha tocado en “suerte” sea una muy mala persona y vulnere sin ningún tipo de pudor la ética moral y profesional que se requiere para ser un buen médico; que vulnere sin ningún tipo de pudor el Código Odontológico Médico y las leyes que protegen nuestra salud y nuestra vida: “Ningún acto médico puede causar más daño del que se intenta reparar”. Ésta es la auténtica  ciencia de la medicina y quien la vulnera tiene que pagar con todo el peso de la ley.

Pero, el tema de los “médicos”, y de las víctimas de negligencias médicas, lo trataré en el capítulo: “Médicos”, pues requiere un capítulo aparte lo mismo que los jueces que protegen las injusticias, que protegen a gente  que roba vidas humanas sin temor ni remordimiento. Jueces que tachan a las víctimas de, “caprichosos que buscan en las negligencias una forma fácil de enriquecerse”. Declaración del Juez André Montalbán, Magistrado de la Audiencia Provincial de Murcia en el “Diario Médico”, 27/3/2009. Según este Magistrado, quien pasa un verdadero calvario es el médico denunciado.

Los padres, después de ver padecer y morir a un hijo por un hecho gratuito y cruel, se tienen que enfrentar, la mayoría de las veces, a  personajes como el Magistrado Montalbán que, como un inquisidor, revuelve y revuelve el puñal que se lleva clavado en el corazón. Un hecho tan escandaloso, injusto, inmoral e inhumano, sólo se da y se repite en las malas prácticas médicas. En los asesinatos médicos.

Mucho se ha escrito sobre la muerte de un hijo, mucho. ¡Y cuántas madres y padres expresan su dolor por medio de las redes sociales (Internet), sentimientos que se lanzan al aire recordando al hijo desaparecido, parece que así lo mantienen vivo en algún lugar del Universo. Hay personas que prefieren que no hables del hijo muerto, a su manera quieren protegerte del dolor que te puede causar el hacerlo. Se agradece, pero… lo único que nos queda es recordarlo hablando de él, de sus reacciones, de su carácter, de sus ilusiones… ¿Verdad que cuando están vivos, hablamos de sus cosas?: “Mira, mi hijo me ha dicho o ha hecho tal o cual cosa… Se ha ido de viaje y ha traído unas fotografías preciosas…Ha ganado un premio en su especialidad…”. ¿Por qué cuando están muertos no podemos recordar sus cosas, hablar de ellos? ¿Es qué hemos de hacer como si nunca hubieran existido? Se agradece pero, déjenos hablar de nuestros queridos hijos muertos, es lo que nos queda.
Yo hablo mucho de mi querido hijo Arturo y escribo mucho sobre él. ¿Es que quizás me ha llevado a hacerlo las mentiras que se han dicho y las barbaridades que se han vertido sobre él tanto por parte de los médicos como por parte de los jueces para “justificar” algo que nunca podrá justificarse?… No lo sé… 

Pero como podrán leer en el capítulo que sigue, Capítulo II, “Mi hijo Arturo”, lo hago, porqué, como podrán entender, también se lo debía.





Para una madre, explicar cómo es su hijo, resulta fácil: su hijo es el más guapo, el más bueno, el más inteligente, el más de todo. ¡Qué ha de decir una madre de su hijo! Después será verdad o serán imaginaciones suyas lo que dice, y tan solo podrán corroborarlo quienes conocieron al hijo si es verdad o no lo que dice. Entonces ¿qué sentido tiene que la madre hable de su hijo si ya se sabe lo que dirá? No obstante esto, en nuestro caso, me veo obligada hablar de mi hijo, y aunque lo hago con mucho gusto, ¿cómo no? lo hago, porqué, como digo, me siento obligada o, mejor dicho, se lo debo.

A mi hijo, no tan solo le arrebataron la juventud y la vida, sinó que para cubrir el crimen que cometieron con él, han querido tirarle tierra sucia encima cómo si fuera un “desecho” de la humanidad, diciendo mentiras terribles sobre su persona, tanto los médicos que le mataron como, y esto es mucho mas grave, los jueces que han juzgado el caso. Jueces que no han sentido ningún temor en falsear los hechos y en violar la ley, como ya he explicado en la Introducción. Y aunque no se trata de justificar nada, porque nada hay que justificar, si que he de explicar un poco como era mi hijo, para dejar a cada uno en el lugar que le corresponde y demostrar la mala fe que tienen y de la mala pasta que están hechos unos y los otros: médicos y jueces, y que de aplicarse la ley en un país con un auténtico Estado de Derecho, tendrían que estar en la cárcel unos y otros. Y si se lee este capítulo con interés y después los argumentos que esgrimen los jueces en sus sentencias  para absolver a los médicos, se darán cuenta de la mezquindad de todos estos individuos. 

De todas maneras, queda al criterio del lector o lectores, en valorar un caso tan sangrante y doloroso para la familia, especialmente, apuntaré  una vez más, para su abuela, mi querida madre, que a la pobre mujer le costó la vida.

COMO ERA MI QUERIDO HIJO ARTURO
Empezaré este capítulo, como tantos otros escritos en los que he explicado el caso de mi hijo: contando como era de pequeño y como se fue haciendo mayor. Y, en realidad, aunque poco o nada importa como fuera o dejara de ser para que los médicos Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García le sometieran a una sesión mortal de radiación, porqué, aunque mi hijo hubiera sido un esquizofrénico, un paranoico, un loco… nunca ¡Nunca! ningún médico tiene derecho de aplicar un “tratamiento” irreversiblemente mortal y por añadidura que provoque sufrimientos espantosos y tortura cruel, a  pesar de eso, quiero explicar cómo él era: primero, porque como digo en una líneas más arriba, dejar a cada uno en el lugar que le corresponde, y porqué no podría escribir un libro dedicado a su persona y a la tragedia que le obligaron a vivir, sin hablar de cómo él era. Y, segundo, para poder desmentir todas las falsedades que se han vertido, tanto por parte de los médicos que lo mataron, sus abogados, los peritos de parte de los acusados, y como ya he apuntado también y que es  lo peor de lo peor, por parte de los jueces que han juzgado a los médicos. Una vez dicho esto, empezaré a explicar cómo era mi hijo Arturo.




Arturo, mi querido hijo, nació sano y fuerte; y fue creciendo sano, fuerte, vital, alegre, cariñoso, inteligente…, soy la madre ¿qué he de decir? No obstante, aparte de lo que yo pueda decir, existen unos comportamientos en las personas que dejan bien claro si uno tiene buenos sentimientos o no, si es una persona honesta o no, si es generosa o no… Y creo que, mi hijo, aparte de mis consideraciones, tenía unos comportamientos que dejaban bien claro como él era.

Mi hijo nunca había estado enfermo, algún constipado de vez en cuando, pero pocos. Era travieso y también cogía sus rabietas como la mayoría de los niños, pero se le pasaban enseguida, no era nada rencoroso. Cualquier chuchería le hacía ilusión, era dicharachero y muy simpático, pero, sobre todo, y esto lo demostró ya siendo un niño muy pequeño, tenía muy buenos sentimientos, tanto hacia las personas como hacia los animales. Y, así, fue haciéndose mayor, y se convirtió en una persona sana de cuerpo y de mente: respetuoso, honesto y tolerante; amante de la familia. Era un buen hijo, un buen nieto y un buen amigo que conservó a todos sus amigos de la infancia. Era un buen deportista, practicaba el esquí con asiduidad, su deporte favorito aunque también practicaba de otros como basquetbol, patinaje sobre hielo, montañismo… Era un amante de las Bellas Artes en todas sus manifestaciones, aunque desde muy pequeño sintió una especial inclinación hacia la música carrera que estudiaba para ser concertista de piano, pues tenía dotes especiales para poderlo ser. También amaba la Naturaleza y le gustaba la fotografía. Detallista en extremo, no se olvidaba de las fiestas señaladas, especialmente de las onomásticas de la familia y amigos; era un muchacho que le gustaba ver feliz a las personas y compartir los momentos de felicidad, en este sentido era igual que su padre: Su padre!... Una buena y extraordinaria persona.

Arturo escogía los regalos que quería hacer con extremada atención, pues quería que fueran del agrado de la persona que lo iba a recibir: era una forma de demostrarles cariño, su estima o agradecimiento. Y cuando se los hacían a él los regalos, los agradecía en gran manera, tanto si eran valiosos o de lo más sencillo. Siempre decía que el valor del regalo estaba  en la persona que te lo hace, no en el precio del regalo. Arturo era una persona muy culta: Tenía una buena biblioteca con mucho libros de Arte… Buenas colecciones… Buena música…; el jazz le apasionaba, las habaneras, la música Brasilera… Bien, la Ópera. Tenía un buen equipo de música y de fotografía, aparte de sus dos órganos y piano.

Nosotros solíamos viajar bastante: unos viajes cortos durante el año, y uno importante una vez al año. Solíamos disfrutar de las visitas a los Museos, de algún concierto – un concierto en casa de Mozart, por ejemplo, constituye un extraordinario recuerdo. Paseábamos por  lugares pintorescos, disfrutábamos de los paisajes que nos ofrecía la Naturaleza de cada lugar que visitábamos, de su arquitectura. En algunos de los viajes nos llevábamos el coche, lo embarcábamos, lo que nos facilitaba acceder a lugares que de otra forma nos hubiera resultado más difícil poder acceder y contemplar, a no ser lugares a los que se accedía con teleféricos u otros medios de transporte. Es cierto que el coche se puede alquilar, ya lo habíamos hecho en alguna ocasión, pero, bueno, el tuyo siempre te resulta más cómodo. Además, si el viaje se hace con barco hacia un lugar lejano y luego te viene de gusto regresar por carretera si la hay, pues también va bien. En fin!...

En algunos viajes se suelen hacer amistades, principalmente en viajes en los que sueles convivir durante días con las mismas personas, como en los cruceros, por ejemplo. En nuestro caso, quien solía hacer más amistades era Arturo. Su conversación amena - sabía tratar cualquier tema-, su atención puesta al interlocutor, su forma de discutir los temas y los diferentes puntos de vista y su sencillez, hacia que su compañía fuera muy agradable e incluso requerida, y esto ya siendo muy jovencito.

A mí, que era una persona discutidora y siempre o casi siempre quería tener la razón, me reprendía de forma cariño, igual que su padre, y me decía: “Madre, has de ser un poco más comprensiva; no puedes pretender que todo el mundo piense como tú. Ponte un poco en el lugar de los demás. Defiende tus convicciones pero sin imposiciones que es lo que tú haces aunque quizás no te des cuenta”. Y muchas veces tenía que darles la razón a los dos.

Las personas que conocía a mi hijo solían decirnos a su padre y a mí, que teníamos un hijo encantador. Años más tarde, me lo repetirían más de una vez su psiquiatra doctor Ros , doctor Burzaco,  y otros médicos que le conocieron, primero en su lucha contra la neurosis y después contra la radiación: Todos repitieron más de una vez que era encantador y un caso muy especial. Realmente lo era. No lo era únicamente porque era un muchacho atento y obsequioso. No se limitaba solamente a comprar regalos para la familia y los amigos, era también muy solidario. Ya siendo muy pequeño, parte del dinero que se le daba para guardar en la hucha, lo separaba para dar a “los niños que tenían hambre y sus papás no podían comprarles comida”.

Este sentimiento de pensar en los demás, siempre estuvo presente en él, tanto que, incluso, ya estando destrozado por los efectos de la radiación, le salió de forma espontánea cuando la Generalitat le concedió una paga de invalidez que yo había solicitado por consejo de mi abogado; para poder aportar en el juicio la prueba de que, además de haberlo condenado a muerte de forma irreversibles, entretanto ésta no se producía, lo habían convertido en un inválido y en un demente senil.  Solicité la pensión que avales lo que decíamos. La pensión le fue concedida.

Cuando comunique a mi hijo que la Generalitat le habían concedido una pensión, sorprendido me preguntó: “Madre ¿por qué me la dan esta pensión? ¿Qué razón hay? Además, no está bien que yo la acepte. Yo no la necesito y si me la dan a mí pueden dejar de dársela a otra persona que la necesite de verdad. No está bien que la acepte”.

Cómo no podía explicarle el motivo real de esta donación, me inventé una historia que si él hubiera estado totalmente lúcido, aunque en aquel momento era coherente consigo mismo, le hubiera extrañado. Para sacarle la angustia que sentía por no entender el motivo de aquella pensión, le dije, que la Generalitat daba aquellas pensiones a los muchachos que, unos porque estaban estudiando y otros porque no se encontraban bien o estaban enfermos y no podían trabajar; y que cuando unos terminaban los estudios o los otros ya se habían recuperado del todo y tuvieran trabajo, se las retiraban y, ya estaba! Triste, me dijo: “Sabes, madre, hubiera sido mejor que no me hubieran tenido que dar nada!" Le dije que lo entendía porque significaría que él estaría bien. ¡Me daba tanta pena mi hijo! ¡Tanta! Por un lado, seguía siendo el Arturo de siempre, con sus sentimientos intactos, por el otro, un muchacho con una demencia senil provocada gratuitamente que hacía que no entendiera nada de lo que le estaba pasando. Él que había sido tan fuerte… tan inteligente…

Mi hijo, era tan buena persona, que ya estando destrozado por los efectos de la radiación y por los efectos de la medicación que inútilmente intentaban mantenerlo con vida, un día me dijo: “Madre, oigo que estáis hablando de médicos y jueces, ¿es que han hecho alguna cosa que no ha salido bien? Si es así madre, no quiero que les pase nada a los médicos, ¡Pobres! Lo habrán hecho sin querer, lo estarán pasando muy mal ¡Prométeme que no les pasará nada! ¡Prométemelo, madre!”.

Arturo no recordaba nada de lo que le habían hecho; en su subconsciente quedó borrado el “tratamiento” de la Clínica DEXEUS. Nunca habló de esta clínica, tal fue la confianza que le dio; ni sabía de qué médicos estábamos hablando, pero cómo lo estaba pasando tan mal, alguna cosa debía de haber pasado y quizás creía que yo estaba dando la culpa a los médicos que lo estaban tratando por no saber solucionarlo más rápidamente. ¡No sé! ¡No sé, lo que podía estar pensando mi hijo en aquellos momentos con el mal tan terrible que le habían hecho en su cabeza. Todo y así, se estaba preocupando por unos médicos que no conocía ni sabía quiénes eran pero que lo podían estar pasando muy mal… 

Para sacarle dramatismo a aquella situación tan dolorosa, le dije, con un toque bromista: “escucha tío, así si tu madre, que soy yo, se cae, se rompe una pierna y el chapuza del médico en lugar de curar la rota le “estropicia” la sana, ¿tú todavía vas a dar la razón al chapuza del médico?”. Muy triste, me contestó: “Claro que no, mamá, pero debe de ser muy triste y duro  para un médico que le pase una cosa así!”

Él, ¡pobre hijo mío! sentía pena por unos médicos que no les importó para nada llevarse la vida de aquel bondadoso muchacho que un día confió tanto en ellos, y que ni tan solo una sola vez, después de haberle causado el daño criminal, ni una sola, se interesaron por él. Al contrario, se burlaron de su dolor y hasta de la muerte que le provocaron. El cinismo y el menosprecio  que demostraron hacia mi hijo en las vistas orales del juicio aquel par de bestias, nos dejó helados a todos.

Mi hijo, ignorante de su realidad, siempre nos hacia las mismas preguntas: “Madre, ¿qué es lo que me ha pasado? ¿Por qué estoy así? ¿Qué quizás he tenido un accidente con el coche, con la moto? ¿Una caída esquiando?...”. Preguntas que nadie le pudo responder con la verdad.

Algunas veces, me han preguntado, si es que Arturo murió sin saber el por qué moría. Pero… ¿Cómo podíamos decirle la realidad de su terrible situación? Él luchaba y luchaba para vencer aquel mal que le torturaba, pero siempre con la esperanza que lo podría vencer. Por eso su última mirada estuvo tan llena de terror, sufrimientos, interrogantes…Preguntas que quedaron sin respuesta. Una última mirada que tengo gravada en mi cabeza y en mi corazón como si hubiera estado marcada con un hierro candente.

¡Tengo tan buenos recuerdos de mi hijo! Siempre alegre, todo le hacía ilusión… Cuando era pequeño y preparábamos una de aquellas fiestas en las que se reúne toda la familia y amigos, ya se pasaba toda la noche sin dormir. Se levantaba pronto y quería ayudar en todo, no paraba de ir de un lado para otro de la casa, arreglando los “detalles” con aquella vitalidad y simpatía que le caracterizaban; era un “charlatán”, no callaba, era como un viejo sabio. La verdad es que de pequeño era muy divertido y de mayor, poseía un buen sentido del humor que hacía que quien estuviera con él se lo pasara bien, aunque a la vez, fue un niño y después un muchacho muy sencillo y humilde lo que la gente agradecía.

Aunque mi hijo nació con un don especial para la música, en casa a todos nos gustaba la música, lo mismo por la parte de su padre como por el mío. Por la parte del padre, mi querido esposo, tenía un tío que era profesor de música, y otros tíos – hermanos - que cantaban muy bien. Por mi parte, yo tenía una tía –tieta como le llamaba, hermana de mi madre -, que cantaba muy bien. Hubiera podido ser una gran cantante de ópera, pero en aquella época las circunstancias no se lo permitieron, los demás, hacíamos lo que podíamos. Y uno más de los buenos recuerdos que tengo con mi hijo, es cuando los dos íbamos a la escuela de música. Él, empezaba las clases de solfeo y piano,  y yo aprovechaba para aprender a tocar la guitarra. Yo de joven también había aprendido solfeo y tomado clases de canto, había ganado algún que otro concurso de canto, más tarde ya lo dejé, pero con lo de mi hijo reemprendí un poco el asunto de la música y lo pasábamos muy bien. Después, Arturo, con los amigos de la escuela formaron un conjunto de música; él era el organista, ahora ya sabía mucho de música – iba al Conservatorio -. Tocaba el órgano y el piano muy bien. Recuerdo que en el “conjunto”, había el cantante del grupo que cantaba muy bien, tenía un poco la voz de tenor; la verdad es que todos lo hacían muy bien. Recuerdo que el debut del grupo ante un público muy numeroso, lo hicieron  en uno de los pabellones del Paseo de Montjuïc. Había un gran teatro, no sé si todavía existe. Hace mucho tiempo que no voy por allí, pero supongo que sí. Fue un festival en beneficio de la Cruz Roja. Un Capitán de la Cruz Roja, amigo nuestro, le pidió a Arturo para tocar en el festival, él lo preguntó a sus compañeros, y todos aceptaron encantados.


El teatro estaba lleno a rebosar con grandes personalidades. Lo hicieron muy bien y tuvieron gran cantidad de aplausos. Como cabeza de grupo, a Arturo le hicieron una entrevista ante tan numeroso público. Su padre estaba muy nervioso pues nunca lo había oído hablar en público. Salió muy bien parado, tuvo muchos aplausos. Su padre estaba emocionado. Después, Arturo acompañó al órgano, como música de fondo, al Capitán amigo, quien recitó unas poesías muy emotivas. Fue un Festival muy bonito.

Arturo estaba siempre al día de todo. De jovencito ya había ganado algún que otro concurso de baile con una amiguita jovencita como él en la Fiesta Mayor del barrio de Gracia. También había participado en algunos concursos de sardanas; cuando se pusieron de moda las “sevillanas” fue a aprender a bailarlas… Arturo cantaba muy bien, no tenía una gran voz pero lo hacía muy bien, y también bailaba muy bien, especialmente los bailes rusos para los cuales se necesita una gran fortaleza, agilidad y vitalidad. Pienso que todo formaba parte del maravilloso mundo del Arte de la música y de la escena.

Muchos de los espectáculos de los que disfrutábamos, era debido a mi hijo. A veces nos decía: “Esto no nos lo podemos perder de ninguna de las maneras”: conciertos, obras de teatro, óperas!... “La Bohéme”, “Pagliacci”, “Norma”…, eran sus preferidas aunque todas le emocionaba… Artistas como “The Rolling  Stones”, que actuaron en la plaza de toros de La Monumental de Barcelona; el gran organistas “Rick Wickman”, en el Deportivo de Badalona; el guitarrista Santana que tocó en la plaza de toros Las Arenas de Barcelona con Paco de Lucia, y, bien, y tantos y tantos otros como vimos y disfrutamos debido a mi hijo. Y… de Joan Manuel Serrat, Lluís Llach, Marina Rosell, Miguel Ríos… ¡qué he de decir!… Mi hijo, por poco que pudiera, no se perdía ninguno de estos conciertos.  Recuerdo el concierto en el que actuó Miguel Ríos, junto a otros famosos cantantes, al final de las Rambla de Barcelona- fiesta de bienvenida al Mundial 82 -, 200.000 personas la abarrotaron. En casa nos hacían padecer este tipo de conciertos porque con tanta gente en la calle pueden producirse problemas. Creo que hubo unos momentos críticos pero Miguel Ríos los supo resolver muy bien.

Mi hijo, admirador de otros conjuntos como Pink Floyd, su música la tocaba muy bien al órgano; “Europa” de Santana, extraordinariamente bien, y tastas y tantas otras. De “The Beatles” puedo decir que fueron los únicos músicos de los que mi hijo copio la estética: se dejó el pelo un poco largo. La fotografía que incluyo en los recuerdos de su vida, y que lleva el batín de yoga, es de la época. Y aunque cuando se formó el grupo de “The Beatles”, Arturo no había nacido, su música estaba presente en casi todos  los hogares. Bien, de todos los otros grupos y cantantes que a mi hijo le gustaba, haría una lista interminable. Sobre Michael Jackson y su música, se que a mi hijo hubiera sentido mucho su muerte. Lo cierto es que a mí también me supo muy mal. Nos acompañó desde tan pequeño…. Quiero resaltar Elvis Presley, del que decíamos que era uno de los pocos cantantes que tenía música en su voz. De los cantantes de ópera, quien decíamos que tenía voz de ángel, era Beniamino Gigli. Bien, si siguiera, no terminaría…

Guardo la mayoría de los disco de mi hijo, partituras, libros de solfeo, de la Historia de la Música, de Teoría de la Música, bastante complicada…, en fin, como tantas otras pertenencias… Aunque muchas de ellas las regalé a sus amigos: esquíes… Mesa de ajedrez con figuras muy bonitas… Objetos valiosos que habíamos comprado en los viajes… sabía que lo agradecerían y los guardarían con mucho cariño. Los dos órganos importantes los regalé a unas iglesias.

Quiero hacer una especial mención de los conciertos que “The Rolling Stone” dieron en España, el mes de junio del año 2007. La Televisión  hizo un recordatorio de cuando vinieron por primera en el año 2976. Arturo tenía 13 años.  A mí me impresionó mucho y me produjo una inmensa tristeza cuando las cámaras enfocaron al público de la “Monumental”: Nosotros estábamos allí, los tres: mi marido, Arturo y yo. Este sentimiento, como es lógico, siempre lo tengo cuando por la televisión recuerda festivales, conciertos o hechos en los que sé que mi hijo se encontraba allí y, a veces, los tres y también con algunos amigos. Referente al concierto de “The Rolling”, recuerdo que el padre de Arturo, no le hacía gracia llevarlo a este tipo de conciertos, porque la gente suele alborotarse mucho y pueden pasar accidentes, pero le pudimos convencer. La verdad es que suerte que estábamos sentados en las gradas, porque los “Roling” empezaron a tirar cubos de agua sobre el público y quedaron bien empapados.. Pero nos lo pasamos muy bien.

Recuerdo a mi hijo, tan pequeño, y ya sufriendo por los demás: Cuando le parecía que alguien maltrataba a un niño o a un animal, se le llenaban los ojos de lágrimas, y decía que, “tenía que ir a decirles cuatro cosas a aquella gente: que a los niños no se les maltrataba y a los animalitos tampoco”. Como que no había ningún maltrato, sólo que el niño era tozudo y la madre le reñía, y al perro le tiraban de la cadena para que siguiera, a la gente le llamaba la atención que un niño tan pequeño saliera en defensa de los que creía que no podían defenderse por sí solos. Siempre alguna que otra persona, me decía: “Señora, si su hijo no cambia ¡cuánto padecerá en la vida”.

Cuantas veces recuerdo también que me decía refiriéndose a las corridas de toros” y otros espectáculos tan llenos de crueldad: “Mamá, nunca podré entender como hay personas que pueden disfrutar viendo como torturan a un animal y viendo como muere. ¿Qué no se dan cuenta del drama que se desarrolla en la plaza? ¿Del sufrimiento de aquel pobre ser? No podré entenderlo nunca”

Quiero destacar, que, cuando en casa alguien se encontraba mal, él se preocupaba de hablar con el médico, para tener la seguridad de que todo se hacía bien, sobre todo cuando se trataba de su abuela. Recuerdo que cuando su abuela sufrió una operación y le pareció que el médico que la llevaba no lo hacía suficiente bien puesto que se presentaron algunas complicaciones y la familia nos hizo dudar de la profesionalidad del médico que la operó, él  se angustió mucho y quiso hablar con los mejores especialistas para que su abuela tuviera la mejor asistencia y, es que él adoraba a su abuela y, ¡pensar que la podría perder!… Y, su abuela, hubiera dado la vida por él.

Cuando me refiero a la abuela, me refiero a mi madre. Él también quería mucho a su otra abuela, la paterna, la “abuelita” como le llamaba, una persona bondadosa y cariñosa a la que queríamos mucho, pero es que mi madre vivía con nosotros, casi le hizo de madre y con mucha más paciencia que yo, que lo cierto es que nunca he tenido demasiada paciencia.

También he de decir, que cuando la gatita que teníamos  parecía que no se encontraba demasiado bien o que parecía que estaba enferma, no se lo pensaba, cogía el coche y con su novia la llevaba al veterinario.
Referente a su padre, siempre le estaba encima porque fumaba demasiado y le podría hacer daño, cómo así fue desgraciadamente. Y sobre mí, porque decía que no cuidaba mi salud. Siempre preocupándose por todos.

Quien podía imaginar, que mi hijo, tan bueno, con tantas ilusiones e intereses en la vida, una vida llena  de cosas buenas, de proyectos que se iban convirtiendo en realidad, tan inteligente… Un niño primero y un joven después tan feliz, alegre y  tan extraordinario que prácticamente lo tenía todo, tuviera un final tan trágico y doloroso por culpa de gente ignorante y cruel  como no hay otra. Pero…,¿mi hijo lo tenía todo, o no tenía nada? Una pregunta que después de muerto me he hecho muchas veces. A él todo le hacía ilusión, era feliz con lo que tenía, era agradecido, sabía disfrutar de las cosas buenas de la vida, pero… a veces los hijos nos piden ayuda a gritos y nosotros no les oímos, y esto…

¿Qué quizás tengo remordimientos? Está claro, lo mismo que otros padres con los que he hablado. Por muchas cosas, pero, sobre todo, en el tema médico, que confiando en las palabras de los médicos han animado a sus hijos para que se trataran de tal o cual cosa - una operación de estética por ejemplo -, y después el hijo ha resultado con daños irreparables o muerto.  Pero, todo esto nada tiene que ver con mi lucha ni la denuncia pública, porque, con remordimientos o sin remordimientos, a mi hijo lo mataron gratuitamente, salvajemente, y esto merece un castigo ejemplar, un castigo de los más severos, y aunque cuando estoy escribiendo este nuevo libro no se ha producido, tiene que llegar el día en que se produzca. ¡Tiene que llegar el día!...

LUCHA CONTRA LA NEUROSIS OBSESIVA
o contra el TOC (trastorno obsesivo compulsivo)
o manías como se les llamaba antes 
Nuestra vida se iba desenvolviendo normalmente, pero un día, cuando mi hijo tenía 19 años, nos sorprendió a su padre y a mí, cuando nos dijo que quería visitar a un psicólogo porque creía que tenía problemas. Nosotros nunca le habíamos notado nada y le preguntamos el por qué.  Nos dijo que creía que padecía una neurosis obsesiva, porque tenía manías que le angustiaban, que tenía necesidad de lavarse las manos repetidamente, cosa que le podría complicar su carrera ya que de seguir así le quedarían las manos impresentables para tocar el piano en público, tenía dudas, en fin, una cantidad de cosas que no eran normales y tenía que “solucionarlas antes de que fueran a más”. Como digo, nos  quedamos muy sorprendidos, pero como le vimos tan animado y decidido a tomar las medidas necesarias contra lo que le pasaba, dentro de lo que cabía, nos quedamos bastante tranquilos. Él mismo buscó a un psicólogo que encontró a través de unos conocidos y empezó la terapia.

Nosotros esperábamos a que el psicólogo nos llamara para que nos explicara lo que le pasaba exactamente a nuestro hijo, aunque, al parecer, estuvo acertado en el diagnóstico que Arturo se hizo a sí mismo. Pero el psicólogo, a través de Arturo, nos dijo que nos llamaría más adelante. Con toda seguridad todo se hubiera resuelto sin problemas, si no hubiera sucedido en la familia un hecho dramático que trastocó nuestras vidas: la muerte repentina de su padre, mi querido esposo.

Y, aquí, me veo obligada a explicar un hecho que no sería necesario porqué forma parte de la intimidad de la familia y no tiene nada que ver con la muerte de mi hijo, pero como a través de este hecho se produjo otro que ellos, los médicos que le mataron y los jueces lo han utilizado para inventarse una enfermedad que no existía como tal, y así hacer creer que mi hijo padecía una enfermedad casi incurable – como si eso diera derecho a matar a una persona impunemente -, me veo obligada a explicarlo para aclarar lo que hizo mi hijo en unos momentos puntuales que fueron sus dos intentos de suicidio que, aunque de escaso riesgo o de ningún riesgo, como dijo su psiquiatra, nos dieron un gran susto.

Cuando Arturo empezó la terapia, dio la casualidad de que estábamos a punto de inaugurar un negocio de hostelería en Canarias. Habíamos de irnos todos juntos, pero como que también teníamos otro negocio – ropa de niño, mobiliario infantil y juvenil y futura mamá -, a última hora nos vinieron unos encargos que no podíamos desatender y me quedé para librarlos. Arturo se quedó conmigo para ayudarme. Mi marido se marchó con su hermano, su cuñada, los socios y unos amigos de la familia. Nosotros nos reuniríamos con ellos lo más pronto posible. Pero…, desgraciadamente, ya no volveríamos a ver a mi esposo con vida. El día antes de que nos comunicaran su muerte, mi esposo me había llamado por teléfono para preguntarme cuando íbamos a ir y decirnos que no tardáramos porque la inauguración ya estaba encima. Le dije que dentro de un par de días ya salíamos para allá. También le recordé que no fumara, porque ya sabía que no le convenía. Me dijo que estuviera tranquila que todo iba bien… Murió de un infarto de miocardio. Sí que fuimos a Canarias pero para recoger su cuerpo. ¡Un viaje muy doloroso! Yo me sentí culpable por no haber estado junto a mi esposo, y sin darme cuenta, hice sentir culpable a mi hijo, él, ¡pobre! que se había quedado  para ayudarme.

La muerte de mi esposo nos dejo destrozados. Mi esposo era una persona muy querida por toda la familia y amigos. Todo y así, mi hijo hacia todo lo que podía para ayudarme en el negocio y para ayudarme en salir de una depresión que me cogió de las llamadas “silenciosas”, porque nadie se da cuenta de que la tienes; mi hijo fue el único. Estaba más cariñoso que nunca si ello era posible, pero todo fue haciendo mella en él. El psicólogo le aconsejó que visitara a un psiquiatra y aunque él era antipastillas, lo aceptó. Pero cuando llevaba unos pocos días con el psiquiatra, mi hijo hizo una cosa totalmente impensable en él: los dos intentos de suicidio. Dos intentos que, según su psiquiatra de escaso riesgo porque se fu tomando las pastillas una a una, y antes de tomarse las que necesitaba para que surtieran efecto, se quedó dormido.

Se dice que los intentos de suicidio en las personas que padecen una neurosis obsesiva, nunca llegan a materializarse; que son un forma de pedir ayuda. Ante eso, yo me quedé muy desorientada, porque mi hijo era un muchacho muy abierto y sincero, nos teníamos mucha confianza y no creía que él tuviera que llegar a una cosa así para pedir ayuda. No lo sé…
Esto me ha hecho pensar, que cuando vemos a los hijos tan sanos, fuertes, autosuficientes y que nos parece que lo tienen todo solucionado,  independientemente de lo sensible que sea cada uno – siendo sensible nunca se puede ser feliz del todo -,  que en realidad los hijos no son tan fuertes como nos parece, y que quizás, como ya he dicho, nos estén pidiendo ayuda y nosotros no les oímos. Y esto me tiene muy angustiada, no haberme dado cuenta de las necesidades de mi hijo, ni de sus angustias.  Pero… es que mi hijo llenaba tanto la casa, nos daba tanta seguridad, eran tan positivo!… No sé…

Bien, volviendo a los intentos de suicidio, explicaré como se produjeron para desmentir todas las barbaridades que se han dicho sobre este hecho, médico y jueces, y, aunque hubiera sido cierto lo que han querido hacer creer, no les daba ningún derecho a acabar con su vida. Cuando uno tiene un problema de este tipo o de cualquier otro, el médico está para ayudarle o al menos intentarlo, nunca para matarlo.

Los dos intentos los realizó estando en casa. Una muestra de que no estaba muy seguro de lo que quería hacer. El primero se debía producir al atardecer. El me dijo que iba a su habitación a dormir un poco y que si le llamaba por teléfono algún amigo que le dijera, eso, que estaba durmiendo. Entrada la noche, como que no había cenado, le entré un vaso de leche. Estaba como dormido. Le espabilé para que se tomara la leche. Se levanto, se tomó la leche y se volvió a acostar. Para mí, estaba medio dormido. Esta primera vez, si por la mañana no le pregunto que significaban aquellas pastillas tiradas por el suelo y no rompe a llorar, no nos hubiéramos enterado de nada. 

La segunda vez pasó, lo mismo. Pero a media tarde. Estaba en su habitación. No había comido y le entré un vaso de leche, esta vez, con cola cao. Al tomar el primer sorbo, vomito. Vi restos de pastillas revueltas con el vómito y antes de que yo pudiera protestar, me dijo: “Ya lo sé, madre. No te enfades conmigo: Te prometo que esto no volverá a ocurrir nunca más”. Le dije que aquello no podía seguir así, que se vistiera porque íbamos a ver a su psiquiatra. En silencio se lavó, se vistió y fuimos a la consulta de su psiquiatra. El psiquiatra no estaba. Su enfermera le dijo a Arturo que, aunque estaba segura de que ya nada tenia en el estómago, seria buenos que fuera al Hospital del Mar – donde trabajaba su psiquiatra -, para que le hicieran un lavado de estómago. Él, ante el temor de que algo malo le pudiera pasar, estuvo conforme. La doctora que le realizó el lavado, nos dijo que no hubiera sido necesario porque ya no tenía nada en el estómago. Él dijo que si hubiera sabido lo mal que se pasaba, se lo hubiera pensado mucho antes de acceder.

Estos fueron los grandes intentos de suicidio que tuvo mi hijo. Según “ellos” se inventan, siete u ocho, y que tanto han utilizado, médicos y jueces para poder justificar un crimen propio de los médicos de la Alemania nazi como lo han calificado tantas personas.

Mi hijo cumplió la promesa de que nunca más volvería a intentar un suicidio, y se prometió que lucharía con todos los medios que tuviera a su alcance para solucionar su neurosis obsesiva.  Mi hijo fue haciendo todo lo que le indicaba su psiquiatra, el único que ha tenido - es falso lo que dice el juez Assalit Vives en su sentencia cuando quiere hacer creer que mi hijo estuvo en manos de más de un psiquiatra como se verá más adelante -, y así fue pasando el tiempo.

Entre tratamiento y tratamiento, mi hijo iba desarrollando su vida que consistía en sus estudios y, en su carrera de piano. – la carrera de piano para dedicarse a ella, es dura, requiera mucha memoria, concentración, ejercicios continuados… , al tener negocio propio, ayudaba en todo lo que se le necesitaba, nunca tenía un ¡no! Hacia algún que otro viaje… Como no me cansaré de repetir, Arturo, mi hijo, era un buen hijo y una persona extraordinaria. Y… si hemos de hablar de su padecimiento propio de la neurosis, ¡claro! que padecía. Recuerdo que una vez, su psiquiatra, le propuso, por ser él como era, una persona con mucha paciencia y muy comprensiva, un trabajo en un centro de día con muchachos con problemas psicológicos, algunos un poco complicados, él podría ayudarlos.  Me dijo, muy triste, “qué más quisiera yo que poder ayudar a otros muchachos, pero si no me puedo ayudar a mí mismo, ¿cómo el doctor pretende que ayuda a los demás?”. No obstante, él nunca desfalleció ni en los momentos más bajos, y luchó con todas sus fuerzas contra la neurosis, que creo va quedando evidente a través de mi relato.  
 
Uno de los casos que recuerdo de las personas que padecen neurosis obsesiva y que leí en un libro de psiquiatría, es el de un hombre que yendo a trabajar con su coche, por la carretera se cruza con un ciclista y le entra la duda de que podría haberle dado un golpe y no haberse dado cuenta. Se angustió y tuvo que volver atrás para cerciorarse de que todo estaba bien. Vio alejarse al ciclista y se quedó tranquilo. No hay duda de que tener que ir comprobando todo para tener la seguridad de que todo se ha hecho bien, produce una gran angustia y desazón, pero por eso se buscan soluciones.

Cuando explico que mi hijo se diagnosticó él mismo la neurosis obsesiva, algunos periodistas me han preguntado si es, que mi hijo estudiaba la carrera de medicina. Cómo he explicado, estudiaba la carrera de piano, pero consultando con libros de psiquiatría y con amigos que sí estudiaba la carrera de medicina, no le resultó difícil descubrir lo que le pasaba.

Cuando el juez Assalit Vives en su sentencia dice que, “las personas que padecen esta “enfermedad” reniegan de su curación”, demuestra una gran ignorancia, si es que en realidad solo de ignorancia se trata. Son las personas que más soluciones buscan para solucionar su problema, y si no lo consiguen, llegando a viejos se siguen tratando con la esperanza de que  van a conseguir resolverlo. Mi hijo con su gran empeño, consiguió solucionarlo, pero desgraciadamente cuando ya fue demasiado tarde.   


SERVICIO MILITAR
Explicar lo que hace referencia al servicio militar, tampoco sería necesario, por qué, ¿qué importancia puede tener que mi hijo hiciera o no el servicio militar con su muerte que era lo que se estaba juzgando? Pero, como el juez Assalit Vives necesita desvirtuar toda la verdad para, aunque de forma chapucera, proteger a sus “clientes”, puesto que más bien parece su abogado defensor que un juez dispuesto a juzgar con rectitud, me veo obligada a explicarlo para poner, una vez más, las cosas en su lugar. En todo caso, el hecho del servicio militar, hubiera tenido que servir al juez para darse cuenta de que mi hijo era un chico fuerte con una gran fuerza de voluntad  digna de tener en consideración, pero…

El juez Assalit Vives quiere hacer creer el absurdo de que la familia “escondió la enfermedad” para que pudiera hacer el servicio militar, cómo si hacer este servicio, que gracias a Dios o a quien sea ya está abolido, fuera sinónimo de “hombría”, inventándose, además, que “mi hijo realizaba sus actos no controlando la mente”. Una afirmación, que según el Código Penal en cuanto a la Administración de Justicia, como toda la sentencia, le podría haber costado años de retirada de su función como juzgador. Pero como la justicia funciona como funciona – los jueces pueden mentir, humillarte, violar el derecho a tu propia imagen, violar el derecho a tu propia vida, inventarse la película que más les convenga para defender sus propios intereses o los de los demás si les conviene -,  nunca pasa nada.

Si bien el escrito de querella dice que “Arturo era tan responsable de sus actos que ocultó su estado para poder hacer el servicio militar”, mi hijo no ocultó nada; llegó el tiempo de cumplir con este servicio y consideró que lo tenía que hacer como la mayoría de los muchachos y nada más. Esta fue una frase que el abogado utilizó para demostrar que Arturo no se escaqueaba de lo que consideraba sus obligaciones, además te obligaban y él no pertenecía a los “objetores de conciencia”. Ni remotamente mi abogado podía imaginar que el juez utilizaría esta frase para ir tejiendo una tela de araña  llena de errores y mala fe.

Al contrario de lo que dice el juez en su sentencia, yo pregunté a su psiquiatra si no le podríamos librarle de este servicio. Su psiquiatra me dijo que, siendo como era Arturo, los Mandos Militares nos dirían “si era que les queríamos tomar el pelo”. Su psiquiatra me dijo que la neurosis obsesiva, para los Mandos Militares, no era eximente del servicio, más bien consideraban que las manías que padecían haciendo el servicio se les pasaría. No era así, pero ellos lo creían. Referente al interés por hacer el servicio militar, de no ser muchachos con aficiones militares, la mayoría de los jóvenes de aquella época se inventaban problemas que les pudiera liberar. Si mi hijo hubiera podido también lo hubiera hecho, pero no pudo, porqué pasó todas las revisiones médica sin problema.

Mi hijo, enemigo de las armas de fuego o de cualquier otro tipo de arma, solicitó entrar en la Banda de Música, pero como necesitaban conductores y Arturo conducía muy bien, lo destinaros a lo que llamaban “caballería”. Todo el tiempo que duró el servicio militar fue conductor de un vehículo tipo tanque, como podrán ver en las dos fotografías que, entre otras inserto en este libro. ¿Cómo, pues, el juez tiene el valor de inventarse que mi hijo “no controlaba la mente”, cuando, además, no hay ningún informe  de su psiquiatra que diga tal cosa? Y, ¿en qué lugar deja a los Mandos Militares en el caso de que hubiera sido cierto lo que se inventa que dan a un muchacho que “no controla la mente” un fusil y un tanque para que vaya disparando y atropellando a derecha y a izquierda? Una burla tan burda resulta difícil de poder creer. Arturo finalizó el servicio militar con todo el tiempo establecido, con una hoja perfecta de servicio, pasando a la reserva.

Arturo cumplió el servicio militar en Ceuta, entonces una plaza bastante dura. A pesar de que los muchachos no se lo pasaban muy bien, las cartas de Arturo eran divertidas. Tiempo después, explicó que había muchachos a los que el servicio les había arruinado la vida. Yo conocí a unos de esos muchachos.

Me alargaré un poco con el tema del servicio militar, porqué con la mala fe que tienen los médicos que le mataron, sus abogados y los jueces que han juzgado el caso, no digan que voy escondiendo cosas para sacarle importancia a la “enfermedad” como ellos dicen, como si según la importancia se pudiera matar más o menos, mejor o peor.

Cuando Arturo vino de permiso, lo encontramos más delgado y bastante desmejorado. Su psiquiatra le dijo que sería bueno que le escribiera una carta al Capitán médico para que le relevara un poco de tantas guardias y conducción que por lo que nos contaba eran continuadas. Mi hijo no quería porque decía que todos pasaban por lo mismo, pero al final le convencimos y lo aceptó. He de decir, que Arturo a partir de que ingresó a filas dejó de tomar sus medicamentos, porque decía que “no podía exponerse a quedarse dormido mientras conducía o hacia guardia”. Esto demostraba que era un muchacho muy cabal y responsable. Por eso su psiquiatra insistió en escribir una carta al Capitán médico solicitando un poco de descanso para él. Pero sin demasiadas explicaciones por eso el Capitán se sorprendió. 

Un día, mi hijo me llamó por teléfono para decirme que estaba en el hospital. Me dijo que no me asustara, que no pasaba nada, que era debido a la carta de su psiquiatra. Aunque me dijo que no me asustara, me desplacé a Ceuta. No es que no creyera a mi hijo, pero es que oía decir tantas cosas de la "mili" que estábamos asustados.

Cuando le pregunté al Capitán médico, que era lo que le pasaba a mi hijo, me dijo: “Esto es lo que yo quisiera saber, señora, porque aquí su hijo ha cumplido con todo perfectamente y nadie le ha notado nada”. Le conté el problema de la neurosis, que al llegar al cuartel dejó la medicación para no quedarse dormido y poder causar problemas, la muerte de su padre que trastocó a la familia, en fin, le fui contando cosas. Me escuchaba muy interesado, y cuando terminé me dijo: “Señora, tiene usted un hijo muy fuerte, otros con mucho menos no aguantan. Yo le hice ingresar porque me pareció que estaría más bien en el hospital que deambulando por el cuarte. Pero si quiere marcharse ya puede, el hospital no es lugar para él.” Nos despedimos y me felicitó por tener un hijo como Arturo. Al salir del despacho vi a Arturo un poco disgustado, por el número que habíamos montado, “ya os dije que la carta no hacía falta”. Yo: pero bien que te ha ido el descansillo, haces mejor cara. Se sonrió pero como diciendo, “però no és ben bè aixó."

Arturo, como muchos, vivió situaciones muy duras. Durante las maniobras en San Fernando, los pies se les quedaban destrozados por más botas que llevaran. Ésta, como otras situaciones, me lo contaban otros muchachos, él nunca contaba nada, no se quejaba de nada. Lo que sí conseguí, con esfuerzo, que me contara la novatada que le habían hecho a él. En San Fernando (Cádiz), donde Arturo hizo la Jura de Bandera, las “novatadas” estaban prohibidas. Los Mandos Militares llegaron a recibir tanta presión de los padres por la crueldad de las mismas, que se vieron obligados a prohibirlas y con severos castigos a los que las hacían. Pero en Ceuta… en Ceuta ya era distinto…

Cuando estuve en el cuartel y pude saber todo lo que les hacían los  soldados veteranos, llamados “abuelos”, a los “novatos”, me asusté tanto que le dije a mi hijo que no creía que a él no le hubieran hecho nada, que lo tenía que saber. Bueno, es que eran cosas terribles: intentos de violación y no sé cuantas cosas más terrible. Con mucho trabajo conseguí que me lo contara. Me explicó: “¿Recuerdas aquel día que te llamé por teléfono para decirte que me había caído y roto las muñecas, pero que no te preocuparas porqué ya estaba solucionado? Pues no fue verdad que me caí. Vinieron unos soldados veteranos de otro cuartel y me subieron entre todos a la taquilla para que bailara. Les dijo que si fueran mis abuelos que todavía bailaría, pero no siéndolo y además de otro cuartel no bailaría se pusieran como se pusieran. Y, entones me tiraron de la taquilla y es cundo me rompí las muñecas”. Le dije que no entendía la actitud de los soldados, que en lugar de ayudarse se hicieran daño unos a otros. No lo entiendo, le dije. Y también le dije, que no creía que él, hubiera humillado ni hubiera hecho daño a nadie. Me contó: “Mamá, cuando eres abuelo, te obligan hacer algo a los soldados novatos”. Yo insistí en que no me creía que él hubiera humillado ni hecho daño a nadie. Muy compungido, me explicó: “Cuando ya abuelo, le dije a un novato que me limpiara las botas, pero me dio tanta pena que le dije que lo dejara correr que ya me las limpiaría yo. No tenemos derecho ni a humillar ni hacer daño, pero aquí se hace, yo no puedo, pero la mayoría lo hace”. Este era Arturo, incapaz de humillar ni hacer daño a nadie ni obligado.

Aquí conocí a uno de los muchachos de los que Arturo hacía referencia en cuánto la “mili” les había hundido la vida. Era un muchacho catalán muy religioso que se intentó suicidar porqué no pudo resistir las novatadas tan crueles de las que fue víctima. Estaba esperando que sus padres fueran a buscarlo. El hecho de haber tomado mezcladas las pastillas que fue recogiendo de enfermería, le salvó la vida. Esto se lo dijo la monja enfermera delante de mí. Este muchacho era hijo único, tenia negocio propio y era un muchacho muy feliz antes de llegar al cuartel. Le explicó a mi hijo, que lo peor de todo fue que hubieran conseguido que intentara quitarse la vida cuando en la religión católica esto es un grave pecado. También lo mal que le hacían sentir por lo que les pudiera pasar a los muchachos denunciados por los abusos. Después del servicio militar, este muchacho escribió a mi hijo, diciéndole que el tema del servicio le había hecho tanto daño que estaba en manos de psiquiatra, cuando nunca había tenido ningún problema. Mi hijo comentó, que no era el único.

A partir de cierto momento, a los soldados les dejaban bastante tiempo libre. Arturo lo aprovechaba para perfeccionar su idioma natal, el catalán, también el inglés el que hablaba bastante bien, había estudiado unos cursos en las dos Universidades de Inglaterra con su escuela. Después ya lo practicó en sus viajes a Londres. Aprovechaba para leer, escuchar música, para pasear… A él le gustaba mucho pasear por las ciudades que visitaba. Nos decía que Ceuta a pesar de ser una ciudad muy pequeña, que era bonita y muy viva…, como pude comprobar…

Las cartas de Arturo, como ya he apuntado, aunque con un toque de añoranza, eran divertidas. En aquello del “vaso medio lleno o medio vacío”, era el de medio lleno, es decir, siempre buscaba las cosas positivas, y aprovechaba cualquier cosa que le pudiera aportar algún conocimiento tanto en los aspectos profundos como en los que le pudieran pasar ratos agradables. Por ejemplo, el primer “Cús Cús” que comí fue en Ceuta, en uno de los lugares que me recomendó mi hijo: uno de los mejores lugares que cocinaban este típico plato Marroquí.

Mi hijo, a pesar de su problema, como queda evidente, intentaba disfrutar de todas aquellas grandes o pequeñas cosas que nos ofrece la vida y nos pueden dar un poco de felicidad o bienestar. Por eso me indigna que no se valore todo su esfuerzo y los jueces, sin querer saber nada de él, lo traten como si fuera un “loco” que va por el mundo “no controlando la mente”. Es indignante que un juez o jueces tengan que inventarse tantas mentiras para proteger a unos seres, ellos sí, peligrosos sociales que no merecerían vivir.

Para terminar con el tema del servicio militar, explicaré un hecho absurdo a más no poder pero que podía costar la vida a los soldados.

Casi al final del servicio, a los muchachos que se habían “portado bien” o que habían cumplido con su deber de forma correcta, les premiaban  enviándoles a unos barracones que se encontraban junto a la frontera con Marruecos. Allí no tenían ningún mando que les controlara y podían hacer lo que quisiera, pero lo que quisieran con mucha cautela, porque por poco que se alejaran de sus puestos estaban expuesto a recibir un disparo del otro lado de la frontera por alguien que no aceptara la presencia de soldados españoles. De esto nos enteramos pasado bastante tiempo después de que Arturo regresara de cumplir con el servicio cuando entre familia y amigos se explican “historias de la mili”. Arturo nos dijo, que ningún muchacho lo contaba a sus padres para no preocuparles.

Qué premiaban de aquella extraña manera, también me enteré por una madre que su hijo también hizo el servicio militar en Ceuta y fue premiado de aquella manera. La mujer estaba aterrorizada de pensar lo que le hubiera podido pasar a su hijo en aquel lugar tan peligroso.@




REGRESO DEL SERVICIO MILITAR
Cuando Arturo regresó de cumplir con el servicio militar, siguió tratándose con su psiquiatra al que llegó a apreciar mucho, lo mismo que su psiquiatra a él.

Arturo fue combinando sus tratamientos con su vida de siempre, con sus altos y bajo cómo era lógico. Pero un día, por aquello de su “filosofía” de vida de que, “si uno tiene un problema y una posible solución a mano es absurdo no aprovecharla”,  preguntó a su psiquiatra si no había alguna otra cosa, a parte de las pastillas y curas de sueño, para solucionar la neurosis con más eficacia y rapidez y no tener que estar perdiendo tanto el tiempo. Su psiquiatra, por primera vez, le habla de la técnica que utiliza el doctor Juan Antonio Burzaco en Madrid. El doctor Burzaco era un neurocirujano considerado una eminencia mundial en temas cerebrales, tanto  psicológicos como neurológicos. El doctor Burzaco era, y digo era, porque desgraciadamente ya está muerto lo que he sentido mucho, era al único doctor que yo aconsejaba cuando alguien me pedía consejo sobre estos temas. Ahora, una vez él muerto, ya no aconsejo a nadie. 

Bien: si se trataba de tocar el cerebro mi hijo no quería saber nada, pero cuando su psiquiatra le explicó de que se trataba, fue despertando su interés.

La técnica que utilizaba el doctor Burzaco se llama “psicocirugía esteriotáxia”, realizada por medio de la “radiofrecuencia”. Mi hijo, después de asegurarse de que no podía correr ningún riesgo y de que le podría ir muy bien, se decide en ponerse en manos del doctor. De toda formas nunca hemos sabido de nadie que resultara dañado o muerte a través de esta técnica. De todas formas si hubiera existido el más mínimo riesgo, su psiquiatra ya no se lo hubiera aconsejado.

Pero su psiquiatra, también le dice que espere, que no tenga prisa, y le aconseja que hable con una muchacha, paciente suya, que había padecido una neurosis obsesiva mucho peor que la de él, que se lo había hecho, le había ido muy bien, y le podría explicar su experiencia. Esta muchacha era maestra, pero a raíz de padecer la neurosis, perdió el trabajo, su novio y su calidad de vida. La muchacha le aconsejó a mi hijo que se lo hiciera y cuanto más pronto mejor. Yo hablé con la madre, y también me lo aconsejó. Lo último que supimos de esta muchacha, es que había recuperado su calidad de vida, se había casado, había sido mamá de un niño precioso y era muy feliz.

Mi hijo animado, se decide. Pero cuando lo pone en conocimiento de la familia y amigos, sobre todo los amigos, le dicen que si es que está loco de querer hacerse una cosa así. Principalmente, se lo saca de la cabeza un amigo suyo que es médico y padecía una neurosis obsesiva como la suya. Le dice que no se deje hacer cosas “extrañas” que te dicen que es una cosa y después resulta que no es nada de lo que te han dicho”. Le dice que aprenda a vivir con lo que tiene y en sus horas bajas busque soluciones que las encontrará. Entre unos y otros, lo deja correr, y su psiquiatra respeta su voluntad y no insiste. Si bien la intención del amigo médico y de los demás amigos era muy buena al aconsejar a Arturo que no se fiara de este tipo de tratamiento, en este caso fue una muy mala decisión la que tomó mi hijo de dejar correr lo del doctor Burzaco, porque de no haberlo hecho, de haberse decidido con la técnica del doctor Burzaco, Arturo, mi hijo, estaría vivo y sería un muchacho feliz, como después de unos años  diría la señora Fiscal en las vistas orales del juicio.

Aunque para ser sincera, he de decir que la desgracia de mi hijo, tristemente, le llegó de mis manos, porque yo interferí en su destino: ¡Maldita la hora! ¡Maldita yo!

Después de que mi hijo tomara la decisión de dejar correr lo del doctor Burzaco, Arturo siguió como siempre con su psiquiatra haciendo todo lo que él le indicaba. Su vida, la nuestra vida, a pesar de la tristeza que nos embargaba por la muerte de su padre, intentando sobreponernos, seguía lo mejor que podíamos.

Mi hijo, en sus momentos de --- aparte de salir con sus amigos, siempre dedicaba una parte de su tiempo a invitarme a comer o a cenar en un restaurante típico que descubría en la ciudad o también a las afueras; él seguía como siempre había sido, ya desde jovencito queriendo compartir aquello agradable que nos pudiera dar unas horas de felicidad. Íbamos a conciertos… a ver algunas obras de teatro que pudieran ser interesantes… una buena película… Cuando descubría algún restaurante bien típico, o algo muy especial, también quería compartirlo con la familia y amigos. Todo y con su problema, Arturo, nunca perdió el interés por las cosas, al contrario, por eso luchaba contra la neurosis para poder disfrutar de la vida que él tanto quería y de las cosas que ésta le ofrecía, y que la neurosis le restaba todo aquel tiempo que tanto necesitaba para poder tirar adelante todos sus proyectos.

Como ya he apuntado, Arturo era un enamorado de su ciudad natal, Barcelona; conocía todos sus típicos rincones. Lo podías encontrar, a veces, con su cámara de fotografiar por los rincones más pintorescos. Siempre encontraba cosas bonitas y detalles para poder plasmar en una buena fotografía; detalles que quizás pasaban inadvertidos por otras personas pero no para él. Referente a su querida ciudad, recordaré lo que ya he expuesto anteriormente en este mismo Blog, pero que viene bien,  recordarlo de nuevo: “Mira, mamá, que hemos visto ciudades bonitas en nuestros viajes, pero ninguna tiene un barrio gótico como el de  Barcelona ni una iglesia tan extraordinaria y especial como es la Sagrada Familia”. Y lo decía con ¡admiración!

Recuerdo que, cuando mi hijo estaba bien –ahora tengo que diferenciar cuando estaba bien de cuando estaba mal: cuando estaba bien con su neurosis, cuando estaba mal con los efectos de la radiación -, lo podías encontrar, también, los domingos por la mañana en el “Mercado de San Antonio”. Mercado donde puedes encontrar todo tipo de libros que a veces no puedes encontrar en las librerías de siempre; colecciones especiales… objetos también especiales… cosas antiguas, curiosidades… Y también lo podías encontrar en la “Plaza del Pino”, en donde muchos  escultores y también pintores exponen sus obras. Arturo, había comprado algunas obras a estos artistas e incluso había hecho amistad con algunos de ellos. Algunos de estos artistas cuando se enteraron de  que Arturo había muerto, a más de uno se le saltaron las lágrimas. Mi hijo era una persona tan agradable y tan noble que se hacía apreciar así que se le conocía.

AQUÍ, DESGRACIADAMENTE, EMPEZÓ TODO
Un día, desgraciado día para mi hijo, tan desgraciado que le costaría la vida, encontré a un amigo que, hablando de la familia y de los hijos, me preguntó cómo estaba Arturo. Le dije que, con sus más y sus menos, pero cómo era un muchacho fuerte y luchador, no se rendía nunca. Tenía la ilusión de que algún día resolvería su problema. Entonces, con toda la buena fe del mundo, no lo he dudado nunca, me habló de un amigo suyo médico que trabajaba en el Hospital del Valle de Hebrón y que pertenecía a un grupo que eran muy entendidos en los temas de mi hijo. Me dijo que si quería nos concertaría una entrevista con su amigo para que nos explicara que era realmente lo que hacían por si nos podía interesar. Le dije que se lo agradecía pero que lo tenía que consultar con mi hijo porqué era él quien tenía que decidir. Quedamos en que ya le diría alguna cosa. Al llegar a casa, le conté a mi hijo el encuentro que había tenido y lo que me había explicado, y, mi hijo, que ya había decidido, de momento, no probar con todo aquello que no fuera lo tradicional –pastillas y curas de sueño -, se le despertó el interés, y, como que no nos teníamos que desplazar fuera de Barcelona, por curiosidad, sólo por curiosidad, vamos a ver al amigo de mi amigo, doctor Pedro Nogués. Aquí, tristemente, podríamos aplicar aquel antiguo refrán, que dice; “La curiosidad mató al gato”. Fuimos sólo por curiosidad.


PRIMERA ENTREVISTA CON EL DR. PEDRO NOGUES
El doctor Pedro Nogués era un hombre muy joven, y como que Arturo también era tan joven, y el amigo que nos recomendaba también era muy joven, pues se estableció una corriente de cordialidad y confianza que hizo que se tutearan como si se conocieran de años.

Le dijimos al doctor Nogués, que únicamente queríamos información sobre lo que allí hacían por si nos podía interesar. El doctor, muy rápidamente, nos empezó a explicar las ventajas  de la operación cerebral, puesto que de una operación se trataba. Operación con bisturí cortante – recalco este punto por lo que se inventaran más tarde los abogados de los médicos acusados –, pero omitiendo el peligro que comportaba  como, incluso, el peligro de muerte. Ante este tipo de operación, mi hijo pone todas las pegas del mundo, pero el doctor nos lo puso tan fácil que Arturo se interesó, y,  aunque parezca que nada puede ser fácil cuando se trata de tocar el cerebro, no sabes cómo se lo hacen los médicos, que siempre acaban convenciéndote, y como no se trataba de operar un tumor, una malformación u otro problema grave, pues al final te lo crees.

Nos explicó que se trataba de tocar el “punto” en donde se las pastillas hacían su efecto y, como por lo que veía Arturo padecía una de las neurosis más fáciles de resolver, le podría ir muy bien, y así le iba convenciendo. Aunque me hijo iba insistiendo en la posibilidad de algún riesgo imprevisto, según el doctor era como aquello de “coser y cantar”, porque los avances eran los avances y hoy día la neurocirugía no tenía ningún secreto. Y te crees lo que te dice porque, de lo contrario, ¿cómo podría alegremente ofrecerte un tratamiento peligroso para tratar un problema psicológico? ¿Y cuando estás físicamente tan sano? La confianza que depositas en los médicos te la convierten en ignorancia; te hacen sentir como un gran ignorante por más que estudies la situación.
Para someterte a este tipo de operación, se necesitaban dos requisitos: una, era que el cerebro de Arturo tenía que estar sano, perfecto. El cerebro de Arturo estaba sano, perfecto, como demuestra el TAC cerebral realizado en la Clínica Quirón de Barcelona a instancias del propio doctor Nogués; el segundo, era que aparte de su psiquiatra, le visitara otro psiquiatra para que diera su opinión. Le dijimos que no había ningún problema y si en el hospital había alguno que nos quisiera atender que a nosotros ya nos estaba bien. El psiquiatra del hospital era el doctor Enrique Gallart. Solicitamos una entrevista con él.

Quedamos con el doctor Nogués que volveríamos a vernos para ultimar los detalles. Primero teníamos que poner al día al psiquiatra de mi hijo que de todo esto estaba ignorante. En un principio se extrañó de que en el Hospital del Valle de Hebrón hicieran este tipo de tratamientos, y también de que Arturo lo aceptara habiendo rechazado lo del doctor Burzaco, pero poniéndose en contacto con los médicos del hospital, parece ser que le convencieron de lo bien que le podría ir y como que parecía que Arturo estaba animado… Aunque creo que nunca estuvo muy de acuerdo con este tipo de operaciones.

PRIMERA Y ÚNICA ENTREVISTA CON EL DR. ENRIQUE RUBIO 
GARCÍA JEFE DE SERVICIO DE NEUROLOGÍA DEL HOSPITAL DEL VALLE DE HEBRÓN
El doctor Nogués también nos había dicho que teníamos que entrevistarnos con el doctor Enrique Rubio García porque era él quien tenía que dar el “visto bueno”.

El doctor Rubio nos recibe en su despacho del mismo hospital y nos canta las mismas excelencias de la operación que nos había cantado el doctor Nogués, incluso, explicándonos de forma extensa las dificultades que habían tenido al principio, pero asegurando que todas estas dificultades ya estaban solucionadas: podía operarse con total tranquilidad. Nos estaba animando pero a la vez engañando miserable te como se verá seguidamente.

Mi hijo, ¡pobre! con la seguridad que quería tener de que, no fuera a correr ningún riesgo, hacia las mil y una preguntas. Y, a mí que me parecía que se ponía pesado con tastas preguntas le llamaba la atención diciéndole que ellos eran los médicos los que sabían. Recuerdo que mi hijo muy serio, me decía: “Sí mamá, ellos son los médicos, los que saben, pero se trata de mi salud y de mi vida, he de estar muy seguro de lo que van a hacer y del resultado que pueda obtener. Tocar el cerebro no es como extirpar una apendicitis”.

La familia y los amigos siempre estuvieron en contra de este tipo de “tratamientos”, yo era la única que le animaba. Después pensé que, ¿cómo no me di cuenta de la cara de cínico que tenía aquel hombre que sentado detrás de su mesa nos estaba engañando como si fuéramos un par de idiotas?

Bien: Mi hijo salió más o menos convencido para volver a la consulta del doctor Nogués, pues por lo que habíamos hablado parecía que era él quien tenía que llevar a cabo la intervención , pero antes, como también habíamos quedado con el doctor Nogués, teníamos que ir a la consulta del doctor Gallart. El doctor Gallart nos podía haber recibido en el mismo hospital porque esta intervención la cubría la Seguridad Social, pero nos recibió en su consulta particular teniendo que desembolsar unos dineros que no eran necesarios, pero no le di importancia en aquellos momentos.

PRIMERA Y ÚNICA ENTREVISTA CON EL DOCTOR GALLART
Una síntesis de la conversación con el doctor Gallart.
-Arturo: “¿Qué le parece a usted lo que me ofrecen en el Hospital del Valle de Hebrón?”.
-Respuesta del doctor: “Te puede ir bien”.
-Arturo: “Pero, ¿no cree que con el tiempo se pueden abrir nuevas vías y volver las obsesiones?”.
-Dr.: “Puede ser pero nunca serán tan fuertes”.
-Ar: Entonces, ¿usted cree que vale la pena pasar por una operación para volver a lo mismo aunque no sea tan fuerte?
Después de unas preguntas más por parte de Arturo y por parte mía y de respuestas por parte del doctor, el doctor termina diciéndole a mi hijo:
-“Mira, chico, si te lo quieres hacer te lo haces y si no, no te lo hagas. El mundo está lleno de personas que padecen neurosis obsesiva y no pasa nada”.

Esta fue la primera y la última entrevista que mantuvimos con el doctor Gallart. Después ya no le volveríamos a ver más. Es importante tener en cuenta este hecho, por todas las falsedades que se dirán sobre el mismo, y, porque, como salió en algunos medios de comunicación: “Un equipo de psiquiatras del Hospital del Valle de Hebrón aconsejaron antes los intentos de suicidio la radioterapia en la Clínica DEXEUS”. Este fue el “equipo de psiquiatras”, y con él no se habló de la radioterapia porque el cambio de planes todavía no se había producido, ni nada hablamos de los intentos de suicidio, porque éstos ya habían pasado a la historia. El doctor Gallart no se enteró de los cambios de planes por parte nuestra, esto también vale la pena tenerlo en cuenta porque el juez Assalit Vives, quiere hacer creer en su sentencia, que mi hijo fue paciente del doctor Gallart.

Cuando salimos de la consulta del doctor Gallart, mi hijo estaba un poco desorientado, no sabía qué decidir, pero como el doctor Nogués, era el amigo del amigo de su madre, como él decía, creyó que el doctor no le engañaría y que le podría ir bien. ¿Entonces, por qué no confiar? Eso de la amistad fue una muy mala cosa para mi hijo, depositamos una confianza en el doctor Nogués que quizás no hubiéramos depositado en otro médico. Volvemos a su consulta.

SEGUNDA Y ÚLTIMA ENTREVISTA CON EL DR PEDRO NOGUÉS
Ese día teníamos que decidir el día y la hora de la intervención, y yo a arreglar los papeles de la Seguridad Social. Pero mi hijo, pregunta una vez más al doctor Nogués e insistiendo mucho: “¿Estáis bien seguros de lo que vais a hacer? Sobre todo no debéis de olvidar que yo venga a curar una neurosis obsesiva y no a buscar lo que no tengo”. Con gran sorpresa por nuestra parte, el doctor Nogués, titubeando, nos dice que, “nos tiene que decir algo: que sí, que existe un riesgo de un 3% de poderse quedar imposibilitado y un 1% de riesgo de muerte”. Ante esta nueva información, nos quedamos petrificados.

Naturalmente, le recordamos que aquello no era lo que nos había dicho, y qué, como comprenderá, no nos interesaba de ninguna de las maneras. Le recriminamos el que no nos hubiera informado antes de estos graves riesgos y todavía porque Arturo insistió tanto sobre la seguridad de la intervención. Es más, le dijimos que aquel tipo de cosas para tratar problemas psicológicos deberían de estar prohibidas. Todo y así, mi hijo le pregunta el por qué de un peligro de muerte, si una persona no padece ningún mal que le pueda llevar a eso, a la muerte. Y, el doctor nos explica una cosa tan extraña, que más bien parece sacada de película de terror, y, que si no es porque nos pasa a nosotros no lo hubiéramos creído: Nos explica que puede pasar, que entretanto buscan el “punto” a tratar, se puede tener “un temblor de pulso” y tocar lo que no se debe. Entonces se puede producir una hemorragia que si es poca no pasa nada, pero si es abundante se puede producir la muerte. La verdad es que le estábamos escuchando con cara de imbéciles, pero es que no había para menos. Mi hijo todavía le preguntó: “¿Pero, es que alguien se atreve a exponerse a una cosa así, a dejarse operar?”.

La verdad es que no podíamos entender que el éxito de una operación dependiera del pulso del operador, se supone que si tiene este problema ya no puede ejercer de cirujano, pero… Damos por terminada la conversación no sin antes recriminarle también el tiempo que nos había hecho perder. Y, aquí sucedió algo muy “raro”. Cuando ya nos levantamos para marcharnos, le llaman por teléfono. Habla, cuelga y, seguidamente, nos dice: “Esperen un momento que me llaman de quirófano”, y, dirigiéndose a Arturo, le dice: “Ves, aquello que te decía, un muchacho que tiene lo mismo que tú, le están operando y se le ha provocado una hemorragia: Esperen que en seguida vuelvo”. ¡Qué casualidad, en aquel momento estaban operando a un muchacho y…! Sin poderlo creer, le digo a mi hijo que nos vayamos ya, que no hace falta esperarlo, que aquello parece un laboratorio de experimentación pero de miedo. Pero mi hijo con su bendita educación, me dice: “Mamá, vamos a esperarle para despedirnos, no vaya a creer que somos uno mal educados, y sobre todo no hagamos quedar mal a tu amigo que tanto se ha preocupado por nosotros”. Y esta fue la gran fatalidad que le costaría  la vida a mi hijo: esperarlo. Si no le hubiéramos esperado no habríamos sabido nada de la Clínica DEXEUS, del doctor Guix, y de nada de nada y mi hijo estaría vivo y seria un muchacho feliz como dijo la Fiscal años después en las vistas orales del juicio que se celebrarían. Pero, desgraciadamente, le esperamos para despedirnos.

Cuando el doctor regresó, mi hijo le pregunto qué iba a pasar con el muchacho. Parecía que al doctor no le preocupaba demasiado; le contestó que ya se lo diría la próxima vez. Le dijimos que no habría próxima vez, que si era que no se acordaba que nos habíamos despedido. Nos despedimos de nuevo, y, cuando ya estamos a punto de cruzar el umbral de la puerta de su despacho, nos dice: “Esperen: no se vayan”. Y dirigiéndose a Arturo, le dice: “Espera Arturo, no te vayas, quiero proponerte algo que esto sí que te puede ir muy bien y puedo asegurarte que no correrás ningún riesgo, lo que ocurre es que no lo cubre la Seguridad Social. Se hace en una Clínica privada, la DEXEUS, y te vendrá a costar unas trescientas mil pesetas. Estarás ingresado entre veinte y treinta minutos pudiendo regresar a casa de inmediato y seguir con tu vida habitual. Lo peor que te puede pasar es que te quedes como estás, pero ¡Créeme¡ ¡Vale la pena probar!”. Todo esto dicho de carrerilla y con tanta seguridad, después de saber que mi hijo ni yo, íbamos a aceptar ningún tipo de riesgo por ínfimo que éste fuera, nos llama la atención y volvemos a sentarnos. Parecía una propuesta atractiva. Mi hijo no quería perder ninguna oportunidad mientras no comportara riesgo alguno. Además, él era una persona muy sana y fuerte como ya he contado, ¿qué sentido iba a tener perder la salud física e incluso la vida para intentar solucionar “sus manías” por más que le angustiaran?

El doctor nos explica que se trata de una nueva técnica que se aplica con mucho éxito en el Hospital Karolinska de Suecia; se trata de aplicar una dosis de “rayos gamma” en el lugar adecuado, sin tener que abrir el cráneo, sin anestesia, sin tener que hacer cama, sin tener que padecer ninguna de las incomodidades que comporta cualquier operación; unos minutos y para casa. Con la nueva técnica, los rayos eran eficaces o eran inocuos. Ahora pienso que debía pensar que éramos un par de imbéciles profundos.

Sobre el Hospital Karolinska, hablé con uno de los médicos de este hospital (Profesor Backlund), pero desgraciadamente cuando ya fue demasiado tarde.

Mi hijo escuchaba con mucha atención al doctor Nogués y yo también, naturalmente. Y después de que nos explicara las ventajas de la nueva técnica con mucha satisfacción, mi hijo como poniendo en duda la seguridad de la misma, le dijo: “Me estás proponiendo un tratamiento que, por lo que parece no hace tantos años que lo aplicáis. ¿Sabéis lo que me puede pasar cuando tenga cuarenta o cincuenta años? Sabéis que con los rayos nunca se sabe”. El doctor Nogues, le dijo que si bien en parte tenía razón pero que en estos casos se habían hecho las suficientes pruebas y tratado a suficientes pacientes para poderle asegurar que no podía correr ningún riesgo. Todo y con tanta seguridad como nos daba el dcotor Nogués, mi hijo le pidió que le dibujara la esquema de un cerebro y le explicara como entraban los rayos en el cerebro y desarrollaban su función. El doctor se lo dibuja e insiste una y otra vez, en que no puede correr ningún riesgo. 

Explico estos detalles para que se vea que mi hijo no aceptaba los tratamientos “alegremente”, como, entre otros, quiere hacer creer la jueza Maria Eugenia Alegret en su sentencia. El engaño estuvo muy bien orquestado para que mi hijo, siendo como él era, aceptara someterse a un tratamiento que, ignorantes nosotros, de forma brutal y criminal le llevaría a la muerte.

Quiero llamar la atención sobre el hecho extraño de la llamada de teléfono que recibió el doctor Nogués cuando estaba hablando con nosotros, es decir, cuando ya nos habíamos despedido. Muchos han sido, incluidos médicos, que creen que aquello estaba planeado, porque nadie le dice a un posible paciente que lo que le están ofreciendo, está poniendo en peligro la vida de otro paciente a través de una hemorragia por un temblor del pulso del cirujano. Pero… la maldita ignorancia o la buena fe…

Una vez Arturo estuvo convencido, el doctor nos dio un papel de presentación para entregar al docto Benjamín Guix Melcier en la Clínica DEXEUS. Y si a mi hijo le quedaba alguna duda, el doctor Guix se la supo disipar muy bien.

Quiero recordar dos aspectos que me comentó mi hijo con respecto al peligro de los tratamientos para solucionar problemas psicológicos con riesgo. Él decía: “No entiendo como la gente se somete a este tipo de tratamientos sin saber lo que va a pasar. Pienso que si uno está tan mal que no lo puede resistir en mejor que se suicide, por lo menos sabrá cómo va a morir que con esto…”. También me decía sobre la radioterapia: “Me pregunto, mamá, si esto va tan bien, ¿por qué más gente no se los hace?”. Pero esta duda, como digo, el doctor Guix, que se presentó como un gran amigo, se la supo disipar muy bien.

YA ESTAMOS EN LA CLINICA DEXEUS, DESPACHO DEL DOCTOR GUIX  DONDE SE REMATARIA EL CRUEL ENGAÑO
Mi hijo tenía veinticinco años, y el doctor Guix unos treinta, más o menos como el doctor Nogués, y lo mismo que pasó con el doctor Nogués, pasó con el doctor Guix: entraron en una conversación amigable, llena de confianza y simpatía – que en el caso de mi hijo fue sincera -, tuteándose, como si también se conociera de toda la vida.

Les recuerdo como si fueran dos viejos amigos, que uno le cuenta al otro con toda la confianza del mundo todos sus problemas y preocupaciones, y el otro le dice que no se preocupe, que esté tranquilo, que él le ayudará. Y lo mismo que el doctor Nogués, le canta las “excelencias” de aquel “extraordinario” tratamiento que convertía los rayos en curativos o de lo contrario era inofensivos y que por eso, valía la pena probar. 

Todo y con la confianza que mi hijo depositó en el doctor Guix, empezó  con el rosario de preguntas para no dejar nada al azar sobre cualquier imprevisto que pudiera surgir. Aunque, como he repetido tantas veces, nunca puedes pensar que para tratar un problema psicológico te ofrezcan un tratamiento en el que puedas perder la vida, después de lo que nos había explicado el doctor Nogués sobre la cirugía convencional, todas precauciones eran pocas y por eso tantas preguntas. Aunque en nuestro caso, quiero insistir en que, aunque Arturo hiciera tantas preguntas lo cierto es que si estábamos en la Clínica DEXEUS era porque nos ofrecía todas las garantías de seguridad, no de éxito pero sí de seguridad, por qué, de lo contrario qué sentido tendría correr riesgos pagando cuando los tenias sin pagar  - o ya desembolsados de años antes -,  en el Hospital del Valle de Hebrón que como recordaré nos lo cubría la Seguridad Social. Mi hijo prefería vivir con su problema toda su vida de no encontrar solución, a exponerse a correr riesgos, porque como él decía, “nunca sabrías cómo podrías acabar”. Y por eso mi indignación va en aumento, cuando aparecen sentencias en que los jueces, entre otros, como la señora María Eugenia Alegret Burgues, ya ex presidenta del Tribunal  Superior de Justicia de Cataluña, que tratan a mi hijo como un irresponsable que, “seguramente minimizó los riesgos”. 

Para minimizar los riesgos, primero te han de informar de que éstos existen, porque si no te informan difícilmente se pueden minimizar. Y, pregunto: ¿Algún médico le puede decir al paciente que le puede “achicharrar” el cerebro - recordando siempre la expresión que utilizó la señora Fiscal –  y el paciente aceptarlo? ¡No! ¡Claro que no! Pero sigamos con la entrevista con el doctor Guix.
El doctor Guix, con palabras que parecían calcadas del doctor Nogués, pero quizás con mucho más énfasis, le repetía: “¡Háztelo, Arturo! ¡Háztelo, no te arrepentirás…”. Exactamente lo mismo.

Mi hijo, como ya explicado, era un chico muy culto, muy inteligente, y con el doctor Guix hablaron de muchas cosas. También parecía que el doctor era aficionado a la ópera, al menos esto fue lo que nos hizo creer cuando hablaron del tema, parecía que tenían gustos en común y aprovecharse de esta circunstancia fue muy cruel por parte del doctor Guix, ya que a través de lo que mi hijo le explicaba, el doctor Guix lo iba utilizando para animarlo y convencerlo para que aceptara el tratamiento sin pensarlo. Le decía que, él que tenia tantos intereses en la vida, poder viajar, su carrera de piano, negocios…, ya no tendría que perder más el tiempo con visitas al psiquiatra, ni curas de sueño, ni tomar pastillas… Le decía que su tiempo era demasiado valioso para perderlo de aquella manera y, cuando Arturo, ya se decidió, el doctor le dijo muy satisfecho: “Es la mejor determinación que habrás podido tomar nunca en tu vida”. Todo y así, mi hijo me preguntó: “Madre, ¿tú qué harías?”. Y yo desgraciada de mí, le dije que si el doctor le decía que le podría ir muy bien o de lo contrario no le podría pasar nada malo, que yo me lo haría ya que por probar no se perdía nada.  ¡Pobre hijo mío y maldita de mí! Le dije que por probar no se perdía nada y perdió la vida.  

Bien, una vez ya decidido del todo, el doctor le dice a mi hijo: “Ya sabes que no te puede pasar nada, ya te lo he dicho, pero tendrías que firmar una autorización de tratamiento – autorización de tratamiento no de riesgo que es muy distinto -, para que no se vayan a creer que tu madre y yo te hemos cogido a la fuerza y…”. Y mi hijo, con cara de sorpresa y medio sonriendo como preguntando ¿quién va a creer una cosa así de mi madre y de ti?, le dice: “Qué exagerado eres: Trae, hombre, trae que te firmo no hay ningún problema”. Y, mi hijo con toda la buena fe del mundo, confiando en aquel doctor, también amigo del amigo del amigo, y que parecía tan buena persona, ignorante de su maldad, firmó su sentencia de muerte, puesto que fue una sentencia de muerte. Mi hijo le había preguntado al doctor, que efectos secundarios podría tener, y el doctor le respondió, dos o tres días de dolor de cabeza y quizás ni eso, y eso fue lo que mi hijo creyó que firmaba, aunque ni siquiera estaba escrito.
Seguidamente de haber firmado, el doctor nos pidió los honorarios, dijo que eran normas de la clínica pagar antes de realizar el tratamiento. En aquel momento no llevaba tal cantidad encima – trescientas mil pesetas de la época -, ni el talonario. Quedamos en que iría al día siguiente a pagar. Cuando le pregunté a nombre de quien extendía el talón, ya que pagué con un talón, si a nombre de la clínica o de él, me dijo: “Al portador y sin barrar”. Cuando le pedí el comprobante de pago no me lo dio poniendo una excusa. No recuerdo exactamente lo que me dijo pero no le di importancia en aquel momento, pensé que ya me lo daría otro día pero no lo hizo ni yo lo reclamé nunca, aunque han aparecido algunas noticias que dicen que yo lo reclamé y que me lo dieron. Este aspecto también lo refleja la película sobre su muerte, no sé porque lo dicen.

Cuando alguien me pregunta el por qué no exigí el recibo, me pareció un absurdo en aquel momento crear una situación, digamos un poco violenta, tampoco me pareció tan importante. Si hubiéramos intuido que aquella gente, es decir, el doctor Guix, era una especie de estafador, ya no hubiéramos ido a esta clínica, aunque me tenía que haber dado cuenta de que aquella actitud no era la más normal en una clínica de tanto prestigio. La gente no vamos por el mundo con tanta mala fe y confías, aunque parezcas tonto.

El doctor nos da día y hora, primero para que le tomen las medidas del casco o de lo que sea, que ponen para aplicar la radiación, y segundo, día y hora para aplicarla: 3 de mayo a las seis de la tarde.
Es muy importante tener en cuenta esta entrevista, porque a través de la cual, los jueces más falsearan los hechos al hacer caso únicamente de las declaraciones del doctor Guix que, pudiendo ser la palabra del uno contra la del otro puesto que los jueces no estaban presentes, por lo tanto no sabían de qué hablamos, los jueces únicamente dan credibilidad a las del doctor Guix y compañía. Nosotros, las víctimas, siempre somos lo que mentimos!!!

No obstante, aparte de la credibilidad que se quiera dar a unos o a otros, hay dos cuestiones que son irrefutables y que vale la pena tener en cuenta:
  • Primera: No existe ningún informe escrito donde conste que Arturo fue avisado del riesgo de muerte que corría ni de ningún otro tipo de riesgo, por lo tanto él no podía aceptar nada.
  • Segunda: Resulta imposible y va en contra de toda Ciencia Médica y de cualquier Código Deontológico Médico, aparte de la Constitución, que para solucionar un problema psicológico te expongan al peligro más grande que existe como es el peligro de muerte. Y, esto, a través de unos rayos que una vez mal aplicados te condenan a muerte sin dejarte ni la más mínima esperanza de vida. Es decir: ¡que te matan! Por eso si no es a través de un engaño brutal “nadie se lo haría” como declaró el propio doctor Rubio en las vistas orales del juicio.
El engaño fue brutal, todavía recuerdo a mi pobre hijo tan bondadoso, cuando a la salida del despacho del doctor Guix, me dijo: “Sabes, mamá, el doctor Guix me cae muy bien, se ve que es una buena persona”. Qué lejos estaba mi hijo de pensar que aquella buena persona como él creía, acabaría con su vida no sin antes burlarse de él, de sus sufrimientos, como supimos después y pude constatar en las vistas orales del juicio. Burla que quedó reflejada en algunos medios de comunicación.


SUBTERRANÉO DE LA CLINICA DEXEUS: 
3 de marzo de 1988 a las seis de la tarde.
Como habíamos quedado con el doctor Guix, nos personamos en la Clínica DEXEUS. Nos acompaña su psiquiatra, mi hermano y mi cuñada.

Un hecho muy sorprendente:
Entretanto esperamos que nos atendiera el doctor Guix, como nos creíamos, a los pocos minutos aparece el doctor Rubio que se va a hacer cargo de Arturo. Nosotros muy sorprendidos, le preguntamos qué es lo que tiene que ver él con mi hijo, si con él no hablamos nada de la radioterapia, si con él sólo hablamos de la neurocirugía que como debía saber la desestimamos por la peligrosidad de la misma… Nos da unas explicaciones no sé si demasiado convincentes para terminar diciéndonos que aquellos caso los lleva él conjuntamente con el doctor Guix. Nos dice que nos esperábamos unos minutos que no tardarían, que estuviéramos tranquilos y se lleva a mi hijo para dentro de la sala de radioterapia. Mi hijo me mira, como diciendo, bueno, ¿qué vamos a hacer? Muy tranquilos no sé si nos quedamos pero…Cómo que estábamos en la Clínica DEXEUS!!!

Ya sé que muchas personas no entienden cómo pudimos llegar a ser tan confiados. Y, ahora, yo tampoco lo entiendo. Y, tampoco entiendo que, siendo cómo era mi hijo que cualquier cambio de medicación o cualquier tratamiento nuevo se lo miraba con lupa, que aceptara una cosa así con todo lo que nos había pasado y nos estaba pasando. Pienso que, él ¡pobre! también confió en mí y si a mí me parecía bien… Pero, ahora por más vueltas que le dé, por más golpes de cabeza que me dé contra la pared, ya es demasiado tarde. “Ellos” siempre disponen de medios para convencerte, y algunos son tan malas personas, como desgraciadamente los que nos tocaron a nosotros, que incluso quieren dar la culpa al paciente de su propia muerte.

Bien, tanto el doctor Nogués como el doctor Guix, no habían dicho que la sesión con la preparación incluida, duraría entre veinte minutos y media hora, con lo cual el tiempo de radiación sería  de unos diez a doce minutos que hubiera sido lo adecuado, y esto también en el caso de que este tratamiento hubiera sido el adecuado para un caso como el de mi hijo. Pero… el tiempo pasaba y Arturo no salía… Y esperas impaciente pero no dices nada para que no te digan que eres una impertinente  ¡Siempre callados para que no digan… Al fin y al cabo tú no entiendes y todo lleva su tiempo!!!

Al cabo de una hora y media, tiempo en el que nadie nos había dicho nada, viene hacia nosotros el doctor Rubio para decirnos que no nos preocupemos, que había habido un pequeño problema en la máquina pero que ya estaba solucionado y Arturo enseguida saldría.  Pero hemos de esperar otra hora larga. En total tuvimos que esperar tres horas y cuarto, ante la media hora máximo que nos habían asegurado, aunque aceptaras que pudieran pasar unos minutos más.

También hay quien nos dice, que como no nos dimos cuenta de que algo extraño ocurría, que algo no marchaba bien. Y, Ahora, ahora yo también me lo pregunto, y también me pregunto, que cómo es que mi hijo con lo decidido que era, no dijo: “¡Basta! ¡No quiero seguir con esto!”. O ¿porqué no fui yo la que no llamó a la puesta donde estaba y les pregunté porque tardaban tanto o no me lo llevé? Pero… una vez estás allí que has de hacer, estás en sus manos, tú no entiendes y piensas que si interfieres puede ser mala cosa… No tienes más remedio que seguir esperando.
Pasado ese tiempo, el doctor Rubio nos dijo que todo había ido muy bien y que fuéramos a verle dentro de tres meses y se marchó. Ya nos estaba engañando porque él ya sabía muy bien lo que iba a ocurrir…

Al doctor Guix, no le vimos en ningún momento. Para nosotros no se encontraba en la clínica, pero, sí que estaba como supimos años después. Cuando el doctor Rubio tuvo que ir a declarar ante el Juez de Instrucción, dijo que se le estaba acusando de algo que él no había hecho, que quien había irradiado era el doctor Guix, que él se limitó a indicar el lugar donde debían de ir dirigidos los rayos. Nosotros esto no lo supimos hasta ese mismo momento, cuando el doctor Rubio declaró, por eso la querella fue solo en contra del doctor Rubio. Después la ampliaría el Ministerio Fiscal que acusó también al doctor Guix y a la Clínica DEXUS, ésta como responsable civil subsidiaria, como ya he indicado en los “avances”.

Seguimos en la Clínica DEXEUS: A los pocos minutos de haberse marchado  el doctor Rubio, salió de la sala de radioterapia mi hijo, solo, dando tumbos de una lado para otro, muerto de frio, estornudando por el fuerte constipado que había cogido, cayéndole los mocos, con un fuerte dolor de cabeza y con unos hilillos de sangre que le caían por la sien debido a la forma bestial en que le habían apretado el casco o lo que fuera. ¡En fin! Salió hecho un desastre.

Nosotros, ante esta situación empezamos a llamar para que alguien nos atendiera, pero en aquel sótano y a aquella hora, casi las diez de la noche, no había nadie. El psiquiatra de mi hijo de todo esto no sabía nada, se lo explicamos después, porque él se tuvo que marchar mucho antes porque tenía pacientes que atender.

Y, nosotros llamando y buscando a alguien para que nos atendiera, hasta que Arturo, dijo: “Madre, no puedo resistirlo más. Vámonos para casa ¡por favor! Déjalo correr, vámonos para casa, ¡por favor!”. Y añadió: “Y no quiero volver a ver más a este médico porque es un bestia, le he pedido por favor una manta porque tenía frio y me la negado diciéndome ¡cállate burro!”.

Aunque no era la forma de Arturo, pensé que se expresaba de aquella manera porque no había resultado como nos habían dicho, porque se lo pasó muy mal y se lo estaba pasando muy mal, pero después, ¡siempre después! pudimos constatar por gente del entorno del propio doctor Rubio, que no solamente era un bestia, sino que era un ser sin sentimientos humanos, un verdadero ¡cafre!

Pensar en el tiempo que mi hijo, una persona tierna, educada, incapaz de hacer daño ni molestar a nadie, estuvo en manos de aquel par de eso, de cafres, con aquella especie de casco oprimiéndole la cabeza, inmóvil, entretanto le metían en su cerebro aquellos rayos venenosos, sin dejarle ninguna posibilidad de esperanza de vida, me desespera y cada día que pasa el odio que siento hacia esa maldita gente, va en aumento, hacia ellos y hacia los jueces que crueles como ellos les protegen desaforadamente.

El hecho que acabo de explicar y que parece que no pueda pasar en una clínica de tanto, y tanto prestigio, y que incluso puede parecer que me lo invento, se repitió al cabo de dos años, y esto que sepamos, con el joven José Antonio. El caso de José Antonio explicado en el capítulo dedicado a los médicos, salió de las manos de los doctores Guix y Rubio, en las mismas condiciones que Arturo. Dijo al salir: “Antes de volver a pasar por este infierno preferiría morir”. 

Después de haber pasado unos días de aquel malestar provocado por la forma de aplicar la radioterapia en la DEXEUS, mi hijo se fue recuperando. Pero lo que no sabinos nosotros, lo que no podíamos imaginar de ninguna de las maneras, era que mi hijo ya estaba condenado a muerte, que no le habían dejado ni la más mínima posibilidad de esperanza de vida, de que lo habían asesinado aunque nosotros no podíamos intuirlo ni más remotamente.

EL SUPUESTO TRATAMIENTO DE LA DEXEUS PASA AL
OLVIDO IGNORANTES NOSOTROS DE LA GRAN TRAGEDIA
QUE NOS AGUARDABA. (Doctor Burzaco)
Pasó el tiempo y, aparentemente, todo seguía igual, ni mejor ni peor. Arturo siguió tratándose son su psiquiatra, haciendo algún que otro viaje, ayudando en el negocio familiar, sus carrera de piano, nuestras salidas…Bien, como siempre…

Como que tanto el doctor Nogué como el doctor Guix nos habían asegurado que en el caso de no dar resultado, se quedaría como estaba,  que fue lo único que aceptó mi hijo, no quisiera que se olvidara, pues, eso es lo que veíamos, que todo seguía igual y en esta confianza seguíamos.  Pero pasados ocho meses del tratamiento de la DEXEUS, mi hijo, dentro de su lucha contra la neurosis y por su filosofía de vida de que “entretanto exista una posibilidad no hay que desaprovecharla”, me dice: “Sabes que he pensado, mamá, que como el tratamiento de la DEXEUS no me ha dado ningún resultado y tan solo ha sido una pérdida de tiempo y de dinero, que voy a probar con la técnica del doctor Burzaco, que al fin y al cabo era mi primera intención, y si no me va bien, tendré que confórmame con lo que tengo y nada más, pero antes quiero probar para no decir que he dejado algo que me hubiera podido ir bien y quedarme siempre con la duda”. Ya nadie se lo saco de la cabeza. 

Quizás puede dar a pensar que con las decisiones que tomaba Atturo, se lo pasaba tan mal que no lo podía resistir. Yo no negaré que se lo pasara mal, pero ni más ni menos que las personas que padecen una neurosis de sus mismas características: una neurosis limpia, es decir, sin condicionamientos que le pudieran complicar su vida: Arturo no bebía, no le gustaba el alcohol, alguna cerveza de vez en cuando pero casi siempre con gaseosa, no tomaba drogas de ninguna clase – algo que su psiquiatra destaca en su informe -, llevaba una vida sana, practicaba varios deportes, pero uno en especial, era su preferido, el esquí. Lo que ocurre es que si los médicos te ofrecen posibles soluciones por aquello de los avances de la ciencia, uno que es más lanzado o, porque no decirlo, con más dinero, que en este caso fue una desgracia tenerlo, lo quieren probar y, ¿por qué no? Para eso están los adelantos ¿no? Y, Arturo se pone en manos del doctor Burzaco.


Si bien Arturo ya sabía de antemano que la técnica que empleaba el doctor Burzaco era inofensiva, ya estaba bien seguro, ya se había informados anteriormente de lo contrario no se hubiera desplazado a Madrid, ni su psiquiatra le hubiera hablado de ello, otra cosa fue que en su momento lo dejara correr, todo y así le hizo un montón de preguntas al doctor, como por ejemplo: “¿Cuánto tiempo tardará en cicatrizar la herida de la intervención?”. Tres meses le contestó el doctor. “¿La operación en sí misma no me limitará en nada? Se lo pregunto porque no sea caso  que al estar operado y recibir algún golpe practicando algún deporte pueda tener más problemas que no estando operado”. “La operación no te limitara en nada”, le dijo el doctor, y así una cuantas preguntas más.

Cómo podrán ver, las preguntas que hacia Arturo, no iban encaminadas a si la técnica comportaba riesgo o no, esto ya estaba descartado, iban encaminadas a que si debía tomar alguna precaución o estar pendiente de ciertas cosas en casos, pues como esos, al practicar deportes, ya que él practicaba bastantes como ya he contado. Pero lo que sí le preocupaba en gran manera, era el que le pudiera cambiar de alguna manera el carácter, su forma de ser, sus cualidades artísticas, su forma de ser… Él quería seguir  siendo el mismo de siempre, lo único que quería era sacarse de encima sus manías, sus angustias… Recuerdo que el doctor Burzaco le dijo: “Lo que tú me preguntas, que sería una forma de cambiar las personas, yo no lo hago. Yo lo único que intento es ayudarlas. Espero poderte ayudar a ti también”.

El doctor Burzaco era un hombre muy meticuloso en su trabajo y muy cuidadoso con sus pacientes; y no tan solo era una eminencia como médico, sino que era una un hombre muy honesto, como pude constatar  después en las vistas orales del juicio, y un buen hombre que intentó ayudarme en todo lo que pudo cuando se descubrió lo que le habían hecho a Arturo en la Clínica DEXEUS.

Antes de continuar, quiero explicar un hecho muy importante que los jueces, siempre con mala intención, han querido pasar por alto, cerrando los ojos y haciendo oídos sordos a las realidades más evidentes.

Así como en la vía penal, los jueces no han negado la realidad del daño producido  por la radiación, otra cosa es que se inventaran subterfugios e inmoralidades para dejar sin responsabilidad penal a los médicos Guix y Rubio, los jueces que han juzgado la vía civil, incluso han tenido el valor, abiertamente, de dar la culpa de la muerte de mi hijo a la “radiofrecuencia”, inventándose unos disparates propios de gente ignorante que contradice frontalmente la Ciencia Médica. Existe un TAC cerebral solicitado por el doctor Burzaco antes de aplicar la radiofrecuencia, en el cual se apreciaba un “reblandecimiento” de la parte izquierda del cerebro, signo inequívoco que la radiación alguna cosa había hecho. Como me dijo el doctor Buzaco, “vio como si fuera una pequeña duricia o quemada de un cigarrillo, por lo que no quiso tocar aquella parte del cerebro, todo y siendo la más efectivo”. Nadie podía imaginar lo que resultaría de aquella pequeña “cosa”. Si los jueces hubieran querido juzgar con la verdad hubieran tenido una prueba más de que el mal venía sin duda alguna de la radiación y, “que no podía venir de otra causa” como dicen las cartas de algunos especialistas insertadas en la segunda parte de este libro. Una prueba inequívoca.

Bien, como que el doctor Burzaco no quiso tocar aquella parte, le preguntó a Arturo que si quería podrían probar con la parte derecho que, aunque no es tan efectiva también le podría mejorar. Arturo dijo, que ya que estábamos allí, que se lo hiciera y así ya no tendría que pensar más en ello. Arturo estuvo ocho días ingresado en la clínica para su recuperación Clínica Concepción -. Fue muy apreciado por el personal sanitario que me decía, como todo aquel que le conocía, que Arturo era un muchacho encantador. El doctor Burzaco me lo repitió más de una vez.

Arturo, tan obsequioso, como siempre, quiso agradecer las atenciones recibidas y compró unos regalos para el personal y también para el doctor.

A la salida de la clínica, nos quedamos unos días más en Madrid; en esta ocasión en plan “turista”, así era de fuerte y animado mi hijo. Aunque ya habíamos estado algunas veces en Madrid, en esta ocasión aprovechamos para visitar lugares que todavía no habíamos visto y nos lo pasamos muy bien.

Un gesto que me chocó de mi hijo, fue cuando en un restaurante al que fuimos a comer, tuvo necesidad de ir al servicio. Cómo a mi me pareció que tardaba, me preocupé, de hecho acabábamos de salir de la clínica, y pensé que le podía haber pasado algo. Le pedí a un camarero que, por favor, fuera a ver si mi hijo necesitaba alguna cosa. Parece que les estoy viendo ahora mismo: Vino con el camarero sonrientes los dos, él con aquel sonreír tan bonito que tenía, me dijo: “Pero, madre, que exagerada eres. Estoy bien. No quiero que te preocupes tanto por mí. Estoy bien”. El camarero seguía mirándonos y sonriendo, era muy simpático. Como que se había quitado el gorro que llevaba en la cabeza para cubrir el corte de pelo que le faltaba  debido a la intervención, le pregunté el por qué se lo había quitado. Me respondió: “Porque me molestaba. Estoy más cómodo sin él”. Me pareció una buena cosa, no estar pendiente de nadie. Él tenía un poco exagerado el sentido del ridículo, así como de la perfección. Era un perfeccionista. En algunas ocasiones su psicólogo me había dicho que no me quejara que yo también lo era… No sé…

IGNORANTES DE LA GRAN TRAGEDIA QUE NOS AGUARDABA, ANIMADOS Y CONTENTOS REGRESAMOS A CASA.
Arturo decía, que los psiquiatras solían asociar los problemas que uno padece de mayor con problemas o situaciones que le habían hecho padecer cuando era un niño, pero que él no recordaba nada que le hubiera hecho padecer tanto para que ahora tuviera que padecer las consecuencias, es decir, su neurosis obsesiva. “En todo caso – también decía -, lo que me interesa es solucionar lo que me pasa ahora y no estar buscando quien sabe qué cosas de años atrás”. Supongo que esta visión del problema junto con su buen carácter y su “lógica aplastante”,  - como decía su psiquiatra que tenía -, ayudaron a que su problema se solucionara más “fácilmente” que a otras personas. Aunque no podemos olvidar, que una persona sensible como era mi hijo, solidario con las penas de los demás… nunca se puede ser feliz del todo. Arturo era una persona que  disfrutaba cuando veía a la gente feliz… En este sentido era igual que su padre.

A partir de aquí, ruego que el lector o lectores presten especial atención, porque es donde el juez José Manuel Martínez Borrego Borrego, primero, y después la jueza Maria Eugenia Alegret Burgues más mentirán dando la vuelta a la realidad más evidente, contradiciendo incluso al juez José María Assalit Vives y a los jueces de la Audiencia quienes no niegan el daño provocado por la radiación, y se inventan que mi hijo vino de Madrid “muy mal debido a todas las complicaciones propias de la radiofrecuencia”.  

Si se aplicara con rigor el artículo 447 del Código Penal, estos dos jueces tendrían que haber sido condenados no solamente por las sentencias injustas que han emitido sino por la ignorancia que demuestran y todas las falsedades que se inventan, superando en mucho a sus colegas anteriores.

A LOS TRES DÍAS DE HABER REGRESADO DE MADRID
A los tres días de haber regresado de Madrid, mi hijo me dice: “Madre, he probado todo lo que tenía que probar y ahora solo depende de mí. Mañana empiezo a trabajar ininterrumpidamente contigo. Puedes contar conmigo para todo, y si no te importa terminaré lo que me queda pendiente de piano. Aunque he hecho tarde para dar conciertos podré sacarme el título de profesor y podré combinar el negocio con dar algunas clases de música y piano”. Cómo que Arturo ya tocaba muy bien – ya había tocado varias veces en público -, le dije que podía terminar lo que le faltaba sin esfuerzo y dedicarse plenamente a su carrera y a dar conciertos que era lo suyo. Yo siempre le decía que si no aprovechaba aquel don que Dios le había dado no tenía perdón. Me dijo que ya lo decidiría porque lo que decidiera ahora tenía que ser lo definitivo. Los profesores que había tenido Arturo, tanto el profesor particular como los del Conservatorio, me decían que, muchos de los chicos que tenían tanta facilidad para la música solían terminar la carrera más tarde que otros, porque como podían interpretarlo todo con, eso, con tanta facilidad, pues… Pero creo que con Arturo influyó su problema. No sé…

Arturo también me dijo que ya no quería continuar con su psiquiatra porque ya no lo necesitaba ni tomar más pastillas porque tampoco las necesitaba. A mí me pareció que iba demasiado deprisa pero me dijo que, “había perdido demasiado tiempo y era hora de recuperarlo”.

Arturo dejó de visitar a su psiquiatra como paciente, no como amigo pues quedo una buena amistad entre ellos y la familia, dejó de tomar pastilla, lo cierto es que no las necesitó ni siquiera para dormir, y se fue encontrando bien y siguió como, por decirlo de alguna manera, si nada hubiera pasado.
La verdad es que nunca podremos saber si el cambio de Arturo se debió al tratamiento del doctor Burzaco, o como él dijo: “He probado todo lo que tenía que probar y ahora solo depende de mí”. No pudimos saber si más adelante le hubieran vuelto las obsesiones, desgraciadamente, no nos dieron tiempo a comprobarlo. De todas formas como siempre decía su psiquiatra, Arturo era un caso muy especial, porque la gente no suele ponerse bien tan deprisa. Arturo era un caso tan especial que nunca su psiquiatra ni su psicólogo entendieron como siendo Arturo como era, se le hubiera podido desarrollar una neurosis obsesiva.

Bien, el primer día en la tienda después de la intervención del doctor Burzaco, yo estuve muy pendiente de él. Cuando llegamos a la tienda, él abrió las puestas de hierro, tres, teníamos unos escaparates muy grandes;  después las de cristal y empezó a ponerse al día de la contabilidad. Ya había llevado la contabilidad antes. Ese día dio la casualidad de que llegó el camión de transporte a traernos unos muebles encargo de unos clientes el comercio era de ropa y mobiliario infantil y juvenil y también de decoración y futura mamá. Él, antes, cuando venía a la tienda, después de abrir las puertas o desembalar algunos muebles o paquetes, estaba rato y rato lavándose las manos por aquello de si podía tener polvo. Ese día, lógicamente se lavó las manos después de levantar las puertas, pero es que después de ayudar al transportista a bajar los muebles y  desembalarlos, que en otra ocasión hubieran estado una eternidad lavándose las manos, salió rápidamente. Yo que estaba esperando a ver lo que hacía, al salir del lavabo sonriendo me dijo: “Pero, mamá, estate tranquila que todo va bien”.

Tenía tan buen carácter mi hijo… Tenía clientas que siempre preguntaban por él. Había una abuela, que cuando no lo veía, me preguntaba: “¿Qué no ha venido hoy su hijo?”. A veces, si estaba en el despacho o en el almacén, yo le llamaba y se estaba un buen rato hablando con mucho cariño con aquella abuela que le enseñaba fotografías de sus nietos y le contaba un montón de cosas.

Cómo que Arturo era el que iba a las fábricas con el coche a buscar alguna pieza de género cuando no nos la habían servido y la necesitábamos con urgencia, a veces se presentaban encargos de improviso,  si pasaban algunos días que no iba las muchachas de los despachos de las fábricas  llaman por teléfono a la tienda, y preguntaban: “¿Qué  está Arturo? Era para saber si necesitaban alguna cosa especial?”. A mí me hacían reír, tenían ganas de verlo.

Las cosas nos iban muy bien, tanto, que pensamos en ampliar el negocio y, con este pensamiento empezamos a buscar un nuevo local para una segunda tienda.

Y EN ESTO ESTÁBAMOS: BUSCANDO EL LOCAL QUE NOS PUDIERA INTERESAR Y PREPARANDO LAS VACACIONES DE AGOSTO DE 1989
Como que el recorrido de las vacaciones era un poco largo – Méjico, en donde tenemos familia y amigos, algunas ciudades de Estados Unidos, , en donde también tenemos amigos, Canadá, también en donde tenemos familia -, empezamos a prepararlo con tiempo.

Habían pasado quince meses desde el tratamiento de la DEXEUS – meses en que, científicamente, los rayos suelen estar silenciosos, pasados este tiempo ya suelen manifestarse -, y seis desde el tratamiento del doctor Burzaco. Durante este tiempo – los seis meses -, Arturo no faltó un solo día al trabajo. Era vital y enérgico y nuestra vida llenas de ilusiones y proyectos.

Una tarde en que teníamos un poco de calma en la tienda, pero que Arturo iba entrando y saliendo del almacén preparando los pedidos que teníamos que entregar al día siguiente, con el mapa marcado con el recorrido que queríamos hacer encima de uno de los mostradores, íbamos comentando cosas. Cuando Arturo terminó lo que era más urgente, me dijo con aquella sonreír que le caracterizaba: “Madre, como veo que hoy estamos un poco en plan festivo, que te parece si terminamos el día de fiesta. Te invito al teatro y a cenar en un restaurante que sé que te gustará. Hoy pago yo”. A mí me pareció muy bien, ¿cómo no? Como que ya era un poco tarde, él se adelantó para ir a sacar las entradas del teatro. Íbamos a ver una obra interpretada por el gran actor Josep María Flotas, un actor que nos gustaba mucho.

Quisiera que no se pensara que estoy explicando un hecho superfluo con esto de la tienda, de las vacaciones, del teatro de la cena y que me estoy distrayendo del que nos ocupa, que es su muerte. Pero no es ningún hecho superfluo, es el preludio del que, ignorantes y felices nosotros, iba a ser, a través de una sorpresa cruel, el principio de nuestro final.

Un hecho que los jueces, no por falta de sensibilidad como se suele decir cuando se les quiere reprobar alguna cosa, sino por falta de honestidad, por puro partidismo y por una gran dosis de mala fe y crueldad, han querido ignorar. Recuerden a los jueces José Manuel Martínez Borrego Borrego y la jueza María Eugenia Alegret Burgues que se inventan que mi hijo vino de Madrid muy mal debido a las complicaciones de la “radiofrecuencia”.

ULTIMA CENA CON MI HIJO ESTANDO APARENTEMENTE BIEN COMO TODOS CREÍAMOS
Aquella noche mi hijo y yo disfrutamos de la obra de teatro y de la cena. Durante la cena hablamos de muchas cosas, por ejemplo, sobre los locales que habíamos visitado después de patearnos las calles de Barcelona y de cual nos podría interesar más. Mi hijo me habló de sus proyectos personales… Me habló de su intención de recuperar a su antigua novia. Fue él el que lo dejó correr. Me dijo que lo había dejado porque las personas que tienen problemas como los que Él padeció hacen sufrir a las personas que tienen a su lado y él no quería eso para la que fuera a ser su esposa. Ahora como ya lo tenía solucionado, quería intentar si ella quería empezar de nuevo. Ellos se querían, pero desgraciadamente no le dejaron tiempo para intentarlo y ella creyendo que Arturo no quería saber nada de ella, se marchó al extranjero. Esto lo supe después, él, ¡pobre hijo mío! Ya no pudo enterarse de nada…

En fin… Aquella noche nos lo pasamos muy bien. Teníamos mucho proyector… el viaje… Pero lo que yo ni nadie se podía llegar a imaginar, era que aquella noche, aquella cena, sería la última noche y la última cena que pasaría con mi hijo estando tan bien como todos creíamos.

A los jueces les puede parecer que lo que explico no tiene relevancia, porque el interés que tienen en defender a sus  protegidos está por encima de cualquier lógica y justicia, pero a pesar de sus intereses en relación a los acusados, sí que tendría que tener relevancia para ellos – los jueces -, por qué y pregunto: “¿Cómo se piensan que se puede soportar que hoy estés pasando una velada tan agradable con tu hijo, que lo veas feliz, ilusionado, y a los tres días te digan que se muere y que nada se puede hacer por él? Y cómo creen que se puede soportar cuando no es el resultado de una enfermedad a la que todos podemos estar expuestos que ya sería duro, sino que es el resultado de una ignominia médica sin precedentes en nuestro país?

Saben, mi hijo estaba bien, era un buen hijo, teníamos proyectos de futuro en común  que se iban convirtiendo en realidad. Él tenía sus propios proyectos, casarse, tener hijo, le gustaban mucho los niños, le hubiera gustado tener hermanos… su carrera de piano… Esta salida era una de las muchas que disfrutaba con mi hijo y que demostraba nuestro bienestar, y aunque como he repetido tantas veces encontrábamos a faltar tanto a su padre al que llevábamos siempre en nuestro corazón, seguíamos con ilusión.

Pero a los tres días de esta salida en el Hospital del Mar me comunican que mi hijo se muere y que nada pueden hacer por él, confirmándome más tarde que era debido o por culpa de la radiación que indiscriminadamente le habían aplicado en la Clínica DEXEUS. Supuesto tratamiento que ya estaba olvidado. Pues… ¿cómo creen los jueces que esto  se puede soportar y que encima vengan con mentiras, burlas, amenazas y provocaciones?... 





Al día siguiente de esta salida tan agradable, mi hijo se levantó como cada día las siete de la mañana para ir a trabajar. Él me llevaba con el coche. Yo también conducía, pero prefería que lo llevara él. Pero ese día se levantó extraño; con un ojo un poco cerrado, la boca un poco torcida y los pies un poco arrastrando. Al verle de aquella manera, le dije que tenía que verle un médico urgentemente. Él me contestó que ya iría otro día porque hoy había mucho trabajo en la tienda que no se podía desatender; le dije que ya nos ocuparíamos las dependientas y yo, que no se preocupara y fuera al médico. Insistí, pero era un poco tozudo y no podía llevarlo arrastrando como si fuera un niño pequeño. Creo que no se estaba dando cuenta de lo que le estaba pasando.

Durante todo el día las dependientas y yo estuvimos pendientes de él. Aunque parecía que aquello síntomas con las horas se suavizaron, él ya no se movía con la misma rapidez que acostumbraba, con su energía… De vez en cuando se paraba como desorientado. Yo insistía con lo del médico pero él repetía que ya iría y que no me preocupara tanto… Y así pasaron tres días, y como que era tan fuerte y tenía tanta resistencia nadie podía llegar a imaginar lo que podía estar pasando en su cabeza.

A los tres días de haber aparecido estos síntomas que ya apenas se notaban, fuimos a comer invitados a casa de un matrimonio amigo. Si bien Arturo de carácter estaba como siempre, con su rostro alegre y su buen sentido del humor y quiso ir a comprar unas flores y unos pasteles para los amigos –siempre detallista -, y empezaron a hablar de varias cosas con los amigos- al matrimonio lo conocíamos de años, eran unos buenos amigos -, todo y así, ellos, que conocían a Arturo desde que nació, le vieron diferente. Les conté lo que estaba pasando. Arturo, después de alabar la buena comida presentada, felicitando a los “cocineros”, al ponerse la primera cucharada de comida en la boca, vomitó, ya no pudo comer nada. Yo ya me puse dura con lo del médico: le dije que aquello ya no podía esperar más; los amigos también le insistieron. Dijo que aquella misma tarde iría a verle. Nosotros terminamos de comer deprisa para irnos también deprisa. Mi hijo sintió habernos estropeado la comida y quedamos para otro día. Arturo me dejó en la tienda y se fue al médico a que le viera. Aparentemente tampoco hacía pensar que le pudiera pasar nada grave…

Cuando los abogados de los médicos que mataron a mi hijo, dicen que yo “soy una tía loca con un amor desmedido por su hijo”, pienso que he sido  más bien una madre muy despreocupada. Lo más normal hubiera sido que yo acompañara a mi hijo al médico en esta circunstancia, pero Arturo siempre había sido tan fuerte, había estado tan sano – lo de la neurosis era otra cosa, además ya estaba solucionada -, era autosuficiente, que… en fin, ¡nada malo le podía pasar!

Arturo me dijo que iría a que le viera la que había sido su psicóloga. En un momento dado cambió el psicólogo por la psiquiatra, porque tenía la consulta al lado de su psiquiatra y además eran del mismo grupo. Le dije que la psicóloga no era la persona indicada. Me dijo que ella ya le podría avanzar alguna cosa y que como hacía mucho tiempo que no la veía, así la saludaría y llevarle el regalo que le debía. Él siempre con sus atenciones. La psicóloga, doctora Carmen Hernández, era una persona muy atenta y bondadosa, además de muy cariñosa. Y, desgraciadamente, en nuestro caso, pudimos constatar también que era una buena amiga, pues así se comportó en el terrible proceso que seguiría y que nadie ni más remotamente se podía llegar a imaginar. Su ayuda nunca la podré olvidar y siempre la recordará con gratitud.


Como digo, Arturo me acompañó a la tienda y cuando se fue creí que iría directamente a ver a la psicóloga. Pero al rato que se había ido, me llamó mi madre por teléfono muy preocupada para decirme que Arturo había hecho una cosa muy extraña. Me dijo que primero había ido a casa pero al no encontrarla, la señora que nos atendía la casa y que era como de la familia, le dijo que la yaya estaba en el restaurante y fue a encontrarla allí. 

Cuando a veces mi hijo y yo, para aligerar el trabajo nos quedábamos a comer en algún restaurante cerca de la tienda, mi madre también iba a comer a este restaurante cerca de casa que era muy familiar. Mi madre me contó que le preguntó a Arturo si quería comer algo, y él dijo que no. Pero la dueña del restaurante, le dijo a mi madre sin que él la oyera: “Su nieto ha pedido todos los platos expuestos en el mostrador y ahora no se acuerda”. Le dije a mi madre que estuviera tranquila que aquella misma tarde iba a ir al médico y que yo le llamaría para contarle lo sucedido.
Ante lo que me dice mi madre llamé rápidamente a la psicóloga. Su secretaria me dice que no habían llegado ninguno de los dos, que así que llegara la doctora ya la pondrá al corriente. A los pocos minutos me llama la doctora. Me dice que Arturo está en la sala de espera. Me dice que está contenta de verle, que estaba contenta de que su problema se hubiera resulto con éxito, pero que ahora lo veía muy mal y que nada tenía que ver con aspectos psicológicos. Que no sabía lo que le podía pasar pero que era urgente que le viera un neurólogo porque le veía muy mal, reìtió. También me dijo que ella conocía a un neurólogo, que además de ser un buen profesional era muy buena persona y que si quería le llamaría para que le viera aquella misma tarde. Le dije que sí, ¡claro! También se ofreció para acompañarnos. Fui a buscar a Arturo a la consulta de la doctora para ir a la consulta del neurólogo que ya estaba dispuesto a recibirnos.

Cuando fui a buscar a Arturo, la doctora nos dijo que esperáramos unos quince minutos porque estaba terminado de atender a un paciente. Arturo quiso aprovechar para ir a comprar un disco a una tienda que estaba enfrente mismo de la consulta y como todavía nos quedaban unos minutos, nos sentamos en un bar que también estaba allí mismo a tomar un refresco. El disco se le cayó de las manos un par de veces, el vaso también y, si al principio se angustió, después no le dio importancia, también lo vi bastante desorientado. Con lo que veía yo ya tenía que haberme inquietado mucho, pero cómo seguía con una conversación tan animada… La verdad es que no se estaba dando cuenta de su realidad… ni yo que pudiera llegar a ser tan grave. ¡Tan grave! Aquella situación tan extraña empeoró muy rápidamente lo que me hizo preguntar: ¿Cómo Arturo pudo llegar solo a la consulta de la psicóloga?
Fuimos a buscar a la doctora y, ya en el taxi, camino de la consulta del neurólogo, Arturo ya no sabía en dónde se encontraba, y eso que estábamos cerca del colegió que había ido unos años antes allá a la Avenida del Tibidabo. Preguntaba en dónde estábamos, a dónde íbamos, si íbamos al cine…o, a dónde…

Cuando llegamos a la clínica donde tenía la consulta el doctor – Policlínica Tibidabo -, al bajar del coche ya no tenía estabilidad, fue de un lado para otro y si no le hubiéramos cogido con rapidez, hubiera caído al suelo. Todo iba muy deprisa.

Cuando estamos en la consulta, lo primero que hace el doctor es hacerle unas preguntas. Arturo no pudo contestar a ninguna o a casi a ninguna. No se acordaba de nada. El doctor le enseñó el anillo de casado que llevaba en el dedo, la alianza, le preguntó si sabía lo que era; Arturo no supo que contestar. Yo para ver si reaccionaba, le dije al doctor que le preguntara algo en ingles, ya que lo hablaba muy bien. Respondió alguna cosa pero sin llamarle la atención. Al final el doctor le dijo que escribiera alguna cosa, lo que quisiera, aunque solo fuera su nombre. Arturo, eso sí lo entendió, pero no pudo escribir; trazó una línea más o menos recta, se quedó pensativo, y dijo para sí: “Qué extraño, no puedo escribir”… No dijo nada más.

El doctor me hizo salir un momento de la consulta y se quedó con Arturo y la doctora Hernández. Al cabo de un ratito, me llama y me dice que no me preocupe, que creen saber lo que le pasa a Arturo: creen que se trata de un virus que se aloja en la parte del cerebro que regula la parte motora y de la memoria alterándola; que es aparatoso pero que no me preocupe porque hoy en día no reviste ningún problema; anteriormente sí, pero hoy día con los antibióticos de los que disponemos no hay ningún problema,  repite. Me dice también que ya le podría recetar porque el tratamiento se puede  seguir desde casa, no obstante quisiera hacerle unas pruebas antes para estar bien seguro y poder recetar sin temor a equivocarse. Me dice que si quiero las pruebas se las podrían realizar en el Hospital del Mar que es donde él trabaja y si ingresaba aquella misma tarde ya se las podrán hacer y así al día siguiente ya dispondrá de ellas y podrá recetar con toda seguridad. Como que el psiquiatra de Arturo también trabajaba en este hospital, me pareció muy bien. Aunque le quería hacer las pruebas yo ya estaba muy tranquila con lo que me había dicho del virus. Recordaré que, aunque Arturo a partir del tratamiento del doctor Burzaco ya no necesitó seguir ningún tipo de terapia, la amistad con su psiquiatra doctor Ros Montalbán, siguió, pues recordaré que quedo una buena amistad entre ellos dos y la familia. Por tanto cuando me refiera al doctor Ros lo seguiré haciendo como psiquiatra de Arturo el único que tuvo.

Bien, al salir de la consulta del doctor, la doctora Hernández acompañó a Arturo al hospital y yo me fui a casa  a buscar cuatro cosas para pasar la noche ya que de una sola noche se trataba.

El doctor Carlos Oliveras Ley, que así se llamaba el neurólogo,  nunca podía llegar a imaginar en aquel momento, que sería él quien atendería a mi hijo en un camino tan doloroso hacia la muerte y quien la testificaría.

EN EL HOSPITAL DEL MAR ME DAN LA TRAGICA NOTICIA:
MI HIJO SE ESTA MURIENDO.
Cuando llegué al hospital, empezaban a quitarla la ropa a mi hijo para  hacerle las pruebas. Estaba muy asustado. No entendía nada de lo que le estaba pasando y me miraba interrogante. Intenté tranquilizarlo pero cada vez estaba más asustado y más desorientado. Creo que hasta ya no me reconocía. Me daba una gran pena mi hijo viéndolo en aquel estado. No quería dejarlo solo, pero tenían que hacerle las pruebas… Terminé riñéndolo como si fuera un niño pequeño: Le dije: “Venga, hombre, tan valiente que eres y ahora hacer este papel”… Pero él, ¡pobre! ya no entendía nada, se encontraba totalmente perdido. Tuve que dejarlo. Me quedé toda la noche en la sala de espera del hospital. La doctora Hernández se quedó un buen rato con él, lo que le agradeceré mientras viva. Pero tuvo que marcharse. Me quedé esperando con la confianza de que al día siguiente nos iríamos para casa.

Durante toda la noche nadie me dijo nada, pero yo estaba tranquila: no podía tener nada grave mi hijo, porque la gente no se pone tan mala de la “noche a la mañana”, y él no tenía nada: ¡Estaba muy sano! ¡Nunca había estado enfermo!

Sobre las ocho de la mañana, vino mi cuñada, la mujer de mi hermano. Mi madre les había dicho que estábamos en el hospital. Le dije que estaba esperando al médico para que me diera la medicación y que ya nos iríamos para casa. También le dije que no hacía falta que le dijera nada a mi hermano que estaba esperando nuestra llamada para saber lo que tenía que hacer. Cuando estoy escribiendo este libro, mi hermano desgraciadamente ya ha fallecido: una gran pérdida para la familia.
Sobre las ocho y media, me llaman por megafonía. Decididas vamos a la consulta del doctor Oliveras. Me dará la medicación, recogeré a Arturo y, para casa!!! Pero… pero, inesperadamente recibo el golpe más terrible que le pueden dar a una madre: el rostro del doctor Oliveras denotaba preocupación, pero sobre todo tristeza. El doctor con voz muy grave y con la cabeza baja, me dice que me tiene que dar una muy mala noticia. De momento no le entendí. No entendía lo que me quería decir con aquello de la “muy mala noticia”, si mi hijo estaba tan sano. Le pregunté por el virus. Me dijo que ojalá hubiera estado acertado con lo del virus, pero que no lo estuvo y que lamentaba mucho tener que darme aquella mala noticia: tenia que decirme que mi hijo estaba muy mal, muy mal, repetía con la cabeza baja. Yo, incrédula y con aquel media sonrisa de… eso, de incredulidad y de pensar, “este hombre no sabe lo que se dice”, le dije: “Bien, muy mal, muy mal, pero algo se podrá hacer, mi hijo es una persona muy sana, si hace exactamente cuatro días que estuvimos al teatro y a cenar y estaba tan bien, le ha pasado esto de ahora pero… Me iba escuchando y diciendo que no con la cabeza. Yo, ya muy nerviosa, le pregunté: “¿No me dirá usted que mi hijo se está muriendo?”, con la seguridad de que me diría: ¡No, mujer!... pero me dijo que sí con la cabeza baja. Sin poder entender nada de lo que estaba pasando, el mundo se hundió bajo mis pies.

Mi cuñada, también incrédula, le preguntó al doctor: “¿No se estarán ustedes equivocando?”. Con toda seguridad, le respondió que no.
Pregunté al doctor, que era lo que tenía mi hijo para no habernos dado cuenta de su gravedad y no poder hacer nada para salvarle la vida. Me contestó que, aunque no estaban seguros de la causa de su gravedad, podría tratarse de de un cáncer; en la gente joven, a veces, cuando da señales ya es demasiado tarde, podría ser el caso de mi hijo. Pero, fuera lo que fuera, era irreversible.

Hay quien cree que fueron muy duros al darme la noticia de aquella manera. Pero la situación era demasiado grave para que fueran con engaños: tenía que estar preparada.

MI HIJO QUEDO INGRESADO EN EL HOSPITAL DEL MAR SIN ESPERANZA NINGUNA Y NOSOTROS HUNDIDOS PARA SIEMPRE
A mí me parecía que todo lo que estaba pasando era irreal: que mi hijo no era mi hijo, que yo no era yo, que todo aquello no iba con nosotros!... Pero, sí: él era mi hijo y todo iba con nosotros. Y, así, tan de repente, en un abrir y cerrar de ojos, nos encontramos lanzados en un espacio donde solo había tinieblas, desolación y en donde nos aguardaba la muerte.
¡Mi pobre hijo se moría! Qué injusticia y crueldad más grande era lo que le estaba pasando a mi hijo. Cómo podría superar su pérdida y, su abuela, pobre mujer, pobre madre mía, cómo lo podría resistir, Y, él, todos los esfuerzo que hizo para resolver su problema, toda su lucha, sus ilusiones, esperanzas, proyectos…Todo perdido así de cuajo, sin dar tiempo a nada. ¡A nada! Me pregunto: ¿Quién decidió que mi hijo tenía que morir siendo tan joven y sin que nada ni nadie pudiera ayudarle? Sentí un frío gélido y una soledad indescriptible.

Fui al lado de mi hijo; lo miraba y parecía que estaba profundamente dormido. El día antes todavía habíamos tomado un refresco en aquel bar… Hacía cuatro días que estábamos cenando juntos y hablando de las vacaciones, de los locales que habíamos visitado para ampliar el negocio y de cual nos podía interesar… de tantos  proyectos… contentos y, ahora…
Le pusieron un tratamiento, pero hicieran lo que hicieran no había nada que hacer, tal era el estado en que se encontraba mi hijo. Me dijeron que aquel tratamiento era “un arma de doble filo” en un caso como el de mi hijo que no tenía solución, pero ¿qué podían hacer? Era muy duro decir: “Como que no tiene solución que se muera ya”.

Pasaban los días… No me movía de su lado ni de día ni de noche. Su abuela venia cada día a estar un ratito con él; lo acariciaba y le hablaba, le explicaba las cosas que harían cuando saliera del hospital; no sé si en aquellos momentos él la podía oír, yo creo que no, pero mi madre creía que sí la escuchaba. Mi madre no quería aceptar de ninguna de las maneras que su adorado nieto fuera a morir. Cada día llevaba flores a la imagen de la Virgen del Mar que había por aquel entonces en una capillita en el jardín del hospital. Le pedía a la Virgen que cuidara a su querido “hijito” como a veces también le decía. Qué pena tan grande me daba mi madre: Mi hijo y mi madre…

El tiempo iba pasando lento y angustiante; tiempo de dolor, de miedos… Oía como en voz baja el personal sanitario decía: “Este pobre chico se muere, ¡qué pena da!”. Lo cierto es que empezó a tener unos vómitos que parecía que se estaba deshaciendo por dentro. Todo y así, mi hijo no murió cuando todos esperaban, pero la verdad, si yo hubiera sabido lo que resistiría y el calvario, el infierno que le esperaba para nada, para morir igualmente puesto que ya estaba condenado a muerte, no hubiera permitido que le hubiera puesto nada y lo hubieran dejado morir entonces, por duras que puedan parecer mis palabras. Sentimiento que creo ha compartido conmigo más de un médico que lo trató en su camino cruel, infernal hacia la muerte. Camino sin posibilidad de retorno…


RESISTENCIA FRENTE A LA MUERTE
Arturo con toda su gravedad, seguía, para mí, como dormido, aunque de vez en cuando vomitaba con aquellos vómitos que parecía le hacían padecer tanto, después volvía a quedarse como dormido. Entretanto le iban haciendo las pruebas que pudieran determinar con exactitud su diagnóstico. Cuando terminaron de hacérselas, se descubrió lo que nadie nunca se hubiera podido llegar a imaginar: el terrible mal que llevaba a mi hijo a la muerte, era debido a la radiación que le aplicaron en la clínica DEXEUS. El diagnóstico fue contundente: “Lesión cerebral por radionecrosis diferida profunda e inoperable”. Diagnóstico que nos dejó aterrados a todos.

Cuando los médicos pudieron diagnosticar con toda certeza, me comunicaron el motivo del porque se estaba muriendo mi hijo, y seguidamente me preguntaron en dónde le habían irradiado. Me quedé sorprendida y de momento parada, pensando… Insistieron preguntando: “¿Dónde le irradiaron? En algún lugar tuvieron que irradiarle, porque lo que tiene su hijo es un exceso de radiación”.  Me vino a la cabeza el tratamiento del doctor Burzaco y les empecé a explicar… Pero los médicos me cortaron diciéndome que la técnica que utilizaba el doctor Burzaco que era a base de “radiofrecuencia”, no tenía nada que ver con lo que le pasaba a mi hijo. Le podía haber ido bien o no para resolver su problema pero que no le podía haber causado ningún mal porque era una técnica inofensiva. Volvieron a insistir: “¿A qué lugar fue su hijo para que lo irradiaran? ¿En algún lugar tuvo que ir?”. Entonces me vino a la memoria lo que ya hacía tiempo estaba olvidado: el tratamiento que hacía quince meses le habían aplicado en la Clínica DEXEUS. Pero insistí en que aquello no podía ser porque nos habían asegurado que no podía correr ningún riesgo. Precisamente, les dije, fuimos a esta clínica por la seguridad que nos dieron y por el prestigio que tenia. Los médicos del Hospital del Mar, siguieron preguntando: “¿Qué tipo de rayos le aplicaron?”. Respondí: “Rayos gamma”, lo que nos habían vendido.

Cuando les expliqué como fue que llegamos a esta clínica, que fue a través del Hospital del Valle de Hebrón, de las manos del doctor Pedro Nogués, amigo de un amigo mío, y de todo lo que había pasado, me preguntaron que después de todo lo que les explicaba, cómo seguimos confiando en aquella gente. Les contesté que, ellos eran los médicos y que nosotros confiábamos en ellos, y que no podíamos creer de ninguna de las maneras, que no nos podía pasar por la cabeza, que el doctor Nogués nos hubiera propuesto un tipo de tratamiento con riesgo de muerte cuando sabía que Arturo no estaba dispuesto aceptar ni el más mínimo de los riesgos, y por supuesto, menos de muerte. Como él decía: “Iba a curar una neurosis obsesiva y no a buscar lo que no tenía”.

Sin duda alguna, los médicos del Hospital del Mar me dijeron que mi hijo moría por causa del exceso de radiación. Oí como un médico comentaba: “Este pobre chico está más que muerto”. Otro, al bajar por el ascensor del hospital me dijo: “Le han dicho que le aplicaron rayos gamma que son tan peligrosos, pero vaya a saber lo que este gente le ha puesto a su hijo!”… Este sentimiento es el que despertaban aquellos que le hicieron un daño de muerte a mi hijo.

El exceso de radiación suele aparecer a los quince meses de su aplicación tal y como pasó con mi hijo. En algunos casos tarda más, incluso años, y hasta puede convertirse en un cáncer, pero los quince meses  es lo más corriente.

Siempre que se habla de radiación, se habla de erradicar tumores cancerosos, porque por los casos de problemas psicológicos – neurosis obsesiva -, no se aplica la radiación por lo peligroso que puede resultar. Otra cosa es que tengas un tumor y no haya otro tratamiento para intentar erradicarlo, pero todo y así hay que aplicarla con extremo cuidado sin pasarse de lo estrictamente necesaria. En el caso de mi hijo, quedó claro que fue víctima de un brutal engaño, de una brutal estafa, y, de un brutal experimento.


EL DOCTOR RUBIO NO NOS QUIERE ENTREGAR EL INFORME DE LO QUE LE HABIAN HECHO A ARTURO EN LA CLINICA DEXEUS, A PESAR DE SABER QUE LOS MEDICOS DEL HOSPITAL DEL AR LO NECESITABAN CON URGENCIA
Una vez descubierta la lesión que llevaba a mi hijo a la muerte, los médicos me pidieron el informe de la Clínica DEXEUS para saber la cantidad de radiación que le habían aplicado. Les dije que no me lo habían entregado. La doctora Hernández, que estaba con nosotros siguiendo todo el dramático proceso, se ofreció para solicitarlo. Se solicitó al doctor Rubio porque fue el médico que atendió a Arturo en la Clínica Dexeus y parecía ser el único responsable, ya que el doctor Guix como ya he explicado no le vimos en ningún momento.  La doctora lo solicitó hasta seis veces, y no nos lo entregó. Ante la actitud del doctor Rubio, le dije a la doctora Hernández que lo dejara correr que ya haría la petición por vía judicial. Antes confiaba en la justicia.

Me puse en contacto con un abogado amigo mío para que hiciera la gestión. Me dijo que antes de pedir la orden judicial que sería correcto hablan antes con los responsables de la Clínica DEXEUS que al fin y al cabo fue allí donde se lo hicieron. Al doctor Rubio se le intentaba localizar en el Hospital del Valle de Hebrón porque es donde tenía su trabajo fijo y era más fácil localizarlo. Me pareció correcta la indicación del abogado. Pero a la hora que le dicen de hablar con el doctor Guix, ya que tenía que hablar con él como Jefe del servicio de radioterapia, mi abogado tenía un juicio fuera de Barcelona y me dijo que si no me importaba hacer yo la llamada y según lo que me dijeran, haríamos. Como creía que el doctor Guix no tenía nada que ver con lo que le pasaba a mi hijo, dije que no me importaba.

CONVERSACION TELEFONICA CON EL DOCTOR GUIX
Llamo a la clínica a través del teléfono de enfermería del Hospital del Mar de donde continuaba sin moverme ni de día ni de noche. De la centralita de la clínica me pasan directamente con el despacho del doctor Guix. Se pone él mismo al teléfono. Le digo quien soy y le recuerdo que soy la madre de Arturo Navarra Ferragut, y le pregunté si se acordaba de nosotros. Se dio prisa en decirme, con una voz que apenas si se le oía, que sí. Le pregunté si sabía lo que estaba pasando con mi hijo; me dijo que sí y que lo sentía, y seguidamente me dice: “es que se trataba de hacer una pequeña lesión…”, y me empezó a explicar. Le corte diciéndole que ahora ya no necesitaba explicaciones que esto era antes, ahora ya era  demasiado tarde. Pero de todos modos de lo que no se trataba era de matar a mi hijo que era lo que le habían hecho. Y sin darle tiempo a que me explicara nada más, le dije: Y dile al doctor Rubio que si mi hijo se muere tengo muy claro lo que voy a hacer. En mi subconsciente me resistía a creer que no hubiera ninguna esperanza para mi hijo. Eso de la amistas, tuteándonos y de tanta confianza, fue una mala cosa.

El doctor Guix me repetía que lo sentía dejándome creer en todo momento que el único culpable de lo que le pasaba a mi hijo era el doctor Rubio, cuando en realidad, como supimos después, fue él el único que irradió a Arturo. ¡Un gran cínico y cobarde este doctor Guix!

Le reclame el informe que el doctor Rubio no nos quería dar, diciéndole que aunque poco o nada de valor podía tener aquel informe, porque podían poner lo que les diera la gana, que lo quería. Le advertí que si no nos lo entregaban rápidamente, lo solicitaría por vía judicial. Al día siguiente de esta conversación, la doctora Hernández, recibía el informe firmado por el doctor Rubio que confirmaba que a Arturo lo habían estado irradiando durante “dos horas y veinte minutos”. Dos horas y veinte minutos sobre un cerebro físicamente sano. ¡Una salvajada! como tantos han dicho.

Como que únicamente vimos al doctor Rubio, él fue quien se llevó a mi hijo dentro de la sala de radioterapia, como que el doctor Guix me dejó creer en todo momento que el único responsable era el doctor Rubio y el informe estaba firmado por el doctor Rubio, pues la querella fue dirigida únicamente contra el doctor Rubio. Después, como ya explico más adelante, el Ministerio Fiscal la ampliaría: aparte del doctor Rubio quedaron implicados el doctor Guix y la Clínica DEXEUS ésta como responsable civil subsidiaria.

En el informe del doctor Rubio, como podrán ver en el capítulo donde se recogen informes médicos, solicita una biopsia del cerebro de Arturo, porque, según dice, podría tratarse de un tumor. El tumor ya estaba descartado y los médicos del Hospital del Mar no quisieron tocar el cerebro de Arturo porque estaba tan mal debido al exceso de radiación, que se les podía quedar muerto al tocarlo y no quisieron correr este riesgo. Además, la radionecrosis estaba más que comprobada.

Los médicos del Hospital del Mar también me pidieron el informe del doctor Burzaco. Les dije que lo tenía pero con los nervios no lo encontraba. Tuve que pedirlo. A diferencia del doctor Rubio, el doctor Burzado lo envió rápidamente a través de la Empresa “Seur”.
Cuando los médicos del Hospital del Mar me confirmaron que mi hijo no tenía solución, desesperada llamé al doctor Burzaco. Él no se encontraba en la clínica. Su secretaria, una chica muy maja que ya nos conocía, me dijo que trasladara  a Arturo a Madrid porque ya sabía que el doctor Burzaco era el mejor en estos temas, pero – añadió -, si se trata de un exceso de radiación… no sé… Le agradecí el ofrecimiento, pero le dije que no podía trasladar Arturo a Madrid porque se me podría morir por el camino.

El doctor Burzaco, todo y sabiendo que nada se podía hacer por mi hijo, se puso a disposición de los médicos del Hospital del Mar para ayudarles en todo lo que fuera necesario. Un “caballero”, como dijeron los médicos, y una actitud que yo siempre agradeceré

ARTURO IBA RESISTIENDO SIN QUE NADIE PUDIERA EXPLICARSE COMO.
Una de las veces que me pareció que mi hijo ya no podía resistir más, al no encontrarse el doctor Olivera en el hospital, al que yo le tenía toda la confianza y cualquier cambio se lo comunicaba inmediatamente, fui a encontrarle a la Policlínica Tibidabo, donde se recordará visitó por primera vez a mi hijo, y como también he explicado nunca en aquel momento podía llegar a imaginar que sería él el que atendería a mi hijo hasta su muerte pasando por un calvario tan inimaginable. Todavía recuerdo su rostro lleno de tristeza cuando le dije llena de desesperación: “Creo que mi hijo se está muriendo”. Me miró, y me dijo: “Es que su hijo se está muriendo”, como queriendo decir ¿es que todavía no se ha dado cuenta? Sabía que el doctor lo decía con mucha pena y él sabía que yo no quería que me engañaran, pero… a veces… estas confirmaciones…
El psiquiatra de mi hijo, que cuando empezó todo, él se encontraba fuera de Barcelona, cuando llegó y le comunicaron lo que estaba pasando, no se lo podía creer; quedó hundido. Vino en seguida al hospital, yo al verle, desesperad, autoinculpándome y llorando, le dije: “¡Maldita ignorancia! ¡Maldita! ¡Cómo pudimos caer en una cosa así! ¡Pobre Arturo! Tanto luchar, tanto y tanto confiar en los “adelantos” de la ciencia para terminar así! ¡Qué gran desgracia! ¡Qué injusticia más grande!”. El doctor Ros y todos los médicos que estaban conmigo, quisieron calmarme diciéndome que no me diera la culpa, porque nadie podía imaginar que “aquella gente” pudiera hacer una cosa como aquella. Pero, después, desgraciadamente, siempre después, salió mucha gente que ya sabían lo que eran aquel par de individuos: unos sinvergüenzas, mala gente y peligrosos en extremo.

Mi hijo, para su desgracia, no murió entonces: era joven y fuerte y, aunque su muerte era inevitable, él no quería morir.

Arturo salió de aquel estado en que parecía inminente su muerte, y fue recuperando una precaria conciencia. Toda la conciencia que podía recuperar una persona con un cerebro ampliamente quemado o, “achicharrado” recordando la expresión que utilizaría la señora Fiscal en las vistas orales del juicio que se celebrarían años más tarde, y, con una demencia senil provocada por la misma radiación. Aunque… tuvo días de todo.

Pasados unos días de su ingreso, en lo que, como ya he explicado antes oía como el personal sanitario decía en voz baja: “Este pobre chico se muere. ¡Qué pena da!”, Arturo abrió los ojos, me miró y me sonrió, y hasta creo que me reconoció, aunque no estoy muy segura. Pero… qué pena tan grande me daba mi hijo: la boca torcida, un ojo casi cerrado, su sonrisa era más bien un gesto extraño… quería hablar y no podía; sus esfuerzos eran angustiantes… Yo procuraba estar serena, pero par mis adentros, me decía: ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Qué han hecho contigo, hijo mío? ¡¿Qué han hecho con mi hijo ese par de bestias sin alma?!

Fueron pasando los días con gran angustia, sin saber cómo y cuando se podría producir el desenlace final. La medicación que lo mantenía de momento artificialmente con vida – recordemos que no era una medicación para curar sino para mantenerlo con vida el máximo tiempo posible (gran error) -, podía dejar de surtir sus efectos en cualquier momento o terminar con él del todo. Pero… él resistía y resistía. I… nosotros sin vivir. Es muy duro ver a una persona joven, y más si es tu hijo, como resiste, como se aferra a la vida, sabiendo que no tiene salvación. Esto es muy cruel, primero para él, y después para la familia.
Pero, pasados unos días, Arturo, ante la mirada expectante de todos y con incredulidad, con grandes esfuerzos, eso sí, pudo pronunciar unas palabras; pedía cosas, no sabíamos el qué, era difícil entenderlo. Hacía gestos extraños, decía algunas palabras sueltas, sin sentido… Tuve que aprender a descifrar aquellos gestos y aquellas palabras. Arturo no paraba de mirarme, con una mirada llena de tristeza, como… no sé, como si se encontrara en un mundo desconocido para él. A veces me preguntaba si en realidad me conocía. En aquellos primeros episodios no lo pude saber con certeza.

Explicaré tan solo un ejemplo para ilustrar un poco la forma de expresión o de la manera que mi hijo intentaba que se le entendiera. Pienso que debe ser la primera forma de expresarse de las personas que sufren diferentes tipos de daños cerebrales.

Un día empezó a mirarme con insistencia y a hacer movimientos con las manos. Intentaba decirme alguna cosa. Las palabras eran incoherentes. Yo empecé a hacerle preguntas por si acertaba alguna cosa. En un momento determinado me pareció entender que quería decir algo sobre las palomas. ¿Palomas? Le pregunté. Me dijo que sí, con la cabeza. Siguió y con mucha dificultad entendí, volar. Las palomas vuelan, ¿es eso? Le pregunté de nuevo. Y, él con la cabeza, me dijo que sí. Otro gran esfuerzo para hacerme entender, fuente. Al final pude entender lo que mi hijo quería decir: “Las  palomas vuelan a la fuente para beber”. Mi hijo quería decirme que tan solo quería un poco de agua.

Al principio tan solo le entendía yo, después fueron entendiéndole los médicos, su abuela… Después empezó a hablar con más claridad, aunque decía tantos disparates que sin ganas nos hacía reír a todos. Curiosamente, mi hijo estando tan mal, no perdió su buen sentido del humor, y cuando algunas veces se deba cuenta de los disparates de que decía se reía de él mismo. Su rostro que no parecía el de Arturo, todo y así, nunca perdió su encanto y su dulzura. Los médicos le llegaron a apreciar mucho, enseguida se dieron cuenta de que se trataba de una persona muy noble… muy bondadosa… Mi hijo era una persona extraordinaria y un hijo maravilloso.

Y, Arturo fue resistiendo con muchos esfuerzos y con muchos sufrimientos. Prestándose a todas las pruebas que le hacían que, en realidad, pobre hijo mío, ni sabía el por qué se las hacían ni el por qué estaba en el hospital. La situación de mi hijo era muy triste, muy dramática, recuerden que había sido un chico muy fuerte, muy inteligente…

Fueron pasando días de vigilancia extrema…, noches de vigilia…, visitas de familiares, amigos… También algunos médicos de otros hospitales y clínicas que, cuando se enteraron del caso de Arturo quisieron conocerle. Todos, sin excepción, al salir de la habitación y después de ver lo que le habían hecho, decían lo mismo: “¡Si esto se lo hacen a un hijo mío, los mato!”. Otros: “¡Esos hijos de puta ya no estarían en este mundo!”. Tal era la indignación que despertaba lo que le habían hecho a mi hijo.

Vino a verle su amigo médico y que padecía una neurosis obsesiva como la que él había padecido y que le decía que, “no se dejara hacer cosas extrañas que te dicen que es una cosa y después no es nada de lo que te han dicho y pasa lo que pasa”. En parte tenía razón. Cuando me vino a saludar, con profunda tristeza me dijo: “Señora Isabel, ¡si Arturo me hubiera hecho caso!… ¡Si me hubiera hecho caso!”...

En aquel tiempo, a los pacientes del Hospital del Mar, los llevaban a la Clínica Quirón cuando les tenían que hacer algún TAC.  La Clínica Quirón fue la primera que le hizo un TAC cerebral antes de aplicarle la radiación y que constataba que el cerebro de Arturo estaba sano, perfecto como he contado anteriormente (Dr. Nogués), y como verán en el informe que publicitaré en el capítulo correspondiente.

Ese día en que a Arturo lo llevaron a la clínica para hacerlo un TAC, digamos de control, para saber qué era lo que estaba haciendo la radiación,  un médico joven con el TAC de Arturo en las manos, me dijo: “Señora, quiero hablar con usted”. Y muy serio e indignado me preguntó: Dígame ¿en dónde le han hecho esto a su hijo?”. Le contesté: en la Clínica DEXEUS. Siguió preguntando: “Y quién se lo hizo?”. Contesté: el doctor Enrique Rubio García. Todavía estábamos ignorantes de que el doctor Guix también estaba implicado. Me preguntó de nuevo, si estaba dispuesta a denunciarlo. Le dije que sí. Su consejo fue: “Busque a un buen abogado y a ver si podemos acabar con esta gente de una vez por todas”. Otros médicos que también le hicieron pruebas a mi hijo o simplemente le conocieron en este trágico suceso, también me dijeron lo mismo. 


EL PORQUE Y EL COMO SALIO MI HIJO DEL HOSPITAL DEL MAR LA PRIMERA VEZ
Mi hijo Arturo, se mantenía vivo momentáneamente  debido al corticoide Dexametasona que le suministraban a través del suero. Si se lo retiraban moriría con rapidez. Según me explicaron los médicos, el corticoide Dexametasona intentaba desinflamar y frenar la expansión del edema producido por la radiación y proteger las pocas células sanas que le quedaban. Digamos que el corticoide hacia de muro protector, pero el daño era tan grande que para contenerlo, la cantidad de corticoide que le tenían que suministrar era tal que éste podía causarle su propio daño, un daño tan grande que también le podía causar la muerte. Por eso los médicos me decían que mi hijo no tenía salida. Por eso me dijeron que el corticoide Dexametasona, en el caso de mi hijo, era “un arma de doble filo”. Cosas de los medicamentos que no acabas de entender. Aunque uno se puede preguntar, ¿si era tan peligroso este medicamento porque se lo administraban? Si: es correcta la pregunta; pero Arturo era un muchacho muy joven, y como ya he comentado en más de una ocasión, era muy duro decir, así sin más: “Como ya no hay nada que hacer, que se muera”.

Y… Arturo iba resistiendo. Un día los médicos me dijeron que ya no podían mantener a Arturo en aquellas condiciones, es decir suministrándole el corticoide a través del suero o también por vía endovenosa porque era muy peligroso. Yo, esto de peligroso, no lo acabé de entender muy bien, porque si ya estaba condenado a muerte, ¿qué podía ser más peligroso que esto?... Me dijeron que intentarían suministrárselo por vía bucal, es decir con pastillas. También me dijeron que si lo aceptaba podría vivir un poco más, y si no lo aceptaba… ya no podían hacer nada más. Y, Arturo con su fortaleza, una fortaleza que parecía venido de otro mundo, como algunos comentaban, asimiló la medicación y sin saber lo que sería de él, al día siguiente de cada día, seguía viviendo, muy mal, pero viviendo.

Y, llegó un día en que los médicos me propusieron lo siguiente: si me veía con ánimo de llevarme a mi hijo a casa, ya podía. Ellos ya no podían hacer nada más de lo que hacían, y creían que siendo como era mi hijo, que a pesar de estar tan mal, cuando tenía sus momentos de lucidez no había perdido las ilusiones, que pensaban que estaría mejor en su casa con todas sus cosas, sus posibles recuerdos… que no en una fría habitación de un hospital.

Recuerdo que mi hijo, en medio de la pérdida de memoria y del caos que había en su cabeza, a veces, le venían recuerdos, y, entonces, a los médicos, le hablaba de música, de viajes que había hecho, de cosas que recordaba…eso sí, todo tan revuelto que yo tenía que ir aclarando lo que intentaba explicar porque de lo contrario no se entendía nada de lo que explicaba o intentaba explicar. A él, como me dijeron los médicos, le pasaba lo mismo que a los abuelos con demencia senil: ahora recordaba cosas pasadas que mezclaba con cosas presentes… ahora ya no las recordaba… ahora explicaba cosas inventadas que él creía que eran reales… Su cabeza era una mezcla de hechos que no podía precisar ni colocar en su lugar y que cuando, a veces, sí se daba cuenta, le hacía padecer mucho. Pero… ¡Pobre hijo! a pesar de estar tan, tan mal, todavía le veías ilusionado, aunque había momentos que su mirada me angustiaba mucho, una mirada llena de interrogantes y de tristeza… Me daba la sensación que su mirada me preguntaba lo que más de una vez me preguntaría a lo largo de su inimaginable calvario: “Madre, ¿por qué estoy en esta situación? No me decís nada con claridad. Me tratáis como si fuera un tonto y sabes madre que no lo soy”. ¡Qué difícil me resultaba ver a mi hijo en aquellas condiciones, él que siempre había dicho que antes de ser un deficiente mental o un tullido que tuviera que depender de otras personas preferiría estar muerto!

Como que tan solo se trataba de suministrarle el corticoide Dexametasona y otra medicación complementaria… ¡Si me veía con ánimos!... Ellos vendrían a controlarlo… Ello quería decir que me lo llevar para terminar sus días en casa. El corticoide Dexametasona no tardaría demasiado en dejar de surtir efecto o también tener que retirarlo por  los daños que le causaba, con lo cual, el resultado era el mismo Con corticoide o sin corticoide, mi hijo iba a morir. El caso es que, llena de terror, dije que sí, que me lo llevaba.

Es importante que se tenga en cuanta, que si yo no hubiera tenido valor para llevarme a mi hijo a casa, Arturo hubiera seguido o, mejor dicho, vivido en el hospital hasta su muerte, porqué en aquel momento nadie podía llegar a imaginar lo que viviría cuando en realidad tenía que estar muerto, como me decían algunos médicos. Y, aunque después llegara a hacer cosas inesperadas e inimaginables, impensables en una persona en su estado, esto nadie lo sabía. Nadie podías llegar a imaginar que Arturo fuera una persona tan fuera de lo corriente. De una fortaleza increíble.
De todas formas, si después contamos el tiempo que estuvo en casa y las veces que tuvo que ingresar en el hospital y los días que estuvo en cada ingreso, puedo decir que vivió más tiempo en el hospital que en casa. Desgraciadamente el Hospital del Mar se convirtió en nuestra segunda casa, porque aunque los médicos me dijeron que no podían hacer nada por él, a mi me resultaba muy difícil aceptarlo y cuando ya me parecía que llegaba a su final, llamaba a un ambulancia y, aunque sin ninguna esperanza, lo  volvía a ingresar.

También he de decir, que nuestra casa se convirtió en una anexo del Hospital del Mar como se verá a través de mi relato, hecho que, por extraño que parezca, a los jueces no les interesó para nada cuando en realidad lo debían de haber tenido muy presente.

A Arturo lo convirtieron, ellos sí, los malditos que lo llevaron a la muerte – que lo mataron -, en un ser inválido llenos de sufrimientos, y con una demencia senil que a veces llegaba a cotas de un dramatismo aterrador. Me lo llevé a casa sufriendo grandes  paralizaciones, diabético cuando nunca había sido diabético, con el cuerpo todo destrozado, tenía extensas zonas del cuerpo con los tejidos rotos que le causaban mucho dolor; su musculatura antes tan fuerte, recuerden que había sido un buen deportista, ahora la tenia totalmente debilitada, a veces sin ayuda no se podía tener en pie. Se le tenía que medicar, lavar, vestir, atenderlo de sus necesidades más íntimas. Lo que cuando él se daba cuenta le hacía padecer mucho, no podía hacer nada por sí solo. En fin, mi pobre hijo quedó convertido en un ser lleno de sufrimientos, totalmente incapacitado y sin esperanza ninguna y, así me lo llevé para casa.

Y, estando así, en esas terribles condiciones, el Juez José María Assalit Vives, entre otros disparates totalmente punibles esgrimidos en su sentencia, tiene el valor de decir, que “mi hijo con el corticoide Dexametasona mejoraba tanto que incluso podía dejar el centro médico y hacer una vida prácticamente normal”. Mayor burla y provocación por parte de este juez, parece imposible de superar, pero… sí! Ha habido otros como él y hasta peores. Al fin y al cabo él, todavía tuvo la honradez de reconocer el daño que le causaron los médicos Guix y Rubio, aunque después…

LLEGA EL DÍA EN QUE ARTURO VUELVE A CASA
Después de tantos días de permanecer en el hospital y sin saber si podría salir con vida volver a casa, todo y sabiendo lo que había, fue como un gran acontecimiento. Vinieron a despedirse de él, los enfermeros y enfermeras, señoras de la limpieza que también llegaron a apreciarle mucho, los enfermos que se podían levantar de la cama y sus familiares, a los enfermos que no podían levantarse de la cama fue Arturo el que quiso ir a despedirse de ellos, y ¿cómo no? los médicos. Después de estar tantos días en la misma planta se conocían todos, aunque a mi hijo venían a visitarle médicos y enfermeras de otras plantas. El caso de mi hijo era muy conocido y comentado y, quizás también por la forma de ser de mi hijo que despertaba mucha compasión y tristeza, también mucho aprecio. Bien: me dieron toda la medicación con las pautas a seguir. La ambulancia ya nos estaba esperando.

Pero, si bien Arturo agradecía todas aquellas muestras de cariño y se mostraba muy contento, en realidad no sabía el porqué de todo aquello. Él no sabía o no entendía que se iba a casa. Él creía que se iba a otra dependencia del hospital. Aunque él conseguía recordar vagamente algunas cosas, su memoria no era solamente precaria sino que le fallaba estrepitosamente y esto añadido a las desorientaciones que sufría, pues…
Cuando la ambulancia nos dejó en casa, los porteros de la finca, un matrimonio que hacía muchos años que los teníamos, y, unos vecinos que se encontraban en el vestíbulo, saludaron a Arturo con muchas muestras de afecto y alegría por volverlo a tener en casa. Arturo también respondió con muestras de mucho cariño y alegría, pero lo cierto es que en aquellos momentos no reconocía a nadie. Pero él, disimulaba y hacia ver que si los recordaba para que no se sintieran mal. Eran cosas muy de Arturo que siempre estuvieron presentes: no herir los sentimientos de las personas, ser solidario y con un alto sentido de la justicia. Esta forma de ser de mi hijo nunca se la pudieron arrebatar por más perdida que tuviera la cabeza como en aquellos momentos.

Cuando Arturo entró en el piso, no lo reconoció, estaba muy desorientado. Se creía que estaba en otra dependencia del hospital. Lo llevamos directamente a su habitación porque estaba muy agotado. Me pidió que llamara a las enfermeras y a los médicos…

Poco a poco, digamos que Arturo fue recuperado la “memoria”,  aquella memoria que le hacía cosas tan extrañas. Cuando había recuperado un poco las fuerzas, lo acompañamos por la casa… lo llevamos a la terraza que era como un jardín y estaba lleno de plantas y flores. Recordaba que él prefería regalar plantas que no flores cortadas… ¡cosas de él!... Se paró pensativo delante del piano, levantó la tapa y se sentó, intentó tocar, pero sus manos no tenían fuerza…Más adelante podría tocar un poco.  

También se paró ante la mesa de despacho de su padre; yo le había dejado toda su correspondencia. Él también tenía una mesita de despacho en su habitación, pero se la había dejado en la mesa de su padre. Tenía cartas de amigos a os que no habíamos tenido tiempo de avisarles de lo que pasaba, invitaciones a fiestas, a conciertos, programas de estudios… Mirando los sobres, dijo: “Yo lo leeré otro día. Hoy no puedo”. Y, así, fueron pasando los días, días llenos de angustia, aunque a mi pobre hijo se le añadió otro sufrimiento a parte del físico y también muy doloroso: darse cuenta de su situación sin poder entender el por qué de la misma. Nos dijimos: Ojalá no hubiera recuperado nunca la menoría o la consciencia de lo que le pasaba; no de la causa, ésta no la supo nunca.

Aquellas, digamos, mejoras que tenía, rebajándole el corticoide, iba directamente hacia su final, pero como yo me resitúa a aceptar la realidad, cada vez que esto pasaba, llamaba rápidamente al doctor Oliveras, que venía lo más rápido que podía, le aumentaba la dosis y, casi milagrosamente, se recuperaba del que podía ser su muerte. Otras veces llamaba a la ambulancia y lo llevaba directamente al hospital, y, sí volvía a salir de aquel posible final más muerto que vivo, pero… ¿qué podía hacer?

Recuerdo el día en que el doctor Oliveras vino a ver a Arturo y se encontró con su psiquiatra que también le había venido a ver. Nos quedamos en la terraza para hablar un poco, era verano y se estaba bien. Nos quedamos en la parte más alejada de la habitación de Arturo que también daba a la terraza, para que no nos pudiera escuchar. Él, a veces, agarrándose como podía, se levantaba de la cama y salía de la habitación para escuchar. Él quería saber ya que nadie le explicaba nada que él pudiera entender. Siempre teníamos que estar pendientes, porque la verdad no la podía saber, le hubiera hundido del todo aparte de que no sabemos si lo hubiera podido entender. En fin, no la podía saber.

Aquel día, el doctor Oliveras me confesó que, aunque con lo que le habían hecho a mi hijo en el cerebro nadie podía vivir, en su caso, que veían que tenía una resistencia fuera de lo normal, habían cogido esperanzas; pensaron que quizás la radiación se detendría, que seguiría viviendo, mal, eso sí, pero viviendo, pero al ver cómo reaccionaba cuando le rebajaban el corticoide, ya vieron que, en realidad, nada se podía hacer. No me lo habían dicho antes por si eran esperanzas fallidas como resultaron ser.


Yo, antes, había hablado con el psiquiatra de Arturo, doctor Ros, para decirle que, aunque confiaba plenamente con los médicos del Hospital del Mar, sobre todo con el doctor Oliveras, que quería otra opinión; que quería buscar al mejor especialista del mundo en el tema de las radiaciones; que iría a verle allí donde fuera para verle, pero que no quería que los médicos que le llevaban se sintieran menospreciados.  El doctor Ros me dije que él les hablaría, pero aquella ocasión fue un buen momento para decirle al doctor Oliveras personalmente lo que quería hacer. El doctor Oliveras, aparte de ser un excelente médico, es una muy buena persona que entendió perfectamente mi necesidad.

VIAJE A BERGEN (NORUEGA)
Me informé de cual pudiera ser el mejor especialista que me pudiera dar su opinión e incluso ayudarme.  Y, aunque me dieron diferentes nombres, me aconsejaron al Profesor Erick Olaff Backlund.

El Profesor Backlund pertenecía al Hospital Karolinska de Suecia, pero en aquello momentos ostentaba la Cátedra en el Hospital Haukeland de Bergen. Me puse en contacto con el hospital para solicitar una entrevista con el Profesor: me la dieron sin poner ningún tipo de problema. Le pregunté al psiquiatra de mi hijo, doctor Ros, si podría acompañarme. Me dijo que sí y que lo haría con mucho gusto. Se lo agradecí mucho como se puede comprender.

En aquellos días, mi hijo, dentro de lo que era posible, se encontraba un poco estable; de lo contrario no me hubiera arriesgado a marcharme. Pero, cuando le notifique que me iba un par de días fuera de Barcelona, se angustió mucho y me preguntó el por qué. Le expliqué que íbamos a ver a un doctor en el extranjero que era un gran especialista para que le diera una medicación para sus llagas y esguinces de su piel que tanto le hacían sufrir. Le fije que estuviera tranquilo porque me acompañaba el doctor Ros. De momento se quedó sorprendido, pero después quedó conforme y recordó que el doctor Ros era una buena persona y agradeció que se preocupara tanto por él.

Cuando nos despedimos, mi hijo, ignorante siempre de su gravedad, y ahora, a veces, como un niño pequeño, pero que se debía dar cuenta de lo muy preocupada que yo estaba, quiso tranquilizarme a su manera, y lleno de cariño hacia mí, me dijo: “Madre, vete tranquila, no tengas pena por nada, yo ya cuidare a la yaya. ¡Vete tranquila!”. Él, pobrecito, cuidaría de la yaya… Se creía que yo estaba preocupada por dejar a su yaya, a mi madre… ¡Me daba tanta pena mi hijo! ¡Pero, tanta!...

Dejé a una persona de mucha confianza para que ayudar a mi madre, aparte de la señora que cuidaba de la casa desde hacía años y quería mucho a Arturo. También tenía a la familia que estaría pendiente por si se presentaba algún imprevisto, amigos que también se ofrecieron… Y, sobre todo me podía ir tranquila porque sabía que el doctor Oliveras estaría pendiente por si mi madre le pudiera necesitar. Todo y así, me fui con una gran angustia pensando en si hacia bien en marcharme, por qué… ¿y si mi hijo empeoraba entretanto yo me encontraba fuera de España? Él hacia unos cambios, a veces muy bruscos. No sabía muy bien qué hacer, pero el Profesor Backlund nos esperaba y yo necesitaba verle y saber.

Cuando llegamos a Bergen, contraté a una intérprete. Una chica que, junto con su marido, resultaron ser unas personas encantadoras. Incluso nos invitaron a comer a su casa y nos presentaron a su hija, una niña también encantadora, y a una de sus abuelas. ¡Gente estupenda¡ Pero lo cierto es que después de haber mantenido la entrevista con el Profesor Backlund… Ellos también se entristecieron mucho.

El Profesor era un hombre muy sencillo y sumamente amable que nos atendió con mucho interés dedicándonos todo el tiempo que quisimos o necesitamos. Después de explicarle todo lo sucedido y de mostrarle los TACS y resonancias magnéticas del cerebro de mi hijo, aterrado se puso las manos en la cabeza diciéndonos que nunca había visto una lesión como aquella. Apuntó la posibilidad de operar pero rápidamente la desechó: la lesión era demasiado extensa. La verdad es que no nos pudo decir nada que no supiéramos. Los médicos del Hospital del Mar, estaban acertados. MI hijo no tenia solución, nada ni nadie le podía ayudar.

Después de una larga conversación en la que el Profesor se quedo muy afectado por lo de mi hijo, nos preguntó que era los que nos habían dicho los médicos que había hacho aquello a mi hijo. Le dije que la callada por respuesta, es decir, no, peor, nos dijeron que si les queríamos denunciar que les denunciáramos porque a ellos les daba igual. Contesto que era lo que solían hacer la gente que hacia aquel tipo de cosas.

El Profesor nos dijo que nos agradecía mucho que le hubiéramos ido a visitar, pero que teníamos que saber que en España teníamos a un especialista muy bueno un número 1, que también nos hubiera podido recibir: Doctor Burzaco. Le dijimos que ya habíamos ido pero desgraciadamente cuando ya fue demasiado tarde. Era el doctor que atendió a mi hijo después de haber recibido la radiación. Fue una gran lástima, nos dijo. Quedó a nuestra disposición para todo aquello que nos pudiera ser de utilidad, y nosotros le quedamos sumamente agradecidos por su atención. Regresamos a Barcelona con el alma destrozada. La poca luz de esperanza que tenía se apagó para siempre.

Mi hijo, afortunadamente, se encontraba en casa cuando llegué, se había levantado de la cama. Lo recuerdo como si fuera ahora mismo: Cuando me vio, con una cara de sorpresa y de alegría en el rostro me dijo: “¡Hombre! ¡Ya has llegado, madre! ¡Qué alegría más grande me da el verte!”. Y, dirigiéndose a su abuela: “¿Veritat yaya que ens dona una gran alegría?”. Y, me dio un gran abrazo que aun lo siento dentro de mi cuerpo; aunque fue un abrazo tembloroso, sin fuerza, porque él, no tenia nada de fuerza… Pero, él siempre tan cariñoso. Le recordaba que, cuando estaba bien, cuantas veces se había puesto en medio de mi madre y yo y cogiéndonos por los hombros decía: “Aquí tengo a las dos mujeres más guapas del mundo y a las que más quiero”. (“Aquí tinc a les dues dones més maques del món y a les que mes estimo”.)

Mi madre, contestando a su pregunta, le dijo; “Claro que si, hijo, claro que estamos contentos”. Pero mi madre estaba impaciente por saber, y aunque yo intentaba disimular, mi madre se dio cuenta de la terrible realidad, aunque después no la quiso aceptar. Mi madre nunca quiso aceptar que mi hijo iba a morir.

En el aeropuerto habíamos comprado algunas cosas, y viniendo de Noruega, no podía faltar el salmón. A mi hijo le hizo gracia porque era bastante grande y además estaba envuelto en un paquete muy especial, llamativo, curioso. Un envoltorio muy bonito. Pero cundo Arturo lo cogió para intentar desenvolverlo sin romperlo, se le cayó de las manos y se rompió; sus manos sin fuerza le jugaban malas pasadas. Entonces se puso a llorar amargamente diciéndonos que no serbia para nada, solo para darnos trabajo. Intentamos tranquilizarlo. Le enseñé las pomadas que el doctor extranjero me había dado para sus esguinces… Se quedo más  animado y agradeció al doctor extranjero su atención. Eran las pomadas de siempre que yo me había guardado en mi bolso antes de marcharnos.
Cuando hacía unos pocos días de haber llegado de Bergen, mi querido hijo volvía a ingresar en el Hospital del Mar…

CUATRO AÑOS Y SEIS MESES DE RESISTENCIA INIMAGINABLE
Explicar cómo fue la vida de mi hijo durante estos cuatro años y seis meses de resistencia inimaginable ante la muerte, resulta muy difícil y también, como se puede comprender, muy doloroso. Pero resulta muy difícil, por qué, ¿cómo explicas que un muchacho que te lo llevas a casa porque en el hospital ya no pueden hacer nada por él, y te dicen que es mejo que termine los días que le puedan quedar en su casa, en su ambiente, con todos su cosas, sus posibles recuerdos y no en la fría habitación de un hospital, y después digas que vivió durante cuatro años y seis meses? ¿Cómo lo explicas? Resulta muy difícil y más difícil por la forma en que él fue luchando esperanzado contra la demencia impuesta, sus males impuesto, sus sufrimientos impuestos, soportando sus grandes dolores impuestos, ignorante del terrible final que le aguardaba? Una lucha que únicamente la saben quienes le acompañaron, día a día, minuto a minuto hasta el último suspiro de su vida.

En los cánceres, como tantas veces he explicado en mis diferentes escritos a los largo de todos estos años, puedes ir resistiendo porqué vas siguiendo un tratamiento cuya finalidad es tener una respuesta positiva y, aunque no siempre se consiga, puedes tener esperanza de curación porque suficientes pruebas tenemos de finales felices.  Pero con el exceso de radiación, no hay ninguna esperanza porque no hay ningún tipo de medicamente que pueda curar la radiación ni siquiera pararla. Solo aguantas hasta que la radiación dice basta. El exceso de radiación matas las células cerebrales por reacción en cadena. Al final siempre es la muerte, por eso desde el primer día me dijeron que Arturo se moría y que no tenía ninguna salida. Así funciona y así es de duro el exceso de radiación. Una cosa que los jueces hubieran tenido que tener muy en cuenta, no les ha importado para nada ni nada les importa. Quizás si hubieran sido sus hijos…

Entonces ¿por qué Arturo aguantó tanto? Nadie se lo explica, pero una cosa si queda clara, y es que era una persona muy fuerte y muy sana; otra cosa que su psiquiatra doctor Ros destacaba siempre: “Persona más sana que Arturo no hay otra”.

Arturo se mantenía vivo subiendo y bajando la dosis de corticoide Dexametasona: subiendo cuando caía en picado, bajándosela cuando se estabilizaba o se recuperaba un poco, aunque los efectos del corticoide también lo estaban matando. Tanto fue así, que, en una de aquellas entradas en el hospital en que yo lo ingresaba sin esperanza, pero… ¿qué podía hacer?...los médicos me dijeron, “que ya no le iban a suministrar más corticoide Dexametasona porque no querían que Arturo se les muriera a ellos por una cosa que habían hecho otros”. Lo comprendí ¿cómo no? Fue muy duro tomar aquella determinación, y no es que lo dejara morir sin asistencia, ¡no! Es que no había tratamiento para mi hijo. ¡No lo había!

Cuando se tomó esta determinación, Arturo llegó al hospital  sin consciencia, estaba como dormido, ya en casa se quedó sin conocer a nadie. Recuerdo que amigos de mi madre y míos nos decían que lo dejáramos morir en paz, que no le hiciéramos nada más porque lo único que conseguíamos con aquellas falsas recuperaciones era hacerlo padecer más. Yo les decía que si sabía que retirándole la medicación moriría si sufrimientos que lo haría, pero no era así; Arturo padecía mucho, se quedaba sin poder orinar lo que le causaba un gran dolor, todos sus males que eran mucho se le agudizaban, aunque en algunos casos se quedara como en aquella ocasión, en la que ya se decidió que descansara para siempre, es decir no alargarle aquella vida de dolor y sufrimiento sin esperanza ninguna. Pero… pero cuando ya se había tomado esa dura, durísima decisión, Arturo, volvió en sí, abrió los ojos y mirándonos con una mirada llena de una tristeza que no se puede explicar con palabras y con una voz tan débil que débil que apenas se le oía, preguntó, dirigiéndose  al doctor Oliveras: “¿Saldré de esta verdad?”.

Nos miramos angustiados, inquietos, con una pena tan grande, y los médicos, también, con una responsabilidad tan grande… Pero, ¿qué podíamos hacer? ¿Qué podíamos hacer? Muy a pesar nuestro, volvimos a suministrarle el tan temido corticoide, pero es que estando allí con mi hijo, viendo las ganas de vivir que tenia, que duro era decir ¡Basta! ¡Se ha terminado todo! ¡Era imposible!

Se volvió con el tratamiento por vía endovenosa, el pobre ya no tenía venas donde pincharle, pero la radiación estaba diciendo hasta aquí. Aún que antes de llegar a su final, mi hijo tuvo que pasar por lo peor, por un hecho que de no haber vivido tanto, como todos esperaban, se lo hubiera podido ahorrar: “La operación”. Operación cerebral para descomprimir el gran edema producido por la radiación e intentar que padeciera lo menos posible en aquel final que se acercaba.  


La buena intención fue vaciarle el edema para evitarle sufrimientos mayores, desgraciadamente, no se consiguió aminorar sus sufrimientos y al contrario se le añadieron de nuevos. Hecho  extremadamente doloroso que explicaré en el capítulo “la operación”. Todo esto para que los jueces que lo han querido ignorar lo tengan muy presente.

Si algunas personas que lean este libro - en este caso Blog -, y ha leído mis anteriores libros o escritos, puede ver que hay unas diferencias en el orden de la explicación; también puede ver que en algunos explico cosas que en otros no he explicado o viceversa. Aunque, como digo en la “Introducción”, en este hay parágrafos  trascritos y traducidos de otros libros, he intentado resumirlos lo más que me ha sido posible, porqué no cabe duda que ir repitiendo el mismo drama que padeció mi hijo, día tras día, año tras año, entrando y saliendo del hospital con todos sus sufrimientos sin esperanza ninguna, resulta muy, muy duro. Por ello he intentado suprimir o reducir en parte  la forma de contar los hechos referente a mis anteriores libros: pensamientos, sueños, formas… 

Cuando se escribe un testimonio dramático como es en el caso de mi hijo y que te va arrancando la poca vida que te queda cada vez que lo escribes de nuevo, tienes que hacer un gran esfuerzo para mantenerte serena y fría, y unas veces los consigues y otras no, depende del estado de ánimo de cada momento y por eso también vas escribiendo según te va dictando el alma.

El lógico: Hay quien me pregunta, que si escribir me hace padecer tanto, por qué sigo. Contesto, porqué la injusticia me obliga. Porque lo que no se puede hacer de ninguna de las manera, es que los sufrimientos a los que abocaron a mi hijo, la actuación criminal que lo condenó a muerte, toda su lucha, toda su desesperación, su dolor… todo, quede en el silencio: ¡Eso, nunca! Por más dolor que me cause, yo seguiré escribiendo y denunciando su muerte, los que tan cruelmente la provocaron y los jueces amigos que les han protegido. Como digo en una de las primeras páginas de este libro en papel, y en algunos escritos más: “La injusticia no puede quedar impune pero si esto sucede nunca hemos de permitir que quede en el silencio ni pase al olvido”.

He intento en este nuevo escrito, que la lectura sea sencilla, no demasiado larga: No sé si lo habré conseguido. Pero es que en el caso de mi hijo hay episodios que no puedo dejar de explicar si como dice el Capítulo que se refiere a su lucha contra la radiación y contra su muerte. Episodios que si no se explican, resulta muy difícil de creer que hayan sucedido. N los episodios que siguen se verá que mi hijo era una persona muy especial, como también decía siempre su psiquiatra: “Un caso muy especial y una persona encantadora. Una persona con un sentido de una lógica aplastante y con una gran fuerza de voluntad”. Aunque creo que con lo que he ido contando de él, se puede dar una idea.

Cogiendo unos cuantos episodios al azar, empezaré con:  


UN VIAJE INCREÍBLE A ANDORRA
Cuando mi hijo sobrevivís a aquellos momentos que parecía inminente la muerte, y volvía a salir del Hospital del Mar para regresar a casa –siempre más muerto que vivo -, si él se sentía un poco más fuerte, me pedía para ir a dar una vuelta por la calle. Siempre me decía que el hecho de poder salir a la calle y ver a la gente le ayudaba a sentirse mejor. Y no es que fuera un chico de pasarse horas en la calle, en absoluto, pero le gustaba la compañía de la gente. Estaba tan mal, que el hecho – me decía -, de ver a la gente caminar arriba y abajo con su vitalidad, a él le daba fuerza, le daba vida… Lo mismo que cuando, desde la terraza de nuestra casa, miraba a la gente de la calle y me decía: “Madre, la gente que puede levantarse cada mañana para poder ir a trabajar no sabe la suerte que tiene”. Le recuerdo con su bata de estar por casa, sus zapatillas, y tan pálido… él que siempre había tenido un color tan bonito. Hay que recordar que había practicado mucho deporte, sobre todo de nieve…

Los médicos le decían que siempre que se viera con ánimos de caminar que lo hiciera, porque le sería muy bueno. ¡Pobres! ¿Qué le podían decir para animarlo un poco, para mantenerle la esperanza, para que no se hundiera) Y, mi hijo, esforzándose más de lo que su cuerpo maltrecho le permitía, hacía todo lo que le sugerían los médicos. Aunque a veces se desesperaba preguntándose el por qué no se ponía bien si él hacia todo lo que le indicaban los médicos.

En una ocasión – según su estado cogíamos las muletas, el bastón o la silla de ruedas -, salimos a dar un corto paseo. Caminábamos muy lentamente, él con el bastón en una mano y con la otra, cogido a mi brazo. Nos paramos delante de una agencia de viajes cerca de nuestra casa. Hoy día todavía existe. Empezamos a mirar los viajes que anunciaban. Recordaré que nosotros viajábamos bastante, y Arturo tanto con nosotros, su padre y yo, o también con sus amigos cuando ya fue más mayor. Y una cosa muy inesperada para mí, en unos de aquellos momentos de claridad que la demencia senil le procuraba, me preguntó: “Mamá ¿tú yo no teníamos un viaje pendiente? ¿No teníamos que ir a? … No sé, no lo recuerdo muy bien…”. A mi hijo, aunque de forma confusa, le vino a la mente aquel viaje que estábamos preparando con tanta ilusión para las vacaciones de 1989. Aquel año que resultó fatídico para mi pobre hijo.

Le dije que sí, que teníamos un viaje pendiente pero que lo haríamos cuando él estuviera bien del todo. Y sin pensármelo mucho, con una gran inconsciencia por mi parte, le dije: “Pero si quieres, ahora podemos hacer uno de cortito. Si quieres podemos irnos unos días a Andorra”. Mi hijo quedó muy sorprendido, pero su rostro se le iluminó y me dijo: “Madre, ¡qué alegría más grande me das¡”, dándome un beso y una abrazo. Pero, dándose cuenta de cómo estaba, rápidamente reaccionó, y me preguntó: “Pero, ¿eso lo dices de verdad?”. Caro que sí, le respondí. Lo había decidido: iríamos a pasar unos días a Andorra!

No hace falta decir que cuando le conté a mi madre la idea de irnos unos días a Andorra, se quedó aterrada y rompió a llorar. Me dijo, entre lágrimas: “Nena, ¿te lo has pensado bien? Ya sabes lo que puede pasar. Sabes que si te lo llevas yo ya no vuelva a verlo más con vida”.  ¡Mi pobre madre! Le dije: “Pero, madre, si le hace tanta ilusión… qué más da donde termine”… Quizás me volví muy dura. No lo sé, pero lo cierto es que no quería pensar. ¡No quería¡

Cuando les conté a los médicos lo que quería hacer, me dijeron que ya sabía a los que me exponía, pero Arturo era un caso tan especial, y si le hacía tanta ilusión ¡adelante! Si él pobrecito ya no tenía nada que perder. Otra cosa era que si él lo podría resistir y cuantos días. Era una de las incógnitas que presentaba mi hijo. Él ya había traspasado todas las barreras posibles.

Empezamos a preparar el equipaje: él sus “bártulos” y yo los míos. Aunque a mi hijo le hacía ilusión prepararse él mismo su ropa y todo lo que quería llevarse, como que no tenía fuerza en sus manos – nunca tenía presente que él ya no podía hacer las cosas como antes -, le tenía que ayudar porque de lo contrario todo se le caía al suelo y entonces se angustiaba y se entristecía mucho, y llorando desconsoladamente, se preguntaba el por qué le pasaban aquellas cosas. Curiosamente sus manos tan torpes y si fuerza, a veces, a veces, no siempre, no lo eran tanto cuando intentaba tocar el peino, cosa que había conseguido alguna vez y que a él mismo le sorprendía y le emocionaba.

Bien: mis “bárturlos” consistían especialmente en sábanas para proteger a las sabanas del hotel de las pomadas que le ponía a Arturo para sus llagas, esquinces que era marrón y lo manchaba todo; otras para las uñas de las manos y de los pies, se le rompían todas y aunque las llevara muy recortadas se le enganchaban en los calcetines, otra para el pelo, para su caída y las “pupas” que se le hacían. Las pastillas del corticoide  Dexametasona que ya sabíamos lo que hacía pero de momento le mantenía con vida, el protector de estómago, el calcio, un exprimidor y naranjas por si por el camino tenía sed y no encontrábamos ningún bar cerca o le resultaba difícil en aquel momento bajar del coche. Las naranjas eran mejor que cualquier otro líquido. Tenía que estar muy pendiente porque a la mínima se deshidrataba. Contraté a un taxi de aquellos que hacen viajes continuados a Andorra – salen de la Plaça del Pí de Barcelona -, y nos preparamos para marcharnos.

Mi madre, disimulando la gran preocupación y tristeza que la embargaba, sonriendo, le dijo: “Té, fillet, aquests dinerets perque et compris una cosa per a tu i per a mi em compris aquella colonia que tan bé em va per les cames”. (Toma, hijito mío, estos dineritos para que te compres una cosa para ti  y para mí me compres aquella colonia que tan bien me va para las piernas). Cuando Arturo, antes, cuando estaba bien e iba a esquiar a Andorra, le compraba a su abuela una colonia que para aquel entonces solo la vendían en Andorra. Hoy día no lo sé. Hacerle aquel encargo, era como darse confianza a ella misma de que lo volvería a ver. ¡Sentimientos muy encontrados! Y mi hijo con un gesto de complicidad y muy bajito, me dijo: “Qué tonta es la yaya, se creía que no me acordaría de comprarle la colonia. Si ya lo tenía en mente comprársela. Cómo me iba a olvidar”. Y, curiosamente, en aquel momento, Arturo, se acordó de aquella colonia que le compraba a su abuela cuando iba a esquiar a Andorra y que todo y con su problema psicológico podía disfrutar tanto. Arturo tenía sus propios dineros pero no quería despreciar los que su abuela le daba con tanta ilusión.

Cuando nos despedimos, le dije a mi madre que rezara por nosotros. Me dijo: “Nena que piensas que soy como tú. Tú sabes que rezar más ya no puedo”. Me decía esto porque sabía que no era, que no soy, creyente,  aunque lo he intentado.

¡Pobre abuela! Se despidió de su nieto, dándole besos y abrazos como si fuera la última vez que le pudiera besar y abrazar; como si fuera una despedida definitiva. Yo no quería pensar… Pero, mi hijo, ignorante de su realidad, al ver a su abuela tan angustiada le dijo: “Pero, yaya ¿por qué te pones así? Si Andorra está aquí mismo. Si dentro de unos pocos días estaremos de nuevo en casa. ¡No te pongas así que me iré muy triste!”. Los recuerdos a los dos abrazados…

Al poco rato de estar por el camino, a mi hijo ya se le cambió el rostro, denotaba malestar y dolor. Le pregunté si quería volver a casa, pero él dijo que no, que estaba bien y que no me preocupara. Todavía hicieron unas bromas con el taxista que lógicamente se dio cuenta enseguida de que no estaba bien ni física y psicológicamente, porque aunque había momentos que podía mantener una conversación coherente, en medio de la conversación se le iba lo que estaba contando o se confundía.


Aquel “edema”, aquellos rayos que llevaba en su cabeza como una bomba mortal de relojería, jugaba con él una partida muy cruel.

Al llegar a Andorra nos fuimos a un hotel que nos aconsejó el taxista, una persona muy amable y con mucha paciencia que ayudó a Arturo a bajar del taxi, poniéndose a nuestra disposición  en todo lo que pudiéramos necesitar. Después de tantos años de haber estado en Andorra podía haber reservado una habitación en uno de los hoteles de los que habíamos estado y que ya nos conocían, pero con los nervios no atiné y fuimos directamente al que nos aconsejó el taxista.

No hace falta decir que mi hijo llegó extenuado, y así que entró en la habitación cayó sobre la cama sin fuerza. Pensé que había sido una mala cosa proponerle aquel viaje, pero ya era demasiado tarde. Me quedé sentada en una butaca contemplándolo y pensando… ¡Pensando en tastas cosas!… Estaba segura que a la mañana siguiente no se podría levantar. Pero, con un esfuerzo titánico, como todos sus esfuerzos, se levantó. Le dije que aquel día se quedar en la cama, que descansara, pero él se quiso levantar para ver Andorra que, “hacia tanto tiempo que no la veía”, me dijo. De eso, en este momento se acordó.

A Arturo, desde muy pequeño, lo habíamos llevado a Andorra para esquiar. Fue el primer lugar donde empezó a practicar; la conocía muy bien. Siendo muy pequeño, una vez me dijo: “Saps, mama, m’agrada molt Andorra. Em sembla que me l’estimaré!” (Sabes, mamá; me gusta mucho Andorra. Me parece que la querré!) Así era de apasionado Arturo.

Yo iba siguiendo un poco, como una autómata, los pasos de mi hijo, además, no sabía qué hacer. Me daba tanta pena mi hijo, ¡tanta! que, ¿cómo no iba a seguirlo en todo aquello que él creía que podía hacer por más contraproducente que pareciera? ¿Contraproducente? ¡Qué podía ser contraproducente para él si ya lo tenía todo perdido!

Ese día se levantó y le ayudé a lavarse y a vestirse; bien, como siempre. Después, él, con sus manos temblorosas, se repasó los bolsillos para asegurarse que no le faltara nada de lo que él creía que podía necesitar, su cartera, por ejemplo y un pañuelo. Sus ganas de vivir y de disfrutar de las cosas de cada día por más pequeñas que fueran, le hacían sacar fuerzas de donde apenas le quedaban. Sus médicos me dijeron después que si no hubieran visto con sus propios ojos de lo que era capaz de hacer mi hijo, no se lo hubieran creído.

Dentro de los pocos días que pudimos estar en Andorra, mi hijo tuvo días de todo. Había días que no se veía con ánimos de salir del hotel, otros, se levantaba muy animado queriendo ir desayunar fuera del hotel y dar un paseo; quería ver aparadores para comprar regalos… Nos llevamos las muletas, pero la mayoría de las veces se cogía de mi brazo.

Algunos días de los que salía con tanta ilusión porque decía que se encontraba muy bien, al poco teníamos que regresar al hotel: le fallaban las piernas, se mareaba, los dolores se le agudizaban, sus esquinces…la confusión mental no le dejaba concentrarse y todo se le hacía irresistible. Entonces le invadía la desesperación, se ponía a llorar y con gran amargura me preguntaba: “Madre, ¿por qué me pasa esto? Yo no lo entiendo. Si me he levantando con tanta ilusión y con ganas de hacer tantas cosas. ¿Por qué me está pasando esto, Dios mío? ¿Por qué?”. Se me rompía el alma al ver a mi hijo tan desesperado; no sabía qué hacer ni qué decirle… Sin embargo, otros días, siempre con esfuerzos que me hacían padecer tanto, pues temía que de un momento a otro se cayera desmayado,  sentándose aquí o allá, apoyándose en la pared o en donde pudiera, resistía todo el día.  Incluso consiguió hacer buenas fotografías.

Cómo había días que sus piernas no le llevaban pero su mente estaba “lúcida”,  un día me dijo: “Madre, ¿por qué no nos apuntamos en algunas de las excursiones que hacen con el jeep? Así podremos ver las montañas de cerca como antes”. Creo que nos apuntamos a todas las excursiones, si las podríamos hacer o no, era una cuestión en la que no pensábamos.

La primera excursión que hicimos, fue amarga y dolorosa para mi hijo. Nos llevaron al final de un camino donde empezaba una pista de esquí por la que mi hijo había bajado tantas veces con la velocidad del rayo. Yo me creía que no se acordaría. Pero, sí!

Bajamos del jeep, ayudados siempre por un par de personas, tanto para subir como para bajar, nosotros solos no hubiéramos podido, cosa que ya había concertado con la agencia de excursiones. Los malditos que le hicieron aquel daño lo convirtieron en una especia de “espectáculo” aunque no sea esta la expresión correcta, pero es que llamaba la atención, pasaba que cómo Arturo era una persona tan amable, atenta y cariñosa, la gente lo trataba con mucha deferencia e incluso con afecto. Se daban cuenta enseguida que era un buen muchacho que había sufrido una gran desgracia.

Cuando Arturo bajó del jeep, empezó a dar señales de un gran cansancio; el camino para él fue pesado, todo y así, participó de las conversaciones divertidas de los excursionistas – no hay que olvidar que Arturo siempre había tenido un buen sentido del humor que por poca clara que tuviera la cabeza lo conservaba. También disfrutó del paisaje, y también pudo hacer algunas fotografías.

Al bajar del jeep,  se sentó en una gran piedra o roca y se quedó pensativo un buen rato mirando a lo alto de la pista. Lo veía tan acabado, era tan joven y parecía un viejo decrépito…

Arturo no se podía considerar una persona muy alta, pero tenía una estatura correcta, era más bien delgado, pero fuerte, lleno de energía, con un rostro siempre agradable, juvenil… Y, ¡ahora!... Pensaba, ¡los hijos de puta que le han hecho esto a mi hijo, lo pagaran!

Al cabo de un rato en que Arturo seguía con la mirada puesta en lo alto de la pista, con una voz que transmitía un sentimiento muy profundo de, incertidumbre?… miedo?… quizás de pensar cómo sería su futuro y sí tendría futuro?…, me preguntó: “Madre, ¿tú crees que algún día podré volver a esquiar como antes?”. Y, continuó: “Te lo pregunto, madre, porque veo que esto que me pasa no acaba nunca, no acaba nunca…”.

Mi hijo me dejó muy sorprendida e inquieta y con un gran dolor en el corazón, porque cuando parecía que estaba ausente, que no se daba  cuenta de la situación, no era así, y él que había sido un chico fuerte, independiente que decía que antes de tener que depender de los demás preferiría estar muerto, y ahora verse como estaba!… Le contesté: Claro que si hijo mío, claro que podrás volver a esquiar como entes, es solo cuestión de paciencia...

Arturo llegó al hotel agotado. Una vez más vi como lloraba en silencio; las lágrimas le caían por su rostro pálido y cansado…

En otra excursión a una de las montañas más altas de Andorra, antes de llegar al final del trayecto, paramos a medio camino para almorzar. Paramos en una casa de campo que era muy conocida por sus costilladas a la brasa, sus espléndidas ensaladas, su pan con tomate… Arturo, siempre con su rostro alegre y dicharachero – dentro de lo que cabía, ¡claro! Su dolor siempre que podía se lo guardaba para él para no molestar a nadie-,  no comió a penas ni apenas bebió. No era persona de comer grandes platos, pero disfrutaba de la comida especialmente en salidas de este tipo. ¡Una mala seña! Esto quería decir que la cosa podía ir con rapidez para mal. Todo y así, disfrutó del día como pudo.

El conductor del jeep era un experto en dar sustos a los excursionistas con sus maniobras un poco “descabelladas”. Formaba parte de la excursión para hacer el viaje más divertido. ¿…? A lo alto de la montaña pudimos disfrutar de un silencio que impresionaba y del vuelo de un águila majestuosa; parecía que la podíamos haber tocado con las manos… Allí a lo alto de la montaña pudimos disfrutar de la belleza de la naturaleza… Nos prometimos que cuando él estuviera recuperado del todo, volveríamos…

Al regresar, en el coche Arturo ya empezó a desorientarse mucho. Llegamos al hotel y se quedó en la cama sin fuerza ninguna, ¡pobre! medio desmayado. Hasta me costó ponerle las pomadas y darle la medicación. Me planteé llamar al taxista para regresar a Barcelona lo antes posible.  Pero, mi hijo, como un ser de otro mundo que parecía, como decían algunos de los médicos que conocieron a mi hijo en esta su gran desgracia, a la mañana siguiente, como pudo, se levantó y quiso continuar con su visita a Andorra.  

Mi madre, tenía una amiga que vivía en “Les Escaldes”, y cuando supo que estábamos en Andorra, nos invitó a comer. Cuando le hablé a mi hijo de esta invitación, se alegró; cogimos un taxi y nos fimos a casa de la amiga de mi madre.  Pero dio la casualidad que la casa, que era un chalet de montaña de dos plantas, estaba en obras, y a mi hijo le resultó muy difícil subir por las escaleras que es donde más obras había. Al sentirse tan inútil, tan acabado, se entristeció mucho. Y, él, siempre tan atento, pidió disculpas por el trabajo que nos había dado, y aunque a penas comió, alabó la comida que la amiga de mi madre había preparado con tanto cariño para él. Siempre queriendo hacer sentir bien a las personas que estuvieran con él.

Este mismo día, por la tarde, después de la comida, siempre con esfuerzos que impactaban, quiso entrar en un polideportivo donde había una pista de hielo. Nos sentamos en las gradas. Había un par de jóvenes patinando. Él los miraba en silencio y con mucha tristeza, debía preguntarse si se podría volver a calzar las botas de patinar sobre hielo. No le dije nada porque parecía que al poco de nada podía romper a llorar. Recuerdo que me decía que se había vuelto muy llorón, que esperaba que se le pasara. Sus botas especiales de patinaje sobre hielo las tengo guardadas en el armario. 

Arturo iba aguantado un día y otro pero de tal manera que me tenía el alma encogida, apenas se tenía en pie, daba trompicones…, pero todavía tuvo fuerzas para, con un taxi, ir a visitar los lagos, algunas ermitas y la Iglesia de Meritxell, Patrona de Andorra. Arturo, mientras estuviera consciente, por más mal que se encontrara e incluso por más perdida que tuviera la cabeza, nunca dejo de admirar las maravillas que nos ofrece la Naturaleza, y las maravillas hechas por la mano del hombre: arquitectura… pintura… música… Bien, la música era lo suyo.  Recuerdo que en la Iglesia de Meritxell recé por mi hijo… Como ya he contado no soy creyente, pero… recé…

Agotando las pocas fuerzas que le quedaban, quiso ir a visitar un camping que, recordaba había estado algunas veces con sus amigos en verano. No los encontró. Me dijo que lo sentía mucho, que le hubiera gustado mucho volverlos a ver. Los amigos a los que él se refería, amigos de toda la vida, estaban en Barcelona, unos estudiando, otros trabajando, y él no se acordaba.

Para rematar la visita a Andorra, quiso ir a comprar los regalos. Le dije que lo dejara correr, si era que ya no podía más! Pero me dijo que los tenía que comprar. Y con las muletas y apoyándose en la pared de la calle o allá donde podía aparte de mi brazo para descansar, fuimos a comprar los regalos. Primero de todo, la colonia para su abuela, la vendía solo en una farmacia. Después los regalos para los amigos y familia. Todavía tuvo ilusión para comprarse unas cosas para él: una figura muy bonita y unas copas de champan de diseño. Tenía muy buen gusto, Arturo. Y, para mí me compró unos regalos muy bonitos. Cuando le dije que no quería nada, que no se gastara el dinero conmigo, que se lo guardara, me dijo unas palabras que las tengo gravadas en mi corazón. Me dijo: “Madre, no me desprecies los regalos. Ya sé que lo que tú haces por mí no se puede pagar con regalos por más valiosos que estos sean, pero mientras no pueda pagártelo de otra manera, no me los desprecies ¡por favor!”.

Los malditos que mataron a mi hijo, nunca podrán entender la crueldad que cometieron con él. Si se me rompía el alma cuando la demencia senil que le provocaron gratuitamente le llevaba a aquellas situaciones que no sabía quién era ni en donde se encontraba, que lo veías tan perdido, tan indefenso,  tan destrozado… Cuando lo veías con aquella lucidez, como en aquel momento, sabiendo que en cualquier momento también podría volver a lo mismo de antes… Resulta muy difícil para mí explicar los sentimientos que me envolvían. ¡Muy difícil!... A no ser, ¡claro! lo de siempre: ¡Los mataré! ¡Los mataré!

Regresamos a Barcelona antes de lo que hubiéramos deseado, pero Arturo ya no podía aguantar más.

Muchas veces me he preguntado si valió la pena aquel viaje. No lo sé; por un lado pienso que sí, que él disfrutó de buenos momentos, por otro, sufría tanto… ¡No lo sé!

A la mañana siguiente de la llegad a Barcelona, vino a verle el doctor Oliveras. A verle y a controlarle un poco la “medicación”. Arturo estaba agotado, pero todo y así, tuvo ganas de contarle al doctor lo que recordaba del viaje. Se quedaron solos un momento. El doctor Oliveras le dedicaba siempre un tiempo para hacerle compañía y hablarle un poco de las cosas que sabía que le podían hacer bien: el estreno de una película que le podría interesar… la inauguración de algún restaurante especial, quedando incluso para ir a comer o a cenar todos juntos cuando él estuviera recuperado del todo… ¡Algunas mentiras piadosas!... El doctor Oliveras, era, un buen hombre que hacia lo que podía para mantener la ilusión a mi hijo, a aquel pobre muchacho al que le habían hecho aquella “gran putada”, como muchos decían.


LOS INGRESOS EN EL HOSPITAL DEL MAR SE IBAN REPITIENDO
Los ingresos en el Hospital del Mar se iban repitiendo y también las pruebas, análisis, TACS cerebrales… Siempre lo mismo y siempre esperando. Era como un ritual. Por qué y para qué si ya se sabía lo que había… Es difícil decirlo… Arturo era un caso muy especial…

A veces, cuando Arturo llevaba unos días en casa después de aquellas “milagrosas” pero falsas recuperaciones, me decía lleno de angustia y desesperación: “Madre, no sé qué es lo que me pasa, pero creo que tendré que ingresar otra vez en el hospital”. No sé lo que debía sentir mi hijo, pero lo cierto es que tenía que ingresar, siempre sin saber si saldría con vida. Le aumentaban la dosis de Dexametasona y sí, volvía a remontar, pero como el corticoide lo “machacaba” tanto, así que lo veían un poco estables, se lo volvían a rebajar  con lo cual a los pocos días volvía a recaer. 

Algunas veces se quedaba sin poder hablar… otras no nos conocía…otras… y así sucesivamente. Mi pobre hijo vivía una auténtica tortura, pero todo y así, como que era como un ser de otro mundo, su calvario no terminaría todavía.

OTRO VIAJE: ESTA VEZ A MADRID
Aunque, como ya he contado, yo confiaba plenamente en los médicos del Hospital del Mar, ¿cómo no?, siempre me había quedado la idea de que le viera el doctor Burzaco. Como que mi hijo a pesar de todos sus males, cuando se encontraba un poco con “fuerza”, siempre quería hacer cosas - mantenía una lucha constante consigo mismo -, decía que así se pondría bien más deprisa, yo intentaba ayudarle de la mejor manera que me parecía. A mi manera intentaba mantenerle la ilusión, sus esperanzas… No sé, ahora pienso que lo hice de la peor manera. ¡No lo sé!

Un día le pregunté a mi hijo si quería que fuéramos a Madrid a visitar al doctor Burzaco que tan bien se había portado con nosotros. Él, siempre dispuesto a todo, me dijo sin pensarlo que sí. Mi madre, pobre mujer, ya no me dijo nada sobre este viaje; como veía que mi hijo iba resistiendo, llegó a la creencia de que los médicos estaban equivocados y que mi hijo no moriría. Mi madre creía en los milagros, y recuerdo que me decía a menudo: “Ya verás, nena, como Arturo se pondrá bien. Los médicos están equivocados. ¡Él no morirá!”. En esta ocasión no se opuso porque creía también que sería bueno que el doctor Burzaco le viera. Otras voces, sí que me dijeron si era que estaba loca de llevare a Arturo a Madrid en las condiciones en que se encontraba. Los médicos del hospital, como siempre, si a él le hacía ilusión y podía aguantar… Preparamos de nuevo los “bártulos” que consistieron en lo mismo que nos llevamos cuando fuimos a Andorra y emprendimos el viaje.

Una anécdota: En el aeropuerto al pasar por el control del equipaje, vieron la imagen de un cuchillo en la maleta. Rápidamente nos apartaron de los otros viajeros y no hicieron abrir la maleta. El cuchillo estaba debajo de todo, en un rinconcito; para llegar al cuchillo tuvimos que vaciar toda la maleta: primero de todo salieron las naranjas. Mi hijo al ver las naranjas dentro de la maleta, se me quedó mirando con cara de sorpresa como preguntando…, después las bolsas que contenían la ropa de la cama, las bolsas de la ropa de vestir, las de los zapatos, las bolsas de los medicamentos, y, el exprimidor, y en una bolsita aparte el cuchillito que era para pelar las naranjas. 

Mi hijo, que desconocía el contenido de mi maleta, me seguía mirando sonriente y extrañado a la vez.  La policía me miró y miró a mi hijo y se dieron cuanta enseguida que no estaba enfermo. Le dije que el cuchillo era para pelar las naranjas, que no era para matar a nadie aunque ganas no me faltaba. La policía sonrió y nos hizo pasar. Mi hijo sonriendo y divertido me dijo: “Madre, eres la coña. ¿Cómo se te ocurre llevar naranjas metidas en la maleta?”. Arturo no acostumbraba a decir palabrotas, pero coña, es una palabra muy corriente en catalán que es como decir, eres única, que es lo que me decía cuando hacia alguna cosa que no se entendía muy bien el porqué la hacía. 

La verdad es que no tenía necesidad de llevar naranjas, porque al salir del aeropuerto nos iríamos directamente al hotel, no era como en Andorra que por el camino quizás hubiera tenido sed y no hubiéramos encontrado ningún bar. De todas formas fue divertido. Le dije a mi hijo: “Quizás se creían que con este cuchillo íbamos a atracar a los pasajeros”. Dentro de la pena, preocupación y angustia que sentíamos, teníamos estos momentos de “buen humor”.

Llegamos al hotel, que a diferencia de Andorra, fuimos directamente al que ya conocíamos. De hecho no era un hotel, era una pensión familiar, regentada por un matrimonio y su hijo. Era la pensión que habíamos estado y nos habían recomendado la primera vez que Arturo fue atendido por el doctor Burzaco. Eran unas personas muy amables y estuvieron muy contentos de volvernos a ver y de que Arturo estuviera bien aunque cuando les conté la realidad sintieron una gran pena. Siempre me decían refiriéndose a Arturo: “¡Qué buen muchacho se ve, y es tan atento, educado y simpático!”.

Hacia el atardecer, salimos a dar una vuelta. Nos quedamos a cenar en un restaurante. Él tenía esperanzas… Me contaba sus planes de futuro… En aquellos momentos era el Arturo de siempre aunque no consciente de su realidad. Al día siguiente todavía fuimos a pasear por el Parque del Retiro y a visitar algún lugar más que no conocíamos. Bueno, ya he contado que mi hijo era algo muy especial.

Bien, ya estamos en la consulta del doctor Burzaco. Se saludaron entrañablemente. Después de comentar las primeras impresiones, mi hijo me dejó muy sorprendida una vez más por la coherencia con que le hablaba al doctor Burzaco. Aunque el doctor no ignoraba la terrible realidad de mi hijo, incluso él también se sorprendió por lo bien que lo veía. Le dijo que ahora ya tendría que empezar con un poco de ejercicio, que el yoga le podría ir muy bien… 

Mi hijo, como si no pasara nada, le dijo que ya lo tenía en mente y que pronto empezaría. Lo dijo tan convencido que hasta creo que el doctor se lo creyó.  El doctor le dio consejos, él los aceptaba y contestaba correctamente… Yo tenía que hablar aparte con el doctor pero para no angustiar a mi hijo, quedamos en que nos llamaríamos. Nos despedimos y aparentemente todo muy bien. Lo que no se si el doctor llego a saber que al salir de su consulta en el ascensor, Arturo ya no se acordaba de a quien habíamos visitado ni de lo que hacíamos allí. Así le pasaban las cosas a mi hijo por la cabeza. El doctor Burzaco todo y sabiendo lo que había, quedó desorientado.

En este cortito viaje, en muchos momentos me pareció el Arturo de siempre, a pesar de su mal, alegre… ilusionado… Pero, Arturo empezó a dejar de comer y beber. Dejar de beber era lo más grave porque se deshidrataba rápidamente. Yo intentaba de todas las manera de que bebiera, pero me decía que no es que no quisiera beber, es que no podía. Nos sentamos en una cafetería de la gran Vía. Mi hijo, me comentó: “Madre, veo la Rambla distinta. ¿Qué quizás están haciendo obras?”. Mi hijo se creía que estábamos en la Rambla de Barcelona. Tuvimos que regresar rápidamente a Barcelona. Ingresó directamente al hospital.

Estaba totalmente deshidratado. Por más pendiente que yo estuviera, no conseguía evitarlo. En esta ocasión, creíamos que ya no saldría con vida. Pero, desgraciadamente para él, no sería la última vez que ingresaría ni la última vez que saldría con vida.

Recuerdo, en una ocasión que ingresé a mi hijo en el hospital todo y sabiendo que no podían hacer nada por él, que un médico de los que estaba en urgencia y ya nos conocía de otras veces - desgraciadamente éramos “famosos” en el hospital -, me dijo: “Ya sabe señora Navarra que en una de estas entradas su hijo no saldrá vivo. Nadie puede entender que con lo que le hicieron en su cerebro todavía siga vivo. Su hijo tenía que haber muerto el primer día que ingresó en este hospital. Nadie entiende como sigue vivo”. Y esto también lo comentaban entre los dos o tres médicos que estaban de urgencia. Yo les decía que ya lo sabía, pero ¿qué podía hacer?

Había un médico muy joven en el hospital, que también llegó a apreciar mucho a mi hijo y hacia algunas “escapadas” para estar junto a él y contarle cosas divertidas; esto, claro!, en sus momentos más estables. Este joven doctor, también me aconsejaba y me decía que fuera su hijo  haría tal o cual cosa… consejos, que sabía inútiles, pero bueno que podían ayudarle en su triste caminar.  Cuando le conté al joven doctor lo que me habían dicho los de urgencia, se enfado mucho y casi gritando, me dijo: “¡Esto ya lo sabemos todos pero no hace falta que te lo digan cada vez que vienes al hospital!”.

Puede parecer que los médicos de urgencia fueran personas crueles al decirme lo de mi hijo con tanta dureza,  pero no eran malas personas, les conocía y eran buenas personas, lo que ocurre es que no querían que tuviera falsas esperanzas por no haber de padecer más después. Yo les decía que no se preocuparan, porque la muerte de mi hijo ya la tenía asumida. Pero… no era cierto aunque yo me lo quería creer. Lo que ocurre es que la muerte de un hijo no puede asumirse nunca y menos cuando se produce por un hecho incomprensible, terrorífico, cruel como era en el caso de mi hijo. Sólo me iban confirmando lo que legalmente nadie podía negar, pero… que los jueces como se verá…


EPISODIOS DRAMATICOS INCREIBLES
Resultándome imposible recordar los hechos cronológicamente, ya que estos pasaban con tanta rapidez que únicamente se podrían situar en su justo lugar si una cámara los hubiera gravada desde un principio hasta el final,  y eso… explicaré los recorridos lo mejor que me sea posible, al azar lo mismo que cuando el viaje a Andorra.

Para que se entienda un poco la situación, pondré un ejemplo que, aunque pueda parecer un poco “peliculero”, desgraciadamente, era como nos sentíamos, es decir, como me sentía yo, porque mi hijo, ¡pobrecito!... La situación era como si nos estuvieran persiguiendo todo el tiempo y nosotros intentando escapar… escapar… que era la realidad de lo que estábamos haciendo: Intentar escapar de lo que perseguía implacable a mi hijo: la muerte. Puede parecer “peliculero”, pero era así, y cada día que pasaba era un intento de burlar a la muerte. Aunque, como se sabe, nadie puede burlas a la muerte porque al final siempre tiene la partida ganada, y con mi hijo, la tenía ganada con creces.

A veces, la sensación era como si nos hubieran lanzado dentro de un corredor con todo de puertas cerradas pero que teníamos que cruzar sin saber lo que nos encontraríamos detrás de cada una de ellas. Y si habría un precipicio que nos llevaría al final de todo. Era una situación tan desesperada que no sabes cómo explicarlo para que se pueda comprender con toda su intensidad y crudeza. Cada día intentando vivir un día más, pero lo peor de todo sin esperanza…

Quizás si mi hijo no hubiera sido un chico tan vital por naturaleza, sin tantos intereses en la vida, quiero decir que no hubiera estado interesado en disfrutar de todas aquellas cosas que formaban parte de su vida, de su propia naturaleza, no sé, quizás su lucha no hubiera sido tan intensa, tan desesperada… Quizás se hubiera quedado todo el tiempo en la cama sin ánimos para hacer nada, sin ningún interés, ninguna motivación… No lo sé… O, que no hubiera sido tan fuerte. Pienso que la lucha que llevó a cabo mi hijo contra la radiación, fue como de ciencia ficción, al menos esto es lo que decían muchos de los médicos que lo trataron en esta gran desgracia, en esta gran putada que le habían hecho como oía repetir tantas veces. También decían que si Arturo se hubiera quedado en el hospital quizás no hubiera vivido tanto porque las atenciones especiales que tuvo en casa en el hospital no se las hubieron podido dar. Esto me lo dijeron algunos médicos. Siempre me he preguntado si hice bien llevándome a mi hijo a casa.

Como que Arturo cada vez menos tiempo se podía mantener en pie, para que no quedara invalido y confinado a una silla de ruedas antes de morir que hubiera sido una cosa terrible añadida para él – aunque ya padecía a menudo paralizaciones, después se recuperaba, malamente, pero con muletas o bastos, podía mantenerse un poco en pie -, pues se le animaba a que andará e hiciera recuperaciones, y él con el dolor que sentía lo hacía. Siempre dispuesto a todo por más mal que se lo pasara, aunque después, los esfuerzos, lógicamente, le pasaban factura.

En una de las veces que a Arturo le dieron el “alta” en el Hospital del Mar, en una de aquellas salidas tan llenas de angustia por lo que pudiera pasar,  fuimos directamente al Hospital Pere Camps, porque nos dijeron que era uno de los mejores centros para hacer recuperación.

Antes habíamos ido al Instituto Gütman, centro especializado en todo tipo de paralizaciones, especialmente para personas tetrapléjicas debido a accidentes de tránsito o a malas caídas. Pero a mi hijo no lo quisieron admitir porque dijeron que el caso de mi hijo “era terminal” y ellos aquellos casos no los trataban. Cuando les conté el porqué mi hijo estaba en aquellas condiciones quedaron aterrados, me dijeron que nunca habían oído una cosa tan terrible como aquella. Bien, como todo el mundo.
Mi hijo, me preguntó por qué no lo aceptaban, le tuve que contar una mentira piadosa, claro, no tenía otra opción. Le dije que no lo aceptaban porque él estaba demasiado bien para estar allí. Siempre mintiéndole, él que nunca había aceptado las mentiras, ahora…

El primer día que llegamos al Hospital Pere Camps, cuando llegó la hora de ir a dormir – dormir, ¡otro martirio! -, me dispuse a lavar a mi hijo y a ponerle las pomadas que le aplicaba cada día. Vino la enfermera, y enfadada me dijo que aquello le correspondía a ella. Lógicamente era así, le correspondía a ella. Le entregué unos paños de hilo que empleaba para lavarlo y el jabón especial que me dieron en el Hospital del Mar. Enfadada todavía, me dijo que ellos tenían sus propios jabones y esponjas. Bien, me callé, pero cuando le saque la chaqueta del pijama a mi hijo y vio todos los tejidos de su cuerpo llenos de esquinces y llagas, se echo par atrás asustada. Me dijo que, aquello ellos no lo trataban, que mi hijo estaba allí para su recuperación muscular.  Le contesté, que como ya lo sabía por eso  iba preparada.

La enfermera quiso saber lo que le había pasado a mi hijo; cuando le conté como todos, se quedó impactada. No lo podía creer, dijo que ¿clamaba al cielo! Resultó ser una chica muy amable. Pero tuve que seguir lavando a mi hijo y poniéndole yo las pomadas. Siempre me he preguntado: ¿Qué hubiera pasado si mi hijo no hubiera tenido a nadie que le atendiera?

Estuvimos muy pocos días en ese hospital, porque aparte de que las recuperaciones no le servían para nada, corría el riesgo de que se cayera y se rompiera algún hueso. El médico que se ocupaba de las recuperaciones era, digamos, un poco “especial”. Un día le pregunté, cómo veía a mi hijo. Una pregunta, creo, bien normal. Le hice saber el temor que yo tenía debido a lo mal que tenia los huesos y la musculatura. Y, sin venir a cuento, me dijo: “Lo que tiene su hijo es demasiada madre. Si se cae ya se levantará”. Bien, me planté, y le dije: si tiene demasiada madre va por todos los que no la tienen. Y si mi hijo se cae innecesariamente y se rompe algún hueso, ya veríamos lo que pasaría. Me pidió disculpas. Después deje de verlo. En el hospital se comentó que alguien le había dado una paliza. No me extrañó.

Otro día, en este mismo hospital, le quitaron una de las medicaciones que estaba obligado a tomar. Cuando pregunté a una de las hermanas, me dijo que como ahora estaba en este hospital tenía que seguir sus pautas. ¡Siempre peleando! Le dije a la hermana que mi hijo tenía que seguir las pautas de sus médicos del Hospital del Mar, que si era que todavía no se habían enterado de lo que tenía mi hijo. Me volvieron a pedir disculpas diciéndome que tenía razón. La prepotencia de algunos médicos la pagan los pacientes, y esto habrían que cortarlo, pero… Quizás como me dijo la Jefa de Servicio, una persona muy maja y luchadora, la culpa la tenemos los pacientes, nosotros, por no denunciar todo lo que se debe de denunciar. Creo que tenía toda la razón.

Las recuperaciones también se intentaron con corriente eléctrica en un centro de mucho prestigio. No pudo resistir más de un par de veces. No sé porqué me obstinaba…

Como que él, siempre estaba dispuesto a todo, yo con mi afán de ayudarle y mi obstinación, contrate a un especialista que venía a casa a ponerle unas “férulas” para intentar que los huesos se le reforzaran y se pudiera mantener más tiempo de pie. Todo de los más absurdo, porque sus huesos ya no se podían regenerar y todo este tipo de recuperaciones lo único que conseguían era hacerle sufrir más. Físicamente porque su estado eran tan caótico que por más fuerza de voluntad que le pusiera, a veces casi se desmayaba; psicológicamente, porque veía que todos sus esfuerzos no le servían para nada. Con todo se entristecía mucho, y yo, no sé cómo no me daba cuenta de lo inútil que resultaba todo.

Cuando mi hijo quedaba ingresado en el Hospital del Mar en uno de sus múltiples ingresos, y se recuperaba un poco, la fisioterapeuta del hospital,  señora María Rosa, una mujer encantadora, le hacía unos masajes muy suaves, le resultaban reparadores.  Como que el hospital se convirtió por desgracia en la segunda casa de Arturo durante los cuatros años y seis meses que impensable viviría, pues la señora Rosa ya le conocía. Le propuse que si podía venir a casa dos o tres veces por semana para darles aquellos masajes que parecía que le mantenían las piernas un poco más vivas. Esto, claro, si Arturo podía salir del hospital. Me dijo que sí, y atendió a mi hijo hasta su muerte. Se convirtió en una buena amiga de mi hijo y de la familia.

A veces, cuando veía a mi hijo tan acabado, que era casi siempre, le decía: si hoy no te ves con ánimo de hacer los ejercicios, déjalo correr. Eran muy suaves, pero como tenía el cuerpo tan destrozado… Pero él, pobre hijo mío! siempre tan agradecido, me decía: “No, madre, porque María Rosa hace un sacrificio viniendo y lo hace con mucha ilusión. Sería un gran desprecio por nuestra parte decirle que no venga”. Ella le explicaba cosas divertidas y él soportando el dolor como podía, se distraía. Sé que cuando mi hijo murió, María Rosa tuvo un gran disgusto. Se lo llegó a querer mucho a Arturo, como él a ella. En más de una ocasión fuimos las dos a la Catedral para rezar por el alma de mi hijo. La tengo siempre en mi recuerdo con un gran cariño y agradecimiento.

Los días que mi hijo necesitaba la silla de ruedas para poder salir a dar un paseo y le venían ganas de orinar, como no podíamos entrar en los lavabos de los bares con la silla, siempre necesitábamos la ayuda de algún camarero, produciéndose una situación embarazosa y angustiosa para mi hijo. Para buscar una solución, recurrí a un centro de disminuidos físicos que además eran propietarios de un servicio de ambulancias. Les expliqué el caso y lo mismo que todo aquel que se enteraba dejeron lo mismo, que era un caso que “clamaba al cielo”. Me preguntaron si la lo había denunciado; les dije que sí, y me dieron ánimos para tirar adelante sin desfallecer. “Quienes habían hecho aquello tan terrible a mi hijo, no podían quedar impunes”.

Para el problema de las salidas, me dieron la solución que ellos utilizaban: era como un preservativo bastante grande con la punta cortada que a la vez iba unido a un tubo unido también a una bolsa que se ataba a la pierna. Nos pareció que podría ser una buena solución, si a ellos les iba bien por qué no a mi hijo. Peo Arturo tenía los tejidos tan mal y las partes genitales tan delicadas, que cualquier roce no lo podía soportar. Sólo se pudo intentar una vez. Cuando salíamos con la silla de ruedas rogábamos para que no le vinieran ganas de ir al lavabo. Era una angustia constante para mi querido hijo. Aunque él, ya saben, con su gran fuerza de voluntad, así que podía cogía el bastón, las muletas o se cogía a mi brazo y así salíamos a dar una vuelta.

Desde la primera vez que mi hijo salió del Hospital del Mar, como recordaré, mi hijo ya no pudo hacer nada por sí solo: Ya he explicado el por qué y el cómo salió. Y le recuerdo tan lleno de tristeza cuando me decía: “Madre, no sabes cuánto siento todo lo que has de hacer por mí. Te prometo que cuando esté bien te recompensaré por todo. ¡Te lo prometo madre!”. Y, ¡recuerdo tanto lo que me dijo en Andorra cuando yo no quería aceptarle los regalos que me hizo! Aunque el pobre, como también he contado, a veces no se acordaba de lo que había hecho segundos antes. Pero, un día, por una de aquellas cosas extrañas que le pasaban a mi hijo en su cabeza, y por aquella necesidad que tenia de no rendirse nunca, de no parar de aprovechar su tiempo que para él era tan importante cuando la demencia le procuraba aquello momentos de claridad, una de las veces que estaba más estable me sorprendió y me angustió a la vez cuando me dijo: “Mamá, me gustaría asistir a una academia que hay muy buena de “Sonido e imagen” para perfeccionar la fotografía.  ¿Qué te parece si me apunto?”. De momento me quede sin saber que responder. Me asustaba cuando me proponía cosas como esta y me hablaba con tanta claridad y tan convencido de lo que quería hacer. Lógicamente si no hubiera sido por la demencia que le provocó la radiación, hubiera sabido que no lo aguantaría, pero no era consciente.

Este era un curso caro como suelen ser estos cursos especiales y que además se ha de pagar por adelantado. Fuimos a que lo apuntaran. No faltaron voces que me dijeron que aparte de tirar el dinero a él no le haría ningún bien, pues cuando se diera cuenta de que no podía seguir como los demás, se derrumbaría. Sé que me lo decían de buena fe, pero el dinero era de la herencia de su padre y de la parte del dinero que le correspondía de los negocios, y, aunque él, buen y espléndido hijo que era, me decía que él del dinero de la herencia ni de los negocios no quería nada, que todo era para mí que bastante trabajo me daba, yo no podía privarle de aquellos momentos de ilusión aunque después resultaran fallidos o más doloroso para él. De todas formas aunque él no hubiera tenido dinero, yo se lo hubiera pagado, como creo que así se puede entender.

En este caso, tristemente pasó lo mismo que en otros casos que también intentó hacer cosas y no pudo. Se desesperaba y me decía: “No sé qué es lo que me pasa pero, sabes, madre, parece como si nunca hubiera aprendido nada”. Y arrancaba a llorar desconsoladamente. Todo y así, todavía consiguió hacer unas buenas fotografías de estudio y otras de interesantes. ¡Nunca se rendía!

Como se puede comprender solo pudo asistir a la clase unos pocos días y haciendo un esfuerzo sobrehumano. Yo lo llevaba, claro. Lo esperaba en una cafetería y lo recogía. Lo recuerdo bajando los pocos escalones que separaban la academia del vestíbulo que daba a la calle. Bajaba despacio,  con su cuerpo maltrecho pesado, con una mano cogiéndose a la barandilla y con la otra la cartera y el bastan, la máquina colgada de un hombro. Todos los demás muchachos y no tan muchachos bajaban deprisa delante de él. Él se iba quedando sólo. Ya se habían marchado todos y él seguía bajando los cuatro escalones… En otro tiempo, seguramente, hubiera bajado con los demás muchachos y quizás hubieran ido a tomar todos juntos un refresco para comentar sus trabajos, sus experiencias… Pero, ahora, ¡tan solo!… Yo le hacia una señal por si quería que fuera a ayudarle, pero él con una sonrisa y guiñándome un ojo, hacia un gesto como queriendo decir: “Y, qué vamos a hacer: Paciencia como tú dices”.

Algún día, si no estaba demasiado agotado, nos sentábamos en alguna cafetería del Paseo de Gracia, ya que la academia estaba junto al edificio de la “Pedrera”- calle Provenza-Paseo de Gracia. Según el día, me contaba sus esperanzas, desesperanzas, sus dudas sobre lo que le estaba pasando, preguntas difíciles de responder…Al llegar a casa se tenía que tumbar en la cama rápidamente porque no se aguantaba. Cuantas veces veía como las lágrimas le caían por su rostro tan pálido; lloraba bajito, en silencio para que no le oyera. Siempre intentaba que yo no le oyera. Creo que mi hijo no me explicaba todo lo que podía sentir ante su situación, sus miedos, su incertidumbre ante lo que pudiera venir… 

Lo habían convertido en un demente senil, pero como él decía con toda la razón y con mucha tristeza: “Madre, no me habléis como si fuera un tonto porque tú sabes que no lo soy”. Seguramente, a veces, para no entrar en profundidad sobre algunas de las preguntas que nos hacía, le contestábamos ligeramente, como si no nos esteráramos demasiado de lo que nos preguntaba. No me daba cuenta, pero le hacía sentir muy mal. ¡Me daba tanto miedo que pudiera descubrir, o se diera cuenta de la verdad!

Otras veces, también, cuando mi hijo se encontraba un poco más fuerte y claro de mente, al menos momentáneamente, íbamos al cine o al teatro. Arturo había sido una persona muy crítica y profunda en sus convicciones. A él le gustaba discutir los temas y llegar a la raíz de los problemas que se planteaban y como lo resolvía el guionista si se trataba de una película u obra teatral sacada de una novela literaria. También disfrutábamos con las películas de Walt Disney; la última que vimos fue “Fantasía”, muy interesante por la música. Muchas de las buenas películas que he visto han sido recomendadas por mi hijo. Algunas veces todavía podíamos comentar algunas cosas, otras… cuando salíamos del cine o de cualquier otro lugar, me cogía del brazo, y bajito y como encogido, me preguntaba: “Madre, ¿qué hacemos aquí?”, o: “¿De dónde venimos?”. Era trágico…

Otro episodio muy duro, fue en una de aquellas idas y venidas con la ambulancia. Mi hijo con una expresión de dolor difícil de describir, mirándome fijamente me dijo: “Madre, ¡tengo miedo!”. Aquel ¡tengo miedo! dicho en aquella forma, mi hijo que siempre se mostraba fuerte por más mal que estuviera, que siempre decía que todo iba bien, disimulando claro, fue como una losa que me dejo sin poder respirar. Era la primera vez que mi hijo me decía que tenía miedo y de una forma que te destrozaba el alma. ¿Qué quizás mi hijo se estaba dando cuenta de que estaba en un verdadero peligro? No sé si otras veces también se había dado cuenta, yo creo que sí, pero nunca me lo había manifestado de aquella forma. Parecía que era una de aquellas veces que íbamos definitivamente hacia el final de su vida, pero ¡no!. A mi pobre hijo todavía le faltaba lo peor.

Otra vez, también en la ambulancia, mi hijo empezó a mirarme  fijamente, como escudriñándome. Al cabo de un rato de no sacarme los ojos de encima, me preguntó: “Madre, ¿dónde está aquella chica que venía con nosotros y estaba tan triste?” Para mi hijo, en un momento dado, yo fui aquella chicha triste que venía con nosotros en la ambulancia. Me dije que tenía que disimular más mi pena para no asustarle. Le dije a mi hijo que, “aquella chica se había ido a su casa y que ya no estaba tan triste, Qué estuviera tranquilo”. Hizo un gesto, como diciendo, “está bien”. Le cogí las manos fuertemente, y él también hasta donde pudo. Las cosas estañas que le hacia la radiación o sus consecuencias en la cabeza de mi hijo.

Una noche que tuvo que ingresar de urgencia en el Hospital del Mar, de allí lo enviaron a la Clínica Quirón para que le realizaran un TAC de urgencia. Su psiquiatra, doctor Ros, cuando lo supo vino rápidamente a estar con nosotros. Los médicos que estaban atendido a mi hijo, le dijeron al doctor: “Esta vez, este muchacho, ya no saldrá con vida. Nadie puede vivir tanto tiempo con el cerebro como él lo tiene. Nadie entiende como puede sobrevivir tanto”. Me preparé para lo peor, pero… Arturo, sobrevivió otra vez.

Arturo era tan delicado y atento, que incluso estando en el hospital que siempre que ingresaba era par lo mismo, porque deshidrataba, por subida extrema de sodio, infecciones de orina muy dolorosas, paralizaciones, perdida de conocimiento… el edema que se descontrolaba…en fin, todo lo que le podía llevar a la muerte. Como digo, era tan atento y delicado, que así que se recuperaba un poco, y recuperaba la conciencia, me decía: “Verdad madre que estas enfermeras son muy atentas y buenas personas? Hemos de hacer alguna cosa. Mira, me dejas dinero que ya te lo devolveré cuando lleguemos a casa, y les compras unos ramos de flores bien bonitos”. Lo recuerdo queriendo escribir las tarjetitas de dedicatoria; no podía, solo hacia garabatos, el bolígrafo le caía de las manos, pero cuando le decía que lo dejara que ya lo haría yo, no quería porque decía, “Qué sería una falta de atención por su parte”. ¡Siempre tan detallista! Las enfermeras lo agradecían mucho, después de años de entradas y salidas del hospital, las más antiguas le conocían mucho y le apreciaban y las nuevas enseguida le cogían aprecio también.

Era tan compresivo Arturo, que cuando las enfermeras le pedían perdón por el daño que le pudieran hacer al ponerle la inyección o el catéter – a veces el catéter se lo ponía en una arteria ya que no tenía venas por donde pinchar -, les decía: “Perdonarme vosotras por el trabajo que os doy. Sé que me he vuelto un quejica”. ¡Pobre hijo mío! Con tanto dolor, y preocupándose por el trabajo que daba a las enfermeras. A veces me recrimino tanto el mal que le hacía pasar a mi hijo para intentar ayudarlo. ¿Ayudarlo?...

Cuando Arturo ingresaba en el hospital con fiebre muy alta, y casi deshidratado, como ya he comentado se deshidrataba con mucha facilidad, yo le insistía para que bebiera, agua, zumos, lo que fuera. Si bebía se ahorraría el suero y las vías que ya no se le aguantaban por ninguna parte. Las venas se le rompían y el suero se le iba por todas partes poniéndole los brazos como una bota. Le hacía padecer porque yo insistía e insistía para que bebiera; quería a toda costa evitarle el catéter y le reñía como si fuera un niño pequeño. No me daba cuenta de lo que hacía y me maldigo por ello. Le recuerdo con aquel rostro tan pálido, tan acabo, como sin poder contener el llanto me decía: “Madre, por favor, no te enfades conmigo: No es que no quiera beber, es que no puedo. Entiéndelo, por favor”. Los médicos me decían que no era cuestión de querer o no querer; era cuestión de que el cerebro ya no tenía capacidad para dar la orden de beber. Al final siempre terminaban poniéndole el catéter. Pero, mi querido hijo, sin poder ya más, él, no quería morir y entretanto mantuviera la cabeza un poco clara, hacía todo lo que los médicos le indicaban.

En otro de los numerosos ingresos en el hospital del Mar sin saber lo que podría ser de él, cuando lo estabilizaron se quedó sin poder andar nada. Permaneció unos días en cama sin moverse.  Pero pasados unos días, las enfermeras le dijeron, que tenía que empezar a levantarse un poco, que tenía que andar, que era para su bien. Le dijeron: “Hoy espabila Arturo, que te vamos a poner bajo la ducha”. Y él, con una expresión de sorpresa, pero siempre dispuesto, exclamó: “¿Sí? ¡Hombre! ¡Muy bien!”. Entre dos enfermeras lo pusieron debajo de la ducha, como que no se aguantaba, las piernas se le doblaban, pues se iba agarrando por donde podía, y él con una gran preocupación les iba diciendo: “¡Perdonadme! ¡Perdonadme!”. Una de las enfermeras, en plan de broma le dijo: “Te aseguro Aturo que ni mi marido me dado un repaso como el que tú me estás dando”. Terminaron riendo. Hicieron un poco de broma…

Después, ya arreglado, le dijeron que tenía que andar un poco. No puedo describir la pena tan grande que me daba mi hijo. Lo llevaban entre las dos enfermeras, él, sus brazos sobre las espaldas de las muchachas. Era muy de agradecer el esfuerzo que hacían aquellas enfermeras. Él iba arrastrando sus pies…Por el pasillo encontramos a un hombre – un paciente -, con el que ya habíamos coincidido otras veces. Era un buen hombre. Al ver a Arturo le dijo: “Arturo, ¿otra vez tú por aquí?”. Y Arturo, con cara de sorpresa y sonriente, le contestó: “¡Hombre! ¿Cómo está? ¡Qué alegría me da volver a verle!”. Pero como que no podía hablar demasiado porque las pobres chicas no podían aguantar demasiado “cargando” a Arturo, le dijo: “Yo ya lo ve, otra vez por aquí ¡Qué le vamos a hacer! ¡Ánimo, hombre! ¡Hay que seguir! ¡Qué le vamos a hacer!”, repetía. Y se despedía con aquella expresión tan bonita que tenía medio sonriente, medio de tristeza. Aquel buen hombre, les explicaba a las personas que se encontraban en el pasillo, familiares de los enfermos, que miraban y saludaban a mi hijo con pena y también con ternura, lo que le habían hecho a Arturo un par de médicos miserables: “¡Pobre muchacho! ¡Pobre muchacho!”, decían…

Y mi hijo, volvía a la habitación arrastrando todo su mal, con un rostro agotado que no parecía el suyo, denotando su gran sufrimiento pero en silencio. ¡Cómo maldecía a aquellos hijos de la gran puta que habían hecho aquel daño a mi hijo! ¡Cómo los maldecía!

A pesar de sufrir auténticas paralizaciones, estando en el hospital, más de una vez, mi hijo me había pedido  para salir a dar una vuelta por el Paseo Marítimo, para ver a los viandantes, me decía. En estas ocasiones no teníamos más remedio que coger la silla de ruedas, de lo contrario, bueno, ya no nos hubiera pasado por la cabeza salir. En una de las ocasiones, me pidió que le llevara la máquina de fotografiar. También quiso que le llevara a pasear por el jardín del hospital. Era un jardín muy bonito, con árboles frondosos y algunos espectaculares traídos expresamente del Brasil hacía muchos años. Eran árboles centenarios…

Arturo, fotografió el jardín desde diferentes ángulos y la capillita donde se encontraba una imagen de la Virgen del Mar, en la que su abuela le llevaba flores… Los médicos se quedaban impactados ante la actuación de mi hijo, de la capacidad que tenía de sobreponerse a sus momentos críticos  y, todavía de su capacidad de disfrutar del mar, de los viandantes, del jardín… Sé que los médicos se desesperaban viendo que nada podían hacer por aquel muchacho que ignorante  del final que le estaba  aguardando, todavía luchaba y disfrutaba de lo que la demencia la permitía.

El jardín y los árboles, desaparecieron cuando remodelaron el hospital para convertirlo en, “Hospital Olímpico”. Todo fue tirado al traste a pesar de las voces que se levantaron para salvar a los árboles, tanto desde el mismo hospital, como de los visitantes. A estas voces también se unieron las de mi hijo y mi madre, por aquello de la capillita.

Recuerdo que el capellán del hospital, un buen hombre que cada día venia a ver a mi hijo, estaba muy disgustado por todo aquello. Un día, cuando vio todos los árboles cortados tirados por el suelo, los nidos también por el suelo y los pajarillos buscando a sus crías, exclamó: “¡Se ha cometido una auténtica masacre!”. Y, tenía razón. Con buena voluntad se hubieran podido salvar a todos aquellos árboles, que según nos contaron, traerlos del Brasil en aquella época costaron una fortuna, Además, es que era especies muy específicas, hoy día creo que están protegidos. No había necesidad de cortarlos de mala manera y dejarlos tirados como si fueran basura. Este nuestro país, tan “respetuoso” con la Naturaleza…

¡CUANTOS SUFRIMIENTOS DE MI HIJO SE ESCONDEN EN ESTE HOSPITAL DEL MAR!
Cuatro años y seis meses de lucha desesperada, de esperanzas y desesperanzas, de entradas y salidas interminables, con las ambulancias arriba y abajo. De soportar sufrimientos y dolores terribles… Miedos, esfuerzos sobrehumanos… Y, todo ¡tan inútil!...

Recuerdo aquellas noches en las que mi hijo se quedaba un poco adormecido debido a tanto agotamiento, que yo aprovechaba para salir un poco a la terraza del hospital: iba a pensar… a pensar… ¡Siempre pensando! El qué… No sé…

La terraza daba al Paseo Marítimo, delante tenia al mar. Aquel Mar Mediterráneo tan nuestro y que siempre había encontrado tan bonito con sus salidas de sol… Recordaba que cuando Arturo era un niño algunas veces lo habíamos llevado a la playa para que viera salir el sol… Él ya se pasaba toda la noche sin dormir pensando en la salida del sol… Y, ¡ahora!... ¡Qué triste me parecía!...

Desde aquella terraza vimos como empezaba las obras de la Villa Olímpica. Decíamos que no las terminaría a tiempo. Cuatro años duraron las obras del Puerto; Arturo vivió cuatro y seis meses. Recuerdo, ¿cómo no?, que mi hijo tenía una gran ilusión para asistir a los JJOO. Me dijo que no dejara de comprar las entradas para no perdernos ni uno de juego. No pudo asistir ni a uno. Los médicos que asistieron a la inauguración, le contaron cómo había sido. Él se los agradeció mucho.

Cuando se dio cuenta de que no podrías asistir a ningún juego, sin perder el ánimo, me dijo: “A ver, madre, si con un poco de suerte podemos asistir a la clausura”. ¡Pobre hijo mío! Sólo pudo ver desde su cama de refilón el resplandor de los juegos artificiales de la clausura.  Arturo había ingresado de nuevo en el hospital sin saber, una vez más, lo que sería de él. Siempre expectantes, siempre llenos de terror… Pero Arturo salió una vez más con vida, regresó de nuevo a casa. Él seguía recibiendo cartas de sus amigos, algunos en el extranjero, cartas que quedaban sin contestar porque cuando intentaba abrir los sobres se le caían de las manos, decía que ya les contestaría otro día… También recibía programas de música, invitaciones a conciertos… Un día, por casualidad, quedó abierto encima de la mesa del despacho, un programa en el que se anunciaba un concierto: el de Lluís Llach, en el Moll de la Fusta.

CONCIERTO DE LLUIS LLACH.
Arturo se fijó en el programa que estaba encima de la mesa, y con cara de sorpresa, lo miró, estuvo un rato pensativo y, espontáneamente y decidido, me preguntó, si le podría acompañar al concierto, porque él solo no se veía con fuerzas. Me espantó, porque yo tampoco me veía con fuerzas y no quería contratar a nadie para que le acompañara. Cuando había contratado a un acompañante me hacia padecer mucho, porqué…  pensaba: ¿Y si por el camino le pasa algo malo? En su situación cualquier cosa podía pasar de un momento a otro.

De momento puse una excusa por si podía sacárselo de la cabeza, pero, me dijo: “Madre, tú sabes que si pidiera ir solo no te molestaría, pero sabes que no puedo, y, ¡hace tanto tiempo que no voy a ningún concierto!… ¡Hazme este favor, madre!”. Y, yo, ¿cómo podía negarme si con toda seguridad sería el último concierto al que podría asistir? Pero… ¿cómo llegaríamos con la silla de ruedas en medio de tanta gente que con toda seguridad habría? Cuando llegó el día del concierto, Arturo no quiso coger la silla de ruedas: dijo que se sentí fuerte. Todavía me asusté más, pero tenía que disimular porque si no lo hacia él enseguida me preguntaba si era que pasaba alguna cosa mala o si no me encontraba bien, y, entonces él también se asustaba. Además, no podía hacerle aquella mala pasada, si aquella salida le podía dar un poco de ilusión a su atormentada vida.

El día del concierto, estaba más sereno y animado. Valía la pena probar y si podía disfrutar un poco del concierto!... Cogimos las muletas, y yo una silla plegable – no sabía si allí encontraríamos sillas vacías, con toda seguridad que no -, y el número de teléfono de la ambulancia. La verdad es que no sabía lo que podrías pasar; no estaba segura de que pudiera aguantar todo el concierto. Bien, nos emocionamos con las canciones de Lluís Llach,  y su orquesta. Incluso al terminar el concierto, mi hijo quiso dar una vuelta por el recinto que estaba en fiestas. Hasta cantó bajito, ¡claro!, unas canciones de Llach que la tenía olvidadas y le vinieron a la memoria y que precisamente Llach no había cantado. Era una de aquellas cosas tristes que le pasaban en la cabeza de mi hijo: de aquí aquí, no se acordaba de nada, de aquí aquí se acordaba de las letras de canciones, de poesías… Y, eso, era “una gran putada”, porque cuando él se daba cuenta le hacía padecer mucho y se preguntaba desesperado el por qué le pasaban aquellas cosas. Cuántas veces habíamos pensado que hubiera sido mejor dejarlo del todo como un deficiente mental sin memoria… ¡En fin!...

A menudo la ilusión que todavía tenía mi hijo, no le hacía darse cuenta de los grandes esfuerzos físicos que tenía que hacer, que como siempre le pasaban factura. Llegamos a casa – siempre encontrábamos taxistas muy amables dispuestos a ayudarnos, Él, como se puede comprender, totalmente agotado. Al llegar cayó casi desmayado en la cama.  Todo y así, con voz que apenas si se le oía, al darse cuenta de mi preocupación, me dijo: “No te preocupes por mí, mamá, estoy bien y he estado muy feliz!...


Él, ¡pobre hijo mío!, siempre que le preguntabas cómo se encontraba, respondía, que bien. Cuando yo le decía que no tenía porque disimular, que cuando uno está mal, pues está mal, me decía: “Sí, ya lo sé madre. Pero no tengo porque amargar la vida a los demás con mis historias. Bastante las tenéis que aguantar vosotros. Qué ganas tengo de que todo esto se acabe. ¡Qué ganas tengo, madre!.”. Él, todavía tenía esperanzas de que todo lo que le pasaba, acabaría bien… Hasta el final, ¡un gran luchador!

EMPIEZAN LAS CAÍDAS APARATOSAS
UN SUFRIMIENTO MAS AÑADIDO
Siempre que le era posible, Arturo, intentaba dejar la silla de ruedas y sujetarse en mi brazo, en el bastón… o con el bastón y mi brazo, según su estado.

Si bien podemos decir que las crisis de paralizaciones las teníamos controlada, algo muy importante, porque tal y como tenia los huesos  si se caía se le podían romper con mucha facilidad, algo que ya he explicado en el episodio desagradable con el médico del Hospital Pere Camps, y sólo le hubiera faltado esto, en un momento dado lo que le empezó a fallar estrepitosamente fue su musculatura. Huesos y musculatura que él había tenido tan fuertes, ¡tanto!, recordaré había practicado mucho deporte desde niño. La musculatura le empezó a fallar y no valía que estuviera apoyado en cualquier lugar seguro, que estuviera cogido a mi brazo, y de nos estar en la silla de ruedas, las rodillas se le doblaban y caía al suelo con todo su peso sin dar tiempo a cogerlo. Estas caídas eran muy peligrosas para él, se había engordado mucho y caía como un peso muerto. Otro sufrimiento añadido. Entonces ya no valían recuperaciones, ni ejercicios ni nada de nada, aunque se le continuaban haciendo las mismas cosas para que él viera que se le atendía como siempre, y aunque, como sabíamos desde el principio nada podido recuperar lo ya perdido, el no lo sabía…  

Al principio yo dormía en una habitación cerca de la habitación de mi hijo dejando la puesta abierta, pero después lo trasladé a la habitación de matrimonio que era muy gran para poderlo vigilar mejor, porque como que él no era consciente o no se acordaba que podía caer, se levantaba por la noche, se desorientaba, se daba golpes contra los muebles y se caía, o si se quejaba como que apenas se le oía, yo no me entera, y de esta forma le podía vigilar más y a la vez estar más tranquila. Todo y así, algunas veces me vencía el sueño y me quedaba dormida. A veces me despertada sobresaltada por los golpes que se deba y que desorientado se quejaba asustado. Los malditos le habían convertido en un niño pequeño asustadizo… Cuando le preguntaba el por qué no me llamaba, él, siempre tan cariñoso, me decía: “Es que, madre, te veo tan cansada que no quería despertarte”. Pero las caídas debido a la debilidad de la musculatura ya eran diferentes.

Una noche que también me quede dormida, me despertó un ruido muy fuerte. Arturo se había levantado silenciosamente y se había caído. ¡Qué cuadro más doloroso! Estaba en el suelo todo lo largo que era  de cara hacia arriba, no se podía mover, y con las manos en la cabeza, llorando, iba diciendo: “¡Dios mío! ¡Dios mío, ayúdame! ¡Ayúdame, por favor!”.
Otra noche, escuche unos gemidos, abrí la luz y otro cuadro doloroso.

Quiso levantarse y se quedó medio colgado de la cama y medio retorcido: no se podía mover, tan solo gemía. Estaba tan pálido, tan acabado… Maldije una y mil veces más a aquellos malditos de Guix y Rubio, aquel par de seres sin alma ni conciencia que ni una sola vez quisieron ver lo que le habían hecho a mi hijo. Ni una sola vez quisieron saber de sus sufrimientos. Al día siguiente llamé al doctor Oliveras. Bien, de hecho siempre le estaba llamando que siempre venía lo más rápido que podía. Pero, ¿qué le podía hacer el pobre hombre? Darle ánimos. Se le intensificaron un poco las “recuperaciones”. Intentando todo lo que se pudiera aunque se supiera inútil, pero es que Arturo eran un caso tan especial, como todos decían… Pero, por más especial que fuera, a mi hijo ya se le acaba el tiempo…


A pesar de las recuperaciones, Arturo se caía allí donde se encontrara: a veces en medio de la calle. Por aquello de que los médicos le decían que andar era un bien para él, aún sin apenas fuerza él quería salir a dar un paseo por corto que éste fuera. Aunque fuera fuertemente sujetado a mi brazo, no te dabas cuenta y ya estaba en el suelo. No te nada tiempo a sujetarlo. Lógicamente la gente de la calle venía enseguida a ayudarnos, era un cuadro muy triste… Y, él, siempre tan educado y agradecido, le decía: “¡Gracias! ¡Muchas gracias! ¡Pero no se molesten, estoy bien!”. Me daba tanta pena mi hijo. ¡Tanta! El que había sido tan fuerte, tan independiente, y ahora velo así, por unos malditos hijos de puta…

La gente nos miraba, como preguntándose qué sería lo que le habría pasado a aquel muchacho que se veía tan bondadoso; no se atrevían a preguntar… Cuando se marchaba, mi hijo, me decía: “¡Qué amable es la gente ¿verdad, mamá?”. Siempre tan agradecido… Todo y las caídas,  cuando le decía de coger la silla de ruedas, él me decía que por poco que pudiera andar, él andaría… ¡Poder caminar!... A veces se tenía que recostar en la pared de algún edificio y pálido a más no poder y cayéndole el sudor de debilidad, iba resbalando hasta quedarse sentado en el suelo; entonces tenía que dejarlo e ir a buscar la silla de ruedas. Cuando esto pasaba, lógicamente, estábamos cerca de casa y algún que otro vecino se quedaba con él entretanto iba a buscar la silla.

Contaré una cosa que quizás parezca absurda pero que hubiera sido mi ilusión: que el sueño que tenía repetido y a veces sigo teniendo se hubiera convertido en realidad. A menudo soñaba que corríamos los dos porque íbamos de viaje y se nos escapaba el avión. Le veía corriendo tan bien… tan fuerte…

Si se encontraba un poco más fuerte – ya se va viendo que los cambios eran continuados; nunca sabías como acabaría el día -, aprovechábamos aquellas salidas para ir a comer o a cenar en algún sitio pintoresco, en alguno de aquellos sitios que él cuando estaba “bien con su neurosis”, descubría y me invitaba. También íbamos a algunos de los que había en el Paseo Colón de Barcelona. La mayoría ya han desaparecido, sólo queda la “Gamba” de Mariscal. Ha sido una pena que quitaran todos aquellos restaurantes, porque todo aquello era muy bonito especialmente en la noche…

Pero, desgraciadamente, para mi hijo, y de aquellos pocos placeres podía disfrutar: la comida que tanto le gustaba se le tornaba con un gusto amargo, tan desagradable que hacía que no la pudiera tragar. Entonces me decía desesperado: “Pero, ¿ahora que es lo que me pasa? Yo no lo entiendo, si esta comida antes me gustaba tanto. Es que esto no se acaba nunca, cuando no es una cosa es otra. ¿Cuándo se terminará?”. Su cerebro por la maldita radiación, le jugaba malas pasadas, tanto era así, que en más de una ocasión, estando sentados en la terraza de una cafetería, él quiso pedir los refrescos: no pudo, no le salían las palabras, se quedó sin poder hablar. Fue dramático y muy doloroso para mi hijo.
Como que Arturo se pasaba la mayoría de las noches sin poder dormir a causa de sus dolores y malestar, cuando durante el día me parecía que descansaba, que estaba dormido, le dejaba la puerta abierta de la habitación y aprovechaba para hacer alguna cosa o para estarme un ratito en el salón con mi madre. Pero al poco se presentaba en el salón acompañado de sus muletas, y nos decía, haciéndose el enfadado: “Me creía que os habíais ido y me habíais dejado solo”. Pero esto lo decía sonriendo, para gastarnos una broma porque él lógicamente sabía que ni por un momento lo íbamos a dejar solo en casa. Es que no se podía. Pero, como he contado tantas veces, por poco clara que tuviera la cabeza, su sentido del humor no lo perdía, a no ser situaciones extremas en las que ni siquiera nos conocía.

Yo, cuando hacia aquellas cosas le reñía, porque le decía que nos llamara, porque un día la “íbamos a bailar todos”. Como no me ponía “dura”, él siguió en lo que consideraba una broma y se puso a bailar: fue de un lado para otro, se dio contra la biblioteca de la sala, tuve que levantarme rápidamente para cogerlo, y, bien, ¡pobre! la broma que nos quería hacer acabo siendo un gran susto. Todo era dramático en mi hijo; como ya he explicado antes, Arturo bailaba muy bien, especialmente los bailes rusos en los que se necesita una gran fuerza y vitalidad… Él a veces creía que podía hacer las mismas cosas que hacía antes…

Recuerdo que algunas veces se miraba en el espejo, y se decía con profunda tristeza: “¡Quien me tenía que decir a mí que me pasaría una cosa así!”.

Todo el tiempo estaba maldiciendo interiormente a los que habían condenado a mi hijo a morir y además haciéndole padecer tanto. Pero había situaciones en que tenía que decirlo gritando, y una de esas situaciones fue en un día, en el que creía que creía, como otras veces, que  estaba descansando, dormido, salí de la habitación y me quede en la sala con mi madre. De vez en cuando iba a verle. Dejé pasar un rato más largo en la creencia de que seguía dormido. La habitación estaba un poco alejada del salón. En la otra parte de la casa, pero se me ocurrió ir a buscar un libro en la biblioteca del despacho de su padre, que es cuando encontré el libro “El drama de la ausencia”. Desde aquí, cuando tuve el libro en mis manos, escuche unos débiles quejidos, fui rápidamente a la habitación y el espectáculo que vi, me dejó aterrada: Mi hijo se había querido levantar de la cama y cayó al suelo; quedó sentado con su espalda apoyada en la mesita de noche, con la cabeza caída hacia delante, como un deficiente total; se había orinado encima, todo mojado y helado. Grité, viendo reflejadas las carotas de los malditos Guix y Rubio: ¡Hijos de la gran puta os mataré os mataré!

Levante a mi hijo que no se ajuntaba, y cuando le pregunté: ¿Però fill meu, per qué no em cridaves?. (¿Pero hijo mío porque no me llamabas?). Él respondió con un hijo de voz: “Jo ja et cridava, mare, però tu no em senties”. (Yo ya te llamaba, madre, pero tú no me oías). No puedo sacarme de la cabeza lo que debió de padecer mi hijo pidiendo ayuda y sin que nadie le oyera, ni puedo describir la pena que me daba, ni el odio cada vez mayor que siento por los malditos una y mil veces malditos Guix y Rubio. Mi hijo que había sido un chico tan sano, tan fuerte, tan inteligente…
Recordaba cuando mi hijo  decía, que antes de ser un invalido o deficiente mental que necesitara del cuidado de otra u otras personas, preferiría estar muerto, y ahora…

Recordaba cuando me decía que si alguna cosa de lo que le había hecho no hubiera salido bien, que no hiciera nada en contra de los médicos porque ¡pobres! lo habrían hecho sin querer y lo estarían pasando muy mal!”. ¿Muy mal? Sinvergüenzas asesinos. Ni una sola vez le quisieron ver y ni una sola vez preguntaron por él a los médicos que le estaban tratando. ¡Malditos! ¡Malditos por siempre!

YA VAMOS HACIA EL FINAL DE LA VIDA DE MI HIJO
HABÍAN PASADO 4 AÑOS Y TRES MESES DESDE
EL PRIMER INGRESO EN EL HOSPITAL DEL MAR
Arturo se encontraba en casa como otras veces. Llamé al doctor Oliveras porque lo veía muy mal, también como otras veces, pero ésta… y no quería ingresarlo otra vez al hospital porque él últimamente se asustaba mucho y yo tenía miedo de que si lo ingresara no volviera a salir con vida: ¡Qué grandes contradicciones me pasaban por la cabeza!... ¡Tenía tanto miedo de que llegara aquel momento!…

El doctor Oliveras vino con una enfermera del hospital para que le sacara sangre para hacerle una analítica de urgencia. Esta enfermera lo hacía muy bien y como que Arturo ya se le rompían todas las venas, pues como digo, lo hacía muy bien, y es una atención que yo tengo que agradecer mucho al docto Oliveras: evitar al máximo los sufrimientos a mi hijo. Al doctor Oliveras y también a su psiquiatra doctor Ros que enviaba a su enfermera para que le hiciera las extracciones que también era una gran profesional. Aunque ya se sabía lo que había, el doctor Oliveras quiso saber cómo estaba analíticamente en aquellos momentos. La misma noche de aquel día, también llamé a su médico internista. El doctor vino a verle y también lo encontró ya muy mal. Me dijo: “Qué le puedo decir si ya sabemos lo que hay. ¡Pobre muchacho!”. Se quedó un ratito con él y me dijo que esperáramos el resultado del análisis.

Sin tener todavía el resultado del análisis, a la tarde siguiente de las visitas de los doctores, mi hijo con un estado de desasosiego no conocido en él, me pidió, ¡por favor! que lo llevara a la calle; me pidió concretamente que lo llevara a la Plaza de Cataluña. ¿Quizás quería hacer como una despedida? No lo sé, lo pienso, pero algo muy malo debía de estar pasando por su cabeza. Yo, en su estado tenía que haberme negado, pero no dije nada y, en silencio, le ayude a lavarse y a vestirse. Llamé a un taxi y fuimos a la Plaza de Cataluña tocando a la Rambla. Ese día, él que estaba  terriblemente mal, sólo quiso coger el bastón. Yo permanecía en silencio porque no sabía que iba a resultar de todo aquello. Mi hijo, por aquellas cosas tan extrañas e incomprensibles que hacía, sin atender a nada empezó a “caminar”; iba de un lado para otro, no se dejaba coger, cruz´por delante de un autobús dándonos un susto de muerte, digo dándonos por ese día nos acompañaba una amiga de años que estaba aterrada de ver como estaba Arturo, incluso estaba de mal humor, cosa no habitual en él que por más mal que se encontrara, nunca le veías de mal humor. Siguió hasta que no pudo más y le cogió como un desmayo. Cogimos un taxi y me lo llevé a casa, no quería ingresarlo en el hospital.  Una vez en la cama, agotado, quedó medio dormido. Me recriminaron el que hubiera accedido a su petición en su estado, pero no quería prohibirle una cosa que en aquel momento necesitaba tanto.

Cuando me llamó el médico internista para saber cómo se encontraba Arturo y le conté lo que había pasado aquella tarde, primero se quedó en silencio, después… después dijo que no se lo podía creer que cuando lo vio era para ingresarlo en el hospital pero que no me lo quiso decir para no asustarme. Prosiguió: “No cabe duda de que la resistencia que tiene su hijo es irreal”.

Del laboratorio me llamaron para que fuera a buscar el análisis. Me dijeron que lo llevara rápidamente a su médico. Les pregunté que veían para darme tanta prisa, me consternaron: “el doctor les dirá”. Se lo llevé a toda prisa al doctor Oliveras. El resultado del análisis era de gravedad extrema, bien, cómo otras veces, pero en aquella ocasión lo ingresé otra vez al hospital. ¿Por qué? ¿Si ya sabía lo que me dirían? Pero aquella situación tan difícil, dramática y dolorosa, estaba llegando a su final.

Arturo ingresó de nuevo en el hospital: sería su último ingreso y también su última salida. El tiempo ya se le estaba acabando a mi hijo, aunque ¡pobre hijo mío!, su calvario tardaría unos dos meses más en terminar.

ARTURO VUELVE A INGRESAR EN EL HOSPITAL DEL MAR
SERÍA SU ÚLTIMA ENTRADA Y TAMBIÉN SU ÚLTIMA SALIDA
ME COMUNICAN QUE SERÍA NECESARIO OPERAR
Arturo se encontraba nuevamente ingresado. Mi hijo estaba asustado y yo también. Por más que durante todos estos años pasados dijera que tenía asumida la muerte de mi hijo, no era cierto. Me preguntaba si en esta ocasión mi hijo era consciente de su grave realidad, y si era así, pensaba: qué cruel sería para él después de tantos esfuerzos, de tanta lucha, de soportar tantos sufrimientos y de no perder nunca la esperanza, ver que iba a morir sin que nadie pudiera hacer nada por él! Además, para su gran desgracia, en esta ocasión estaba mucho más consiente que otras veces y con la mente más clara. Esas cosas extrañas que le hacia la radiación en su cerebro, por qué si estaba tan mal, que el edema ya lo estaba invadiendo todo, si el corticoide Dexametasona ya no serbia para nada, ¿por qué no se quedó como otras veces qué, primero se quedaba sin conocernos y después casi sin conocimiento? Pero, ¡no! Fue tan cruel lo de mi hijo que hasta el último momento tuvo que estar padeciendo tanto física como mentalmente lo indecible.

El doctor Oliveras vino a ver a Arturo, y me  dijo que quería hablar conmigo; que me esperaba en su despacho. Mi hijo lo oyó y me preguntó inquieto: “¿Què passa alguna cosa, mare?” (“Qué pasa algo, madre?)” Le contesté que estuviera tranquilo, que no pasaba nada. Recuerdo su mirada angustiosa y resignada a la vez, como preguntándome en silencio lo que tantas otras veces me había preguntado: “¿No me estáis engañando, madre? porque a veces me habláis como si fuera un tonto”. Y cómo otras veces con tanta tristeza: “Y tú sabes que no lo soy”. Y era verdad, mi hijo seguía siendo el chico inteligente había sido siempre, lo que le pasaba no tenía nada que ver con la inteligencia, lo que le pasaba era la destroza que le habían hecho en su cerebro.

Pero, aunque yo le dijera que estuviera tranquilo, él se fue angustiando más y más, fue decayendo deprisa y cuando no me veía en la habitación, sin apenas fuerza se levantaba de la cama y como podía salía al pasillo a buscarme. Las enfermeras tenían que correr a cogerlo para evitar que se cayera al suelo.

Fui al despacho del doctor Oliveras que me estaba esperando. Quería ponerme al tanto de lo que estaba pasando en el cerebro de mi hijo: me dijo que el edema – efecto de la radiación -, se había llenado de tal cantidad de líquido encefaloraquiïdeo, que si no le operábamos, es decir, si no lo vaciábamos, mi hijo podría empezar a sufrir fuerte dolores de cabeza. Habían pensado que si lo operaban podrían sacarle la presión y su final ser menos doloroso. También habían pensado extirparle las células quemadas que pudieran: menos quemado menos daño.

El corticoide Dexametasona, durante todos estos años, había intentado  hacer de muralla protectora de las células sanas que le quedaban; al desinflamar el edema evitaba que éste dañara el resto de células y como mi hijo era una persona tan fuerte, pues resistió lo que nadie se podía imaginar que resistiera. Pero, ahora ya, el edema, la radiación podían más que el corticoide. Ahora mi hijo ya había agotado todas sus reservas  para poderse defender. De todas formas sobre el mecanismo del corticoide Dexametasona, el doctor Oliveras no me contó nada nuevo  que ya no me hubiera contado antes de alguna manera.

El doctor Oliveras, lógicamente, me dijo que yo era la única que podía decidir si se operaba a mi hijo o no. Ya sabía que no era para salvarle la vida, aquello ya era un imposible, pero sí para evitar que sufriera lo menos posible en aquel camino doloroso hacia la muerte. Entendía que era una decisión muy difícil y muy dura de tomar, pero era la única que lo podía decidir.

Entretanto escuchaba al doctor con mucha atención, la cabeza me empezó a bullir y a dar vueltas. En medio de aquella negra nebulosa  que me iba envolviendo, me pregunté: ¿Es que mi hijo no ha tenido, tiene, bastante sufrimiento para tener que pasar ahora por una cosa así? El doctor Oliveras me dijo que lo pensara y le comunicara mi decisión.
Antes de volver a la habitación para estar al lado de mi hijo, fui a pasear por el Paseo Marítimo, para pensar y decidir lo que tenía que hacer. Pero, ¿qué podía decidir? ¿Qué? Pero, ¿quién era yo para decidir una cosa tan terrible sin el consentimiento de mi hijo? Y, ¿cómo se lo íbamos a decir sin contarle la verdad que lo único que hubiéramos conseguido era provocarle más dolor y desesperación y sin que esto cambiara nada su final? Y, si no lo operaban, ya que había llegado su hora… Pero, ¿y si no dejaba que le operaran y empezara a tener dolores de cabeza que quizás le podrían volver loco? Estuve rato y rato andando como si estuviera perdida. Pero, tenía que tomar una decisión: una cosa o la otra.

Después de pasado un buen rato de estar andando por el Paseo, con una angustia que no puedo describir, con un dolor en el pecho que me asfixiaba, volví al hospital decidida a dar mi consentimiento. Todo y así, me asaltó una duda que le planteé al doctor Oliveras: Y, si mi hijo resiste la operación y se le vuelve a llenar el edema, ¿se tendrá que operar otra vez, y así una y otra vez? El doctor Oliveras, ¡pobre hombre! ya no supo que contestarme. La verdad que con mi pregunta, debía pensar que yo todavía tenía esperanzas y que después de tantos años todavía no me daba cuenta de la auténtica situación. Pero, también me pregunté: ¿Cómo le explicaríamos a mi hijo lo de la operación si como él creía no tenía nada para operarse?

El doctor Oliveras y yo, le explicamos, como pudimos, lo de la operación; la verdad es que no recuerdo exactamente como se lo planteamos. Lo que si recuerdo es que mi pobre hijo no entendía nada de lo que le explicábamos, pero al final pensó que si el doctor Oliveras creía que sería bueno para él, pues él también lo creyó y de momento se quedó conforme.  Pero, después mi hijo empezó a llorar amargamente y aterrado, empezó a hacer preguntas: Preguntaba, que era en realidad lo que tenía, lo que le pasaba, que si no le estábamos engañando, la más persistente. ¡Qué difícil me resultaba engañar a mi hijo! ¡No poderle decir la verdad cuando, quizás ni siquiera saldría con vida! Pero, ¿qué le tenía que decir, que aquella operación tan solo era para que no sufriera tanto para morir? Era lo único que le podía decir si era cuestión de decirle la verdad, pero… ¡esto!

Intentamos calmarle, animarlo y convencerlo para que se dejara operar. Pero… ¿convencerlo de qué, si él no podía decidir nada? Le recuerdo con aquella mirada interrogante y profunda hasta el tétano, una mirada todavía inteligente, preguntándome: “¿Por qué, madre? ¿Por qué de todo esto?. ¡Yo no lo entiendo!”. Y yo no le podía decir la verdad, tan solo mentiras piadosas?... Él que había sido una persona que no aceptaba el engaño, y, ahora yo tenía que mentirle en lo que era más doloroso de una vida y en lo que tan sólo uno mismo es el que tiene derecho a decidir. Él quizás no saldría vivo de la operación, no habían garantías, pero, ¡Dios mío! ¿Qué podíamos hacer? Aunque ahora, pasados los años, me arrepiento de haber dado mi consentimiento, pero entonces…

Una vez dado mi consentimiento, se produjo una situación extraña, quizás vista desde fuera del hospital. Un médico de confianza, me dijo que en el hospital se les había presentado un problema, y era que debido a lo mal que estaba Arturo ningún médico le quería tocar el cerebro por miedo a que se le quedara muerto en la sala de operaciones y nadie quería asumir este riesgo. Pregunté, que era lo que se hacía en un caso como este. En un caso así es el Juez el que tiene que decidir. Me quedé muy sorprendida, pero lo entendí. No obstante al final los médicos del Hospital de Mar consideraron que si durante todos estos años habían estado atendiendo a mi hijo, que no estaría bien ahora dejarlo en manos de otros médicos de otro lugar que no lo conocieran. Y, asumieron la responsabilidad. El día de la operación, tranquilicé a la doctora que iba a hacerse cargo de Arturo. Le dije que estuviera tranquila, que no se angustiara, que si no salía bien, que yo sabía que no sería su responsabilidad. Yo se lo decía muy serena, pero estaba desecha por dentro. Mi pobre hijo, tanto luchar, para terminar…


LA OPERACIÓN:
UN HECHO DURO, DOLOROSO Y DRAMÁTICO QUE PRECEDIÓ 
A LA MUERTE, TENÍA QUE HABER TENIDO VALOR PARA DEJARLO MORIR SIN OPERAR
Los pocos días que precedieron a la operación, mi hijo estuvo angustiado, intranquilo, nervioso y aquel “por qué se tenía que operar”, se repetía constantemente. Arturo ahora era una mezcla de niño pequeño asustado y adulto desvalido, se le veía tan frágil y tan a mercé de cualquiera, sin capacidad para poder decidir y sin entender bien bien lo que pasaba que estaba aterrorizado. No me sacaba la vista de encima, él que había sido un chico fuerte y valiente. Era tan triste y tan duro, pero tan triste y tan duro ver a mi hijo en aquel estado…

Llegó el día tan temido: el día de la operación. Fui animándole y tranquilizándole, demostrando por mi parte una actitud de “cómo si no pasara nada”, la cual cosa no sé si a mi hijo le hacía bien, pues podía pensar que yo no me enteraba de sus sufrimientos ni de sus miedos. No lo sé. En realidad no sé si es que quería dar valor a mi hijo o dármelo a mí misma, porque también estaba muerta de miedo. Después he pensado que fui una gran egoísta.

Acompañé a mi hijo con la camilla hasta la puerta que precedía a la sala de operaciones. Por el camino, él me miraba insistentemente con una tristeza infinita. No me decía nada, solo me miraba. Yo también lo miraba pero quizás con demasiada firmeza, quería hacerle entender que todo iría bien, pero él era una persona tierna y muy cariñosa, no sé si mi actitud le hizo bien. Le apreté las manos, él también hasta donde pudo. Antes de entrar en la sala, le di un beso y le dije: “Fins desprès, fill meu”. (“Hasta luego, hijo mío”.) Él también me dio un beso. Se lo llevaron y él me fue siguiendo con la mirada hasta que la puerta se cerró tras él.  

Me senté en un banco que había delante de la puerta por donde había entrado mi hijo, a esperar. No pensaba en nada, no podía pensar, estaba aturdida. Pasó el tiempo, esperaba de un momento a otro que alguien me dijera alguna cosa, no sabía si saldría con vida, pero nadie me decía nada.
Al cabo de mucho rato, casi dos horas, salió un enfermero de la sala. Era una persona a la que le teníamos mucha confianza, ya le conocíamos de tantos años, además había cogido mucho afecto a mi hijo. Le pregunté angustiada, si ya estaban terminando. Me dijo, que justo terminaban de empezar; Arturo tenia las venas muy mal y hasta aquel momento no habían conseguido ponerla la vía. Me quedé aterrada: mi hijo sin saber el porqué estaba, solo, muerto de miedo como estaría y nadie me dijo nada. ¿Por qué no me comunicaron lo que estaba pasando? Yo hubiera podido llamar al doctor Oliveras para que enviara a su enfermera o yo qué sé, hacer alguna cosa para evitarle tanto sufrimiento añadido inútil. ¡Pobre hijo mío! Yo le hubiera podido hacer un poco de compañía, consolarlo, quitarle la soledad y el miedo que debía sentir… Mi hijo allí solo, lleno de terror como estaría y yo sin saber si lo volvería a ver más con vida. Cuando una persona se tiene que operar y sabe el porqué, es una cosa, pero cuando una persona se encuentra en una sala de operaciones y ni siquiera sabe el porqué, ha de ser terrible. Él que había sido tan autosuficiente, que no aceptaba el engaño, y ahora, allí, sin tener opción para decidir nada. Esto es una más de aquellas cosas que tengo clavadas en mi corazón: haber decidido por él.

Los médicos y el personal sanitario del hospital, siempre se habían portado muy bien con Arturo, incluso con gran deferencia diría yo, dándonos todas las facilidades para todo. Desgraciadamente fue como nuestra segunda casa durante más de cuatro años. Les daba mucha pena Arturo, primero por lo que le habían hecho y después por lo bondadoso y atento que era con todos. Pero en aquella ocasión no se portaron bien, sabían que Arturo se podía morir y por lo menos me hubieran tenido que dejar estar junto a él delante de tanta dificultad, al menos hasta que lo hubieran podido dormir.

Quizás sea un poco injusta con los médicos y las enfermeras que estaban con Arturo en la operación; les conocía y eran buenas personas, no lo sé…, pero eran momentos muy duros, podía ser el final de la vida de mi hijo y aunque yo ya lo  sabía, aquello de estar intentando picharlo una y otra vez, una y otra vez durante dos horas y él con lo que padecía… No sé…  Si hubiera muerto entonces, qué soledad más grande, que abandono más terrible para mi pobre hijo. Todo esto es lo que tengo que agradecer a los malditos médicos Guix y Rubio.

Dentro de mi aturdimiento, entretanto esperaba y no queriendo pensar en lo que podría pasar, me empezaron a pasar por la mente cosas… situaciones vividas en el hospital y como el personal sanitario se había mostrado siempre tan comprensivo. Ahora recordaba un hecho que alteró un poco la planta de donde se encontraba Arturo en una de aquellos ingresos, en los que, como siempre, no sabias lo que podría pasar: siempre un ¡ay! en el corazón. 

Después de la muerte de su padre, Arturo que también fumaba aunque no tanto como su padre, hizo los posibles para dejar de fumar y prácticamente lo consiguió.  Llevó a cabo un régimen vegetariano que, cuando lo enseñó a los de casa y a sus amigos, se hicieron apuestas asegurando que no lo podría seguir. En verdad era un régimen “Draconiano”, muy extraño, pué él lo siguió al pie de la letra, con mucha fuerza de voluntad, porque si no tenias fuerza de voluntad era imposible seguirlo, y dejó de fumar totalmente, después un cigarrillo de vez en cuando. Cuando hizo la aparición la radionecrosis, el tema del tabaco quedó olvidado. Pero en el ingreso que nos ocupa, cuando se recuperó un poco, pidió un cigarrillo. Como que estaba en la cama, no se podía levantar y estaba prohibido fumar en la habitación, y menos en la cama, le pregunté al doctor Oliveras, si le dejaría fumar aunque solo fuera un cigarrillo. El doctor Oliveras un buenísimo hombre, me dijo: “Qué fume todo lo que quiera. Si… ¡pobrecito!”... 

Arturo empezó a fumar de una forma compulsiva; un cigarrillo tras otro aunque de cada uno solo hacia un par de pipadas, se le iban cayendo al suelo. Las enfermeras que entraban y salían de la habitación, le decían para que estuviera tranquilo: “Arturo, no sabemos lo que nos pasa cuando entramos en esta habitación que no vemos nada, no nos enteramos de nada. Tú tranquilo”. Él, en los momentos de más claridad, les hacia un guiño como de complicidad. Entretanto, los enfermos de la planta que podían salir al pasillo y familiares le venían a ver; le decían que era un “enchufado”, y que si a ellos no les dejaban fumar cuando se encontraban en la cama, harían una protesta. Lógicamente lo decían de broma y él les correspondía con una sonrisa, o según el día diciendo y según lo que le dijeran, él respondía con un: “¡Hombre! Puès em sembla molt bé!”. (“¡Hombre! Pues me parece muy bien!”. En realidad no sé si, en algunas ocasiones, sabía muy bien lo que le decían. Después, algunos enfermos y familiares de quedaban un ratito para hacerle compañía; era muy de agradecer. De eso sí que era consciente.

Recordaba una de tantas otras ocasiones en que Arturo ingresó en el hospital en que se quedó sin poder orinar, ni con la sonda lo conseguían, y si no lo conseguían mi hijo moriría en poco tiempo. Los médicos creían que la radiación estaba tocando puntos vitales sin que la Dexametasona pudiera retrasarlo. Pero cuando al final se consiguió que mi hijo orinara, hubo una movida de alegría: los médicos de planta y de otras plantas y las enfermeras iban diciendo, en voz alta: “¡Arturo ya ha orinado! ¡Arturo ya ha orinado!”.  Pensaba, todas estas personas tan preocupadas por mí hijo y los que le hicieron este daño tan monstruoso, ni una sola vez preguntaron por él.

Entretanto estaba absorba en mis pensamientos, me comunicaron que mi hijo había salido con vida de la operación. Me dieron una gran alegría, ¿cómo no? Me explicaron que ten solo tocar el cerebro les salió a presión una cantidad de líquido impresionante. Estaba deseando ver a mi hijo, pero también me surgió una pregunta: ¿Qué pasará ahora? Me quedé en silencio, esperando…

Para su desgracia, Arturo era tan fuerte, que todavía viviría unos meses más. Qué gran contrasentido decir para su desgracia cuando tendría que haber dicho por suerte. Pero, ¡no! A mi hijo se le operó para evitarle sufrimientos los días que le quedaran de vida, pero a pesar de la buena intención que se tuvo, se le añadieron más sufrimientos. Dejó de comer y beber por sí sólo, se le tuvo que alimentar a través de una sonda nasogástrica, sonda que, a veces, inconscientemente se arrancaba. Volvérsela a poner era un martirio para él porque tenía todos los tejidos tan mal que un pequeño roce hacia que se le rompieran produciéndole un gran dolor. Una vez fue terrible volvérsela a poner, no podían y empezó  salirles borbotones de sangre por la boca y la nariz; pobre hijo mío, me miraba desencajado, asustado. A mí sólo se me ocurría decirle: ¡Aguanta! ¡Aguanta!.

Después de la operación, mi hijo perdió la alegría que siempre había tenido así que se recuperaba un poco; perdió el buen sentido del humor que había tenido incluso en sus momentos más difíciles…

Después de la operación, se produjo una escena tan ----- que incluso dejó a los médicos que se encontraban con él en aquel momento, llenos de  angustia y tristeza. Creo que fue el momento en que mi hijo se dio cuenta de verdad que podía o iba a morir. Mi hijo, ya pálido como un muerto, con la sonda nasogástrica puesta y llorando, se abrazó a su médico, doctor Ros que había venido a verle, y con voz que te rompía el alma, le dijo, más bien fue un ruego: “¡Ayúdeme! ¡Por favor! ¡Ayúdeme!”. Aquella súplica, dicha con tanta ternura a la vez que desesperación, me hundió del todo.
La escena fue dramática a más no poder. Su médico que también le abrazó, me miraba, lleno de profunda tristeza, ¿cómo no? Ya nadie ni nada podía ayudar a mi hijo, ni el tan temido Dexametasona. Ya nada servía para nada. Sentí una soledad inmensa, sentí que estábamos solos como abandonados y sentí un gran helor interior. Todo se había acabado.
Pasados unos días, me lleve a mi hijo a casa. Ya no volvería a ingresar en el hospital.

Arturo seguía con la sonda puesta, pero ni con la sonda podía alimentarse; lo vomitaba todo, además acompañado de una gran mucosidad que le ahogaba. Yo, para que no muriera por no comer ni beber, cuando estaba un poco dormido, con mucho cuidado le introducía en la sonda un poco de caldo de carne, zumo de fruta… Pero, rara era la vez que no se despertara  y no me reprendiera. Su cabeza dentro de todo el desastre que llevaba, a veces le respondía. Recuerdo sus ojos que habían sido tan bonitos, tan luminosos, ahora tan tristes y apagados… Me reprendía y con profunda pena, me decía: “Mare, això que fas, no està bé, ya sé que ho fas pel meu bé, però no ho facis. Saps que no es pot ulilitzar la voluntat de les persones quan aquestes no estan en poder de decidir per elles mateixes. T’ho agraeixo, mare, però no ho facis. Una altra vegada, avisem, per favor!”.  (“Madre, esto no lo hagas, ya sé que lo haces por mi bien, pero no lo hagas. Sabes que no se puede utilizar la voluntad de las personas cuando éstas no están en disposición de decir por ellas mismas. Te lo agradezco, madre, pero otra vez avísame, ¡por favor!”)

Me decía que no se podía utilizar la voluntad de las personas cuando no estaban en disposición de decidir por ellas mismas, y yo  decidí por él en aquella terrible operación. ¡Cuánto me arrepiento de haber dado mi consentimiento! ¡Cuánto! Se hizo con buena intención, pero no sé… Tenía que haber tenido valor de dejarlo morir sin operar…

Un día en que le estaba alimentando con un poco de zumo de carne exprimida, se coló un trocito minúsculo de carne por el exprimidor lo que hizo que la sonda se embozara. Ese día mi hijo estaba despierto y lo hice con su consentimiento. Si es que mi hijo no quería morir y hacía todo lo que le decían, pero esto de violar los derechos de las personas…Pensando en el día de los borbotones de sangre en el Hospital del Mar, para volverle a poner la sonda que inconscientemente se había quitado, me asusté mucho. Intenté desembozarla de todas las maneras y no podía, Empecé a gritar a mi madre, que pobre mujer no tenia culpa de nada por el nerviosismo que me cogió. Entonces, mi hijo, que nunca dejaba de sorprenderme en su situación, me dijo: “Madre, escucha, no te pongas nerviosa, si no puedes solucionarlo llama al Hospital del Mar que ellos te dirán lo que hemos hacer. ¡Tranquilízate!”. Hice caso a mi hijo: llamé al hospital y, lógicamente me dijeron que si no podía desembozarla ellos vendrían a cambiársela.

Mi hijo estaba sereno y como puede verse razonando muy bien. Le expliqué lo que me habían dicho en el hospital y que iba a intentar una vez más a desembozarla antes de llamar nuevamente al hospital.  También le pregunté: Hijo mío, ¿si no pudo y te la tengo que quitar, intentarás comer un poco sin la sonda, a ver si puedes? Me dijo que sí, que lo intentaría.
Mi hijo estaba con la mente clara, y dispuesto a hacer lo que le dijera. Pero no pude desembozar la maldita sonda y cuando me dispuse a quitársela, cambió de pronto y aterrorizado me cogió las manos y me dijo: “Pero, ¿qué haces, madre? ¡No ves que no la puedes quitar! ¡No ves que está clavada con clavos!”. Al final pude desembozar la sonda; mi hijo se quedó tranquilo y nosotros también. Pero él, tuvo que vivir la tortura de creer que tenia la sonda clavada con clavos en el rostro.  ¿Cómo hay quien todavía se atreve a decirme que perdone a los malditos que hicieron sufrir tanto a mi hijo?...


Otra noche, con que amargura la recuerdo; con mi miedo de que se muriera por no comer, sin hacer caso de lo que me había dicho, estando o pareciendo que estaba dormido, volví a ponerle un poco de alimento a través de la sonda. Empezó a vomitar, la cabeza le caía, no se le aguantaba, se ahogaba debido a la gran cantidad de mucosidad que se le hacía. Era terrible ver a mi hijo tan débil y con aquellos vómitos… Fui a buscar unas toallas al baño que estaba en la misma habitación. Sin pensar en que mi hijo me podría escuchar, me dije, quizás más fuerte de lo que debía: ¡Qué gran desgracia, Dios mío! ¡Qué gran desgracia! Mi hijo, pobrecito, que me oyó, me dijo llorando y lleno de desesperación: “Yo soy la desgracia, ¿verdad, madre? ¿Pero ¿por qué soy la desgracia?”. Fue terrible. Me maldije tanto… Intenté calmarlo. Le dije: Pero, ¿cómo puedes creer una cosa así?...

Durante el camino tan doloroso al  que condenaron a mi hijo, él fue perdiendo la vista. Cuando  empezó a darse cuenta de que para encontrar alguna cosa tenía que ir palpando para encontrarla,  asustado me pregunto: “Madre, ¿qué quizás me quedaré ciego?”. Más y más sufrimiento. Yo, como siempre, mintiéndole; le dije que no se preocupara, que aquello era una cosa pasajera. Pero ¡no!, no era pasajero. El oculista nos dijo que “todo era de lo mismo. De la radiación”.

Dentro de padecer tanto dolor, sufrimientos y ya estando al límite de sus fuerzas, Arturo con aquella fortaleza y fuerza de voluntad que parecía venidas de otro mundo y que se resistía a dejar de luchar, me pidió que le ayudara para salir a la calle. Siempre decía, como ya he contado, que salir a la calle y ver a la gente, le ayudaba a sentirse mejor…

Salimos un par de veces; él con la silla de ruedas y la sonda nasogástrica puesta. No hace falta decir lo que llamábamos la atención, él ya tenía la muerte reflejada en el rostro. Las dos veces tuvimos que regresar a casa al poco de haber salido. No se aguantaba, pero, él se resistía a dejar de luchar. Su desesperanza era grande pero él, seguía con su lucha de cada día…

Recuerdo que, dentro del poco tiempo que le iba quedando, vinieron a visitarnos unas primas que viven en Méjico. Cada año vienen. Cuando ya se tuvieron que marchar, Arturo quiso bajar al parquin de casa donde tenía aparcado su coche y su moto para despedirse.  Las primas habían dejado su coche en la plaza de su padre que ya había quedado vacía. Al aparcamiento se accedía por el ascensor desde el piso. No quiso coger la silla de ruedas, porque dijo que “estaba bien”. Iba con bata y zapatillas.  Estuvieron hablando un ratito. Mi hijo, contento por la visita y con un rostro alegre, le dijo: “Cómo que el año que viene cuando volváis yo ya estaré bien, os acompañare con el coche por toda Barcelona como antes y volveremos a visitar el Monasterio de Montserrat”. Y mi hijo, lo decía convencido. Nuestras primas, tuvieron que hacer un gran esfuerzo para no romper a llorar. Sabían que no lo volverían a ver más con vida. Lo abrazaron fuertemente…

Aquel día que estaba animado, no quiso subir a la casa por el ascensor, quiso salir a la calle. Para entrar a la puerta principal de la finca se tenía que dar una pequeña vuelta. Mi hijo, cogido fuertemente de mi brazo quiso andar este pequeño tramo.  Me dijo que quería respirar el aire de Barcelona desde la calle; qué le hacía tanto bien… Siempre había estado un gran enamorado de su ciudad natal Barcelona.

Le recuero, como cogido fuertemente de mi brazo, sonriente me dijo: “Madre, es que tú y yo somos la “coña”. ¡Mira que salir así a la calle”. Tan poquita cosa le hacía feliz…

Cómo he escrito en la solapa de la portada del que será el nuevo libro, ahora Blog, y como he escrito y he repetido tantas veces, mi hijo ya estando muy mal, desde la terraza viendo pasar a la gente, solía decir: “La gente que puede levantarse cada día para poder ir a trabajar no sabe la suerte que tiene”. Frase que repito por el significado que tiene. Él, lo hubiera dado todo para poderse levantar cada mañana y poder ir a trabajar. Amigos y personas que no llegaron a conocer a mi hijo pero que han leído mis libros o mis escritos, esta frase les ha hecho reflexionar mucho, según me cuentan…

Pero, en medio de todo esto, los vómitos no cedían, ni la mucosidad, ni los ahogos. Su médico internista, le recetó unas pastillas que en aquel tiempo eran muy caras, me dijo que probara haber si la Seguridad Social me las podía recetar. Cuando fui al médico para que me extendiera la receta, me preguntó, que quien tenía cáncer en mi familia. Le dije que no se trataba de cáncer. Le expliqué el caso. Tuve que enseñarla los informes del Hospital del Mar, para que me creyera. Que se trataba de una lesión cerebral por radionecrosis diferida profunda e inoperable y para tratar un problema psicológico. Le costó creer que una cosa así hubiera pasado. Desde entonces es mi médico de cabecera. Una buena persona.

Debido a que ni con estas pastillas ni con nada los vómitos cesaban, nos planteamos con el doctor Oliveras, retirarle la sonda; quizás la sonda le provocaba aquellos vómitos y las mucosidades que tanto malestar añadido le provocaban. Dijo que haría venir a una enfermera del hospital para que se la retirara, y que yo intentara alimentarlo con las pocas cantidades que pudiera tragar, y… qué Dios no ayudara…Mi hijo ya estaba en la recta final de su vida.

Cuando vino el doctor Oliveras para decidir definitivamente lo que podríamos hacer, Arturo empezó a vomitar con aquellos vómitos tan terribles; al verlo el doctor Oliveras, dijo que aquello no podía ser y que no podíamos mantener por más tiempo a Arturo en aquellas condiciones. Dijo que él mismo le iba a retirar la sonda. Pero cuando el doctor se dispuso a retirársela, mi hijo le dijo que prefería que se lo hiciera yo. Con tantos años cuidándolo, casi me había convertido en una “experta” enfermera. ¿…? Algo que después destacaría mi abogado en el juicio.

Mi hijo con todo el respeto del mundo y tan cuidadoso en no dañar a nadie en sus sentimientos, le dijo al doctor Oliveras: “No se moleste, ¡por favor! Sé que usted lo haría muy bien, pero en esta ocasión quisiera que lo hiciera mi madre”. El doctor le dijo que no se preocupara y que estuviera tranquilo…

El doctor y mi hijo siempre se habían entendido muy bien. El doctor Oliveras, ya lo he dicho otras veces, era una muy buena persona y muy comprensiva con mi hijo; durante ya estos casi cuatro años y medio, menos lógicamente los pocos días que estuvimos en Andorra o en Madrid o en el hospital, venía cada semana a verle a casa, a veces hasta dos veces por semana. Y, porque como también he contado, nuestra casa se convirtió en un anexo del hospital del Mar, algo que los jueces, uno tras otro, han querido ignorar llenos de mala fe.

Con mucho miedo de que pasara lo de la otra vez que se creyera que tenia la sonda clavada con clavos en el rostro, me dispuse a sacarle la sonda. Fui retirando la sonda despacio, despacio, pero aquella sonda no terminaba nunca de salir. El último trozo, salió negro, negro… Mi hijo quedó descansado y al menos aquellos vómitos terribles tan llenos de mucosidad que le hacían padecer tanto, cesaron. El doctor Oliveras tenía razón: en una ocasión me dijo que a veces las sondas provocan aquellas situaciones tan malas… Una gran contradicción de la medicina…

En una noche en que vino a verle su médico internista, Arturo tuvo un comportamiento que nos dejó impactados y llenos de sorpresa. Cuando Arturo vio al doctor, se levantó de la cama y se quedó sentado a los pies de la misma cama. Le saludó como siempre, sonriente y con afecto. Cuando el doctor le preguntó cómo se encontraba, respondió que se encontraba “muy bien”. Siempre queriendo disimular, pero, esta noche…
El doctor empezó a darle conversación para ver cómo reaccionaba – él ya sabía lo mal que estaba, ¿cómo no? Hablaron de muchas cosas y también de las noticias que aparecían en la prensa o revistas.  El doctor le dijo que algunas eran tan interesantes, que las coleccionaba. Y Arturo le dijo, que él también.  Y era cierto. Cuando él podía salir a la calle comprábamos los periódicos y revistas, cuando no podía salir, se las compraba yo, aunque tristemente, según su estado, quedaban sin abrir. Tampoco las podía leer todas, tan sólo las letras grandes, porque casi no veía y las gafas ya no le servían, ya sabíamos que no era cuestión de gafas… De esta revistas todavía guardo un montón. Más adelante, pondré algunas…

Durante unos minutos, Arturo estuvo hablando muy bien, con mucha coherencia –aquellas cosas extrañas que le hacia la demencia senil provocada por la radiación como ya sabemos. Pero, empezó a angustiase mucho y cambió radicalmente. Demostrando un gran malestar, se levantó y empezó a ir, deprisa, de una lado a otro de la habitación sin apenas sostenerse en pié y dándose golpes contra los muebles y la pared. Me levanté rápidamente para evitar que mi hijo se cayera al suelo, pero el doctor, me dijo que esperara unos segundos. Entonces, Arturo hizo una cosa muy especial: empezó a hacer unos gestos como si llevara un “florete” en una mano y con la otra en la cintura, empezó a luchar como si tuviera un contrincante delante.

El doctor se quedó impresionado, y hasta me preguntó si era que Arturo había tomado clases de esgrima, le dije que sí, me dijo que se le veía un buen estilo. Cómo en aquel momento lo del estilo no me importaba, me levante y cogí a mi hijo para evitar que se cayera, porque se veía venir, y lo llevé a la cama. Estaba blanco como el papel y mareado, pero… volvió a la realidad, y como si nada hubiera cambiado, le dijo al doctor: “Le agradezco mucho que haya venido a verme, pero ahora me tendrá que perdonar, porqué hoy no me encuentro muy bien”. Le ayudé a acostarse y se quedó como dormido. El doctor, una vez más, como todos, me dijo: “¡Pobre muchacho! ¡Qué pena tan grande da! ¡Qué desgracia más grande ha tenido!”.

Su médico internista, en una ocasión, vino acompañado de su esposa. Quiso que su esposa conociera a Arturo y viera lo especial que era.
Sin apenas comer ni beber, mi hijo seguía luchando por su vida. Se levantaba de la cama… decía que tenía que hacer cosas… Se sentaba delante del piano, tocaba un poco pero enseguida tenía que dejarlo porque se mareaba… repasaba sus colecciones… las cartas que estaban sin abrir y que tenía que contestar… los programas de música para ver cuál de los conciertos que anunciaban  le podría interesar más… Me preguntaba si le acompañaría… Por aquel viaje que quedó pendiente en el año 1989… ¡En fin! Fue una lucha constante y desesperada la de mi pobre hijo para vencer todo lo que le estaba pasando. Unos sufrimientos y una lucha terrible que ni los médicos que le causaron aquel sufrimiento tan grande ni aquella muerte tan cruel, ni los jueces que los han juzgado, nada han querido saber. Pero… algún día…

He de decir que durante estos años pasado, Arturo consiguió tocar el piano, no una pieza entera, pero si un trozo bastante importante, lo que hasta a él mismo le emocionó al ver que todavía podía tocar, aunque cuando lo intentaba de nuevo  y ya no podía seguir se entristecía mucho y a veces rompía a llorar amargamente, preguntándose, el por qué le pasaban aquellas cosas que no podía comprender.

Recuerdo que su psiquiatra, cuando lo trataba de su neurosis, lo había oído tocar el piano. Recuerdo, también, que un día que se encontró con el doctor Oliveras en casa – los dos habían venido a ver a Arturo ya en plena radionecrosis, ¡claro!, antes creo que no se conocían -, le preguntó si alguna vez había oído tocar a Arturo. El doctor Oliveras le dijo que no. El doctor Ros, con admiración: “¡Toca muy bien!”.

Arturo viendo que todo se le hacía tan difícil y viendo que lo que le pasaba “no se terminaba nunca”, como también me decía, preguntaba una y otra vez: “Pero, madre, ¿qué es lo que me pasa? ¡Por qué me encuentro tan mal? ¿Cuál es la causa de todo esto? No me engañéis, ¡por favor! ¡Decirme la verdad!”. Y, yo…

Otras veces preguntaba: “¿Qué quizás he tenido un accidente con el coche, con la moto? ¿Una caída esquiando?”. Preguntas que quedaron sin respuesta. El tratamiento de la DEXEUS quedó borrado de su subconsciente. Tal fue la confianza que depositó en el doctor Guix. Nunca habló de ello.

SU TRÁGICO FINAL
Arturo, todo y estando tan mal, después del episodio que he contado con  su médico internista y el “florete”, quiso que le acompañáramos a la feria de Sata Lucía que desde tiempo inmemorial se exponía en la explanada y alrededores de la Catedral de Barcelona. Si parecía que después de aquella terrible operación había perdido toda la ilusión, pues ¡no! Sus ganas de vivir y su capacidad, digamos para recuperarse y de  seguir ilusionándose por la cosas, no se apagó; se anteponía a su gran dolor, sufrimiento, situaciones extremas…; todo le seguía haciendo ilusión. Por eso sus médicos decían, que Arturo era un caso excepcional.

Faltaban poco días para Navidad. Arturo todavía tenía la ilusión de hacer la lista de regalos para la familia y amigos: Navidad y Reyes. Se levantó de la cama y se dispuso a hacer la lista para no olvidarse de nadie. Me dijo que notaba que la “memoria le fallaba”, y el bolígrafo se le cayó de las manos tantas veces como lo cogió. Me preguntó si podría qyudarlo a hacer la lista, y también si podría ir a la “Caixa” a sacar dinero para los regalos. También me preguntó, si le podría acompañar a comprar los regalos. Dijo que nos quería dar una sorpresa pero que ya veía que no podría salir solo a la calle. No se acordaba que hacía años que no podía salir solo a la calle, desde que hizo su aparición la maldita radionecrosis.

Aquel día, vino a vernos una amiga de mi madre y le trajo una caja de polvorones, que él agradeció mucho. Bien, ya he repetido que era una persona muy generosa, obsequiosa y también muy agradecida. Cogió un polvorón y se le cayó de las manos, otro y también se le cayó, y así, uno tras otro lo mismo que el bolígrafo. Entonces asustado y desesperado, exclamó: “Pero, Dios mío ¿qué es lo que me pasa ahora? Pero, ¿qué es lo que me pasa?”.  Después de aquello, se quiso poner en la cama. Ya estaba acabado mi hijo. Pero cuando estaba en la cama, se quiso volver a levantar para terminar la lista. Él seguía con la ilusión. Era dramática la situación de mi hijo, él se estaba muriendo y destrozado como estaba, seguía con la ilusión de Navidad y de hacer los regalos… No sé si nunca tuvo la certeza de que iba a morir: No lo sé… Yo creo que no, que él siempre tuvo la certeza de que saldría de aquella situación tan mala, aunque ni siquiera sabía el por qué se había producido. Aunque a veces… No sé. No sé…

Arturo se encontraba sentado en la silla de ruedas delante de la mesa del comedor. Quería repasar la lista – casi no veía, pero…- y escribir una tarjetitas de felicitación. No podía pero él lo seguía intentando. Mi madre, le dijo: “Nen, fill, descansa una mica. Ja ho faràs un altre día”. (“Nene, hijo,  descansa un poco. Ya lo harás otro día.”) Pero él, cariñoso como siempre, le contestó: “Però, iaia, si no ho faig ara no tindrem temps de fer res. Ja tenim les festes a sobre. No entenc com m’he pogut retardar tant aquesta vegada!”. (Pero yaya, si no lo hago ahora no tendremos tiempo de hacer nada. Ya tenemos las fiestas encima. ¡No entiendo cómo me he podido retrasar tanto esta vez!”. No recordaba nada de su situación anterior. Pero se encontró muy mal, quiso levantarse de la silla sin dar tiempo a que le pudiéramos ayudar. Se cayó al suelo. Lo acostamos. Mi hijo ya no volvería a levantarse más. ¡Era su auténtico final!

Todo esto que explicó de una forma más bien rápida, no fue exactamente así, fue más lento y doloroso, él quería entender el por qué le pasaban todas aquellas cosas extrañas que le pasaban y que cuando se daba cuenta se exasperaba. Su lucha final fue muy desesperada, muy triste… Pero después de ese día en el que cayó de la sillas de ruedas y tuvimos que acostarlo, ya no habrían más falsas recuperaciones, ni más luchas titánicas, ni más esfuerzos que se pudieran hacer, ni más esperanzas, ni más nada de nada. Aquel ser, ¡pobre hijo mío! que parecía invencible, al final fue vencido, humillado y machacado. La muerte dejó de jugar con él la macabra partida que tenía ganada de antemano, desde el principio de todo: desde que, aquellos malditos de Guix y Rubio con su experimento, le pusieron en su cabeza a través de un engaño brutal y de una gran estafa, aquellos malditos rayos el día 3 de marzo de 1988.

Le vinieron a ver sus amigos, los amigos de siempre. Le trajeron una botella de champan, un par de barras de turrón y unos bombones. Él estaba consciente y se alegró de verles. Y, les dijo, con aquel tan suyo: “¡Hombre! ¡Tíos! ¡Qué sorpresa más grande! ¡Gracias por haber venido!”. Y se saludaron como ahora suelen saludarse los jóvenes, dándose unas palmadas con la mano. Después, les pidió disculpas por no levantarse; les dijo que aquel día no se encontraba muy bien. Comió un bombón; fue lo último que comió. Cerró los ojos… Sus amigos habían venido a verle casi cada día, pero él no se acordaba.

Durante las horas que siguieron hasta su muerte, Arturo con toda seguridad, debió sentir, miedo, terror, terribles sufrimientos… Mi hijo estaba destrozado por dentro y por fuera, además, quería hablar y no podía, quería moverse y tampoco podía, quedó totalmente paralizado, aunque para su desgracia, en esta ocasión que tanto lo hubiera necesitado, no inconsciente.

Tenía todos los teléfonos privados de los médicos; me los habían dado por si los necesitaba con urgencia, pero, estábamos en fiestas y no los encontraba. Sabía que podía ingresarlo en el hospital, pero ya no quería molestarlo más, que no le pincharan más que tanto dolor le causaba…y, además ya no le iba a servir para nada. Como siempre habíamos dicho, si tenía que morir que muriera en casa. No quería que lo hiciera padecer más. Pero la verdad, es que tampoco sabía qué hacer…

Vino a verle una amiga mía que a su vez vino con una amiga suya que era médico. Cuando vio a Arturo, me confirmó que se estaba muriendo. Me ofreció la posibilidad de ingresarlo en el Hospital Clínico que era donde ella trabajaba; allí le podrían poner suero con alguna cosa para… Lo podría ayudar a que el final fuera más suave, por decirlo de alguna manera. Le dije que se lo agradecía mucho pero que yo esperaba a sus médicos. Siempre los había tenido a mano y aquel día… Siempre me ha quedado la terrible duda de si hice lo mejor para mi hijo. Los médicos siempre me han dicho que sí, pero yo no lo sé…

La noche del 26 al 27 de diciembre de 1993, mi hijo vivió las últimas horas de su vida; estaba paralizado y, para mí, como medio adormecido, pero súbitamente, su corazón empezó a latir con unos latidos tan fuertes que hasta parecía que el corazón le iba a saltar del pecho. Eran tan fuertes los latido, que a cada latido su cabeza le hacía un gesto como de levantarse, y el brazo que tenía sobre su pecho, le saltaba. Le retiré el brazo… Yo seguía intentando localizar a los médicos. El día 27 de diciembre, al día siguiente de San Esteban, todavía se está de vacaciones, y aún que, como ya he contado lo podía ingresar en el hospital, no quería marearlo más. Estaba deseperada! Mi hijo se moría sin poder hacer nada para evitarlo. Y, el corazón de mi hijo se resistía a dejar de latir… Un corazón tan fuerte… Yo ya totalmente descontrolada, iba de un lado al otro de la habitación, diciendo: ¡Hijos de puta, os mataré! ¡Os mataré!

Sobre las ocho de la mañana, también, súbitamente, el corazón de mi hijo, se fue apagando deprisa y su respirar apenas se le oía. Mi madre, ¡pobre mujer! que siempre había mantenido la esperanza de que su querido nieto  no moriría, al verlo de aquella manera palideció y empezó a temblar, tuve que cogerla para que medio desmayada como estaba, no se cayera al suelo. Mi madre siempre me había dicho: “Ja veuràs com el nen s’ensurtirà. És molt fort, a més, els metges estan equivocats. Ell no morirà”.   (“Ya verás como el nene, saldrá de esta. Es muy fuerte, además los médicos están equivocados. ¡Él no morirá!”). ¡Pobre madre mía!…

Aquella noche, viendo a mi hijo tan destrozado y tan acabado, le rogué a Dios, y le dije, que si era cierto que existía y no podía hacer nada para salvarle la vida a mí hijo, que lo sacara de aquel infierno en el que lo habían abocado aquella mala gente; que no lo dejara padecer más, que mi hijo era una buena persona y no merecía pasar por aquel tormento… Qué lo dejara descansar en paz. Le dije: “¡Si es cierto que existes, atiende mi ruego, te lo pido por favor!”. Y, Dios, si es que existe, en esta ocasión atendió mi ruego.

Como que mi hijo había estado toda la noche sin beber nada, yo, como una autómata y de forma absurda, sin saber porqué, si mi hijo ya estaba casi muerto, cogí un vaso de agua, y levantándole un poco la cabeza se lo acerque a la boca diciéndole: Arturo, hijo mío, has estado toda la noche sin tomar nada, bebe un poco de agua”. Yo, que estaba convencida de que mi hijo ya no me podría escuchar, abrió los ojos desmesuradamente, intentó beber, y así con sus ojos clavado en los míos, con una mirada llena de terror, de interrogantes, de preguntas que quedaron sin responder,   con su cabeza recostada en mi mano, dejó de vivir.

Una mirada que parecía seguir preguntando, aquel: “¿Por qué, madre? ¿Por qué?”. Una mirada que ha quedado gravada dentro de mi corazón y de mi mente como si hubiera estado gravada con fuego candente.
Mi pobre madre, quedó destrozada, pero reaccionó como pudo e intentó, llena de entereza, sobreponerse a su gran dolor por mí. Sólo me preguntó: “Nena, ¿qué ya avisarás a los médicos y a la familia?”. Le contesté, que esperaríamos un poco. Qué estaríamos un ratito a solas con él. Mi madre me lo agradeció. Eran sobre las ocho y media de la mañana o un poco más; no lo recuerdo exactamente.

Mi madre llenó de besos el rostro y las manos de mi hijo. ¡Me daba tanta pena mi madre!...Yo me senté en la cama, al lado de mi hijo. Lo estuve contemplando con tanto dolor en el alma… Ahora sí que descansaba…Pero, que crueldad tan grande, después de tanta lucha, de soportar tantos sufrimientos, tantos dolores, de no desfallecer nunca y de mantener siempre la ilusión… Todo tan inútil. ¡Todo para terminar muriendo!
Qué sentimientos más contradictorios se despiertan después de la muerte: Ruegas a Dios para que se lleve a tu hijo, y después, cuando Dios ha atendido tu ruego, te maldices por habérselo pedido…

Yo, que siempre había sido de lágrima fácil, que nunca podía contener las lágrimas o el llanto cuando sentía pena, ahora no lloraba. Eso parecer ser que pasa a bastantes personas en situaciones dramáticas como esta, pero,  no cabe duda de que esto es una cosa muy mala, porque este llanto que tenías que haber dejado escapar de tu pecho el día de la muerte de tu hijo, te quedará apresado dentro de ti, y siempre lo tendrás ahí, por más que llores después. Siempre recordándote el momento justo de la muerte de tu hijo. Hay que intentar llorar…

Es extraña la medida del tiempo dentro de la mente humana, y es extraño como, en pocos minutos, pueden pasar tantos recuerdos, revivir tantos hechos… ¡Toda una vida!...


Mientras miraba a mí querido hijo, ya sin vida, me vino a la memoria el recuerdo de su primer día de escuela. No había cumplido todavía los dos añitos. En aquella escuela, que no era una guardería, no lo querían por eso porque no tenía los dos años. Pero lo vieron tan despierto y con tantas ganas de acudir que lo aceptaron.

Yendo por la calle, todo el mundo lo miraba; tan decidido y tan deprisa para no llegar tarde como él decía: “¡Añem, añem, no ens tanquin la porta aquella gent i no puguem entrar”. (“Vamos, vamos, no nos cierren la puerta aquella gente y no podamos entrar.”) Tan pulido como era, con su carterita, contento con su cuaderno, sus lápices de colores… Iba muy contento por el camino, pero cuando llegamos y vio que lo iba a dejar, empezó a hacer “pucheros”. Empezó el drama. La señorita con mucho cariño, se lo llevó para dentro de la clase, pero ya me pareció que la cosa no iría bien. 

Estuve esperando una llamada de la escuela, pero no me dijeron nada durante toda la mañana; pensé que estaba equivocada. Esperaba con impaciencia el momento de irlo a buscar. Cuando me vio, entonces sí que fue un drama que incluso extrañó a la señorita que me dijo que se había portado muy bien todo el tiempo. Otras madres, decían: “Oh! pobret! Què li passa?”. Pero también les hizo reír la forma en que me cogió de las manos para llevarme deprisa hacía la puerta de salida, diciéndome entre llantos: “Añem, añem a casa. Aquesta gent fa coses que son unes tonteries. No m’agrada gens”. Pensé que si el ir a la escuela le tenía que hacer padecer siendo tan pequeño, que no valía la pena. Lo cierto es que su padre y las abuelas no estaban conforme en que lo llevara a la escuela siendo tan pequeño, pero el pediatra me había dicho que como era tan vivaracho, que le haría bien. Pero, bien… ¡Qué sorpresa! 

A la mañana siguiente se levantó sin que nadie le llamara, para ir a la escuela. Le pregunté, ¿pero no dices que no te gusta nada lo que hacen en la escuela? Me contestó muy seguro: “Sí, pero hoy es otro día y yo tengo que ir a la escuela”. Y se repitió lo mismo: contento a la ida, “pucheros” al dejarlo, salida rápida para regresar a casa… Y, así unos pocos días, hasta que se constipó y ya lo dejamos correr. Empezó a ir a la escuela seguido a partir de los tres años. Él, quería ir a la escuela. Era un niño tan divertido y musical, que cuando lloraba ponía letra a la “cantinela” del llanto: Primero las a, e, i, o, u. Después, letras que él se inventaba. Era muy simpático y divertido, pobret Arturo!… Le recordando cantando y bailando aquel, “yo soy un chico yeyé”, tan divertido…

Recordaba aquellos días de vacaciones en Empuries. Cada día, cuando íbamos a la playa todos le miraban divertidos, con todos sus “estris” de paya: el flotador, el cubo, la pala, el “barret” –sombrero -, era como un enanito, todo hacía más bulto que él. Pero lo que más llamaba la atención, era que había una perrita perdida a la que él, cada día le llevaba comida. Mi cuñado tenía un restaurante y, tanto a la hora de comer como de cenar, recogía la comida y se la llevaba. La comida la escogíamos con mucho cuidado; Arturo vigilaba que no contuviera nada que le pudiera hacer daño. La perrita no se movía de la puerta de nuestro apartamento, y Arturo, cada mañana la saludaba, diciéndole: “Hola, perla sucrada, vols veni a platja amb mí?”. (“Hola, perla azucarada, ¿quieres venir a la playa conmigo?”) Perla azucarada se lo decía una tía a él; una tía que lo quería mucho. Bien… y la perrita lo seguía. La gente del pueblo y los turistas se quedaban contemplándolo complacidos, y me decían: “Qué niño tan bueno tiene usted”. Después fue un drama tener que dejar a la perrita, pero se hicieron cargo unos vecinos del pueblo prometiéndole que se la guardarían…

También llamaba la atención cuando jugaba al futbol en la plaza del pueblo, siempre con niños mayores que él, porque él todavía era muy pequeño. Parecía que iba para futbolista; los “chutes” que daba eran con tanto nervio y tanta fuerza, que también la gente del pueblo y los turistas se paraban para verlo. Después, con los años, dejó de interesarle el futbol, aunque, lógicamente, prefería que ganara el “Barça”.

Y, ¿cuando fue a aprender a nadar? Una parte de la piscina era a medida de los más pequeños, y él con los pies en el suelo de la piscina, se agachaba y extendía los brazos como si fuera un gran nadador, y con aquellos ojitos tan vivos que tenía, miraba a ver si lo podían descubrir. Y, el profesor: “Arturo, que te veo. Levanta los pies del suelo! Y él: “No puc, no puc, m’ofegarè!”. Las otras madres, fijándose en él, decían: “¡Mirad aquel pequeñajo, qué gracioso es! Después, fue un buen nadador…

Arturo hacia reír cuando hablaba medio catalán y medio castellano. Cuando íbamos con el coche con su padre y le parecía que teníamos otro  coche demasiado cerca, decía: “Corre papa, corre que lo tiene a la “buera”. (Cerca). O, cuando íbamos a visitar a la familia de mi marido en Aragón, todo y subiendo los escalones de la casa que iban a los dormitorios, cogiéndose con sus pequeñas manos escalón a escalón, iba diciendo a su prima: “Carmen!!! ya pujo!!! Carmen!!! ya pujo!!!”. Y así hasta arriba. Una vez arriba, haciendo un gran suspiro: “¡Carmen, ya he pujao!”. Nosotros lo seguíamos porque los escalones eran más bien altos como suelen ser en las casa de pueblo y podía caer, pero él quería ir solo. Lo quería hacer todo solo…

Me fueron pasando por la cabeza las fiestas que con sus amiguitos hacían en casa, después cuando ya fueron un poco más mayores, con el conjunto de música que formaron. La música formaba tanto parte de la naturaleza de mi hijo, que cuando todavía iba con el andador – empezó a andar antes de cumplir el año, pero a ratos lo poníamos en el andador porque quería ir tan deprisa que se daba golpes contra los mueves y se podía hacer daño-, estando en la cocina conmigo, en su habitación o allí donde estuviera, si sentía tocar música por el televisor, especialmente clásica, cogía el andador como si fuera un “miriñaque” y corría a ponerse delante del televisor encantado y allí se quedaba hasta que terminaba. Una de las que más le gustaba, era “El lago de los cisnes”, pero como a veces se trataba de un anuncio publicitario, cuando él llegaba ya se terminaba, y con un gesto de queriendo decir, “ya he llegado tarde”, volvía a coger el  andador como un “meriñaque” y volvía a sus “quehaceres”. Era muy divertido. El día de los Reyes, parecía que le podía coger algo malo por la emoción. Le poníamos los juguetes repartidos por diferentes lugares de la casa. Cada vez que encontraba uno, hacia un grito de la emoción acompañado de unos movimientos, “ballaruques”, que hacían reír mucho. Y no es que no tuviera juguetes, pero todo le hacía ilusión. Y así fue hasta el final de su vida.

Y… ¿el primer día que lo llevamos a visitar una galería de Arte? Bien, el primer día que él ya podía correr solo y hablar más claro, porque cuando todavía no andaba, lo llevábamos en brazos o con el cochecito y tan pequeño los ojitos se le iluminaban.  A veces íbamos con la madre de mi marido – mi querida suegra, una bondadosa persona muy querida por todos-, que le gustaba mucho también la pintura – y la música -, y acostumbraba a visitar estas salas. La galería que nos ocupa, exponía cuadros con colores muy vivos, un pintor moderno que, sinceramente, no recuerdo su nombre. Bien, de hecho exponían varios pintores. En esta ocasión, Arturo no tendría mucho más de dos años y medio, no llegaba a los tres. Cuando entró y vio aquellos cuadros tan grandes - había de dimensiones que ocupaban casi toda una pared -, y con tanto color, empezó recorrer las salas – habían dos o tres -, y, una vez todo visto, se quedó en medio de una de las salas e impresionado, exclamó con voz muy alta: “Caray! Caray! Quins payos aquesta gent. Quines coses mès maques fan. Quin “cuyuridu” – quin colorit -, Quina “llumisitad” - lluminositat -. Tot és molt maco! Molt maco!. M’agrada molt!”. (“Caray, caray que payos esta gente. Qué cosas más bonitas hacen. ¡Qué colorido! ¡Qué luminosidad! ¡Todo es muy bonito! ¡Muy bonito! ¡Me gusta mucho!”) Parecía un viejo entendido. La gente que se encontraba mirando los cuadros dejaron de mirarlos y se fijaron el él, viéndolo y escuchándolo, divertida. Aquellas expresiones de “Caray, quins payos”, o aquella otra de, “soc catal i porto barretina i el que em digui res…”, bien dejémoslo aquí, se las enseñaba su abuela, la yaya. Arturo, como ya he repetido tantas veces, de pequeño era muy divertido… ¡Pobre hijo mío!...

Me pasó por la cabeza, el día de la inauguración de la tienda. Aquí, Arturo ya tenía cuatro años. Lo recuerdo como un pequeño sargento organizador. Como la tienda estaba tan bonita y todo era muy delicado, él, que vigilaba para que no se ensuciara nada con las pastas y bebidas de la inauguración, iba de un lado a otro de la tienda, pues eso, vigilando. Yo, que me lo encontraba por todas partes, diciendo: “¡Cuidado! ¡Cuidado!”, o, “¡Correr chicos y chicas que vendrán los invitados y esto no estará listo!”, y pasaba sin decirle nada, exclamaba. “No sé porque me preocupo tanto si nadie me hace caso”. Y yo: “es que hijo eres una paliza”… Pobre, el solo quería ayudar… ser útil…  

Recuerdo que acompañado de su abuela, me fue a comprar unos recortables ingleses de colección, con vestidos de niñas y niños preciosos. Eran para decorar los escaparates, me dijo.  Después, según pasaron los años, siempre que veía una cosa bonita, especial para decorar, me la compraba.

Desde pequeño, su padre le asignó una paga que él se administraba muy bien para que le llegara para todo, pero… pobre, cuando no era el santo de uno lo era del otro, o cuando alguien se encontraba mal, le llevaba flores, bombones o libros, con todo esto, casi siempre estaba “escurat”, (esprimido). Todo y así se las arreglaba para que siempre le quedaran algunos ahorrillos. Recuerdo, que a veces venía con un “requeté” de niños de la escuela para que vieran la decoración de la tienda que tan bonita  había hecho su madre.

Recordaba cómo se fue haciendo mayor…Todas sus ilusiones… Los viajes que disfrutábamos con su padre… ¡Tantos proyectos!... ¡Tantas ilusiones!...Después, desgraciadamente la muerte de su padre, y la gran desgracia de encontrar en el camino aquel par de malditas bestias, que le arrebataron la vida de forma miserable y cruel.

Me vino también el pensamiento de unos de aquellos días en que yo quería tener la misma ilusión que tenía mi madre, de creer que Arturo no moriría. Y, es que tenia conversaciones con él, que me hacia coger esta ilusión. Por ejemplo: unos de los días en que se encontraba un poco más fuerte, quiso, como siempre, ir a dar una vuelta. Por el camino, entre otras cosas, me preguntó por los negocios. Me preguntó, si todo iba bien y yo podía con todo.  Comentamos cosas. Le expliqué las novedades. Me preguntó por la tienda en la que él “trabajaba”. Le dije que iba todo muy bien… (La tienda me la tuve que vender cuando él cayó enfermo por la radiación, pero no podía decírselo). Si alguien nos hubiera estado escuchando durante aquella conversación, no hubiera podido imaginar nunca que mi hijo estuviera tan mal con estaba y menos que padeciera una demencia senil, provocada, ¡claro!

Recuerdo que ese día también me dijo: “Madre, si supieras las ganas que tengo de ponerme bien para poderte ayudar. No creas que no me haces padecer, y mucho, con tanto trabajo que tienes y yo sin poder hacer nada”. Le decía que no sufriera, que él sabía que tenía toda la ayuda que necesitaba, tanto en casa como en la tienda. Decía que ya lo sabía pero que él tenía que trabajar para ayudarme. Le repetían que no se preocupara porque todo iba muy bien.

Este tipo de conversaciones con su mente tan claro y razonando tan bien, era lo que me hacía pensar que mi madre podía tener razón, que quizás la radiación se pararía, o mejor, recularía – cosa imposible -, y que mi hijo no moriría. Pero… ¡No! De golpe y porrazo en esta misma conversación cambió, y me dijo muy contento: “¿Sabes mamá a quien me encontré ayer en la calle? A Ramón. Me dio una gran alegría. Fuimos a tomar un refresco al “Paris”. Estuve contento; las cosas le van muy bien. La verdad es que me dio mucha alegría volver a verlo”.

Me dio tanta pena mi hijo: Él no podía haber visto a Ramón, porque aparte de que él, como se sabe, no podía salir solo a la calle, Ramón vivía fuera de Barcelona. Era un buen amigo de la infancia, que también había estudiado músico con él, pero después se decantó por la biología, ganó una beca, y se marcho a vivir fuera de Barcelona. Se veían cuando Ramón venia a visitarlo a casa. Pero mi hijo se creía que lo había encontrado en la calle. El “Paris” era, es, una cafetería donde solía reunirse con los amigos, antes cuando estaba bien con su neurosis.

Cuando le preguntaba a su psiquiatra por qué le pasaban aquellas cosas, me decía que el cerebro, a su manera, llenaba los huecos que la radiación había provocado, con fantasías que él creía reales. Una gran “putada” le hicieron a mi hijo, como todos decían.  Al final, todo volvía a ser igual que siempre: la ilusión se desvanecía.


LA ROSA Y EL LIBRO
Siendo mi hijo muy pequeño, su padre se lo llevaba cada año por Sant Jordi, a comprar la rosa para las abuelas, libros para los amigos, y la rosa y un libro para mí. A, él, su padre le llenaba  de libros de cuentos.  Hasta el último año de su vida,  Arturo nos compró la rosa; el libro ya no lo pudo comprar. Él ya no podía con su alma, pero ese último día de Sant Jordi para él, en el que todavía pudo comprar las rosas, no quiso coger la silla de ruedas; salimos, él, cogido de mi brazo fuertemente por un lado y por el otro, apoyándose en el bastón. Caminábamos tan despacio que creía que no íbamos a llegar nunca. Me dijo que el libro ya me lo compraría otro día, porque “hoy se encontraba un poco débil”. Además me dijo que tenía que comprar libros para los amigos y que ya los compraría otro día todos juntos. Compró tres rosas, una para su abuela - su otra abuela, la mamá de mi marido, desgraciadamente, ya había fallecido -, otra para su prima, una persona ya mayor que lo quería mucho, y otra para mí.  A pesar de que casi no se sostenía en pie, todavía quiso detenerse en una pastelería a comprar el roscón de Reyes... 

Detallista y obsequioso hasta el último momento. Además, disfrutaba con las tradiciones de su querida tierra.

Algunas noches me decía: “Madre, ¿tienes ganas de hablar un poquito conmigo?”. Le decía que sí, y entonces me contaba las cosas que haría cuando estuviera bien; me decía lo mucho que me agradecía todo lo que hacía por él, que me recompensaría por todo, que sufría tanto y que si no fuera por nosotros no lo podía resistir… Pero que estaba seguro que pronto se pondría bien. Lo miraba y, ¡le veía tan acabado! Y, que duro era escucharlo, sabiendo lo que se le esperaba… Nadie que no haya vivido una experiencia como esta, nadie, se puede llegar a imaginar…Y, ellos, unos y los otros, médicos y jueces, sin querer saber nada. ¡Malditos! ¡Malditos!

Lo recordaba mirándose al espejo aquellos esguinces que le bajaban desde debajo del brazo hasta las costillas, le bajaban por el vientre, por las piernas, curvatura de las rodilla…preguntándome: “Madre, ¿Tú crees que esto tiene solución?”. Le decía que sí; que cuando estuviera bien haríamos un tratamiento que se lo solucionaría: “Ojalá tengas razón, madre. Porque, aparte del dolor que me provoca, ¡hace un efecto!”…

Me venían al pensamiento todas aquellas entradas y salidas del hospital con las ambulancias arriba y abajo, siempre sin saber lo que le podrá pasar a mi hijo, si saldría vivo o no cuando me decían que mi hijo tenía que haber muerto el primer día que ingresó en el hospital…

Y… una de aquellas cosas que también tengo clavadas en el corazón, es no haberle aceptado aquel regalo que hubiera sido el último que él me hubiera podido hacer. Se trataba de una muñeca, es decir, una marioneta de porcelana preciosa. Aquel día, mi hijo tan acabado, también pe pidió para salir a dar un paseo; siempre por aquello que le decían los médicos que, “andar le haría bien”. Iba fuertemente cogido de mi brazo, no se podía soltar nada porque apenas se tenía en pie.  Pero como tenía que andar no quería la silla de ruedas… Nos paramos delante de la tienda en donde tenían expuesta la marioneta. Yo dije: “¡Qué bonita es!”. Mi hijo al oírme, me dijo: “Madre, acompáñame dentro que quiero ver una cosa”. Cómo que le vi la intención, le dije que no, que ya sabía lo que quería hacer y yo no quería que se gastara el dinero en aquella muñeca que valía un dineral.

Cuando él, dentro de lo mal que estaba, todavía podía, por decirlo de alguna manera “soltarse” un poco, cuando pasábamos por delante de un escaparate y yo hacia el comentario de que algo me gustaba, no me daba cuenta y ya estaba dentro del comercio a comprármelo. Recuerdo que las dependientes desde dentro me miraban como preguntando si se lo podían vender… Yo con un gesto les decía que sí. Esto me hacía mucho daño, porque Arturo que siempre había tenido un buen porte, con su aspecto de deportista, que cuando entraba a comprar algo en una tienda las dependientas o dependientes se desvivían para atenderlo, ahora!… Pero, en esta ocasión, no podía “soltarse”, y lo hice sentir tan inútil, tan poca cosa, que los ojos se le llenaron de lágrimas. Se quedó en silencio, muy triste, porque no le quise aceptar el regalo… Él sólo quería demostrarme su agradecimiento, como podía… Después, me maldije.

También me pasó por la cabeza, un día de aquellos que todavía podía andar sin mi apoyo – no habían empezado las caídas aparatosas y los fuertes episodios de paralizaciones todavía los teníamos controlados -,  como se obstino en enseñarme un bar muy  especial, que él recordaba que había estado antes, pero que ahora no se acordaba muy bien donde estaba ubicado. Entonces, resultaba difícil de encontrar. En estos casos es cuando surgía la pregunta de siempre: Si era que yo y los médicos no le estábamos engañando… porque no podía entender lo que le pasaba… Si era que le escondíamos la verdad… Y, yo, lo de siempre: teniéndome que inventar cosas… Al final, con muchos esfuerzos se pudo situar y como cosa especial, pudimos encontrar el bar. Se llamaba el “Bar la Fira”. En realidad era un “Bar Museo”.

Era un bar muy especial, porque la decoración, mesas, asientos… todo había sido de las atracciones de la “Sala Apolo” del barrio del Paralelo, y a más, tenía expuestas unos autómatas y unas marionetas antiquísimas. Era muy interesante. Nos sentamos a tomar un refresco en un ambiente muy agradable. Siempre que mi hijo se obstinaba en enseñarme alguna cosa, siempre era algo muy especial. Recuerdo que cuando estaba en el hospital, hizo muy buena amistad con una enfermera que tenían gustos en común y que también iba a ese bar,  cosa que comentaban con interés. El barrio del Paralelo que había sido muy “abandonado”, lo han vuelto a revivir, pero ya no es lo mismo…

Mi hijo, nunca había perdido el interés por contemplar y disfrutar de las cosas dignas de atención. Es posible que cuando él estaba bien, sin neurosis o con neurosis, me invitara a visitar el “Bar la Fira”, como tantas  cosas interesantes, y yo le dijera que, “ya iría otro día porque hoy no podía”. Esto solía pasar.

Lo recuerdo con una pena inmensa, cuando un día en el Hospital del Mar,  estando como ausente, en la cama, con los brazos levantados, iba haciendo gestos con las manos como si sostuviera una batuta y dirigiera a una orquesta. ¡Era Trágico!...

¡Recordaba tantas cosas!... Recordaba que el día que se encontraba algo más fuerte, íbamos a pasear por la Rambla de Barcelona y nos sentábamos en un café que hay delante mismo del Teatro del Liceo a tomar un chocolate. Era, es, el “Café de la Ópera”, porque todavía existe. Nos traía muy buenos recuerdos este café.

Le recordaba mirando las casetas de artesanía, bien, de artesanía y otros objetos, que había en la misma Rambla. Mi hijo siempre mirando de encontrar algo especial para mí. Le veía tan envejecido con sus todavía no treinta años, con tanta dificultad para encontrar algo especial para mí. Tengo muchas cosas bonitas de estas casetas regaladas por mi hijo. Siempre queriendo compensarme lo que hacía por él… También le recuerdo con un gran dolor, en la entrada del Liceo, intentado apuntase las obras que anunciaban para la próxima temporada, para no olvidarse de ninguna. Él todavía creía que podría asistir. Tenía todos los programas en casa, pero no se acordaba…

Recordaba la capacidad que tenía de emocionarse con lo acabado que estaba. Cuando le podía alguna disco de ópera que el mismo me pedía, como aquel “Ríe Pallaso”, de Pagliagi… “Adiós a la vida”, de Tosca…”La Bohéme”, su preferida, y tantas otras tan extraordinarias como existen, se le humedecían los ojos y me decía emocionado: “Oh, madre, qué bonito es todo esto. ¡Qué inspiración más grande tenía toda esta gente!”... Y de nuestros cantautores, “Pare”, de Joan Manuel Serrat, o “Campanades a mort”, de Luis Llach, entre otros, también se nos humedecían los ojos a los dos. 

De “Campanades a mort”, recuerdo tanto aquel pasaje que dice: “Assasins  de raons i de vides, que mai tigueu repòs al llarg dels vostres dies  i que en la mort us persegueixin les nostres memòries!”... Aunque mi hijo no hubiera querido eso para los médicos que le mataron, yo sí lo he pensado más de una vez; es más: se lo deseo.

En medio de todo esto, también me vino a la cabeza aquella canción de Nino Bravo que tantas veces habíamos cantado juntos: “Al partir un beso y una flor, un te quiero, una caricia y un adiós”… Ahora pienso que cuando mi hijo cantaba esta canción, podía ser como una despedida y yo no me daba cuenta… No sé… Ahora pienso tantas cosas…
Recordaba el día que fuimos a pasar un fin de semana a casa de un matrimonio amigo que tenía un chalet en San Pol de Mar (provincia de Barcelona). Todavía no entiendo como lo pudo resistir. La fuerza de voluntad que tenía, impresionaba… las ganas de vivir y de disfrutar de lo que todavía podía, también.

Nuestros amigos cocinaron unos “calçots” en la barbacoa del jardín junto a otros platos exquisitos. Si Arturo hubiera estado bien, hubiera ayudado con aquella vitalidad que le caracterizaba a cocinar los “calçots” y todo lo que hubiera hecho falta, pero ¡ahora!…Él quería ayudar, pero no podía…
Lo recuerdo sentado junto a una mesa del jardín debajo la sombra de un pino, de un pino centenario, disimulando su dolor y su tristeza… No obstante comió los “calçots”, con ilusión y, como siempre, agradeciendo la compañía y la invitación. Por poca clara que tuviera la cabeza, era el Arturo de siempre.

A la mañana siguiente, todavía tuvo ánimos para ir a la playa. ¡Pobre Arturo! Le recuerdo tan mal, apenas podía andar. Le tuvimos que llevar entre dos y sentarlo en una silla en la arena, todo y así disfrutó viendo la gente y el mar… Él que había sido un gran nadador, tan solo le pudimos llevar a que se mojara los pies… Todo y así, después, me dijo que “aquel día había sido un día bonito para recordar”. Nuestros amigos lo tienen  siempre en su pensamiento. Quien ha conocido a mi hijo, no puede olvidarlo y solo tiene buenas palabras para él.

Recordaba tantas y tantas cosas… Su querido padre… Su muerte tan inesperada…

Del hospital, recuerdo que un día estando en la silla de ruedas y volviendo de dar una vuelta por el Paseo Marítimo, se mareó y sin darme tiempo a cogerlo como se fue escurriendo hasta quedar en el suelo desmayado totalmente. Gritando llamé a los médicos que vinieron rápidamente acompañados de las enfermeras. Lo cierto es que siempre estuvieron muy pendientes de mi hijo. Aparentemente parecía que no podía sentir nada hasta que volvió en sí, pero solo aparentemente, porque cuando mi hijo ya pudo hablar, me dijo que lo había pasado muy mal; qué me oía como llamaba a los médicos y a la gente y que no podía decir nada. Esto me ha hecho pensar mucho, en que a veces, cuando vemos a personas desmayados, sin conocimiento o incluso cuando se están muriendo y puede parecer que ya no sienten nada, que no es así, qué quizás quieren hablar y no pueden  y esto ha de ser terrible y me angustia mucho.

Bien: Tenía que dejar de pensar. No quería porque no tenía fuerzas de enfrentarme a la realidad del momento: a la muerte de mi hijo y a lo que  supondría su ausencia… Pero, ¡tenía que afrontarlo!

Una vez, los médicos del hospital, comentaron entre ellos: “Cuando esto termine, Isabel ya no se levantará”. Yo que les oí, les dije: “Me levantaré, porque no permitiré que quienes han hecho sufrir tanto a mi hijo, quienes les han arrebatado la vida miserablemente, queden impunes”. Y, ¡ahora, cuánto me costaba!… Tenía que enfrentarme a su muerte, empezar a llamar a los médicos, a la familia, amigos… a mi abogado… Mi madre seguía dándole besos en el rostro y en la mano de su querido nieto... Era un cuadro muy triste, muy doloroso… ¡Mucho!

A nosotros, las víctimas de negligencias, o mejor dicho, de actuaciones criminales médicas, en este caso indirectas, pero víctimas al fin y al cabo, no nos dejan descansar ni un solo momento; no nos dejan llorar nuestro dolor a solas: ¡No! Con el puñal clavado en el corazón, hemos de empezar otra lucha que, sin imaginarlo, se nos presentará larga, llena de injusticias impensables, y de un gran dolor añadido.

Empecé a llamar a los médicos que ya los encontré, a la familia, a los amigos, vecinos que tanto querían a mi hijo y,… a mi abogado: tenían que hacerle la autopsia a mi hijo.

Mi pobre madre, cuando oyó que quería hacerle la autopsia a mi hijo, le cogió una gran angustia, pero la pude convencer diciéndole, que era la única forma de que los que habían matado a Arturo, pagasen por su crimen. Todo y así, mi madre me preguntó: “Pero, ¿tú crees que es necesario hacérsela. No hay otra forma?”. Le dije la que autopsia era la única forma. Le recordé, que ya que era creyente, que sabía que Arturo ya no estaba en su cuerpo, que él ya estaba en un lugar donde hay paz y amor. Qué él ya no podía sentir ningún dolor.

Odié y maldije con todas mis fuerza a los malditos Guix y Rubio, y los volví a maldecir por hacer padecer tanto a mi madre, que era una mujer muy buena, positiva, alegre… e hicieron que el final de su vida estuviera tan lleno de dolor. Y los odie, porque me obligaron a que el cuerpo de mi hijo tuviera que pasar por una fría mesa de mármol de un centro médico de autopsias.

Una vez avisados a todos, la casa se empezó a llenar rápidamente de gente. El doctor Oliveras, vino enseguida que supo que Arturo había fallecido. Me dijo que ya lo había visto muy mal el último día que estuvo en casa, pero cómo que hacia aquellas “remontadas”… El doctor Oliveras, con mucha tristeza me dijo, algo que se me quedó gravado; “Señora Navarra, tómeselo por el lado bueno: Pobrecito, ha terminado de sufrir”.

Entretanto esperaba que me viniera mi abogado para ir al juzgado a solicitar la autopsia, estuve atendiendo a la gente – vecinos, pero también mucha gente del barrio quiso despedirse de mi hijo -, pero sobre todo estuve al lado de mi hijo. Mi madre no se movió ni un solo instantes de su lado, sosteniéndole la mano.

A media tarde vino mi abogado a buscarme. Cuando solicitamos en el juzgado para hacer la autopsia, se extrañaron mucho, porque como mi hijo había muerto en casa no terminaban de entenderlo. Lógicamente tuvimos que explicar el motivo, enseñar el certificado de defunción firmado por el doctor Oliveras y los informes sobre la radiación. Se quedaron muy sorprendidos. Nos dijeron que hacia la noche vendrían a buscarlo y así fue. Fueron momentos muy duros… ¡Muy duros!...

Desde que volvimos del juzgado, hasta que vinieron a buscar el cuerpo de mi hijo, estuve acariciándolo, no podía creer que estuviera muerto, parecía que iba a despertarse de un momento a otro, incluso parecía que respiraba… ¡No! ¡No! ¡No podía creer que estuviera muerto! Pensaba, si su padre lo hubiera podido ver, que amargura tan gran sentiría, pero, he de decir, que si su padre hubiera estado vivo, todo esto no hubiera sucedido y nunca mi hijo hubiera caído  en manos de los salvajes Guix y Rubio.

Al día siguiente de haberse llevado el cuerpo de mi hijo, nos avisaron que su cuerpo ya se encontraba en el “tanatorio” del Cementerio de Collserola. La sala en donde estaba mi hijo rebosaba de flores, es decir, tuvieron que habilitar otra habitación. Estaban todos sus amigos, ¿cómo no? El doctor Ros – el doctor que había sido el psiquiatra de Arturo -, que todavía estaba de vacaciones con su esposa e hijas, se desplazó para asistir al entierro de Arturo, aquí en Barcelona. Estaba muy afectado. Ya he comentado que se apreciaban mucho. Al otro día incineraron el cuerpo de mi hijo, y al otro fuimos a recoger las cenizas. Mi hermano me acompañó. Tuve la necesidad de ir a dar una vuelta por la Sierra de Collserola… Recordé lo mucho que a mi hijo le gustaba la Naturaleza… Mi querida madre no se vio con fuerzas de venir al cementerio.

DESPUÉS DE LA MUERTE
Después de los años
Tenía que esperar a que me dieran el resultado de la autopsia.
Al principio de la muerte de mi hijo, todo era silencio, incluso parecía que no hubiera pasado nada. Mi madre le rezaba y le ponía flores junto a la urna que contenía sus cenizas. Mi madre que era una persona tradicional, de ir al cementerio a visitar a sus muertos, cuando le dije que iba a incinerar a mi hijo, también se angustió mucho, pero después se conformó y dijo: ”Bien, así lo tendremos en casa”.

Recordé una cosa que me dijo mi hijo referente a tener las cenizas de los muertos en casa. “Mamá, esto es como tener el cementerio en casa”. A él no le gustaba hablar de estas cosas, y tenía razón. No sé si hubiera podido decidir, lo que hubiera preferido, como he comentado, era bastante tradicional, pero… ¿cómo hemos de hablar con los hijos de esas cosas?  Los padres no piensan en que los hijos pueden morir antes que ellos. Nunca se puede pensar. Otra cosa es con el marido. Con mi esposo nos prometimos que respetaríamos la voluntad de cada uno, y aunque a él, con esto de la incineración no estaba de acuerdo, sé que hubiera respetado mi deseo. Como yo respeté el suyo. Mi esposo, padre de Arturo, está enterrado en el Cementerio de las Corts.

Los primeros días de la muerte, parece, como digo, que no haya pasado nada, porque todavía no asumes la muerte. Te parece que todo sigue igual y, que como cada día, tú hijo entrara por la puesta y te dirá: “Madre, ya he llegado. ¿Dónde estás”.  O, como me decía después de haber venido de la “Mili”: “Mather, el Mustafá ja arribat”.  En sus cartas de la “Mili”, a veces se firmaba, “Mustafá”. No perdía nunca el buen humor.

A veces, la sensación de que estaba en casa era tan fuerte, que incluso me parecía oír tocar el piano. Y tanto era así, que tenía que ir a la sala de música para asegurarme de lo que pasaba. Por si estaba. ¡Qué absurdo más grande! Si no soy creyente, ¿cómo podía pensar que mi hijo nos podría venir a visitar como dicen algunos que creen en estas cosas? Pero ¡oía las notas tan claras de aquellas piezas que tocaba tan bonitas!…

Recordaba las piezas tan maravillosas que tocaba… Aquel “Sueños de Amor” de Frank Litz…o algunos de los nocturnos de Chopin o otras tan bonitas como tocaba mi hijo. A veces me decía, tocando algunos “arpegios” rápidos y difíciles; me decía: “Ves, esto que a la mayoría de las personas les parece tan difícil, es lo más fácil que hay”. Personas que también estudiaban la carrera de pianos, me decían: “Será fácil para él, porque no es nada fácil y se necesita una gran agilidad y dominio”. La verdad es que Arturo tenía un don especial para la música.

Con todo esto que nos pasaba a mi madre y a mí, me preguntaba: ¿A ver si nos vamos a volver locas? Pero ¡No! Esto parecer ser que pasa a la mayoría de padres que no acaban de aceptar que su hijo haya muerto y que no podrán volver a verlos “nunca más”. Un “nunca más” tan fatídico.
Mi pobre madre que intentaba de todas las maneras disimular su pena por mí, y que como he contado era muy creyente, aunque cuando vio que sus rezos y sus desplazamientos a la montaña tal o cual donde le decían que había una Virgen que hacia milagros, allí iba hiciera frio o calos, no habían servido para nada y que su nieto murió, quitó de su tocador todos los santos, vírgenes y cristos que tenía.  Después, los volvió a poner: Pobre mujer, no sabía qué hacer ni en lo que creer… A veces me decía que había hablado con el nene. Que había ido a verla, y cuando me decía esto la veía muy en paz… Pero después también me decía muy entristecida: “Nena, no es cierto que Arturo haya venido a verme. No puede, y aunque me lo parece y hasta me parece que lo puedo tocar, no es verdad, son imaginaciones mías!”…

Mi madre que siempre me había dicho: “Nena, no seas tan incrédula. Ten un poco de fe, ¡ahora!”...

A pesar de que tienes que aceptar la muerte de tu hijo, durante unos días vives como en una especie de “entremedio” sin que te des cuenta del todo de lo que está pasando. Como que muchas personas, unas porque lo creen en realidad, otras quizás para darte ánimos, para que no te hundas, te dicen que tu hijo no se ha ido, que aunque nosotros no lo veamos, sigue con nosotros,  tú, que no crees en nada, te dejas envolverte por lo que te dicen y empiezas a preguntarte: ¿Y, si fuera cierto lo que te dicen y tu hijo te habla y tú con tu incredulidad no le oyes? Y, así, con una gran angustia, vas tirando unos días haciéndote un sinfín de preguntas y también ¿cómo no? de reproches. Incluso vas a visitar a “videntes” para que te digan la forma de poder contactar con tu hijo. Yo, que no creía en nada…

Pero, un día, no sabes cómo, de golpe, sin avisar, notas como si unas manos gigantes te vapulearan, despertándote de una especio de letargo o de aquella película que te habías montado, todo y no siendo creyente, que hace que reacciones y vivas la terrible realidad de que tu hijo está muerto, Que ya no existe. Qué ya no lo volverás a ver nunca más.  ¡Nunca más! Y, entonces es cuando quieres morir de verdad, desparecer de este mundo para siempre.  A partir de aquí, ya no oyes más su voz…su música…ya no notas su presencia… Ya no oyes nada. Solo sientes un gran vacío…

Hay quien dice que el tiempo cura todas las heridas. Pero no es cierto. El tiempo puede curar ciertas heridas, no digo que no, pero hay heridas que no solamente no se curan sino que sangran más cada día que pasa.

Pensar que nunca más podrás volver oír la voz de tu hijo, sus risas, ver su sonrisa que iluminaba su rostro tan guapo para mí y también para otros que decían que Arturo era muy guapo…No poder tocarlo nunca más… sentirlo vivo… disfrutar de sus alegrías, de lo que hubiera podido ser su futuro con su esposa y sus hijos… con su música… No oírle decir nunca más aquel: “!T’estimo, mare, i molt!”. (“¡Te quiero, madre, y mucho!)”.

El vacio que produce la muerte de un ser querido, es muy duro y difícil de soportar: la muerte del esposo…de los padres… hermanos… Pero, si es la muerte del hijo, nunca más en la vida la podrás soportar y rehacerte de esta tan terrible pérdida: Ni por más  esfuerzos que hagas, ni por más sustitutos que busques, ni por más que pienses que podrás reencontrarlo en otra vida. ¡No! No hay nada que pueda suavizar el dolor que causa la muerte de un hijo, y mucho menos en el caso de una negligencia médica, de “un tanto se nos da” de unos médicos como h sido en el caso de mi hijo y en el caso de otros padres y madres que conozco y que están hundidos por siempre sin posibilidad de recuperación. Otros han muerto por no poder soportar tan querida perdido y la gran injusticia judicial recibida.

A mi hijo le arrebataron su juventud, su vida y con ella sus ilusiones, sus proyectos, casarse, tener hijos… a él le gustaban muchos los niños, le hubiese gustado tener hermanos… Disfrutar de la música, de los ----, de la Naturaleza… de aquellas madrugadas en el Pirineo cuando íbamos a esquiar… de poder sentir en el rostro el aire fresco de la mañana, de los primeros rayos del sol sobre la nieve inmaculada… De todo lo que nos ofrece la vida con sus penas y alegrías… Poder respirar cada día el aire de su querida Barcelona, de su querida Cataluña… Todo se lo arrebataron unos malditos que no merecen vivir.

Nunca se puede pasar página por la muerte de un hijo, por el asesinato de un hijo y mecho menos con el añadido de que no se ha hecho justicia. ¿Justicia? Quizás si hubiera sido el hijo de algún juez el  muerto, se hubiera hecho justicia. Lo que ocurre que no puedes desear la muerte de los hijos por las maldades que hacen los padres.

Y, así fueron los últimos años de la vida de mi hijo: Cuatro años y seis meses de lucha desesperada, sobrehumana, titánica contra la radiación. Cuatro años y seis meses de padecer sufrimientos continuados, inimaginables, cuatro años y seis meses de tener esperanzas sufrir desesperanzas… de sentir miedos; de ir para arriba y para abajo con las ambulancias; entrando y saliendo del Hospital de Mar, sin saber nunca si en una de aquellas entradas, podría volver a salir vivo. Caminando por un camino doloroso y cruel como nadie se puede llegar a imaginar , sólo pueden saberlo los que lo han vivido… Un chico lleno de salud, fuerte, que nunca había estado enfermo, termino gratuitamente desecho como una pobre “piltrafa” humana por culpa de unos malnacidos que tendrían que terminar sus días en la cárcel  ya que yo, no he tenido valor para acabar con ellos como se merecían, Y por ello, ¡Me maldigo!

Nunca dejo de preguntarme: ¿Qué pasó allí dentro de la sala de radioterapia? ¿Por qué, tú, hijo, muerto de fríos como estabas, tú, que eras tan decidido, al ver que aquello no iba como nos habían dicho no dijiste ¡BASTA! No quiero seguir con esto? O, ¿por qué no fui yo, al ver qué pasaba tanto tiempo después de que el maldito Rubio me dijera que había habido un problema en la máquina pero que ya estaba arreglado y que enseguida saldrías y que todavía tardaste más de una hora en salir? Una sesión de tres horas y cuarto en la que durante dos horas y veinte minutos te estuvieron irradiando el cerebro ante la media hora máximo 45 minutos que nos habían dicho… tiempo que fu mortal de necesidad… ¿Por qué no fui yo la que dijo: ¡BASTA! ¡BASTA! ¡Vámonos de aquí! ¿Por qué no entré a buscarte? ¿Por qué, Dios mío? Si lo hubiera hecho, con toda seguridad no hubieran tenido tiempo de ponerte toda la cantidad de rayos que acabaron con tu vida. Estarías vivo y seriamos felices. Pero… no lo hice…

Me dicen que era tu Destino, pero yo no creo en el Destino. Creo que la maldad de unos y la indecisión de otros, hacen que acaben con la vida de los inocentes, de los bondadosos, con la gente de buena fe, esto es lo que pasa. Aunque, en los temas médicos, también se da el hecho de que tú no entiendes y piensas que si interfieres todavía puede ser peor y el que haces es esperar y confiar… Una muy mala combinación cuando tienes la gran desgracia de encontrar en el camino a gente sin escrúpulos, malvada y cruel.

Y después de todo esto, seguidamente, la gran lucha judicial para conseguir, eso,  justicia para mi querido hijo muerto. La justicia que tanto se merece, pero, que por interese propios o ajenos de los jueces, desgraciadamente no creo que llegue a ver nunca por más increíble que pueda parecer.


Quizás después de los años, cuando yo ya no esté en este mundo, las cosas cambien y, sí, haya justicia para las víctimas más olvidadas como son las víctimas de negligencias médicas y de los abusos de poder judicial.  Y, lo más llamativo de toda esta gran injusticia, es que las sentencia, incluso las más injustas y violadoras de la ley, se dictan en nombre del Rey. Esperemos que el nuevo Rey Felipe VI, lo tenga en consideración y no permita que en su nombre se cometan tantas injusticias. 



En este capítulo tengo que retroceder en el tiempo: Cuando los médicos del Hospital del Mar me confirmaron que mi hijo se estaba muriendo debido al exceso de radiación  que le habían aplicado en la clínica DEXEUS. Me aconsejaron que presentara una querella criminal lo antes posible porque me podía prescribir.

Empecé a busca a un abogado que me quisiera representar con la gran pena en el corazón de tener que dejar a mi hijo en el hospital entretanto salía a hacer las gestiones. Salía para mantener las entrevistas y volvía rápidamente al hospital para estar al lado de mi hijo, esto, naturalmente cuando mi hijo salía de aquellos momentos en que parecía inminente su muerte.

Contacté con diferentes abogados, que si bien todos se quedaban incrédulos ante lo que les contaba, diciendo que nunca habían oído un caso igual y que sin duda alguna “clamaba al cielo”, todo y así, se ofrecían a llevarme el caso por la vía civil, no por lo penal porque me decían que era muy difícil llevar los casos de negligencias médicas por la vía penal. Me negué a aceptar esta vía porque el caso de mi hijo era de vía penal y cómo tal debía ser juzgado y condenado. ¡Ilusa de mí!

Ante la situación de incredulidad que se me presentaba, recurrí al “Sindic de Greuges”. En este Organismo en el que había depositado todas mis esperanzas, me dijeron que si bien era un caso terrible, que “clamaba al cielo”, como había sucedido en una clínica privada ellos no podían hacer nada. La indefensión era grande. Nosotros teníamos amigos abogados, pero no eran criminalistas y yo necesitaba a un buen criminalista. Pero no encontraba al que se quisiera hacer cargo de mi caso. Con el tiempo las cosas han cambiado un poco, ahora sí encuentras abogados que lleven los casos por lo penal, aunque como he podido comprobar tristemente a través del tiempo, no solamente son los jueces los que actúan según sus propios intereses sino también algunos abogados que aparentemente defiendan a las víctimas y luego los casos se pierden cuando deberían  de ganarse…

ENCUENTRO CON EL QUE SERÍA MI ABOGADO
Después de haber visitado a unos cuántos abogados y al “Sindic de Greuges”, un juez amigo nuestro, muy buena persona, que los hay, me contactó con un abogado bastante influyente, que aunque él no era criminalista podría indicarme a uno que me quisiera representar. El indicado fue D. Javier Selva, perteneciente a un bufete de abogados que no cogían casos que no tuvieran las mínimas garantías de éxito. “Si me cogía el caso estaría en buenas manos”.  Contacté con el señor Selva, le llevé todos los informes de los que disponía, y a los pocos días me llamaron de su bufete para comunicarme que accedían a representarme.

Presentamos la querella contra el doctor Enrique Rubio García, en aquel momento al único que creíamos culpable. Yo tenía como apoyo a los médicos del Hospital del Mar, a los de la Clínica Quirón y a los del Centro de Resonancia Magnética de la calle Monastir, que eran los que iban tratando a mi hijo y los que descubrieron el exceso de radiación, y, ¿cómo no? a su psiquiatra, doctor Salvador Ros Montalbán.  No obstante esto, no encontrábamos especialistas que quisiera comprometerse para hacer los informes complementarios que necesitábamos: el caso era demasiado escandaloso para comprometerse… También confié en ciertas personas que se comprometieron a buscarlos y no hicieron nada. Después me enteré de que había unos especialistas que dijeron que si yo les hubiera pedido los informes que necesitaba estaban dispuestos a hacérmelos. No sé… Eran momentos tan confusos, tan desesperados. Mi hijo iba entrando y saliendo del Hospital del Mar siempre con el ¡Ay! en el cuerpo por lo que pudiera pasar… todo lo de la querella, inmersa en un mundo extraño y desconocido para mí… Viendo padecer tanto a mi hijo, de retorno a mi pobre madre… No sé… Pero tiramos adelante la querella, porque el tiempo iba pasando.

ENTREVISTA CON EL DOCTOR JORDI JORNET LOZANO
El doctor Jordi Jornet Lozano era el médico forense del Juzgado de Instrucción nº 8 de Barcelona. Sala en la que recayó nuestro caso. Dicen que va por sorteo. Antes lo creía, ahora… Mi abogado consideró que era importante visitar al forense doctor Jornet para poderle explicar bien lo que había pasado y cómo había pasado. Pero el doctor Jornet era amigo de los acusados, hecho que, al menos yo, desconocía pero que él mismo se encargó de hacérnoslo saber, ¿entonces?...

Empezamos mal: El doctor Jornet nos recibe en el despacho del Juzgado; concretamente a mí, de muy mala gana, y de forma despectiva empieza a mirar los informes médicos que le entregamos. Los mira de arriba para abajo, les da la vuelta, los vuelve a girar… como perdiendo el tiempo. Al cabo del rato nos dice que falta un informe de la Clínica Quirón, parece que importante. Este informe al que hacía alusión se encontraba junto al  pliego de los informes que le entregamos, pero para no discutir, le dijo que ya iría a la Quirón a solicitarlo de nuevo. Volví a la Quirón que me dieron el informe sin ponerme ninguna pega. ¿Cómo me iban a poner pegas si fueron ellos los primeros que hicieron el TAC cerebral de mi hijo cuando estaba bien con su neurosis y después el TAC cerebral que ya apuntaba a la radionecrosis descartando totalmente un tumor como los acusados pretendían que fuera?

Volvemos al Juzgado a ver al doctor Jornet para entregarle el informe que según él faltaba. Esta segunda entrevista fue indignante a más de cruel. Vuelve a hacer la misma comedia con los informes: los vuelve a mirar de arriba abajo, vuelve a darles la vuelta, del derecho y del revés… perdiendo el tiempo descaradamente. Después de hacer unos comentarios sin sentido, decidido corta lo que estaba diciendo, y dejándonos más que sorprendidos, nos dice: “Por la vía penal no vais a conseguir nada, porque yo no voy a hacer nada que pueda meter en la cárcel a unos compañeros míos”. Y, seguidamente, añadió: “Si retiráis la querella y vais por la vía civil, os ayudaré, y pedir muchos millones, cuantos más mejor que para eso pagamos tanto dinero a las compañías aseguradoras”.

Bien, terminó de convencerme de que nosotros teníamos toda la razón, e indignada y alterada le dije, que él a mí no tenía que ayudarme para nada. Qué él tenía que hacer su trabajo bien hecho y si eran culpables, como así quedaba claro, que terminaran con sus huesos en la cárcel. Ellos quizás acostumbrados a que todo el mundo les dijera “amén” ante la prepotencia que a través de los años he visto que tiene toda esta gente,  sorprendido y también alterado, le dijo a mí abogado: “¡Convéncela tú! ¡Convéncela tú! ¡Porque por la vía penal no vais a conseguir nada!

Después de mucho discutir y de verme tan firme en mi exposición y sobre la atrocidad cometida a mi hijo, reconoció que teníamos razón y que no tenían que habernos engañado. Paro, en medio de la conversación sin que viniera a cuento, nos empezó a hablar de sus virtudes, diciéndonos que era tan buena persona que cuando los pacientes no podían pagar no les cobraba y los pacientes tan agradecidos le regalaban cestos  llenos de tomates, pimientos… ¿Mi hijo se estaba muriendo y yo tenía que estar escuchando todas aquellas imbecilidades? ¡No lo podía creer!

Mi abogado, supongo, como amigo, no sé, le pidió que fuera a ver al “chico”,  que en aquellos momentos volvía a estar ingresado en el hospital para que viera con sus propios ojos lo que le habían hecho y pudiera hablar con los médico que le estaban tratando que eran los que sabían más que nadie sobre el estado de mi hijo debido a la radiación.  Pero, el doctor Jornet, de forma despectiva, nos dijo que “ya iría, pero que no nos creyéramos que se lo iba a llevar a su casa para estudiarlo”. No puedo entender cómo me pude contener y no le tiré por la cabeza lo primera que me viniera a las manos.

El doctor Jornet, no fue a ver a mi hijo; tampoco tenía ninguna obligación, pero él no sabía nada de mi hijo para poder hacer un informe funesto, lleno de mentiras y mala fe como hizo para entregar al juez. Cuando tuvo que ir a declarar en las vistas orales del juicio como perito judicial, lo hizo como si fuera perito de parte, de parte de sus amigos, los acusados doctores Guix y Rubio. Mintió descaradamente intentando dejar a mi hijo como si fuera un despojo de la humanidad y, dejando al equipo de médicos del Hospital del Mar y a todos aquellos médicos que diagnosticaron la lesión cerebral por radionecrosis diferida, causante de la muerte, como “chapuceros” y “embusteros” además de “incapacitados”, diciendo que lo de la radiación “se lo habían inventado”. Este proceder debía de haberle costar el cargo de forense dentro de la Administración de Justicia, cosa que no sucedió y siguió como si nada, y resulta que es tan, tan buena persona que hasta ha escrito un libro sobre la “Mal praxis médica”. Todo increíble y de una inmoralidad extrema.

CUATRO JUECES DE INSTRUCCIÓN Y UN RECURSO A LA AUDIENCIA ANTES DE LLEGAR A JUICIO.
El primer Juez de Instrucción que me tomó declaración, parecía una persona comprensiva. Cuando le dije que nos habían destrozado la vida, él mirándome fijamente, me dijo “¡Ya lo creo, señora! ¡Ya lo creo!”. Me pareció que podía confiar en él. Cuando le dije que hubiera sido un absurdo pagar en una clínica privada para correr riesgos cuando los teníamos sin pagar en el Hospital del Valle de Hebrón -  es decir, sin tener que desembolsar ningún dinero, porque de pagar siempre pagamos -, también lo comprendió y me dio la razón.

Para entrar en el despacho del juez, tuve que pasar por delante del doctor Rubio. ¡Qué duro fue para mí encontrarme con aquella mala persona que hacía padecer tanto a mi hijo y lo había condenado a muerte!...

Con nosotros, en el despacho del juez, había el abogado del doctor Rubio, quien me preguntó si yo había visto como el doctor Rubio había irradiado a mi hijo. Tanto el juez como yo, al mismo tiempo, preguntamos: “¿Qué dejan los médicos estar con ellos cunado operan?”. Como diciendo, qué preguntan tan absurda. Después comprendí el por qué nos la había hecho aquella pregunta. Seguí declarando y al terminar me fui directamente para casa. Los médicos del Hospital del Mar, que se encontraban allí para declarar esperaban que fuera a saludarles; no lo hice, estaba desecha. Siempre lo he sentido.

Cuando ya hacía un buen rato que había llegado a casa, me llamó por teléfono mi abogado para decirme que habían quedado muy sorprendidos con la declaración del doctor Rubio, porque dijo que, “a él se le acusaba de una cosa que no había hecho, que quien irradió a mi hijo fue el doctor Guix, que él sólo indicó el lugar donde debían de dirigirse los rayos”. No obstante, a partir de todas las declaraciones hechas en este juzgado de Instrucción, quedaron implicados, además de el doctor Rubio, el doctor Guix y la Clínica DEXEUS, ésta cómo responsable civil subsidiaria.

El juez que nos tomó declaración la primera vez, en el Juzgado de Instrucción número 8 de Barcelona vía penal, el que me pareció una persona comprensiva y honesta, se marchó del juzgado. Vino otro juez, que dejó pasar el tiempo sin hacer nada y también se marchó, y vino un tercero: Juan Pablo Gonzalo Gonzalo, quien cerró el caso cautelarmente, por “falta de prueba”, según dijo. Este proceder indignó a los buenos profesionales de la medicina que dijeron, que “en el caso de mi hijo, pruebas más claras no había otras”.

Yo quería denunciar a este juez porque su “Auto cautelar” era total y descaradamente partidista, pero mi abogado me dijo que antes recurriríamos a la Audiencia y según lo que nos dijeran, haríamos.

Presentamos Recurso a la Audiencia alegando, que “había indicios de criminalidad en la actuación de los doctores Benjamín Guix Melcior y Enrique Rubio García”. El Recurso fue admitido a trámite, y los jueces de la Sala 5ª, Modesto Ariñez Lázaro, Elena Guindulain Oliveras y Nuria Zamora Pérez, ordenaron la readmisión de la causa. Entretanto, el Juez Gonzalo Gonzalo, ya había marchado del juzgado. Había ocupado el cargo la Jueza Doña Montserrat Arroyo Romagosa, quien ordenó la “apertura de las vistas orales del juicio”.

El Ministerio Fiscal, en esta ocasión, acusó a los médicos de “Imprudencia temeraria profesional con resultado de muerte”. Solicitó cuatro años, dos meses y un día de cárcel para cada médico y cincuenta millones de las antiguas pesetas de indemnización, parte de la cual debía de satisfacer la Clínica DEXEUS como responsable civil subsidiaria. Siempre me he preguntado: ¿Qué hubiera pasado si el Juez Gonzalo Gonzalo no se  hubiera marchado del juzgado o no lo hubieran cambiado? 


DESPUÉS DE PASADOS SIETE AÑOS DESDE QUE SE PRESENTÓ LA QUERELLA Y ÉSTA FUERA ADMITIDA A TRÁMITE, SE CELEBRAN LAS VISTAS ORALES DEL JUICIO.
El juicio empezó el día cuatro de julio de 1993, ante el Juez José María Assalit Vives, responsable del Juzgado de lo Penal número 13 de Barcelona. Hacía tres años y seis meses que mi hijo había fallecido.
Debido a la gran cantidad de público que se concentró, las vistas orales se celebraron en la Sala de Actos.

En el pasillo, antes de entrar en la Sala, los médicos Guix y Rubio se iban escondiendo de los periodistas y fotógrafos. Todo y así, en un momento determinado, el doctor Rubio, se plantó delante de mí y con los brazos como en jarras, desafiante me miró esbozando una sonrisa cínica y burlona. No pudiendo entender aquella actitud tan cruel, y no pudiendo  contenerme, le dije a mi abogado, que después de esperar tantos años aquel juicio no se iba a celebrar porque le iba a clavar en su maldito rostro aquellas gafotas que llevaba. Mi abogado, al ver mi intención, me cogió por el brazo y me dijo: “¡Cálmate, Isabel, cálmate! ¿No ves que te está provocando? ¿Qué está esperando que hagas algo para interrumpir la vista?”. Una amiga mía que había venido a acompañarme, se puso a llorar mientras me decía: “Per favor, Isabel, calmat! Calmat!”. No insistí en mi deseo porque no me hubieran dejado llegar a él y él hubiera conseguido, al menos, momentáneamente, parar el juicio.  

Entretanto esperábamos en el pasillo a que me llamaran para declarar, todavía tuve que soportar situaciones indignantes, como, por ejemplo, la actuación del doctor Augusto Moragas Redecilla,  perito de parte de los acusados, el que al pasar por delante de mí, preguntó a alguien en voz alta: “De que va això avui?” (”¿De qué va esto hoy?”). Pregunto: ¿Era el perito que los iba a defender y no sabía de qué se trataba? Quiso demostrar un gran desprecio por la vida o la muerte de mi hijo, pero solo consiguió demostrar que era una muy mala perdona. Pero… ¡me hizo daño!

El doctor Burzaco estaba llamado a declarar, pero no llegaba. Nosotros nos preguntábamos el por qué no se presentaba, entretanto, ellos, Guix y Rubio se las prometían muy felices, y se las prometían felices, porque como intentaban culpar al doctor Burzaco de la muerte de mi hijo, si no se presentaba, quedaría como culpable y ellos sin cargos. Esto, aunque cueste de entender, en la justicia funciona así, aunque yo no se los hubiera puesto tan fácil, porque los únicos culpables demostrado científicamente eran ellos. Supimos que el doctor Burzaco no había recibido la citación a tiempo. Lo citaron para la próxima vista.

Los doctores Guix y Rubio, llevaron como peritos de parte “la flor y nata” de radiólogos y radioterapeutas de nuestro país; los que se vendieron, ¡claro! Hay quien me ha dicho que sus buenos dineros les costaron y hay muchos profesionales de la medicina, que todavía hoy en día, no pueden entender como todos estos “profesionales” se prestaron a defender a los acusados y formar parte del circo macabro en que convirtieron las vistas orales del juicio. 

LISTA DE PERITOS DE PARTE DE LOS ACUSADOS:
Santiago Millán Cebrián: Doctor en Ciencias Físicas. Profesor Titular de Radiología de la Universidad de Zaragoza.

Juan Luís Barcia Saloriu: Catedrático de medicina de la Universidad de Valencia y Jefe de Servicio de Neurocirugía del Hospital Clínico Universitario de de Valencia.

Rafael Sancho Tomás: Profesor Titular de Radiología y Medicina Física. Jefe de Radioterapia  del Hospital Clínico Universitario de Valencia.

Manuel Rodríguez Pazos: Catedrático de Medicina Legal y Toxicología de la Universidad Autónoma de Barcelona. Médico especialista en Medicina Legal y Forense así como en Anatomía Patológica.

José Samblás García: Médico de la Unidad de Radiocirugía del Sanatorio de San Francisco de Asís.

Augusto Moragas Redecilla: (el “de que va això avui?”). Doctor en Medicina y Cirugía. Catedrático de Anatomía Patológica de la Facultad  de Medicina de la Universidad Autonómica de Barcelona y Jefe de Departamento de Anatomía Patológica de los Hospitales Universitarios del Valle de Hebrón de Barcelona. (Se ruega presente atención al comportamiento del doctor Moragas a la hora de declarar).
(Actualmente el doctor Rodríguez Pazos se ha pasado al otro bando, al de las víctimas de negligencias. ¿Tan mal le han tratado sus compañeros para convertirse en su enemigo?).

Incluir en este libro los informes de todos estos peritos de parte y sus descalificaciones, ocuparían un espacio que resultaría largo y mal empleado. Todos vienen a decir lo mismo con más o menos cinismo.

No obstante, quizás es importante destacar el informe del perito de parte, de parte de ellos, ¡claro!, que no asistió al juicio, neurocirujano, Félix Gastón Fernández, por ser un compendio de mentiras, de ignorancia y de máximo cinismo.

Por mi parte, lamento mucho que su informe estuviera basado en las mentiras de los doctores Guix y Rubio que por otro lado, ¿qué tenían que decir? -, y no tuviera en cuenta  los conocimientos y el buen saber de los médicos que trataron a mi hijo, así como los artículos publicados  en Revistas Médico-científicas, que contradicen todas sus afirmaciones sobre los síntomas  de la radionecrosis y los efectos de la radiaciones ionizantes. 

Me permito recomendarle al doctor Gastón, entre otras publicaciones, que, lea: “Radionecrosis Cerebral. Incidencias y Riesgo en Relación a la Dosis. Tiempo, Funcionamiento y cantidad”, publicado por: James E. Marks, Robert J. Baglan y Satish, C. Par Sad, División de Radiología Oncológica”, William F. Blank. Departamento de Patología.

Estas publicaciones y algunas más que se incluyen en mi anterior libro titulad: “Arturo”, y subtitulado, “Una muerte en manos de los médicos Benjamín Guix Melcior Y Enrique Rubio García”, fueron publicadas con anterioridad  a la muerte de mi hijo. Yo estas noticias científicas no las conocía y no tenía ni idea de lo que podían hacer las radiaciones ionizantes mal aplicadas en medicina, pero, en cambio, es inadmisible que en mil novecientos noventa y siete, que el doctor Gastón y sus colegas, redactaran sus informes sobre la causa de la muerte de mi hijo, al que dicho sea de paso, nunca conocieron ni se interesaron en ningún momento por su trayectoria médica – aunque por sus declaraciones parecía que si le conocían, una gran mentira más -,  es inamisible, repito, que todos estos “eminentes profesionales” no conocieran los efectos de las radiaciones ionizantes y el resultado de una radionecrosis cerebral así como los inevitables efectos de la operación que los médicos del Hospital del Mar practicaron a mi hijo para descomprimir  el gran edema resultado de la radionecrosis, y sí los conocían, es inadmisible y condenable penalmente, que dijeran tantas mentiras y negaran  la realidad y la evidencia tal como lo hicieron.

También me permito recomendarle al doctor Juan Luis Barcia, la misma lectura que al doctor Gascón, ya que el doctor Barcia, no solamente  intentó demostrar que mi hijo no había muerto a consecuencia  de una radionecrosis, sino que intentó, incluso, demostrar que no sufrió una radionecrosis, afirmando, entre otras cosas, que “una verdadera radionecrosis no cursa con fiebre”.

Aconsejo al doctor Barcia, que lea con detenimiento, en la publicación de, “Radionecrosis Cerebral, Incidencia y Riesgo en relación a la Dosis, Tiempo, Funcionamiento y Cantidad”, los diferentes y variados síntomas  que presenta la radionecrosis, así, en el apartado: “Necrosis clínicamente sospechada”, el ejemplo de la paciente número ocho. Dice así: “Mujer blanca, 32 años, presenta dolor de cabeza, 39 de fiebre y visión borrosa…”.

Referente a la fiebre, diré que mi hijo, diré que mi hijo presentó un cuadro febril a partir del momento en que hizo su aparición o, se desarrolló la lesión por radionecrosis. Los médicos del Hospital del Mar,  le hicieron todo tipo de pruebas para descubrir de donde podía provenir la fiebre, y nada se encontró. Tan solo los efectos  que pueden producir un cerebro con amplias zonas quemadas que alteran todas las funciones tanto psíquicas como físicas, entre ellas, como es fácil de comprender, la temperatura corporal.


También quiero recordar, que existen informes, en donde los especialistas aconsejan no aplicar radiaciones ionizantes a niños ni a gente joven para evitar sufrir los efectos retardados de la radiación, hecho que muchos médicos sin conciencia obvian. Tan sólo pueden aplicarse en casos muy graves, pero nunca, por ejemplo, extirpar unas amígdalas o malformaciones que se pueden resolver con las operaciones tradicionales. Nunca tampoco en casos como el de mi hijo, que nadie en España las utilizaba para tal fin y que como pueden ver en el informe del “Hospital Noruego de Radio”, dice: “No hay nada escrito que avale este tipo de tratamiento para casos como el de mi hijo”. Ha quedado claro que en el caso de mi hijo, fue un experimento atroz.

DESARROLLO DE LAS VISTAS ORALES DEL JUICIO
Me resulta difícil - y para los lectores resultaría agotador si lo hiciera -, explicar todo lo que pasó en las vistas orales del juicio y el orden exacto de las intervenciones.

Fueron tres vistas agotadoras. La primera duró todo el día; desde las nueve de la mañana hasta las dos de la tarde –paramos dos horas para comer -, y desde las cuatro hasta las nueve de la noche. . La segunda vista duró toda la mañana y la tercera también. Lo agotador no fue por las horas de duración, sino por la tensión con que se vivieron: unas vistas cargadas de crueldad, de mofa, llenas de mentiras  y llenas de una maldad que sin duda dejaron a la vista de todos los asistentes, los instintos bajos y mezquinos  de los acusados, sus abogados y sus peritos de parte.

Mi abogado me había advertido que oiría cosas terribles, pero que oyera lo que oyera, me mantuviera en silencio; podrían expulsarme de la Sala. Intenté, mentalmente, ponerme una coraza para soportar “aquello tan terrible”, que yo no creía que fuera así, por qué… ¿Qué cosas terribles podían decir de mi hijo y de todo lo que pasó? Pero…sí, fue terrible. Nunca podía imaginar que toda aquella gente – abogados y peritos – fueran tan mala gente. Solo diciendo que no querían hacer daño a mi hijo, que ellos solo querían ayudarlo… Pero… ¡No!

Justo al empezar la primera vista, vi como los abogados  de los acusados y de la Clínica DEXEUS,  doña Olga Tubau, don Julio Nuñez y don Juan Manuel Domínguez Ventura, demostraban una actitud prepotente que a medida que avanzaba la vista se convirtió en una actitud de auténtica crueldad.

Con gran sorpresa e indignación por mi parte, observé que los abogados de los acusados y los peritos intentaban hacer creer que mi hijo había muerto a consecuencia de su “hígado graso” provocado por alguna otra enfermedad que ya padeciera; podía ser incluso que mi hijo fuera un “borracho”, como intentó hacer creer el sinvergüenza de doctor Rubio en su declaración.

La primera persona en declarar fui yo misma. Y los últimos, los peritos a los que el juez les dejó todo el tiempo que quisieron dejándolos, incluso, interrumpirse entre ellos mismo – aquello parecía un gallinero -,  no así a los médicos que diagnosticaron la radionecrosis y atendieron a mi hijo hasta el final de su vida. Los únicos que vivieron la realidad de los hechos.

Los médicos del Hospital del Mar, de la Clínica Quirón y del Centro de Resonancia Magnética, quienes eran de verdad los que sabían el porqué murió mi hijo  y del doloroso proceso que precedió a la muerte, el juez sólo los dejó declarar una vez, con lo cual no tuvieron la oportunidad de  rebatir, como hubiera sido su deseo,  todas las barbaridades y falsedades que los abogados y  peritos de parte  de los acusados dijeron y que eran fáciles de rebatir. Pero el juez, no les llamó nuevamente, y no pudieron hacerlo, algo que me consta, porque ellos mimos me lo dijeron, sintieron mucho.

Tampoco a mí el juez me dejó explicar lo que yo consideraba necesario e importante. Por ejemplo: cuando me hizo ciertas preguntas sobre el proceso de la muerte y empecé a explicarle, se repensó, y cortándome, dijo que aquello pertenecía contestar a los peritos. ¿A los peritos? ¿A los peritos que no sabían nada de nada y que cuando les preguntó a ellos, no sabían de qué les hablaba? ¿Cómo podían saber del proceso de la muerte de mi hijo si ninguno de ellos quiso verle nunca? En este sentido, mi abogado quería hacer entender al juez, que yo sabía de que hablaba porque durante cuatro años y seis meses impensables que mi hijo mal vivió, me convertí en una enfermera más; una enfermera que estuvo al cuidado de él las veinticuatro horas del día, involucrándome totalmente en el tema de las radiaciones y sus funestas consecuencias cuando son mal aplicadas y aplicadas, además, innecesariamente. Pero el juez no me lo permitió, sólo me preguntó si los médicos del Hospital del Mar me habían advertido del peligro de la Dexametasona. Le contesté que me dijeron que en un caso como el de mi hijo que no tenía salida era “un arma de doble filo”. Pero también le dije, que si no se lo hubieran  suministrado mi hijo hubiera muerto a los dos o tres días de su primer ingreso en el hospital por efecto de la radiación.

Los abogados de los acusados me hicieron unas preguntas estúpidas. Por ejemplo, me preguntaron, que cómo era la relación con mi hijo. Les contesté que era muy buena persona, un buen hijo, que nos queríamos mucho y que tenía un carácter inmejorable. Me pregunté, ¿qué tenía que ver que nuestra relación fuera buena o mala con lo que allí se estaba juzgando que era su muerte? Las preguntas restantes que me hicieron fueron igual de estúpidas. 

El juez me enseñó un consentimiento que ellos llaman informado, y que según ellos firmó mi hijo. El juez me preguntó si yo había visto antes aquel informe; lo miré, y dirigiéndome a mi abogado, le dije que no lo había visto antes, que no era el que firmó mi hijo en el despacho del doctor Guix delante de mí, pero no le di importancia porque aquel informe no hablaba de riesgos de muerte ni de ningún tipo de riesgo.  El juez me preguntó, si yo reconocía la firma. Le dije que, aparentemente era la firma de mi hijo, pero que para saberlo con seguridad tendría que examinarla un experto en grafología.

Todos mis testigos – médicos -, sin excepción, a pesar de las presiones a las que fueron sometidos por parte de los abogados de los acusados,  se mantuvieron firme en su diagnóstico de “lesión cerebral por radionecrosis diferida profunda e inoperable”.

A parte del doctor Buezaco, que fu muy presionado con preguntas retorcidas y llenas de mala fe, como si él, no supiera que responder, fue muy presionada también la doctora representante de la Clínica Quirón. Le preguntaron incitantemente tanto los abogados de los acusados como la señora fiscal, el por qué estaba tan seguros de que lo de mi hijo se trataba de una radionecrosis y no de otra cosa, como un tumor, por ejemplo. La doctora firme, contestó: “Porque hay maquinaria y medios suficientes para poder asegurar que se trataba de una lesión cerebral por exceso de radiación y no por un tumor u otra causa”.

El doctor Ros, psiquiatra de mi hijo, explicó en qué consistía la neurosis  de mi hijo. Explicó la entrevista que mantuvimos con el Profesor Erik Olaf Backlund en el Hospital Haukeland en Bergen, resaltando que cuando el Porfesor vió los TACS del cerebro de mi hijo, con las manos en la cabeza, dijo que nunca había visto una lesión por radionecrosis como aquella, confirmando que mi hijo no tenia solución. La fiscal le preguntó al doctor Ros, si las personas que padecen neurosis obsesiva, termina suicidándose. El doctor le contestó, que por el hecho de padecer una neurosis obsesiva, no; que los intestas de suicido en estas personas es una forma de pedir ayuda. (Lo de los intentos de suicido, está explicado en el Capítulo II).

Como he avanzado, el doctor Burzaco fue el más presionado de todos por los abogados de los acusados, además con malas formas, lo que arrancó alguna sonrisa del doctor Burzaco. Los abogados de los acusados debían desesperadamente, buscar todas las fórmulas para salvar a sus clientes del crimen que habían cometido, y otra, aparte del “hígado graso”, era la de culpabilizar al doctor Burzaco por haber tratado a mi hijo a los pocos meses del tratamiento de la Clínica DEXEUS, haciendo alusión a las hemorragias que presentaba el cerebro de mi hijo.

El doctor Burzaco, que algunos mal pensados creían que tiraría contra mí sin piedad para defender a los médicos Guix y Rubio, explicó de una forma sencilla en qué consistía la radiofrecuencia, quedando claro que era imposible que produjera los efectos que sufrió mi hijo. El doctor Burzaco, señaló que en caso de producirse un efecto negativo en la aplicación de la radiofrecuencia, sería debido por la mala aplicación por una persona inexperta, y en este caso el daño sería inmediato, no retardado como ocurre con la radiación. También aclaró, que la radiofrecuencia se utiliza para cortar hemorragias, no para provocarlas.

Los abogados de los acusados insistieron en que si el señor Arturo Navarra hubiera muerto por el exceso de radiación, hubiera muerto enseguida o a los pocos días. El doctor Burzaco les dijo que no era cierto lo que decían aclarando que: “Los rayos aplicados  al señor Navarra eran los mismos que en Chernóbil: unos murieron enseguida, otros al cabo de unos meses y otros al cabo de unos años. El exceso de radiación mata las células por reacción en cadena, pero con tiempo distinto según la naturaleza de las personas y la cantidad de radiación recibida”. Con el exceso de radiación, al final siempre se muere. Y no olvidemos que Arturo aguantó porque era fuerte y soportó, con mucho sufrimiento el corticoide Dexametasona, si no se lo hubieran aplicado, como ya le dije al juez, es cierto que Arturo hubiera muerto a los dos o tres días de haber ingresado en el hospital la primera vez.

La señora fiscal, le hizo la misma pregunta al doctor Burzaco que había formulado al doctor Ros: si las personas que padecen una neurosis obsesiva se terminan suicidando. El doctor contestó que no, que era una forma de llamar la atención, de pedir ayuda. Personalmente no encontré sentido a esta pregunta, porque, terminen suicidándose o no, ningún médico puede someter a un paciente a tratamientos más agresivos que la propia enfermedad que padece, y exponerlo a un peligro de muerte para evitar que se suicide. 


Cuando le toco el turno de declarar al doctor Valverde - Jefe de Servicio del Instituto Nacional de Toxicología, y persona muy respetada además -,  los abogados contrarios le llamaron la atención por el hecho de que en su informe, dice: “… aún siendo inespecífico es totalmente compatible con lesión por radionecrosis”. Le insistieron que, en aquel “inespecífico” podían caber muchas cosas, como un tumor por ejemplo.  En vista de la mala fe de los abogados que casi lo quisieron ridiculizar, groseros y mal educados a más no poder que son, el doctor Valverde se levantó del asiento y, con voz muy alta y llena de indignación por todo lo que allí estaba pasando, dijo: “Si he dicho que era inespecífico, ahora digo específico”. Y añadió: “Y, yo que he estudiado el cerebro de Arturo Navarra milímetro a milímetro, puedo decir con toda seguridad, que si no hubiera sido por la radiación el cerebro no tenía nada”. Y, haciendo alusión a las declaraciones del doctor Burzaco, dijo “que no hacía falta irnos a Chernóbil, que, aquí en Zaragoza, en el Hospital Miguel Servet, murieron siete personas por exceso de radiación cuando se las estaba tratando de un cáncer”. Y siguiendo con su tono de indignación terminó: “Y los rayos ionizantes mal aplicados matan y esto es lo que ha sucedido con este muchacho”.

El doctor Vilacalveras, un perito digamos de mi parte, radioterapeuta  también, estuvo justo y conciso. Dijo que él no aplicaba aquel tipo de radiación, pero que no era extraño que se hubiera producido una radionecrosis por la peligrosidad de los rayos gamma.

El doctor Jordi Jornet Lozano (recuerden forense del juzgado), se inventó que mi hijo padecía una “psicosis suicida”. Dijo que lo de la radionecrosis diferida se lo habían inventado los médicos del Hospital del Mar, que cómo no sabían de que se trataba dijeron, pues… ¡va! vamos a decir esto. Quiso dejarlos como incapacitados y embusteros a todos, a todos… Bien, ya he explicado un poco la conducta de este hombre cuando mantuve la entrevista con él y mi abogado en su despacho del juzgado. Mirando al doctor Jornet mientras declaraba, haciendo aquellos grandes y espectaculares “espavientos”, para intentar reforzar sus mentiras y hacerse merecedor de lo que le pagaron sus amigos, los acusados, la verdad es que el doctor Jornet parecía, el sí, un pobre loco de atar.

A mí, me parecía que todo aquello que estaba pasando no podía ser real. ¿Cómo podía aquel hombre decir aquellas cosas de mi hijo si él nunca le  conoció, si no quiso verlo cuando todavía podía, si no existe ningún informe médico que diga tal cosa? ¿Si los informes que le entregamos solo hablaba de neurosis obsesiva sin más complicaciones, y especialmente de la radionecrosis  y el daño que ésta le causó y que le llevó a la muerte que era lo que se estaba juzgando?  Pero… extrañamente mi abogado no replicó, quedo en silencio ante aquellas malintencionadas afirmaciones.

Recuero que a la salida de la Sala una psicóloga amiga que había venido a estar en la vista, le recriminó a mi abogado su silencio ante la afirmación del doctor Jornet. Mi abogado se limitó a decir que había sido un lapsus, aunque en realidad no le dio importancia porque lo que había dicho el doctor Jornet era una “metedura de pata” que ningún valor podía tener a la hora de juzgar.  Digamos que el doctor Jornet, se retrató a sí mismo. Algunas personas opinaron, después, que el doctor Jornet se estaba vengando de mí por no haber accedido a sus pretensiones de retirar la querella contra los acusados, “sus colegas-amigos”. No sé…

Uno de los espectáculos más vistosos de este “circo”, lo protagonizaron los peritos de parte, de parte de los acusados, ¡claro! La imagen que dieron todos “aquellos grandes hombres de la medicina del panorama español”, fu patética: Se levantaron del asiento, empezaron a hablar todos a la vez, con grandes espavientos – un gallinero -,  se interrumpían entre ellos, se contradecían unos a los otros sobre el tema del “hígado graso” y las radiaciones, no sabían nada de nada, pero ¡claro! debían de defender los intereses de quienes les habían dado una buena paga. Pero formaron tal “guirigall”, que hasta el juez les tuvo que llamar la atención, diciéndoles: “Señores, ¡compórtense, por favor!”. Como digo, fue patético y vergonzoso. Se debían dar cuenta del espectáculo que estaban dando, porque se calmaron…

El doctor Rodríguez Pazos – el que se ha pasado al otro bando -, declaró que a mi hijo le avisaron del peligro. Cuando la señora fiscal le preguntó, cómo lo sabía, él contesto, porque se lo había dicho el doctor Guix. Y seguidamente añadió, que cuando el riesgo está por debajo del diez por ciento, no se avisa al paciente del riesgo. Esto levantó un murmullo de sorpresa e indignación entre los presentes.

El doctor Pazos, por aquel tiempo, estaba denunciado ante la Fiscalía Anticorrupción, de falsear informes médicos y otros actos posiblemente delictivos. Puedo dar fe porqué yo acompañé a la persona que presentó la denuncia. Pero no pasó nada. Nunca les pasa nada a este tipo de gente. Por eso se creen con derecho a manipularte, y a aplastar tus derechos y tu vida.  Pero sigamos con el espectáculo con que nos obsequiaron estas desgraciadas vistas.

El doctor Augusto Moragas Redecilla – el de “De que va això avui?”-, nos obsequió con una de las actuaciones más vergonzosas e insultantes si cabe. Este individuo no sintió ningún tipo de pudor en dejar al descubierto, una vez más,  el menosprecio que sentía por la vida o muerte de mi hijo. Quedó claro que este tipo de juicios le aburrían, porque nada le importaba la vida de las personas y se decía médico con un montón de títulos en su haber como ya se habrá podido leer. ¡Pobre gente la que cae en sus manos!...

La señora fiscal, preguntó al doctor Moragas, si había conocido a Arturo Navarra Ferragut en vida o si había tenido acceso a su historial médico aparte del que obraba en poder de Su Señoría, el juez. El doctor Moragas, quedó en silencio. Un silencio que llamó la atención. Todos estábamos esperando a que contestara, pero no contestaba, incluso nos creímos que se podía haber quedado dormido, pero… ¡no! Al cabo de un rato contestó diciendo: “No la entiendo”. Parecía que nos estaba tomando el pelo.
Segunda vez. La señora fiscal vuelve a hacerle la misma pregunta pero esta vez con un tono más alto de voz  y de impaciencia. Contestó más deprisa pero con la misma respuesta: “No la entiendo”.

Tercera vez. La señora fiscal con un todo altísimo de voz y de acabársele la paciencia, preguntó de nuevo: ¿Conoció usted en vida al señor Arturo Navarra Ferragut o tuvo acceso a su historial médico aparte del que obra en poder de Su Señoría?”. En esta ocasión respondió más deprisa, pero dijo preguntando: “¿Quién es este señor?”. La señora fiscal le contestó: “Este señor es el de que, usted, supuestamente, ha hecho el informe “. Y dirigiéndose el juez, le dijo: “No tengo nada más que decir, Señoría”. Quedaba claro que la señora fiscal no podía dar credibilidad al informe del doctor Moragas.

La señora fiscal, hizo la misma pregunta de que si conocían a mi hijo a todos aquellos peritos que sí parecía que tanto conocían o sabían de mi hijo. Se quedaron sorprendidos y uno a uno, fueron diciendo. “Yo no!…Yo no!”…  Como comentamos después el único que tenía el historial médico de mi hijo era su psiquiatra el doctor Ros Montalbán y a él, nadie le pidió el informe. La señora fiscal les hizo quedar a todos en un gran ridículo.

El doctor Millán, se aventuró mucho en su declaración al asegurar que los médicos acusados aplicaron la dosis correcta de radiación. En primer lugar, él no estaba allí para poderlo asegurar, y en segundo lugar, si un  tratamiento supuestamente bien aplicado mata, debe de suprimirse “ipso facto”.

El doctor Samblás, que personalmente había dicho a los padres de José Antonio –otra víctima de los doctores Guix, Rubio y la radiación -, que las radiaciones que aplicaban en la Clínica DEXEUS era cosa de locos, en su declaración, dijo que “los acusados, los médicos Guix y Rubio, lo habían hecho muy bien”. Esta declaración lleno de indignación a la madre de José Antonio que estaba presente en la Sala.

 Llegó un momento en que empecé a marearme; tanto oír lo del “hígado graso” por aquí, “hígado graso” por allá”… todos dando la vuelta a lo mismo. Pero de repente, el Profesor Borondo, quien estudió el cerebro de mi hijo junto al doctor Valverde, interrumpió al que estaba hablando del hígado graso de mi hijo, que no recuerdo quien era, y levantándose del asiento y dirigiéndose al señor juez, le dijo de forma clara, firme y contundente: “Señoría, no hay que olvidar  que Arturo Navarra ingresó en el Hospital del Mar por una radionecrosis cerebral diferida, que obligó, para mantenerlo con vida a suministrarle altas dosis de corticoide Dexametasona y éste con el tiempo produce un “hígado graso”. Agradecí  sinceramente la declaración espontánea del Profesor Borondo. Fue como si me hubiera venido un soplo de aire fresco que me dio un poco de paz…

Cuando declararon los médicos Guix y Rubio, a cada respuesta o explicación que daban, les seguía un murmullo de repudio de la Sala.  Así  cuando la señora Fiscal preguntó al doctor Guix, qué criterios siguió para aplicar la radiación, y, le contestó todo decidido, como dando una contestación “gloriosa” “Por el Ojo clínico”, como he contado al principio al oír tal contestación de un médico que se preciaba de serlo, familiares o amigos, le gritaron con toda su alma: “¡¡BURRO!!”. Y cuando la señora Fiscal, le preguntó al doctor Rubio si avisaron a Arturo Navarra Ferragut que se podía quedar en una silla de ruedas o morir, el doctor Rubio, éste, cínicamente y muy satisfecho, textualmente contesto: “¡Hombre! ¡No! Porque de avisar nadie se lo haría”. Mi abogado me miró con una mirada de satisfacción como queriendo decir, él mismo se ha condenado.

El doctor Rubio siguiendo con su cinismo y prepotencia, añadió: “Y los rayos de vez en cuando dan una broma y si la dan es imprevisible”. La señora Fiscal, le preguntó si creía que era una broma el que muriera una persona”. Él agachó la cabeza y no contestó. ¡No avisan del peligro y los rayos dan bromas que te matar!…Pero, todo y así, ¡no hay que avisar! Pregunto: ¿No era eso lo que hacían los médicos de la Alemania nazi, experimentar sin dar el derecho  a que la persona pudiera decidir sobre su vida”. Durante mis campañas muchas personas comparaban lo que le habían hecho a ni hijo con los experimentos atroces qué llevaban a cabo estos médicos locos, y, como locos también Guix y Rubio; locos reflejado en la fotografía  de la Portada del “DIARIO  16”.

Pero, lo que quizás aún hizo que el público se quedara más sorprendido fue cuando el doctor Rubio explicó: “Yo les pregunto a mis pacientes: ¿qué quieres que te irradie o que te abra con un pincho?”. 

Según muchos profesionales de la medicina por todas las declaraciones tan bestiales vertidas por el doctor Rubio, que violan sin ningún tipo de pudor  el derecho más inherente que tiene el ser humano, como es su derecho a la vida y por supuesto a su derecho a decidir para preservarla y que la medicina tiene el derecho de proteger, al doctor Rubio lo tenían que haber condenado en el acto.

Las declaraciones del doctor Rubio son las que más indignación, rabia y tristeza me produjeron:

Oyendo repetidamente lo del “hígado graso” de mi hijo, con una frialdad y falta de respeto que helaba la sangre, no pude evitar imaginarme a mi querido hijo seccionado en una fría mesa de mármol. ¡Qué final para aquel buen muchacho, lleno de vida como había estado!...¡Con tantos proyectos!… ¡Qué final para aquel buen hijo mío!...Pero me vino, también, el recuerdo de otra mesa de mármol en un tanatorio de las Islas Canarias cuando embalsamaron a mi querido esposo. Mi hijo y mi esposo, los dos… Aunque fue por dos muertes muy distintas, mi esposo por ser demasiado confiado en él mismo y no hacer caso de los médicos cuando estos le dijeron que dejara de fumar; él confió en unas pastillas que le recetó el doctor para que se  la pusiera debajo de la lengua cuando sintiera  algún malestar. El creía que esto era suficiente para solucionar su problema. Él intentaba dejar de fumar, pero… Y, mi hijo, por no tener problemas de salud en el futuro y confiar demasiado en unos médicos malditos y crueles… Pero, al final, los dos en una fría mesa de mármol que ahora se entremezclaban dentro de  mi cabeza.

Creía que no podría resistir más tiempo y que me iba a desmayar, pero, ¡no! aguanté; me fui dejando caer, bien recostada en el asiento, y las voces se convirtieron en murmullos lejanos… Entonces la presencia de mi hijo cogió fuerza.  Le vi allí mismo, como si estuviera vivo, sano, con su aspecto de deportista, sonriente, con sus ojos tan bonitos que tenía, con su mirada limpia, transparente, noble…Le vi el día que ilusionados preparábamos las vacaciones  de agosto de 1989, aquellas vacaciones que nunca pudimos llegar a realizar… Le vi el día, en que confiado y sonriente le dijo al doctor Guix cuando éste le pidió que firmara “una aceptación de tratamiento” para que no se creyeran que, “yo y tú madre te hemos cogido a la fuerza y…” Mi hijo, tan confiado le dijo: “¡Que exagerat ets! ¡Porta, home, porta, que et firmo no hi ha cap problema!”. (“¡Qué exagerado eres! ¡Trae, hombre, trae, que te firmo, no hay ningún problema!”). Recuerden que el doctor Guix se le presentó como si fuera un amigo de toda la vida. Todo una forma muy sucia y cruel de conseguir su confianza… Después… después lo vi en lo que le habían convertido: en un ser desvalido, en un viejo decrépito y tembloroso llenos de dolor y sufrimientos, y… después en aquella fría mesa de mármol.

Estaba inmersa en aquellos pensamientos tan llenos de dolor, cuando de golpe, un ruido me hizo volver a la realidad del momento: fue la voz grotesca y endemoniada del doctor Rubio, que refiriéndose a mi hijo dijo: “Los borrachos también tienen este hígado”, refiriéndose al hígado graso de mi hijo. Y, siguió: “Este señor era un tomador de pastillas y los pastilleros agreden su cuerpo”. Al oír aquel disparate quiso gritar: “¡Hijo de puta! ¡Si has sido tú el que la agredido con maldad, si eres tú quien le ha matado!”. Quise gritar muchas cosas, pero mi abogado me había dicho que oyera lo que oyera que callara… ¡Ahora me arrepiento de haberle hecho caso y no haberle dicho allí mismo todo lo que se merecía! La verdad es que esto me ha quedado dentro.

Con los intentos del doctor Rubio para hacer quedar a mi hijo como un despojo de la humanidad para justificar su salvajada, lo único que consiguió, fue demostrar una vez más el monstruo de maldad que era, él y su socio, doctor Guix.  No puedo sacarme de la cabeza aquella sonrisa   maléfica de aquellos dos seres sin alma cuando yo estaba declarando. Tanto fue así que la sonrisa se convirtió en una risotada que me obligó a girar la cabeza hacia ellos y que fue motivo de que saltara en los medios de comunicación, principalmente el doctor Guix. ¡Y pensar que mi hijo, con toda la buena fe del mundo, le depositó toda su confianza confianza!
No pudiendo resistir más todo aquel espectáculo dantesco, salí de la Sala antes de finalizar la vista para respirar un poco. Creía que ya había oído y visto bastante. Volví a entrar cuando ya estaba finalizando, justo para oir   al juez que decía: “Queda visto para sentencia”. Dicho esto, el público empezó a salir y yo me quedé de pie cerca del pasillo de salida. Los peritos de parte, de ellos, tuvieron que pasar por delante de mí. Pasaron arrogantes, con la cabeza tan alta para no verme que hasta alguno tropezó. No pude evitarlo, les dije: “Pandilla de sinvergüenzas”. Alguno dijo que yo era una “mala puta”.

Familiares y amigos  que se quedaron hasta el final de la vista, me dijeron que no tenía que haber salido de la Sala, porque tenía que haber oído los alegatos finales de los abogados de Guix, Rubio y de la Clínica DEXEUS. Me dijeron que fueron terribles las cosas que llegaron a decir de mi querido hijo.  Cuántas veces me he preguntado; ¿De dónde salen esta gente tan malvada?

Quiero hacer alusión a un hecho que, incluso siendo tan simple, el juez obró de forma contraria a la lógica judicial.

Al finalizar la primera vista  en la que declararon las mayoría de los peritos de parte de ellos, yo le dije a un juez amigo, que quería denunciar a toda aquella gente por las atrocidades que habían dicho de mi hijo, todas las mentiras y por faltar a su derecho al honor. Me aconsejó cómo lo tenía que hacer. Tenía que hacer un escrito dirigido al juez explicando el motivo con los nombres de los que quisiera denunciar y entregarlo antes de empezar la segunda vista. Cómo que faltaba uno de perito de parte de ellos, puse que si éste seguía la misma línea que lo añadiría al grupo. Así lo hice, le di el escrito a la secretaria judicial que lo entrego al juez en la misma Sala y a punto de empezar la segunda vista. El juez tenía que haber leído el escrito y guardárselo sin más y más adelante comunicarme su decisión. Ahora este tipo de denuncias se pueden hacer sin autorización del juez, pero antes… Y aquí se produjo el hecho contrario que debe respetar todo juzgador que se precie. 

El caso es que cuando el juez terminó de leer mi escrito, en voz alta, dirigiéndose al público, dijo: “La señora Ferragut me ha hecho entrega de un escrito en el que me comunica su intención de…”, y leyó todo el escrito y además, pregunto a los abogados de ellos, que les parecía.. Fue un golpe muy sucio porque él no podía obrar en aquella forma, debía leerlo y guardárselo. No hace falta decir que se formó un revuelo que dio alas a los abogados de los acusados para tirar contra mí de mala manera. En fin, todo un despropósito.…

No podía sacarme de la cabeza la actuación de aquel juez, José María Assalit Vives, tan baja hacía mí, ni de aquellos “prestigiosos peritos” con sus montañas de cargos, comportándose tan brutalmente, diciendo tantas mentiras, atropellando la memoria de un pobre muchacho muerto y de su madre  que lo único que pedía era la justicia que por ley le pertenecía.

Tampoco me podía ni puedo sacarme de la cabeza las palabras del doctor Rubio cuando quiso hacer creer que mi hijo era un borracho y un pastillero, cuando él sí, es un gran consumidor de ansiolíticos y bebedor de alcohol, y que más de una vez entró en el quirófano más bebido de la cuenta según sus propios ”compañeros”. Hecho que se puso en conocimiento de la Generalitat de Cataluña quien dijo que investigaría pero que nada se hizo.

En una de las intervenciones de los abogados de los acusados, pidieron disculpas por lo que había dicho el doctor Rubio sobre mi hijo, lo de “pastillero” y “borracho”, pero fue demasiado tarde y estas palabras saltaron a los medios de comunicación indignando a la familia y amigos de Arturo que sabían que no bebía alcohol, aparte de alguna cerveza y todavía con gaseosa como tantas veces he explicado.

Tampoco podía ni puedo sacarme de la cabeza, como mi hijo ya estando al final de su vida lleno de bondad, me dijo: “Madre, oigo hablar de médicos y jueces, ¿es que me han hecho alguna cosa que no ha salido bien? Si es así madre, no quiero que les pase nada a los médicos, ¡pobres! lo habrán hecho sin querer, lo estarán pasando muy mal. No quiero que les pase nada! ¡Prométeme, madre, que no les pasará nada!”. Mi hijo no sabía nada de lo que le habían hecho, no recordaba nada debido a la demencia senil que le provocaron con la radiación, ni quiénes eran los médicos a los que nos referíamos, pero todo y así se estaba preocupando por unos médicos que lo podían estar pasando mal… Y, ellos, ¡Malditos!...

Tantas cosas me venían a la mente… Y, cuando el doctor Oliveras me dijo ante mi hijo muerto… “Tómeselo por el lado bueno señora Navarra. ¡Pobrecito, ha terminado de sufrir!

Sí, era cierto, mi hijo en plena juventud, había terminado de sufrir, de sufrir por culpa de nos canallas malnacidos, pero yo tenía que tomarme por el lado bueno su muerte mientras ellos, sus asesinos, disfrutaban de su vida, de sus hijos, de todos sus bienes como si nada hubiera pasado mientras a mi hijo le habían arrebatado todo. ¡Todo! ¡Más ya era imposible!

Ya en el mismo Hospital del Mar, personas que venían a ver a sus enfermos, se ofrecían por cuanto menos romperles las piernas a aquellos canallas que le había hecho aquello tan terrible a mi hijo; en mis campañas públicas que empecé recién fallecido mi hijo, delante de la Audiencia, en la Rambla de las Flores, allí donde estuviera, encontraba a buena gente que se indignaba ante lo que le habían hecho a mi hijo y se ofrecían para lo que quisiera, pero yo nunca quise que les hicieran daño en nombre de mi hijo ni en el mío, pero después de las vistas orales del juicio… la verdad es que si hubiera tenido un arma hubiera disparado sin titubear.

Para poder condenar a los médicos Guix y Rubio, solo tenía que quedar demostrado que mi hijo murió por causa o efecto de la radiación mal aplicada o incluso radiación innecesaria en su caso, donde la aplicaron y quien se la aplicó, y esto quedo más que demostrado en todos los informes aportados,  en las declaraciones de los médicos del Hospital del Mar, Quirón, Centro de Resonancia Magnética, incluso en las propias  declaraciones de Guix y Rubio que cavaron su propia fosa y que los hubiera enterrado definitamente, si el juez José María Assalit Vives, hubiera juzgado de forma imparcial, honestamente y haciendo cumplir rigurosamente el Código Penal, como era su obligación. Pero…

Impacientes esperamos la sentencia con la seguridad de que mi hijo recibiría justicia y ellos su justo castigo. Una mañana me llamó un periodista de Radio Rambla que había ido siguiendo todo el proceso, para preguntar: “¿Habéis visto la sentencia? ¿Ya sabéis que habéis perdido? Llama a tu abogado por si sabe alguna cosa. Pero aunque parezca increíble, habéis perdido”. Llamé raídamente a  mi abogado. No sabía nada. Fue a buscar la sentencia, y efectivamente habíamos perdido, pero si era una gran injusticia perder, como estaba redactada la sentencia, no lo podíamos creer.

Uno puede pensar que se pierden los casos, porque no se han aportado suficientes pruebas, el caso no quedó plenamente demostrado, en casos como el de mi hijo, porque los “pobres médicos” no lo hicieron queriendo con lo cual no se les puede condenar como a otro agresor… ¡en fin!, conceptos que aunque no estés de acuerdo con la decisión tomada  puedes comprender la dificultad en que se puede encontrar el juez a la hora de juzgar. 

Pero, lo que nadie puede comprender, es que para proteger a los salvajes que mataron a mi hijo, con todas las pruebas, con su comportamiento, con las leyes tan claras en la mano, se tengan que inventar un montón de mentiras, de falsedades llenas de mala fe, y violar la ley descaradamente como ha sido en el caso de mi hijo. Al leer la sentencia, que nos dejó helados y que, verdaderamente es de “alarma social” como la han calificado muchos, pensé: ¡Esto va para largo!

Seguidamente, el informe del Hospital Noruego de Radium, los derechos del enfermo, y la sentencia y contrasentencia, para que el lector interesado en seguir este proceso, juzgue por sí mismo.


























































































Aquí empieza el auténtico calvario del recorrido judicial. 
Recorrido impuesto por un sistema en muchos casos injusto e inhumano

La sentencia dictada por el juez José María Assalit Vives,  lógicamente es recurrida ante la Audiencia Provincial de Barcelona. Sentencia, que como ya he comentado en más de una ocasión, ha sido considerada por gente de la propia judicatura como una de las más injustas además de ser calificada de, “alarma social”: Según esta sentencia, las negligencias médicas podrían quedar impunes por más atroces que fueran, ya que más atroz que lo que le hicieron a mi hijo ya es imposible, y sin embargo, el juez embutiéndose en el papel de abogado defensor, defiende “a capa y espada” a los médicos que mataron a mi hijo como si de sus propios clientes se tratara.

Recuerdo que una amiga de mi hijo que estudiaba para juez, cuando leyó la sentencia, dijo sin titubear: “Este juez se ha dedicado a juzgar la enfermedad de Arturo en lugar de juzgar a los médicos que le provocaron la muerte”. Y es cierto, conforme se va leyendo la sentencia, se ve que lo único que le preocupa al juez es hablar de la “enfermedad” deformándola, además, como si así pudiera justificar mejor a los médicos acusados. En realidad, para esta gente - los jueces -, las víctimas de negligencias médicas, casi siempre acaban siendo las culpables de su propia muerte.

Se recurre la sentencia: Mí abogado de entonces D. Javier Selva, convencido de que el caso estaba ganado, pues en la sentencia no se deja de reconocer el daño causado; requisito indispensable para poder condenar. Pero algo salió mal, y sí, fue mi actuación de denunciar al juez por prevaricación. Gente de la propia judicatura me advirtió: “Señora Ferragut, si usted se querella contra un juez, ya puede darlo todo por perdido. No hace falta que siga, porque nunca le van a dar la razón. Los jueces son vengativos”. No podía creerlo, pero, al final he tenido que dar la razón a quienes me advirtieron. Más tarde, el Magistrado Vocal Encargado de la Inspección de los Tribunales del Consejo General del Poder Judicial, D. Ramón Sáez, nos confesó, que “los jueces no quieren ir en contra de sus propios compañeros cuando éstos son denunciados”. Este hecho queda explicado durante el transcurso del “Recorrido Judicial”.

Recordaré, que tanto el doctor Jordi Jornet Lozano, como el abogado de la Clínica DEXEUS, en representación también de los médicos Guix y Rubio, nos ofrecieron a mi abogado D. Javier Selva y a mí, todo lo que quisiéramos si retináramos la querella. Al ver que nada podían hacer para convencerme, se rebotaron de mala manera contra mí, como queda demostrado tanto en las vistas orales del juicio como en todos sus escritos.
Entretanto esperábamos el resultado del recurso, leí y releí la sentencia una y otra vez, y pensé, que aunque ganara, en este caso por la vía civil, no podía permitir que una sentencia donde no había ni una sola verdad sobre mi hijo, con mentira tras mentira, una sentencia incluso cruel y elaborada con una mala fe incuestionable, sin condenar a los que tan cruelmente hicieron padecer y mataron a mi hijo, no podía quedar sin una  respuesta judicial justa.

Para poder querellarse contra un juez por prevaricación, deben darse dos requisitos: uno, el de una resolución manifiestamente injusta, el otro, acompañada de mala fe. En la sentencia dictada por el juez José María Assalit Vives, se daban o se dan los dos requisitos indispensables: Sentencia manifiestamente injusta y manifiesta dosis de mala fe con el añadido, además, de muestras de una gran ignorancia, hecho que también está condenado en nuestro Código Penal en cuanto a la Administración de Justicia.

Le digo a mi abogado que quiero presentar una querella contra el juez por preva-ricación. No acostumbrados a que las víctimas de negligencias médicas adopten este tipo de posturas, me dice que no cuente con él para querellarme contra el juez.

Por aquel entonces, había conocido a un abogado que había sido víctima de una negligencia médica y que llevaba la defensa de su propio caso. Conocí a su esposa, que también llevaba a cabo una compaña en este sentido.  Le pregunté si quería llevarme la querella contra el juez Assalit Vives, me respondió, que sí. El señor Selva consideró que sería mejor que lo llevara todo un solo abogado y se hizo cargo de los dos procedimientos el abogado D. Javier Bruna. Quedó una buena amistad con el señor Selva.

La querella contra el juez Assalit Vives, viene rápidamente desestimada, antes que el recurso que llevaba tiempo presentado. El Fiscal Jefe de Cataluña, D.  José María Mena, en una sentencia de apenas una cuartilla, dice: “El Ministerio Fiscal no impugnó la sentencia que se pretende que sea prevaricadora, dada la precisión de su contenido y la extraordinaria pulcritud de su motivación”. ¡Echando más leña al fuego! Si se ha leído la sentencia con atención, pueden ver la precisión y pulcritud de su motivación.

Al cabo de un tiempo, de un tiempo bastante largo, viene desestimado el recurso a la sentencia dictada por el juez  José María Assalit Vives. El hecho de que la Fiscal que actuó en el juicio y solicitó penas de cárcel  para los acusados, no recurriera, ha dado mucho de qué hablar, pero esto lo dejo a la interpretación del lector. Mi abogado achacó la resolución nefasta para nosotros debido al haber presentado una querella contra el juez.

La sentencia de la Audiencia que absuelve a los médicos Guix y Rubio, la trataré en capítulo aparte, porque también merece una atención muy especial. Sólo adelantaré que los Magistrados que dictaron dicha sentencia, D. Fernando Valle Esqués, D. Jesús Mª Barrientos Pacho y Dñª María Pérez de Rueda, dentro de su maraña para defender a los médicos, incluso tienen el valor de entrar en la comparación del horror de quemar el cerebro de mi hijo – de “achicharrar”, recordando la expresión que utilizó la señora Fiscal en el juicio -, con la “infección rebelde que puede derivarse de una simple extracción dentaria”. ¡Echando más y más leña al fuego, y más y más dolor al dolor! La burla y la provocación de que son capaces esta gente, no tiene límites. La noticia que salió en “La Vanguardia” al respecto, también será comentada más adelante.

Antes de seguir con el recorrido judicial y a riesgo de ser repetitiva, no puedo evitar hacer mi descalificación personal de algunos de los párrafos de la sentencia dictada por el juez José María Assalit Vives que me han causado más que rabia, dolor e indignación. Quizás no debería porqué, como verán, la sentencia insertada en este Blog  está perfectamente rebatida, pero tengo necesidad de hacerlo para descargar, conforme  a mi modo, el dolor y la rabia tan grande que siento y en la indefensión tan atroz en que me encuentro ante tales manifestaciones; manifestaciones del todo condenables si viviéramos, de verdad, en un auténtico Estado de Derecho.

De todas formas, tengo la esperanza de que quien haya leído esta sentencia también haya leído los capítulos I, II y III de este Blog para que puedan comprender mejor el porqué de todas mis actuaciones y las expresiones que utilizo. Que, anquen, a veces pueden resultar viscerales, no por ello dejan de estar dentro del marco estricto de la ley.

Aunque mi deseo sería echar por tierra con mi rabia párrafo a párrafo toda la sentencia por lo indignantes y cínicos que son todos, sólo lo haré de unos pocos que, quizás sí, son los que más me han quemado.

Si bien al comienzo de este Blog hago alusión al “consentimiento informado” como uno de los aspectos más escandalosos de la sentencia debido a que el juez contradice la declaración de los propios acusados, hecho del todo punible en un juez, hay otros mucho más escandalosos y más que punibles.

Empezaré con un párrafo, que nunca, ningún juez, bajo ninguna circunstancia, debería de utilizar bajo pena de ser cesado de por vida de su función de juzgador, y esto por su crueldad y violación descarada del derecho sagrado de la vida que tiene todo ser humano.

  • Cuando en nuestro país una persona enferma que va a morir y sufre, sufre tanto que ruega que la ayuden a morir, no pueden ayudarla porque practicar la eutanasia está prohibido, y si por aquella casualidad sale un médico de buen corazón que estaría dispuesto a ayudarla, a ayudarla a descansar de tanto sufrimiento, tampoco podría porque lo condenarían y encarcelarían: Considerarían que habría cometido un asesinato. En mi santo país, quien quiere morir no le dejan, y tiene que aguantar y reventar  hasta que le toque. Pero, en mi santo país, quien quiere vivir, y vivir bien, como un muchacho sano fuerte, que tan sólo intenta solucionar un problema psicológico para no tener problema de salud en el futuro y confía en los adelantos que le ofrece la de la ciencia médica pero tiene la gran desgracia de encontrar en su camino a unos canallas y malditos llamados médicos, lo matan, y no solamente no pasa nada sino que los jueces protegen a los asesinos de forma cínica y en contra de toda ley moral y judicial. En uno de los párrafos de su sentencia el juez Assalit Vives, dice: “Cabe llegar a una primera conclusión fáctica, el paciente sufría una enfermedad que debía ser tratada de forma agresiva. Es decir, mediante métodos que pudieran incluso comportar riesgo para su vida o integridad física”.


Pregunto: Primero: ¿En qué Código Deontológico Médico este juzgador ha leído tal aberración? ¿Poner en peligro la vida de un muchacho físicamente sano que tan solo pretende solucionar un problema psicológico para poder vivir un futuro sin problemas de salud? ¡No existe ningún Código que diga tal aberración¡ ¡Ningunos! 

Segundo: ¿Dónde ha leído este juez que mi hijo padecía esa cosa terrible de enfermedad que incluso fue lícito que lo pudieran matar gratuitamente, cuando ni siquiera la eutanasia está permitida en nuestro país? No existe ningún informe médico que diga tal cosa, solo existe el informe de su psiquiatra, que ni siquiera al juez le ha interesado leer, en el que dice, que “el paciente gozaba de una buena adaptación social interferida a veces por sus rituales: lavado de manos, comprobación, orden y limpieza. Esta es la cosa terrible que padecía mi hijo.

La carga cruel que contiene este párrafo, recuerda la ideología Nazi. Los Nazis, eran los que hacían desparecer de la faz de la tierra a las personas que habían cometido el gran “error” de padecer problemas psicológicos o mentales fueran graves o no. Según los Nazis, estas personas no merecían vivir.

El juez Assalit Vives, no tiene ningún reparo en aceptar, haciendo gala de una gran ignorancia y crueldad al mismo tiempo, que a un muchacho por padecer un problema psicológico ya se la pueda matar sin ningún tipo de temor, puesto que está aceptando de buen grado un tratamiento que él mismo califica de agresivo, tanto que incluso puede comportar riesgo para la propia vida o integridad física del paciente: de un muchacho físicamente sano, más sano que él no había otro como solía decir su psiquiatra. Espero que algún día este párrafo, como toda la sentencia,  le pase factura al juez Assalit Vives.

Este juez debería recordar siempre la ley de la medicina: “Para que un tratamiento sea lícito, precisa que el riesgo que produzca sea menor que el daño que intenta reparar”. Y, la vieja sentencia, “primum non nocere que debe marcar siempre el límite de lo permitido en medicina: nada que implique daño”.

  • Sobre el “Consentimiento informado”, también quiero decir algo de forma personal. El juez dice: “No  cabe duda de que el paciente recibió información sobre la intervención y sobre los riesgos que comportaba, y ello no sólo por lo declarado por los acusados, sino que se deduce de que el paciente, por su forma de ser, debió requerir y exigir todo tipo de explicaciones. Los acusados no ocultaron la existencia de riesgos, seguramente sin darle importancia por ser menores, como ya se ha dicho, a la intervención alternativa de radiofrecuencia. El propio documento suscrito por el paciente hace mención expresa a posibles efectos secundarios y complicaciones debido al tratamiento mediante radiaciones ionizantes, aunque no especifique cuales”.


Primero: “No cabe duda de que el paciente (…)”. Si eran los acusados, ¿qué iban a decir? De no existir un consentimiento claro en el que se especifiquen todos los riesgos y peligros, lo que digan los acusados cuando les va la condena en ello ¿qué valor puede tener? Mentirán todo lo que puedan y más.

Segundo: “(…) de que el paciente por su forma de ser, debió requerir (…)”. Si a mi hijo no le importaba correr riesgos incluso de muerte, ¿a qué venía tanta exigencia a la hora de preguntar? ¿No sería una contradicción? Si mi hijo preguntaba tanto era porque quería tener la seguridad de que nada malo le podía pasar como era de esperar tratándose de un problema psicológico y no de una enfermedad que si no la tratabas te podía ir la vida como un cáncer, por ejemplo.

Tercero: “Los acusados no ocultaron la existencia de riesgos, seguramente sin darle importancia (…) ¿Existen riesgos, pero sin dar importancia, y esto cuando te puede ir la vida como así fue; la vida de una persona sana, fuerte y con enormes ganas de vivir y de vivir bien, con un buen estado de salud psicológico? Es como una burla a la inteligencia humana; este juez nos trata como imbéciles de primera sin enterarse siquiera que todas estas precisiones que él hace tan contrarias a la ciencia médica, que algún día podrán explotarle en la cara.

Cuarto: “El propio documento suscrito por el paciente (…)” ¿Qué dice el propio documento suscrito? ¡No dice nada en concreto! Además él mismo lo reconoce. Me pregunto si el juez que tanto da crédito a todo lo que dicen los acusados, si es que estaba con nosotros en la consulta del doctor Guix escondido debajo de la mesa del despacho, para saber de lo que hablamos. He de decir al juez Assalit Vives, que si de verdad hubiera podido escuchar lo que hablamos, hubiera oído como el doctor Guix animaba a mi hijo, ocultando cualquier peligro, cualquier peligro!!! Hubiera oído como el doctor Guix, amigo del amigo, le animaba diciéndole: “¡Háztelo, Arturo, háztelo, que no te arrepentirás!”, y así una y otra vez. Y, hubiera oído a mi hijo, preguntar una y otra vez, si estaban bien seguros de lo que le proponían; que no olvidaran que él iba a curar una neurosis obsesiva y no a buscar lo que no tenía. Léase, por favor el juez Assalit en el Capítulo II, esta entrevista, D. Guix y mi hijo Arturo. El engaño fue brutal, el abuso de confianza brutal y la forma de defender a los acusado por parte del juez, pues, ¡miren! más brutal todavía.

Quinto: El juez Assalit mezcla las radiaciones ionizante con la radiofrecuencia, como tratamiento alternativo. Aquí no hubo ningún tratamiento alternativo, La radiofrecuencia nada tiene ver con el tratamiento de la Clínica DEXEUS. La radiofrecuencia no estaba en la mente de mi hijo ni como alternativa ni nada, porque mi hijo cuando fue a la DEXEUS confiaba en este tratamiento y nada más. La radiofrecuencia es otra historia que queda bien explicada en el capítulo II.

Sexto: Pero hay más: El juez repite en sus párrafos. “El paciente realizaba sus actos no controlando la mente”. Aparte de que es una falacia, una invención que también por parte de alguna que otra persona de la judicatura, le hubiera podido costar su puesto de trabajo como juzgador, puesto que es una invención malévola aparte de demostrar una gran ignorancia (no hay ningún informe médico que diga tal cosa y una neurosis obsesiva nunca deja al paciente sin controlar la mente), si en realidad el juez está convencido de lo que dice, de que mi hijo “no controlaba la mente”, pone encima de la mesa otro acto delictivo por parte de los médicos Guix y Rubio, ya que a una persona que no controla la mente no se la puede presionar y hacer que firma un “llamado” consentimiento para ser luego utilizado en su contra. Cuando un muchacho no controla la mente, han de ser los padres si los tiene, si no los tiene un tutor y si no tiene tutor será el juez que decida sobre el tratamiento propuesto y nunca dará su permiso para que al mucho le apliquen tratamientos tan agresivos que puedan costale la vida. Va en contra de nuestra CONSTITUCIÓN, contra los DERECHOS HUMANOS.

No deja de ser llamativa y contradictoria la sentencia dictadas por este juez, aunque por un lado mi hijo estaba tan mal que no controlaba la mente y por otro,  por su forma de ser debió de requerí todo tipo de explicaciones…

Sigamos con otro párrafo que viola flagrante y descaradamente, una vez más, el derecho de la propia decisión del paciente, el derecho que tiene  o tenemos a decidir sobre nuestra vida: Un Derecho CONSTUTUCIONAL Parece como si mi hijo hubiera estado en un campo de concentración sin escapatoria posible.

Dice: “El hecho de que el tratamiento a realizar por los acusados tenía menor riesgo que la alternativa y que en todo caso debía llevarse a cabo uno de ellos, tenía como consecuencia  que no era necesario enfatizar sobre dicho riesgo y si en cuanto al mayor porcentajes de falta de complicaciones y probable curación. Pues no debe angustiarse al  enfermo innecesariamente, cuando en cualquier caso debe asumir un riesgo de un tipo o de otro  para sanar su dolencia”.

Recalcitrante este juez: Vuelve con la alternativa. Le contaré por si no se ha enterado todavía de lo de la alternativa. La alternativa de la radioterapia, no de la radiofrecuencia, se la da a mi hijo en el Hospital del Valle de Hebrón el doctor Nogués. En aquella época la radiofrecuencia no se aplicaba en el Hospital del Valle de Hebrón. Y, esto, a pesar de que el abogado de la Clínica Dexeus diga que si, para dejar a mi hijo como un caprichoso que ahora cojo esto, ahora lo dejo y ahora lo vuelvo a coger.

Lo que me sorprende es que cosas tan claras y tan comprobables al juez no le interesa saber ni siquiera como curiosidad si esto era así o no.  El juez sabe que mi hijo rechazó el tratamiento que le ofrecieron en el Hospital del Valle de Hebrón por el riesgo que corría como le confesó el doctor Pere Nogués después de que mi hijo insistiera una y otra vez sobre la posibilidad de correr algún riesgo (operación con bisturí a cráneo abierto), y así lo expuso en el juicio el propio doctor  Nogués: que mi hijo no quiso asumir ningún riesgo. El juez, usted, señor Assalit, le preguntó al doctor Nogués, qué hizo el señor Navarra cuando le informó del riesgo, el doctor Nogués contestó, que nos fuimos, que el señor Navarra no quiso aceptarlo. Pero, usted señor juez, le replicó que todo y así le habló del tratamiento de la DEXEUS con rayos gamma. Para sacarse las pulgas de encima el doctor Nogués, un cobarde más, dijo que él no sabía nada, que era cosa del doctor Rubio, cuando fue él mismo, el amigo de mi amigo, quien nos lo vendió como el “tratamiento del futuro”. Él nos dio el papel para entregar al doctor Guix quien también se presentó como un gran amigo y convenció a mi hijo para que aceptar el tratamiento sin ningún temor. Si el juez de verdad hubiera podido oír la conversación incluso hubiera oído comentarios sobre la Ópera y algunos viajes. Parecía que el doctor Guix  también era aficionado a la Ópera al menos esto fue lo que le hizo creer a mi hijo.  Escuchándolos parecían que se conocieran de años.

¡Todos una pandilla de estafadores y sinvergüenzas  a más no poder!
Dice: “No era necesario enfatizar (---) “No hay que angustiar al paciente (…)” ¿No era necesario enfatizar cuando saben que existe un riesgo de muerte? ¿No hay que angustiar al paciente cuando es una persona sana que de no haber tenido la gran desgracia de encontrar a esos dos hijos de puta por el camino mi hijo estaría vivo como así mismo lo dijo la señora Fiscal en las vistas orales del juicio? Me pregunto si este juez está en sus sanos cabales.

Dice: “En cualquier caso tenía que asumir un riesgo (…)”.
Pregunto nuevamente: ¿De dónde saca él que mi hijo en cualquier caso tenía que asumir un riesgo? ¿De dónde? Nadie está obligado a asumir riesgos innecesarios y menos cuando una persona está físicamente sana, recuerde señor juez, persona más sana que mi hijo no había otra como solía decir su psiquiatra. Y ni en los casos de gravedad extrema como puede ser un cáncer incluso terminal, nunca ningún médico lo expondrá a más sufrimientos a no ser que el enfermo se presta a un nuevo experimento que le pueda aportar alguna posibilidad de vida, pero es que este paciente ya está muy enfermo y él decidirá. Pero a un muchacho sano fuerte, con enormes ganas de vivir para tratar un neurosis obsesiva, manías como se les llamaba antes y, y ni aunque hubiera sido un loco, es inmoral, criminal por parte del juez dictar una sentencia en la que se puede llevar a la muerte gratuitamente personas sanas y fuertes. Sentencia de locos peligrosos, desde luego: exponer a un chico a la muerte para curar una dolencia que nunca le hubiera llevado a la muerte. Y si él lo aceptó fue por la gran seguridad que le ofrecieron de que no obtener los resultados esperados se quedaría como estaba que fue lo único que aceptó.

Los efectos secundarios que aceptó mi hijo, fueron de “dos o tres días de dolor de cabeza y quizás ni eso”, que fue lo que le contestó el doctor Guix cuando mi hijo le preguntó: “Dos o tres días de dolor de cabeza y quizás ni eso”.

El informe que ellos llaman consentimiento informado, si el juez hubiera querido impartir justicia de verdad, que de antemano no hubiera estado predispuesto a defender a los acusados –sus amigos -, hubiera visto que era un consentimiento fraudulento, pues se lo hicieron firma el mismo día de la intervención y en la misma sala de operaciones. El que firmo mi hijo delante de mí en el despacho del doctor Guix, no era un consentimiento informado, era una aceptación de tratamiento que es que es muy distinto, aunque el del consentimiento no dice nada en concreta se demuestra una mala fe propia de auténticos y malditos estafadores, gente de la peor  calaña, y terroristas de la peor ralea. 

Como se puede comprender, recordando cómo pasó todo y leyendo esta sentencia - después vendrán las otras, peor si caben -, es fácil que a uno se le vaya calentando la sangre y…

Sigamos con otro párrafo que viola flagrante y descaradamente, una vez más, el derecho de la propia decisión del paciente, el derecho que tiene  o tenemos a decidir sobre nuestra vida: Un Derecho CONSTITUCIONAL. Parece como si mi hijo hubiera estado en un campo de concentración sin escapatoria posible.

Dice: “El hecho de que el tratamiento a realizar por los acusados tenía menor riesgo que la alternativa y que en todo caso debía llevarse a cabo uno de ellos, tenía como consecuencia  que no era necesario enfatizar sobre dicho riesgo y si en cuanto al mayor porcentajes de falta de complicaciones y probable curación. Pues no debe angustiarse al  enfermo innecesariamente, cuando en cualquier caso debe asumir un riesgo de un tipo o de otro  para sanar su dolencia”.

Recalcitrante este juez: Vuelve con la alternativa. Le contaré por si no se ha enterado todavía de lo de la alternativa. La alternativa de la radioterapia, no de la radiofrecuencia, se la da a mi hijo en el Hospital del Valle de Hebrón el doctor Nogués. En aquella época la radiofrecuencia no se aplicaba en el Hospital del Valle de Hebrón. Y, esto, a pesar de que el abogado de la Clínica Dexeus diga que si, para dejar a mi hijo como un caprichoso que ahora cojo esto, ahora lo dejo y ahora lo vuelvo a coger.

Lo que me sorprende es que cosas tan claras y tan comprobables al juez no le interesa saber ni siquiera como curiosidad si esto era así o no.  El juez sabe que mi hijo rechazó el tratamiento que le ofrecieron en el Hospital del Valle de Hebrón por el riesgo que corría como le confesó el doctor Pere Nogués después de que mi hijo insistiera una y otra vez sobre la posibilidad de correr algún riesgo (operación con bisturí a cráneo abierto), y así lo expuso en el juicio el propio doctor  Nogués: que mi hijo no quiso asumir ningún riesgo. El juez, usted, señor Assalit, le preguntó al doctor Nogués, qué hizo el señor Navarra cuando le informó del riesgo, el doctor Nogués contestó, que nos fuimos, que el señor Navarra no quiso aceptarlo. Pero, usted señor juez, le replicó que todo y así le habló del tratamiento de la DEXEUS con rayos gamma. Para sacarse las pulgas de encima el doctor Nogués, un cobarde más, dijo que él no sabía nada, que era cosa del doctor Rubio, cuando fue él mismo, el amigo de mi amigo, quien nos lo vendió como el “tratamiento del futuro”. Él nos dio el papel para entregar al doctor Guix quien también se presentó como un gran amigo y convenció a mi hijo para que aceptar el tratamiento sin ningún temor. Si el juez de verdad hubiera podido oír la conversación incluso hubiera oído comentarios sobre la Ópera y algunos viajes. Parecía que el doctor Guix  también era aficionado a la Ópera al menos esto fue lo que le hizo creer a mi hijo.  Escuchándolos parecían que se conocieran de años. ¡Todos una pandilla de estafadores y sinvergüenzas  a más no poder!

Dice: “No era necesario enfatizar (---) “No hay que angustiar al paciente (…)” ¿No era necesario enfatizar cuando saben que existe un riesgo de muerte? ¿No hay que angustiar al paciente cuando es una persona sana que de no haber tenido la gran desgracia de encontrar a esos dos hijos de puta por el camino mi hijo estaría vivo como así mismo lo dijo la señora Fiscal en las vistas orales del juicio? Me pregunto si este juez está en sus sanos cabales.

Dice: “En cualquier caso tenía que asumir un riesgo (…)”.
Pregunto nuevamente: ¿De dónde saca él que mi hijo en cualquier caso tenía que asumir un riesgo? ¿De dónde? Nadie está obligado a asumir riesgos innecesarios y menos cuando una persona está físicamente sana, recuerde señor juez, persona más sana que mi hijo no había otra como solía decir su psiquiatra. Y ni en los casos de gravedad extrema como puede ser un cáncer incluso terminal, nunca ningún médico lo expondrá a más sufrimientos a no ser que el enfermo se presta a un nuevo experimento que le pueda aportar alguna posibilidad de vida, pero es que este paciente ya está muy enfermo y él decidirá. Pero a un muchacho sano fuerte, con enormes ganas de vivir para tratar un neurosis obsesiva, manías como se les llamaba antes y, y ni aunque hubiera sido un loco, es inmoral, criminal por parte del juez dictar una sentencia en la que se puede llevar a la muerte gratuitamente personas sanas y fuertes. Sentencia de locos peligrosos, desde luego: exponer a un chico a la muerte para curar una dolencia que nunca le hubiera llevado a la muerte. Y si él lo aceptó fue por la gran seguridad que le ofrecieron de que no obtener los resultados esperados se quedaría como estaba que fue lo único que aceptó.

Los efectos secundarios que aceptó mi hijo, fueron de “dos o tres días de dolor de cabeza y quizás ni eso”, que fue lo que le contestó el doctor Guix cuando mi hijo le preguntó: “Dos o tres días de dolor de cabeza y quizás ni eso”.

El informe que ellos llaman consentimiento informado, si el juez hubiera querido impartir justicia de verdad, que de antemano no hubiera estado predispuesto a defender a los acusados –sus amigos -, hubiera visto que era un consentimiento fraudulento, pues se lo hicieron firma el mismo día de la intervención y en la misma sala de operaciones. El que firmo mi hijo delante de mí en el despacho del doctor Guix, no era un consentimiento informado, era una aceptación de tratamiento que es que es muy distinto, aunque el del consentimiento no dice nada en concreta se demuestra una mala fe propia de auténticos y malditos estafadores, gente de la peor  calaña, y terroristas de la peor ralea. 


Como se puede comprender, recordando cómo pasó todo y leyendo esta sentencia - después vendrán las otras, peor si caben -, es fácil que a uno se le vaya calentando la sangre y,…

Y, aquí termino con el remate final por parte del juez Assalit Vivez, cuando dice, que, “el paciente con el corticoide Dexanetasona se recuperaba tan bien que podía dejar el centro médico y hacer una vida para prácticamente normal”. ¡MALDITO!!! Cómo se atreve a decir que mi hijo podía hacer una vida prácticamente normal, si ya estaba condenado a muerte, con una demencia senil que a veces alcanzaba cotas de gran dramatismo: en la silla de ruedas, cayéndosele la cabeza de un lado para otro, cayéndole la baba…, sin saber quién era… con paralizaciones, con sufrimientos espantosos, con una síndrome de Cushing que ya por sí solo  le producía grandes padecimientos como ya he comentado; se le tenía que lavar, vestir, darle la medicación, estar pendiente de él las veinticuatro horas del día , no podía hacer nada por sí sólo. Y en los momentos que la demencia senil le procuraba aquellos momentos de lucidez, como ya he explicado en los capítulos anteriores, esto no implicaba que no tuvieras que seguir atendiéndolo; sus desorientaciones, sus caídas, sus dolores físicos cada vez más intensos. 

Hecho un desastre salió mi hijo del Hospital del Mar de lo que pueden dar fe los médicos que le atendieron, que como recordaré, nuestra casa se convirtió en un anexo del Hospital del Mar, y el Hospital del Mar, desgraciadamente, en nuestra segunda casa. Qué pregunte el señor juez al doctor Oliveras que cada dos por tres tenía que venir a casa porque parecía que mi hijo ya se iba directamente para el otro mundo y que le pregunte también cuantas veces tuvo que ingresar en el hospital y el tiempo que esteba en cada ingreso y que le pregunte sobre la terrible operación que tuvo que padecer para intentar que sufriera lo menos posible en aquel camino imparable e infernal hacia la muerte. Porque no tuve valor para filmar su trágico proceso, ahora me arrepiento y sólo me arrepiento por no poderlo aplastar a la cara de los malditos jueces que en mala hora me han tocado a la hora de juzgar.

Porque uno no tiene tan malos sentimiento para desear que los hijos paguen por los pecados de los padres, pero si fueran sus hijos los agredidos de forma tan atroz y muertos de forma tan terrible, veríamos como serian las sentencias que dictarían los jueces.

Sólo deseo que los jueces que han dictados las sentencia que han dejado impunes a unos malditos canallas asesinos, paguen, ellos sí, no sus hijos, que la mayoría si los tienen, por la injusticia y el daño que ha cometido al dictar  sus sentencias.

En nuestro país, ganas o pierdes los juicios dependiendo de que el amigo o amigos de los jueces sean los acusados o los acusadores. Recordaré que la mujer del juez Assalit Vives, es médico y que su suegro tiene intereses en negocios sanitarios importantes.

Antes de proseguir con la sentencia de la Audiencia Provincial de Barcelona, nº 70, he creído interesante traducir al castellano la noticia que se encontrará más adelante - original en catalán y traducida al inglés -  de “El Triangle”, semanario catalán nº 399. 

Las declaraciones del doctor-psiquiatra Don. Pescador González – que estuvo presente en el juicio -, recogidas en este seminario, me las hizo llegar en forma de informe una vez leída la sentencia absolutoria para que las utilizara según me conviniera, incluso para entregar al juez José María Assalit Vives, junto con el recurso que se iba a presentar, ya que como se verá es muy crítico con las afirmaciones utilizadas por el juez para exculpar a los médicos acusados. Como se verá, también, en sus declaraciones el doctor Pescador está totalmente en contra de cualquier tratamiento invasivo para tratar problemas psicológicos.

TITULO DE LA NOTICIA: FUE LA RADIACIÓN
SUBTÍTULO: Un informe concluye que el cerebro de Arturo Navarra fue irradiado en exceso

TEXTO DE LA NOTICIA:
Voces autorizadas del colectivo médico aseguran que la máquina nuclear de rayos gamma de la clínica Dexeus produjo la muerte del paciente Arturo Navarra (ver El TRIANGLE nº 398). La sentencia que hubo absuelto de responsabilidad a los médicos de la Dexeus Enrique Rubio García y Benjamín Guix es duramente cuestionada por los expertos en rayos ionizantes y en cirugía en radioterapia. A eso se añade el cinismo y frivolidad mostrada durante el juicio por los nombrados médicos, al parecer los auténticos responsables de las radiaciones que supuestamente llevaron a la muerte al joven Arturo. Dionisio Giménez (Autor del artículo)

Diversas autoridades médicas, entre ellas el psiquiatra Pescador González, así como dos facultativos del Instituto Nacional de Toxicología quienes practicaron la autopsia a Arturo Navarra, los doctores Juan Carlos Borondo y Juan Luís Valverde, éste último especialista en radiaciones nucleares (practico los análisis  a los damnificados por la avería del acelerador de partículas de Zaragoza), atribuyen la muerte del joven a una sobredosis  “al baño nuclear” que recibió el paciente, ya que la dirección de los rayos gamma “se manifestaron de forma difusa y no solo en la parte del cerebro en donde los médicos de la Dexeus, Rubio y Guix, habían asegurado dirigirlos…”. Por su parte, el psiquiatra, Pescador González, que asistió como especialista en el juicio,  explica en un documento que la radiocirugía se aplicó en el lado del cerebro  que no estaba afectado.

Destrucción cerebral legal
El doctor Pescador González, afirma en su informe que “si bien es cierto que Arturo Navarra Ferragut presentaba una neurosis obsesiva crónica,  no está demostrado (como dice la sentencia judicial y los médicos de la Dexeus) que tuviera un carácter invalidante ya que  Arturo realizaba una vida normal y fue admitido en el servicio militar sin que existan antecedentes que su conducta patológica lo llevara a su exclusión”. Este médico rebate en un informe,  el texto de la sentencia que consideraba que Arturo no respondía a los tratamientos farmacológicos. “Es una afirmación gratuita – explica el texto – ya que por definición cualquier neurosis obsesiva tiene un curso crónico debido a la escasa respuesta terapéutica convencional”. El médico, que asistió a la vista judicial y tiene en su poder la documentación del sumario, se muestra muy crítico con la sentencia judicial que absuelve a los neurocirujanos de la Dexeus.

“Afirmar, como dice la sentencia, que la realización de reiterados intentos de suicidio presupone la necesidad de realizar terapéuticas agresivas que ponen en peligro la vida del paciente, constituye un absurdo en contra de todo conocimiento científico, ya que los intentos de suicidio de un neurótico tienen una escasísima probabilidad de concretarse ya que el mundo neurótico tiene definida la inseguridad y el miedo inminente, incontrolable, incomprensible y absurda ante la muerte. Y, es más – continua – los intentos de suicidio de estos enfermos es una forme de llamar la atención, de reclamar ayuda a los demás. Por lo tanto, entendemos que se ha realizado un mal diagnóstico para afrontar una acción terapéutica que nada tiene que ver  con la neurosis obsesiva. Hablar de cirugía de electrocoagulación o radioterapia da lo mismo, porque el resultado es la destrucción  (…) del sistema nervioso”.

El doctor Pescador González, advierte  en este embrollo una multitud de contradicciones. Por ejemplo en relación con el escrito exculpatorio que firmó Arturo donde se leía: “Reconozco haber sido informado de los efectos  secundarios…” y que al final fue la eximente de culpabilidad para los dos médicos procesados, el psiquiatra es categórico: “¿Cómo se puede admitir desde el punto de vista legal  que se hable aquí de efectos secundarios y complicaciones que no están descritas? Atenta contra la dignidad humana decir que Arturo Navarra Ferragut admitió que no le daban seguridad sobre los resultados. Constituye una contradicción científica tratar así a un paciente por definición inseguro a quien no le dan ninguna seguridad y al que conducen a la muerte”.

Para el médico especialista, es un delito penal pretender – como recoge el texto judicial – que el origen de la muerte de Arturo fueron las complicaciones infecciosas posteriores a la intervención… La causa fundamental, no inmediata, fue la radionecrosis. Para el doctor Pescador, los médicos que irradiaron el cerebro de Arturo “cometieron un delito de imprudencia temeraria profesional” ya que “se ha de respetar el arte de la medicina cumpliendo el principio que el resultado terapeútico no puede ser peor que la enfermedad del paciente”. Y añade: “¿Cómo un juez sin conocimientos psiquiátricos suficientes puede hablar de la conciencia de la ritualidad de la pérdida de control y de un factor invalidante de la enfermedad cuando todo esto constituye la definición propia de cualquier neurosis obsesiva, independiente de quien la tenga? ¿Cómo es posible que diga que el mundo neurótico obsesivo hace que muchos pacientes renieguen de su curación? Es una conclusión que friega los límites de la incompresibilidad humana que un juez llegue a la conclusión fáctica de decir que se pueden utilizar terapéutica que pone en peligro la vida de un neurótico, cundo existe una necesidad imperiosa, ciega, patética en el neurótico  de reafirmarse a la vida, nunca por la muerte… 

Entendemos – concluye el informe – que una sentencia judicial se tiene que basar en los conocimientos científicos aportados por aquellas personas que así socialmente lo han demostrado. No hay lugar en la ciencia, no hay lugar en la medicina para la interpretación del libre albedrio de las pruebas aportadas bajo pena de incurrir en las mayores injusticias sociales”.

La noticia de “El Triangle” sigue con:
Carta de los trabajadores.
La madre de Arturo Navarra, Isabel Ferragut, ha recibido el soporte de buena parte del personal sanitario del Hospital del Valle de Hebrón en donde los médicos que practicaron la radiación tienen consulta y que, en este caso, recomendaron el tratamiento privado. En una carta, los trabajadores descalificaron con especial dureza y en términos reprobatorios la actuación de los neurocirujanos Rubio y Guix. El texto de la carta aclara: “Sabemos que el problema real de su hijo es un exceso de radiación”. El resto de la misiva habla del comportamiento personal del doctor Rubio en el hospital en términos tan difíciles de reproducir como fáciles para una querella.

No obstante, el director de Departamento del Instituto Nacional de Toxicología doctor Juan Luis Valverde en su conclusión final después de la autopsia, señala que “el cuadro lesional observado todo y siendo inespecífico, es en todo compatible con radionecrosis cerebral.

El fiscal estima que a Arturo Navarra se le diagnosticó (después de someterse a los rayos gamma) “una necrosis profunda e inoperable producida por la radiación a la que fue sometido por los acusados”. También el Centro de Diagnóstico Pedralbes  de Resonancia Magnética es explícito en el diagnóstico de la muerte de Arturo: “Lesión por radioterapia…”. Como lo ha estado también el veredicto  médico  del que es considerado uno de los expertos en exposiciones radiológicas, el doctor Valverde, al escribir: “que suscribo el informe en el que se indica que las lesiones del cerebro del joven muerto son compatibles con la radiocirugía hecha por el neurocirujano Rubio y por el radioterapeuta Guix”.

Durante el proceso, uno de los médico acusados, el doctor Enrique Rubio García, explicó fregando el cinismo más cruel y absurdo  que “los rayos de tanto en tanto dan una broma, y si la hacen es imprevisible”. La radiación de rayos gamma causó la lesión (necrosis del lado izquierdo). Rubio, con un cinismo propio de una persona faltada no solamente de sensibilidad sino de la elemental dignidad profesional, se refirió  a “aquellas bromas  del organismo, que hace lo que le da la gana. Es la biología. No lo sé. Pasa porque le da la gana”.  Un tipo así, independiente de la sentencia, tendría que haber sido condenado por el mal gusto. Pero esta es otra historia.

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Así termina el artículo de “El Triangle”, uno de los interesantes que se han publicado. Gracias una vez más al periodista Dionisio Giménez por seguir todo el proceso y por todos sus artículos. Y como no, gracias una vez más al doctor Pescador por su informe valiente y sabio sobre los jueces, que en mi caso, han violado repetidamente y flagrantemente la ley que protege la salud y la vida humana.

El doctor Pescador cuando se enteró de mi caso se interesó en gran manera, le indignó el proceder de los médicos Guix y Rubio y más tarde la sentencia, en este caso, ya que fue la primera, dictada por el juez Assalit Vives.

Desearía que cuando se llegue a este punto de la lectura, el lector hubiera leído el Capítulo II en el que se explica cómo llegó mi hijo a manos de estos médicos y principalmente del doctor Guix, amigo del amigo de mi amigo. Como ya he comentado, muy mala cosa esta de la amistad pues con toda seguridad de no ser así, quizás no hubiéramos puesto tanta confianza en él o ellos.

La sentencia es cruel, como indica el doctor Pescador; utilizar los “reiterados” intentos de suicidio para justificar lo injustificable, es una aberración. “Reiterados”: dos y de escaso riesgo como dijo su psiquiatra, estando en casa y tomando unas pastillas de una a una que le hicieron quedar dormido antes de que éstas le pudieran llegar a hacer efecto. Pero aunque hubieran sido los “siete u ocho” que se inventan malévolamente  los abogados defensores de los acusados, ¿cómo un juez puede justificar la muerte de un joven sano y fuerte que únicamente quiere solucionar su problema psicológico para no tener problemas de salud en el futuro por unos intentos de suicidio? Cuando llegamos a manos de los malditos que le mataron, los intentos de suicidio, que fueron en un momento muy concreto, ya habían pasado a la historia, y nada se habló de los intentos de suicidio con el doctor Guix ni Rubio.

Saben, recordar a mi hijo, tan lleno de buena fe sentado delante del doctor Guix, y recordando cómo éste le convencía diciéndole,  “Háztelo, Arturo! ¡Háztelo, no te arrepentirás!”, añadiendo, “Y tú que eres un chico con tantas posibilidades, pudiendo dedicarte a tu carrera de piano, a viajar, que tú familia tiene negocios propios, que puede hacer lo que quieras, no tienes porque perder el tiempo con psiquiatras, ni curas de sueño, ni tomando pastillas, ni nada de nada; tu tiempo es muy valioso: “¡Háztelo, no te arrepentirás!”. Y cuando por fin mi hijo lo aceptó, el doctor Guix eufórico, exclamó: “¡Es la mejor determinación que habrás podido tomar nunca en tu vida!”. Los efectos secundarios, cuando mi hijo le preguntó, fueron de, “dos o tres días de dolor de cabeza y quizás ni eso”. Recuerdo que al salir de la consulta del doctor Guix, mi hijo, tan confiado, me dijo: “Sabes, mamá, me cae muy bien el doctor Guix, se ve que es una buena persona”. Pregunto: ¿Les ha interesado a los jueces saber algo de eso? ¿Del gran engaño? ¿De la gran estafa? Según el psiquiatra de mi hijo, Arturo era un caso muy especial y nadie entendía el por qué a Arturo se le había desarrollado una neurosis obsesiva. Pero fuera por lo que fuera, como él decía: “Los psiquiatras suelen relacionar los problemas que padecemos cuando somos mayores con hecho que nos  han hecho padecer cuando éramos niños, pero a mí no me interesa estar buscando que cosa del pasado, a mí lo que me interesa es solucionar lo que ahora me pasa. No obstante, la verdad es que yo no recuerdo nada de cuando era niño que me haya hecho padecer tanto para sufrir ahora las consecuencias”. Como también decía su psiquiatra: “Arturo tenía una lógica aplastante”. Aunque he de recordar, que Arturo fue siempre muy sensible y desde pequeño sufría por los niños maltratados y también por los animales maltratados, siendo así nunca se puede ser feliz del todo.

Bien: todas las barbaridades que dice el juez Assalit Vives quedan desestimadas en la contrasentencia adjunta a la sentencia, pero todo y así, he de decir que ésta fue la primera y el principio de un sinfín de aberraciones judiciales que he tenido que soportar y que todavía estoy soportando y padeciendo.

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Empieza a partir de la sentencia número 70 dictada por la Audiencia Provincial de Barcelona en contestación al recurso presentado contra la sentencia dictada por el juez José María Assalit Vives. Sentencia y contrasentencia. 











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